27 de diciembre de 2022
Beato Hyacinthe Cormier
Muy estimados Amigos:
«En el Padre Cormier —afirmaba san Juan Pablo II— la Iglesia quiere reconocer y honrar el movimiento de la inteligencia humana iluminada por la fe. En efecto, el fundador de la Universidad del Angelicum (en Roma) nos recuerda que Dios nos pide que utilicemos las facultades de nuestro espíritu, reflejo del suyo, para darle gloria. En calidad de hombre sediento de la verdad, supo igualmente entregarse a sus hermanos como prior, como provincial y como maestro general de la Orden Dominica, en el respeto por sus tradiciones seculares. Guió a los hijos de santo Domingo con sabiduría y competencia para conducirlos hacia Dios, para hacer de ellos verdaderos hijos y verdaderos testigos del Reino » (Homilía de la Misa de beatificación, 20 de noviembre de 1994).
Enrique Cormier nace en Orléans, en Francia, el 8 de diciembre de 1832, día de la festividad de la Inmaculada Concepción ; siempre tendrá una gran devoción por la Virgen. Su padre, que regenta una tienda de comestibles, siente una gran afición por la música, gusto artístico que heredarán sus dos hijos ; sin embargo, muere pocos años después del nacimiento de Enrique. Así pues, su viuda, Felicidad Cormier, se encarga sola de la educación de ambos hijos. A Enrique le gusta sobre todo rezar, el Rosario en particular, y ayudar a Misa. Conservará un emotivo recuerdo de su primera Comunión. Durante su escolaridad aprueba sin dificultad, pero se muestra algo perezoso. Tras ingresar en el seminario menor de Chapelle-Saint-Mesmin (cerca de Orléans) en 1846, prueba todos los instrumentos musicales antes de elegir el órgano. Está dotado de una hermosa voz, pero él se esconde hasta desaparecer cuando pretenden felicitarlo por sus bien conseguidos solos. Se dedica también a la pintura, y le gustan mucho los paisajes campestres. « Pinto para la eternidad » es una de sus afirmaciones preferidas. Enrique recibe un premio de literatura de la Academia de Orléans.
Ingrato demasiado tiempo
Su hermano mayor, Eugenio, que es seminarista, muere en 1847. A partir de ese momento, Enrique percibe con mayor seriedad el significado de la vida y de la muerte con respecto a la eternidad. Su gran sensibilidad le ocasiona numerosos sufrimientos, pero su búsqueda de la belleza lo desvía hacia el esplendor de la vida eterna. Cada semana la señora Cormier recorre los diez kilómetros que separan su casa del seminario menor para interesarse por su salud y su trabajo. Al final de la etapa escolar, Enrique pasa al seminario mayor de Orléans, donde adquiere un profundo amor por la disciplina. En sus notas de retiro espiritual del primer año puede leerse : « Me invade la necesidad de entregarme por completo a Dios… he sido ingrato demasiado tiempo… ». Disfruta mucho estudiando filosofía, y después teología, pero su mayor prioridad sigue siendo el fervor. Sintiéndose atraído por la predicación del Evangelio y por la devoción al Rosario, que reza cada día, consigue entrar en la Tercera Orden de Santo Domingo. Para vivir más pobremente al servicio de Cristo pobre, se priva de las pequeñas comodidades de la casa.
« La historia del Rosario —escribía san Juan Pablo II— muestra cómo esta oración ha sido utilizada especialmente por los Dominicos, en un momento difícil para la Iglesia a causa de la difusión de la herejía. Hoy estamos ante nuevos desafíos. ¿ Por qué no volver a tomar en la mano las cuentas del Rosario con la fe de quienes nos han precedido ? El Rosario conserva toda su fuerza y sigue siendo un recurso importante en el bagaje pastoral de todo buen evangelizador » (Carta apostólica Rosarium Virginis Mariæ, 16 de octubre de 2002, núm. 17).
Por iniciativa del nuevo obispo de Orléans, monseñor Dupanloup, el joven seminarista dedica mucho tiempo y energía a enseñar la doctrina cristiana y el catecismo.
El Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica recuerda la importancia de la catequesis : « Los laicos participan en la misión profética de Cristo cuando acogen cada vez mejor en la fe la Palabra de Cristo, y la anuncian al mundo con el testimonio de la vida y de la palabra, mediante la evangelización y la catequesis. Este apostolado adquiere una eficacia particular porque se realiza en las condiciones generales de nuestro mundo » (núm. 190).
Durante las vacaciones, Enrique descansa en familia pero sin olvidar ni la devoción ni el estudio. Poco después de haber recibido las primeras órdenes menores, profesa el voto de castidad. Consciente de los dones que Dios le ha concedido, Enrique toma resoluciones de humildad : « Desconfiaré mucho de mí mismo… Solamente confiaré en Dios… Debo tender a convertirme en un hombre de oración ».
Vocación nula
Atraído por la persona de santo Domingo, Enrique conoce al Padre Lacordaire, restaurador de los Dominicos en Francia. De esa entrevista sale más bien desanimado : « Vocación nula o inmadura » —le ha asegurado el religioso. No obstante, otro hermano de la Orden lo interpreta de diferente manera y reanima en él el ideal de la vida religiosa. El 17 de mayo de 1856, Enrique es ordenado sacerdote para la diócesis de Orléans, con dispensa de edad, por monseñor Dupanloup. Pero su propósito sigue siendo entrar en los Hermanos Predicadores. Apoyado por el director del seminario, obtiene permiso para dejar la diócesis. Con motivo de su primera Misa anuncia a su madre su próxima partida, lo que la deja muy compungida.
Fundada a principios del siglo xiii por santo Domingo, la Orden de los Predicadores adquirió un gran auge ; a finales de ese siglo contaba ya con más de 400 prioratos y unos 15.000 religiosos. La Revolución de 1789 la reducirá a la nada en Francia. En 1839, un sacerdote francés, el Padre Lacordaire, entra en el noviciado romano de la Orden y, en 1843, funda el primer convento dominico restaurado, en Nancy, a pesar de una fuerte oposición de las autoridades civiles y de algunas corrientes del episcopado francés. En 1850 se restablece la provincia francesa de la Orden.
Tras ingresar en el noviciado de los dominicos, en Flavigny-sur-Ozerain, el Padre Cormier recibe el hábito con el nombre de hermano Jacinto, al que añadirá más tarde el de María. Su dulzura atrae los corazones. Entre los novicios, oficiar Misa es considerado un privilegio. De esa época feliz él dirá : « Sólo sufría de no sufrir ». Bajo la dirección de sus sucesivos maestros de novicios, adquiere un sólido espíritu dominico. Durante sus horas libres, cuando no reza el Rosario, alterna la lectura de la Regla (de san Agustín) y de las Constituciones. Atento a la carta de la obediencia, busca sobre todo su espíritu : « Debemos pedir a Dios, con lágrimas y gemidos, el Espíritu que vivifica desde dentro ».
« La vida en el Espíritu tiene obviamente la primacía —recordaba san Juan Pablo II— : en ella la persona consagrada encuentra su identidad y experimenta una serenidad profunda, crece en la atención a las insinuaciones cotidianas de la Palabra de Dios, y se deja guiar por la inspiración originaria del propio Instituto. Bajo la acción del Espíritu se defienden con denuedo los tiempos de oración, de silencio, de soledad, y se implora de lo Alto el don de la sabiduría en las fatigas diarias » (Exhortación Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, núm. 71).
Sin embargo, el estado de salud del joven religioso, que padece hemoptisis (expectoración de sangre), pone en entredicho su vocación. Sus superiores dudan de su capacidad de ejercer como dominico. Esta prueba se ve aumentada por la intervención de su madre, quien lo insta a dejar el hábito religioso para retomar su ministerio de sacerdote diocesano. A pesar de todo, el novicio sigue teniendo confianza en Dios y recurre a la intercesión de María : « Entrega a la Virgen ; entregarle mi salud. Si cuidó la de Jesucristo, cuidará la mía… Sí, Señor, haz de mi ser todo lo que quieras ». El 19 de junio de 1857, el Padre Jacinto es admitido a profesar por dos años solamente, mientras que los demás novicios profesan sus votos perpetuos.
Una vida interior amable e intensa
Con motivo de su paso por Flavigny, el Padre Jandel, por entonces maestro general de la Orden, queda impresionado por el fervor del Padre Cormier y por el excelente informe al respecto del maestro de novicios. Decide llevarlo a Roma, cuyo suave clima favorecerá su salud, y tomarlo como secretario. La intención del Padre general es restablecer la Orden en su disciplina primigenia, con sus largos momentos de oración y la vida comunitaria. En ello se opone al Padre Lacordaire, quien desea sobre todo favorecer los estudios y el apostolado de los religiosos. Para conseguir su objetivo, el Padre Jandel elabora una síntesis de las Constituciones, muchas de cuyas prescripciones ya no son aplicables. La tarea del Padre Jacinto consiste en explorar los documentos antiguos de la Orden a fin de reconducir las observancias a lo esencial ; de ese modo adquiere un profundo conocimiento del espíritu dominico. Desea para sus hermanos una « vida interior iluminada, amable e intensa. Esa vida debe ser producto de nuestras observancias, que la sabiduría de Dios ha dispuesto con esa finalidad ». Nunca pide beneficiarse de dispensas para sí mismo, a pesar de su deficiente estado de salud.
En efecto, al término de esos dos años de votos temporales vuelven las hemorragias, haciendo más incierta que nunca la posibilidad de una profesión perpetua. En esa misma época, su madre, tras realizar sola el trayecto de Orléans a Roma, intenta por última vez desviarlo de la vida religiosa, pero, vencida por la determinación de su hijo e iluminada por la gracia, acepta finalmente su vocación. El beato Papa Pío IX concede permiso al Padre Jacinto para que profese los votos definitivos, siempre que los síntomas de su enfermedad desaparezcan durante treinta días. Después de veintinueve días, el religioso sufre una nueva hemorragia. El Padre Jandel intercede entonces ante el Papa, quien autoriza la profesión. La ceremonia tiene lugar el 23 de mayo de 1859 en la iglesia de Santa Sabina, que los Dominicos regentan en Roma. Ante la sorpresa general, el padre, que parecía encontrarse al borde de la muerte, se restablece poco a poco. Después de un tiempo de reposo, es nombrado maestro adjunto de novicios.
Dos años más tarde el Padre Jacinto parte hacia Córcega, donde es nombrado maestro del nuevo noviciado de Corbara. Sus relaciones con el prior de la casa son delicadas, ya que este, en lugar de optar por una formación basada en la paciencia y en la observancia de la Regla, pretende obtener resultados inmediatos. El Padre Jacinto termina proponiendo su dimisión al maestro general, quien, tras rechazarla, le escribe estas líneas : « En medio de todas esas tempestades, no pierda el coraje ; conserve sin embargo la paz y la confianza en Dios. Manténgase unido a Nuestro Señor. Esos momentos de tribulación son el presagio de los consuelos ». En 1863 se convierte en el prior de esa casa de Corbara, que quedará marcada durante largo tiempo por su impulso. En su diario anota lo siguiente : « ¡ Que la excelencia de la fama de los hermanos nazca de la pobreza y de la mortificación de la vida claustral, así como de una caridad afable para todos ! ». En 1865 el Padre Cormier es nombrado provincial de la provincia de Toulouse, cuna de la Orden recientemente restaurada ; ejercerá esa responsabilidad hasta 1874 ; luego, entre 1874 y 1891, ejercerá alternativamente y en diferentes lugares las funciones de prior conventual o de provincial.
Fomentar el espíritu positivo
En 1891, durante un capítulo general celebrado en Lyon, el Padre Jacinto es elegido definidor de la Orden (el definidor representa a su provincia en el capítulo general y en Roma). El nuevo maestro general, el Padre Früwirth, lo llama junto a él. A veces se producen choques entre esos dos temperamentos tan diferentes, pero el Padre Jacinto muestra su espíritu de fe en los pequeños incidentes del día a día : « Una jornada sin sacrificio —dice— es como un país sin iglesia : todo en él es material y triste ». Pronto se le confía el cargo de procurador, lo que le asciende al segundo rango dentro de la Orden. El procurador trata de las gestiones económicas de la Orden en sus relaciones con las instituciones eclesiásticas o civiles. El Padre Jacinto es igualmente consultor de diferentes congregaciones de la Curia, y los Papas León XIII y luego san Pío X le confían varias misiones delicadas. En todas las funciones que ejerce busca ante todo las realidades espirituales : « Es verdad que, con motivo de las gestiones económicas, puedo encontrar la manera de fomentar el espíritu positivo… ». En 1899 el Papa León XIII quiere nombrarlo cardenal, pero la hostilidad del gobierno francés hacia los religiosos le obliga a renunciar a ello.
El 21 de mayo de 1904, con motivo de un capítulo general, el Padre Jacinto es elegido maestro general de la Orden. A pesar de sus setenta y dos años acepta el cargo, que asumirá hasta 1916 con actitud sobrenatural. Ante la noticia, el Papa san Pío X manifiesta su agrado : « Es un santo… ¡ Me alegro enormemente ! ». Además, antes de la elección había declarado al padre : « Si se le presenta alguna oportunidad, ¡ deberá inclinar la cabeza ! ». El nuevo general tiene el propósito de promover una intensa vida espiritual en los conventos, fundada en la observancia de la Regla y de las Constituciones, haciendo que primen sobre los estudios superiores pero sin suprimirlos. En su primera carta circular, el Padre Jacinto expone sus expectativas : « Hacer reflorecer la Orden en todo, en los conventos y en los individuos, propagar en el exterior el mismo espíritu de oración, de humildad, de obediencia, de pobreza, de abnegación y de devoción para con el prójimo y de entusiasmo por la integridad de la fe, que animaban a nuestro santo patriarca Domingo ». Con ese espíritu, y a pesar de su edad, el padre se propone visitar todos los conventos de la Orden, en medio de un contexto político de persecución a la Iglesia que impone a los religiosos condiciones de vida muy difíciles. En 1903 los Dominicos franceses son expulsados de sus conventos, debiendo buscar refugio en otros países.
« ¡ Tendrá que obedecer ! »
La salud del Padre Jacinto sigue siendo frágil ; aun así escribe : « Gracias a Dios mi salud es bastante buena. Al seguir mis hábitos y mi régimen en la casa, puedo trabajar todo el día ». Se esfuerza por no mostrar sus momentos de fatiga ; con motivo de sus desplazamientos rechaza cualquier comodidad, a pesar de que sus adjuntos le suplican que se lo tome con calma. El Santo Padre dice de él con humor : « Esos santos valientes acuden a pedirnos que los beatifiquemos, pero no saben obedecer… ». Al final de una audiencia privada, san Pío X declara amistosamente al hermano Damiano, encargado de asistir al Padre Jacinto : « ¡ Procure cuidarlo, porque si no lo hace le excomulgaré ! ¡ Usted tiene buen aspecto, pero ya ve lo delgado que está ese pobre viejo ! » ; y añade dirigiéndose al Padre Jacinto : « ¡ Tendrá que obedecer al hermano Damiano ! ». Así pues, el padre se someterá hasta su muerte a esa exigencia del Papa. Su debilidad y humildad le sugieren que dimita, pero tanto su entorno como el mismo Papa se oponen a ello.
El generalato del Padre Cormier coincide con el difícil período del modernismo. Debe defender a sus religiosos, especialmente al Padre Lagrange, acusado de infidelidad a la doctrina católica en su exégesis, aunque moderándolo en sus afirmaciones. Su deseo es que « la Orden permanezca fiel a sus tradiciones de búsqueda ardiente de la verdad con entera sumisión a la Santa Sede ». Promulga una nueva ratio studiorum (organización de los estudios) para la Orden, y desempeña un papel importante en la reestructuración del Colegio Santo Tomás en Roma, comúnmente llamado el Angelicum. En consonancia con las expectativas del Papa León XIII, impulsa la fidelidad a la filosofía y a la teología tomistas. El Padre Cormier da al Angelicum su propia divisa de maestro general : Caritas veritatis (la caridad de la verdad). Contribuye igualmente al establecimiento de las universidades de Friburgo, Jerusalén y Lovaina. También hace revivir la Tercera Orden Dominica, y restaura o erige nuevas provincias dominicas en el mundo. Sin embargo, la principal consideración del padre sigue estando en los noviciados. Las tensiones entre la Iglesia y el Estado, especialmente en Francia e Italia, además de la Primera Guerra Mundial, en que tantos religiosos son enviados a los ejércitos (la mayoría de las veces como capellanes o camilleros), le causan un gran dolor. El Jueves Santo de 1916, poco antes de dejar su cargo, pronuncia en la Universidad de Roma una alocución sobre el tema de la vida íntima con Jesús que es considerada como su testamento espiritual hacia los maestros y hacia los estudiantes, en la cual pone el acento sobre la primacía de la vida interior y de la unión con el Salvador.
Un remedio demasiado fuerte
A causa de una magnánima propensión a no creer en la maldad, el Padre Jacinto es a menudo víctima de esa generosa incredulidad. Hay algunos que no lo consideran bastante vigoroso para abordar ciertas situaciones, pero él responde : « Un remedio demasiado fuerte podría llevarse al enfermo, en lugar de la enfermedad ». Cuando impone sanciones, estas vienen dictadas por la sabiduría y la caridad. En su humildad, afirma « que basta con emplear en conciencia los medios que se tienen, ya que Dios se encarga del resto, haciendo incluso que contribuyan a ello nuestras debilidades ».
« Si vivimos tensos, engreídos ante los demás, terminamos cansados y agotados. Pero cuando miramos sus límites y defectos con ternura y mansedumbre, sin sentirnos más que ellos, podemos darles una mano y evitamos desgastar energías en lamentos inútiles. Para santa Teresita “la caridad perfecta consiste en soportar los defectos de los demás, en no escandalizarse de sus debilidades”. San Pablo menciona la mansedumbre como un fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5, 23). Propone que, si alguna vez nos preocupan las malas acciones del hermano, nos acerquemos a corregirle, pero con espíritu de mansedumbre (Ga 6, 1), y recuerda : Piensa que también tú puedes ser tentado (ibíd.) … Reaccionar con humilde mansedumbre, esto es santidad » (Exhortación apostólica Gaudete et exsultate, 19 de marzo de 2018, núm. 72-74).
Al final de su generalato en 1916, el Padre Jacinto se retira al convento contiguo a la basílica de San Clemente de Roma. Mucho tiempo después los religiosos recordarán sus largas horas de oración. Cuando era un joven dominico, el padre decía : « Cuando ya no pueda dedicarme a las obras exteriores, cuando me resulte imposible predicar, enseñar, o incluso salmodiar, seguiré rezando el Rosario ; y si ya no puedo, lo seguiré llevando en mis manos o ante mis ojos. Será bajo formas diversas : mi paciencia para sufrir y mi preparación para morir ». Cada día reza dos Rosarios completos, uno por la Iglesia y el Papa y otro por la Orden Dominica y otras intenciones. Continúa celebrando Misa cada día. A pesar de su deseo de esconder las gracias sobrenaturales que recibe, varias veces se le ve en éxtasis o en levitación. A veces se queja de que lo cuidan demasiado : « Mi retiro en esta casa tiene como finalidad ayudarme a una buena muerte, pero parece como si estuviera hecho para impedir que muera, de tan cuidadosamente organizado como está, y me asisten con esmero… ». El declive de su salud se acelera en noviembre. Sufre serenamente, diciendo : « ¡ Dios mío, llévame contigo !, y también : « ¡ He dicho al Señor que se dé prisa, pero no quiere ! ». El 17 de diciembre, séptimo centenario de la aprobación de la Orden Dominica, renueva sus votos en presencia del maestro de la Orden y de la comunidad, participa en el canto de la Salve y expira apaciblemente. Su último gesto es el mismo que realiza el sacerdote cuando dice el Dominus vobiscum, como para confiar a todos los presentes al Señor. Su cuerpo reposa bajo el altar de la iglesia del Angelicum.
« El Padre Cormier —declaraba san Juan Pablo II— no cesó de vivir de la verdad, trasmitiéndola a todos sus hermanos dominicos con humildad y perseverancia. ¿ Acaso no asoció la verdad a la caridad en su lema Caritas veritatis ? Decía, en efecto, que dar la verdad es “la más hermosa caridad” » (20 de noviembre de 1994). Pidamos a Nuestra Señora del Rosario esa gracia de ser testigos de Cristo que es la Verdad, mediante nuestra vida y nuestro amor por el prójimo.
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