21 de Junio de 2023

Santa Dulce de los Pobres

Muy estimados Amigos,

Después del nacimiento de su segundo hijo, Gabriel, el 11 de enero de 2001, Claudia Cristina dos Santos es víctima de una grave hemorragia, en la maternidad San José de Sergipe (Brasil). Se forma una cadena de oración para pedir la intercesión de la beata sor Dulce, de quien han entregado a la enferma una pequeña reliquia. De súbito, cesa la hemorragia. El doctor Sandro Barral, uno de los miembros del comité científico que analizó el hecho, afirma : « Nadie podría explicar la causa de esa mejoría, de manera tan rápida y en un estado tan desfavorable ».

Santa Dulce de los PobresMauricio, de 22 años de edad, originario de San Salvador de Bahía (Brasil), pierde por completo la vista como consecuencia de un glaucoma. Catorce años después, en 2014, aparece una conjuntivitis. Tomando entonces una imagen de sor Dulce, se la pone con fe sobre los ojos para aliviar el dolor. «Cuando me desperté —dirá— empecé a verme la mano. Comprendí que sor Dulce había realizado un milagro. Me dio mucho más de lo que yo había pedido, pues ¡recobré la vista!».

Estos dos milagros, reconocidos por la Iglesia, sirvieron para la beatificación y canonización de sor Dulce.

María Rita de Sousa Brito Lopes Pontes nace el 26 de mayo de 1914 en San Salvador de Bahía (Brasil). A principios del siglo xx prosperan allí la industria y el comercio, aunque el número de pobres es considerable. María Rita es hija de Augusto Lopes Pontes y de Dulce María de Souza. El padre es dentista y profesor en la universidad. La madre es una católica ferviente, y el ambiente de la casa se halla impregnado de fe. María Rita es una niña llena de alegría a quien le gusta jugar con muñecas y también con cometas. Solamente tiene siete años cuando su madre muere como consecuencia de su sexto parto; el bebé muere también unos días después. Las dos hermanas mayores, que no están casadas, acuden a encargarse de los tres más jóvenes. Al año siguiente María Rita hace la primera Comunión.

La portería de san Francisco

En 1924 Augusto Lopes se vuelve a casar con una mujer que da muestras de gran afecto hacia los hijos de su marido, naciendo otros dos de esas nupcias. A los trece años, María Rita se apasiona por el fútbol, de tal forma que el castigo que más teme es la prohibición del encuentro deportivo dominical. Por la misma época María Rita se encariña con su tía Magdalena, que es miembro de una cofradía laica dedicada al Sagrado Corazón y que se entrega a obras sociales. La adolescente la acompaña por los barrios pobres de la ciudad, donde son habituales la ignorancia religiosa y la fe mezclada con el paganismo. María Rita se compromete a favor de los pobres, trayéndoles alimentos y ropa, y a veces curándolos. Manifiesta entonces el deseo de hacerse religiosa y adquiere la costumbre de asistir cada día a Misa. Ante ese entusiasmo, su padre le dice bromeando : « ¡ Mi hija casi está con las franciscanas ! ». Él mismo participa, como bienhechor, colaborador y miembro del consejo de dirección, en una obra social para obreros en uno de los barrios más pobres. Con el consentimiento de la familia y el apoyo de su hermana, Dona Dulcinha, María Rita transforma la casa familiar en un centro de cuidados para personas necesitadas, que pronto será conocido con el nombre de “Portería de san Francisco”.

María Rita se dirige un día a las religiosas para que la admitan, pero le ponen como impedimento que es demasiado joven. Su padre, que desea casarla, no se inquieta en absoluto, pues ve en ello un capricho pasajero de adolescente. A la edad de quince años, al final de su primer curso en la escuela normal, la joven escribe de nuevo a la superiora del convento, pero sin mayor éxito. Entonces su padre toma en serio esa decisión, pero declara que no le permitirá ser religiosa antes de finalizar sus estudios de maestra, tres años después. Al alcanzar ese plazo, María Rita conoce a un sacerdote franciscano, el padre Hildebrand Kruthaup (1902-1986), que será el primero de una larga lista de sacerdotes que le servirán de guías. Nacido en Alemania, ese religioso había sido enviado a Brasil en 1924 junto a otros compañeros para restaurar la Orden de san Francisco. Guiada y recomendada por él, María Rita ingresa, en 1933, en la congregación de las “Hermanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios”, una rama de la Orden Franciscana, en San Cristóbal, estado de Sergipe, a 400 km de Bahía. María Rita ha conseguido el título de maestra y su padre le ha dado el consentimiento.

Después de haber vivido en la agitación de San Salvador, María Rita se sumerge verdaderamente en el silencio, acogiendo con gozo y en la fe ese nuevo género de vida, y comportándose como una joven discreta. No obstante, no consigue realizar las tareas y las coladas sin ensuciarse los hábitos, por lo que recibe las reprimendas de la maestra de novicias. Aunque es la única con título universitario entre las aspirantes a la vida religiosa, sigue humildemente las clases, como las demás. Después de su tiempo de postulanta, recibe el hábito religioso con el nombre de sor Dulce, en memoria de su madre. Su modelo es santa Teresita de Lisieux y, como ella, la joven novicia se esfuerza en realizar cada acto ordinario con amor. Profesa sus primeros votos el 15 de agosto de 1934. Tiene veinte años, pero echa en falta el contacto con los pobres.

El buen ángel de Bahía

La nueva hermana es enviada a un colegio de la congregación, a San Salvador, para impartir clases. A pesar de sus esfuerzos, no consigue interesar a sus alumnas, ni tampoco evitar los alborotos : esa no es su vocación. En septiembre de 1935 entra a trabajar en el hospital español de San Salvador, en compañía de otras dos monjas. Durante los cuatro meses que permanece allí, trabaja como auxiliar de enfermería, en la recepción y como responsable de radiografía. Sabe conjugar cuidados médicos y asistencia espiritual a los enfermos y a sus familias. Más tarde, en 1941, seguirá cursos de farmacia. A partir de ese año 1935 se propone asistir a la comunidad pobre de Alagados, que vive en un grupo de casas sobre pilotes. Realiza visitas a los obreros, reza con ellos y regala alimentos y medicamentos a los familiares desfavorecidos, animándolos a cumplir con sus obligaciones religiosas. Recibirá el nombre de “el buen ángel de Bahía”. Como quiera que esas visitas se denuncian al arzobispo, monseñor Álvaro da Silva, como inconvenientes, ya que los hombres van vestidos con pantalones cortos, la religiosa es convocada al arzobispado. Ella se justifica fácilmente y demuestra también que no perturba en absoluto el trabajo : « Sólo visito las fábricas a la hora de la comida, pues es el único momento en que los patronos me lo permiten ».

En 1936 funda, con el padre Hildebrand, el primer movimiento obrero de la ciudad, con el objetivo de organizar la solidaridad y unir a los trabajadores en la fe cristiana: la Unión Obrera de san Francisco. No se trata de reivindicaciones sociales, sino de mejorar en concreto las condiciones de vida. La financiación de la Unión procede de los patronos y de las personas ricas de la ciudad que participan también en las actividades. Contra la lucha de clases que fomentan los marxistas, la Unión propone la colaboración entre los diferentes componentes de la sociedad. Rápidamente el movimiento atrae el odio de los comunistas, que ven en ello, con razón, una fuerza opuesta a la suya.

En la encíclica Rerum novarum del 15 de mayo de 1891, el Papa León XIII afirmaba: «Es un error capital suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo. Hasta tal punto es esa afirmación irracional y falsa que la verdad se halla en una doctrina absolutamente opuesta… En primer lugar, toda la doctrina de la religión cristiana, de la cual es intérprete y custodio la Iglesia, puede grandemente arreglar entre sí y unir a los ricos con los proletarios, es decir, llamando a ambas clases al cumplimiento de sus deberes respectivos y, ante todo, a los deberes de justicia» (núm. 14-15). San Juan Pablo II añadirá, en la encíclica Centesimus annus del 1 de mayo de 1991: «Lo que se condena en la lucha de clases es la idea de un conflicto que no está limitado por consideraciones de carácter ético o jurídico, que se niega a respetar la dignidad de la persona en el otro y por tanto en sí mismo, que excluye, en definitiva, un acuerdo razonable y persigue no ya el bien general de la sociedad, sino más bien un interés de parte que suplanta al bien común y aspira a destruir lo que se le opone» (núm. 14).

¡ Con el amor todo se supera !

En 1938 la Unión se convierte en el “Círculo de los Obreros de Bahía” (COB). La mayor parte de los inscritos son pobres, con frecuencia analfabetos. Mediante una modestísima aportación mensual, el Centro les proporciona cuidados médicos y dentales, así como posibilidades de esparcimiento. Pronto habrá cursos y talleres de formación. El Centro ayuda también económicamente a las familias necesitadas. La asociación está presidida por un laico, y el padre Hildebrand es el asistente eclesiástico. Sor Dulce no tiene funciones oficiales, pero trabaja intensamente. Incluso recluta a su propio padre, que ofrece cuidados dentales gratuitos y sirve de intermediario ante las autoridades civiles y eclesiásticas. Sor Dulce está convencida de que con el amor se superan todos los obstáculos y se aceptan todos los sacrificios. Es ese estado de espíritu el que la hace fortalecer sus iniciativas para aliviar las miserias. El crecimiento del COB es prodigioso : hacia 1950 contará con 25.000 miembros, lo que representa una verdadera fuerza de progreso social en la ciudad.

San Juan Pablo II recordará: «El derecho natural del hombre a formar asociaciones privadas ocupa un lugar destacado… lo cual significa ante todo el derecho a crear asociaciones profesionales de empresarios y obreros, o de obreros solamente. Esta es la razón por la cual la Iglesia defiende y aprueba la creación de los llamados sindicatos, no ciertamente por prejuicios ideológicos, ni tampoco por ceder a una mentalidad de clase, sino porque se trata precisamente de un derecho natural del ser humano» (ibíd. núm. 7). El derecho de asociación permite que el ciudadano individual pueda defender su dignidad como persona, especialmente frente a la arbitrariedad del Estado y de los poderes del dinero. Su supresión en Francia, mediante la ley Le Chapelier (1791), supuso la aparición del proletariado, territorio favorable a la eclosión de la lucha de clases y del comunismo. Como recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, el bien de las personas es el principal objetivo de toda la actividad económica: «El desarrollo de las actividades económicas y el crecimiento de la producción están destinados a satisfacer las necesidades de los seres humanos. La vida económica no tiende solamente a multiplicar los bienes producidos y a aumentar el lucro o el poder; está ordenada ante todo al servicio de las personas, del hombre entero y de toda la comunidad humana» (CEC, núm. 2426).

En un gallinero

En 1939 sor Dulce abre el colegio San Antonio, en un barrio popular de San Salvador, para ofrecer una educación tanto a los obreros, por la tarde, como a sus hijos, por la mañana. Una tarde de ese mismo año, mientras trabaja en el Círculo, un joven de unos quince años se presenta ante ella, temblando de fiebre y hambriento. Tose mucho y pide ayuda : « ¡ Hermana, no me deje morir en la calle ! ». Al no poder acogerlo en otro lugar, sor Dulce lo lleva a una casa abandonada de un barrio pobre denominado “la isla de las ratas”, donde lo instala y le proporciona cuidados y medicamentos. Los días siguientes ocupa otras casas con enfermos procedentes de la calle. Para ello consigue ayuda de personas de la alta sociedad. A continuación, las quejas de los vecinos provocan la expulsión de sus protegidos, por lo que debe instalarlos en un viejo mercado de pescado, o bien bajo los arcos de un viaducto, pero el ayuntamiento le informa de que no tiene autorización para ello. Con habilidad, sor Dulce consigue retrasar la ejecución de las órdenes de desalojo, llegando incluso a enfrentarse al prefecto. Diez años más tarde, en 1949, consigue que su superiora le conceda permiso para usar el gallinero del convento, que transforma en hospicio improvisado para las setenta personas que tiene a su cargo. Son unas barracas donde se guardan las gallinas. Cuando la superiora le pregunta por las gallinas, la monja responde que han servido para alimentar a sus pobres… La proximidad del convento permite a sor Dulce velar mucho mejor por sus pobres, y los enfermos no tienen la impresión de estar abandonados cuando entra en la clausura. Ese es el origen del hospital San Antonio. Cuando uno de sus enfermos está a punto de morir, ella procura darle la oportunidad de confesarse. A veces debe enterrar los cuerpos de las personas muertas en la calle, para lo cual recibe la ayuda de las monjas del convento, y a veces de jóvenes del colegio San Antonio.

Sor Dulce contrae tuberculosis; tiene treinta y cinco años. El sobreesfuerzo y su negligencia a la hora de cuidarse seriamente agravan la enfermedad. Sin embargo, acepta pasar cuarenta y cinco días en un convento habilitado como sanatorio, pero seguirá teniendo importantes dificultades respiratorias. Cualesquiera que sean sus tareas, ella permanece fiel al Rosario y pocas veces se duerme antes de haber recitado las quince decenas. Considerando que la gracia de Dios es más importante que sus esfuerzos, se dedica a una oración continua. Yo soy la vid; vosotros los sarmientos —dice Jesús. El que permanece en mí como yo en él, ése da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada (Jn 15, 5).

Durante la Segunda Guerra Mundial los submarinos alemanes provocan a menudo víctimas a lo largo de las costas brasileñas. En 1942, por presión popular, Brasil declara la guerra a Alemania. El arzobispo debe destituir de sus cargos a todos los sacerdotes alemanes que trabajan en la diócesis. El padre Hildebrand, obligado a abandonar el COB, es sustituido por un franciscano brasileño. Ello provoca un exceso de trabajo para sor Dulce, a la cual se acude cada vez más. Molesta por la creciente participación de esta en la vida administrativa del COB, su superiora le prohíbe que se implique en ello. Pero son muchas las personas que recurren directamente a ella, por lo que debe continuar sus actividades caritativas. Gracias a su facilidad para establecer contactos personales, es la principal fuente de ingresos del Centro: realiza verdaderas campañas para conseguir fondos y, en 1946, consigue ayudas económicas de personas importantes y de grandes sociedades. El padre Hildebrand había conocido, en 1941, a un joven ingeniero alemán llamado Norbert Odebrecht, hijo de un emigrante alemán empresario de la construcción. Norbert se convierte en un preciado auxiliar para sor Dulce, sobre todo porque consiguen una nueva sede para el COB, con espacios sanitarios mucho más amplios y una escuela.

« ¡ Mi patrono es exigente ! »

El aumento de la población de San Salvador supone la aparición de las primeras chabolas, “favelas” en portugués. Sor Dulce las visita, buscando poner remedio a las necesidades más urgentes. En 1950 empieza a ayudar a los detenidos de una prisión, mejorando sus condiciones de higiene. Entre 1952 y 1956 sor Dulce ejerce el cargo de superiora de su convento de San Antonio. A partir de 1954 sus dificultades respiratorias la obligan a dormir sentada, pero ella sabe que el sufrimiento que se ofrece atrae gracias de Dios. Cuando le recuerdan la brevedad de sus tiempos de descanso, ella responde : « ¡ Mi Patrono es exigente ! ».

En 1959, diversas obras de caridad de San Salvador de Bahía procedentes de las iniciativas de la hermana son reagrupadas bajo el nombre de “Obras sociales de la hermana Dulce” (OSID), reconocida como asociación humanitaria por las autoridades brasileñas y cuyo núcleo central es el hospital San Antonio, convertido en un centro moderno de 150 camas. Por aquella época la hermana recibe una ayuda gubernamental norteamericana, ya que su obra es reconocida como un poderoso punto de apoyo contra el comunismo. Ante la afluencia de los más necesitados, sus obras se amplían, de tal modo que son numerosos los voluntarios que se unen a ella. En 1984 fundará el Instituto de las Hijas de María, Siervas de los Pobres, para ayudarle en sus obras.

En aquel momento son diversas las corrientes de pensamiento que agitan la Iglesia en Brasil, una de las cuales es la “Teología de la liberación”. Varias personas intentan atraer a sor Dulce a esa ideología, pero ella permanece siempre fiel a la enseñanza de la Iglesia, lo que le vale muchas contradicciones. En 1964 la hermana inaugura el Centro Educativo San Antonio (CESA), en Simões Filho, para acoger a niños sin familia. La granja donde se ha instalado la CESA ha sido donación del gobierno. Ese mismo año se jubila el cardenal Álvaro da Silva, el principal apoyo de sor Dulce, siendo nombrado administrador de la diócesis el padre Eugenio Sales. Algunas religiosas temen la bancarrota de su Instituto con motivo de las empresas de la hermana, y creen que estas no son conformes al carisma del Instituto. Monseñor Sales, que aprecia a sor Dulce y a sus pobres, obtiene de Roma para ella un indulto de exclaustración de su comunidad y se lo impone. De ese modo puede continuar sus obras, que ya no son responsabilidad de su Instituto, pero conservando el hábito religioso. En concreto, son las demás monjas las que abandonan San Antonio para agruparse en otra casa, dejando sola a sor Dulce; esa situación le permite continuar encargándose de la escuela, del hospital y de sus pobres.

San Antonio se convierte entonces en un anexo de las OSID. A pesar de esa sorprendente situación, la superiora local y sor Dulce continúan manteniendo correspondencia por escrito con cortesía. En 1969, tras la muerte del cardenal Álvaro da Silva, monseñor Eugenio Sales se convierte en arzobispo de San Salvador y manda prolongar la exclaustración de la hermana. En 1970 se abre un nuevo edificio, que supone duplicar la capacidad del hospital hasta llegar a 300 camas. Sin embargo, a veces hay conflictos entre sor Dulce y los médicos, pues ella desea que se admita a todos los solicitantes; en contrapartida, ellos sostienen que, más allá de cierto número, hay demasiados riesgos de contagio. En 1974 se inaugura un nuevo pabellón del hospital, reservado únicamente a las personas discapacitadas.

Los que nadie quiere

En 1976, gracias al nuevo arzobispo de San Salvador, sor Dulce queda por fin plenamente integrada en su congregación religiosa, y completamente absuelta de la acusación de desobediencia. Pero su salud se degrada : además de una capacidad respiratoria limitada a un tercio de lo normal, se le declaran sucesivas neumonías. Sin embargo, su preocupación sigue siendo el cuidado de los pobres, sobre todo de aquellos a los que nadie quiere. Sor Dulce y la madre Teresa de Calcuta se conocen en 1979 en San Salvador ; al año siguiente, con motivo de su primer viaje apostólico a Brasil, el Papa Juan Pablo II visita a la hermana. A pesar de algunos incidentes cardíacos, ella prosigue sus múltiples actividades. En 1990 es hospitalizada durante dieciséis meses. En 1991 sufre convulsiones con fiebre constante. Entre una crisis y otra solamente puede expresarse mediante gestos. Con frecuencia cae en coma. En octubre de 1991 recibe nuevamente, en su lecho de enferma, la visita de san Juan Pablo II, con motivo de su segundo viaje apostólico a Brasil. En noviembre, una osteoporosis avanzada le provoca una fractura de fémur. Los últimos días de su vida transcurren en coma. Muere el 13 de marzo de 1992, a la edad de 77 años, en la parte hospitalaria de su convento de San Antonio. Su cuerpo, exhumado en 2008 para ser trasladado a la catedral de San Salvador, se halló intacto. Sor Dulce fue canonizada el 13 de octubre de 2019 por el Papa Francisco, bajo el nombre de santa Dulce de los Pobres. Su herencia comprende una red de hospitales y de centros de cuidados médicos de muy buena reputación, reservados a los más desfavorecidos, y varios centros de ayuda social. En la actualidad más de 5 millones de personas se benefician de ello cada año.

«Cada vez que podáis, hablad de amor y con amor a alguien. Es bueno para los oídos del oyente y para el alma del orador» —decía santa Dulce de los Pobres. ¡Que esa recomendación sea para nosotros una regla en nuestras relaciones mutuas!

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