16 de Julio de 2019
Luisa Guidotti
Muy estimados Amigos:
«A María, Madre de la ternura —escribía el Papa Francisco—, queremos confiarle todos los enfermos del cuerpo y del alma, para que los sostenga en la esperanza. Le pedimos también que nos ayude a acoger a nuestros hermanos enfermos. La Iglesia sabe que necesita una gracia especial para estar a la altura de su servicio evangélico de atención a los enfermos » (Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2018, núm. 7). La Virgen María concedió a Luisa Guidotti la gracia de poner sus competencias médicas al servicio de aquellos que sufren, e incluso de entregar su vida por ellos.
Luisa Guidotti nace en Parma, en el centro de Italia, el 17 de mayo de 1932, en el seno de una familia burguesa. Su padre es ingeniero jefe de un departamento de la administración italiana. Pasan el invierno en Parma y el verano en el campo, donde la familia posee una agradable segunda residencia. La joven es caprichosa y testaruda. Sólo tiene quince años cuando su madre fallece. La familia se instala entonces en Módena. Luisa no se interesa por la vida mundana, sino que prefiere dedicar su tiempo libre a la parroquia, especialmente en el ámbito de la juventud femenina de la Acción Católica, convirtiéndose en su presidenta local y, después, en dirigente diocesana. Su ambición, desde la infancia, es convertirse en médico misionero. Así pues, tras realizar los estudios secundarios, se matricula en la facultad de medicina de Módena. « Eran los años precedentes al Concilio —escribirá más tarde—, cuando los laicos tomaban conciencia de sus posibilidades en la Iglesia ; yo quería ser médico en las misiones, como laica entre los laicos ».
Médicos para las misiones
Durante sus estudios, con motivo de un congreso misionero, Luisa descubre la Asociación Femenina Médico Misionera (AFMM), recientemente fundada (1954) por Adela Pignatelli. Monseñor Juan Bautista Montini, el futuro Papa Pablo VI, había desempeñado un papel muy importante en la creación de esa fundación, y Adela lo había conocido cuando era capellán de la FUCI (Federación Universitaria Católica Italiana). De ese contacto con él había surgido, poco a poco, la idea de fundar una nueva familia religiosa para médicos destinados a actuar en países de misiones. En 1960, al final de sus estudios, Luisa pide a Adela que la admita en esa asociación como miembro auxiliar, es decir, con compromiso temporal. La fundadora le aconseja que se especialice, y Luisa elige la radiología ; ese complemento en sus estudios concluye en diciembre de 1962. Mientras tanto, Luisa abre en Módena una casa AFMM para estudiantes procedentes de países de misión, expresando también el deseo de convertirse en miembro a tiempo completo de la asociación, pero Adela le aconseja que espere. En 1962, en el transcurso de un viaje en Rodesia (en la actualidad Zimbabue), monseñor Montini visita un modesto dispensario instaurado en medio de una inmensa plantación de caña de azúcar, cerca de Chirundu. Sugiere a Adela que realice allí una misión médica, y ésta acepta sin dudarlo. Después de ser elegido Papa, en junio de 1963, Pablo VI recibe a Adela y al equipo misionero destinado en Chirundu. El Santo Padre entrega a cada una un rosario y una cruz, enviándolas en nombre de la Iglesia para representar a Cristo Salvador entre los enfermos.
Luisa no hace el viaje. De hecho, su formación misionera aún no se ha completado y su fuerte temperamento hace difícil su plena integración en el grupo de aspirantes misioneras. Finalmente se decide que complete su formación sobre el terreno, en África. Tras visitar a su familia en Módena, donde el arzobispo le hace entrega de su cruz de misionera, emprende el vuelo hacia el hemisferio sur el 9 de agosto de 1966. A su llegada, escribe lo siguiente a su comunidad de Roma : « Chirundu es magnífico. Aplicaos bien en los estudios, a fin de estar dispuestas a partir pronto. Las misiones son algo maravilloso ». Aunque incomodada por el calor y los mosquitos, Luisa afronta una labor agotadora, ya que, a los setenta pacientes ingresados, niños y adultos, hay que añadir el dispensario externo, así como otros tres dispensarios de la otra orilla del río, que hay que atravesar en piragua con todo el material médico necesario. En una sola jornada pueden presentarse hasta cien pacientes.
Preciosa herencia
«La memoria de la larga historia de servicio a los enfermos —escribía el Papa Francisco— es motivo de alegría para la comunidad cristiana… Sin embargo, hace falta mirar al pasado sobre todo para dejarse enriquecer por el mismo. De él debemos aprender : la generosidad hasta el sacrificio total de muchos fundadores de institutos al servicio de los enfermos ; la creatividad, impulsada por la caridad, de muchas iniciativas emprendidas a lo largo de los siglos ; el compromiso en la investigación científica, para proporcionar a los enfermos una atención innovadora y fiable. Este legado del pasado ayuda a proyectar bien el futuro. Por ejemplo, ayuda a preservar los hospitales católicos del riesgo del “empresarialismo”, que en todo el mundo intenta que la atención médica caiga en el ámbito del mercado y termine descartando a los pobres. La inteligencia organizacional y la caridad requieren más bien que se respete a la persona enferma en su dignidad y se la ponga siempre en el centro del proceso de la curación. Estas deben ser las orientaciones también de los cristianos que trabajan en las estructuras públicas y que, por su servicio, están llamados a dar un buen testimonio del Evangelio » (Mensaje del 26 de noviembre de 2017 para la Jornada Mundial del Enfermo 2018, núm. 5).
Desde 1965, Rodesia está en estado de guerra. El gobierno de Ian Smith, en Salisbury, ha rechazado el proceso de descolonización y declara unilateralmente su independencia de Inglaterra. Rodesianos de origen africano, de inspiración marxista, se aprestan a constituir grupos de guerrilla. En un primer momento, la frontera con la vecina Zambia se ha ido cerrando progresivamente, impidiendo de ese modo que muchos zambianos accedan a los cuidados del dispensario de Chirundu. Por otra parte, al decidir la compañía que gestionaba la plantación exiliarse en Zambia, el dispensario se halla completamente aislado. Al encontrarse en paro, Luisa es enviada a Salisbury para complementar su formación en pediatría. A causa de su aspecto algo descuidado y de su inglés desastroso, Luisa desentona entre el personal médico de lengua inglesa, lo que la hace sufrir. Si bien tiene treinta y cuatro años y posee un título de médico especialista, escribe a su superiora : « Estoy aún en fase de aprendizaje (de la vida en el hospital), pero, como decía el Papa, “los sacrificios de los comienzos fecundarán el trabajo apostólico” ».
En 1967, Luisa regresa a Italia. Recibe con gran alegría la noticia de la autorización a profesar sus primeros votos. De regreso en Rodesia, en 1969, recibe el cargo de responsable de un sector en Nyamaropa, que comprende un dispensario hospital rural “Regina Cæli Mission” y una leprosería. A este propósito escribe : « Me encuentro muy bien en “Regina Cæli”. Soy la primera en no entender por qué antes no llegaba a nada, mientras que aquí todo parece funcionar sobre ruedas ». Su dedicación es total. El dispensario ha acogido a un niño cuyo estado necesita cuidados que no pueden darse in situ. Luisa no lo duda : recorre de noche unos 160 km de pistas para llevarlo a un centro mejor equipado.
Aquí falta de todo
En diciembre de 1969 la mandan a “All Souls Mission”, en Blantyre (150 km al norte de Salisbury). La misión está formada por una iglesia, servida por dos padres jesuitas asistidos por una pequeña comunidad de monjas, por una escuela, un dispensario y un hospital rural rudimentario. Luisa escribe a sus hermanas de la AFMM que se han quedado en Roma : « He llegado a la nueva misión. Aquí son todos africanos, incluso las monjas y los sacerdotes. El hospital está formado por edificios con paredes y techos, pero con poca cosa más. Me asisten dos enfermeras. Las tres poseemos conocimientos, pero poca experiencia. Aquí falta de todo… 96 camas están ya en camino. En cuanto al dinero, no hay mucho, por lo que nos vemos obligadas a ahorrar en todo. Necesitaríamos más personal y planeamos instaurar una escuela para formar a enfermeras. Cuando hay que hacer transfusiones, pedimos sangre a los parientes del paciente, pero cuando no es suficiente, las monjas, los sacerdotes y las enfermeras nos convertimos en donantes ». Gracias a donaciones recogidas por la AFMM en Italia, Luisa puede instalar rápidamente los equipos básicos. Poco tiempo antes de morir, conseguirá un generador de electricidad y un aparato de rayos X. Durante las epidemias agudas de malaria, enfermedad causada por la malnutrición crónica y la falta de higiene, ese hospital llegará a albergar hasta 150 enfermos. En los años siguientes, se anima a los campesinos a criar pollos y conejos para completar el régimen alimenticio.
En otra carta, Luisa explica que la cultura local reconoce en la mujer dos funciones importantes en la sociedad : la de madre y la de abuela. Cuando se dirigen a ella, los pacientes la llaman habitualmente “doctora”, e incluso a veces, de manera respetuosa y afectuosa, “ambuya” (abuela). Cuenta además lo siguiente : « En la misión, la vida es sencilla y alegre, incluso si hay demasiado trabajo por hacer. Soy feliz como nunca lo he sido. El Señor ha sido bueno conmigo. Amo a la gente, amo a mis pacientes, y ellos me aman a mí. Y ese amor crecerá hasta que llegue a la plenitud del amor de Cristo ». En 1975, a pesar de varias opiniones en contra, la superiora general Adela Pignatelli admite a Luisa en su compromiso definitivo en la comunidad, lo que la colma de alegría. A partir de entonces, su dedicación no hace más que aumentar, y ella la pone también al servicio de los leprosos de Mtemwa, a quince kilómetros de Blantyre, donde manifiesta en plenitud su función misionera, lleva la alegría de Cristo y arrastra a los demás a amarlo y a entregarse a Él.
A principios de los años 1960, había en Mtemwa alrededor de 600 leprosos, bien atendidos. Posteriormente, un nuevo tratamiento había permitido curar la mayor parte de los casos, sin suprimir los terribles estragos producidos ya por la enfermedad. El gobierno había decidido entonces devolver a los enfermos curados a sus casas y desmantelar las infraestructuras. No obstante, setenta ancianos enfermos no encontraron a nadie que los acogiera. Se les concedió una exigua cantidad de dinero para alimentos, poniendo a la cabeza del pueblo a un guarda, quien enseguida demostró ser un hombre sin corazón. Poco a poco, todos se fueron replegando en la soledad de su miseria. Informado de la situación, el superior local de los jesuitas consiguió que despidieran sin demora al guarda, encontrando para substituirlo a un personaje bastante excepcional : John Bradburne. Era descendiente de Baden-Powell, el fundador del movimiento escolta, antiguo oficial del ejército británico, y había combatido en Malasia y en Birmania contra los japoneses. Marcado por terribles experiencias, se había convertido en peregrino ermitaño, viajando continuamente, hasta que la Providencia lo condujo hasta Mtemwa. Enseguida sintió el deseo de consagrarse a los desgraciados leprosos : « Yo, el eterno rechazado —se dijo—, aquí seré al menos acogido entre estos rechazados ». Tras ser nombrado guarda, ese « vagabundo de Dios » les aportó el calor humano que les faltaba.
Una hermosa colaboración
Después de haber acondicionado su hospital dispensario en Blantyre, Luisa se pone a explorar su territorio, descubriendo simultáneamente la leprosería y a su jefe, John Bradburne. Los primeros contactos no resultan fáciles. Luisa mantiene con frecuencia actitudes algo bruscas, incluso autoritarias, y John, como consecuencia de las experiencias vividas, se ha hecho muy sensible. Pronto consiguen conocerse mejor, lo que resulta el comienzo de una hermosa colaboración. Luisa atiende a los habitantes del pueblo, uno a uno, y descubre que veintidós de ellos aún están enfermos y son contagiosos ; en cuanto a los ya curados, padecen diversas enfermedades, ¡ pero hay algunos que nunca han tenido lepra !
Tras frecuentar la escuela de la misión como alumna, una joven llamada Elisabeth entra en contacto con el grupo de quienes se afanan junto a Luisa y les ayuda ocasionalmente. Pero su exagerada sensibilidad hacia los enfermos resulta un obstáculo para su admisión. La primera vez que la llevan a la leprosería, se conmueve de tal manera que, durante seis meses, se niega a regresar. Posteriormente consigue superarse completamente, hasta el punto de ser admitida en la comunidad AFMM. Como es indígena, resulta de gran ayuda, sobre todo para superar las dificultades de comunicación entre las personas. Gracias a ella, el pequeño grupo aporta a la leprosería el calor humano y el amor divino. Los habitantes de la ciudad vecina ven pasar, estupefactos, el jeep de Luisa repleto de leprosos que llevan al hospital para atenderlos, ¡ pues cantan y baten palmas con alegría ! Luisa escribe : « Ahora tengo una serenidad y una alegría que jamás habría podido imaginar. El Señor es bueno. Yo no lo soy en absoluto, pero es en mi pobreza donde su fuerza me ha alcanzado con mayor intensidad… Estoy mucho más contenta ahora que cuando tenía veinte años ».
Dedicarse con cariño a los enfermos
Por aquella época se presenta en la misión el padre David Gibs, de padres europeos y educado en Rodesia. Acaba de ser ordenado sacerdote, y su primera misión es “All Souls”, donde llega en 1975. Describe a Luisa como poco accesible, « con sus cabellos estirados y recogidos en la nuca, su ropa siempre oscura ». Esa primera impresión desaparece al poco tiempo : Luisa tiene, de hecho, un carácter fácil y afectuoso, siempre dispuesta a “charlar”, sin preocuparse del trabajo que queda por hacer. Ayuda a las personas, igualmente como médico atento que como consejera afectuosa. « Era totalmente desorganizada —dirá— ; el tiempo no existía para ella. Cuando se sumergía en la lectura de un artículo médico, o cuando estudiaba los métodos para mejorar la calidad de las atenciones, nada podía distraerla y los pacientes debían esperar entonces horas. Cuando finalmente se presentaba, veía a los enfermos uno a uno, sin preocuparse del tiempo. Al final, nadie se inquietaba por sus retrasos… Cada vez que llegaba tarde, se excusaba con tanta humildad que resultaba imposible no perdonarla… Su habilidad como médico era excepcional. Nunca conocí a nadie que se dedicara con tanto cariño a los enfermos como Luisa. Nada resultaba demasiado cansado para ella ; nunca la vi rechazar a nadie, cualquiera que fuese la persona o la hora. Solía dormir pocas horas por la noche ».
« A veces íbamos a un pequeño dispensario gestionado por una monja africana. En cuanto subía al autobús sobrecargado, todo el mundo la saludaba y, a menudo, era un hombre más bien mayor quien le cedía su asiento. Todos se alegraban de verla ; la mayoría se había beneficiado de sus cuidados, bien ellos mismos o parientes o amigos. Enseguida se formaba alrededor de Luisa como una familia alegre, cuya madre era ella. Esa fue mi impresión de ella : una mujer profundamente vital y feliz, que amaba a la gente, que amaba su profesión y su función de misionera, dispuesta a sufrir todas las penalidades para servir a esas gentes a las que amaba. El viaje de cinco horas en autobús era penoso, pero había que caminar, además, para llegar al dispensario. Luisa se ponía inmediatamente a la tarea, atenta a cada uno de los enfermos, que a menudo habían recorrido a pie muchos kilómetros. Después de haber curado al último de ellos, se acostaba y se levantaba a las cuatro y media de la mañana para tomar el autobús de regreso a las seis y volver a empezar en otro sitio… También daba clases en la escuela de enfermeras ».
Sin embargo, la rebelión comunista se extiende. Ya en 1972, el superior de la misión había prohibido a Luisa y a sus colaboradoras que visitaran determinados pueblos alejados, ya que lo consideraban demasiado peligroso. De vez en cuando suenan disparos cerca de la misión. Luisa escribe a su superiora de Roma : « Estamos serenas y, de momento, no tenemos miedo : el Señor es mi pastor : nada me falta (Sal 22). La frase que usted me ha enviado me ha hecho mucho bien : “Sed prudentes, pero la caridad prevalece sobre la prudencia” ». Y también : « Creo que nuestra presencia es importante. La joven cristiandad de Rodesia debe sentir que la Iglesia está cerca de ella cuando el pueblo sufre, y que no está vinculada a ningún sistema político ».
En mayo de 1976, la misión se halla en plena zona de guerra : hay combates, sobrevuelan helicópteros militares… muchas personas, e incluso familias, son alcanzadas por minas antipersona colocadas de manera irresponsable. El 24 de junio, un joven herido de bala es conducido a la misión. Luisa y los demás se ocupan de él sin hacer preguntas. Poco tiempo después, se marcha a pie acompañado de un fraile para dirigirse a un hospital mejor equipado. De camino, es detenido y considerado sospechoso de rebeldía. Poco después, la policía se presenta en la misión y acusa al personal sanitario de ayudar a los rebeldes en lugar de denunciarlos como terroristas. Cuatro días más tarde, llega un destacamento completo de la policía. Luisa es detenida. Después de haber pasado momentos muy penosos, y aunque físicamente ha sido tratada correctamente, la dejan en libertad provisional gracias a múltiples intervenciones, una de ellas la del propio Papa Pablo VI, quien, informado de los hechos, interviene antes del juicio.
Soledad moral
En espera de juicio, Luisa regresa triunfalmente a la misión. El pueblo es declarado “protegido” por las fuerzas gubernamentales y es rodeado de alambradas ; un contingente militar se queda permanentemente. No obstante, se producen combates cuando irrumpen rebeldes, incluso en el pueblo. Estos intentan salvar los edificios del hospital, pero sin conseguirlo siempre. Se amontonan refugiados en el pueblo, y la Cruz Roja interviene para alimentar a 7000 personas en aquel « asilo protegido ». En febrero de 1977, siete misioneros son asesinados en un sector bastante alejado de la misión ; la guerra civil hace estragos. La policía hostiga a la misión, acusada de proporcionar ayuda (médica) a los rebeldes. En una ocasión, Luisa dice al jefe de la policía : « Le atendería, incluso a usted, si tuviese una crisis cardíaca ante mí ; sepa que yo soy médico ». En 1978, cura a la madre de Robert Mugabe, jefe de los rebeldes comunistas y futuro dictador de Zimbabue. A pesar de la máxima discreción de esa hospitalización, Luisa sufre las consecuencias. En 1979, la mayoría de las personas son evacuadas hacia zonas menos peligrosas ; Luisa rehúsa seguirlas, a pesar de la invitación que le dirige su superiora general, quien, sin embargo, no quiere darle la orden de partir para no provocar en ella una crisis de conciencia. Luisa se halla entonces en medio de una gran soledad moral, a pesar del apoyo fiel del padre Gibs, que también permanece en su puesto. Dos meses antes de morir, escribe a una amiga : « Es duro quedarse sola, sin nadie a quien hablar. Por momentos, tengo la impresión de ser inútil y de no ser amada. Después, la tristeza y la ira pasan. Quizás debería aprender a contar solamente con Dios. He intentado alcanzar esa confianza y, de improviso, he sentido su verdadera presencia, aunque misteriosa. Pueden dispararme, pero Dios está conmigo ». Y otro día : « Es hermoso entregar cada día algo más, estar por completo y con confianza en las manos del Padre, y pedir al Espíritu Santo, que está en nosotros, que nos enseñe a cumplir la voluntad del Padre ».
El 6 de julio de 1979, mientras lleva a un enfermo en ambulancia hacia un hospital, a pesar de los consejos de todos, el vehículo es detenido en un control militar para ser inspeccionado. De repente, estalla una ráfaga de ametralladora : Luisa es herida mortalmente. Muere unas horas después, antes de llegar al hospital. El proceso de beatificación de Luisa ha concluido a nivel diocesano, y el expediente ha sido enviado a la Congregación para las Causas de los Santos.
« Por lo tanto, la oración a la Madre del Señor nos ve unidos en una súplica insistente, para que cada miembro de la Iglesia viva con amor la vocación al servicio de la vida y de la salud —escribía el Papa Francisco—. La Virgen María ayude a las personas enfermas a vivir su sufrimiento en comunión con el Señor Jesús y apoye a quienes cuidan de ellas » (Papa Francisco, Mensaje para la Jornada Mundial del Enfermo 2018, núm. 7).
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