9 de Abril de 2023
General Gaston de Sonis
Muy estimados Amigos,
El 2 de diciembre de 1870, frente al pueblo de Loigny (Francia), al atardecer, el general de Sonis yace en el suelo. Ha sido herido tras una carga gloriosa yendo a la cabeza de zuavos pontificios precedidos por el estandarte del Sagrado Corazón. Ese hecho heroico salva de una derrota total el cuerpo de ejército que él manda. El herido pasa la noche en el campo de batalla, con un frío de veinte grados bajo cero, fortalecido y consolado por la Virgen de Lourdes a la que contempla en su mente. « Gracias a la Virgen —dirá— aquellas horas, aun siendo largas, no pasaron sin consuelo. Aquellos sufrimientos fueron tan poco sentidos que ni siquiera conservé su recuerdo ». El general no recibirá auxilio hasta el mediodía del día siguiente.
Procedente de una familia originaria de Gascuña, Luis Gastón de Sonis nace en Pointe-à-Pitre (Guadalupe) el 25 de agosto de 1825. Su padre, Juan Bautista, entonces teniente de infantería, se ha casado con María Isabel Sylphide, cuyo apellido de soltera era Bébian, joven viuda que ya tiene una hija; tendrán cinco hijos. El joven Gastón crece en un ambiente familiar afectuoso. El esplendor de la naturaleza deja huella en él: «Acostado al fondo de la piragua…, con la cabeza mirando al cielo resplandeciente de estrellas… Fue entonces cuando Dios se mostró por primera vez a mi alma. Tendría unos seis años». En septiembre de 1832 el señor de Sonis vuelve a la metrópoli con Gastón, pero su madre se queda para encargarse de su anciano padre. «Abracé a mi querida madre —dirá Gastón— sin saber que sería por última vez». En efecto, pues ella había de morir en Pointe-à-Pitre en 1835. Gastón, que nunca regresó a Guadalupe, toma su primera Comunión a la edad de diez años: «Siempre creí firmemente que aquella primera Comunión había sido una bendición en mi vida» —escribirá. Se matricula en el colegio de Juilly, gestionado por los oratorianos, donde pasa tres años, distinguiéndose por su elegancia, devoción, sincero compañerismo y entusiasmo. A pesar de un primer fracaso, Gastón es admitido en la escuela militar de Saint-Cyr. En septiembre de 1844 su padre cae gravemente enfermo. El joven, cuya fe se ha enfriado, intenta impedir que un sacerdote visite a su padre, por miedo a que este pierda la voluntad de sobrevivir. Sin embargo, gracias a sus hijas, el enfermo puede recibir los sacramentos antes de morir. El padre Poncet, jesuita, reconforta a los hijos. «Nos habló así, durante largo rato —relatará Gastón—, y cada frase conllevaba… Desde el inicio mi corazón se había abierto de par en par… Cuando nos dejó, Jesucristo había recuperado la posesión de mi corazón».
En Saint-Cyr el joven debe luchar por conservar la fe en medio de un ambiente más bien antirreligioso. En 1846 elige la caballería en el Cadre noir (cuerpo docente de equitación) de Saumur. Por esa época realiza una jornada de recogimiento en la abadía de Solesmes, recientemente inaugurada por Dom Guéranger. No tiene vocación monástica, pero promete no negarle nada al divino Maestro: «No hay que regatear con Dios» —le gusta decir. En abril de 1848 es nombrado subteniente en el 5o Regimiento de Húsares, en Castres. En Saumur, ignorando las condenas de la Iglesia, había sido iniciado en la masonería, que le habían presentado como una sociedad benéfica. En Castres comprende hasta qué punto esa sociedad milita contra la Revelación cristiana. En el transcurso de una reunión se levanta educadamente y explica: «No puedo permanecer más tiempo en una asamblea donde se ataca a la religión que profeso… Cometí un error, así que, en adelante, no me consideréis como uno de los vuestros».
Un tesoro de bondad
Conoce a Anaís Roger, con la que se casa el 18 de abril de 1849 en Castres. « Éramos realmente un solo corazón y una sola alma —escribirá Anaís. El de mi amado Gastón era un tesoro de bondad y ternura, un corazón de exquisita sensibilidad, con un alma muy viril y de una increíble firmeza ». Gastón es trasladado enseguida a Bretaña, y después a París. El joven teniente queda embelesado por los sermones del padre dominico Lacordaire en la catedral de París : « Salía de Notre-Dame invadido por el amor de Dios y de la Iglesia ». En el mes de octubre de 1851, su familia, que cuenta entonces con dos hijos, se instala en Limoges. Gastón asiste todos los días a la Misa de las cinco de la mañana. Por la tarde, a menudo, realiza el vía crucis en la iglesia. Se apunta a las conferencias de San Vicente de Paúl y organiza carruseles de húsares o pide ropa en beneficio de los pobres.
En 1852 Luis Napoleón Bonaparte restaura el Imperio, pidiendo la aprobación del pueblo. El ejército se lo concede, pero Sonis, recordando el papel que éste había desempeñado en la insurrección de algunas ciudades de la Romaña contra Pío XI, se manifiesta en contra, aun a riesgo de su carrera: para él, en efecto, el honor prevalece sobre el interés. No obstante, después del plebiscito promete fidelidad al emperador. Suele realizar paseos a caballo con su esposa. Un día, derribado a causa de un movimiento enérgico de su montura, cae sobre una barrera y se lesiona gravemente en los riñones. Le administran los últimos sacramentos, pero gracias a Dios y a los cuidados de su esposa, logra sobrevivir. Transformado por aquella tribulación, su vida se convierte en un largo diálogo con Dios, mostrándose más atento con los demás. Instaura en Limoges la adoración nocturna del Santísimo. Invitado a una reunión donde, con motivo de una sesión improvisada de espiritismo, se hace girar una mesa, él rehúsa participar y se sienta en un rincón para leer el periódico. De hecho, a partir de ese momento la mesa permanece inmóvil…
Privarse de lo superfluo
e incluso de lo necesario
Su vida espiritual se basa en una estricta disciplina : « A pesar de ser militar, casado y padre de familia numerosa —dirá más tarde—, he conocido poco el mundo ; me he abstenido de los espectáculos y, si he merecido el reproche de haber vivido casi como un monje, bendigo al cielo por ello… ». Su esposa atestiguará : « Mi marido intentaba animarme a caminar con él por vías más perfectas, pues amaba mi alma más que cualquier otra cosa en este mundo. Algunas veces, y me sonrojo al decirlo, su devoción me hacía sentir una especie de celos. Mi excelente marido me lo reprendía dulcemente, diciéndome que no debía estar celosa de Dios, que cuanto más lo amáramos, más duradero sería nuestro afecto mutuo ». Gastón da a sus hijos una intensa educación cristiana, encaminándolos a la bondad : « Que mis hijos sean generosos con los pobres. La limosna purifica de todo pecado (cf. Tb 12, 9). Que sepamos privarnos de todo lo superfluo y a veces de lo necesario, para alcanzar el gozo de dar limosna ». Como oficial es atento con sus hombres, les aconseja, les consuela a veces. Su ejemplo reconduce a muchos de ellos a la práctica religiosa.
En mayo de 1854 Sonis es promocionado como capitán del 7o de Húsares, debiendo desplazarse a Argelia. La nueva separación de su familia le rompe el corazón. Los paisajes desiguales de la costa argelina, así como la Cabilia y el Atlas le entusiasman: «¡Qué pequeño me veo en presencia de esta gigantesca naturaleza! Nunca había sentido tan claramente mi pequeñez, pero tampoco había esperado tan claramente en la infinita misericordia de ese Dios que nos ha hecho tan pequeños para incitarnos a alzarnos hacia Él». Sin embargo, sufre de no hallar otra cosa que impiedad entre los colonos y en la administración. Los sacerdotes padecen trabas en su acción y se les impone el silencio frente a las poblaciones locales. «El único medio de reforzar la conquista —afirma— es mostrar a esta raza árabe, para quien la religión lo es todo en el hombre, que no está tratando con vencedores sin fe y sin culto». San Charles de Foucauld desarrollará un argumento análogo. Gracias a sus cualidades de jefe y de cristiano, Sonis es respetado por todos, incluidos los árabes, cuya lengua aprende. Después de un retiro espiritual en la Trapa de Staouëli, instaura en Argel la adoración nocturna. En mayo de 1859 lo llaman a participar en la campaña de Italia emprendida por Napoleón III para apoyar al rey Víctor Manuel II contra Austria. Aunque no aprueba esa expedición se incorpora a ella cumpliendo su deber, distinguiéndose en Solferino por su valor y su mérito militar. Después de la batalla visita a los heridos. Recibirá la Legión de Honor por hechos de armas, pero deplorará los numerosos muertos de ese combate, así como haber favorecido indirectamente el progreso de la Revolución; de hecho, el rey de Italia se apoderará pronto de los Estados el Papa.
« ¡ Que mi padre os ame mucho más ! »
Sonis es nombrado entonces comandante, jefe de escuadrones en el 2o de Spahis. En diciembre de 1859 puede reencontrarse con su familia durante un permiso de cuatro meses. Lo aprovecha para agregarse a la Tercera Orden del Carmen. Enseguida regresa a Argelia, con su esposa y sus seis hijos. Sigue los acontecimientos de la guerra de Italia, escribiendo a sus amigos que, si no tuviera que alimentar a su familia, se uniría a los zuavos pontificios, reclutados para defender al Sumo Pontífice. Escribe a su hijo Gastón, que entonces se hallaba en un internado junto a su hermano menor Enrique : « Quiero que vuestra oración por mí sea esta : “¡ Dios mío, haced que mi padre os ame cada día más !”… Queridísimos hijos, es un gran sacrificio para mí tener que vivir lejos de vosotros. Pero esta pena, como todas las demás, la pongo al pie de la Cruz de nuestro divino Maestro ». En 1861 es trasladado al oasis de Laghouat, en los confines del desierto. Destina al Santísimo su primera visita, la segunda al sacerdote que allí sirve y la tercera a las comunidades religiosas. Al enterarse de una matanza de civiles en Djelfa, parte inmediatamente y sorprende a los asesinos al amanecer. Reúne un consejo de guerra y manda castigar a los culpables. Ese hecho, amplificado por los que se oponen al ejército, arruina su carrera. Lo apartan nombrándolo comandante en Saïda, y él obedece sin replicar, llevando consigo a su mujer, que espera su séptimo hijo. Su vida espiritual sigue siendo intensa : « He retomado en estos últimos tiempos los Ejercicios de san Ignacio, y todavía estoy en la meditación fundamental. Ahí está el fundamento y, si Dios me ayuda, en eso apuntalaré el resto de mi vida ». El 15 de junio de 1864 los Sonis pierden a su pequeña Marta Carmen, de tres años de edad.
En 1865 Napoleón III desembarca en Argel y pide un oficial de mérito para guiarlo. Solicitado para ello, Sonis declina el ofrecimiento. Sin embargo, en junio del mismo año es ascendido a teniente coronel del 1o de Spahis en Laghouat, de donde había sido apartado cuatro años antes. El sur de Argel está en llamas y los asesinatos se cuentan por centenares. Aunque con dificultades, consigue pacificar la región durante varios años. En enero de 1867 su hijo Enrique, de catorce años, le pide permiso para alistarse en los zuavos pontificios. Él responde: «Aún no me habías dicho que amabas a Dios con pasión, que todo lo que es noble y bello podía hacer estremecer tu joven alma y elevarla a grandes alturas. Sí, te permito que partas a Roma… Hijo mío, vas a servir a la mayor causa que hay en la tierra, ya que es la del Vicario de Jesucristo».
¿ Dónde está la felicidad ?
La población argelina sufre de hambre y de cólera. Sonis se implica lo mejor que puede. Escribe a la condesa de Sèze : « Nuestras penas son muy ligeras en comparación con las que soportan con tanto valor esos desafortunados musulmanes. Rece para que Nuestro Señor ilumine sus tinieblas, pues no hay duda de que, una vez sea cristiano, este pueblo será destinado a servir a Dios de un modo muy distinto a esas naciones bastardas de Europa que carecen de fe y de valor ». Escribirá además : « No sé dónde está la felicidad si no es en el amor de Dios ». « La mayor pobreza de los pueblos es no conocer a Jesucristo » —dirá santa Teresa de Calcuta.
En 1869 la familia de Sonis acoge a su decimosegundo y último hijo: Filomena; Gastón envía a su esposa a reposarse en Francia y a supervisar los estudios de sus hijos. «Las amadas almas de mis hijos son el pan de cada día de mi pensamiento… Por ellas rezo, trabajo y medito». El mariscal de Mac-Mahon, entonces gobernador de Argelia, le anuncia con alegría la probabilidad de una guerra contra Prusia. Cuando todos los oficiales aplauden, Sonis declara que no están preparados ni moral ni materialmente. Habiendo constatado las carencias del ejército, informa de ello con lealtad a pesar de la propaganda oficial. La guerra estalla el 28 de julio de 1870. Los franceses encadenan las derrotas y el emperador cae prisionero en Sedán. Después de órdenes y contraórdenes, Sonis, convertido en general de brigada, es avisado de que debe mandar el 17o cuerpo de ejército. Pronto le asignan un cuerpo de élite de antiguos zuavos pontificios, mandado por el coronel de Charette. El señor Dupont, el “hombre santo” de Tours, les envía un estandarte que lleva esta divisa: «¡Sagrado Corazón de Jesús, salvad a Francia!».
El 23 de noviembre un ejército prusiano mandado por el gran duque de Mecklembourg ataca los alrededores de Orleans. El 2 de diciembre, primer viernes de mes a las tres de la madrugada, con un grupo de zuavos pontificios, Sonis comulga en la Misa que oficia el capellán. Llamado de urgencia en ayuda del general Chanzy, que manda el 16o cuerpo de ejército, cuyos efectivos móviles van en desbandada, Sonis acepta tomar el mando en su lugar. Tras replegarse los prusianos en Loigny, Sonis comprende que debe recuperar la población, pues se trata de una posición esencial. Ordena a uno de sus generales, cuya división está cerca, que se una a él, pero este no acudirá. Además, los soldados de su tropa también huyen, por lo que manda desplegar su estandarte y se lanza para expulsar a los prusianos de Loigny. Lo relatará así: «Trescientos zuavos se habían lanzado conmigo. El objetivo que pretendía con ellos era solamente uno: producir un gran efecto moral capaz de arrastrar al deber a una tropa desmoralizada. Yo mismo fui herido de un tiro en el muslo a bocajarro. Perdí la fuerza para sostener el caballo y grité a mi oficial ayudante de campo: “Amigo, tómeme en sus brazos; ¡ya basta por hoy!”. Me dejó en el suelo… Me encontré allí, solo, inmóvil, acostado en el suelo y sobre la nieve. A mi alrededor yacían nobles víctimas que no habían escatimado en dar su vida, sino que la habían entregado libremente por la gran causa de la patria y del honor». Sonis anotará más tarde: «Si todos hubieran cumplido con su deber, nos habríamos apoderado de Loigny».
El general de Sonis cumplió con su deber. El relator de la comisión de investigación, reunida en agosto de 1871, atestiguará que Sonis, al detener los progresos del enemigo, preservó el 16o cuerpo de ejército (el de Chanzy) de una derrota inminente, salvando la artillería de su 17o cuerpo: «La batalla de Loigny —añadirá— ocupará un lugar eminente en nuestros anales militares». El 4 de diciembre Sonis sufre la amputación a la altura del tercio superior del muslo; su otro pie está congelado y hay que legrarlo para evitar la gangrena. Permanecerá cuarenta y cinco días sin dormir, sufriendo lo indecible… Tras diecinueve días de búsqueda, por fin su esposa consigue encontrarlo, mostrándose un consuelo para todos los heridos de Loigny. El 22 de marzo, tras la firma del armisticio, el general regresa a Castres. En octubre de ese mismo año 1871, Thiers, jefe provisional del Estado, lo pone a la cabeza de la 16a división militar de Rennes. A pesar de su invalidez y de los sufrimientos que ello le ocasiona, Sonis vuelve a cabalgar y da pruebas en su trabajo de una gran solidez profesional que provoca la admiración de los demás oficiales.
Como el grano de arena oscura
El 2 de diciembre de 1871, encontrándose en París, el general pide al padre du Lac que le encierre en su capilla para rezar, con la siguiente explicación : « En el campo de batalla de Loigny hice la promesa al Sagrado Corazón de que, en adelante, pasaría esa noche de aniversario en adoración ». Su vida interior es un fiel eco de una plegaria escrita de su puño y letra que se hallará junto a él cuando muera : « ¡ Dios mío ! Heme aquí ante vos, pobre, pequeño, desprovisto de todo. Nada soy, nada tengo, nada puedo… ¡ Vos sois mi todo, sois mi riqueza ! ¡ Dios mío ! Os doy las gracias por haber querido que no fuera nada ante vos… Os doy las gracias por las decepciones, por las injusticias, por las humillaciones. Reconozco que las necesitaba… ¡ Oh, Dios mío ! Bendito seáis cuando me ponéis a prueba… Anuladme siempre cada vez más. Que yo sea en el edificio, no como la piedra labrada y pulida por la mano del obrero, sino como el grano de arena oscura, robado al polvo del camino… Nada lamento, salvo no haberos amado lo suficiente. Nada deseo, salvo que se cumpla vuestra voluntad ». Se encarga de sus hijos y les imparte clase. « ¡ Qué felicidad —escribe— poder moldear esas jóvenes almas para el Cielo, así como preparar para los combates del mundo a esos jóvenes corazones cristianos ! Preferiría verlos morir en la miseria que saberlos impíos o incluso indiferentes ». En 1872 su hija mayor María entra en el convento del Sagrado Corazón. Los tres hijos mayores del general debutan en la carrera militar y van a casarse. Sonis cuida a sus esposas como si fueran sus propias hijas. En 1873, como consecuencia de una caída del caballo que le fractura la pierna sana, queda inmovilizado durante cuarenta días, sufriendo de ello largo tiempo.
Una vieja amiga
En marzo de 1880 es trasladado a Châteauroux y puesto al mando de la 17a división, bajo las órdenes del general de Gallifet. Este multiplica hacia él las atenciones y las señales de veneración, consiguiendo su nombramiento como oficial de la Legión de Honor. Jules Ferry, político masón y por entonces ascendido a la dirección de la Instrucción Pública, prepara un proyecto de ley que excluye de la enseñanza a los miembros de las congregaciones religiosas no autorizadas. En noviembre siguiente se pone en marcha la expulsión de los religiosos, con el apoyo del ejército. El general de Sonis no quiere participar en esa operación y solicita al ministro de la Guerra que lo releve de su mando : « Cuando ingresé en el ejército sacrifiqué mi vida —le escribe—, pero no pretendí hacer lo mismo con mi honor ». El ministro lo suspende entonces de sus funciones, y Sonis abandona la residencia militar por un paupérrimo alojamiento en Châteauroux : « Debo sacrificar mi bienestar a cambio de mi honor de cristiano —escribe. La pobreza es una vieja amiga ». Sin embargo, continúa recibiendo a sus amigos con exquisita amabilidad. A propósito de la Providencia anota : « Mientras Dios me daba una familia numerosa, jamás dudé de que acudiría en mi auxilio de una manera del todo sobrenatural ».
En mayo de 1881 el general de Gallifet conmina al ministro de la Guerra para que nombre a Sonis inspector general permanente de la caballería. Este acepta el puesto, pues le proporciona independencia de la política, y se instala de nuevo en Limoges, donde sigue bien viva la adoración nocturna que fundó. «Me hizo feliz retomar mi puesto en la guardia de honor de Nuestro Señor. Me consuela el relato del Evangelio de aquel que, a falta de poderosos y ricos, invita al festín de boda a los pobres, a los cojos y a los tullidos como yo». En mayo de 1882, no pudiendo ya montar a caballo y agotado, solicita su jubilación. Abandona Limoges para ir a París el 1 de febrero de 1883. El Evangelio y la Vida de Jesucristo de Ludolfo el Cartujo son sus principales objetos de estudio. El 14 de agosto de 1887, al verlo tan débil, su esposa llama a un médico y a un sacerdote. Sonis se confiesa y toma la Comunión en su alcoba. Al día siguiente, día de la Asunción, recibe los últimos sacramentos con total lucidez, entra en una larga agonía y entrega dulcemente su alma a Dios. «María está situada en el umbral de la eternidad para inspirar confianza a quienes deban traspasarlo» —había dicho a los moribundos de Loigny. A petición suya una simple piedra adorna su tumba, con la inscripción “Miles Christi” (soldado de Cristo). Reposa en la cripta de la iglesia de Loigny-la-Bataille, junto a la tumba del general de Charette y del osario que contiene las osamentas de los 1.200 soldados caídos en Loigny. El cuerpo de Sonis, exhumado en 1929, se encontró intacto. Su proceso de beatificación está en curso.
«Creemos firmemente —afirma el Catecismo— que Dios es el Señor del mundo y de la historia. Pero los caminos de su providencia nos son con frecuencia desconocidos… En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm 8, 28). El testimonio de los santos no cesa de confirmar esta verdad: santo Tomás Moro, poco antes de su martirio, consuela a su hija: “Nada puede pasarme que Dios no quiera. Y todo lo que Él quiere, por muy malo que nos parezca, es en realidad lo mejor”» (CEC, núm. 314, 313).
Siguiendo al general de Sonis, como cooperadores de la voluntad divina y sostenidos por la gracia, entremos deliberadamente en el plan divino, mediante nuestros actos y oraciones, pero también mediante nuestros sufrimientos.
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