21 de Agosto de 2019

Padre Balley

Muy estimados Amigos:

El padre Charles Balley habría quedado probablemente en el olvido si la Providencia no hubiera situado en su camino a un joven campesino de los alrededores de Lyon, que se convertiría, gracias a su inteligente y sobrenatural dedicación, en el santo Cura de Ars. Dicho sacerdote, brillante canónigo genovevino, habría podido convertirse en un ilustre profesor de teología moral en el seminario mayor de Lyon, donde le propusieron una cátedra en repetidas ocasiones. Pero en lugar de esa codiciada plaza, prefirió humildemente la de un simple párroco, a la que se entregó con entera dedicación. Su discreta labor aportó frutos más allá de toda esperanza.

Padre Balley Antonio Balley y Juana Laurent proceden de la burguesía de Lyon. Su generoso hogar ya ha sido colmado con nueve niños y seis niñas cuando Carlos viene al mundo, el 30 de septiembre de 1751. El niño es bautizado al día siguiente en la iglesia de San Pedro y San Saturnino. Por principios, la familia es impermeable a las corrientes antirreligiosas que ya empiezan a penetrar en la burguesía de Francia. La Misa dominical, la Confesión y la primera Comunión se preparan cuidadosamente, y el rico mantillo cristiano donde crecen los hijos permite la eclosión de sólidas vocaciones. Dos de las hijas ingresarán en el convento de la Anunciación, un hijo se hará monje cartujo y otros dos serán canónigos genovevinos. Antonio Balley es un ejemplo de trabajo, ya que gestiona hábilmente sus negocios. Carlos heredará de su padre el gusto por el orden, la habilidad de juzgar con exactitud los acontecimientos y a las personas, así como la capacidad de decisión frente a las situaciones imprevistas.

Cuando el joven aún no ha cumplido dieciséis años, asiste a la ceremonia solemne de profesión de votos de su hermano genovevino. Dos meses más tarde, él mismo entra en el noviciado de esa congregación de sacerdotes que viven según la regla de san Agustín ; esa institución, entonces en plena reforma, cuenta con un millar de religiosos. La mayor parte de ellos viven en casas conventuales, y los demás se hallan diseminados en parroquias de diferentes diócesis. De hecho, el ministerio parroquial constituye el principal objetivo de la congregación, ya que el espíritu de la institución favorece el celo por la predicación de la palabra de Dios, el cuidado de los enfermos —con predilección hacia los pobres y los afligidos—, la administración atenta de los sacramentos, la instrucción del pueblo llano, el catecismo a los niños y el esplendor de la liturgia. En 1768, aproximadamente un año después de la muerte de su padre, Carlos profesa sus votos, siguiendo después su ciclo de estudios en diversas casas de la orden. A continuación es nombrado prefecto de disciplina del seminario de la abadía de Ham, en Picardía. Allí accede al sacerdocio a la edad de veinticuatro años, entre el gozo y el llanto, pues su madre ha fallecido el mes anterior.

Choue

Después de su ordenación sacerdotal, el padre Balley sigue trabajando aún dos años con los jóvenes canónigos de Ham. En ellos percibe una mentalidad díscola que lo decepciona, ya que esos jóvenes aspirantes al sacerdocio parecen perseguir más una carrera que servir a Dios. Por ello se sirve de su tacto y de toda su energía para atraerlos al fervor, al estudio de las ciencias sagradas y a la regularidad, aunque teme predicar en el desierto. El 1 de septiembre de 1779, sus superiores lo mandan llamar al priorato de San Ireneo de Lyon para ejercer la función de maestro de novicios, y luego la de vicario de la parroquia. En 1784, acepta con alegría la carga pastoral de la población de Choue, en la región de Perche. Allí descubre que los rudos campesinos se sienten más atraídos por la superstición que por restaurar su iglesia, que amenaza ruina. Sin embargo, el párroco sí puede contar con la colaboración de un vicario que ocupa el cargo desde hace siete años. A partir de la primavera de 1785, reúne a los notables en asamblea parroquial y los convence de emprender la renovación de la iglesia. Tras realizar el inventario de la sacristía, consigue una ayuda para renovar los ornamentos estropeados. En tres años, la dignidad del culto se acrecienta sensiblemente. El padre Balley emprende también una guerra sin cuartel contra la ignorancia religiosa, explicando por todas partes las verdades de la fe. Lejos de desatender la educación elemental de sus feligreses, asume el cargo educador de un digno maestro. Ejerce su caridad de una manera muy especial con motivo del riguroso invierno de 1788-1789, organizando unas obras con el señor del castillo local destinadas a aportar una fuente de ingresos para los más pobres.

Muy pronto, sin embargo, los disturbios de la Revolución Francesa se expanden en el reino. En 1790, tres alcaldes se suceden en el pueblecito de Choue. En febrero, la Constituyente prohíbe los votos solemnes y suprime las órdenes religiosas ; el 12 de julio, esa misma asamblea promulga la Constitución Civil del Clero, que aspira a constituir una Iglesia nacional sometida al poder político y separada del Papa. Muy pronto impone a los obispos y a los párrocos la prestación de un juramento de fidelidad « a la Nación, a la Ley y al Rey ». A tal efecto, los disidentes serán considerados dimisionarios. Algo más de una tercera parte de los sacerdotes del distrito de Mondoubleau, donde se encuentra la parroquia de Choue, se niegan a realizar ese juramento. El padre Balley se expresa en estos términos : « Yo, el abajo firmante, párroco de la parroquia de San Clemente de Choue, declaro que mi conciencia no me permite jurar la Constitución sin restricciones. No obstante, con objeto de conformarme al decreto de la Asamblea Nacional del 27 de noviembre, en la medida en que mi religión me lo permite, juro velar con esmero por los fieles de la parroquia que Dios me ha confiado por el ministerio del Obispo, ser fiel a la Nación, a la Ley y al Rey, y a la Constitución decretada por la Asamblea Nacional y sancionada por el Rey, en todo lo que atañe a lo civil y a lo temporal, exceptuando formalmente todo lo que atañe a lo espiritual, sobre lo cual solamente la Iglesia tiene derecho a ordenar, y en todo lo que no resulte contrario a mi conciencia ».

Los pastores legítimos

El obispo de Blois, Monseñor de Thémines, se ha negado a prestar juramento. Tras exiliarse en Saboya, es substituido por el padre Gregorio, elegido como obispo del mismo departamento de Loir-et-Cher. El párroco de Choue se niega a reconocer al intruso y se dedica, antes de ser expulsado también, a explicar a sus feligreses hasta qué punto es cismática la Constitución Civil del Clero : « Según las propias palabras del Evangelio, y según la doctrina enseñada constantemente en la Iglesia desde su fundación por Nuestro Señor Jesucristo, no puede haber otros pastores legítimos en la Iglesia más que los que cumplen la misión del propio Jesucristo, la cual les es transmitida por el ministerio del obispo legítimo, es decir, quien ha recibido (del Papa) una verdadera misión canónica. De ello se deduce que quien ha recibido su institución canónica es siempre el verdadero pastor, y los fieles de su parroquia están obligados en conciencia a considerarlo como pastor legítimo y a no tener ninguna comunicación en lo espiritual con quien los electores han nombrado en su lugar ». El padre Balley les advierte entonces de que, por la misma razón, el sacerdote que le suceda no tendrá la jurisdicción necesaria para absolver los pecados, y que aquellos que reciban los sacramentos administrados por ese sacerdote participarán en el cisma.

Enseguida, la parroquia queda dividida entre cristianos fieles al padre Balley y a los partidarios del sacerdote juramentado nombrado en su lugar. El tribunal del distrito cita al padre Balley para que comparezca por declaraciones sediciosas. El sacerdote se presenta, sin ambages, como párroco de Choue : « No conozco ninguna otra institución canónica para los párrocos —afirma al juez— que la de su obispo legítimo ; ya que mi puesto no está vacante por causa de mi defunción, ni por dimisión ni por destitución canónica, me sigo considerando como el legítimo párroco de Choue ». El proceso, que habría podido resultar funesto para el valiente párroco, es sin embargo anulado por defecto de forma por la sala de lo criminal del tribunal. No obstante, el párroco es expulsado de su parroquia por instigación de un grupo de lugareños indignados. Seguirá viviendo todavía un año en las proximidades, hasta el 26 de agosto de 1792, fecha a partir de la cual todos los sacerdotes rebeldes serán condenados al exilio. Entonces se esconde, pero todos sus bienes serán vendidos.

“Carlos”

Con la caída de Robespierre, el 27 de julio de 1794, se nota cierta distensión en política religiosa. El padre Balley se halla en Lyon, ciudad muy castigada por la Revolución, donde ejerce un apostolado clandestino bajo el control del obispo legítimo, Monseñor Marbeuf, entonces exiliado en Lübeck. Esteban, el hermano cartujo del sacerdote, había sido guillotinado el 14 de febrero de 1794, el mismo día de su detención por parte de la Comisión Temporal, por el siguiente motivo : « Por no querer prestar juramento, fanático a ultranza, por no querer entregar sus cartas sacerdotales, diciendo que le vienen de Dios ». Las dos hermanas religiosas permanecen fieles a su consagración aunque viven en el mundo ; la más joven morirá en la miseria a finales de 1795. Sin embargo, el hermano genovevino ha prestado todos los juramentos exigidos, lo que le ha permitido conservar su parroquia de Étalante, en Borgoña ; es una dolorosa espina en su corazón sacerdotal. No obstante, éste obra con entusiasmo, con el nombre de guerra de “Carlos” (en castellano, en lugar de Charles en francés). Los sacerdotes rebeldes reciben ayuda de mujeres heroicas que se entregan a la obra desinteresadamente. Durante el día, Carlos imparte clases como preceptor ; por la noche cumple clandestinamente con su ministerio, con relativa tranquilidad al principio, pero después, a partir de 1798, con peligro de su vida.

Con la promulgación, en 1802, del Concordato firmado entre el primer cónsul Bonaparte y el Papa Pío VII, se inaugura un período de paz para la Iglesia de Francia. Los obispos “concordatarios” elaboran una lista de sacerdotes a su disposición para atender el ministerio. El padre Balley figura tanto en la lista del obispo de Blois, que desea que regrese a Choue, como en el cuadro del personal de Lyon. De una parte como de otra, las observaciones son laudatorias : « Capacidades, entusiasmo, fervor ». Una vez nombrado arzobispo de Lyon, el cardenal Fesch, tío de Napoleón, designa al padre Balley como cura párroco de Écully, al norte de Lyon. Se trata de una parroquia de 1.250 habitantes, repartidos en una veintena de aldeas y dos poblados. La población vive de la agricultura y es practicante, si bien la asistencia a la Misa dominical flaquea en la temporada de la siega. El nuevo párroco se percata de que hay agua bendita en las tres cuartas partes de los hogares, de que leen regularmente el Nuevo Testamento y la Imitación de Jesucristo y de que rezan en grupo. Todo lo relacionado con el culto (edificios, reliquias, altares y ornamentos) se ha conservado en un estado decente, a pesar de la Revolución. Sin embargo, Carlos Balley aspira al esplendor de la liturgia, por lo que renueva o restaura todos los objetos, los vasos sagrados, los libros, el palio, etc. En 1807, suministrará a su iglesia un altar de mármol. Cuida las procesiones públicas, restablecidas por el Concordato ; de ese modo, tras quince años de interrupción, solemniza especialmente las Rogativas, el Corpus y la procesión del voto de Luis XIII, el 15 de agosto. Se recupera la antigua cofradía del Santísimo Sacramento, que atiende la adoración eucarística todos los domingos y días festivos. La cuaresma es un tiempo trascendental para la parroquia, durante la cual el párroco intensifica su austera penitencia y reúne cada tarde a sus feligreses para rezar, para meditar y, algunos días, para escuchar una conferencia. Desde Todos los Santos hasta Pentecostés, en que tienen lugar las primeras Comuniones, imparte tres cuartos de hora de catecismo después de las vísperas dominicales, sin prejuicio de la lección matinal, cinco días de cada siete, durante el Adviento, y del primer domingo de Cuaresma hasta Pentecostés.

Dos alumnos

El párroco visita con gusto a sus feligreses y sale al encuentro de las personas más alejadas de la Iglesia. Gracias a su amable dulzura, consigue enderezar situaciones matrimoniales irregulares — incluso a favor de antiguos revolucionarios —, y hace que los padres se decidan a bautizar a sus hijos. Por añadidura, favorece en todo lo que puede a las escuelas de la parroquia, incluso si la educación que imparten no es de gran calidad. Por otra parte, el cardenal Fesch ha insistido a sus vicarios generales para que estimulen en los sacerdotes el entusiasmo en favor de las vocaciones. En marzo de 1807, con motivo de una ceremonia de Confirmaciones, Carlos Balley tiene la alegría de presentar a sus dos alumnos al arzobispo : Matías Loras (un adolescente de catorce años de espíritu inquieto) y un joven campesino de veinte años que carece de aptitudes para el estudio llamado Juan María Vianney.

Juan María Vianney, originario de Dardilly, pueblo próximo a Écully, deseaba desde hacía mucho tiempo hacerse sacerdote. Había encontrado un protector en la persona de su párroco, el padre Fournier, quien le había enseñado a leer y a escribir cuando tenía ya diecisiete años. Pero ese sacerdote había fallecido prematuramente en 1806. En los funerales, el padre Balley había causado impresión por su elevada estatura y su rostro ascético ; por eso la madre y la tía de Juan María se dirigen a él buscando su favor. Reciben una negativa, pero el padre acepta entrevistarse con el joven. Ante su sólido fervor y su determinación, el padre Balley cambia de opinión y, a partir del invierno de 1806-1807, Juan María acude a estudiar al presbiterio a cambio de realizar trabajos domésticos. De su juventud dedicada a las labores del campo, Juan María Vianney había adquirido una salud de hierro, el sentido de lo concreto y una paciencia y voluntad obstinadas. En contrapartida, estudiar las gramáticas francesa y latina resulta para él una tarea abrumadora, aunque persevera en el esfuerzo con humilde tenacidad. El padre Balley lo apoya y, a pesar de la lentitud de sus progresos, no escatima ni en ánimos ni en correctivos, sabiendo igualmente ser firme. Cuando el desánimo empuja al joven a pedir un permiso para volver junto a su padre, que no espera más que un pretexto para retenerlo en la granja, el sacerdote lo reprende : « ¿ Dónde quieres ir ? ¿ Quieres ir en busca de la tristeza ? ¿ Acaso Jesús no afirma que el que quiere a su padre y a su madre más que a Él no es digno de Él ? (Mt 10, 37) ». Y así resulta que, a la vista de los progresos espirituales de Juan María, de su oración, de su austeridad, de su dulzura y de su amor a Dios y a los pobres, el párroco está del todo decidido a sacrificarse hasta el final para conducirlo al sacerdocio.

¡ Será sacerdote !

No obstante, el 18 de octubre de 1809, Juan María es llamado a filas bajo las banderas imperiales. El golpe es muy duro, puesto que Napoleón persigue a la Iglesia en la persona del Santo Padre. ¿ Hay que obedecer las órdenes de un soberano excomulgado ? Como consecuencia de una hospitalización por enfermedad, Juan María desatiende su incorporación al regimiento, dejándose llevar por un desertor hasta el pueblo de Noës, cerca de los ríos Loira y Allier. Cuando la señora Vianney se presenta ante el párroco de Écully para tener noticias de su hijo, recibe la siguiente respuesta tranquilizadora : « Madre, no sufra por su hijo, pues no está muerto ni enfermo. Nunca será soldado, ¡ sino sacerdote ! ». Juan María regresa al presbiterio en marzo de 1811, después de conseguir que su hermano Francisco lo substituya en el ejército. Pero su padre, que había perdido a su esposa el mes anterior, está muy enfadado con él por los disgustos causados por su deserción.

Juan María recibe pronto el consuelo de que su párroco lo presente para la tonsura, de tal modo que, a la edad de veinticinco años, da el primer paso hacia el altar del Señor. Sin embargo, sigue teniendo dificultades en los estudios ; por ejemplo, las actas que le manda redactar el padre Balley en los registros parroquiales dan muestra de una ortografía del todo fantasiosa. No obstante, en su vida espiritual, el discípulo camina siguiendo los pasos de su maestro. « Para amar a Dios, bastaba con oír repetir al padre Balley : ¡ Dios mío, os amo ! » — gustaba de subrayar más tarde.

En la festividad de Todos los Santos de 1812, el padre Balley consigue que admitan a su discípulo en el seminario de Verrière, con la esperanza de que adquiera nociones de filosofía. Aquel año resulta una gran prueba para Juan María : el alumnado está sobrecargado, la disciplina es débil, las clases de latín le resultan incomprensibles y los repasos de francés se revelan apenas fructíferos, a pesar de un trabajo obstinado. Entonces, recibe el beneficio de una medida que ha tomado Monseñor Fesch, consistente en permitir que los seminaristas de más edad puedan pasar directamente a teología. Sin embargo, después de seis semanas en el seminario mayor de Lyon, el primer examen de Juan María Vianney, en presencia del arzobispo, acaba en desastre ; así que le envían de nuevo a Écully, completamente desalentado. Pero el padre Balley, que conoce a su protegido, le reconforta y le pone enérgicamente de nuevo a trabajar : « ¡ Si abandonas ahora, adiós a la Misa y adiós a las almas ! ». Él mismo dedica su tiempo libre a enseñar teología en francés a su alumno. Juan María recibe de ese modo, mediante una relación personal, la tradición viva de su venerado maestro.

A partir de 1814, haciendo uso de todo su crédito, el padre Balley consigue que su alumno pueda examinarse de nuevo. El vicario general indaga sobre el fervor del aspirante : ¿ reza el Rosario ?, ¿ es humilde ? Ante las respuestas afirmativas del párroco, envía un examinador al presbiterio para interrogar en francés al seminarista. Al comprender bien las preguntas, Juan María responde de forma muy satisfactoria. Así pues, es llamado a las órdenes menores, y, luego, al subdiaconato, que recibe el 2 de julio de 1814. El examen de fin de curso tiene lugar unos días más tarde, pero Juan María recibe una calificación demasiado débil. No obstante, le autorizan a retomar sus estudios junto al padre Balley, que tiene toda la confianza de la autoridad diocesana. En un contexto de inestabilidad política, las ordenaciones diaconales se anticipan, y el padre Vianney es admitido a la vez que otros sesenta cofrades, el 23 de junio de 1815. El padre Balley redobla entonces sus gestiones en favor de su candidato, haciendo valer la necesidad que tiene de disponer de un vicario que la diócesis no puede suministrarle, así que solicita que la ordenación sacerdotal del padre Vianney se realice lo más pronto posible. Él mismo se encargará de que complete los estudios necesarios. El domingo 13 de agosto, Juan María es ordenado sacerdote en Grenoble, por delegación del cardenal Fesch, por entonces en el exilio. Cuando, el domingo 20 de agosto, el padre Balley asiste a su joven vicario en la Misa de las seis, siente el gozo sereno y desbordante de haber conseguido un maravilloso resultado.

El párroco debe transmitir ahora a su discípulo su experiencia de confesor, a fin de prepararlo para que él mismo ejerza ese ministerio. Entretanto, le encarga catequizar a los niños que llevan retraso y preparar sermones, pero no le obliga a predicar más que en contadas ocasiones, para que venza su timidez y la conciencia aguda que tiene de su insuficiencia. Le enseña cómo administrar adecuadamente una parroquia, y también le manda completar los registros parroquiales ; los del año 1817, que el padre Balley —enfermo— no ha podido rectificar, están llenos todavía de faltas de ortografía y de olvidos de todo tipo. Sin embargo, el secreto del presbiterio de Écully radica en la búsqueda de la santidad mediante la oración matinal ante el sagrario, los encuentros espirituales, el breviario en común, los retiros, las peregrinaciones a Fourvière o la penitencia en beneficio de los pobres bien amados ; sin olvidar la munificencia de la mesa cuando se recibe a un huésped.

¡ Esconda eso !

En 1817, como consecuencia de una úlcera en la pierna, el párroco debe apoyarse cada vez más en su vicario ; por la festividad de Todos los Santos, al sentir que se aproxima su muerte, manda llamar a Juan María junto a él y le entrega sus instrumentos de penitencia : « ¡ Tenga, querido Vianney, esconda eso ! Si lo encuentran tras mi muerte, pensarán que ya he expiado suficientemente mis pecados y me dejarán en el purgatorio ». Muere el 16 de diciembre de 1817, a los sesenta y seis años. Matías Loras, entonces joven superior del seminario de Meximieux, preside las exequias.

Juan María Viannez será nombrado pronto cura párroco de Ars, donde reproducirá lo que vio poner en práctica a su bien amado maestro. Allí aplicará todo su entusiasmo, a veces quizás con alguna falta de mesura, pero animado por un fervor siempre creciente. « Habría acabado siendo algo prudente si hubiera tenido siempre la suerte de vivir con el padre Balley » —afirmará. Bajo el influjo del Espíritu Santo, llegará a ser el santo Cura de Ars, prototipo de los sacerdotes en ese ministerio, y patrono de los párrocos del mundo. Esa fue la gran obra del padre Carlos Balley.

El entusiasmo de aquel sacerdote ejemplar se corresponde con el deseo expresado por el Papa Benedicto XVI : « Mantened en vosotros y a vuestro alrededor el deseo de suscitar, secundando la gracia del Espíritu Santo, nuevas vocaciones sacerdotales entre los fieles… ¡ Nada reemplazará jamás una Misa por la salvación del mundo ! » (Fátima 2010).

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Cardenal Luis Luçon

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