8 de diciembre de 2021
Santos Luis Versiglia y Calixto Caravario
Muy estimados Amigos:
China ejercía una gran atracción en el corazón de san Juan Bosco, quien había vislumbrado en sueños cómo se elevaban, desde ese inmenso país hasta el cielo, dos grandes cálices : uno lleno del sudor y otro de la sangre de sus hijos espirituales, salesianos. El 25 de febrero de 1930, dos de ellos, monseñor Luis Versiglia, primer vicario apostólico de Shiu Chow, y Calixto Caravario, jovencísimo sacerdote, murieron en defensa de la fe y de la castidad, cumpliendo así el sueño de Don Bosco. « Siguiendo el ejemplo de Cristo, encarnaron a la perfección el ideal del pastor evangélico : pastor que es a la vez el Cordero (cf. Ap 7, 17) y quien da su vida por las ovejas (Jn 10, 11), expresión de la misericordia y de la ternura del Padre ; pero también cordero que está en medio del trono (Ap 7, 17) y león victorioso (cf. Ap, 5, 5), combatiente valeroso por la causa de la verdad y de la justicia, defensor de los débiles y de los pobres, vencedor del mal, del pecado y de la muerte » (san Juan Pablo II, homilía de la beatificación, 15 de mayo de 1983).
Luis Versiglia nace en Oliva Gessi, cerca de Pavía, en Lombardía, el 5 de junio de 1873. Es un niño despierto, dotado para la aritmética y apasionado por los caballos. Desde muy joven ayuda a Misa con gran fervor, hasta el punto de que la gente ve en él a un futuro sacerdote ; pero Luis, que sueña convertirse en veterinario, no escucha. En septiembre de 1885 es acogido en el Oratorio del Valdocco en Turín por Don Bosco, quien le influye profundamente, hasta el punto que acabará por cambiar de opinión. El 24 de junio de 1887, día de la onomástica de Don Juan Bosco, le encargan que le dirija una felicitación en nombre de los alumnos. Tras el homenaje, cuando besa la mano del anciano sacerdote, este le susurra al oído : « Ven a verme después, tengo algo que decirte ». La enfermedad y la muerte del santo impiden esa entrevista, pero el muchacho ha sido conquistado. En 1888, emocionado por la ceremonia de entrega del crucifijo a siete misioneros a punto de partir, Luis decide entrar en la Congregación Salesiana, con la esperanza de partir también él a misiones. A partir del mes de agosto comienza el noviciado en Foglizzo. El 11 de octubre de 1889 profesa sus votos. Después de obtener una licenciatura en Filosofía en la Universidad Gregoriana de Roma, regresa a Foglizzo para enseñar Lógica a los novicios. El 21 de diciembre de 1895 es ordenado sacerdote con dispensa de la Santa Sede a causa de su edad, ya que ni siquiera tiene veintitrés años.
A partir de 1896 Don Versiglia es nombrado director y maestro de novicios de la casa de Genzano, en Roma, donde permanece nueve años. « Es exigente con nosotros —escribe un novicio—, pero mucho más con él mismo. No se priva de hacer observaciones, que realiza en tiempo y lugar oportunos con gran caridad y buen humor. Es un trabajador incansable y una mano de hierro con guante de terciopelo hacia quien muestra tendencia a la pereza. Es indulgente con los de naturaleza lenta y no escatima ni lo que le cuesta ayudarlos ni palabras de ánimo ». Sin embargo, sigue aspirando a la vida misionera, preparándose incluso con ejercicios físicos. En 1905, por fin, Don Versiglia ve cumplido el sueño de su vida, pues es elegido para dirigir la primera expedición salesiana a China. Llegados a Macao, en 1906, los religiosos comienzan abriendo un modesto orfanato. En 1917 monseñor Guébriant, de las Misiones Extranjeras de París, que gobierna la provincia de Cantón en calidad de vicario apostólico, les cede la región de Leng Nam Tou. A partir de 1920 ésta será erigida en vicaría apostólica de Shiu Chow. Don Albera, superior general de los salesianos, envía entonces un cáliz a Don Versiglia. Con premonición, este dice al religioso que se lo entrega : « Me traes un cáliz y yo lo acepto. Don Bosco vio cómo prosperarían las misiones de China cuando un cáliz se llenara de la sangre de sus hijos. Puesto que me lo han enviado a mí, a mí me corresponde llenarlo ».
« El misionero que no está unido a Dios es como un canal que se separa del manantial —escribe—. El misionero que reza mucho hará también mucho. Hay que amar mucho a las almas, y ese amor será dueño de todas las tareas para hacerles el bien ». Tras ser nombrado vicario apostólico de Shiu Chow, el 4 de mayo de 1920, recibe la consagración episcopal el 9 de enero de 1921. Los años siguientes se ven marcados por el trabajo, los viajes y las fundaciones ; monseñor Versiglia realiza prodigios en una tierra hostil a los católicos, mostrando grandes competencias en la organización de la vicaría. Se preocupa continuamente por el cuidado de los misioneros, la formación de los cristianos y la conversión de los infieles. Como superior se aplica en ser más padre y hermano que persona de mando, de ahí que los misioneros y los cristianos le amen y le obedezcan de buen grado. Funda escuelas elementales en casi todos los centros misioneros de la vicaría. A su llegada había dieciocho centros, mientras que en 1930 habrá cincuenta y cinco. En la capital abre escuelas de profesores, de catequistas, una escuela profesional, un hospicio para personas ancianas, un dispensario médico y un seminario menor. En doce años habrá ordenado a veintiún sacerdotes.
El mandato de Cristo
Al constatar las objeciones contemporáneas contra la necesidad de las misiones, el Papa san Juan Pablo II escribía : « Debido también a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan : ¿ Es válida aún la misión entre los no cristianos ? ¿ No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso ? ¿ No es un objetivo suficiente la promoción humana ? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿ no excluye toda propuesta de conversión ? ¿ No puede uno salvarse en cualquier religión ? ¿ Para qué, entonces, la misión ?… Nosotros respondemos : la Iglesia no puede substraerse al mandato explícito de Cristo (Id por todo el mundo y proclamad la Buena Nueva a toda la creación… [Mc 16, 15]). El anuncio tiene por objeto a Cristo crucificado, muerto y resucitado : en él se realiza la plena y auténtica liberación del mal, del pecado y de la muerte ; por él, Dios da la nueva vida, divina y eterna. Esta es la Buena Nueva que todos los pueblos tienen derecho a conocer » (Encíclica Redemptoris missio, 1990, núm. 4, 11, 44).
La labor misionera de monseñor Versiglia se desarrolla en un contexto político agitado : la proclamación de la República China en Nankin el 10 de octubre de 1911 había acarreado, al año siguiente, la abdicación del emperador, un niño de siete años. Después de la muerte, en 1916, del primer presidente de la república, Yuan She-K’ai, había comenzado un período de anarquía al que puso fin el general Chian Kai-Sheck al obtener la victoria (1927) contra los “señores de la guerra” que tiranizaban varias regiones. Sin embargo, los nacionalistas de Chian Kai-Sheck se enfrentan a los comunistas de Mao Tse Tung. En medio de ese caos, los misioneros, calificados de “diablos blancos”, son objeto de ataques, especialmente por parte de los soldados comunistas, para quienes la destrucción del cristianismo es un deber programado. En una carta de enero de 1926 monseñor Versiglia escribe : « Como ve usted, estamos en pleno bolchevismo y no sabemos dónde nos llevará esto… Bien sabemos que todo está en manos del Señor, y estamos dispuestos a cumplir su santa Voluntad, incluso si nos cuesta la vida ». Escribe a uno de sus colaboradores : « Si nuestro Señor desea una víctima por el bien de la Misión, ¡ estoy dispuesto a ello ! ».
Hasta China
En 1922 monseñor Versiglia había regresado a Turín para participar en el capítulo general de la Congregación Salesiana. Entre los numerosos religiosos que habían sido influidos por ese obispo misionero estaba el joven Calixto Caravario, quien se ofreció generosamente a él : « Sí, monseñor, ya lo verá usted. Mantendré mi palabra. Le seguiré hasta China ». Calixto Caravario había nacido en Cuorgnè, provincia de Turín, el 8 de junio de 1903. La única riqueza de sus padres era una fe profunda. En 1908 la familia fija su domicilio en Turín y Calixto es matriculado en la escuela pública. Antes de tomar la primera Comunión sigue, con algunos compañeros, un retiro espiritual con las Hermanas del Cenáculo. El adolescente, de bondad natural, se muestra obediente, servicial y moderado. Manifiesta a su madre un tierno afecto y, cuando percibe tristeza en su semblante, le toma las manos y le dice con ternura : « ¡ Ánimo, mamá, rezaré por ti ! ». Calixto frecuenta el Oratorio de San José que llevan los salesianos ; luego, a partir de 1913, asiste a las clases de su colegio San Juan Evangelista. En el Oratorio se entrega a los juegos, pero también ayuda limpiando y ordenando las salas. Con sus camaradas se revela como un pequeño apóstol, manteniendo su buen humor y su fervor. Se siente feliz de ayudar en la Misa y se levanta temprano, a riesgo de esperar largo rato a las puertas del colegio, incluso en invierno. Siguiendo el ejemplo de santo Domingo Savio, muestra una angélica pureza, alimentada por la comunión frecuente.
A pesar de la oposición de algunos miembros de su familia, Calixto expresa claramente sus aspiraciones a la vida religiosa. Seguro de la vocación del muchacho, el superior del colegio se encarga de buscar benefactores que financien su escolarización, pues sus padres no disponen de medios para ello. En otoño de 1914 Calixto empieza a estudiar latín. Cuatro años más tarde, con apenas quince años, pide ingresar en la Congregación Salesiana. El 21 de noviembre de 1918 recibe la sotana, y profesa sus primeros votos en septiembre del año siguiente. A partir de 1921 prosigue su formación, primero en el Colegio San Juan y luego entre los aspirantes en el Valdocco. Pero su gran deseo sigue siendo el de las Misiones de China. La llama del ardor apostólico prende en él, y está dispuesto a sacrificarlo todo para el desarrollo del Reino de Dios entre los no cristianos. En octubre de 1924 se cumplen sus deseos : el día 7 se embarca hacia Hong-Kong. « El Señor me ha dado la fuerza de realizar de buena gana, y mejor aún, con alegría, el sacrificio de mí mismo. ¡ Sigue rezando por mí ! » —escribe a su madre. Desde Macao, el 11 de diciembre, confirma : « Por mi parte no lamento haber dejado Italia ; al contrario, me siento feliz. Fue un gran sacrificio, lo sé ; pero el Señor me ayudará. Además, sé que mi partida ha ayudado a muchos y continuará haciéndolo ».
Adscrito al orfanato San José de Shanghái, Don Caravario se consagra con tenacidad al estudio del chino, del francés y del inglés. En poco tiempo es capaz de hacerse comprender por los niños acogidos. Su primera ocupación es enseñar el catecismo para preparar al Bautismo a los numerosos niños que lo piden. Se preocupa por las vocaciones indígenas, elige entre los jóvenes a aquellos que dan muestras de sentir la vocación, los sigue de más cerca, los educa en el fervor, en la pureza y en la alegría. Tendrá el gozo de ver cómo dos de ellos ingresarán en la Congregación Salesiana. Su caridad no es menor con respecto a las necesidades físicas de los alumnos, la mayoría de los cuales son llevados al orfanato no solamente sucios y vestidos con harapos, sino también en un estado de salud miserable. Gracias a sus cuidados, alrededor de un centenar de niños serán pronto curados de cuerpo y alma.
Un visitante discreto
Por la misma época Don Calixto sigue estudiando Teología. Sin embargo, ante el avance de las tropas comunistas, en 1926, que obliga a los salesianos a abandonar Shanghái, es enviado a Timor (isla del archipiélago indonesio entonces bajo dominación portuguesa), donde llega en abril de 1927. Allí, dos años transcurridos entre los muchachos de la escuela de Dili revelan sus cualidades de educador. « Don Caravario fue para mí —dirá Don Rossetti, superior de la escuela— el ideal del salesiano : humilde, obediente, piadoso, activo… Por eso me dije : ¡ He aquí al futuro superior de la Misión de Timor ! En pocos años esa isla podrá ser enteramente cristiana gracias a su fervor y a su celo. Sus visitas al Santísimo eran frecuentes y prolongadas. Cada noche, después de las oraciones, cuando todos se habían retirado y creía que ninguna mirada indiscreta lo observaba, bajaba lentamente descalzo a la capilla, donde, arrodillado en el pequeño escalón del altar, recto, inmóvil, con la cabeza inclinada y las manos juntas, pasaba una buena media hora en adoración ».
En enero de 1929 Don Calixto anuncia a su madre su próxima ordenación sacerdotal : « ¡ Que el Señor haga de mí un sacerdote según su Corazón ! ». Abandona Timor en marzo de 1929. Su pesar por abandonar la isla se ve atenuado —atestiguará Don Rossetti— por la gran probabilidad del martirio que le ofrece China : « Esa suprema prueba de amor por Dios y por las almas era, puede decirse, el tema de conversación de todos los días : un tema que yo provocaba de buen gusto, alegrándome de verlo enardeciéndose y de oírlo responder a las razones de quienes no compartían su entusiasmo ». Cuando se despide afirma regresar a una China « donde le espera el martirio ». El 18 de junio es ordenado sacerdote en Shiu Chow por monseñor Versiglia. Esa misma tarde escribe las siguientes líneas para su madre, confidente de su corazón de apóstol : « Te escribo hoy, querida mamá, con el corazón henchido de gozo. Esta mañana he sido ordenado sacerdote… Da gracias al Señor conmigo por esa gracia verdaderamente extraordinaria… Se ha cumplido el mayor deseo de mi corazón… Mañana subiré al altar para la Primera Misa… ¿ Qué puedo decirte, querida mamá ? Que des gracias conmigo al Señor y que le pidas que me conceda la fidelidad a las promesas solemnes que le he hecho ». Luego, por influencia del Espíritu Santo, como previendo lo que le espera, plantea la pregunta : « ¿ Será largo o breve, mi sacerdocio ? No lo sé. Lo importante es que haga el bien y que, cuando me halle en presencia del Señor, pueda decirle que, con su ayuda, he hecho fructificar las gracias que me ha dado ».
Ganarse su amistad
A principios de julio Don Caravario llega a Lin Chow, el primer campo misionero que le confía monseñor Versiglia. Acompañado de un catequista chino, visita cada una de las familias cristianas. Ni las dificultades, ni los prejuicios le impiden adaptarse a las costumbres y usos locales. Se muestra contento de todo, disimula fatigas e incomodidades y se mantiene dispuesto a ejercer por todas partes su ministerio. Pronto se gana la amistad de los alumnos de la escuela y les inculca la devoción por la Sagrada Eucaristía. Varias veces durante la jornada, alumnos cristianos y paganos se dirigen a la capilla para visitar al Santísimo. Todos estudian con diligencia el catecismo. Su sucesor atestiguará lo siguiente : « Comprobé lo floreciente que era la misión en la que Don Caravario había trabajado durante seis meses. La práctica era fervorosa, las escuelas estaban bien gestionadas y los catequistas estaban bien preparados para enseñar la doctrina. Una misión plenamente eficaz, rica de promesas para el futuro ».
En febrero de 1930 Don Caravario se dirige a Shiu Chow ante monseñor Versiglia, a quien debe acompañar para la visita pastoral de su misión de Lin Chow. Sin embargo, una guerrilla está asolando los territorios del sur de China : son piratas y revolucionarios comunistas que hacen que los viajes sean peligrosos. Monseñor Versiglia decide partir a pesar de ello : « Si esperamos a que los caminos sean seguros —dice— nunca saldremos. ¡ No, mal asunto si el miedo nos domina ! Que sea lo que Dios quiera ». Además del obispo y del joven sacerdote, el grupo está compuesto por dos muchachos que regresan a casa para las vacaciones, por dos hermanas suyas y por una joven, María Thong, quien pretende hacerse religiosa en una comunidad indígena fundada por el obispo. Todos han retrasado el viaje para ser acompañados por los misioneros.
El 24 de febrero parten en tren hacia Ling Kong How. Al día siguiente continúan en barco por el río Pak-kong. A mediodía, cuando rezan el Ángelus, un grito salvaje estalla de repente desde la orilla ; son una decena de hombres armados con fusiles que gritan : « ¡ Paren el barco ! ¡ Desembarquen ! —No es necesario, somos de la Misión. —¡ No importa, desembarquen ! ». El barquero se acerca a la orilla. En el barco, bajo el techo que sirve de abrigo, las jóvenes rezan temblorosas. « ¿ Bajo qué protección viajan ? —Bajo ninguna —responde el barquero—, nunca nadie la ha impuesto a los misioneros. —Como multa deben pagar quinientos dólares. —¡ Pero no tenemos esa suma ! ». Dos hombres abordan el barco y ven a las mujeres : « ¡ Saquemos a las mujeres ! ». Pero, enseguida, el obispo y el sacerdote se interponen con sus cuerpos. Los piratas se lanzan sobre ellos y, con insultos y blasfemias, les asestan golpes con la culata de los fusiles. El obispo cae al suelo. Don Calixto se opone a los agresores, hasta que se derrumba a su vez murmurando : « ¡ Jesús… María ! ». Las jóvenes siguen resistiendo. « ¡ Hija —murmura monseñor Versiglia a María Thong—, persevera en tu fe ! ». La lucha continúa, pero las fuerzas están ya desequilibradas. Ya no se trata de tener permiso de tránsito, ni de tasa por pagar : los verdaderos motivos de tanta violencia son el odio contra los misioneros y la pasión por las mujeres. La investigación demostrará que se trataba de una emboscada bien preparada : el objetivo era la joven candidata a la vida religiosa, quien, desde hacía varios años, se negaba a casarse con un jefe de los bandidos.
Muertos contentos
Los misioneros son empujados hasta un bosque cercano. Monseñor Versiglia hace una última tentativa, ofreciendo dinero para arrancar a las jóvenes de las garras de los piratas. Uno de ellos exclama : « ¡ Hay que destruir la Iglesia Católica ! ». Las jóvenes tiemblan apretando el crucifijo, pero se lo arrancan : « ¿ Por qué amas este crucifijo ? ¡ Nosotros lo odiamos ! ». Monseñor Versiglia y Don Caravario comprenden que ha llegado la hora de dar testimonio de Cristo también mediante la entrega de su vida. Rezan con serenidad en voz alta y consiguen confesarse mutuamente. El obispo intenta otra vez salvar a su compañero : « Soy mayor, matadme ; pero él es joven. ¡ Dejadlo ! ». De repente, cinco disparos secos de fusil resuenan en el aire : el sacrificio se ha consumado. « Es inexplicable —dicen entonces los asesinos— : hemos visto a muchos y todos tenían miedo a morir. Estos dos, al contrario, han muerto contentos, y esas —dicen aludiendo a las jóvenes— no desean más que morir ». Con lágrimas en los ojos, las jóvenes deben seguir a sus agresores ; se ordena a los dos jóvenes que se marchen sin volver la vista atrás. Estos avisan a las autoridades, quienes envían escuadrones de soldados. El 2 de marzo los soldados alcanzan el escondrijo de los bandidos, quienes, tras un breve tiroteo, escapan, pero dejando libres a las jóvenes, que se convierten en testigos preciosos del martirio de los dos misioneros. Después de ser reconocidos como mártires, monseñor Versiglia y Don Caravario fueron canonizados el 1 de octubre del año 2000 por san Juan Pablo II.
« El mártir es siempre asesinado por su testimonio de fe… Los asesinos muestran su odio por la fe, no solamente cuando su violencia se desencadena contra el anuncio explícito de la fe… sino también cuando esa violencia se ensaña contra las obras de caridad en favor del prójimo, unas obras que tienen objetivamente y verdaderamente en la fe su justificación y su razón. Odian lo que brota de la fe y muestran su odio por esa fe que es su manantial. Es el caso de los dos mártires salesianos… Entregaron su vida por la salvación y la integridad moral del prójimo. Se convirtieron en escudos para defender la persona de tres jóvenes, alumnas de la misión… Con el precio de su sangre defendieron el derecho responsable de la castidad forjada por esas jóvenes que corrían el riesgo de caer en manos de personas que no las habrían respetado. Testimonio heroico, pues, en favor de la castidad, que sigue recordando a la juventud de hoy en día el valor y el precio elevadísimo de esa virtud, cuya salvaguarda, unida al respeto y a la promoción de la vida humana, merece que se arriesgue la vida por ella, como podemos verlo y admirarlo en otros ejemplos luminosos de la historia del cristianismo » (san Juan Pablo II, ibíd.).
¡ Que el Señor nos conceda, mediante la intercesión de dos santos mártires, la gracia de meditar su ejemplo y de imitarlos, según las diversas responsabilidades y circunstancias de nuestras vidas ! Pasen una Feliz Navidad.
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