14 de Septiembre de 2022

San José Pignatelli

Muy estimados Amigos:

La Compañía de Jesús (los jesuitas), disuelta en 1773 por el Papa Clemente XIV, fue restaurada en el siglo siguiente, en 1814, por Pío VII. Pío XI considerará que el padre José Pignatelli había tenido tanta importancia en ese renacimiento como lo tuvo san Ignacio en el nacimiento de la Compañía. Este jesuita, canonizado en 1954, trabajó para unir y hacer visible la continuidad, mereciendo de ese modo el título de “anillo de oro” entre la antigua y la nueva Compañía de Jesús. Sus restos mortales recibieron el honor de descansar en el panteón de los superiores generales de la Compañía, en la iglesia del Gesù en Roma.

San José PignatelliGiuseppe (José) Pignatelli nace en diciembre de 1737 en Zaragoza, en Aragón (España). Su familia pertenece a la alta nobleza, tanto por parte de su padre, Antonio Pignatelli, italiano afincado en España, como por parte de su madre española, María Francisca Moncayo Fernández de Heredia. A la edad de cuatro años José pierde a su madre, y luego a su padre tres años más tarde. De sus numerosos hermanos y hermanas, solamente seis consiguen llegar a la edad adulta ; entre ellos habrá cuatro sacerdotes. Desde su infancia, José aprende tanto el italiano como el castellano. Es un niño modesto y sereno, de obediencia sonriente, y lo mandan junto a dos de sus hermanos a Nápoles, a casa de su hermana mayor, que se ha casado allí. Poco después, Nicolás, el hermano primogénito convertido en cabeza de familia, decide mandarlos a un internado en Zaragoza, donde siguen las clases con los jesuitas de la ciudad. Desde joven, José adquiere la costumbre de realizar visitas al Santísimo, y se aplica en controlar sus impulsos afectivos ; así pues, cuando participa en los juegos con sus condiscípulos lo hace más para agradarles que por gusto personal. Su inteligencia despierta hace que ejerza una indiscutible influencia sobre sus compañeros.

« ¡ Reíd, reíd !… »

Su nacimiento y el favor de que goza su familia ante el rey de España le reservan un elevado destino. Sin embargo, José siente muy pronto la llamada de Dios, y, tras varios meses en oración, se decide a entrar en la Compañía de Jesús. Informados de su elección, sus familiares no escatiman en presentarle múltiples objeciones, afirmando que su delicada salud se opone a ese propósito. Pero él les manifiesta su gozo de abrazar una carrera donde deberá sufrir por Dios, y quizás la ocasión de derramar su sangre por la salvación de las almas y la defensa de la Iglesia. Así pues, el 8 de mayo de 1753, José entra en el noviciado de los jesuitas de Tarragona ; tiene quince años. Durante ese primer periodo de formación, le envían, se–gún es costumbre, a servir a los enfer-mos al hospital durante un mes. La primera noche regresa tarde por haber atendido mucho tiempo a un enfermo cubierto de llagas. Un día, encontrándose en medio de un grupo de jóvenes nobles de visita al establecimiento, es reconocido y se burlan de él : « ¡ Reíd, reíd ! —les dice—, pero cuando hayáis terminado me deberéis todos una moneda para mis pobres, pues no es justo que yo os divierta por nada ». Enseña también el catecismo a los presos de la cárcel vecina. Entre las pruebas del noviciado, José realiza, junto a dos condiscípulos, una peregrinación de un mes a la Virgen de Montserrat, mendigando el pan. Tras ser designado como jefe del grupo, él mismo se sacrifica para que los demás tengan lo mejor de todo.

En mayo de 1755, después de haber profesado sus votos temporales, lo envían al colegio de Manresa para completar su formación elemental (1755-1757), donde los resultados que obtiene son destacables. No solamente consigue leer a los clásicos griegos, sino también expresarse en esa lengua. Imparte también clases al aspirantado, y aprende catalán para hacer un poco de ministerio por las calles. Siempre está dispuesto a ayudar, por lo que substituye de buen grado a sus hermanos cuando no pueden hacer algo. Sus estudios de filosofía (1757-1759) tienen lugar en Calatayud, donde, tanto el rector como el profesor de filosofía se muestran llenos de prevenciones contra él, criticando todos sus actos y gestos ; lo consideran un religioso y un estudiante mediocre. Él dirige su mirada a la Virgen y solicita humildemente la gracia de ser mejor. Esa prueba dura tres años. José no se desanima, sino que se esfuerza con humildad y abnegación. Al final del ciclo de estudios, es él el elegido para defender la prueba pública, revelándose entonces ante las miradas de todos como una persona brillante. Los cuatro años siguientes transcurren en Zaragoza para estudiar teología. Su sorprendente memoria le permite, además, aprender muchas lenguas antiguas y modernas : hebreo, caldeo y sirio, francés, inglés y alemán.

Una relación epistolar fecunda

La relación epistolar que mantiene con sacerdotes de la Compañía de Jesús que se hallan en lejanas misiones conduce a José a proponerse él mismo al padre Ricci, prepósito general, para partir y unirse a ellos. Su deseo no se ve cumplido, pero su ritmo de trabajo lo agota y contrae la tuberculosis, por lo que sus superiores le obligan a descansar. A pesar de los cuidados de los médicos competentes, su salud jamás se restablecerá por completo ; no obstante, es ordenado sacerdote al final del Adviento de 1762. Sus superiores querrían ponerlo en reposo absoluto, pero él no puede soportar sentirse inútil. Ante su insistente demanda, le confían una de las pequeñas clases del colegio de Zaragoza, y luego la enseñanza de las humanidades. Su actitud general, impregnada de seriedad, de dignidad y de calor humano, provoca que los niños comprendan que se sienten amados y que su dedicación va dirigida a procurarles el bien. Bastan unas semanas para conquistarlos ; una señal por su parte, por ejemplo, es suficiente para detener cualquier desbordamiento de exuberancia infantil. Para poner en práctica correctamente los métodos educativos de la Compañía, consulta y escucha de buen grado a sus antecesores. El programa de humanidades comporta sobre todo el estudio de los autores clásicos : de un párrafo, de un hecho, de una actitud, incluso de un incidente de clase, él extrae, con una habilidad muy especial, una enseñanza moral y religiosa. Sus lecciones se convierten con frecuencia en normas para toda la vida de sus alumnos.

Tras restablecerse suficientemente su salud, el joven sacerdote busca en el servicio pastoral una santa diversión respecto a la labor didáctica. Catequiza a los niños de la calle y visita a enfermos y a prisioneros, siempre con una atención y una caridad donde transluce el amor de Cristo por las almas. En el confesionario, su bondad y su doctrina atraen a una multitud de penitentes. También le encargan preparar a los condenados a muerte antes de su ejecución, ministerio muy delicado. A base de dulzura gana para Cristo los corazones de aquellos desdichados, obteniendo en ocasiones que sean indultados. En 1776, una grave hambruna se extiende por el país. El descontento se expande, en especial en la ciudad de Zaragoza, donde han afluido los campesinos de los alrededores y donde está a punto de estallar una revuelta. Algunas personas malévolas desean que la responsabilidad recaiga en los jesuitas, pero el día de la insurrección el padre Pignatelli se pone delante de la multitud y consigue apaciguarla.

No obstante, una tempestad extraordinaria retumba contra la Compañía de Jesús. Todas las fuerzas del “Siglo de las luces” (el xviii) se han coaligado contra ella : los filósofos racionalistas, los jansenistas, los galicanos y los regalistas (partidarios de la supremacía del poder real), así como las sociedades secretas, han decidido conseguir su supresión por parte de los gobernantes. A tal efecto, han situado hábilmente a ministros elegidos para ello junto a los débiles reyes de España, de Portugal y de Francia. Con determinación, el Papa Clemente XIII resiste ante el hostigamiento de sus gobernantes, pero estos decretan pronto la prohibición de la Compañía en sus respectivos países : a partir de 1759, Portugal expulsa a los jesuitas, seguido en 1764 por Francia. En 1767 se publica el edicto de expulsión tanto de España como de las posesiones españolas, arguyendo, como única explicación oficial, que existen graves motivos que el monarca « guarda en su corazón real » (le han persuadido de que los jesuitas lo consideran hijo ilegítimo). Tras enviar las órdenes a todos los gobernadores de las provincias, son expulsados así seiscientos jesuitas de España y del Nuevo Mundo. Se les concede una modesta pensión alimenticia, con la condición de que no alcen protesta alguna contra ese acto real.

Quedarse con sus hermanos

El padre Pignatelli reside entonces en Zaragoza. El rector de la casa, confiando en la protección del rey, rechaza primero creerse la noticia. Sin embargo, una mañana se presenta la tropa armada y los miembros de la comunidad son convocados al refectorio. Atendiendo a su nobleza, el padre José bien podría hacer valer sus relaciones de familia, evitar las penas de exilio y permanecer en España, pero él elige quedarse con sus hermanos jesuitas. Los hacen subir en los carros que habitualmente sirven para trasportar criminales. Sus alumnos, agrupados a la salida de la ciudad, expresan sus sentimientos de gratitud a sus profesores. Los soldados se esfuerzan por contener aquella multitud indignada, pero los padres jesuitas intervienen para calmarlos. El viaje hasta Tarragona es tan penoso que el padre Pignatelli es víctima de abundantes esputos de sangre. Algunos miembros de su familia que allí viven le suplican que abandone el convoy, pero él lo rechaza para consuelo de sus hermanos. En el puerto de Salou, los religiosos son embarcados en trece naves. El padre José obtiene permiso del capitán del convoy para pasar de una nave a otra y poder así animar a sus compañeros.

La ciudad de Génova acepta acogerlos en Córcega, isla que entonces depende de ella. Los jesuitas son desembarcados en Ajaccio y luego trasladados a Bonifacio, en la punta sur de la isla, donde permanecen un año. El padre José encuentra alojamientos adecuados para todos, pero se hallan en la más absoluta indigencia. A pesar de todo les llegan algunos auxilios, especialmente de Italia. El padre Ricci les envía desde Roma vasos sagrados y ornamentos litúrgicos. Tienen prohibido cualquier apostolado, pero el fervor y la piedad de los exiliados impresionan a las poblaciones locales. El padre José organiza cursos con los numerosos profesores presentes, e incluso justas teológicas. En 1768 Córcega es cedida por Génova a Francia, y una numerosa guarnición francesa desembarca en Bonifacio. Unas semanas más tarde todos los religiosos abandonan la isla en dirección a Génova, y después a Ferrara, en los Estados Eclesiásticos, ciudad donde el legado pontificio, monseñor Pignatelli, es pariente próximo del padre José. Allí se juntan con los exiliados de México. El padre reagrupa a sus compañeros según su casa de origen y bajo sus respectivos superiores. Muy pronto los jóvenes reanudan sus estudios. La familia insiste de nuevo al padre José para que abandone la Compañía de Jesús antes de que sea disuelta, y para que regrese a España, donde le prometen grandes ventajas. Sin embargo, lejos de ceder, recibe permiso de sus superiores para profesar sus votos definitivos (1771).

El Papa hostigado

En 1773, hostigado por las cortes reales de Europa, el Papa Clemente XIV suprime la Compañía de Jesús, sin juicio ni condena, mediante el breve Dominus ac Redemptor. Hubo testigos que afirmaron que, al firmar ese documento, el Papa había dicho : « Esta supresión me llevará a la tumba » ; de hecho, muere al año siguiente. Pío VI, su sucesor, considera que no puede restablecer un instituto que suprimió su predecesor inmediato. En el momento más álgido de la tribulación, el padre Ricci consagra su orden al Sagrado Corazón. Recomienda a sus hermanos la oración, la paciencia y el perdón, y muere dos años después de la disolución. A ese sufrimiento se añade, por parte del padre José, el dolor de ver cómo su hermano Nicolás, que también se había hecho jesuita, retoma una vida secular y principesca. En 1779, el padre José se convierte en el director espiritual de su sobrina, casada con el duque que Villahermosa. Su enorme cultura le permite organizar reuniones literarias para las familias nobles de Bolonia, algunas de las cuales regresan a la fe. Sin embargo, su misión más importante es preparar la restauración de la Compañía de Jesús.

Su primera preocupación es confortar el espíritu religioso en sus hermanos jesuitas dispersos, y se muestra henchido de la « valentía creativa » de la que hablará el Papa Francisco a propósito de san José, esposo de María : « De hecho, cuando nos enfrentamos a un problema podemos detenernos y bajar los brazos, o podemos ingeniárnoslas de alguna manera. A veces las dificultades son precisamente las que sacan a relucir recursos en cada uno de nosotros que ni siquiera pensábamos tener. Muchas veces, leyendo los “Evangelios de la infancia”, nos preguntamos por qué Dios no intervino directa y claramente. Pero Dios actúa a través de eventos y personas. José era el hombre por medio del cual Dios se ocupó de los comienzos de la historia de la redención. Él era el verdadero “milagro” con el que Dios salvó al Niño y a su madre. El cielo intervino confiando en la valentía creadora de este hombre, que cuando llegó a Belén y no encontró un lugar donde María pudiera dar a luz, se instaló en un establo y lo arregló hasta convertirlo en un lugar lo más acogedor posible para el Hijo de Dios que venía al mundo (cf. Lc 2, 6-7). Ante el peligro inminente de Herodes, que quería matar al Niño, José fue alertado una vez más en un sueño para protegerlo, y en medio de la noche organizó la huida a Egipto (cf. Mt 2, 13-14). De una lectura superficial de estos relatos se tiene siempre la impresión de que el mundo esté a merced de los fuertes y de los poderosos, pero la “buena noticia” del Evangelio consiste en mostrar cómo, a pesar de la arrogancia y la violencia de los gobernantes terrenales, Dios siempre encuentra un camino para cumplir su plan de salvación. Incluso nuestra vida parece a veces que está en manos de fuerzas superiores, pero el Evangelio nos dice que Dios siempre logra salvar lo que es importante, con la condición de que tengamos la misma valentía creativa del carpintero de Nazaret, que sabía transformar un problema en una oportunidad, anteponiendo siempre la confianza en la Providencia » (Carta Patris Corde, 8 de diciembre de 2020).

Actitudes paradójicas

Paradójicamente, dos soberanos no católicos rehusaron aplicar el breve del Papa Clemente XIV en sus Estados : el protestante Federico II de Prusia para el territorio de la católica Silesia, recientemente anexada a su reino, y la emperatriz ortodoxa Catalina de Rusia, para la Rusia blanca (Bielorrusia), en la misma situación. Catalina de Rusia obtuvo incluso del Papa, unos meses antes de que este muriera, un nuevo breve que permitía atenerse al statu quo para los jesuitas de Rusia. Pío VI confirma esa autorización, y José Pignatelli, ante quien el Papa ha reconocido formalmente la legitimidad de los jesuitas de Rusia, se pone en contacto con la provincia rusa blanca, que se propone visitar. Sin embargo, una crisis de salud le impide realizar el proyecto.

Numerosos antiguos jesuitas se han reunido en el ducado de Parma con motivo de la buena acogida que les reserva el duque Fernando I. Esos sacerdotes, ahora seculares, se encargan de diversos ministerios con gran provecho de las almas. El duque llega a lamentar la desaparición de su orden ; constatando igualmente la desorganización de la educación infantil tras la clausura de los colegios de los jesuitas, apela a su dedicación y los pone a la cabeza de la enseñanza en su ducado. Luego, a fin de garantizar esa obra en el tiempo, se propone restaurar la Compañía. Con esa finalidad, en 1793 se dirige, por mediación de la emperatriz Catalina, al superior de los jesuitas de Rusia para pedirle que reconozca como hijos suyos a los “exjesuitas” de su ducado. El superior le envía padres jesuitas. En 1797, el padre José renueva en privado su profesión religiosa entre las manos de uno de ellos. Dos años más tarde se funda un noviciado en Colorno, en la provincia de Parma, y el padre Pignatelli recibe el encargo de conseguir novicios. Bajo su dirección, los novicios son formados en las virtudes y en la vida interior siguiendo de cerca las directrices y el espíritu de la Compañía. Así, antiguos padres se unen a ellos. El padre José, con gran dulzura, sumerge de nuevo a unos y a otros en el espíritu de los Ejercicios espirituales, aplicándose primeramente a restaurar el espíritu de la Compañía en sus corazones.

El alma de la espiritualidad de los jesuitas y el principio de su unidad residen en el libro de los Ejercicios espirituales, donde san Ignacio resumió su propio itinerario de conversión, desde la búsqueda de la gloria mundana hasta el servicio total de Dios. De la meditación del Fundamento viene el relieve dado al fin último : la salvación eterna, cumplimiento o aceptación de la voluntad de Dios e indiferencia hacia todo lo que no es ese objetivo último. Las meditaciones del Reino de Cristo y de las Dos banderas suscitan el amor apasionado hacia el Verbo hecho carne y la voluntad de distinguirse a su servicio siendo pobre y humillado como Él.

El padre José abre la vía de ese ideal aportando su persona en todos los ámbitos : los conmovedores recuerdos dejados por sus novicios lo evocan con la escoba en la mano limpiando la casa, o alforja a la espalda mendigando de puerta en puerta. En efecto, procura atender a las necesidades temporales, ya que por entonces el instituto está muy carente de recursos, y funda en Colorno un hospital donde, siguiendo su ejemplo, novicios y profesores pueden dedicarse a los enfermos. La confianza en Dios lo sostiene en sus tribulaciones. Auxilia sin medida a numerosísimos pobres, hasta el punto de que el dinero parece multiplicarse entre sus manos. « Algunos —dice un día a un padre— quisieran que disminuyera los auxilios que doy a los pobres, y me proponen reservar dinero para nuestras propias necesidades… Sin embargo, yo veo que Dios me da tanto como lo que doy a los demás ». En contrapartida, las vanas prodigalidades de su hermano Nicolás suponen para él una cruz especialmente dolorosa.

Obrero paciente de una restauración

El Papa Pío VI, exiliado en Valence (Francia), muere en 1799. Mediante el breve Catholicæ fidei (7 de marzo de 1801), su sucesor Pío VII sella oficialmente el reconocimiento de la Compañía de Jesús en Rusia (alrededor de doscientos miembros). Ese acto desencadena una ola de solicitudes de afiliación a los jesuitas rusos, por parte de grupos de antiguos jesuitas, en Europa y en los Estados Unidos. El padre José aspira, sin embargo, al reconocimiento y a la restauración canónica de la Compañía como tal. En 1803 es nombrado provincial para Italia por el superior general de Rusia. Renunciando a su deseo de ir a Rusia para servir a los pobres habitantes de los campos, acepta ese cargo por obediencia. Tras desplazarse a Nápoles, se dedica con gran prudencia a obtener la aquiescencia del rey Fernando IV, quien, afectado por los acontecimientos de la Revolución Francesa, solicita al Papa que autorice el regreso de los jesuitas a Nápoles. El 30 de julio de 1804, la Compañía de Jesús queda restaurada en el reino de Nápoles y de Sicilia. No obstante, el Santo Padre recomienda la mayor de las prudencias : nada de hábito distintivo, nada de proclamación pública… En efecto, esas medidas se toman en un contexto político especialmente difícil a causa de las campañas de Napoleón I en Italia, que obligan a los padres jesuitas a realizar continuos cambios de residencia (Parma, Nápoles, Roma…). En 1807, el padre Pignatelli consigue igualmente la restauración de la Compañía en Cerdeña.

Desde su juventud, el padre padece una tuberculosis crónica, y sus numerosas obligaciones nunca le han permitido cuidarse. En los primeros días de octubre de 1811, a un nuevo esputo de sangre le sigue una extrema fatiga. El 2 de noviembre, aprovechando que el mal remite, puede celebrar una última Misa e ir a visitar a los pobres. De regreso se ve obligado a acostarse, y ya no volverá a levantarse. Muere en Roma el 11 de noviembre, después de haber predicho a sus hermanos la próxima restauración de la Compañía de Jesús. El 7 de agosto de 1814, efectivamente, el Papa Pío VII, al salir de su cautiverio ordenado por Napoleón, durante el cual había meditado largamente sobre las causas de los desastres de la Iglesia y de la sociedad, restablece oficialmente la Compañía. Tras dirigirse a la iglesia del Gesù, donde le esperan, encorvados por la edad y los trabajos, un centenar de antiguos jesuitas, ordena que sea leída la bula de restauración Sollicitudo omnium Ecclesiarum (La solicitud para todas las Iglesias).

Pidamos a san José Pignatelli la perseverancia en el servicio del Señor, en medio incluso de los múltiples combates que el mundo contemporáneo suscita contra los fieles de Cristo y de su Iglesia.

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