12 de Octubre de 2020

Don Francisco da Cruz

Muy estimados Amigos:

En la festividad del Sagrado Corazón, el 3 de junio de 2016, jornada especialmente consagrada a los sacerdotes durante el Jubileo extraordinario de la Misericordia, el Papa Francisco subrayaba : « Los tesoros irremplazables del Corazón de Jesús son dos : el Padre y nosotros. Él pasaba sus jornadas entre la oración al Padre y el encuentro con la gente… También el corazón de pastor de Cristo (el sacerdote) conoce sólo dos direcciones : el Señor y la gente. El corazón del sacerdote es un corazón traspasado por el amor del Señor ; por eso no se mira a sí mismo —no debería mirarse a sí mismo— sino que está dirigido a Dios y a los hermanos. Ya no es un “corazón bailarín”, que se deja atraer por las seducciones del momento, o que va de aquí para allá en busca de aceptación y pequeñas satisfacciones. Es más bien un corazón arraigado en el Señor, cautivado por el Espíritu Santo, abierto y disponible para los hermanos ». La historia de la Iglesia nos muestra innumerables sacerdotes de vida ejemplar. El siervo de Dios Francisco da Cruz edificó Portugal con su vida de entrega a Dios y a las almas.

Don Francisco da Cruz Francisco da Cruz nace el 29 de julio de 1859 en Alcochete, cerca de Lisboa (Portugal). Su padre dirige un negocio floreciente de madera y posee tierras explotadas por arrendatarios. Su madre se dedica al hogar, que cuenta ya con María de la Piedad, Manuel y José cuando nace Francisco ; a éste seguirán Antonio e Isabel. En la casa da Cruz se practica la religión con fervor y, a la edad de nueve años, Francisco confiesa con toda naturalidad a sus padres que desea ser sacerdote. Sin embargo, en Portugal y en aquella época sopla un viento de anticlericalismo triunfante. Las sirenas de la ciencia, que aportan prosperidad y felicidad al mundo sin preocuparse por Dios, encandilan entonces a la humanidad. En octubre de 1875, Francisco entra en la Facultad de Teología de la Universidad de Coímbra. Si bien es verdad que sigue seriamente sus estudios, su devoción no va más allá de lo que la Iglesia requiere estrictamente : la Misa dominical, la Confesión y la Comunión una vez al año. Su deseo de ser sacerdote no le impide entregarse a los placeres de la vida, pues le gustan la caza, los juegos, la buena mesa y los buenos puros, y no se priva de ello. Canta maravillosamente temas románticos, por lo que atrae la atención de las jóvenes, aunque evita las ocasiones que se le presentan de ofender gravemente a Dios, sin por ello resistirse a los malos pensamientos, como confesará más adelante. Su madre se preocupa por él, reforzando el rezo de los rosarios en su intención.

Durante las vacaciones en familia, para entrenarse en la caza Francisco dispara su carabina contra los gorriones del patio. No ha visto a su joven primo, que está acostado sobre la hierba a la sombra de un matorral. Un perdigón de plomo le da en el ojo, dejándolo tuerto. Afectado por la tristeza, Francisco decide asumir los gastos de los estudios del niño para intentar reparar el daño. Mientras tanto, conoce al padre José Pires Antunes, un sacerdote once años mayor que él. El joven admira el fervor sacerdotal de su superior, pero para poder seguir su ejemplo necesita pasar la prueba de una grave enfermedad. Comprendiendo mejor entonces la precariedad de la vida y de las alegrías de los sentidos, Francisco se acerca a Cristo, el único que no defrauda. El padre José conversa a menudo con él sobre las almas que hay que salvar, confiándole un día su resolución de hacerse jesuita y de seguir las huellas de Juan de Britto, misionero jesuita portugués martirizado en la India en el siglo xvii. En espera de ello, aprovechando un retiro espiritual, prepara a Francisco para la confesión general y lo decide a comprometerse en el seno una congregación mariana. En adelante, Francisco pertenece claramente a Jesús por María, abandonando así su vida mundana.

Atraer simpatías

El padre José es nombrado pronto profesor en el seminario de Santarém. Después de diplomarse en teología, Francisco es propuesto también en ese seminario para impartir filosofía. A pesar de sus dolores de cabeza que lo atormentan desde sus últimos exámenes, acepta el cargo por proceder de la Providencia. El 19 de diciembre de 1880, el joven profesor recibe las órdenes menores. El 15 de agosto de 1881, su madre muere de un ántrax en la frente. Con renovado y maduro fervor por la tribulación, Francisco recibe la ordenación sacerdotal el 3 de junio de 1882. Su carácter despierto y locuaz le confiere el don de atraer las simpatías. Es apreciado por su paciencia, dulzura y bondad. Sin embargo, las luchas que debe soportar contra todo su temperamento agotan sus fuerzas y agravan sus dolores de cabeza. En el comienzo de curso de 1886, el joven profesor reconoce su incapacidad para enseñar, lo que supone el fracaso de todas sus expectativas, a pesar de tantos esfuerzos. Es nombrado entonces director de un colegio de huérfanos sin recursos destinados al seminario, en la ciudad de Braga. Allí todos lo respetan y admiran por su autoridad humilde y calmada. Jamás golpea a los niños que le confían ; en caso de falta grave, manda arrodillarse al culpable mientras él mismo desgrana el rosario, y es extraño que el niño tarde en responder a las avemarías. La alegría de los mejores consiste en servir en su Misa, y son muchos los que aspiran a acompañarlo en el parque cuando reza el rosario. El “bueno y santo” padre Cruz, como lo llaman, imparte gratuitamente clases de francés y de latín, y dedica una parte importante de su salario a recompensar los esfuerzos de los alumnos. Sin embargo, pronto tiene dificultades para decir Misa, pues su organismo, de nuevo agotado, le obliga en 1894 a presentar la dimisión.

Una tarea inmensa

Después de diez meses de reposo en Alcochete, su comarca natal, el padre Cruz se reincorpora al servicio. En octubre de 1895, es nombrado director espiritual de los alumnos de un seminario menor cerca de Lisboa, que pronto es trasladado a la ciudad. Dedica su tiempo libre a aliviar a los pobres y a los enfermos ; desde el seminario que domina el Tajo, baja a la coloreada ciudad de calles en pendiente y visita las barriadas pobres. Sintiéndose impotente para aliviar él solo la miseria que descubre, suscita la generosidad del vecindario. El sacerdote aporta también la esperanza del Evangelio a los prisioneros, diciéndoles que, aunque sean rechazados por todo el mundo, Jesús los ama como amó al buen ladrón. Su reputación se extiende pronto por la ciudad, de manera que su confesionario es asaltado por los fieles. La tarea de capellán del seminario, que en principio era mínima, se convierte en inmensa, y el padre se dedica a ella con denuedo, hasta el punto de que contrae una pleuresía en 1899 ; por ello debe regresar a Alcochete para curarse. La ternura de su hermana Isabel y los cuidados de Manuel, su hermano médico, lo restablecen lentamente. Durante su largo retiro aprende a aceptar su fragilidad, disponiéndose a seguir al Buen Maestro sin pesar ni reserva alguna.

« El unirse a Cristo —afirmaba el Papa Benedicto XVI— supone la renuncia. Comporta que no queremos imponer nuestro camino o nuestra voluntad ; que no deseamos ser esto o lo otro, sino que nos abandonamos a Él, allí y en el modo en que Él quiera servirse de nosotros. Vivo, pero ya no soy yo quien vive, sino Cristo que vive en mí, dijo san Pablo a propósito de esto (cf. Ga 2, 20). En el “sí” de la ordenación sacerdotal hemos hecho esta renuncia fundamental al querer ser autónomos, a la “autorrealización”. Pero es necesario día a día cumplir este gran “sí” en los muchos pequeños “síes” y en las pequeñas renuncias. Este “sí” de los pequeños pasos, que unidos constituyen el gran “sí”, podrá realizarse sin amargura y sin autocompasión sólo si Cristo es verdaderamente el centro de nuestra vida » (Jueves Santo, 9 de abril de 2009).

Pasiones anticlericales

En el transcurso del año 1900, el padre Cruz retoma el cargo de capellán, pero, al no poder afrontar todos sus compromisos, renuncia a ello en 1902. El 2 de febrero de 1908, el rey Carlos I y el príncipe heredero son asesinados en Lisboa. El príncipe Manuel se convierte en rey, pero dos años más tarde debe huir a Inglaterra tras producirse un golpe de Estado militar. Se proclama la república y de desatan inmediatamente las pasiones anticlericales. Los jesuitas son acusados de ser la causa última de todos los males del pueblo. A partir de octubre de 1910, se suprimen los conventos y se incautan sus bienes. Se instaura la separación de la Iglesia y del Estado. Muchos jesuitas son encarcelados y otros se exilian. La persecución se expresa sobre todo por la prohibición de que los eclesiásticos lleven sotana en público. El padre Cruz se establece en Lisboa vestido de civil, donde visita a los jesuitas encarcelados. Una noche, en un presbiterio donde se ha refugiado con compañeros, se ve rodeado por un destacamento armado. Unos agitadores acuden y gritan : « ¡ A muerte ! ». Los sacerdotes, que nada se reprochan, permanecen sordos a los requerimientos ; la puerta de roble aguanta. Los hombres de Dios se confiesan mutuamente. El padre Cruz no tiene miedo, y reza y reconforta a los asediados. Al amanecer los soldados ya se han retirado, pero los agitadores siguen allí. El padre Cruz sale al umbral, mira a los hombres con bondad y se dirige a la iglesia saludándolos al pasar. Le contestan a media voz, y todos se dispersan mientras el sacerdote toca a la primera Misa.

El padre Francisco da Cruz visita a los prisioneros de Limœiro. Está autorizado a llevarles dinero, pero no puede dirigirles la palabra. Por haber infringido esa regla, es internado durante ocho días. A continuación, se dirige al ministro de Justicia, Alfonso Costa, obteniendo de él un salvoconducto para visitar a los prisioneros. No obstante, acercarse a ellos resulta difícil, pues muchos no son católicos y le lanzan exabruptos. Sin embargo, su bondad, su perseverancia y sus juiciosas iniciativas acaban abriendo sus corazones. El padre entrega todo lo que posee, y no rehúsa ningún favor : socorre a familias en apuros, emprende gestiones administrativas y realiza peticiones de indulto, busca abogados… Con frecuencia acude al ministerio de Justicia. Un día alguien le suelta : « Si interviene a favor esa gente, su Reverencia se arriesga a perder la reputación. —Mi reputación —responde— es el único bien material de que dispongo ; si puede servir para salvar a un desdichado, la doy de todo corazón ». En una ocasión toma la defensa de un prisionero que iba a ser castigado duramente por haber intentado agredirle ; emocionado hasta las lágrimas de tanta bondad, el prisionero pide confesarse. En cuatro años, el padre se ha hecho amigo inquebrantable de los prisioneros, que le esperan y acogen. Un día, en una sala común, se da cuenta de que su cartera ha desaparecido. Se dirige en estos términos a los presentes : « Nos vamos a poner cara a la pared, vosotros a un lado y yo al otro ; voy a poner un banco entre nosotros, y quien haya encontrado mi cartera que haga el favor de depositarla en el banco ». El padre se marcha con la cartera y todo su contenido. A menudo, antiguos detenidos se presentan a él por la calle ; le escoltan por los barrios poco seguros, “por si acaso”… Trescientos antiguos prisioneros estarán presentes en sus funerales.

« ¡ Aquí hay un jesuita ! »

El padre Cruz ejerce también la misericordia hacia los niños pobres callejeros. Sin tomarse ya la molestia de disimular su sotana, un día es acorralado por una pandilla de niños exaltados que le rodean gritando el peor insulto que conocen : « ¡ Aquí hay un jesuita, aquí hay un jesuita ! », esfumándose luego. Él los llama diciéndoles que les comprará pan. « Me gusta que me llamen jesuita —afirma a esos pequeños que tienen más hambre que terror… En 1915 el patriarca de Lisboa funda una asociación para fortalecer el espíritu sacerdotal, nombrando director al padre Francisco. Éste anima reuniones mensuales en las que exhorta a sus compañeros : « ¡ Trabajemos, trabajemos sin descanso ! Mirad a Satanás, que no descansa ni de día ni de noche ! Esta es nuestra misión : confesar y predicar mientras haya oyentes fieles en la iglesia, y rezar hasta que no podamos más ». Él mismo predica con el ejemplo.

El ministerio sacerdotal es esencial para la Iglesia —recordaba el Papa Benedicto XVI : « Como Iglesia y como sacerdotes anunciamos a Jesús de Nazaret, Señor y Cristo, crucificado y resucitado, Soberano del tiempo y de la historia, con la alegre certeza de que esta verdad coincide con las expectativas más profundas del corazón humano… La centralidad de Cristo trae consigo la valoración correcta del sacerdocio ministerial, sin el cual no existiría la Eucaristía ni, por tanto, la misión y la Iglesia misma. En este sentido, es necesario vigilar para que las “nuevas estructuras” u organizaciones pastorales no estén pensadas para un tiempo en el que se debería “prescindir” del ministerio ordenado (ministerio de los diáconos, de los sacerdotes y de los obispos) partiendo de una interpretación errónea de la debida promoción de los laicos » (Discurso en la Asamblea Plenaria

de la Congregación para el Clero, 16 de marzo de 2009).

En 1917 Sidonio Pais accede al poder. A pesar de ser masón, trabaja para reconciliar al pueblo y a la Iglesia, pone fin a las detenciones arbitrarias y recupera el orden en el país. Ese mismo año, en Cova da Iria de Fátima, tres niños, que afirman haber visto a la Virgen, esperan cerca de un pozo. Tienen cita con un sacerdote que, según les han afirmado, sabe leer en los corazones : resultaría en vano mentirle y les interesa decirle desde un principio la verdad. « Tanto mejor si sabe adivinar —deja caer la pequeña Jacinta a su prima Lucía—, pues entonces verá que decimos la verdad ». Dos eclesiásticos avanzan lentamente : un viejo sacerdote encaramado a un asno baja de su montura, con el rostro iluminado por una bondadosa sonrisa. « Niños, ¿ queréis llevarme al lugar de las apariciones ? » —pregunta el padre Cruz. La esperanza parece renacer en los pequeños videntes. Al llegar al pie de la encina verde, el sacerdote reza lentamente su rosario y luego tranquiliza a los niños. « No temáis ; no es el demonio el que se os aparece, como os lo han dicho, ¡ sino la Virgen ! ». Lucía y Francisco se relajan, y Jacinta exclama llena de entusiasmo : « ¡ Es usted un amable ancianito ! ». El padre, que no tiene más que cincuenta y ocho años, ríe de buena gana. En adelante será para Jacinta « el padre que sabe adivinar ». A partir de ese momento, el padre se junta a menudo con los peregrinos de Fátima. Cuando le preguntan si ha visto bailar el sol, él responde : « No, no he visto bailar el sol. No estaba allí el día del milagro, pero he visto tantas lágrimas bailar en los ojos de tantos pecadores arrepentidos gracias al milagro de Fátima que eso me importa poco ».

Cambios de humor

Henchido de un gozo radiante, el padre multiplica las atenciones hacia los demás. No obstante, todavía tiene cambios de humor, y los altibajos de su temperamento lo llevan a veces a proferir frases hirientes. En cuanto se percata de ello, pide perdón. A pesar de una salud precaria (sufre neumonías en 1927, 1945 y 1947) y un estado de fatiga cerebral persistente, el padre Cruz mantiene una actividad desbordante. Obtiene su energía de una plegaria continua, y recorre el país al servicio de las religiosas, de los prisioneros, a la búsqueda de los pecadores, sobre todo de los más recalcitrantes. Un día alienta un auténtico viacrucis misionero en un vagón de ferrocarril. Algunos viajeros responden a las plegarias. Con motivo de otro viaje, mientras reza el rosario, dos mujeres le preguntan si no se cansa de rezar continuamente. « ¿ Y ustedes, señoras, no se cansan de charlar continuamente ? ». Durante una enfermedad, el padre manda llamar al médico. Al cabo de una hora, éste sale de la habitación muy emocionado : « ¡ He venido para poner una inyección y me he confesado por primera vez ! ». El padre Mateo Crowley Boevey, apóstol incansable del Sagrado Corazón, escribirá : « Después de haber recorrido el mundo, puedo afirmar sin dudarlo que, entre tantos sacerdotes excelentes, nunca he hallado a uno tan acorde al adorable Modelo, a otro Cristo tan perfecto como el querido padre Cruz ».

« Preguntémonos lo que significa la misericordia para un sacerdote —decía el Papa Francisco—, permítanme decir para “nosotros”, sacerdotes ; para nosotros, ¡ para todos nosotros ! Los sacerdotes se emocionan ante las ovejas, como Jesús cuando veía a las gentes cansadas y agotadas como ovejas sin pastor. Jesús tiene las “entrañas” de Dios, e Isaías habla mucho de ello : está lleno de ternura por las personas, sobre todo por aquellas que son excluidas, es decir, por los pecadores, por los enfermos de los que nadie se ocupa… Y de ese modo, a imagen del Buen Pastor, el sacerdote es un hombre de misericordia y de compasión, próximo a su pueblo y servidor de todos. Es un criterio pastoral que quisiera realmente subrayar : la proximidad. La proximidad y el servicio, pero la proximidad, ¡ estar próximo ! » (Alocución a sacerdotes, 6 de marzo de 2019).

« ¡ Ya lo he dado todo ! »

El padre Cruz da a manos llenas sin guardar nada para él. Al finalizar un triduo, alguien se percata de que sus honorarios han sido intercambiados con los de los músicos, diez veces más elevados. Al dirigirse a él para restablecer la situación, el padre dice : « ¡ Ay, el error es irreparable, ya lo he dado todo a los pobres ! ». Un peluquero que acaba de atenderlo ve cómo rebusca bajo su capa, en su bolsa negra, donde la estola, la sobrepelliz, el agua bendita, las agujas, el hilo, el papel, el lápiz, las provisiones y el dinero se mezclan sin orden ni concierto. « Hermano, me temo que hoy ya lo he dado todo, nada me queda para pagarte. Que Dios te lo pague ». El peluquero queda dubitativo, pero no protesta. Al día siguiente se dirige a la parroquia y relata el incidente al párroco. « Voy a pagarte —le dice—, conozco al padre Cruz ». —¡ No, no, dígale que vuelva siempre a mi casa ! Nada más irse los clientes empezaron a llegar. ¡ Nunca gané tanto dinero ! ». Al dirigirse a Braganza para predicar, el padre sube al tren sin billete. De camino explica al revisor que no tiene dinero, pero que debe llegar a la estación término. El agente permanece inflexible y le obliga a apearse en la próxima parada. Allí el padre se queda en el andén, pero también el tren : se ha producido una avería inexplicable. Nadie consigue entender dónde radica el problema ; entonces, el revisor se acerca al mecánico : « He mandado bajar al padre Cruz porque no llevaba dinero, ¿ quizás me habré equivocado ? ». Hacen subir al padre y, al instante, ¡ el tren vuelve a funcionar !

En 1925, con motivo de una peregrinación a Roma, el padre Francisco había pedido al padre Ledochowski, general de los jesuitas, que le admitiera en la Compañía de Jesús, pero éste se había negado a recibir a un novicio de setenta años y de precaria salud. Cuatro años más tarde, no obstante, el padre general obtenía del Papa Pío XI un permiso raramente concedido : el padre Cruz podrá profesar sus votos in articulo mortis. En 1940, alcanzados ya los ochentaiún años, solicita y obtiene del Papa Pío XII la gracia de profesar sus votos sin demora, pues ignora si morirá súbitamente sin poder profesarlos : es su último gran consuelo. Poco a poco declinan sus fuerzas ; su enfermera atestiguará : « Todos estaban convencidos de que era un santo. Notaba en mi un no sé qué que no sentía con otros enfermos ; me esforzaba de ver siempre en ellos a Cristo, pero cerca de él, tan humilde y tan sencillo, y consumiéndose en Dios, yo también notaba en lo más hondo de mí misma un gran deseo de amar al Señor ». El padre Cruz se apaga el 1 de octubre de 1948, primer viernes del mes del Rosario. Es sepultado el día de la festividad (entonces el 3 de octubre) de santa Teresa del Niño Jesús, que tanto amaba. El cardenal Cerejeira escribió : « El santo padre Cruz permanecerá como una de las glorias más puras de nuestro patriarcado. El clero de Lisboa lo venerará siempre como un ejemplo consumado del ministerio apostólico, del sacerdote enteramente consagrado a la gloria de Dios y a la salvación de las almas. Tendrá y buscará en él un modelo y un abogado ». El proceso de beatificación del padre Francisco da Cruz se abrió el 10 de marzo de 1951.

« El sacerdote es un don del Corazón de Cristo : un don para la Iglesia y para el mundo —decía el Papa Benedicto XVI. Del Corazón del Hijo de Dios, desbordante de caridad, proceden todos los bienes de la Iglesia, y en él tiene su origen la vocación de esos hombres que, conquistados por el Señor Jesús, lo dejan todo para dedicarse totalmente al servicio del pueblo cristiano, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor. El sacerdote queda plasmado por la misma caridad de Cristo, por ese amor que le llevó a dar la vida por sus amigos y a perdonar a sus enemigos. Por este motivo, los sacerdotes son los primeros obreros de la civilización del amor ».

Pidamos al padre Francisco da Cruz que nos consiga de Dios numerosos y santos sacerdotes.

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