3 de Agosto de 2020

Santa Coleta de Corbie

Muy estimados Amigos:

«Deseamos especialmente —escribía el Papa Pío XII— que santa Colette de Corbie enseñe a nuestros contemporáneos, en medio de tan grande disipación y del tumulto de los acontecimientos, que las cosas relacionadas con Dios y que llevan a abrazar sus santísimos sacramentos son las que mayor valor tienen » (5 de diciembre de 1947, Carta por el quinto centenario de la muerte de santa Colette de Corbie). La influencia de santa Colette, que reformó la Orden de las Clarisas en el siglo xv, prosigue hasta nuestros días.

Santa Coleta de Corbie Roberto Boellet, maestro carpintero de la abadía benedictina de Corbie, en Picardía (Francia), y su esposa Margarita llevan una vida cristiana y se consagran a los pobres, pero los años pasan y siguen sin tener hijos. Invocan entonces a san Nicolás, y Margarita, aunque ya tiene sesenta años de edad, alumbra a una niña el 13 de febrero de 1381. En el Bautismo recibe el nombre de “Nicolette”, en agradecimiento a san Nicolás ; será conocida con el apelativo de Colette.

Agradar a mi padre

Margarita Boellet, que es muy devota, se confiesa y comulga cada semana ; habla a menudo a su hija de la Pasión de Jesucristo, de la cual tuvo una visión en su infancia. Para unirse a los sufrimientos de Jesús, Coleta realiza numerosos sacrificios, privándose de comer para entregar su comida a los pobres. Está dotada de una sabiduría impropia de su edad, y afirma : « Si no amara a los desdichados, creo que no podría amar a Dios ». A la edad de siete años, sin que sus padres lo sepan, asiste a los maitines que cantan por la noche los monjes benedictinos. Su corta estatura disgusta a su padre, hasta el punto de que, en un acceso de malhumor, llega a quejarse de ser « el padre de una enana ». Entristecida por el dolor del padre, la adolescente de trece años reza al Señor : « Quedarme así de pequeña no me molesta, con tal de ser alta en tu paraíso ; sin embargo, si quieres, para agradar a mi padre, concédeme que crezca ». Durante los años siguientes crece hasta alcanzar la talla de 1,79 m.

En 1399, Coleta se ha convertido en una espléndida joven. Sus padres han fallecido. El abad de Corbie Raúl de Roye, a quien su padre la había confiado y que ejerce como tutor suyo, la anima a contraer matrimonio, pero ella rehúsa. Al verse objeto de la admiración de los jóvenes, pide al Señor que disminuya su belleza ; unos instantes después, el hermoso color de su rostro desaparece, dejando lugar a una palidez que conservará toda la vida. Coleta se siente llamada a consagrarse a Dios y a los pobres. Con ese objetivo se junta con las beguinas de Corbie ; se trata de viudas o de vírgenes laicas que viven en comunidad o solas, que se dedican a la contemplación, al trabajo o al servicio de los pobres y que mendigan su pan. La atracción de Coleta hacia la oración se ve satisfecha, pero no sus deseos de austeridad y de penitencia. Decide entonces entrar en el convento de las benedictinas de Corbie, pero no como religiosa sino al servicio del hospital anejo al convento. No obstante, tras la experiencia, sigue sin estar convencida, por lo que se dirige a la abadía de las clarisas de Pont-Saint-Maxence, cerca de Senlis ; considerándose indigna de ser aceptada como religiosa, se presenta como sirvienta. Pero de nuevo considera que esas condiciones de vida son demasiado suaves y que las monjas ya no practican la renuncia completa que pretendía santa Clara. Así que Coleta regresa a Corbie, donde es acogida con frialdad : su aparente inconstancia disgusta a su tutor y sus antiguas amigas le dan la espalda. En 1402 conoce al padre Juan Pinet, franciscano, quien le propone vivir recluida bajo la regla de la Tercera Orden Franciscana.

El 17 de septiembre de 1402, a la edad de veintiún años, Coleta se instala en una casa de tres pequeñas habitaciones, pegada a la iglesia de Notre-Dame-en-Saint-Étienne, en Corbie, donde permanecerá cuatro años. La puerta de entrada está sellada. La habitación exterior es la única con ventana, por la cual pasan a la recluida el alimento, y así puede conversar con quienes lo desean. La habitación central es la alcoba, que contiene lo estrictamente necesario. La tercera habitación es el oratorio, con una ventanilla que da al coro de la iglesia : de ese modo, la recluida puede asistir a los oficios y a las Misas, y recibir la Sagrada Eucaristía. Coleta no permanece ociosa, sino que está ocupada en coser ropa para los pobres o manteles de altar, así como otras labores. Algunas almas llenas de angustia o perplejidad, incluso sacerdotes, acuden a su ventana y, después de una conversación completamente espiritual, parten consolados y reforzados. A veces, sin embargo, hay gentes malintencionadas que la llaman para decirle insensateces.

No salir nunca

En medio de esa soledad, Dios revela a Coleta los misterios de su amor y su deseo de convertirla en una reformadora. En aquella época, en el seno de la Orden Franciscana existen disensiones entre partidarios de la observancia estricta de la Regla de san Francisco de Asís y partidarios de una disciplina menos rigurosa. En 1263, el Papa Urbano IV había concedido a los conventos de la rama femenina (las clarisas, hijas espirituales de santa Clara) la autorización de poseer bienes en común, lo que contravenía a la Regla primitiva de pobreza absoluta. Por añadidura, esa nueva Regla suavizada era interpretada con un espíritu que se apartaba aún más de las primeras observancias. San Francisco y santa Clara manifiestan también a la recluida su deseo de reformar la Orden, pero ésta teme ser objeto de una ilusión propia del demonio y de ser infiel a su vocación. Su confesor discierne el auténtico deseo de Dios en cuanto a esa llamada, pero Coleta declina : unas veces pone como pretexto su ignorancia, y otras hace valer su voto de no salir nunca de su reclusión. Entonces, Dios le envía nuevas señales : pierde la vista y la facultad de hablar durante unos días. Finalmente se decide a actuar y recupera el uso de sus sentidos. Dios le indica la conducta que debe seguir, mostrándole un árbol que la representa a ella misma, con ramificaciones que simulan los clérigos y los laicos que se adherirán a la reforma de las diversas ramas de la Orden Franciscana.

En su Regla de 1223, san Francisco llevaba a sus discípulos a una práctica especialmente rigurosa de la pobreza : « Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna. Y como peregrinos y forasteros en este siglo, sirviendo al Señor en pobreza y humildad, vayan por limosna confiadamente, y no deben avergonzarse, porque el Señor se hizo pobre por nosotros en este mundo. Esta es aquella eminencia de la altísima pobreza, que a vosotros, carísimos hermanos míos, os ha constituido herederos y reyes del reino de los cielos, os ha hecho pobres de cosas, os ha sublimado en virtudes. Esta sea vuestra porción, que conduce a la tierra de los vivientes. Adhiriéndoos totalmente a ella, amadísimos hermanos, por el nombre de nuestro Señor Jesucristo, ninguna otra cosa jamás queráis tener debajo del cielo ». De conformidad con el pensamiento del santo, Coleta llevará a sus religiosas a una práctica fervorosa de la pobreza.

« La pobreza —escribe el Papa Juan Pablo II— manifiesta que Dios es la única riqueza verdadera del hombre. Vivida según el ejemplo de Cristo que siendo rico, se hizo pobre (2 Co 8, 9), es expresión de la entrega total de sí que las tres Personas divinas se hacen recíprocamente… La pobreza evangélica en sí misma es un valor en cuanto evoca la primera de las Bienaventuranzas en la imitación de Cristo pobre… La pobreza contesta enérgicamente la idolatría del dinero, presentándose como voz profética en una sociedad que, en tantas zonas del mundo del bienestar, corre el peligro de perder el sentido de la medida y hasta el significado mismo de las cosas » (Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, núm. 21 y 90). Cristo eligió un modo de vida pobre para curar nuestro corazón del apego inmoderado a las riquezas. El décimo Mandamiento de Dios (No codiciarás los bienes ajenos) nos enseña a relativizar los bienes de este mundo ; « prohíbe la avaricia y el deseo de una apropiación inmoderada de los bienes terrenos ; prohíbe el deseo desordenado nacido de la pasión inmoderada de las riquezas y de su poder » (CEC 2536). Los deseos relacionados con los bienes de la tierra son buenos en sí mismos, « pero con frecuencia no guardan la medida de la razón y nos empujan a codiciar injustamente lo que no es nuestro y pertenece, o es debido, a otra persona » (ibíd., 2535). Mediante el voto de pobreza, los religiosos quieren mostrar que Dios es la única riqueza capaz de contentar perfectamente el corazón humano. Pero el precepto del “desprendimiento de las riquezas”, es decir, el uso moderado y justo de los bienes de la tierra con vistas a la salvación eterna, es necesario a todos para entrar en el Reino de los cielos (cf. CEC 2544).

Una opinión errónea

El Señor envía unos auxiliares a Coleta : la condesa Blanca de Ginebra, Isabela de Rochechouart, baronesa de Brissay, y el franciscano Enrique de la Balme, que la acompañarán por los caminos inciertos y la apoyarán ante las oposiciones que hallará. En 1406, Coleta obtiene de Benedicto XIII la autorización de abandonar su reclusión. Es el momento del Gran Cisma de Occidente y hay dos Papas rivales. En efecto, desde 1378, la Iglesia se encuentra dividida : los cardenales, separados en varios grupos, han elegido a dos Papas simultáneamente. Ese cisma durará hasta 1417. De hecho, Benedicto XIII no es el verdadero Papa, pero Coleta, de buena fe, sigue la opinión del rey de Francia y de la mayoría de los obispos franceses, que se han pronunciado en su favor. El 14 de octubre de 1406, se encuentra en Niza con Benedicto XIII, quien la nombra abadesa y madre de todas las religiosas que se alineen bajo su dirección.

De regreso a Corbie, Coleta se enfrenta a una fuerte hostilidad : la desprecian, la acusan de perjurio e incluso de brujería. Se dirige entonces a Franche-Comté (Este de Francia), a casa de un hermano de Enrique de la Balme, al castillo de Baume-le-Frontenay, acompañada de tres jóvenes de Corbie que se convertirán en las primeras monjas de la Orden reformada. Cuando llegan otras postulantas, las hermanas se instalan en Besançon, en un convento de clarisas abandonado. Conformemente a la Regla de san Francisco, las veintiocho hermanas de la nueva comunidad abandonan propiedades y rentas para vivir solamente de limosnas. Su desarrollo e influencia suscitan fuertes oposiciones, pero la Virgen María las tranquiliza : « No tengáis miedo del infierno que se ha levantado contra vosotras, pues mi Hijo y yo jamás os abandonaremos ; vuestra casa es para nosotros un paraíso de delicias ».

Pronta en obedecer

En 1412 Coleta visita a los franciscanos de Dole, ayudándolos en su reforma, y luego funda un convento en Auxonne (Borgoña) ; el convento puede construirse gracias a las limosnas, que llegan al instante. « Eres tú, Madre mía, quien ha hecho eso » —dice Coleta a la Virgen. « No —responde María—, es tu prontitud en obedecer ». En 1415, culmina una fundación en Poligny, donde instala una capilla dedicada a Nuestra Señora de la Piedad, para agradecerle el haber derribado, de manera casi milagrosa, todas las oposiciones a esa fundación. El monasterio es exiguo y servirá de modelo para los demás. Allí Coleta cocina y friega la vajilla como la última de las postulantas : « Servir a Dios y cantar sus alabanzas es lo más importante que debemos hacer » —declara. Otra fundación tiene lugar en Seurre en 1421. Al dirigirse allí, Coleta se topa con el camino cortado a causa de la crecida del Doubs, pero ella hace una gran señal de la cruz y, a continuación, atraviesa el río caminando sobre las aguas, junto a quienes la acompañan.

En los siglos xiv y xv, la Guerra de los Cien Años causa estragos entre los reyes de Francia e Inglaterra. Coleta logra el favor tanto de la casa de Borgoña, aliada de Inglaterra, como de la casa de Borbón, fiel al rey de Francia, y aprovecha esa ventaja para establecer puentes entre ambas. Después de pasar dieciséis años en Borgoña, decide dirigirse a los Estados del rey de Francia, fundando un convento en Moulins, la capital del Borbonesado ; en 1429 se hallará en esa ciudad, al mismo tiempo que santa Juana de Arco. Le siguen otras fundaciones, especialmente la de Orbe, en 1430, donde redacta las Constituciones (comentario de la Regla) de su Orden reformada. Ya desde los primeros años de su vida de reclusión, recibió de lo alto la plena inteligencia de la Regla de santa Clara. Su texto será aprobado en 1434 por Guillermo de Casal, ministro general de la Orden Franciscana, y después por varios Papas. Esas Constituciones serán completadas a continuación y tras largos años de experiencia. Coleta insiste mucho sobre la concordia y la caridad fraterna entre todas las hermanas. « En todo lo que digo —explica a sus hermanas— no tengo intención de declarar nada contrario a san Francisco y a santa Clara…, sino facilitar la buena comprensión de sus Reglas, a fin de que podáis guardar más fácilmente y con mayor seguridad sus enseñanzas, según las circunstancias de los tiempos presentes ».

La reforma se basa principalmente en los puntos siguientes : solamente son admitidas en el convento las hermanas capaces de soportar la austeridad de la Regla. Las hermanas viven en clausura, en continuo silencio ; sólo tienen acceso al locutorio cuando lo autorice la abadesa y sólo en ciertas épocas del año. Las hermanas van siempre descalzas. No pueden poseer ni bienes muebles, ni inmuebles, ni tierras, ni dinero. Hacen abstinencia perpetua de carne y ayunan todos los días, excepto en domingo y en Navidad. Las hermanas deben asistir con puntualidad al Oficio Divino, y reciben la Comunión eucarística cada domingo.

Una profunda amistad

En 1437, san Juan de Capistrano viaja a Francia con un edicto pontificio cuyo objetivo es unir todas las ramas de los franciscanos. La reforma inaugurada por Coleta le parece una nueva fuente de divisiones en el seno de la Orden Franciscana. Sobre el terreno, sin embargo, está favorablemente impresionado por la vida de las hermanas ; aprende a conocer a Coleta y, finalmente, le concede su aprobación. En adelante, una profunda amistad unirá a los dos santos. Después del éxito de varias fundaciones, la fundadora fracasa, en 1445, al establecer un convento en Corbie, con motivo de las oposiciones de los benedictinos y del municipio. No obstante, se fundan conventos en Italia.

Con frecuencia y a lo largo de su vida, Coleta es gratificada con fenómenos místicos extraordinarios, como éxtasis, levitaciones, conocimiento del estado de las almas del purgatorio y don de profecía. Realiza muchos milagros, aunque afirma con realismo y humildad : « Solamente la fe hace el milagro ; yo sólo soy un instrumento en las manos de Dios ». No obstante, a fin de seguir de más cerca a Cristo y de luchar eficazmente contra la concupiscencia, se entrega con fervor a la penitencia. Con motivo de sus numerosos desplazamientos, en los que es acogida triunfalmente, a veces en las moradas de los poderosos de este mundo, Coleta mantiene su austeridad y, en ocasiones, la inspira a las señoras que la reciben. También está sedienta de pureza absoluta en todos sus actos, deseando que sean inspirados puramente por el amor de Dios y de su santa voluntad, y no por el deseo de aparentar y de ser elogiada. Si es posible, se confiesa todos los días. Introduce en sus comunidades la práctica de tres Avemarías al final de cada Oficio litúrgico, como escudo contra la triple concupiscencia. Se muestra enteramente disponible a escuchar a sus hermanas y a las personas que acuden a consultarla, manifestando siempre una gran compasión y una gran bondad hacia todos.

Su fidelidad a la Iglesia mueve a Coleta a trabajar para la extinción del cisma que desgarra la cristiandad occidental. Se reúne con san Vicente Ferrer, quien, tras pasar de la corte de Benedicto XIII a la de Gregorio XII, el verdadero Papa, obra con valentía y determinación en pro de la unidad dentro de la Iglesia. La reformadora interviene ante el antipapa Félix V, procedente de la casa de Saboya con la cual mantiene numerosos lazos, a fin de que abdique, pero resulta en vano. Tras la muerte de Coleta, se someterá plenamente al Papa legítimo, y su cisma se extinguirá completamente.

El Gran Cisma fue una prueba especialmente grave para la Iglesia. Sin embargo, como resaltaba el Papa san Juan XXIII en una reflexión inspirada por la fe y todavía muy útil en la actualidad, « ¡ La Iglesia está viva, como está vivo su divino Fundador ! La Iglesia avanza con la propia fuerza de la vida, de igual modo que, después de haberse sometido a las servidumbres de la naturaleza mortal, Jesús franqueó victoriosamente la barrera de piedra que sus enemigos levantaron para guardar su sepulcro. También la Iglesia, a lo largo de los siglos, ha tenido enemigos que han intentado encerrarla como en una tumba, y que cada vez han celebrado su agonía y muerte. Pero ella posee en sí misma la fuerza invencible de su Fundador, y con Él siempre resucita, perdonando a todos y asegurando la serenidad y la paz a los humildes, a los pobres, a quienes sufren, a los hombres de buena voluntad » (Radiomensaje al mundo, 28 de marzo de 1959).

Santa Coleta de Corbie nos dejó un ejemplo de amor de la Iglesia y de su unidad. « La Iglesia es una —enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica— porque tiene como origen y modelo la unidad de un solo Dios en la Trinidad de las Personas ; como fundador y cabeza a Jesucristo, que restablece la unidad de todos los pueblos en un solo cuerpo ; como alma al Espíritu Santo que une a todos los fieles en la comunión en Cristo. La Iglesia tiene una sola fe, una sola vida sacramental, una única sucesión apostólica, una común esperanza y la misma caridad » (núm. 161). « Cristo da permanentemente a su Iglesia el don de la unidad —añade el Catecismo—, pero la Iglesia debe orar y trabajar siempre para mantener, reforzar y perfeccionar la unidad que Cristo quiere para ella… La preocupación por el restablecimiento de la unión atañe a la Iglesia entera, tanto a los fieles como a los pastores. Pero hay que ser consciente de que este santo propósito de reconciliar a todos los cristianos en la unidad de la única Iglesia de Jesucristo excede las fuerzas y la capacidad humanas. Por eso hay que poner toda la esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, y en el poder del Espíritu Santo » (CEC núm. 820, 822).

La tez de su juventud

En diciembre de 1446 Coleta se dirige a Gante, donde recibe una acogida triunfal, tanto en la ciudad como en su comunidad. Pero esa alegría se ve diluida por la noticia de su próxima muerte. En efecto, pues Coleta, a quien había sido revelada la fecha de su muerte varios años antes, la da a conocer discretamente. En el transcurso del invierno, se le declara una grave enfermedad y, tres semanas antes de su muerte, se dirige a la comunidad reunida alrededor de su alcoba : « Sed unas verdaderas y santas religiosas, amantes de Dios soberanamente ». Luego entra en un largo silencio. El 27 de febrero, un esplendor sobrenatural aparece en su rostro. La semana siguiente se produce una mejoría inesperada, pero el 4 de marzo reaparece de súbito el mal que la aqueja. Se apaga apaciblemente el lunes 6 de marzo de 1447, a la edad de sesenta y seis años. Después de su muerte, sus mejillas recobran la tez que tenían en su juventud, antes de que Dios se la quitara a petición suya. Según su deseo, es inhumada sin sudario ni féretro, en la propia tierra, en el cementerio de Gante. En 1783 sus huesos serán trasladados a Poligny (actualmente en el departamento francés del Jura), su convento predilecto. Su reforma se extenderá a España y a todas las colonias españolas del Nuevo Mundo. Fue canonizada por el Papa Pío VII el 24 de mayo de 1807.

El mundo contemporáneo —señalaba san Juan Pablo II— se caracteriza por « un materialismo ávido de poseer, desinteresado de las exigencias y los sufrimientos de los más débiles y carente de cualquier consideración por el mismo equilibrio de los recursos de la naturaleza ». La vida consagrada responde a los interrogantes que suscita esa mentalidad actual por « la pobreza evangélica, vivida de maneras diversas, y frecuentemente acompañada por un compromiso activo en la promoción de la solidaridad y de la caridad » (Vita consecrata, núm. 89). ¡ Dejémonos inspirar por la pobreza con la que el Señor Jesucristo, y después de Él santa Coleta, nos dieron ejemplo !

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