22 de Noviembre de 2022
Venerable Satoko Kitahara
Muy estimados Amigos:
Han caído las primeras nieves en las laderas del monte Fuji (Japón). Desde su sillón, Satoko no se cansa de contemplar el cono perfecto de ese volcán erguido, blanco por la nieve, en el azul del cielo. Pero la joven tiene mucha prisa en que termine el período de reposo que exige la tuberculosis. Desea regresar a Tokio, entre los traperos de la “Ciudad de las hormigas”… La enfermera que la cuida no duda de que esa hija de la alta sociedad piensa con afecto en los habitantes de un barrio de chabolas de la capital.
Satoko Kitahara nace el 22 de agosto de 1929 en Tokio, en el seno de una familia aristócrata heredera de una larga estirpe de sacerdotes sintoístas ; la religión shinto, en la cual todo es sagrado, pretende que sus adeptos entren en la armonía de las múltiples tradiciones ancestrales. El padre de Satoko, primogénito de la familia, ha sido desheredado por haber rechazado seguir la tradición del rol del primer nacido, rol que le habría impedido cursar estudios universitarios. Realizó sólidos estudios en Tokio, capital desde 1866, y después, tras la muerte de su padre, se reintegró en la familia. El cuarto de sus hijos, Satoko, viene al mundo en la época en que él mismo consigue un prestigioso doctorado. Desde pequeña, Satoko ya se revela estudiosa y con buenas dotes para el piano, deseando hacer carrera en ese instrumento. Sin embargo, para obedecer a su padre, acepta continuar sus estudios, momento en que estalla la guerra. A partir de la edad de quince años, la joven es movilizada a una fábrica de aviones donde las condiciones de trabajo son muy duras. Los primeros síntomas de tuberculosis pulmonar se manifiestan, pero ella los esconde lo mejor que puede. Por otra parte, en la sociedad japonesa de entonces, muchos creen que las enfermedades revelan una desarmonía interna. Gracias a los esmerados cuidados de su madre, la salud de Satoko mejora y, a partir de 1946, emprende estudios de farmacia.
Satoko descubre, por la prensa, los crímenes de guerra japoneses. Ella, que siempre ha tenido alta estima por el nacionalismo japonés ligado a la religión ancestral, queda conmocionada, por lo que se aleja poco a poco de las creencias tradicionales. Durante su tercer año de estudios, la joven viaja con una amiga a Yokohama, el puerto de Tokio, a 30 km al sur de la capital. Por curiosidad, ella y la amiga entran en una pequeña iglesia católica, quedando impresionadas por la atmósfera de recogimiento que allí reina. En una capilla lateral descubren una estatua de la Virgen de Lourdes. Gracias a sus conocimientos de arte, Satoko explica a su acompañante que se trata de María, madre de Jesucristo. Más tarde relatará : « Siempre me acordaré de la primera vez que entré en una iglesia católica y vi la estatua de la Virgen… Enseguida me invadió una fuerza extrañamente atractiva. Desde mi infancia, habitaba en mí una necesidad de pureza tan fuerte que no podía describir claramente con palabras aquella atracción.
Limpidez en la mirada
En marzo de 1949 aprueba con brillantez sus exámenes de fin de estudios, recibiendo varias propuestas laborales que rechaza ; quiere tomarse tiempo para reflexionar y para encontrar su armonía interior. Es esa época, la señora Kitahara, queriendo dar la mejor educación a su hija Choko, la inscribe en una escuela católica regentada por las monjas españolas de la congregación de Nuestra Señora de la Merced. Satoko las acompaña a la ceremonia de comienzo de curso. La superiora pronuncia un discurso en buen japonés : « Dios, en su Providencia, ha traído a su hija a esta escuela… ». La palabra “providencia”, que ella había constatado que empleaban los cristianos, desencadena una profunda reflexión en Satoko. Unos días más tarde acompaña a su hermana al colegio y coincide con una de las monjas, con la cual charla brevemente. La limpidez de la mirada de la religiosa provoca en ella una reacción similar a la que había sentido ante la Virgen de Yokohama. Perturbada, intenta distraerse yendo al cine y al teatro, cuidando su apariencia y sus vestidos. Unos días después, sin embargo, regresa a la congregación, donde la religiosa que la recibe le propone seguir unas clases de catecismo.
Esa religiosa propone sabiamente el estudio del catecismo, y no la simple lectura de la Biblia. En efecto, « la presentación orgánica de la fe es una exigencia irrenunciable. El Catecismo de la Iglesia católica, así como el Compendio de dicho Catecismo, nos ofrecen precisamente este cuadro completo de la Revelación cristiana, que es necesario acoger con fe y gratitud » (Benedicto XVI, Audiencia general del 30 de diciembre de 2009).
El deseo de servir
Satoko sigue con gran asiduidad las clases, asistiendo todos los días a Misa con las monjas, a las seis de la mañana. « Tras varios meses de catequesis —contará ella— estaba convencida de haber hallado la verdad, por lo que pedí el Bautismo. La Iglesia de Japón tenía la costumbre de hacer esperar a los catecúmenos todo un año… pero, con motivo de mi profunda convicción, fui bautizada con el nombre de Isabel, el domingo 30 de octubre, que aquel año era la festividad de Cristo Rey. Dos días más tarde recibí la Confirmación ». La noticia del ingreso de su hija en una religión que no conocían desconcierta a los padres. Pero su padre, recordando su dolorosa confrontación con su propio padre, no quiere coartar su libertad, y él mismo termina estudiando el cristianismo y la vida de santa Isabel de Hungría, la patrona de su hija, pero no irá más allá. Más tarde dirá haber comprendido el motivo por el cual Satoko había elegido esa santa de alma encendida como su hija, y que era terciaria franciscana, en un momento en que precisamente Satoko evolucionaba hacia la espiritualidad de san Francisco de Asís. En su entusiasmo de neófita, Satoko desea entregarse por completo a la caridad para con el prójimo : « Desde el día de mi Bautismo siento un ardiente deseo de servirlo. He contactado con un grupo de mujeres que se reunía regularmente en el convento de Nuestra Señora de la Merced. Hacíamos visitas a varios orfanatos y dibujábamos escenas bíblicas que servían para enseñar el catecismo a los niños. A pesar de ello, algo profundo me faltaba ». Se interroga entonces por la vocación a la vida religiosa, hablando de ello con la superiora, quien la invita a pasar unos días en el noviciado que las monjas tienen en Japón. Pero, de repente, un brote de tuberculosis la obliga a permanecer en reposo absoluto.
En esa misma época, su padre, que se dedica en exceso a promover los estudios avanzados de agricultura en Japón, es víctima de una grave pérdida de conocimiento. Su hija mayor, Kazuko, propone a sus padres que vayan a vivir a su casa, al otro extremo de Tokio, junto al río Sumida. La mudanza tiene lugar en septiembre de 1950, y Satoko sigue a los suyos al nuevo alojamiento. Allí conoce al hermano Zeno Zebrowski, misionero franciscano polaco, llegado a Nagasaki en 1931 con san Maximiliano Kolbe, cuyo objetivo era implantar en Japón la “Milicia de la Inmaculada”. El hno Zeno se ha acercado a los más desfavorecidos, en especial a los habitantes de un barrio de chabolas del extrarradio de Tokio, donde reina una miseria extrema. Aquellos pobres se han hecho traperos, oficio especialmente menospreciado por los japoneses, que sienten culto por la limpieza. Instalado en terrenos municipales, ese barrio de chabolas había nacido gracias a un empresario arruinado llamado Ozawa, que paga al peso toda clase de trapos, papeles y trozos de chatarra que recogen los traperos. Conmovido por el gran número de personas sin techo de la posguerra, Ozawa había agrupado a algunos, iniciándolos en el trabajo de trapero y en la construcción de cabañas cerca del depósito de basuras. Con objeto de obtener un mínimo reconocimiento legal, lo había consultado en un gabinete jurídico donde había conocido a Matsui. Este hombre, escritor-poeta y graduado en derecho, había pasado la mayor parte de la guerra en Taiwán, pero al regresar a Japón después de la derrota y seducido por Ozawa y por la comunidad de traperos, a la que designa con el nombre de “Ciudad de las hormigas”, decide ayudarles. « ¿ Acaso Ozawa y Matsui son cristianos ? » —pregunta Satoko—. « No —responde el franciscano— ; Matsui es, según creo, un intelectual resentido que ha tanteado en el budismo y en el cristianismo sin hallar respuesta a su rebeldía ».
« A nadie le gustan los traperos »
El hno Zeno presta a la joven una biografía del padre Kolbe, así como un número en japonés de la revista El caballero de la Inmaculada. Tras su lectura, Satoko toma la decisión de consagrarse al Corazón Inmaculado de María, comprometiéndose entonces con los más pobres en la comunidad de los traperos. « El hno Zeno —escribirá— descubrió ese Japón cuya existencia yo ignoraba hasta ahora. Miles de personas soportaban una vida de indigencia total, y una parte de ellas se encontraban a menos de un kilómetro de mi casa. Yo vivía en un mundo acomodado y culto, pero ese hermano extranjero, lleno de humildad, se entregaba a fondo, sin preocupación alguna por sí mismo, en medio de la realidad de ese mundo doloroso ». Satoko destaca pronto por su dedicación, sus iniciativas benéficas, su gozo constante y su fervor religioso. Dicen que se ha convertido en la sonrisa y en el ángel de los traperos. Primero empieza colaborando en una fiesta de Navidad, luego se encarga especialmente de los niños, muchos de los cuales son huérfanos. Un día pregunta a uno de ellos si va a la escuela : « Hace mucho tiempo —responde— que ya no vamos a la escuela. A nadie le gustan los traperos. Y cuando hay un robo, nos acusan a nosotros ». Así pues, Satoko se convierte en maestra. Cuando uno de los niños alcanza un nivel suficiente, lo inscribe en una escuela local, asegurándose de que los deberes (bajo su vigilancia) se harán siempre bien. Vigila también la higiene y la limpieza de esos alumnos, a fin de evitar el desprecio de los compañeros de clase y las observaciones de los directores de escuela. Sin embargo, sus padres no aprecian sus nuevas actividades ; su padre la advierte de los riesgos que corre en cuanto a su salud, pero la deja que elija libremente y constata la felicidad que le procura esa dedicación. Un día, Satoko y el hno Zeno descubren a unos sin techo que, a fuerza de ser expulsados de todas partes, se han instalado en un cementerio. Algunos de ellos se entregan al alcohol y cometen brutalidades. « Ante ese mundo nuevo, aún extraño para mí, me sentía como una niña pequeña » —escribirá ella.
Con la ayuda de Matsui, Satoko redacta numerosos artículos en periódicos para dar a conocer su comunidad, disipar los prejuicios y evitar su expulsión : se trata de dejar claro que son personas honradas que se ganan la vida mediante un trabajo realmente especial, pero sin conculcar ninguna ley. Un día Matsui se enfada, lanzando sobre Satoko toda su cólera contra los cristianos : « Si fuerais discípulos sinceros de Cristo, serías pobres y compartirías esa vida llena de sufrimientos de los pobres… ¡ Vosotros, en vuestra refinada casa de dos pisos, no entendéis nada de la miseria de la gente que vive en la indigencia 365 días al año ! ». Satoko enmudece. El hombre concluye : « Se ha comentado de implantar una iglesia en la Ciudad de las hormigas. Si vosotros y vuestros semejantes queréis todavía realizar ese proyecto, hay una condición : la encontraréis en la segunda Carta a los Corintios ».
Totalmente trapera
Al día siguiente de Pascua, tras una discusión con un misionero norteamericano lleno de prejuicios contra las “hormigas” y muy seguro de sí mismo, Satoko sufre una violenta fiebre. Su tuberculosis, contenida durante varios años, vuelve con virulencia, por lo que le imponen aislamiento y reposo absoluto. Los niños acuden con regularidad para tener noticias suyas ; ella oye sus voces, pero sufre por no poder hacer nada por ellos. Sintiéndose abandonada de todos, atraviesa una especie de noche espiritual en la que considera que ya no sirve para nada, siendo únicamente una carga para los suyos. No obstante, el Rosario sigue siendo su consuelo. Pero una mañana, la gracia recibida junto a Nuestra Señora de Yokohama parece despertarse, y se abandona entonces a la voluntad de Dios. Unos días más tarde recupera la temperatura normal. « Después de pasar un mes en mi habitación, me sentía libre… El suave rumor del río Sumida daba ritmo a mi paso lento… De repente vi a un trapero que rebuscaba en un basurero. Antes de conocer al hno Zeno no habría podido mirar esa escena más que con corazón triste y compungido ; ahora admiraba ese rostro resignado y me sentía cómplice ». Había efectivamente meditado largamente la segunda Carta de san Pablo a los Corintios : Conocéis bien la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza (2 Co 8, 9). Por eso toma la decisión de convertirse ella misma en totalmente trapera, hasta llegar a compartir la vida de sus amigos.
Uno de los chicos mayores le anuncia que él y su padre abandonarán pronto la Ciudad de las hormigas, y ella le entrega como regalo de despedida un Nuevo Testamento. « Quiero aprender a ser una buena trapera —le afirma ella—. —¡ Cómo ! ¿ Usted una trapera ? —¡ Pues sí ! ». Unos días después, acompañada de una banda de chicos, emprende la ronda de los basureros. Sus primeras salidas provocan un escándalo : ¡ la hija del profesor Kitahara ayuda a los traperos ! Matsui se queda con la boca abierta, y a Ozawa le saltan las lágrimas. Mientras participan en la clasificación del botín, ambos pasan por allí : « ¡ Veo que su enfermedad le ha abierto los ojos ! —¡ Es verdad !, a partir de hoy soy trapera ! ». Los niños, que han seguido el diálogo, aplauden con alegría. A partir de ese momento, al convertirse en uno de los suyos, es aceptada plenamente por esos pobres. Sólo le falta anunciar esa decisión a su familia : « Lo anuncié a mis padres con voz decidida : durante ese último mes de soledad en mi habitación me he percatado claramente de que, para socorrer de verdad a los traperos de la Ciudad, debía convertirme en uno de ellos ». Y escribirá : « La primera vez que me vi sola tirando de una carretilla, me sentí humillada. La mirada de un peatón redobló mi malestar. Avergonzada de mí misma, recé a la Virgen María. Quería convertirme en una alegre servidora del Señor mientras recogía basuras… Cuando, al levantar la tapa de un basurero, encontré productos que podían venderse, noté el placer que podían sentir los traperos en esos momentos. Además, estaba muy contenta de haber superado lo más difícil ». Satoko enseña a los demás cómo seleccionar los trapos, lavar los mejores y hacerse ropa decente con ellos.
« Lourdes of Ants »
El día de Pentecostés, Satoko se dirige a la Ciudad. Ve con sorpresa a numerosos traperos atareados construyendo un edificio : « ¡ Pronto tendrá su iglesia ! » —le lanza Matsui—, quien añade mientras levanta una gran cruz : « ¡ Y esto es para el remate del tejado ! ». Para él, a decir verdad, se trata de una conjetura, ya que el barrio de chabolas sufre la amenaza de la demolición por parte del ayuntamiento, a fin de devolverle su destino inicial de parque municipal ; no obstante, el ayuntamiento jamás osará destruir un edificio religioso, prueba de una vida organizada, ni tampoco arrasar la Ciudad de las hormigas. La planta baja del edificio será un refectorio donde podrán reunirse todos los traperos, y el piso de arriba servirá como aula y capilla. En esta se colocará una imagen de María, aportada por el hno Zeno, a la que los niños llamarán “Lourdes of Ants” (Lourdes de las hormigas). Poco a poco se instala el alcantarillado, el agua corriente y un aseo público. La idea ha sido cada vez de Satoko, y aprobada luego por Ozawa. El fruto del trabajo de los traperos permite regalar a algunos de ellos vacaciones en la montaña. Satoko propone utilizar una parte de las ganancias para acondicionar un centro para las personas mayores.
Sin embargo, la enfermedad de Satoko sigue estando presente : a principios de 1951, el médico la obliga a un reposo total. Una gran tristeza invade a la enferma, y el hno Zeno se esmera en animarla : « ¡ Reza a María, que siempre nos ayuda ! ». Se va entonces a un sanatorio durante seis meses. Al enterarse un día de que la Ciudad está de nuevo amenazada, regresa a Tokio, decidida a compartir el destino de sus protegidos. Pero necesita curarse, por lo que se instala en casa de sus padres, pasando largas horas respondiendo al correo y redactando un diario. No obstante, otra joven que ha leído artículos relacionados con su trabajo, acude a reemplazarla en su labor con los niños. Cuando la conoce, Satoko está profundamente herida y se siente incapaz de dirigirle la palabra. Se da cuenta de que la vida continúa sin ella en la Ciudad. Una intervención algo ruda de Matsui, quien le afirma que hay que cumplir la voluntad de Dios, le ayuda a aceptar esa nueva situación que no había previsto.
« Eso no será necesario »
La enfermedad se agrava. Satoko, aislada por temor al contagio, entra en una nueva noche del alma : su vida ha sido un fracaso, no ha ganado a nadie para el Evangelio… Sin embargo, su ejemplo ha afectado a Ozawa, quien, conmovido por ver cómo entrega su vida hasta el final, se dirige a Matsui para anunciarle que piensa hacerse cristiano como ella. Este, conmovido ya, cae de lo alto del cinismo donde se había refugiado, respondiendo a su patrón que también él desea el Bautismo : « Gracias a la vida de Satoko, hecha de amor, de perdón y de misericordia, se me han abierto por fin los ojos ». Ambos se apuntan a las clases de catecismo. Junto a la cama de Satoko encuentran a sus padres y al médico, quien sugiere un nuevo cambio de aires : ¿ por qué —se preguntan— no instalarla en esa Ciudad de las hormigas que tanto ama ? Los traperos le construyen un cuarto en contrachapado en un rincón del almacén. Allí recupera la sonrisa, pero no sus fuerzas. « Al estar en cama, ya no tengo otra cosa que hacer más que renunciar a mi propia voluntad —piensa—. Es difícil estar inactiva cuando todos trabajan. De todas formas, he ofrecido al Señor todo lo que poseía. ¿ Cómo quejarme de mi enfermedad y de mis sufrimientos ? ¿ Acaso Jesús no llevó su cruz ? Al aceptar mi vida tal como es, puedo realmente ser la sierva del Señor ». Aun así, puede levantarse, caminar un poco y ayudar a Matsui en sus tareas administrativas. Su gozo es enorme cuando se construye, cerca de su cuarto, una gruta de la Virgen de Lourdes, y también con motivo de varios bautizos en la Ciudad, entre los cuales están los de los dos responsables.
En 1957 Satoko se entera de la existencia de un nuevo proyecto de destrucción de la Ciudad. Matsui se dirige a la prefectura con una petición redactada con la ayuda de Satoko, que ya es famosa por sus obras. Desea obtener de la municipalidad otro terreno para la Ciudad de las hormigas. Hay uno en la parte de Tokio conquistada al mar, pero se necesitan 25 millones de yenes para comprarlo. Satoko engancha en su cuarto una gran banderola donde pone “25 millones”, y reza incansablemente. En Navidad sus padres acuden a la Ciudad y asisten a una parte de la fiesta. La inspección de la ciudad que realiza un funcionario es positiva. Cuando, en enero, un empleado del ayuntamiento viene a anunciar que el precio ha bajado, Matsui no duda en atribuir el mérito a Satoko. « Ya está, lo hemos conseguido y ha sido gracias a sus plegarias. Ahora, todo lo que le queda por hacer es pedir su curación para poder venir con nosotros a organizar la nueva Ciudad de las hormigas en nuestro nuevo terreno ». La respuesta es simple : « No, no será necesario. Dios nos ha concedido todo lo que le hemos pedido. Eso es suficiente ». El 22 de enero de 1958, Satoko recibe los últimos sacramentos, apagándose apaciblemente al día siguiente, a la edad de veintinueve años. El 23 de enero de 2015, el Papa Francisco reconoció la heroicidad de las virtudes de Sotoko. La Ciudad de las hormigas cambió de lugar en 1960, sobre el terreno reconquistado al mar en la bahía de Tokio. En 1951, en Francia, el padre Pierre había fundado las comunidades de Emaús. Uno de sus colaboradores, el padre Robert Vallade, fue a Tokio y conoció a Satoko, quien le dio sabios consejos para instaurar la obra en Japón. Tras la muerte de Satoko, la Ciudad de las hormigas se unió a la organización Emaús Internacional.
« La peor discriminación que sufren los pobres —escribe el Papa Francisco— es la falta de atención espiritual. La inmensa mayoría de los pobres tiene una especial apertura a la fe ; necesitan a Dios y no podemos dejar de ofrecerles su amistad, su bendición, su Palabra, la celebración de los Sacramentos y la propuesta de un camino de crecimiento y de maduración en la fe » (Evangelii gaudium, 24 de noviembre de 2013, núm. 200). Incorporada a la fe católica por el ejemplo de un discípulo de san Francisco, también Satoko Kitahara abandonó todas las ventajas humanas que poseía para poner ese tesoro de la fe, portador de Vida eterna, al alcance de los más pobres. Pidámosle que nos ayude a dar testimonio concreto de nuestra fe.
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