18 de Febrero de 2022

Venerable François Libermann

Muy estimados Amigos:

«La tarea de la evangelización de todos los hombres, constituye la misión esencial de la Iglesia » —escribía el Papa Juan Pablo II. La gran epopeya misionera que tuvo como escenario el continente africano, en el transcurso de los dos últimos siglos, es una historia que no debemos olvidar. « El espléndido crecimiento y las realizaciones de la Iglesia en África se deben en gran parte a la heroica y desinteresada dedicación de los misioneros. Esto es reconocido por todos. En efecto, la tierra bendita de África está sembrada de tumbas de valientes heraldos del Evangelio… Como nos amonesta la Sagrada Escritura : Acordaos de vuestros antecesores que os han anunciado la palabra de Dios y, considerando el fin de su vida, imitad su fe (Hb 13, 7) » (Exhortación Ecclesia in Africa, 14 de septiembre de 1995, núm. 55, 35, 37).

Venerable François LibermannEl padre Francisco Libermann es uno de esos evangelizadores de África. Nacido en Saverne (Alsacia) el 11 de abril de 1802, Jacob Libermann es el quinto de los nueve hijos del rabino de la ciudad, Lázaro Libermann. Es circuncidado poco después y es educado en la más estricta ortodoxia judía. El niño es delicado y frágil, muy sensible, incluso retraído, dócil y manso, tímido aunque muy inteligente, pero también dotado de un espíritu práctico y de una voluntad perseverante. El padre ve en él a su sucesor. Jacob sufre la gran pena de perder a su madre a la edad de once años. Hasta sus veinte años vive como israelita practicante, llevando una vida virtuosa, pero la severidad de algunos rabinos le impacta. En 1824 prosigue sus estudios en Metz, en una escuela superior israelita donde no recibe la buena acogida que esperaba, sobre todo por parte de uno de los profesores que había sido alumno de su padre. Allí profundiza en el conocimiento de la Ley y de los Profetas ; también cuida el aprendizaje del francés y del latín, dos lenguas que le resultarán más tarde de gran utilidad.

Se derrumban todos los temores

Durante su estancia en Metz se entera de la conversión de su hermano mayor Sansón, bautizado con su mujer en la Iglesia Católica el 15 de marzo de 1824. Atribuye esa conversión a motivos naturales y amonesta sobre todo a su hermano por la pena que causa a su padre. No obstante, continúa manteniendo con él una correspondencia en la que, a menudo, se abordan las pruebas de la verdad de la fe católica. En noviembre de 1826 coincide en París con Pablo Luis (David) Drach, antiguo rabino alsaciano convertido al cristianismo, quien le consigue una habitación en el colegio Stanislas. Jacob se siente pronto solo, cara a cara con la Doctrina cristiana y la Historia de la Religión antes de la venida de Jesucristo del padre Lhomond († 1794). Se produce una primera “conversión” : la convicción intelectual de que la Iglesia posee la verdad revelada. « Ese momento —escribirá— fue extremadamente penoso », pues todavía se siente ligado, de corazón, a la fe de sus antepasados. « Fue entonces cuando, recordando al Dios de mis padres, me postré de rodillas para suplicarle que me iluminara sobre la verdadera religión. El Señor, que está cerca de quienes le invocan desde el fondo de su corazón, atendió mi plegaria. Enseguida fui iluminado y vi la verdad. La fe penetró en mi alma y en mi corazón ». Tan profunda es esa gracia que puede recibir el Bautismo la víspera de Navidad del mismo año, tomando el nombre de Francisco. Con ocasión de ello, el Señor le da una gran confianza en su omnipotencia ; Francisco recibe también la gracia de un ardiente amor por la Santísima Virgen María. El día de Navidad toma su primera comunión : « Todas mis incertidumbres y todos mis temores se derrumbaron súbitamente ». Tiene veinticinco años de edad. Anuncia por carta su conversión a su padre, pero de su parte solamente recibe la mayor de las incomprensiones.

Deseoso de ser sacerdote, Francisco es admitido, en 1827, en el seminario parisino de San Sulpicio. « Estoy siempre contento, siempre feliz —escribe a su hermano Sansón— ; mi corazón se halla siempre en perfecta tranquilidad y nada podrá turbar esa paz ». De hecho, siempre transmitirá la paz a su alrededor. Siendo superior escribirá a sus misioneros : « No creas que el ideal del misionero es estar siempre en movimiento, en efervescencia. Actuarás mucho, es cierto, pero con paz en el alma. Si estás inquieto, perturbado o apresurado significa que ya has olvidado a Jesús ».

La epilepsia, enfermedad que lo pondrá a prueba durante muchos años, empieza entonces a manifestarse. A pesar de las primeras crisis, el año 1828 trascurre relativamente bien y los resultados de sus estudios son excepcionales ; sin embargo, al final del año siguiente es abatido por un fuerte ataque que no deja duda alguna sobre la gravedad de su estado. A continuación se producirán períodos en que la enfermedad remita y, con el tiempo, llegará a prever los ataques. Aprenderá a curarse y a practicar, frente a lo que denomina su « querida enfermedad », la calma y el equilibrio del alma. El derecho de la Iglesia no permitía en aquella época que un epiléptico accediera al sacerdocio. Sin embargo, a causa de su buena influencia sobre los seminaristas, autorizan a Francisco, quien declara que no puede regresar al mundo, a permanecer en la casa sulpiciana de Issy-les-Moulineaux. « Estoy contento de tener a Dios como único recurso » —afirma. Durante seis años es auxiliar del ecónomo de la casa, mientras prosigue sus estudios. Le confían varios trabajos materiales, así como la acogida de los nuevos seminaristas y la atención espiritual de los sirvientes. Su influencia sobre los seminaristas es considerable. De esa época datan sus primeras cartas de dirección espiritual. En una de ellas escribe : « El principio primordial de la vida espiritual es simplificar las cosas lo más que se pueda. Cuanto más sencilla y uniforme es nuestra conducta, más perfecta es ».

Una gran imprudencia

En 1837 le presionan para que vaya a Rennes, con los Eudistas (congregación fundada por san Juan Eudes en 1643) para cumplir la función de asistente del maestro de novicios. Se gana rápidamente la confianza y el aprecio de los jóvenes religiosos, así como de sus superiores, pero él no se siente ni útil ni en su lugar. No obstante, permanece allí durante dos años. Dos seminaristas, Federico Le Vavasseur, un criollo de la región, y Eugenio Tisserant le comunican separadamente sus proyectos en favor de la evangelización de África. Francisco percibe entonces que el Espíritu Santo lo llama a colaborar en esa obra evangelizadora. Los jóvenes le piden que adapte la regla de los Eudistas a su proyecto misionero. Poco a poco, sin quererlo, Francisco se pone a la cabeza de la empresa, que tomará cuerpo el 28 de julio de 1839. Su deseo es conseguir que la Santa Sede apruebe esa institución, pero todos sus consejeros opinan lo contrario : esa situación le provoca un enorme desconcierto que solamente cesará a los pies de la Virgen de Fourvière en Lyon. « Dejé Rennes para siempre —escribe a su hermano Sansón—. Es una gran imprudencia —por no decir una locura—, según quienes juzgan las cosas como hombres de este mundo. Tenía cierto futuro, estaba seguro de tener de qué vivir y de tener incluso cierta existencia honorable, pero ¡ pobre de mí si intento estar a gusto en la tierra y vivir honrado y apreciado ! Recuerda una cosa : este mundo pasa, y la vida que llevamos no dura más que un instante… No tengas ningún miedo ; reconoce que soy el hombre más feliz de la tierra, ya que ¡ lo único que tengo es Dios ! ».

Llega a Roma en enero de 1840, donde se reencuentra con Pablo Luis Drach, por entonces bibliotecario de la Congregación para la Propagación de la Fe. Ambos consiguen audiencia del Papa Gregorio XVI el 17 de febrero. Francisco reza mucho en las basílicas romanas, ante las sepulturas de los Apóstoles, y medita sobre su aspiración misionera. Al mes siguiente presenta un informe a la Congregación. A principios del mes de junio se entera de que su proyecto de obra en favor de los africanos es acogido favorablemente, con la condición de recibir la ordenación sacerdotal. Tiene entonces treinta y ocho años, y la ausencia de ataques de epilepsia desde hace mucho tiempo hace que la enfermedad se considere curada. Francisco permanece todavía unos meses en Roma, pone definitivamente a punto la regla que había preparado en Rennes y redacta un comentario sobre el Evangelio de san Juan.

« Acudirás a los más pobres »

En el transcurso de una peregrinación a la santa casa de Loreto, acepta la idea de ordenarse sacerdote. Al constatar que su salud mejora, emprende gestiones en ese sentido con el obispo de Estrasburgo, su diócesis originaria. El 23 de febrero de 1841 ingresa en el seminario mayor de Estrasburgo. En la misma época, el señor de Brandt, antiguo seminarista de San Sulpicio, propone para la congregación naciente alquilar una casa en La Neuville, actualmente un barrio de Amiens, y presenta a los aspirantes religiosos a su tío Monseñor Mioland, obispo de Amiens. Tras ser ordenado diácono en Estrasburgo, el 10 de agosto de 1841, Francisco Libermann se dirige a Amiens, donde Monseñor Mioland lo ordena sacerdote el 18 de septiembre. El día 25 celebra una primera Misa en acción de gracias en el santuario parisino de Nuestra Señora de las Victorias, en presencia de la mayor parte de sus compañeros. Es en cierto modo la Misa de fundación del instituto, que toma el nombre de « Sociedad del Sagrado Corazón de María ». El lunes 27 de septiembre se instaura el noviciado de La Neuville. Un año más tarde los novicios llegan a ser doce, siete de los cuales son sacerdotes. La pobreza es grande en aquellos primeros tiempos de la fundación, y algunos de ellos duermen en los pasillos, pero el gozo y el fervor los animan a todos.

En marzo de 1842, el padre Libermann compra la propiedad de La Neuville y emprende la construcción de dos alas y de una capilla. Él mismo contribuye, tanto en las tareas hortícolas como en la formación espiritual de los suyos : « Soy servidor de Jesús. Él quiere que ame a todos los hombres igual que los ama Él, pero me inspira un amor más intenso, más tierno por los hombres negros ». La llamada que recibe del Señor lo lleva en esta dirección : « Acudirás a los más pobres, a quienes nadie tiene en cuenta ». Escribirá para sus hijos : « No os resulta posible santificaros sin trabajar con todas vuestras fuerzas por la salvación de las almas… No es posible santificar esas almas si vosotros os abandonáis ».

« Se ha repetido frecuentemente en nuestros días —escribirá el Papa Pablo VI— que este siglo siente sed de autenticidad. Sobre todo con relación a los jóvenes, se afirma que estos sufren horrores ante lo ficticio, ante la falsedad, y que además son decididamente partidarios de la verdad y la transparencia. A estos signos de los tiempos debería corresponder en nosotros una actitud vigilante. Tácitamente o a grandes gritos, pero siempre con fuerza, se nos pregunta : ¿ Creéis verdaderamente en lo que anunciáis ? ¿ Vivís lo que creéis ? ¿ Predicáis verdaderamente lo que vivís ? Hoy más que nunca el testimonio de vida se ha convertido en una condición esencial con vistas a una eficacia real de la predicación » (Evangelii nuntiandi, 8 de diciembre de 1975, núm. 76). Al comentar el versículo Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras (Hb 10, 24), el Papa Benedicto XVI afirmará : « Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión : nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal ; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social » (Mensaje para la Cuaresma 2012).

Como siervos para sus amos

Tras sólo cuatro meses de noviciado, Federico Le Vavasseur parte hacia su país de origen : la isla Borbón (hoy La Reunión). Eugenio Tisserant se dirige a la Martinica, desde donde espera la ocasión para penetrar en Haití. De ese modo, apenas un año después de los inicios de la nueva congregación, algunos de sus miembros trabajan ya en su campo de apostolado. El 28 de septiembre de 1842, la Santa Sede erige en África la inmensa vicaría apostólica de Dos Guineas y de Sierra Leona, que se extiende por ocho mil kilómetros de costas. Se le confía a monseñor Edward Barron, antiguo vicario general de Filadelfia (Norteamérica). El prelado entra en contacto con el padre Libermann, quien le propone el apoyo de siete misioneros. Consciente de las penosas condiciones de su misión, el padre reúne veinte toneladas de aprovisionamiento y exige que los que parten se entrenen físicamente. El 13 de septiembre de 1843, los siete sacerdotes, acompañados de tres laicos, se embarcan para África. « Despojaos de Europa —les pide el padre—, de sus costumbres, de su espíritu… haceos africanos con los africanos para formarlos como deben ser, no a la manera de Europa, dejadles que guarden lo que les es propio ; actuad con ellos como unos siervos deben hacerlo con sus amos ; según los usos, el estilo y los hábitos de sus amos ; y ello para perfeccionarlos, santificarlos, para hacer de ellos poco a poco, a largo plazo, un pueblo de Dios. Es lo que san Pablo denomina hacerse todo a todos para ganarlos todos para Jesucristo (cf. 1 Co 9, 22) ».

Anunciar a Jesucristo no es contrario al respeto por los pueblos, sino que lo promueve : « La Iglesia —escribía san Juan Pablo II— piensa que estas multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo (cf. Ef 3, 8) dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad » (Ecclesia in Africa, núm. 47).

El 29 de noviembre de 1843 los misioneros llegan a Liberia, donde monseñor Barron ha establecido su residencia ; sin embargo, él no está allí para acogerlos. Sin demora, los misioneros se dedican con ardor al estudio de la lengua local. Adoptan un modelo de vida austero y una alimentación frugal. Ese entusiasmo totalmente inexperto, en un país de clima ecuatorial, produce consecuencias dramáticas : en menos de dos semanas siete caen enfermos y, a finales del mes de diciembre, la muerte se lleva a dos de ellos. El padre escribe a sus hijos : « Todas las obras emprendidas y realizadas en la Iglesia se han topado con las mismas dificultades y, a menudo, mucho mayores aún, y sin embargo esas dificultades no han asustado a los hombres apostólicos… Siempre ha estado en la agenda de la Providencia manifestar sus cuidados maternales en medio de los obstáculos, y los resultados más dichosos se han producido normalmente después de las mayores dificultades ».

« ¡ Camina a su paso ! »

Monseñor Barron decide que sólo permanezcan el padre Bessieux con dos compañeros, y lleva a los demás a Grand Bassam (actualmente en Costa de Marfil), donde sucumben uno tras otro. En septiembre de 1844, desanimado ante el desastre, el obispo regresa a Europa. « Sé ante todo un hombre perseverante —reflexiona para sí el padre Libermann. Nada de lo que se emprende por Jesús carece de dificultades, y a Dios le gusta tomarse su tiempo. Camina a su paso ». El padre Bessieux y el hermano Gregorio, únicos supervivientes de esa expedición, se dirigen entonces a Gabón, instalándose en Libreville.

Los Padres del Sagrado Corazón de María entran en relación con otra congregación misionera francesa : los Espiritanos, fundada en 1703 por Claude Poullart des Places (1679-1709), joven aristócrata bretón ordenado sacerdote tras haber renunciado a una carrera en el Parlamento de Rennes. Este agrupó a estudiantes pobres deseosos de ser sacerdotes y de servir en las parroquias pobres. Así nacieron, el 27 de mayo de 1703, día de Pentecostés, la sociedad y el seminario del Espíritu Santo. A partir de 1816 el seminario se encargó igualmente de aportar el clero a todas las colonias francesas ; los Espiritanos se encargan principalmente de los europeos que viven en África. Así pues, la sociedad fundada por el padre Libermann rebosa de vocaciones pero adolece de un estatuto jurídico concreto ; el del padre Poullart des Places existe oficialmente, pero los misioneros activos son poco numerosos y las vocaciones son escasas. La similitud de los objetivos permite considerar la fusión de ambas congregaciones. Algunas gestiones en Roma permiten que, el 28 de septiembre de 1848, ese proyecto se realice. Dirigiéndose a los dos superiores, la Congregación para la Propagación de la Fe precisa : « Os corresponde llevar a cabo la fusión de vuestros dos institutos, de manera que, en adelante, la Congregación del Sagrado Corazón de María deje de existir y que sus miembros y aspirantes queden integrados en la Congregación del Espíritu Santo ». El 3 de noviembre siguiente, Roma aprueba la elección del padre Libermann como superior de la Congregación del Espíritu Santo ; él residirá en París.

En 1846 el padre Libermann había adquirido un inmueble cerca de Amiens para reemplazar la casa de La Neuville, que era demasiado pequeña. También había que encontrar un lugar para recibir a sus treinta estudiantes, filósofos y teólogos. Así pues, compra la abadía de Nuestra Señora del Gard, a unos kilómetros al norte de Amiens. Durante sus viajes por Francia, el padre constata que son muchos los pobres que también están abandonados, al igual que en los países con misiones. Por eso desea incluirlos en la llamada que recibió en su momento : « Acudirás a los más pobres, a quienes nadie tiene en cuenta », y orienta la congregación hacia una acción social y religiosa entre los obreros, paralelamente a las misiones propiamente dichas. En mayo de 1851 redacta sus “Instrucciones a los misioneros”, cuaderno de setenta y cuatro páginas que constituye su testamento espiritual.

Celo por las almas

A finales del mismo año una gran fatiga se abate sobre él ; su salud, que siempre fue precaria, se deteriora rápidamente. El padre Le Vavasseur, que ha vuelto a su lado tras un hermoso apostolado misionero, escribe entonces al hermano del enfermo, el doctor Libermann : « Se trata más o menos de la misma enfermedad de hace tres años. No puede tomar prácticamente nada ». El 27 de enero de 1852 recibe la Extremaunción. El 30 de enero por la noche, ante la comunidad congregada, el fundador pronuncia con dificultad estas pocas palabras : « Os veo por última vez. Estoy feliz de veros. Sacrificaos por Jesús, sólo por Jesús. Dios lo es todo, y el hombre no es nada. ¡ Espíritu de sacrificio, celo por la gloria de Dios y por las almas ! ». Su agonía dura hasta el 2 de febrero. Expira en el momento preciso en que, en la capilla contigua, cantan el Magníficat de las vísperas de la Purificación de María. Sus últimas palabras son para Dios : « Dios mío, Dios mío… ». Su cuerpo reposa, desde 1967, en la capilla de la casa madre de la Congregación del Espíritu Santo, en París, calle Lhomond (distrito 5o), en la colina de Santa Genoveva. El decreto que reconoce la heroicidad de sus virtudes, publicado el 19 de junio de 1910, confiere oficialmente al padre Francisco Libermann el título de “Venerable”.

El padre Libermann quería de sus misioneros no solamente un real y profundo esfuerzo de inculturación, sino también que hicieran partícipes a los africanos de la evangelización de sus propios países, formando catequistas, comunidades religiosas y, después, sacerdotes autóctonos. El Papa Juan Pablo II exhortaba asimismo especialmente a los jóvenes africanos : « Quiero dirigir también una llamada a los jóvenes : queridos jóvenes, el Sínodo os pide que os hagáis cargo del desarrollo de vuestras Naciones, que améis la cultura de vuestro pueblo y trabajéis por su revitalización con fidelidad a vuestra herencia cultural, con el perfeccionamiento del espíritu científico y técnico y, sobre todo, con el testimonio de fe cristiana » (ibíd., núm. 115).

Pidamos al venerable Francisco Libermann la gracia de un celo ardiente por la evangelización, de la cual depende la salvación eterna de innumerables almas. Tras su Resurrección Jesús envió a sus apóstoles : Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y sea bautizado, se salvará ; el que no crea, se condenará (Mc 16, 15-16). « Evangelizar constituye, en efecto, la dicha y vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda —afirmaba san Juan Pablo II. Ella existe para evangelizar. La Iglesia, nacida de la acción evangelizadora de Jesús y de los Doce… Como el Apóstol de los gentiles, la Iglesia puede decir : Predicar el Evangelio… es un deber que me incumbe. Y, ¡ ay de mí si no predicara el Evangelio ! (1 Co 9, 16) » (ibíd., núm. 55).

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