8 de Noviembre de 2023

Santa Narcisa de Jesús

Muy estimados Amigos,

«La expresión y los mejores frutos de la identidad cristiana de América son sus santos. En ellos, el encuentro con Cristo vivo es tan profundo y comprometido que se convierte en fuego que lo consume todo, e impulsa a construir su Reino» ―escribía san Juan Pablo II en la exhortación apostólica Ecclesia in America (22 de enero de 1999, núm. 15). Ese fuego ardía en el corazón de santa Narcisa de Jesús, la “Niña Narcisa” de Ecuador.

Santa Narcisa de JesúsNarcisa de Jesús Martillo Morán nace en 1832, en la granja de Nobol, aldea de San José, un lugar situado en el litoral ecuatoriano de la región de Daule y que forma parte de la archidiócesis de Guayaquil. Es la sexta de nueve hermanos. Su padre y su madre, Pedro y Josefa, propietarios agrícolas analfabetos, están dotados de una inteligencia despierta; su incesante trabajo les procura grandes bienes. Narcisa de Jesús aprende los primeros rudimentos del catecismo con gran facilidad. Destaca por su amor a Dios, al que percibe en la naturaleza y en la Bienaventurada Virgen María. Su madre fallece cuando ella solo tiene seis años. Con la ayuda de un maestro foráneo y de una de sus hermanas mayores, se inicia en la lectura, la escritura, la cocina y la costura, arte en el que alcanza una verdadera maestría. Posee también talento para la música y toca la guitarra. En esa familia rural y patriarcal se aprende a trabajar y a rezar en grupo: nunca omiten el rezo nocturno en común.

Unos sacerdotes expertos y buenos

El 16 de septiembre de 1839, Narcisa de Jesús recibe la Confirmación. « Al recibir el sacramento de la Confirmación, sintió clara en su corazón la llamada a vivir una vida de santidad y de entrega a Dios. Para secundar con docilidad la acción del Espíritu Santo en su alma, buscó siempre el consejo y la guía de buenos y expertos sacerdotes, considerando la dirección espiritual como uno de los medios más eficaces para llegar a la santificación » (Benedicto XVI, Homilía por la canonización, 12 de octubre de 2008). Su alma de artista es dulce y delicada, pero lejos de complacerse egoístamente en sus talentos, procura ayudar a los demás. Su actividad preferida es el canto religioso acompañado de la guitarra, en especial los poemas musicados de santa Teresa de Jesús, o también el rezo de las Avemarías del Rosario. Por la mañana se levanta antes que los demás para entregarse a la oración. El recogimiento le resulta fácil y se esmera en permanecer en presencia de Dios, pero sin caer en la misantropía.

«Pon, cuantas veces puedas, durante el día, tu espíritu en la presencia de Dios ―aconseja san Francisco de Sales―… considera lo que hace Dios y lo que haces tú, y verás cómo sus ojos te miran y están perpetuamente fijos en ti, con un amor incomparable…» (Introducción a la vida devota, II, 12). Y san Benito dice en su Regla: «Tenga el hombre por cierto que Dios le está mirando a todas horas desde el cielo, que esa mirada de la divinidad ve en todo lugar sus acciones… El Señor mira incesantemente a todos los hombres para ver si queda algún sensato que busque a Dios» (cap. 7, 1er grado de humildad).

Muy pronto Narcisa de Jesús es gratificada con gracias místicas, pero también afectada por sufrimientos. El párroco del lugar es su primer director espiritual. A lo largo de la jornada, su gusto por la oración solo puede satisfacerse con ocasión de preciados y breves momentos que le permiten sus tareas. Rehúye algunas reuniones festivas o sociales, y especialmente los bailes y danzas; sus hermanos y parientes no entienden esa actitud, llamándola la “montubia”, la “salvaje”, término más bien peyorativo. Ella, sin embargo, ayuda a su familia a preparar las fiestas, eclipsándose después discretamente en cuanto empiezan a llegar los invitados. Se retira entonces bajo un árbol frutal para rezar, a un lugar que se convirtió después en sitio de peregrinaje.

La participación en las fiestas es ciertamente normal y puede convertirse en virtuosa si se hace por amor a Dios y al prójimo. Pero para Narcisa de Jesús, la huida de esas fiestas procedía de una inspiración especial del Espíritu Santo. En efecto, Dios atrae a ciertas almas a la soledad, según esta frase del profeta Oseas: la llevaré al desierto y hablaré a su corazón (2, 16). Además, cuando se encuentra allí en oración, Narcisa de Jesús pierde la noción del tiempo y nada puede molestarla, y ni siquiera se da cuenta de las lluvias torrenciales que a veces azotan la región. Un día de fuerte tormenta, don Pedro, su padre, envía a unos hombres a buscarla. Regresan empapados pero sin ella. Sin embargo, cuando Narcisa de Jesús llega, trae la ropa totalmente seca…

Asociada al Sacrificio redentor

Narcisa de Jesús se siente llamada por Dios a hacer penitencia por la gente que no lo hace. Cuando intentan convencerla para que mitigue sus numerosas penitencias, ella responde : « He venido al mundo para sufrir », es decir, para demostrar a Dios mi amor comulgando con los sufrimientos de Cristo.

En efecto, «Jesús ofreció libremente su vida en sacrificio expiatorio, es decir, ha reparado nuestras culpas con la plena obediencia de su amor hasta la muerte ―enseña el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica―. Este amor hasta el extremo (cf. Jn 13, 1) del Hijo de Dios reconcilia a la humanidad entera con el Padre… Al llamar a sus discípulos a tomar su cruz y seguirle, Jesús quiere asociar a su sacrificio redentor a aquellos mismos que son sus primeros beneficiarios» (núm. 122 y 123).

Siguiendo a Mariana de Jesús de Paredes (eremita llamada la “Lis de Quito” ―1618-1645―, que será canonizada en 1950), Narcisa de Jesús sintió la llamada de Dios a asociarse especialmente, como víctima, al sacrificio redentor de Jesús, por ella misma y por la salvación de todos. Sin embargo, la vida penitente de esa hermosa joven de ojos azules, alta, fuerte y ágil, no la entristece, sino que la hace amable y feliz; su carácter dulce y apacible la hace extremadamente buena y obediente, generosa, compasiva hacia los pobres. Vive y trabaja como todas las demás jóvenes del campo, cumpliendo sus tareas por amor a Dios y con gran abnegación. Además de las tareas domésticas, Narcisa de Jesús ejerce el oficio de modista. Su bondad hace que todos la quieran, tanto en su casa como en el vecindario. Cuando se trata de ayudar a alguien, siempre está disponible. Como excelente catequista que es, no puede dejar de comunicar el fuego del amor divino. Hay una imagen milagrosa local que la inspira especialmente: el “Señor de los Milagros”, un Cristo crucificado que es fuente de numerosas gracias. Al morir su padre en 1851 o 1852, siente una profunda pena. Tiene veinte años cuando el Señor la invita a ir a vivir a Guayaquil. Abandonar el contexto familiar y partir hacia lo desconocido le resulta muy doloroso.

Una mujer culta de la alta burguesía, la señora Silvana Gellibert, que reside en Guayaquil cerca de la catedral, posee una propiedad rural próxima a la granja de los Martillo. Es muy piadosa y ha entablado una profunda amistad espiritual con Narcisa de Jesús, a la que acompaña a la gran ciudad. Guayaquil es el principal puerto de Ecuador y se convirtió en obispado en 1838, pero su sede sigue vacante desde hace varios meses. Los 55 km que separan la región de Daule del gran puerto son recorridos navegando en un pequeño barco de vapor. El primer contacto con la ciudad y su agitación hacen que Narcisa de Jesús se desoriente, pero su intensa vida interior le ayuda pronto a adaptarse. Desea de todo corazón pasar desapercibida y ocupar un lugar muy humilde. La alojan en un pequeño cuarto de un granero, con una hamaca como cama. A partir de entonces ya puede ir a Misa cada día y recibir frecuentemente los sacramentos. Entre los sacerdotes del lugar, la joven observa particularmente al canónigo Luis de Tola, rector del seminario diocesano y futuro obispo, que ha venido varias veces a la región de Daule. Ese sacerdote se convierte en su director espiritual, y Narcisa de Jesús se muestra muy dócil ante sus instrucciones. Su primera preocupación es disipar los temores de la joven, pues discierne en sus vías espirituales la obra del Espíritu Santo. Muy pronto, sin embargo, el canónigo Tola asigna la dirección de esa penitente poco común al canónigo José Tomás de Aguirre, él también futuro obispo de la ciudad portuaria. Todos los días Narcisa de Jesús reza en privado el Oficio parvo de la Virgen y se une al Oficio Divino que celebran los canónigos en la catedral. Por la tarde reza el Rosario con la familia Gellibert, eclipsándose discretamente después en su granero mientras los demás se quedan para pasar la velada.

La moda de París

Su ocupación habitual sigue siendo la costura. En aquella época no hay máquinas de coser en Guayaquil, por lo que la confección de la ropa exige un trabajo considerable. La primera clienta de Narcisa de Jesús es su hospedadora, doña Silvana ; pero su reputación de modista se difunde rápidamente, y afluyen los encargos. Incluso le piden vestidos de alta costura inspirados en la moda de París. En su trabajo se esfuerza por aplicar el consejo de santa Teresa de Jesús : « Haced que cada puntada sea un acto de amor ». Pero al mismo tiempo ella aumenta sus penitencias, tanto como le permite su director, para asemejarse más a Cristo en la Pasión. Su alimentación es muy reducida. Además, se consagra al cuidado de los enfermos con gran delicadeza y amor. Por eso pronto la aprecian todos, tanto en la casa de su hospedadora como en el barrio.

Sin embargo, esa popularidad va en contra de su deseo de pasar desapercibida, y por eso busca otro lugar donde hospedarse. Doña Silvana la deja partir a su pesar. Narcisa de Jesús encuentra un empleo en la gran casa patriarcal del coronel Camilo Landín. Allí le proponen una hermosa habitación en el primer piso, pero ella la rechaza y se aloja en un trastero, en el desván. Ejerce su oficio de modista tanto para la ropa modesta de los sirvientes como para los vestidos de gala de la dueña de la casa, doña Carmen. Pero esta no es fácil de satisfacer, y cuando un vestido no se adapta del todo a su gusto, no duda en hacerlo saber. La jornada de Narcisa de Jesús está marcada por las campanas de la iglesia de San Francisco de los franciscanos, al otro lado de la calle. Allí acude para la primera Misa, entre semana a las cinco y el domingo a las cuatro. A imitación de santa Mariana de Jesús, adquiere una gran cruz con clavos que sobresalen, pone sus brazos en unos anillos fijados en la parte horizontal y reza de ese modo largo rato para parecerse más a Cristo. «En su amor apasionado a Jesús, que la llevó a emprender un camino de intensa oración y mortificación, y a identificarse cada vez más con el misterio de la Cruz, Narcisa de Jesús nos ofrece un testimonio atrayente y un ejemplo acabado de una vida totalmente dedicada a Dios y a los hermanos» (Benedicto XVI, Homilía por la canonización).

Autoridad moral

Muy pronto esa vida santa le vale el respeto y el amor de todos. Incluso goza, a pesar de su humildad, de cierta autoridad moral ante doña Carmen, ya que los sirvientes que cometen alguna falta buscan a menudo refugio ante Narcisa de Jesús para obtener misericordia. Al cabo de año y medio, tras consultar a su director, ella considera que es necesario mudarse otra vez. Encuentra una habitación incómoda y húmeda en la casa de la viuda María Orias. Parece ser que es en aquella época cuando se manifiestan los primeros ataques explícitos del demonio contra ella. En 1859 el canónigo Tola emprende un largo viaje hasta Lima, en Perú, para curarse de su deficiente salud. Narcisa de Jesús siente dolorosamente la ausencia de su director espiritual. Antes de marcharse la ha confiado a un joven pero excelente sacerdote, don José Millán, quien completa su formación y la confirma en la vida espiritual en la que avanza. Don José la pone en relación con una señorita de la alta sociedad, Mercedes Molina, que ha renunciado a todo a fin de vivir únicamente por Jesús (fundará una orden religiosa y será beatificada por san Juan Pablo II en 1985). Ambas asisten a la primera Misa de la mañana en la catedral.

Ese mismo año Narcisa de Jesús es solicitada para llevar la casa del canónigo Pedro Pinto. Después de consultar con su director, acepta el puesto como un verdadero apostolado. Así pues, toma la dirección de esa importante residencia, pero una situación tan honorable y de tanta importancia la turba. Al cabo de varias semanas presenta su dimisión, mudándose de nuevo a la casa de Mercedes Molina, donde puede alojarse bajo la escalera. Con Mercedes, una de sus hermanas y otra señorita, viven una vida casi religiosa y con gran unidad de espíritu, de tal modo que las llaman las cuatro “beatas”. Josefa, una sobrina de Narcisa de Jesús que ejerce con su tía el oficio de modista, vive también con ellas, y dará testimonio de varias gracias místicas recibidas por su tía. Josefa recibe también el don de profecía: por ejemplo, sugiere a una sobrina de Mercedes que ingresa en el Carmelo que tome el nombre de Sor Mercedes de la Cruz, pues tendrá que sufrir. De hecho, sus cuarenta años de vida religiosa serán un largo martirio. En 1862 unos padres jesuitas desembarcan en Guayaquil y se instalan muy cerca de la casa de las beatas. Uno de ellos, el padre Segura, pasa a ser el confesor de Narcisa de Jesús, siendo quien la introduce en la espiritualidad de san Ignacio, en especial gracias al libro Ejercicio de perfección y virtudes cristianas del padre Alfonso Rodríguez, que se convierte en su lectura preferida. En adelante ya no firmará Martillo sino Narcisa de Jesús, para significar que se ha desposado con Cristo. En 1865 otro jesuita, el padre García, funda la asociación de las Hijas de María, a la que Narcisa de Jesús se inscribe con gozo. Al año siguiente acepta acompañar a don Millán a Cuenca (al sureste de la capital), donde la tuberculosis pulmonar le obliga a retirarse. Después de un viaje épico, ella se esfuerza por salvar esa vida tan preciada para la Iglesia. Sin embargo, menos de un año después la enfermedad se lleva a ese buen sacerdote, y Narcisa de Jesús se halla sola en una tierra casi extranjera. Monseñor Estévez, obispo de Cuenca, la invita a quedarse en su ciudad para que sea la primera piedra de un Carmelo de estricta observancia que desea fundar. Ella declina la oferta, pues considera que su misión es tender a la santidad conservando su estatus de laica en el mundo. De regreso a Guayaquil en 1867, ofrece su ayuda por un tiempo a Mercedes Molina, que acaba de fundar un orfanato, y luego vuelve a casa de doña Silvana Gellibert, donde retoma su vida de oración, de penitencia y de trabajo. Sus recursos le permiten alimentar y cuidar a cinco mendigos.

Ocho horas al día

En 1868 un padre franciscano la invita a seguirlo a Lima, en Perú, a fin de unirse a otras beatas que viven en comunidad según el espíritu de la Tercera Orden de Santo Domingo y que el arzobispo del lugar desea reformar. Ello supone un nuevo desarraigo para Narcisa de Jesús, quien se une a aquellas mujeres y emprende una reforma según un reglamento preciso. Su tarea consiste en ayudar en la enfermería y en encargarse de la lavandería. Su director espiritual es don Medina, futuro obispo de Trujillo, quien, a pesar de ser más joven que ella, está dotado de una madurez espiritual excepcional que le permite comprenderla y ayudarla. Las gracias extraordinarias que adornan su vida hacen temer a Narcisa de Jesús que pueda ser engañada por el demonio. El sacerdote la tranquiliza y la instruye más profundamente sobre el discernimiento de los espíritus. Por su parte, Narcisa de Jesús comparte con él, sistemática y humildemente, las gracias que recibe. Con su aprobación, ella pasa diariamente ocho horas en oración, cuatro durante el día y cuatro por la noche.

Tan largas horas de oración no están al alcance de todos, pero es bueno dedicar tiempo al Señor, como recomendaba san Carlos de Foucauld: «Para que nuestra vida sea una vida de oración se necesitan dos cosas: primero que contenga un tiempo diario suficientemente largo dedicado únicamente a la oración; después que, durante las horas dedicadas a otras ocupaciones, permanezcamos unidos a Dios, conservando el pensamiento de su presencia y, mediante frecuentes elevaciones, volviendo nuestros corazones y nuestras miradas hacia Él» (Escritos espirituales).

A nadie más

En la casa no se celebra todos los días la Misa, por eso Narcisa de Jesús se sitúa cerca de la puerta y, cuando ve pasar a un sacerdote, le pide que le dé la Comunión, sin la cual no puede vivir. Profesa en privado varios votos, como los de pobreza, castidad y obediencia a su confesor. Un día Cristo saca su Corazón de su pecho y se lo da para que lo bese, diciendo : « ¡ Esta es una gracia que no he concedido a nadie más ! ». El amor de Narcisa de Jesús por el Corazón de Jesús queda multiplicado por diez. También anuncia con antelación algunos acontecimientos, como el futuro de la casa de beatas donde vive, las misiones peruanas en la jungla, la elevación del padre Medina al episcopado… Su vida de penitencia prosigue, sumiendo a los médicos en el asombro, ya que no alcanzan a comprender cómo puede sobrevivir comiendo tan poco. De hecho, su robusta salud es un don excepcional del Señor.

Son muchos los que creen que es imposible llegar a santo, pues solo consideran en los santos las gracias extraordinarias: mortificaciones espeluznantes, visiones, éxtasis, milagros, profecías… Pero la santidad no consiste en eso. Consiste en vivir en unión con Dios en la caridad y en la práctica efectiva de las virtudes, y bajo la dirección del Espíritu de Dios. San Pablo describe los efectos de santidad que produce el Espíritu Santo: Amor, alegría, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre, templanza… Pues los que son de Cristo Jesús, han crucificado la carne con sus pasiones y sus apetencias. Si vivimos según el Espíritu, obremos también según el Espíritu (Ga 5, 22-25).

El Señor revela un día a Narcisa de Jesús la inminencia de su muerte. La perspectiva de su entrada en el Cielo la llena de gozo. El 24 de septiembre de 1869, festividad de Nuestra Señora de la Merced, después de comulgar, ve en éxtasis a Nuestro Señor y a Nuestra Señora que la invitan a pedir una gracia, y ella pide la perla más preciada (cf. Mt 13, 45): la salvación eterna de varias personas y, después, su propia entrada en el Cielo. Se le declara entonces una fuerte fiebre inexplicable. En su última carta da las gracias a sus amigos de Guayaquil, en particular a doña Silvana Gellibert, a quien lega su cruz penitencial. En el mundo entero rezan en ese momento por el próximo concilio ecuménico del Vaticano, convocado por el beato Papa Pío IX, que debe inaugurarse el 8 de diciembre. Ese mismo día Narcisa de Jesús se viste de blanco y pasa el día en profundo recogimiento. Por la tarde se despide de las hermanas, pues ―afirma ella― «Voy a emprender un largo viaje». Las hermanas creen que se trata de una broma. Poco después la hermana encargada de bendecir las celdas por la noche informa a la superiora de que una luz extraordinaria brilla en la celda de sor Narcisa de Jesús, junto a un olor muy agradable. La superiora acude y constata que sor Narcisa de Jesús ha muerto a la edad de 37 años. Se cree que había ofrecido su vida por el concilio ecuménico que iba a definir el dogma de la infalibilidad del Papa.

Son pronto numerosas las gracias conseguidas mediante su intercesión. Tres días después de su muerte, el cuerpo se muestra flexible y sin señales de corrupción. El embajador de Ecuador en Lima pide a Monseñor Medina una relación de los hechos para García Moreno, entonces presidente de Ecuador (cuya causa de beatificación ha sido introducida en Quito). Un siglo más tarde, en 1955, el cuerpo, todavía incorrupto, fue trasladado a Guayaquil, donde se le dedicó un santuario el 22 de agosto de 1998. En la actualidad, la pequeña ciudad de Nobol ha recibido también el nombre de Narcisa de Jesús. El 12 de octubre de 2008, el Papa Benedicto XVI canonizó a santa Narcisa de Jesús.

«Jesús nos invita a seguirlo, como estos santos, en el camino de la cruz, para recibir luego como herencia la vida eterna que Él nos regaló muriendo por nosotros. Que el ejemplo de ellos nos aliente; sus enseñanzas nos orienten y animen; su intercesión nos sostenga en las fatigas cotidianas, para que un día también nosotros lleguemos a compartir con ellos y con todos los santos la alegría del banquete eterno en la Jerusalén celestial. Nos obtenga esta gracia sobre todo María, Reina de todos los santos» (Benedicto XVI, Homilía por la canonización, 12 de octubre de 2008).

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