10 de Agosto de 2022

Venerable Marie-Magdeleine de la Cruz

Muy estimados Amigos:

Conmovida desde su infancia por la triste condición de los esclavos, la madre María Magdalena de la Cruz (1810-1889), fundadora de las Hijas de María, tiene la convicción de que hay que reunir en una misma congregación religiosa a antiguas esclavas y a hijas de la sociedad libre : entonces todas serían libres, con la libertad de los hijos de Dios. « Esa obra, a cuya fundación he sido llamada —escribía—, horroriza a las personas del mundo, e incluso a las consagradas a Dios, pues se trata, nada más y nada menos, para confundir el orgullo de los poderosos y mostrar la excelsa caridad de Cristo, de una comunión entre las personas blancas y las personas negras que van a formar esa comunidad ».

Venerable Marie-Magdeleine de la CruzMaría Francisca Aimée nace el 2 de junio de 1810 en Saint-André, en la isla Bourbon. Es una isla situada al este de Madagascar, en el océano Índico. Es una escala de la Compañía Comercial Francesa de las Indias Orientales, y hacia 1710 se convierte en una verdadera colonia, pasando después bajo el control directo del rey de Francia en los años 1760, antes de ser reasignada a la industria de la caña de azúcar, en tiempos de Napoleón. En 1848 será bautizada definitivamente como isla de la Reunión.

Aimée es la última de una familia de cuatro hermanos, hija de Cayetano Pignolet de Fresnes y Mariana Notaise, viuda y con tres hijos anteriores. El señor Pignolet de Fresnes gestiona una finca agrícola e industrial denominada “el Desierto”. Según costumbre de la época, la niña es confiada, a partir de los dos años de edad, a una pariente sin hijos : su madrina, la señora Mezières de Lépervanche, quien la acoge en su propiedad, en Sainte-Suzanne. Estar separada de sus padres provoca gran sufrimiento en Aimée. Su madre adoptiva evita contrariarla, ya que es de salud delicada, por lo que la pequeña se comporta como una niña mimada : es de naturaleza despierta y susceptible, no aceptando ni la más mínima reprimenda ; además, es caprichosa y elige ella misma la ropa que se pondrá cada día. Sin embargo, sabe mostrarse generosa, pues dedica sus pequeños ahorros a comprar pañuelos que desliza discretamente en el cofre de una esclava originaria de Madagascar, anciana y ciega, que carece de ellos. A los ocho años demuestra un amor extraordinario hacia Jesús crucificado : su mirada se siente atraída como un imán hacia Él, concentrándose en quien « tanto ha sufrido para perdonarnos », como ella misma dice. Un día, al ver que un amo se ceba contra su esclavo, ella lo detiene. « No podía ver sufrir a un ser desdichado, escribirá en sus recuerdos íntimos; los pobres esclavos tenían toda mi compasión. Me horrorizaban los amos que eran duros e incluso bárbaros con ellos ; sufría horriblemente cada vez que sabía que se les corregía más allá de lo que la justicia exigía ».

Otras esclavitudes

En nuestros días, la esclavitud sigue existiendo con otras formas. En su mensaje con motivo de la celebración de la 48ª Jornada Mundial de la Paz, el 1 de enero de 2015, el Papa Francisco evocaba las víctimas de la esclavitud contemporánea : « No puedo dejar de pensar en los niños y adultos que son víctimas del tráfico y comercialización para la extracción de órganos, para ser reclutados como soldados, para la mendicidad… Pienso finalmente en todos los secuestrados y encerrados en cautividad por grupos terroristas, puestos a su servicio como combatientes o, sobre todo las niñas y mujeres, como esclavas sexuales. Muchos de ellos desaparecen, otros son vendidos varias veces, torturados, mutilados o asesinados ». El Papa recordaba la causa profunda de la esclavitud : « Hoy como ayer, en la raíz de la esclavitud se encuentra una concepción de la persona humana que admite el que pueda ser tratada como un objeto. Cuando el pecado corrompe el corazón humano y lo aleja de su Creador y de sus semejantes, éstos ya no se ven como seres de la misma dignidad, como hermanos y hermanas en la humanidad, sino como objetos. La persona humana, creada a imagen y semejanza de Dios, queda privada de la libertad, mercantilizada, reducida a ser propiedad de otro, con la fuerza, el engaño o la constricción física o psicológica ; es tratada como un medio y no como un fin ».

En 1817, Aimée recibe el sacramento de la Confirmación. Sigue entonces las clases del catecismo en Saint-André, pudiendo visitar a su familia. Con motivo de su primera Comunión, el 18 de mayo de 1823, reconoce lo siguiente : « ¡ Qué feliz era ! ¡ Creía ingenuamente que esa felicidad sería eterna ! ». A los veinte años se ve aquejada de una extraña enfermedad : padece terribles migrañas y comezones insoportables por todo el cuerpo. Ningún remedio consigue aliviarla, pero casi se siente feliz de sufrir algo por Dios, y se da cuenta de que el sufrimiento la atrae hacia Él. Al final de esa dolorosa prueba, aumenta considerablemente su piedad.

Enfermera y catequista

Tras caer en la ruina a causa de la crisis azucarera de 1828-1829, su tío se instala en Saint-André. Aimée, que vive todavía con él, hace de la iglesia su segunda morada. Al morir su madre adoptiva en 1837, regresa a casa de sus padres, pero su salud se deteriora de nuevo. Toma la resolución de aceptar su estado como penitencia, se suma a la cofradía del Sagrado Corazón de Jesús y empieza un apostolado con los esclavos, preocupándose por su salud convirtiéndose en enfermera y por sus almas mediante clases de catecismo. Pronto es conocida por su bondad y, tras los esclavos del “Desierto”, los de las fincas vecinas acuden también por la tarde, para aprovechar sus lecciones. Para poder consagrarse mejor al servicio de Dios, transforma su habitación en oratorio, compartiendo habitación con su hermana. Pero su padre, cuya práctica religiosa se limita a cierta devoción por la Virgen, teme que la casa se convierta en un convento. Él también se ha arruinado, además de encontrarse débil psicológicamente, contrayendo pronto una enfermedad pulmonar. Preocupada por su salud, Aimée reza para que se le conceda una muerte cristiana. Cuando él, finalmente, acepta pedir perdón a Dios por sus pecados, así como comulgar y llevar el escapulario de la Virgen del Carmen, Aimée comprende que sus oraciones han sido atendidas. Tras la defunción de su padre, ella vestirá siempre de luto en señal de su ruptura con el mundo.

Su vocación se le presenta entonces más clara : servir a Dios a través de los seres más abandonados, sobre todo los tullidos, los ancianos y los leprosos. Aimée considera como premio esa parte que el mundo rechaza. Confiesa su deseo al padre Federico Levavasseur, religioso de la Sociedad del Sagrado Corazón de María, quien le propone una regla de vida estricta y la anima a proseguir su apostolado en el mundo para que su proyecto vaya madurando : fundar una nueva congregación, abierta a todas las jóvenes, independientemente de su condición social, « porque –según ella escribe– todas las personas son iguales ante Dios ; después de la muerte, todos nos convertimos en polvo, y todos serán examinados de la misma manera en la hora del juicio final ». Revela esa idea a su hermana María Ana, quien le confiesa acariciar el mismo anhelo. Así pues, la idea de fundar una congregación dedicada a María emerge rápidamente de sus intercambios. Sin embargo, nada podrá llevarse a cabo antes de la abolición de la esclavitud en las colonias francesas, que será decretada el 20 de diciembre de 1848.

La elección de un lugar para la fundación recae en el padre Levavasseur. A partir de 1849 empiezan las obras de construcción de un convento, sobre un terreno en donación situado en Rivières-des-Pluies, en el que se instala Aimée el 15 de abril. Los esclavos le suplican llorando que no los abandone, y es entonces cuando ve claramente que su misión emprendida en Saint-André ha dado frutos. El convento que la acoge está formado por cabañas de adobe recubiertas de paja, y el mobiliario queda reducido a la mínima expresión : unas esteras en el suelo como camas, algunos bancos y sillas para sentarse, dos mesas y dos o tres camas plegables para los enfermos. « Renuncio a todo de por vida —escribe—, renuncio a mi familia y a los libertos a los que había convertido. En adelante, mi vida debe ser una vida de renuncia ». Esa renuncia constituye el acto fundador de las Hijas de María.

Desafiar un prejuicio

Al acoger a jóvenes negras, hasta hace poco esclavas, así como a jóvenes blancas, Aimée desafía el prejuicio de color que gangrena la sociedad de la Reunión. Comienza sin un céntimo, y por eso son muchos los que no creen que tenga éxito. Sin contradecirla directamente, la consideran una exaltada, una loca, y todos predicen que fracasará. Los primeros años de la congregación se desarrollan en ese clima de hostilidad. « Al ser nuestra obra la de Dios —escribe—, caminará hacia todo y contra todo ; por más que se levanten contra ella, es Jesús quien se mostrará en todo lo que se hace, a fin de que cada uno ocupe su lugar ». Además, subraya la importancia de la confianza en Dios : « Sin la confianza en Dios, el desengaño se apoderaría de más de uno. Os lo digo con vergüenza, pero siento que más de una vez caeré en profundo desánimo… Jesús, María y José me sostienen. Cuando miro la cruz la conjuro para que me ayude a atravesar esta vida tan ruda y tan penosa ». El padre Lavavasseur le entrega sin demora el hábito religioso y, a partir del 19 de mayo de 1849, profesa sus votos y recibe el nombre de madre María Magdalena de la Cruz. Aunque con reticencia y temor, acepta el cargo de superiora de las doce primeras postulantas, ocho de las cuales eran antiguas esclavas. En 1852, María Ana, su hermana de sangre, que hasta entonces estaba retenida junto a su madre, se une a la comunidad y toma el nombre de madre María Teresa de Jesús.

La madre María Magdalena escribirá en 1858 : « Dios mío, cuán admirable sois en lo que hacéis ; llamáis, para fundar una obra, al ser más débil, al más miserable, al menos capaz, a quien os ha ofendido más que los demás… En una palabra, tomáis para vos todo lo que el mundo habría rechazado cien veces ». Siente el deseo extremo de cumplir únicamente la voluntad de su divino Maestro y de buscar sólo a Él. « Me parece que el amor que siento por Él es grande y fuerte como el mismo Jesús, y que no es ni el temor al infierno ni el deseo del Cielo los que me hacen amar a Jesús ; lo amo por puro amor ». Considera el sufrimiento como el cemento de su apego a Jesús, como el camino más seguro para ir al Cielo, y halla el consuelo y recupera fuerzas al pie del Calvario y del sagrario.

Situadas entre los pecadores y el infierno

Las Hijas de María desean ganar un gran número de almas para Dios, mediante sus oraciones y su vida de pobreza, de penitencia y de trabajo. La fundadora escribe : « Sí, ¡ cuánto sufro pensando en los pobres pecadores ! ¡ Todo lo daría por salvar sus almas ! ¡ Cuando pienso en todos los que he dejado en el mundo y que viven como si debieran pasar la eternidad en la tierra ! ¡ Pasar toda una vida en pecado, sin querer someterse a la voluntad divina, evitando pensar en la muerte que vendrá a llamar a su puerta en el momento en que menos lo esperen !… ¡ Gracia, Señor, para esas pobres almas ! ¡ Oh ! ¡ Entregaría de buen grado mi vida para arrancarlas del infierno ! ¡ Misericordia, Señor ! ¡ Situad entre ellos y el infierno a las pobres Hijas de María, a fin de que, mediante su intercesión, su Madre querida salve a esas almas que tan caras os han costado ! ».

« La muerte —recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica— pone fin a la vida del hombre como tiempo abierto a la aceptación o rechazo de la gracia divina manifestada en Cristo (cf. 2 Tm 1, 9-10)… La parábola del pobre Lázaro (cf. Lc 16, 22) y la palabra de Cristo en la Cruz al buen ladrón (cf. Lc 23, 43), así como otros textos del Nuevo Testamento, hablan de un último destino del alma que puede ser diferente para unas y para otras. Cada hombre, después de morir, recibe en su alma inmortal su retribución eterna en un juicio particular que refiere su vida a Cristo, bien a través de una purificación, bien para entrar inmediatamente en la bienaventuranza del cielo, bien para condenarse inmediatamente para siempre » (CEC, núm. 1021-1022). Porque quien quiera salvar su vida, la perderá —dice Jesús— ; pero quien pierda su vida por mí, la encontrará. Pues ¿ de qué le servirá al hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida ? (Mt 16, 25-26).

Al poco de la abolición de la esclavitud, muchos antiguos esclavos están en dificultades : ancianos y enfermos privados de cuidados, niños sin escuela o jóvenes discapacitados enclaustrados en sus hogares. La primera acción de María Magdalena es garantizar, en el mismo convento, los cuidados a una niña discapacitada. Junto a sus hijas, ella también trabaja en los hospitales privados de Saint-Suzanne y de Saint-Gilles-les-Hauts. Pero su compasión y solicitud se dirigen sobre todo a los leprosos : « El leproso es el ser más desdichado del mundo —escribe—, pues, en cuanto se le reconoce aquejado de la enfermedad, es repudiado por la familia. Sufre como un secuestro y debe huir muy lejos del mundo, pues no inspira más que horror a todos los que le ven… Los leprosos deben ser el pan de las Hijas de María ». En 1856, instala a algunas de sus hijas en la leprosería de Saint-Bernard, desde donde escribe a las que residen en Rivière-des-Pluies : « He recorrido esta larga sala donde cincuenta leprosos nos saludaban con expresión de contento, sin haber sentido otro sentimiento más que el gozo y la felicidad… De esos pobres seres solamente puedo deciros que, al considerarlos, uno puede obtener muchos temas de profunda meditación ».

Incitar a amar a san José

En 1859, la comunidad abandona su convento de adobe para instalarse en Saint-Denis, la capital, en un edificio de piedra llamado “La Providencia”. La madre María Magdalena confía ilimitadamente en la divina Providencia : « Nunca me agobia el mañana —afirma—, pues sé que Dios me dará lo necesario, y no necesitamos nada más… Cuando, ante una mínima necesidad, he recurrido a Jesús y a María, y he visto después que me han escuchado, habría que ser muy insensata para llamar a otra puerta que no fuera la de esos divinos Corazones. Prefiero mil veces un pedazo de pan entregado por la Providencia que los manjares más exquisitos debidos a caprichos de los hombres. Estos, si hoy tenéis su beneplácito, os elevan a las nubes, pero si mañana están contrariados, ya no se acuerdan de vosotros ». Y se felicita de tener a san José como ecónomo : « Creo que la ternura que siento hacia ese gran santo es un don que me ha concedido Jesús ; creo que san José es mío, que hay algo que me une a ese buen Padre y que no puedo reproducir, pero que hace que no pueda prescindir de él porque Jesús así lo quiere. Quisiera que todo el mundo lo amara… Cuando necesito alguna cosa para la comunidad, le escribo una pequeña nota, o bien, arrodillándome a sus pies, le hablo de mis necesidades, le enumero lo que deseo y luego me voy, bien segura de que se me concederá ».

Con motivo del 150 aniversario de la declaración, por el beato Papa Pío IX, de san José como Patrono de la Iglesia universal, el Papa Francisco quiso compartir algunas reflexiones sobre esta figura excepcional : « Todos pueden encontrar en san José —el hombre que pasa desapercibido, el hombre de la presencia diaria, discreta y oculta— un intercesor, un apoyo y una guía en tiempos de dificultad. San José nos recuerda que todos los que están aparentemente ocultos o en “segunda línea” tienen un protagonismo sin igual en la historia de la salvación… La grandeza de san José consiste en el hecho de que fue el esposo de María y el padre de Jesús. En cuanto tal, entró en el servicio de toda la economía de la Encarnación… Por su papel en la historia de la salvación, san José es un padre que siempre ha sido amado por el pueblo cristiano… Muchos santos y santas le tuvieron una gran devoción, entre ellos santa Teresa de Jesús, quien lo tomó como abogado e intercesor, encomendándose mucho a él y recibiendo todas las gracias que le pedía. Alentada por su experiencia, la santa persuadía a otros para que le fueran devotos… La confianza del pueblo en san José se resume en la expresión “Ite ad Ioseph”, que hace referencia al tiempo de hambruna en Egipto, cuando la gente le pedía pan al faraón y él les respondía : “Vayan donde José y hagan lo que él les diga” (Gn 41,55). Se trataba de José el hijo de Jacob, a quien sus hermanos vendieron por envidia y que se convirtió posteriormente en virrey de Egipto (cf. Gn 37) » (Carta Apostólica Patris corde, núm. 1).

La madre María Magdalena envía a sus monjas a los lugares donde hay más miseria. Muy pronto habrá fundado diecisiete comunidades en la Reunión. Acude igualmente en ayuda de los pobres de las regiones limítrofes : isla Mauricio, Madagascar, las Seychelles, pero también en el continente africano. El proyecto de las Seychelles no llegará a término estando viva ; en contrapartida, a partir de 1860, las Hijas de María se hallan presentes en África. El hecho de enviar a jóvenes monjas tan lejos, a algunos países donde los musulmanes son mayoría, es considerado por la madre como una gran responsabilidad : « Sufrí más viendo cómo mis monjas partían para África que cuando cerré los ojos de las que habían muerto » —confiesa—… Sin embargo, « no olvidemos —continúa diciendo— que hace poco Bourbon retiraba esclavos de África. En todas partes era motivo de regocijo ver que las hijas de padres que habían sido esclavos en Bourbon se marchaban para cuidar y educar a sus hermanos. Realizaban un retorno a las fuentes que no era banal. Así lo quería Dios, ¡ alabado sea ! ». Su propia hermana, la madre María Teresa de Jesús, contraerá la fiebre al visitar a las comunidades de África. Su muerte, el primer viernes del mes de abril de 1868, es « el sacrificio más horrendo y más completo que Dios podía imponerme —dirá la madre María Magdalena—… A partir de entonces sólo podía apoyarme en mi cruz, y en su pie debía derramar todas las amarguras de mi corazón… Dios quiso que estuviera sola en medio de mis sufrimientos, para enseñarme que solamente debo atarme a Él ».

La fundadora recomienda a sus hijas que practiquen asiduamente las virtudes de la pobreza, obediencia, humildad y caridad. « Creo que Dios recompensará ampliamente a las que se esmeren en mantener la paz en la congregación. Será a costa de muchos sacrificios, ¡ pero poco importa si podemos alcanzar la gloria de Dios y ayudar a nuestras hermanas a santificarse ! Hay que cumplir la voluntad de Dios allí donde quiera y como quiera. Debéis saber lo que Dios quiere, pues en ello está todo ; cada día nos enseña que la vida es una cadena de dolores que hay que saber sufrir con calma y paz, para intentar merecer el Cielo a cualquier precio. ¡ Ese descanso del Cielo será tan dulce tras el horrendo combate en la tierra… ! ».

¡ Dad y os lo devolveré !

A partir de 1873, la salud de la madre María Magdalena se ve socavada por el paludismo. El 16 de enero de 1882, Dios llama al padre Levavasseur, su padre espiritual y cofundador de su obra. En 1887, otra prueba se le presenta : las comunidades de isla Mauricio se separan de la congregación. En enero de 1889, en su lecho de muerte, la madre repite incansablemente a sus hijas : « Caridad para con los pobres, los niños, los huérfanos, los ancianos… Dad, dad, hijas mías, y os prometo que conseguiré que se os devuelva el ciento por uno cuando esté allá arriba ». Se apaga apaciblemente el 27 de enero. En 2007, el Papa Benedicto XVI reconoció la heroicidad de las virtudes de la madre María Magdalena de la Cruz. En la actualidad, la congregación de las Hijas de María cuenta con más de 300 religiosas repartidas en unas cincuenta comunidades. Ejercen su apostolado en la Reunión, isla Mauricio, Rodrigues, Madagascar, en las Seychelles y en África.

Que la venerable madre María Magdalena de la Cruz nos ayude a poner en práctica el mandamiento nuevo que Jesús nos dio : ¡ Amaos los unos a los otros como yo os he amado ! (Jn 13, 34).

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