25 de Enero de 2021
Santa Margarita Bays
Muy estimados Amigos:
El 6 de marzo de 1998, Norbert Baudois, un agricultor suizo, retira las barreras contra la nieve que había instalado en la propiedad familiar. Le acompañan cuatro nietos suyos. Virginie, de veintidós meses, y su hermana de ocho años están sentadas sobre el tractor cuando la pequeña cae al suelo. El abuelo no consigue parar a tiempo y la rueda aplasta a la pequeña en toda su longitud, incluida la cabeza. Lleno de consternación, la recoge inerte… Pero unos instantes después, Virginie empieza a llorar en sus brazos. Inmediatamente, Norberto piensa en Margarita Bays, a quien da las gracias en voz alta. « Tendría que estar aplastada y muerta ; ¡ no puede ser otra cosa que un milagro ! » —afirma con los ojos húmedos mirando a su nieta. En efecto, él y su esposa Yvonne tienen costumbre de rezar cada tarde a la beata, elevada a los altares tres años antes por Juan Pablo II, para que proteja a sus nietos, y ello —explica Norberto— « desde el día en que vi un cuadro que representaba a Margarita Bays rodeada de niños ». En el hospital, Virginie es examinada con esmero ; los médicos, estupefactos, comunican a sus padres que el accidente no ha dejado secuela alguna : no han sido afectados ni los órganos internos ni el esqueleto ; sólo son visibles algunos moratones causados por la caída. Es algo totalmente inconcebible, ya que en la ropa de la pequeña pueden verse las huellas de la rueda del tractor. Ese milagro, autentificado por la Iglesia, permitió la canonización de Margarita Bays el 13 de octubre de 2019, en presencia de Virginie, la milagrosamente curada.
Margarita nace el 8 de septiembre de 1815 en la aldea de La Pierraz, en el cantón de Friburgo, en la Suiza francófona. Es la segunda de siete hijos de un modesto matrimonio de agricultores, Antonio y Josefina Bays, siendo bautizada al día siguiente de nacer en la iglesia de su parroquia, en Siviriez. Desde niña ayudará a sus padres en las labores de la casa y de la huerta. En 1823 toma su primera Comunión y, en 1826, recibe el sacramento de la Confirmación. Aprende a leer y a escribir en la escuela del municipio. La niña es despierta y juguetona, pero se siente atraída por la oración y la soledad ; sus familiares creen que acabará en un convento. Sin embargo, ella no siente esa llamada ; aunque consagra a Dios su virginidad, se dedica al oficio de costurera en la casa de madera donde conviven las personas y el ganado.
Margarita se levanta antes de las tres de la madrugada. Pronto, en el cuarto canta la rueca, pues hila el cáñamo con habilidad ; luego oye Misa en la iglesia de Siviriez, que dista un kilómetro y medio. En las casas de las familias donde se dirige después para trabajar, tiene ocasión de encontrar con frecuencia a madres que luchan con dificultades por salir adelante. Les ayuda con bondad, paciencia y sobre todo mediante la oración. A menudo le piden que acuda a velar a enfermos o moribundos, sobresaliendo en prepararlos para el encuentro con el Señor. Margarita Bays tiene una devoción especial por el Sagrado Corazón de Jesús, imagen perfecta de la Misericordia de Dios hacia los pecadores. En medio de un siglo marcado por el anticlericalismo, ella reza por la Iglesia perseguida, en especial por el Papa Pío IX, quien, en 1870, será expoliado de toda soberanía temporal y amenazado en su libertad. Sobre la cabecera de la cama de Margarita hay colgado un cuadro que evoca la Iglesia militante, dirigida por el sucesor de Pedro y asentada bajo la protección de María.
Grandes dificultades familiares
Gracias a la Tercera Orden de San Francisco, a la que se afilió a la edad de veinte años, y a los buenos libros de espiritualidad que le suministran los padres capuchinos de Friburgo, Margarita adquiere la costumbre de meditar diariamente los Evangelios, enriquecidos de comentarios. Al permanecer en el domicilio paterno en compañía de tres de sus hermanos, se dedica a las labores de casa que le incumben. No obstante, su cuñada Joseta, una mujer severa y poco delicada, la humilla con frecuencia, tratándola de perezosa. Margarita no se lo tiene en cuenta ; de hecho, cuando Joseta quede afectada precozmente por la enfermedad, Margarita la cuidará y, finalmente, siendo la única persona aceptada por la enferma, la preparará para la muerte. Hay otras penas que golpean a la familia : su hermana María Margarita se separa de su marido y regresa a casa ; su hermano José, soltero, de muy mal carácter y de hábitos con frecuencia relajados, tendrá que purgar una pena de cárcel, aunque ligera ; el primogénito, Claudio, tiene un hijo fuera del matrimonio, el pequeño Francisco. Margarita urge a su hermano que lo reconozca oficialmente, ofreciéndose a educarlo ella misma. Juan, su otro hermano, se muestra más comprensivo que los demás en cuanto a las aspiraciones espirituales y a la vida mística de su hermana. Frente a esas conductas rechazables, Margarita no condena a sus hermanos ni hermana, pues sabe que « aunque podamos juzgar que un acto es en sí una falta grave, el juicio sobre las personas debemos confiarlo a la justicia y a la misericordia de Dios » (Catecismo de la Iglesia Católica, CEC, núm. 1861). Al recordar que Jesús no vino a llamar a conversión a justos, sino a pecadores (Lc 5, 32), ganará a sus allegados para Cristo mediante el testimonio de una vida santa y de su paciente caridad, de manera que todos acabarán viviendo como buenos cristianos.
El belén de Margarita
Margarita Bays es muy activa y forma parte de las Cofradías del Rosario y del Santísimo Sacramento. Propone igualmente a su párroco que cree un movimiento de apoyo a las misiones católicas, e introduce en la parroquia la obra de la Santa Infancia, fundada en Lyon por la beata Paulina Jaricot con la finalidad de asistir material y espiritualmente a los niños pobres de los países lejanos. Ella misma se muestra muy acogedora con los niños, acomodándose a su alboroto incluso en su habitación, y por eso ellos la aprecian. « Margarita no era fastidiosa cuando nos hablaba ; le gustaba mucho reír y siempre estaba de buen humor » —atestiguará uno de sus protegidos. « Hablaba poco de ella —señalan otros testigos— ; su regla de vida era “Trabajar y rezar” ». En Navidad, Margarita monta un nacimiento que los niños de los alrededores vienen a contemplar. Los personajes, suministrados por la abadía de la Fille-Dieu, son dispuestos con arte en un decorado natural hecho con musgo y ramas. A quienes acuden a ver “el belén de Margarita”, les pide que recen con ella una decena del Rosario, seguida de un “Acordaos”, la oración mariana de san Bernardo. Anima a sus allegados a que monten también un nacimiento en sus casas, lo que en la época no es habitual. El domingo por la tarde, lleva a los niños al santuario próximo de Nuestra Señora del Bosque. Esta capilla solitaria, donde reina un silencio que recuerda la presencia de Dios, recibe con frecuencia su visita. La oración y los cantos con los niños siempre van seguidos de un tiempo de juegos en los bosques. En el mes de mayo, Margarita decora con flores y agrado un pequeño oratorio instalado en su casa : sabe, como terciaria franciscana, que la belleza de la Creación es un camino que lleva a Dios.
Margarita Bays se preocupa especialmente por los pobres y los enfermos. Los indigentes acuden asiduamente a solicitarla, y nunca se van con las manos vacías. Visita a los pobres para llevarles ropa nueva y víveres. Guardando en su memoria la figura de Cristo, el cual, siendo rico, por nosotros se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (cf. 2 Co 8, 9), se esfuerza en seguir a Jesús en su humildad y pobreza, en vivir con lo estrictamente necesario y en dar a los pobres lo mejor de sí misma. Les ayuda a acercarse al Señor, como hace por Luisa Cosandrey des Combes, una inválida con la que tiene numerosos encuentros espirituales.
« ¡ Siga adelante ! »
Margarita está próxima espiritualmente de un joven sacerdote de Friburgo, el canónigo José Schorderet, cuya vocación se decidió precisamente durante una visita a la capilla de Nuestra Señora del Bosque. Éste emprende una labor de evangelización y funda con esa finalidad, en 1873, una congregación religiosa, las Hermanas de San Pablo, cuyo apostolado consistirá en publicar periódicos y libros católicos. El obispo de Friburgo, Monseñor Marilley, se muestra al principio poco favorable a esa iniciativa, pues desconfía de los periódicos y se ciñe al medio tradicional de enseñanza : la lectura en los púlpitos por los párrocos de los mandamientos episcopales, en el transcurso de la Misa dominical. Pero esos medios no alcanzan a las personas que ya no asisten regularmente a Misa y que leen asiduamente periódicos anticlericales. El canónigo consulta a Margarita, quien, después de haber rezado, le anima a continuar : « No tema nada, siga adelante ; esa obra hará mucho bien aquí y será bendecida especialmente por Dios, pues se atiene a su voluntad ». Entonces el sacerdote se dirige a Roma, donde consigue una audiencia con el Papa Pío IX, quien bendice su proyecto. Molesto por ello, Monseñor Marilley humilla públicamente a Margarita durante una visita pastoral, dejándola largo tiempo de pie ante él, y termina diciéndole, en alusión a sus demasiado numerosos visitantes : « La mejor agua es la que fluye más hondo bajo tierra ». Esa evocación de la humildad deja planear la duda sobre la pureza de las intenciones de Margarita, quien, extremadamente afligida, guarda silencio. Más tarde, el obispo reconocerá la santidad de esa humilde mujer.
Margarita recorre a pie con mucha frecuencia los seis kilómetros que separan su casa de la abadía cisterciense de la Fille-Dieu de Romont. Su ahijada, Alfonsina Menétrey, ingresó en ese monasterio en 1865, aparentemente tras una piadosa inspiración de su madrina ; ésta prometió, el día del Bautismo de Alfonsina en 1845, que rezaría todos los días para que su ahijada fuera llamada a seguir a Cristo de más cerca en la vida religiosa. Nunca le habló a la joven de ello para dejarle entera libertad, pero el día en que Alfonsina le comunica su decisión de hacerse monja, no puede impedir exclamar : « ¡ Por fin, ahijada ! ¡ Ya te tengo ! ». Tras convertirse en sor Ludgarda, la novicia permanece cerca de su madrina, a quien confía su pena de ignorar el destino eterno de su madre, fallecida trágicamente cinco años antes sin el auxilio de los sacramentos. Un día de noviembre de 1867, Margarita se presenta en la portería del monasterio pidiendo permiso para entrar en la clausura a fin de realizar, junto a sor Ludgarda, un viacrucis en la sala capitular, donde hay cuadros que representan las diferentes estaciones. Le responden que es necesario un permiso del obispo, por lo que Margarita se dirige entonces directamente al prelado y consigue poder cumplir su deseo. Una noche la admiten al capítulo cuando las hermanas están acostadas, y durante dos horas recorre con su ahijada las catorce estaciones del viacrucis. Al final de ese ejercicio asegura gozosamente a sor Ludgarda que, a partir de ese momento, su madre ya está en el Cielo. Margarita, en efecto, había sabido mediante revelación que la madre de Alfonsina permanecería en el purgatorio hasta que ésta hubiera realizado con su madrina ese viacrucis por su intención. A partir de ese momento, Margarita tiene permiso de Monseñor Marilley para realizar estancias entre las monjas ; no abusa de ello, pero aprovecha para participar en su retiro anual. Las monjas le piden a veces consejos, lo que perturba mucho su humildad : iluminada desde lo alto, las tranquiliza sobre el futuro de su comunidad, que parece comprometido por las medidas del gobierno cantonal contra las congregaciones religiosas. En 1883, la madre Ludgarda, elegida abadesa, se llenará de gozo al ver que su monasterio es adscrito a la jurisdicción del abad del monasterio trapense de Œlenberg, en Alsacia, lo que garantizará su enraizamiento en la Orden del Císter… Sin embargo, en aquella época Margarita Bays ya estará en el Cielo.
« ¡ Tome su rosario ! »
A las personas que comparten con ella sus dificultades, Margarita responde habitualmente : « Hagan como yo : tomen su rosario y todo irá mejor después ». En efecto, reza el Rosario incansablemente, especialmente durante sus peregrinaciones a Einsiedeln. El gran santuario mariano de Nuestra Señora de las Ermitas se halla a 200 km de Siviriez ; cada año, una multitud de fieles del cantón de Friburgo, agrupados por parroquias, se dirige allí a pie en tres días, es decir, ¡ de 60 a 70 km diarios ! A pesar de su corta estatura, Margarita realizará once veces esa peregrinación, incluso en la época en que sus pies están heridos por los estigmas. En el transcurso de las etapas, se olvida totalmente de ella para curar los pies magullados de los demás peregrinos. Ante la Virgen negra venerada en ese lugar, presenta a María todas las intenciones que le han confiado, pasando la noche en oración.
La extraordinaria devoción mariana de Margarita Bays se explica en parte por una gracia muy especial que recibió el 8 de diciembre de 1854. Aquel día, en Roma, el Papa Pío IX definía el dogma de la Inmaculada Concepción : « La bienaventurada Virgen María fue preservada inmune de toda la mancha de pecado original en el primer instante de su concepción por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo Salvador del género humano » (cf. CEC, núm. 491). Margarita no puede asistir a las ceremonias de acción de gracias en la iglesia, pues yace moribunda en su lecho : hace meses que padece un cáncer de intestino, y el médico declaró que ya no había esperanza de cura. Pide a María Inmaculada que la cure o bien que le abra enseguida el camino del Cielo. Bruscamente, se siente curada y se levanta ; de regreso de la Misa, su estupefacta familia la ve entonces sentada, radiante, en la repisa del calefactorio.
Un médico desconcertado
La curación física de Margarita es la señal de una transformación interior, de una unión más íntima con Jesucristo. Un poco más tarde (se ignora en qué fecha), esa unión se traduce en la aparición de los estigmas : en sus manos y pies se imprimen de huellas de las llagas de Jesucristo crucificado, más visibles los jueves por la tarde y los viernes. Llena de confusión, esconde muy cuidadosamente las manos cubriéndolas de manoplas ; sin embargo, aprovechando un momento de distracción, unos testigos han visto una rojez en forma de cruz en las palmas y en el dorso de las manos. Su caminar se torna más penoso, pero sigue dirigiéndose con la misma frecuencia a la iglesia, su segunda casa. A partir del jueves por la tarde, entra en su habitación, presa de la fiebre, con los ojos brillantes y el rostro acalorado ; reza en voz alta, acusándose de ser pecadora, de no amar a ese Dios que es Amor ; ella misma se ofrece en reparación de los pecados que se cometen en el mundo. Cada viernes, hacia las quince horas, se sume en un sueño de éxtasis que dura unos veinte minutos y que se alargará progresivamente hasta alcanzar una hora al final de su vida. El sudor de su rostro pone de manifiesto una participación íntima en la Pasión del Salvador. En 1873, el obispo de Friburgo encarga a una comisión, compuesta por un hombre de leyes, un médico y dos sacerdotes, para que proceda a una profunda inspección médica de Margarita durante uno de sus éxtasis del viernes por la tarde. El médico, que había sido elegido entre los racionalistas, escépticos ante lo sobrenatural, con la finalidad de evitar cualquier sospecha de parcialidad, no puede más que constatar la insensibilidad total de Margarita a los pinchados de aguja que le inflige, así como la presencia visible de los estigmas, incluso en el lugar del corazón. Cuando la paciente vuelve en sí, media hora más tarde, afirma gozosamente : « Estoy muy bien » ; de pie, acepta un vaso de vino y brinda con los asistentes. « ¿ Qué opina usted ? » —pregunta uno de ellos al médico. Desconcertado, éste responde : « Es algo extraordinario, no queda más remedio que creer ».
El amor por el silencio no hace que Margarita se vuelva taciturna. Habla de buen grado, pero logra siempre introducir una frase espiritual o un estímulo para la devoción, que hace que algunos la califiquen de “sermoneadora”. Su dulzura habitual deja paso en ocasiones a la vivacidad cuando oye proferir una maledicencia. Por encima de todo detesta que hablen mal de los sacerdotes. Un día en que un asistente critica el último sermón del párroco, responde con un tono que no permite réplica : « Lo que usted dice no está bien. Los sacerdotes son los representantes de Dios ante nuestras almas. Lo que dicen, lo que hacen en la iglesia, es únicamente con la intención de ayudarnos, y no nos corresponde de ninguna manera criticarlos o poner pegas a sus actos ».
La maledicencia es un defecto frecuente. En sus Ejercicios Espirituales, san Ignacio resaltaba : « No decir nada que sea infamar o murmurar ; porque si descubro pecado mortal que no sea público, peco mortalmente ; si venial, venialmente ; y si defecto, muestro mi defecto propio. Y si se tiene intención recta, de dos maneras se puede hablar del pecado o falta de otro. La primera cuando el pecado es público, por ejemplo, hablar de una meretriz pública o de una sentencia dada en juicio ; o de un público error, que envenena a las almas a las que llega. Segunda, cuando el pecado oculto se descubre a alguna persona para que ayude a levantarse al que está en pecado ; pero hay que tener algunas conjeturas o razones probables de que le podrá ayudar » (núm. 41).
Margarita insiste en la necesidad de rezar mucho para avanzar en la vida espiritual y obtener la gracia de amar a Dios por encima de todo. Cuando no está satisfecha, se dice a sí misma : « Dios no lo ha permitido, ve las cosas de forma diferente a nosotros », o también : « Si no recibo lo que pido, obtendré otra cosa ». No obstante, un día se acusa : « Si hubiera rezado mucho más, todo habría sido mejor ». Preocupada por la poca fe de sus contemporáneos, redacta una plegaria a Jesús. Esa plegaria, que reza cada día, revela cuál es el centro de su espiritualidad inspirada de la Sagrada Escritura :
Oh, Santa Víctima,
atráeme hacia Ti
y caminemos juntos.
Que yo sufra contigo, eso es lo justo.
No escuches mi resistencia.
Que se haga en mi carne
lo que faltó a tus sufrimientos.
Beso la Cruz, quiero morir contigo.
Es en la herida de tu Sagrado Corazón
en donde yo deseo dar mi último suspiro.
Margarita califica a Jesús de « víctima », pues Cristo es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2, 2). Por su Pasión y muerte ofrecidas por amor a su Padre y a los pecadores, y aun siendo Hijo, con lo que padeció aprendió la obediencia ; y llegado a la perfección, se convirtió en causa de salvación eterna (Hb 5, 8-9). La unión con Jesús en la Pasión conduce a Margarita a su Sagrado Corazón. Allí encuentra su reposo, según la promesa del Salvador : Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso (Mt 11, 28).
El poder de la simple oración
En 1879, Margarita ya no puede levantarse ni alimentarse, pero no teme la muerte. Puede decir con san Pablo : deseo partir y estar con Cristo (Flp 1, 23). El viernes 27 de junio de 1879, día de la octava de la festividad del Sagrado Corazón, tras largas semanas de sufrimiento, se cumple por fin para ella el encuentro definitivo con el Salvador que esperaba desde hacía tanto tiempo. En la homilía de su canonización, el Papa Francisco hacía resaltar : « Santa Margarita Bays era una costurera y nos revela qué potente es la oración sencilla, la tolerancia paciente, la entrega silenciosa… Es la santidad de lo cotidiano, a la que se refiere el santo Cardenal Newman (canonizado el mismo día) cuando dice : “El cristiano tiene una paz profunda, silenciosa y escondida que el mundo no ve… El cristiano es alegre, sencillo, amable, dulce, cortés, sincero, sin pretensiones… con tan pocas cosas inusuales o llamativas en su porte que a primera vista fácilmente se diría que es un hombre corriente” ».
No podemos imitar a santa Margarita Bays en los fenómenos místicos extraordinarios con que Dios la favoreció tan gratuitamente, pero podemos, siguiendo su enseñanza, transformar todos nuestros actos diarios, incluso los más ordinarios, en otros tantos actos de amor, ofrecidos al Padre en el Espíritu Santo, en unión con el Sacrificio perfecto de Cristo.
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