7 de Abril de 2021

Padre Jacques (Jaime) de Balduina

Muy estimados Amigos:

«El confesor está llamado cotidianamente a dirigirse a “las periferias del mal y del pecado”, y su obra representa una auténtica prioridad pastoral —afirmaba el Papa Francisco el 17 de marzo de 2017—. Confesar es prioridad pastoral. Por favor, que no haya esos carteles : “se confiesa sólo el lunes, miércoles de tal hora a tal hora”. Se confiesa cada vez que te lo piden. Y si tú estás ahí (en el confesionario) rezando, estás con el confesionario abierto, que es el corazón de Dios abierto ». El padre Jaime de Balduina cumplió con gran espíritu de fe su misión de confesor.

Padre Jacques (Jaime) de BalduinaBenjamín Ángel es el octavo de los diez hijos de Jaime Filon y Josefina Marin. Nace el 2 de agosto de 1900 cerca de Padua, en el norte de Italia (Véneto). Su padre alimenta con creces a la familia administrando el vasto territorio agrícola del barón Hugo Treves. Josefina es el alma de la casa situada en Balduina ; bajo su dirección piadosa y diligente, Benjamín crece apaciblemente en un ambiente familiar animado. Siempre está dispuesto a ayudar, adaptándose a las voluntades de sus hermanos y hermanas. El joven se siente cautivado por las ceremonias religiosas a las que asiste en familia en la muy cercana iglesia parroquial. Admira a los sacerdotes y aprende muy pronto a ayudar a Misa. En casa organiza una pequeña parroquia formada por los niños de los alrededores. Celebra su “misa” en un altar confeccionado por su hermano mayor Francisco, en el que los delantales de la madre constituyen los ornamentos litúrgicos. A falta de púlpito, dice el sermón subido en una silla. En el transcurso de exequias solemnes, da sepultura a animales muertos. Incluso llega a “casar” a compañeros de su edad, con seriedad y compromiso. Esos juegos infantiles son, en Benjamín, la prolongación de una vida interior que se expresa en la oración personal, en el recogimiento y en la asiduidad de ayudar al sacerdote en el altar. A los diez años recibe el sacramento de la Confirmación, tomando la primera comunión al año siguiente, según la costumbre de aquella época.

El conde de Padua

En la escuela, sin embargo, el niño encuentra dificultades, pues le cuesta asimilar las lecciones y los resultados no acompañan. La maestra sólo puede elogiar, en el trascurso de sus tres años de etapa elemental en Balduina, su puntualidad, disciplina y buena voluntad. Durante los cuatro años siguientes, el escolar asiste a clase en Lendinaria, en la vecina provincia de Rovigo. Su carácter reservado y solitario provoca enseguida que sea el blanco de los granujas del lugar, sobre todo por la rivalidad contra los de Padua. Un día en que, como raro lujo, Benjamín realiza sus trayectos en bicicleta, es objeto de acoso por dos descerebrados envidiosos : « Ahí va el conde de Padua ; hagámosle la reverencia y tirémosle una piedra ». El apacible niño es alcanzado en la cabeza, pero perdona a sus compañeros. Más de una vez volverá a casa herido. En Lendinaria, Benjamín ha encontrado un convento de Capuchinos donde todo le atrae. Se siente hechizado por la amistad de los frailes, acogedores y sonrientes, por su hábito ceñido con la cuerda de tres nudos, por el oficio cantado en la capilla. Desde el principio entra de lleno en esa casa religiosa. Además, sus padres ofrecen regularmente hospitalidad a los frailes mendicantes de viaje, y son numerosos los discípulos del Poverello (san Francisco de Asís) que han compartido la mesa familiar. Mediante el contacto con los frailes mendicantes descalzos, de barba florida y de pobreza gozosa y sencilla, la llamada de Dios se hace oír en el niño.

Cuando habla de ello a sus padres, estos se alegran. Sin embargo, a causa de ciertas disputas que dividen a la parroquia, la entrada del joven en el seminario menor se aplaza varias veces. Finalmente, el párroco Carlos Trentin, un sacerdote de fuerte carácter, toma al muchacho bajo su protección y lo recomienda a los padres capuchinos : « Mi joven feligrés siempre ha mostrado una conducta irreprochable : es humilde, modesto, obediente, asiduo a la iglesia y ama las ceremonias religiosas ; ayuda a Misa con un recogimiento realmente edificante ; es un maestro atento con los niños del catecismo ; cada día se acerca a la Santa Mesa, y no ha tenido otro pensamiento que cumplir lo mejor posible con sus deberes en familia y con sus obligaciones religiosas ; por eso puedo afirmar que su vida ha sido siempre el ejemplo más edificante de hijo piadoso, modesto, verdadera y profundamente cristiano ». Así pues, el joven ingresa en el seminario menor “seráfico” (la casa de formación de los futuros Capuchinos) de Rovigo el 13 de octubre de 1917. Tiene 17 años y se halla rodeado de condiscípulos de diez u once años, pero se integra bien y se amolda de buen grado a la disciplina. Un antiguo compañero, el padre Alberto de Dueville, dejó de él este retrato : « Era reservado, muy tímido, quizás incluso algo melancólico, con capacidades más bien limitadas. Era de estatura normal pero de constitución frágil, y su físico era endeble. De su rostro pálido, anémico, irradiaba siempre una amable dulzura. Su conversación, más bien escasa, era siempre tranquila, sencilla, breve, pero llena de sabiduría… Cuando, muy raramente, se le hacía un reproche, él guardaba la calma con gran dignidad ».

No apto para la vida religiosa

En marzo de 1918, Benjamín es movilizado. Destinado al 68 regimiento de infantería estacionado en Milán, no duda en compartir sus raciones con los camaradas, no quejándose nunca. Cuando está de permiso, se dirige a la casa parroquial más cercana para proponer sus servicios. Dejará el recuerdo de un joven piadoso, apacible, paciente y sonriente. Después de ser desmovilizado, en 1921, no tarda en retomar sus estudios en el seminario menor. El 28 de septiembre de 1922, toma el hábito marrón de capuchino en el convento de Bassano del Grappa, donde recibe el nombre de fray Jaime de Balduina. Durante su año de noviciado, se inicia en la vida conventual y en los oficios litúrgicos del coro, pero también en las tareas domésticas. Un día, su maestro de novicios le dice sin ambages : « Hijo, no estás hecho para ser religioso, pues no aprobarás en tus estudios, eres demasiado tímido para hacer la colecta… ». El novicio insiste : « Si es verdad que no puedo ser religioso, tenga un poco más de paciencia y caridad conmigo ; fregaré los platos y dormiré en el establo si no hay sitio para mí en el convento ». La respuesta satisface al sacerdote, y fray Jaime profesa sus votos temporales el 29 de septiembre de 1923 ; con motivo de ello, tiene ocasión de oír ante su madre el siguiente cumplido : « Señora, no le esconderé que su hijo me deja perplejo, pues no sabe hacer otra cosa que rezar ».

Tres años de estudios se abren entonces ante el joven profeso. En esa época, un condiscípulo alaba ante él una cofradía : la “Piadosa unión de las almas víctimas”. Fray Jaime le responde que ya no le queda nada por dar, que ya se ha ofrecido como víctima por los sacerdotes y que ha pronunciado el acto heroico de caridad por las almas del purgatorio con esta fórmula : « Oh, Dios mío, en unión con los méritos de Jesucristo, tu Hijo, y con los de la Santísima Virgen María, te ofrezco en favor de las almas del Purgatorio todas las obras satisfactorias que haré durante mi vida, así como las que me sean aplicadas tras mi muerte ». El 8 de diciembre de 1926, el joven capuchino profesa solemnemente entre las manos del vicario provincial. Empieza a continuación un segundo período de tres años de estudios de teología en Venecia. Con gran asombro de sus superiores, sus resultados son muy honorables. Sin embargo, en el trascurso del año 1927-1928, su salud decae súbitamente con síntomas inquietantes. Ya sólo puede desplazarse lentamente, con pequeños pasos rápidos, como si fuera a caer hacia adelante. Si bien conserva generalmente la plena posesión de sus facultades intelectuales, sólo puede expresarse con dificultad. En tiempo caluroso se le traba la lengua, no pudiendo ni recordar ni razonar. Se añaden a eso problemas intestinales e insomnios, por lo que debe permanecer en la celda durante largas horas.

Una alegría apacible

En mayo de 1928, un médico le diagnostica una enfermedad de Parkinson que no cesa de agravarse. Todavía asiste a algunas clases, y el padre Paulino de Premariacco le resume y explica otras en privado. Los superiores de la provincia de Venecia cuestionan la oportunidad de una ordenación, pero, considerando la opinión favorable del padre Paulino, fray Jaime es dispensado de estudiar durante un año. Al no estar su enfermedad demasiado avanzada, recibe las órdenes menores, el subdiaconato, el diaconato y, finalmente, el 21 de julio de 1929, el sacerdocio, de manos del venerable Pedro La Fontaine, patriarca de Venecia. El 4 de agosto canta una primera Misa en su parroquia de Balduina. El padre Carlos Trentin lo acoge con orgullo y pronuncia un discurso vibrante con ocasión de ello. El padre Jaime, en adelante sacerdote por la eternidad, irradia una alegría apacible. Lo recordará cada año, en la acción de gracias, el hermoso día de su ordenación, que considerará siempre como un don del Cielo. Continuará estudiando teología en Venecia durante un año más, en la medida de sus posibilidades.

Lo mandan entonces a Eslovenia por un período de quince meses, y luego a Udine, en el Friul. Allí, el convento capuchino es como un puerto donde son bienvenidos quienes quieren reconciliarse con Dios y empezar una nueva vida con toda discreción. El padre Jaime consagra su vida al ministerio de la confesión. Han acondicionado para él una celda provista de una reja en la pared que le permite oír a los penitentes sin tener que desplazarse. Recibirá cada día, durante dieciséis años, decenas de personas, acogiendo además a cualquier hora, ante la imagen de Cristo coronado de espinas, a quienes se presentan como si fuera un dispensario donde se recibe el perdón de Dios.

El poder de redimir los pecados, que Cristo da a sus Apóstoles al atardecer del día de su Resurrección (cf. Jn 20, 23) como primicia de su Pasión y muerte, se aplica al mayor de los males que pueda afectarnos. Porque, según recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, « A los ojos de la fe, ningún mal es más grave que el pecado y nada tiene peores consecuencias para los pecadores mismos, para la Iglesia y para el mundo entero » (CEC, núm. 1488). Sin embargo, subraya san Juan Pablo II, « el ministerio específico de los sacerdotes no excluye, sino que comprende el ejercicio del “sacerdocio común” de los fieles. El que te creó sin ti —dice san Agustín—, no te justificará sin ti. El papel activo del cristiano en el sacramento de la Penitencia consiste en reconocer sus propias culpas con una “confesión” que, salvo casos excepcionales, se hace individualmente al sacerdote ; con la manifestación del propio arrepentimiento por la ofensa hecha a Dios : “contrición” ; con la sumisión humilde al sacerdocio institucional de la Iglesia, para recibir el “signo eficaz” del perdón divino : la absolución ; con el ofrecimiento de la “satisfacción” impuesta por el sacerdote como signo de participación personal en el sacrificio reparador de Cristo, que se ofreció al Padre como hostia por nuestras culpas ; y, finalmente, con la acción de gracias por el perdón obtenido » (Audiencia general del 15 de abril de 1992, núm. 7).

« Mi felicidad no ha cambiado por ello »

El padre Jaime se convierte en el confesor habitual de las dos terceras partes del clero de Udine. Se muestra siempre disponible, para mejor reconfortar a sus penitentes, hasta el punto de interrumpir su comida o su siesta, a pesar de una inflamación cerebral que no lo abandona y que es como una losa para él. El obispo auxiliar de Udine, Monseñor Luis Cicuttini escribirá : « Fui durante años penitente del venerado padre Jaime. Siempre me acogió con corazón paterno, y siempre me fui con el corazón reconfortado. Era parco en palabras, pero su rostro sonriente y su bondad paternal eran tales que imprimían en el corazón un alivio celestial ». Sin embargo, el padre conoce algunos fracasos en su ministerio, pero esas mismas decepciones lo afianzan más profundamente en la fe, la esperanza y la caridad, como lo expresa una plegaria que nos dejó : « Señor, las criaturas que he amado por amor a ti me han abandonado, pero mi felicidad no ha cambiado por ello, porque eres el único, Señor, que no me abandonará, y espero, con tu gracia, jamás abandonarte ».

Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados ; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos (Jn 20, 22-23). Con estas palabras, Jesús acredita a sus Apóstoles como verdaderos jueces de las disposiciones interiores de quien solicita el perdón de sus pecados. ¡ Una carga pesada para un hombre, también pecador ! ¿ De qué modo el sacerdote podría cumplir con ello si no mantiene una relación íntima con Aquel que dio su vida para salvar a los pecadores ? Un “buen confesor” —dice el Papa Francisco— es, ante todo, un verdadero amigo de Jesús Buen Pastor. Sin esta amistad, será muy difícil madurar esa paternidad, tan necesaria en el ministerio de la reconciliación. Ser amigos de Jesús significa ante todo cultivar la oración. Tanto una oración personal con el Señor, pidiendo incesantemente el don de la caridad pastoral, como una oración específica para el ejercicio de la tarea de confesores y por los fieles, hermanos y hermanas que se acercan a nosotros en busca de la misericordia de Dios. Un ministerio de la reconciliación “envuelto de oración” será reflejo creíble de la misericordia de Dios y evitará esas asperezas e incomprensiones que, de vez en cuando, se podrían generar incluso en el encuentro sacramental. Un confesor que reza sabe bien que es él mismo el primer pecador y el primer perdonado. No se puede perdonar en el sacramento sin la conciencia de haber sido perdonado antes. Y entonces la oración es la primera garantía para evitar toda actitud de dureza, que inútilmente juzga al pecador y no el pecado. En la oración es necesario implorar el don de un corazón herido, capaz de comprender las heridas de los demás y de sanarlas con el óleo de la misericordia, lo que el buen samaritano derramó sobre las llagas de ese desafortunado, por el cual nadie había tenido piedad (cf. Lucas 10, 34). En la oración debemos pedir el precioso don de la humildad, para que aparezca siempre claramente que el perdón es don gratuito y sobrenatural de Dios, del cual nosotros somos simples, aunque necesarios administradores, por voluntad misma de Jesús ; y Él se complacerá ciertamente si hacemos largo uso de su misericordia. En la oración, además, invocamos siempre al Espíritu Santo, que es el Espíritu de discernimiento y de compasión » (17 de marzo de 2017).

La seguridad junto al sagrario

Un día mandan al padre Jaime a la consulta de un ilustre profesor de neuropatología que ejerce en Udine. El diagnóstico es inapelable : « Constato que el padre padece un síndrome parkinsoniano postencefalítico. La enfermedad empeorará progresiva y fatalmente, y sumirá al paciente en la imposibilidad de luchar dentro de unos años ». Curan al padre con escopolamina, substancia que retrasa el avance de la enfermedad y suspende los síntomas. En 1934, su superior escribe : « El tratamiento búlgaro ha sido realmente milagroso para el padre Jaime, que ahora camina derecho, habla con facilidad y no tiembla. Todavía arrastra un poco la pierna derecha… El tratamiento será largo : hemos escrito a Bulgaria para los medicamentos ». Tras declararse la Segunda Guerra Mundial, resulta casi imposible encontrar escopolamina. Entonces, solicitan que el padre obtenga permiso para celebrar, en su habitación y sentado, la Misa votiva de la Virgen. Las alertas aéreas lo aterrorizan ; cuando suenan las sirenas y todos acuden a los refugios, él se resguarda en la capilla junto al sagrario, donde se siente seguro y puede recobrar la calma.

El padre Jaime ofrece sus dificultades en silencio, incluso cuando el dolor es intenso : « Estoy bien » —repite con frecuencia. De hecho, normalmente muestra un rostro sereno, distendido y tranquilo. Sin embargo, una carta a su hermana Césira, fechada en 1938, desvela ligeramente el secreto : « Son muchas las cosas que podría decirte… de momento es mejor callarse y rezar, para que el Señor cumpla en nosotros todo lo que es bueno para nosotros, y para que nos conceda la fuerza de soportar, con resignación cristiana, las pruebas de esta pobre vida ». “Soportarlo todo por amor a Jesús” se convierte en su lema. Un sacerdote revelará que cuando era seminarista y se hallaba enfermo, había recibido del padre Jaime la siguiente confidencia : « Yo, en contrapartida, no puedo esperar mejora alguna. Me he ofrecido como víctima a Dios por la santificación de los sacerdotes. Dios ha aceptado mi ofrenda y ha convertido la encefalitis letárgica en el medio mejor adaptado para realizar mi ideal ». Sin embargo, el padre Jaime no transmite tristeza. Como no le gusta ver a su alrededor caras preocupadas, no duda en animar las frentes tristes compartiendo pasteles o abriendo una botella que los generosos penitentes le han traído y que guarda con el permiso del superior. No obstante, conserva el espíritu de mortificación : a pesar de su dispensa, continúa rezando valientemente el oficio litúrgico, y, aunque está exento del ayuno eucarístico, obligatorio desde la media noche en esa época, antes de la Misa solamente toma la infusión de belladona que le han prescrito.

« Adivinad dónde… »

Desde 1941 había revelado a su hermana Césira una gracia recibida mientras rezaba por sus difuntos padres : « Pensé tanto en ellos que mi alma suspiraba ardientemente para que llegara el día en que pudiera reunirse con esos queridos padres en el paraíso donde nos esperan, cuando una voz me dijo : “Ánimo, pues tu exilio acabará pronto, porque el día en que puedas reunirte con tus queridos padres en el paraíso no está muy lejano”. Perdóname, querida hermana, si mis palabras te sumergen en la tristeza, pero es la pura verdad » ; y se dedica a tranquilizarla. En comunidad se siente más libre. Un hermano aportará el siguiente testimonio : « Hablaba con bastante frecuencia de su próxima muerte con auténtico gozo. Daba la impresión de que sabía algo al respecto : “Moriré pronto —decía—… Adivinad dónde moriré…”. Nosotros le preguntábamos si estaba bromeando. “No bromeo en absoluto… Moriré pronto, cerca de Nuestra Señora, mi madre” ».

Un día de 1948, pide permiso a su superior para ir a Lourdes. Al hacerle la observación de que su estado de salud no permite en absoluto semejante viaje, hace valer humildemente que los sacerdotes de la ciudad desean que les acompañe y que podrán fácilmente ayudarle. Él también quiere ir a ver a la Virgen, aunque le cueste la vida. Finalmente, el permiso le es concedido ; radiante de alegría, declara a su provincial : « Voy a Lourdes, pero no regresaré ». El 20 de julio sube en el tren especial, y, al día siguiente, tras 35 horas de viaje, alcanza su objetivo. El cansancio, sin embargo, le impide dirigirse directamente a las piscinas. Pide que recen el rosario con él. Su estado se agrava entonces rápidamente y, a las 11 de la noche, tras haber rezado el Magnificat, entrega su alma a Dios. Es el decimonoveno aniversario de su ordenación ; tiene 48 años. El 23 de julio, es inhumado en el cementerio de Lourdes. Desde entonces, son numerosos los fieles que acuden a recogerse ante su tumba, que adornan con flores frescas, incluso en invierno. Son muchas las gracias que se conceden y los exvotos se multiplican.

El proceso para su beatificación se abrió el 2 de diciembre de 1977. El padre Bernardino de Siena, postulador general de los Capuchinos, escribía al arzobispo de Udine : « La actividad del padre Jaime, a lo largo de su corta existencia de 48 años, 26 de los cuales en el convento, se limita, como enfermo, a sufrir, y como sacerdote, a dispensar el perdón en el sacramento de la reconciliación. En la primera actividad, mostró de qué modo un cristiano, con la ayuda de lo alto, consigue afrontar el sufrimiento, tanto físico como moral, sin quejarse, e incluso sonriendo y ofreciéndose a Dios como víctima por la santificación de los sacerdotes. Además, en el ministerio de la confesión ejercido con la misma constancia y la misma bondad que su contemporáneo san Leopoldo Mandić,… mostró de qué modo ese ministerio escondido consigue valorar la vida de un sacerdote y reforzar a sus hermanos en la gracia y en el bien. Fue, especialmente para los sacerdotes de la diócesis de Udine, lo que san Leopoldo Mandić en la de Padua : en él se manifestó la misericordiosa bondad de Dios ».

En Lourdes, la Virgen sin pecado se muestra cada vez más acogedora con los pecadores. Las almas más culpables buscan el contacto purificador de la que lleva el nombre de “Inmaculada Concepción”. Un instinto infalible les dice que sabrá comprenderlos, amarlos y consolarlos, dándoles un corazón nuevo y un espíritu nuevo. Junto con el padre Jaime de Balduina y por invitación de Nuestra Señora de Lourdes, « recemos y hagamos penitencia por la conversión de los pecadores ».

>

Santa Margarita Bays

25 de Enero de 2021

San Benito Menni

5 de Marzo de 2021

San Jerónimo

10 de Mayo de 2021

Santa Gemma Galgani

19 de Junio de 2021