31 de Enero de 2023

Ernest Psichari

Muy estimados Amigos,

A principios del siglo xx, los católicos de Francia sufrieron los ataques de una República anticlerical que decretó en 1905 la separación de la Iglesia y del Estado. En esa misma época se perfilaba entre los jóvenes intelectuales un movimiento de conversiones, del que se hará eco Raïssa Maritain en un hermoso libro titulado Les grandes amitiés (“Las grandes amistades”). Uno de aquellos admirables giros fue el del nieto de Renan, Ernest Psichari, prueba de que el Espíritu Santo hace brillar su luz incluso en medio de las tinieblas.

Ernest PsichariErnest Psichari nace el 27 de septiembre de 1883 en París, primogénito de cuatro hermanos. Jean Psichari, su padre, de origen griego, es profesor de filosofía griega en la Escuela Práctica de Estudios Superiores. Su madre, Noémie, es la hija del filósofo Ernest Renan, un antiguo seminarista convertido en anticlerical y autor de una Vie de Jésus (“Vida de Jesús”) marcada por el positivismo y el escepticismo. Educado en el seno de una familia de la alta burguesía intelectual, Ernest es bautizado, por petición de su madre, según el rito ortodoxo ; ella misma, de educación protestante, quiere también rendir homenaje a los padres de su marido. La iniciación religiosa de Ernest no pasa de ahí, y el niño crece en el seno de una familia consagrada por entero al culto de Renan, quien ha dejado a los suyos una importante herencia que les permite vivir con desahogo material.

Seguir llevando el viejo abrigo

Los padres Psichari se pelean a menudo ; Ernest, su hermano Michel y su hermana Henriette viven sobre todo con su madre y su abuela. Son sobrinos nietos segundos del pintor Ary Scheffer y residen en París. Ernest es un muchacho muy despierto, con cierta tendencia a la controversia, que ha heredado la mentalidad de Renan por parte de su madre y una vasta cultura humanista mayormente por su padre. Jean Psichari, de temperamento colérico, soporta mal una cierta dejadez intelectual de su hijo, pero los dos se llevan bien. El joven demuestra ser instintivamente generoso. Un día su madre le compra un abrigo nuevo. Al encontrarse con un compañero de clase con pocos recursos, él le suplica a su madre : « Deja que lleve algún tiempo el viejo. Él no tiene… ». Ella acaba cediendo.

Jean Psichari recibe en su casa a notables representantes de la política anticlerical y el antimilitarismo, tales como Émile Zola, Jean Jaurès, Georges Clémenceau… Ernest es iniciado al socialismo por el marido de la cocinera de la familia, un socialista militante. Con toda lógica acaba sintiéndose culpable, en cierto modo, de todas las ventajas materiales de su clase social de burguesía acomodada. A la edad de quince años conoce a Jacques Maritain, en el instituto Henri IV. Ambas familias entablan lazos de amistad. También conoce a Charles Péguy. Después del bachillerato prepara una diplomatura de filosofía en la Sorbona. Se siente tan decepcionado por el escepticismo y el relativismo dominantes entre el profesorado que seguirá los cursos de Henri Bergson en el Collège de France. Empieza entonces a publicar, en diversas revistas, poemas de inspiración simbolista (movimiento literario que apela a Baudelaire y Mallarmé). Vive feliz en la atmósfera de un mundo elegante y liberal, se apasiona por la ideas, se queja de las controversias y estudia literatura.

A los dieciocho años Ernest se enamora de la hermana de Jacques Maritain, Jeanne, siete años mayor que él. La joven no se toma en serio el amor de ese adolescente, casándose pronto. Ernest se derrumba y cae en una profunda depresión, sin nada a lo que poder aferrarse. Intenta ahogar su desesperanza en el desenfreno, y después, en dos ocasiones, poner fin a sus días ; por suerte, dos amigos intervienen a tiempo para salvarlo. Ernest se recupera lentamente de esa crisis y pasa largos meses en el campo, lejos de la vida elegante que ha conocido hasta entonces. Sus reflexiones lo llevan a desear instalar en él un orden interior y a acoplarse a una escuela de disciplina que cree encontrar en el ejército. Así pues, en noviembre de 1903 se alista como voluntario en el servicio militar, siendo destinado al 51er Regimiento de Infantería en Beauvais. Después de algún tiempo de adaptación encuentra cierta alegría de vivir, que expresará en 1913 en L’Appel des armes (“La llamada a las armas”) : « Cuando el autor de este relato entró en el ejército de Francia, le pareció que empezaba una nueva vida. Le pareció realmente que dejaba la fealdad del mundo y que cumplía una especie de primera etapa de un camino que debía conducirlo hacia grandezas más puras ». En 1904, después del período de su servicio militar, se enrola en el ejército ; esa decisión escandaliza a sus amigos, la mayoría de ellos antimilitaristas, que consideran el ejército como el bastión de la reacción contra las ideas modernas. En su novela autobiográfica Le Voyage du centurion (“El viaje del centurión”), Ernest explicará : « El joven se enrola en el ejército, interrumpiendo sus estudios, atraído y luego convencido por las hermosas ideas de orden, obediencia y sacrificio que son necesarias para la sociedad ».

« ¡ Ella llora por ti ! »

Poco a poco sus propios padres comprenden que la vida militar permite que su hijo se recupere y crezca. Además, allí recupera su gusto por escribir. Ernest es nombrado cabo, y luego sargento en 1906. Pero muy pronto, insatisfecho por la vida de guarnición y de cuartel en la metrópoli, consigue traslado en las tropas coloniales como suboficial de artillería. Gracias a las relaciones de sus padres, acompaña la misión al Congo del comandante Lenfant, un amigo de la familia : se trata de explorar nuevas vías de penetración en África central, por tierra y por mar. Durante aquella estancia en el Congo (febrero de 1907-enero de 1908), Ernest sigue siendo no creyente. Jacques Maritain le escribe : « ¡ Espero que regreses de esas soledades creyendo en Dios ! ». En julio de 1907, retomando la misma idea, Jacques le escribe desde La Salette : « Hemos rezado por ti desde la cima de la montaña santa. Me parece que esa Virgen tan hermosa llora por ti, y que te llama. ¿ No la escucharás ? ». Ese nuevo anticipo sorprende a Ernest, al igual que el precedente, y solo le da la ocasión de afirmarse a sí mismo en su estado de irreligión. Conoce al obispo de Brazaville, monseñor Augouard, misionero y prelado de temple excepcional, así como a varios africanos por los que siente admiración. La naturaleza salvaje del continente africano le impresiona. Relatará cómo un indígena, haciendo un amplio gesto con el brazo hacia el horizonte, le dijo un día : « ¡ Dios es grande ! ».

De regreso a Francia en enero de 1908, Ernest es condecorado con una medalla militar. En la solicitud de promoción, Lenfant ha subrayado : « Encargado (solo) del principio de la misión de Pendé (500 hombres y otros tantos bueyes), la dirigió con gran iniciativa, energía, dedicación, inteligencia y esmero ». Rechazando a partir de entonces el antimilitarismo de su juventud, Ernest elogia el ejército y la nación. Retoma el contacto con Maritain, quien no duda en invitarlo a convertirse, urgiéndole a « recibir lo que hay de mejor en este tiempo y en la eternidad : la paz de Dios, la que el mundo no puede dar ». Pero Psichari todavía no está preparado : « Todo lo que puedo decirte, de momento, es mi atracción por esa hermosa casa espiritual donde quieres que entre… Me siento atraído hacia tu casa, pero no entro ». Péguy, que ejerce también una gran influencia en él, escribe a Massis : « ¡ Qué alma tan pura ! Yo, que nunca he tenido hermanos, lo quiero como tal y sé por él lo que significa tener un hermano ». Durante los dieciocho meses que pasa en Francia, y bajo la influencia de Péguy, Ernest toma clara conciencia de su vocación militar ; le dedicará su libro L’Appel des armes.

¡ Somos bellas !

Después de una estancia de once meses en la escuela de artillería de Versalles, Psichari ya es oficial, partiendo en septiembre de 1909 a Mauritania. El establecimiento de Francia en esa parte del Sahara occidental era contestado por diversas tribus. Ernest pasa allí tres años fecundos. Su vida de jefe de pelotón de camelleros está marcada por la austeridad y el trabajo, que le mueven a romper finalmente con costumbres perezosas ; se muestra capaz de soportar el hambre, la sed, las tormentas de arena, el ardor tórrido del sol, así como la temida prueba del silencio y la soledad. Durante la travesía del desierto experimenta el sentimiento de su nulidad en el seno de esa poderosa belleza silenciosa. « No pueden imaginarse lo que supone vivir tres años en un país donde todo el mundo reza » —dirá más tarde (Mauritania está poblada por musulmanes). Tiene entonces un sentimiento muy fuerte de la presencia de Dios y, por primera vez en la vida, adora a su Creador. « Interroga a la belleza de la tierra, interroga a la belleza del mar, interroga a la belleza del cielo… interroga a todas estas realidades. Todas te responden : “Ve, nosotras somos bellas”. Su belleza es su proclamación. Estas bellezas sujetas a cambio, ¿ quién las ha hecho sino la Suma Belleza (Dios), no sujeta a cambio ? ». (cf. san Agustín, CEC, núm. 32).

Hacia finales de 1910, Jacques Maritain insta a Ernest a que rece una plegaria cada día, enviándole el texto del Ave María. De hecho, este último empieza a rezar a la Virgen María en medio de las arenas y de los camelleros. Pero su correspondencia muestra que todavía le queda un largo camino que recorrer. Un día, con motivo de una expedición en compañía de musulmanes, uno de ellos, que le habla con frecuencia, le pregunta por la religión de los cristianos que desdeña profundamente. Herido en el punto más sensible, ¡ Psichari se pone entonces a defender a Jesús ! Por más que sea el nieto de Renan, está orgulloso de ser francés y debe admitir que es la religión católica la que ha dado grandeza a Francia. Comprendiendo que debe esperar aún y someterse a un tiempo de preparación y de purificación, se hace más humildemente suplicante : « ¡ Oh, Dios mío, puesto que me condujiste hasta aquí para hacer que entreviera tu rostro, no me abandones !… Así como enseñaste a Tomás tus llagas ensangrentadas, envíame, Dios mío, la señal de tu presencia… ».

Pretendiendo impresionar a los marroquíes, les enseña algunos logros técnicos franceses. Uno de los jefes le responde : « Sí, vosotros franceses tenéis el reino de la tierra, pero nosotros, los moros, tenemos el reino del Cielo ». Esa respuesta lo mueve a reflexionar ; escribe a monseñor Jalabert, obispo de Dakar : « Durante los seis años que he convivido con los musulmanes de África me he dado cuenta de la locura de algunos modernos que quieren separar la raza francesa y la religión que ha hecho que sea lo que es, y de donde procede toda su grandeza ». No se había equivocado al buscar la salvación en la disciplina —anota Jacques Maritain. Lo que le sostuvo durante todo ese tiempo, lo que le dio una razón de vivir no fue solamente, sin duda, la capacidad de olvido y de distracción que procuran la regla dura y la fatiga agotadora del oficio de las armas, sino la comprensión que demostró desde el comienzo del valor formador, espiritual, de la disciplina libremente consentida por un objetivo generoso. Presintió que su alma se vería reparada, que su libre albedrío se vería fortificado. « Somos de los que arden por someterse para ser libres » —escribirá Ernest en Les voies qui crient dans le désert (“Las voces que claman en el desierto”). « En la medida en que el hombre hace más el bien —indica el Catecismo de la Iglesia Católica—, se va haciendo también más libre. No hay verdadera libertad sino en el servicio del bien y de la justicia. La elección de la desobediencia y del mal es un abuso de la libertad y conduce a la esclavitud del pecado » (núm. 1733). Para Ernest, el último fruto de su obediencia de soldado habrá sido la libertad, la liberación espiritual. El ejército se revela como escuela de voluntad, formación del libre albedrío, escuela de entrega también, así como amplio campo abierto a la generosidad de un gran corazón. ¿ Acaso el ejército por completo no está entregado esencialmente al bien de otro diferente de sí mismo, al bien del país ? « Sabemos lo que es la sumisión de un soldado —anotará además—, pero también sabemos que no es más que la representación de una sumisión más elevada ». « La libertad alcanza su perfección cuando está ordenada a Dios, nuestra bienaventuranza… Como lo atestigua la experiencia cristiana, especialmente en la oración, a medida que somos más dóciles a los impulsos de la gracia, se acrecientan nuestra íntima verdad y nuestra seguridad en las pruebas, como también ante las presiones y coacciones del mundo exterior. Por el trabajo de la gracia, el Espíritu Santo nos educa en la libertad espiritual para hacer de nosotros colaboradores libres de su obra en la Iglesia y en el mundo… (CEC, núm. 1731 y 1742).

Deseo de confesión

El 8 de diciembre, Psichari embarca en Dakar ; tres semanas después se halla en París. Jacques Maritain y Ernest se ven entonces todos los días y hablan sobre la doctrina cristiana. Ernest comprende pronto que su Bautismo en el rito griego, recibido de manos de un sacerdote ortodoxo el 25 de noviembre de 1883, dos meses después de nacer, era válido, y que le había imprimido por siempre en su alma de niño “la Señal Redentora”. El 31 de enero conoce al padre Clérissac, y después anota en su diario : « Quedo con Jacques en Stanislas. Vamos a Versalles y encuentro en casa al padre Clérissac, de la orden de Santo Domingo. Ese hombre tiene un rostro magnífico, ojos de fuego, una figura de sufrimiento y de fe. Se nota que es un hombre ardiente, un alma sólida, con gran corazón, lleno de un fuego interior que resplandece. De formación sólida y de cultura refinada… Nos vamos ambos a pasear por el parque y le comento mi gran deseo de confesarme, así como el sentimiento que tengo de indignidad. Me ayuda y me anima con bondad ilustrada que me llega directamente al corazón ».

« Su segunda entrevista tiene lugar el lunes 3 de febrero —cuenta Raïssa, esposa de Jacques Maritain—. Ernest y el padre Clérissac comen en nuestra casa. La armonía es perfecta y la emoción es conmovedora, ya que la decisión importante se halla próxima y comprometerá toda una vida. Después del almuerzo, el padre conduce a Ernest al parque. Su ausencia dura dos horas, durante las cuales no dejamos de rezar. Finalmente regresan. Todo se ha decidido… Al día siguiente, pues, Ernest Psichari, arrodillado ante la imagen de la Virgen de la Saleta, hace profesión de fe y, a continuación, realiza una confesión general. Es confirmado el sábado 8 de febrero en Versalles, por monseñor Gibier. “Es como si tuviera otra alma” —afirma al obispo tras la ceremonia ». Con motivo de su Confirmación, ha tomado el nombre de Paul, en reparación de los ultrajes con los que Ernest Renan, su abuelo, había tratado al Apóstol en su libro Saint Paul (“San Pablo”). Al día siguiente, 9 de febrero, toma su primera Comunión. Esa jornada es para Ernest completamente « magnífica, soleada, toda llena de pura claridad ». Le cuesta anunciar la noticia a su madre, la hija de Ernest Renan y de la protestante Cornélie Scheffer, ya que teme su reacción. « Mamá, debo decirte que ahora soy católico, y que he tomado la primera Comunión. Quizás eso te contraríe. —Al contrario : has hecho bien si creías que debías hacerlo ». Y se dirige a buscar, en su joyero, la crucecita de oro de Bautismo de su primer hijo. Ernest la recibe de rodillas besando las manos de su madre, a la que no cesará de rodear con el más tierno y delicado afecto, sobre todo porque su marido, Jean Psichari, acaba de abandonarla.

Profundo fervor

El 2 de junio Psichari regresa al cuartel del 2o Regimiento de artillería colonial de Cherburgo. Animado por el padre Clérissac, allí redacta Le Voyage du centurion, novela autobiográfica que se publicará en 1916 a título póstumo. Tras el pseudónimo de Maxence, Ernest presenta un relato de su viaje, que es a la vez el diario de su itinerario espiritual. En los meses siguientes Ernest emprende una carrera titánica, cumpliendo la palabra de Nuestro Señor : Vosotros, pues, sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48). En octubre de 1913 realiza un retiro en un convento dominico, donde recibe el escapulario de la tercera orden de Santo Domingo. Cada mañana comulga en la Misa de las siete ; los que lo ven guardan un recuerdo imborrable. « Rezaba como un santo —afirmaba el párroco—. Como un santo, con un fervor que no se puede imaginar ». Ernest visita cada día al Santísimo, incluso estando de maniobras, cuando su servicio se lo permite. Le gustan las prácticas minuciosas, como las novenas, el Rosario, el santo del día o el oficio rezado a la hora señalada.

Un día de maniobras recorre a pie los veinticuatro kilómetros que separan Cherburgo de Valognes. Es domingo y llega hacia mediodía, al final de la Misa mayor. Se dirige a la iglesia y pide al sacerdote que le dé la sagrada Comunión. « Pero, ¡ está usted en ayunas ? (en aquella época había que estar en ayunas desde la medianoche) —pregunta extrañado el sacerdote. —Sí, señor párroco, pues tenía esperanza de comulgar al llegar aquí ». Ese amor íntimo de Jesús-Eucaristía se desarrolla en forma de amor hacia los pobres y los humildes : da todo lo que posee, y mucho más, gracias a su madre, que llena a menudo su bolsa siempre vacía. Poco a poco se va orientado hacia la vida religiosa en la orden de Santo Domingo. El padre Clérissac no deja de repetirle : « ¡ Hay que ser santo… Dios lo quiere ! ». Ernest desea reparar la ofensa que su abuelo había hecho a Dios, y afirma más concretamente : « Nuestra misión consiste en redimir a Francia mediante la sangre ».

« ¡ Que no dude ! »

Ernest participa en la Primera Guerra Mundial como teniente en el 2o Regimiento de artillería colonial. Su regimiento deja Cherburgo el 6 de agosto de 1914 en dirección a Bélgica, cuya neutralidad Alemania ha violado ; se une al IVo Ejército, a cuyo mando se encuentra el general Langle de Cary, encargado de cubrir un frente de 70 km entre Mézières y Montmédy. Él no se hace ninguna ilusión : « No estamos preparados, pero tengo confianza en el Sagrado Corazón ». Confía a un sacerdote amigo : « ¡ Rece por mí, para que jamás dude ante el deber ! ». El día de la partida almuerza en el presbiterio de Nuestra Señora del Voto. La comida es muy alegre. Al despedirse del párroco, expresa sus últimas palabras con voz ahogada por la emoción : « Rece por mi pobre mamá ». El 20 de agosto escribe a su madre : « Mi mando, aunque es modesto, me da grandes satisfacciones ». La influencia que ejerce sobre sus soldados es sorprendente : ha conseguido, sobre todo, que sus artilleros dejen de blasfemar, y en su batería incluso han formado dos “rosarios vivientes”, de manera que treinta hombres se han comprometido a rezar cada día una decena del Rosario.

El 21 de agosto, a las 18 horas, recibe la orden de tomar la ofensiva y de dirigirse a Neufchâteau, con la misión de atacar al enemigo en cualquier sitio que lo encuentre. Su suboficial, Galgani, relatará : « Acabábamos de enfilar la carretera completamente al descubierto cuando mi teniente hizo un gesto con el brazo, como para decirme que había que pasar rápido, que el lugar era peligroso… Le oí gritarme : “Gal…”. No pudo terminar, se giró sobre sí mismo y cayó con los brazos en cruz… El teniente Psichari había recibido una bala en la sien… ». La medalla militar tan apreciada y que había conquistado en África quedó enganchada en su guerrera… Los hombres que sepultan a Ernest, y que son sus camaradas, ven también en su cuello una delgada cadena de oro en cuyo extremo cuelga una pequeña cruz, la de su Bautismo… Una religiosa de edad avanzada que acude a ofrecer sus oraciones a los muertos y a ayudar a los soldados en su tarea fúnebre está allí, a su lado, arrodillada : « ¿ Qué lleva en el puño izquierdo ese oficial de rasgos tan puros, aún casi infantiles ? ». Al levantarle la manga descubre un rosario de cuentas negras, sobre el cual sus labios ahora lívidos tantas plegarias han desgranado. Ernest lo llevaba enrollado en el brazo durante el horror de la batalla. Cayó en Rossignol, en Bélgica, el 22 de agosto de 1914, en el transcurso de uno de los primeros enfrentamientos. Fue enterrado en una fosa común, y su cuerpo fue identificado el 9 de abril de 1919 gracias a su escapulario de terciario de Santo Domingo y a la pequeña cruz de oro del Bautismo.

En su diario íntimo, Ernest anotaba en fecha de 30 de mayo de 1913 : « Con toda verdad, con toda sinceridad, lo digo ante Dios : mi único deseo en la tierra es tener la Fe, la Esperanza y la Caridad de los santos ; mi único deseo es morir por el nombre adorado de Nuestro Señor, si quiere contarme entre sus mártires. ¡ Mi único deseo y mi único pensamiento son el Paraíso ! ». Pidamos al Espíritu Santo que nos conceda disposiciones semejantes.

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