25 de Abril de 2022
San José Vaz
Muy estimados Amigos:
«El padre José Vaz —afirmaba san Juan Pablo II el 21 de enero de 1995— era un gran misionero sacerdote que formaba parte de ese linaje casi infinito de ardientes heraldos del Evangelio, los cuales, en todas las épocas, abandonaron su país para aportar la luz de la fe a pueblos lejanos… El padre Vaz fue un digno heredero de san Francisco Javier, pero también era un verdadero hijo de Goa (India), donde nació, ciudad destacada por sus profundas tradiciones cristianas y misioneras. El padre Vaz es un hijo de Asia que se hizo misionero en Asia. La Iglesia necesita hoy a esos hombres y mujeres provenientes de todos los continentes » (Homilía de la Misa de beatificación).
José es el tercero de seis hermanos y nace el 21 de abril de 1651 en Benaulim, provincia de Goa en India, entonces posesión portuguesa. Sus padres son católicos fervientes, ambos de origen brahmán, la casta más elevada. El niño es bautizado con el nombre de José el octavo día después de nacer. Durante su escolarización aprende portugués y, luego, latín. Sorprende a los suyos por su espíritu de mortificación, especialmente en cuanto a la alimentación. Si oye a un pobre pidiendo limosna a la hora de la comida, se apresura a darle su ración, pero intentando hacerlo a escondidas de sus padres. Se aísla por su cuenta para rezar, manifestando muy pronto el deseo de llegar a ser sacerdote. Encantado por esa vocación precoz, su padre lo manda al colegio San Pablo de los jesuitas, en Goa, y después a la academia Santo Tomás de Aquino de los dominicos, para que estudie, como seminarista, filosofía y teología ; allí recibe de sus examinadores las mejores valoraciones. El arzobispo de Goa lo ordena sacerdote en 1676. Poco después José adquiere la costumbre de caminar descalzo y de vivir como los pobres. Profundamente imbuido de la doctrina de san Luis María Grignion de Montfort, se consagra en 1677 como “esclavo de María”.
Una misteriosa luz
Es deseo del padre Vaz partir como misionero a la isla de Ceilán (actualmente Sri Lanka), pero sus superiores, considerando que la situación en la isla es demasiado difícil e incluso peligrosa, lo envían a Canara, en el sudeste de la India, donde impera un conflicto entre el “Padroado” (la administración portuguesa) y las autoridades eclesiásticas nombradas por Roma. José recibe su orden de misión del Padroado ; sucede a un sacerdote que no ha aceptado la presencia de un vicario apostólico, Monseñor Tomás de Castro, nombrado en 1675 por el Papa Clemente X. Como consecuencia de ello se había producido una división entre los partidarios del obispo y los partidarios de las autoridades portuguesas. Sin embargo, un nuevo Papa, Inocencio XI, confirma a Monseñor de Castro en el cargo. José reconoce su autoridad, aunque evitando entrar en conflicto con el Padroado portugués. Monseñor de Castro le concede los poderes necesarios para ejercer su apostolado. Durante cuatro años, el padre Vaz se esfuerza por reavivar la fe, preparar para los sacramentos y reconstruir iglesias. Funda pequeñas escuelas y constituye numerosas confraternidades, cuya función es reunir a los católicos en los lugares donde no hay ni misionero fijo ni iglesias, además de ponerse al servicio de quienes son considerados los últimos de la sociedad. Al hallarse los cristianos muy dispersos, el misionero se ve obligado a realizar largos desplazamientos para visitarlos ; donde quiera que llega instruye, pone fin a las discordias, administra los sacramentos o enseña a bautizar. Los cuidados que proporciona a los paganos enfermos provocan numerosas conversiones. No obstante, con motivo de esa fructífera labor, José recibe muchas injurias. Un día, una banda de paganos lo muele a palos, pero él guarda silencio. Por su parte, los hinduistas se inquietan de la enorme actividad del misionero y de la amplitud de sus resultados. Lo atraen a un lugar despoblado con el pretexto de asistir a un moribundo. Adivinando su intención, el padre se arrodilla para rezar. Entonces aparece una luz resplandeciente y brota el agua a su alrededor para protegerlo, y los agresores huyen asustados. En ese lugar se erigió después un santuario.
De regreso a Goa en 1684, el padre se junta con un grupo de sacerdotes que han decidido instaurar una forma de vida en común. El 25 de septiembre de 1685 los organiza según el espíritu del Oratorio de san Felipe Neri, constituyendo de ese modo la primera comunidad religiosa indígena de la diócesis. El Oratorio, fundado en Roma por san Felipe Neri en el siglo XVI, es una sociedad de sacerdotes seculares que, sin atadura en cuanto a votos, viven en comunidad con el objetivo de trabajar por su santificación y por la del prójimo mediante la predicación y la enseñanza. El padre Vaz es elegido primer superior, y no solamente predica con su palabra, sino con su manera de ser. Habla con frecuencia y con mucha emoción de la Pasión y del infierno.
« Dios da su Hijo unigénito —explicará san Juan Pablo II— para que el hombre no muera ; y el significado del “no muera” está precisado claramente en las palabras que siguen : sino que tenga la vida eterna (Jn 3, 16). El hombre muere, cuando pierde la vida eterna ». No es « solamente el sufrimiento temporal, cualquier sufrimiento, sino el sufrimiento definitivo : la pérdida de la vida eterna, el ser rechazados por Dios, la condenación. El Hijo unigénito ha sido dado a la humanidad para proteger al hombre, ante todo, de este mal definitivo » (Encíclica Salvivici doloris, 11 de febrero de 1984, núm. 14).
Conmovidos por la predicación del padre, son muchos los paganos que se convierten y cambian sus costumbres. Sin embargo, él pronto renuncia a su cargo de superior y obtiene permiso para partir a la isla de Ceilán, donde los católicos están por entonces completamente abandonados, en un país budista. En 1658 los holandeses, partidarios de la iglesia reformada holandesa, temerosos de que los católicos apoyaran a los portugueses, habían empezado a perseguirlos y prohibido la práctica de la fe católica. Ciento veinte misioneros católicos habían tenido que abandonar Ceilán. Así pues, el deseo de poner a salvo la Iglesia de Ceilán arde en el corazón del padre Vaz.
La respuesta más completa
La Iglesia Católica « existe para proclamar que la respuesta más completa a las preguntas de la vida se halla en Jesucristo, el Verbo de Dios hecho carne. Él es la Palabra eterna del Padre y el Nuevo Adán. Por Él se hizo todo y en Él todos hallan esa luz que es la vida del mundo. Cristo, al revelar el misterio del Padre y de su Amor, revela plenamente al hombre a sí mismo y aclara su sublime vocación. Por ese motivo, la Iglesia no cesa de proclamar que Jesucristo es el camino, la verdad y la vida (Jn 14, 6), en quien se halla la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió todo con Él mismo. El padre José Vaz fue a esa tierra de Ceilán para proclamar ese mismo mensaje. Predicó el nombre de Cristo por obediencia a la verdad y por deseo de compartir con los demás el camino que lleva a la Vida eterna » (san Juan Pablo II, 21 de enero de 1995).
En 1687, acompañado de un cristiano llamado Juan y disfrazado de mendigo, José llega a Jaffna. Llevando un rosario al cuello, mendiga y entra en contacto con los católicos, los cuales, temiendo que se descubra finalmente su presencia, deciden trasladarlo a una aldea vecina, donde son numerosos y valientes. Ese pueblo ha escapado a la vigilancia de los holandeses. El padre reconforta a los cristianos y permanece dos años junto a ellos, visitando también los pueblos vecinos, por la noche y con escolta. Sin embargo, el comandante neerlandés de Jaffna nota una renovación de la vida católica en su distrito y detecta la presencia del sacerdote. Trescientos cristianos son encarcelados, pero José Vaz consigue escapar y refugiarse en Puttalam, en territorio del rey de Kandy, en el interior de Ceilán, donde los holandeses casi no han penetrado. Allí desarrolla con éxito su labor misionera durante un año. Camina de pueblo en pueblo, predicando, administrando los sacramentos, reconstruyendo las iglesias y estableciendo catequistas. Tras dieciocho meses, un comerciante le consigue autorización del rey para dirigirse a la capital, Kandy. Una vez allí, un francés violentamente anticatólico lo denuncia como espía portugués, y el rey lo manda encarcelar con Juan. José, que ya había estudiado tamil, aprovecha su encarcelamiento para aprender la lengua local, el cingalés. Muy pronto, el comportamiento inofensivo de José y de Juan lleva al rey a suavizar su suerte, aunque permanecen bajo vigilancia. El padre acondiciona un pequeño oratorio donde, la noche de Navidad, celebra la Misa por primera vez en Kandy. Poco a poco, los católicos obtienen permiso del rey para asistir a Misa y pedir los sacramentos. Luego, el soberano autoriza al misionero a abandonar su lugar de residencia, pero con la condición de no cruzar nunca el río que rodea la ciudad. No obstante, el padre desafía la prohibición cuando es requerido para asistir a un enfermo. Los agentes del gobierno no lo denuncian, pues lo consideran un hombre santo.
Icono viviente
San José Vaz « fue ante todo un sacerdote ejemplar —afirmaba el Papa Francisco… Él nos enseña a salir a las periferias, para que Jesucristo sea conocido y amado en todas partes. Él es también un ejemplo de sufrimiento paciente a causa del Evangelio, de obediencia a los superiores, de solicitud amorosa para la Iglesia de Dios. Como nosotros, vivió en un período de transformación rápida y profunda ; los católicos eran una minoría, y a menudo divididos entre sí ; externamente sufrían hostilidad ocasional, incluso persecución. Sin embargo, y debido a que estaba constantemente unido al Señor crucificado en la oración, llegó a ser para todas las personas un icono viviente del amor misericordioso y reconciliador de Dios » (Homilía de la canonización, 14 de enero de 2015).
En 1696 una sequía prolongada azota Kandy. El rey pide a los jefes budistas que realicen sus ceremonias para que llueva, pero resulta en vano. Envía entonces a algunos cortesanos católicos para que pidan al padre que rece con la misma intención. Este instala un altar en la plaza pública, coloca una cruz, se arrodilla y ruega a Dios que glorifique su Nombre enviando lluvia. Antes de levantarse, la lluvia comienza a caer abundantemente. En agradecimiento, el rey concede al misionero una gran libertad y privilegios que nadie más había conseguido. A ello suceden numerosas conversiones. José manda entonces a su fiel Juan a Goa para exponer la necesidad urgente de un refuerzo de sacerdotes, visitando luego los pueblos católicos de los reinos vecinos dependientes de Kandy. Pero su ardor le empuja a penetrar en la parte de la isla que está bajo dominio neerlandés, dirigiéndose discretamente a su capital : Colombo. Allí consigue recuperar para la verdadera fe a varios protestantes, así como reconciliar a enemigos acérrimos. Informado de su presencia, el gobernador de la isla ordena su encarcelación inmediata, pero el padre consigue partir y se dirige a varios pueblos donde hay católicos ; se esfuerza, aunque con dificultad, por restablecer entre ellos las buenas costumbres, regresando luego a Kandy. Tres misioneros del Oratorio de Goa que acuden a visitarlo le comunican que el obispo lo ha nombrado vicario general para Ceilán. Acepta el cargo y se propone el deber de organizar mejor la misión.
Dedicación desinteresada
Por entonces Kandy padece una violenta epidemia de viruela, hasta el punto de que han llevado a los primeros enfermos fuera de la ciudad y los han abandonado. José y los suyos parten en su búsqueda, los instalan en cabañas y los cuidan con diligencia. El número creciente de enfermos mueve al rey y a su corte a abandonar la ciudad, a lo que sigue un éxodo general. El padre Vaz se desplaza de casa en casa para ocuparse de los abandonados, o para transportarlos a edificios que alquila cerca de la iglesia. Ante la noticia de tal generosidad, son muchos los enfermos que acuden, sabiendo que los misioneros cuidan a cada uno de ellos, cualquiera que sea su raza y religión. Ese ejemplo anima poderosamente a los cristianos a practicar su fe abiertamente, por lo que se producen muchas conversiones. En lo más peligroso de la epidemia se cuentan entre diez y doce muertos al día en Jaffna. Los sacerdotes cavan ellos mismos las tumbas. La plaga dura doce meses, pero los sacerdotes no sucumben ante tantas fatigas. A pesar de todo, hay paganos y cristianos apóstatas que intentan calumniarlos ante el rey, con el pretexto de que actúan por ambición humana ; pero el soberano, muy bien informado respecto a aquella dedicación desinteresada, declara públicamente que sin ellos las calles de la ciudad habrían quedado obstruidas por los cadáveres.
Acompañado por otros sacerdotes, el padre Vaz predica después el Evangelio en la isla. Regresa a Kandy en 1699, en compañía del padre José de Carvalho, expulsado de otra región por los monjes budistas. Termina la construcción de una nueva iglesia y se pone al servicio del rey para traducir algunos escritos del portugués al cingalés. En 1705, tras contar con otros sacerdotes que se unen a él, organiza la misión en ocho distritos. Publica libros piadosos en la lengua del país y defiende los derechos de los católicos allí donde dominan los protestantes o los budistas. En 1703, el Papa Clemente XI planea nombrarlo obispo y vicario apostólico de Ceilán, pero él prefiere seguir siendo un simple misionero y declina la oferta. Vuelve entonces a partir en misión itinerante, empezando por la ciudad holandesa de Hanwella, donde hay una cristiandad sólida compuesta por portugueses y convertidos locales. Después pasa a Colombo y se dirige a Gurubevel. La policía local lo localiza e intenta arrestarlo en la casa donde se encuentra, pero, tras mirar con atención a todas las personas presentes, no lo reconocen. Visita además a otros grupos de fieles cristianos antes de regresar a Kandy, donde le espera un joven noble del reino deseoso de ser instruido en la fe. Gracias a su labor, la costa oeste de Ceilán, a pesar de la fuerte presencia de protestantes neerlandeses, se convierte en la parte más católica de la isla.
Llegar más lejos
«San José Vaz nos da un ejemplo de celo misionero. A pesar de que llegó a Ceilán para ayudar y apoyar a la comunidad católica, en su caridad evangélica llegó a todos. Dejando atrás su hogar, su familia, la comodidad de su entorno familiar, respondió a la llamada de ir más allá, de hablar de Cristo dondequiera que fuera. San José Vaz sabía cómo presentar la verdad y la belleza del Evangelio en un contexto multireligioso, con respeto, dedicación, perseverancia y humildad. Este es también hoy el camino para los que siguen a Jesús. Estamos llamados a salir con el mismo celo, el mismo ardor de san José Vaz, pero también con su sensibilidad, su respeto por los demás, su deseo de compartir con ellos esa palabra de gracia, que tiene el poder de edificarles. Estamos llamados a ser discípulos misioneros » (Papa Francisco, ibíd.).
Sin embargo, durante la ausencia del sacerdote, una potente conjuración se forma contra él en Kandy. El hospital que ha construido durante la epidemia es derribado. Los sacerdotes idólatras se quejan del perjuicio que les ocasiona el crecimiento constante de la Iglesia. Insinúan al rey que el retroceso del culto a Buda pone en peligro su soberanía, y este, demasiado atado a su tranquilidad personal, manda expulsar al padre Carvalho. Inmediatamente, los enemigos de la fe comienzan a perseguir a los cristianos. Ante la noticia de esos acontecimientos, el padre Vaz emprende enseguida el camino hacia a la capital, y ello a pesar de las opiniones contrarias de muchos. Antes de dirigirse ante el rey, celebra la Misa y deja a los cristianos en oración. El médico del rey, pagano de gran rectitud y muy influyente ante el soberano, le propone entonces sus servicios como intermediario. En menos de una hora, ese médico convence al rey de la inocencia de los misioneros y les consigue autorizaciones aún más amplias que antes.
El primer año de su presencia en Kandy, el padre había convertido al hijo del ecónomo general del reino y le había aconsejado no hacer pública su conversión durante cierto tiempo, por miedo a ocasionar desórdenes sociales. El joven señor, que aún no había recibido el Bautismo, se marchó a vivir a una ciudad lejana y, al no encontrar apoyo, cayó en el libertinaje. Se juntó con una mujer idólatra y tuvo con ella hijos, pero Dios habló a ese hombre en sueños y volvió sin reservas a la fe. De regreso a Kandy se presentó como catecúmeno a un sacerdote que no lo conocía, quien le advirtió que tenía que separarse de su compañera. Él aceptó, pero quiso catequizarla antes de despedirla, a ella y a sus padres. De eso modo consiguió convertir a cuarenta personas que fueron bautizadas por el padre Vaz. Después, el joven y la mujer se casaron. Furiosos, los paganos pretendieron que los bautismos se habían realizado con sangre de vaca, el animal sagrado de los hinduistas, mezclada con agua. Engañado, el rey adoptó severas sanciones, pero levantó todas las penas cuando reconoció que se trataba de una nueva calumnia.
Caminar sobre las aguas
En una ocasión el padre Vaz se dirige a Puttalam para acoger a dos nuevos misioneros enviados desde Goa. Al llegar ante un río en crecida, en cuyas riberas varios comerciantes esperan que descienda el nivel de las aguas para cruzarlo, el padre se pone a rezar y, con el bastón en la mano, se adentra entre las aguas rápidas invitando a sus compañeros a seguirlo ; los mercaderes observan la escena burlándose. El sacerdote se para en medio del río sin ningún incidente y ruega a sus compañeros que pasen sin temor hasta la otra orilla. Entonces todos lo atraviesan. Cerca de Batticaloa, pueblo bajo dominación neerlandesa que visita en 1710, el padre es capturado por paganos, atado a un árbol y golpeado. Ese maltrato no le impedirá visitar el pueblo una segunda vez. Cuando deja un lugar para dirigirse a otro, celebra la Misa antes del alba, y luego recita el oficio de difuntos. Si se ha erigido una cruz en el pueblo, la venera y luego emprende el camino. Su devoción impresiona a los testigos, sean cristianos o paganos. Cuando resulta posible, se hace acompañar por prudencia en sus desplazamientos, y lleva siempre consigo una reserva de arroz para entregarlo a los pobres que encuentra.
Tras la muerte del rey Vimaldharna Surya II, en 1707, su sucesor Vira Narenda Sinha se muestra todavía más favorable a las misiones católicas. A pesar de su deficiente salud, el padre Vaz realiza un nuevo viaje misionero en 1710. A su regreso contrae unas fiebres tropicales ; consigue recuperarse parcialmente, aunque continúa estando muy débil. A partir de entonces vive retirado, pero sigue visitando todavía a algunos enfermos apoyándose en un cayado ; en la iglesia predica sentado en una silla. Cuando vuelve de visitar a un moribundo, el carruaje que lo transporta vuelca, y el padre, herido, pierde momentáneamente el conocimiento ; él continúa, sin embargo, sacando fuerzas de la contemplación de la Pasión de Nuestro Señor. A pesar de su estado de debilidad y sus intensos dolores, sigue un retiro de ocho días que prescriben las reglas del Oratorio. Cuando se agrava su estado, recibe los últimos sacramentos con profunda devoción. Ante la petición de sus compañeros, pronuncia en cingalés esta sentencia a modo de testamento : « A la hora de la muerte os resultará muy difícil hacer lo que no hayáis hecho en vida ». Responde claramente a las plegarias para los moribundos, y luego invoca el Santo Nombre de Jesús ; un gran gozo se expande por su rostro, expirando apaciblemente el 16 de enero de 1711, a la edad de cincuenta y nueve años. El padre Vaz deja en herencia 70.000 católicos, 15 iglesias y 400 capillas. Su ejemplo y sus métodos de trabajo apostólico han hecho de él un manantial de inspiración permanente para los sacerdotes de Sri Lanka.
« El beato José debe inspiraros para que seáis testigos incansables y llenos de espíritu del Evangelio en vuestras familias y comunidades. El Bautismo os ha regenerado a semejanza de Cristo, y habéis recibido la misión de proclamar proféticamente su presencia en el mundo. En la Confirmación, habéis sido fortificados por el Espíritu Santo y habéis sido enviados para profesar vuestra fe con palabras y hechos… Al igual que José Vaz, que compartió libremente la verdad que había recibido, cualquiera que haya recibido el don de la fe es llamado a compartirlo con los demás ». Estas frases de san Juan Pablo II a los cristianos de Sri Lanka nos exhortan a ser todos testigos de la verdad de la fe, con palabras y hechos.
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