6 de Julio de 1999
Madre Teresa
Muy estimados Amigos:
Diciembre de 1964. El Papa Pablo VI llega a Bombay, donde debe presidir un Congreso eucarístico internacional. Millones de personas se agolpan a lo largo de los veinte kilómetros de recorrido que separan el aeródromo de la ciudad. Todos desean ver y oír «al mayor jefe religioso del mundo». Entre los invitados al Congreso figura la Madre Teresa de Calcuta. Pero, al dirigirse al palacio, se cruza con un hombre y una mujer exhaustos, con los rostros llenos de sangre y tan delgados que sólo les queda piel sobre los huesos. La Madre Teresa se acerca a ellos e intenta sostenerlos, pero el hombre apenas tiene tiempo de proferir algunas palabras antes de entregar el último suspiro. Sin dudarlo ni un momento, la Madre Teresa carga sobre sus hombros a la mujer y la lleva al hogar de los moribundos. Esa mujer exhausta representa a Jesús, al que hay que socorrer con prioridad, incluso a costa de un encuentro tan preciado con el Vicario de Cristo. Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis, dirá Jesús en el juicio final (Mt 25, 40).
Gonxha (Inés) Bojaxhiu, la futura Madre Teresa, nace el 26 de agosto de 1910 en Skopje (ex-Yugoslavia), en el seno de una familia de nacionalidad albanesa profundamente católica. Allá por el año 1928, una gracia procedente de la Santísima Virgen orienta a Gonxha hacia la vida religiosa, ingresando en Dublín (Irlanda) en la orden de las Hermanas de Nuestra Señora de Loreto, cuya Regla se inspira en la espiritualidad de los Ejercicios espirituales de San Ignacio de Loyola. Gonxha medita sobre el sentido de la vida: «El hombre es creado para alabar, honrar y servir a Dios Nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma» (Ejercicios espirituales, 23). Su deseo es «ayudar a todos los hombres» (ídem, 146) a que encuentren el camino del Cielo.
Gonxha se siente atraída por las misiones. Sus superioras la envían a la India, a Darjeeling, ciudad situada al pie del Himalaya, donde comienza su noviciado el 24 de mayo de 1929. Como quiera que la enseñanza es la principal vocación de las Hermanas de Loreto, Gonxha imparte clases a las niñas, a la vez que estudia ella misma para obtener el título de profesora. El 25 de mayo de 1931, profesa sus votos religiosos y toma el nombre de hermana Teresa, en honor a Santa Teresa de Lisieux. En 1935, a fin de que termine sus estudios, mandan a la hermana Teresa al colegio de Calcuta, capital superpoblada e insalubre de Bengala. Allí convivirá con la miseria, pues la población vive, muere y nace en las mismas aceras, sin otro techo más que la parte inferior de un banco, el rincón de una puerta, una carretilla abandonada o unos cuantos periódicos o cartones. Es un lugar donde algunos niños recién nacidos son arrojados al cubo de la basura, a los arroyos, a cualquier parte, y donde los muertos se recogen cada mañana junto a los montones de basura…
El 10 de septiembre de 1946, durante la oración, la hermana Teresa percibe con nitidez una invitación del Señor para que abandone el convento de Loreto y se consagre al servicio de los pobres, viviendo entre ellos. Se lo confía a su superiora, quien la hace esperar con objeto de poner a prueba su obediencia. Al cabo de un año, la Santa Sede la autoriza a vivir fuera de la clausura. El 16 de agosto de 1947, a la edad de treinta y siete años, la hermana Teresa viste por primera vez un sarí (vestido tradicional de las mujeres indias) de color blanco de algodón rústico, adornado con un ribete azul, con los colores de la Santísima Virgen María, y en el hombro un pequeño crucifijo negro. En sus desplazamientos, lleva consigo un pequeño maletín con las cosas personales indispensables, pero no dinero. La Madre Teresa nunca pidió dinero, y nunca lo poseyó, aunque sus obras y fundaciones exigieron gastos muy costosos. La divina Providencia siempre proveyó.
A partir de 1949 son cada vez más numerosas las jóvenes que acuden a compartir la vida de la Madre Teresa, pero ella las pone a prueba durante largo tiempo antes de admitirlas. En otoño de 1950, el Papa Pío XII autoriza oficialmente aquella nueva fundación, denominada «Congregación de las Misioneras de la Caridad».
Un lugar para morir «admirablemente»
Durante el invierno de 1952, un día en que va en busca de los pobres, descubre en la calle a una mujer agonizante, demasiado débil para luchar contra las ratas que le roen los dedos de los pies. Tras llevarla al hospital más cercano, donde admiten a la moribunda después de muchas dificultades, la hermana Teresa tiene la idea de pedir a la autoridad municipal un local donde poder recibir a los agonizantes abandonados. Le dejan a su disposición una casa que en otro tiempo había servido de residencia a los peregrinos del templo hindú de «Kali la negra», utilizado en ese momento por toda suerte de vagabundos y traficantes, y la hermana Teresa la acepta. Muchos años después, a propósito de los miles de moribundos que pasaron por aquella casa, llegará a decir: «¡Se mueren tan admirablemente con Dios! Hasta el momento no hemos encontrado a nadie que se negara a pedir «perdón a Dios» o que se negara a decir: «Dios mío, te amo»».
La Madre Teresa carece de ideas preconcebidas acerca de las obras que debe realizar, dejándose más bien guiar por la Providencia y por las necesidades de los pobres. Como ejemplo, el caso de un niño al que encuentra comiendo basura y que se queja del estómago: «¿Qué has comido esta mañana? – Nada. – ¿Y ayer? – Nada». Dos años más tarde, la Madre Teresa instala el «Centro de esperanza y de vida» para acoger a los niños abandonados. De hecho, los que son conducidos a ese lugar, envueltos entre harapos o incluso con papeles, carecen de toda esperanza de vida aquí en la tierra, recibiendo entonces el bautismo y encaminándose derechos al Cielo. Muchos de los que vuelven a la vida son adoptados por familias de todos los países. «Uno de los niños que habíamos acogido fue confiado a una familia muy rica, nos cuenta la Madre Teresa; era una familia de la alta sociedad que quería adoptar a un niño de corta edad. Algunos meses después, oí decir que aquel niño había contraído una grave enfermedad y que había quedado paralítico. Me dirigí a ver a la familia y les propuse: «Devuélvanme al niño y se lo cambiaré por otro con buena salud. – ¡Preferiría la muerte antes que separarme de este niño!», respondió el padre mirándome, con rostro compungido». ¡Qué lección de amor!
La Madre Teresa señala lo siguiente: «Lo que más necesitan los pobres es sentirse necesarios, sentirse amados. Lo que más les hiere es el estado de exclusión que su pobreza les impone. Pues hay remedios y tratamientos para todo tipo de enfermedades, pero cuando se es un marginado, si no hay manos serviciales y corazones afectuosos no hay esperanza de verdadera curación».
«Un valor humano más elevado»
En numerosos países del tercer mundo, el aumento de la población engendra graves problemas. «En muchas familias, escribe la Madre Teresa, es tan grande la pobreza que la idea de tener otro hijo las aterroriza; mis hermanas se esfuerzan por calmar ese miedo e intentan también hacerles comprender el valor humano del método natural de regulación de la natalidad». Así pues, en su cometido de transmisores de la vida, los padres no son libres de proceder como quieren, como si pudieran determinar de forma enteramente autónoma las vías honestas que deben seguir, sino que deben adecuar su conducta a la intención creadora de Dios, expresada en la propia naturaleza del matrimonio y de sus actos, y manifestada mediante la enseñanza constante de la Iglesia.
Dicha enseñanza parte de una visión integral del hombre y de su vocación, que no es solamente natural y terrenal, sino también sobrenatural y eterna, y «está fundada sobre la inseparable conexión que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre los dos significados del acto conyugal: el significado unitivo y el significado procreador» (Pablo VI, encíclica Humanae vitae, 12). Para realizar un control de natalidad, «la continencia periódica, los métodos de regulación de nacimientos fundados en la autoobservación y el recurso a los períodos infecundos son conformes a los criterios objetivos de la moralidad. Estos métodos respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica» (Catecismo de la Iglesia Católica, 2370).
El Papa Pablo VI describe de este modo el valor de los métodos naturales: «El dominio del instinto, mediante la razón y la voluntad libre, impone sin ningún género de duda una ascética, para que las manifestaciones afectivas de la vida conyugal estén en conformidad con el orden recto y particularmente para observar la continencia periódica. Esta disciplina, propia de la pureza de los esposos, lejos de perjudicar el amor conyugal, le confiere un valor humano más sublime. Exige un esfuerzo continuo, pero, en virtud de su influjo beneficioso, los cónyuges desarrollan integralmente su personalidad, enriqueciéndose de valores espirituales: aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la solución de otros problemas; favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge; ayudando a superar el egoísmo, enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido de responsabilidad. Los padres adquieren así la capacidad de un influjo más profundo y eficaz para educar a los hijos» (Humanae vitae, 21).
Una diferencia esencial de mentalidad
Fiel a la Iglesia, la Madre Teresa no acepta la anticoncepción, es decir, toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga, como fin o como medio, hacer imposible la procreación (píldoras, preservativos…). En efecto, «cuando los esposos, mediante el recurso a la anticoncepción, separan estos dos significados que Dios creador ha inscrito en el ser del hombre y de la mujer y en el dinamismo de su comunión sexual, se comportan como árbitros del designio divino y manipulan y envilecen la sexualidad humana, y con ella la propia persona del cónyuge, alterando su valor de donación total» (Exhortación apostólica Familiaris consortio del 22 de noviembre de 1981, 32). Se trata de una diferencia bastante más amplia y profunda de lo que habitualmente se cree entre la anticoncepción artificial y el recurso a los ritmos temporales. Dicha diferencia implica en resumidas cuentas dos concepciones de la persona y de la sexualidad humana irreconciliables entre sí. La elección de los ritmos naturales comporta la aceptación del tiempo de la persona, es decir de la mujer, y con esto la aceptación también del diálogo, del respeto recíproco, de la responsabilidad común, del dominio de sí mismo. Al elegir la anticoncepción, la sexualidad no es respetada, sino que es «usada» como un «objeto» (cf. ibíd.).
El amor, la vida y la patria
«La Iglesia ha enseñado siempre la maldad de la anticoncepción, es decir, de cada uno de los actos conyugales intencionadamente infecundos, afirma el Consejo Pontificio para la Familia en fecha 12 de febrero de 1997. Esta enseñanza debe considerarse como una doctrina definitiva e irreformable. La anticoncepción se opone de forma grave a la castidad matrimonial, es contraria al bien de la transmisión de la vida (aspecto de procreación del matrimonio) y contraria al don recíproco de los cónyuges (aspecto de unión del matrimonio). Además, hiere al amor verdadero y niega el papel soberano de Dios en la transmisión de la vida humana» (Vademécum de los confesores). Así pues, la anticoncepción es un pecado objetivamente grave o «mortal» (es decir, que causa la «muerte» del alma privándola de la vida de la gracia, cuando es cometido con pleno conocimiento y entero consentimiento).
La mentalidad anticonceptiva que pretende evitar un hijo a toda costa, conduce lógicamente a la mentalidad abortiva cuando la anticoncepción fracasa. Las estadísticas muestran que la práctica del aborto se desarrolla sobre todo en aquellos países que favorecen la anticoncepción. Además, muchos productos que se presentan como anticonceptivos son, en realidad, abortivos (la píldora del día siguiente, el dispositivo intrauterino…). Por eso la Madre Teresa se niega a confiar en adopción a un niño a una pareja que recurra a la anticoncepción, considerando que con ello se encontraría en un ambiente de muerte.
En ocasiones se alega que los métodos naturales no son ni seguros ni eficaces, pero no es del todo cierto. Estudios médicos serios han demostrado que el método Billings (método natural), por ejemplo, resulta un método muy eficaz para evitar un nacimiento no deseado. La mayoría de las mujeres puede determinar sin apenas riesgo de error su período de fecundidad. He aquí un testimonio de la Madre Teresa: «En Calcuta, dirigimos actualmente 102 centros donde se enseña a las familias a controlar los nacimientos en el respeto del amor mutuo y de los hijos. El año pasado, miles de familias cristianas, musulmanas o hindúes, pasaron por nuestros centros, evitando de ese modo que nacieran unos 70.000 niños, pero sin matar a ninguno. Y ello simplemente apoyándose en estos tres pilares: el amor, la vida y la patria» (Carta al primer ministro de la India, 26 de marzo de 1979).
Dirigiéndose a las poblaciones de los países «ricos», la Madre Teresa añade lo siguiente: «Si nuestra gente (los pobres) puede hacerlo, cuánto más vosotros que conocéis los medios de no destruir la vida que Dios ha creado en nosotros» (11 de diciembre de 1979). Sin embargo, si los pobres tienen a menudo motivos justificados para espaciar el nacimiento de sus hijos, los esposos de los países desarrollados, donde la natalidad disminuye, deben cerciorarse de que su deseo de evitar una nueva concepción «no nace del egoísmo, sino que es conforme a la justa generosidad de una paternidad responsable» (Catecismo, 2368).
Por el amor de Jesucristo
Todos los actos de la Madre Teresa se ven impulsados por el amor de Cristo, por la voluntad de «hacer algo hermoso por Dios», al servicio de la Iglesia. «Ser católica es para mí de una importancia total y absoluta, nos dice. Estamos a la completa disposición de la Iglesia. Profesamos hacia el Santo Padre un gran amor, profundo y personal… Debemos dar testimonio de la verdad del Evangelio proclamando la palabra de Dios sin ningún temor, abiertamente, claramente, según nos enseña la Iglesia». «El trabajo que realizamos no es para nosotras más que un medio de concretar nuestro amor hacia Cristo… Nos entregamos al servicio de los más pobres de entre los pobres, es decir, de un Cristo que es la dolorosa imagen de los pobres… Jesús en la Eucaristía y Jesús en los pobres, bajo la apariencia del pan y bajo la apariencia del pobre; eso es lo que nos convierte en contemplativas en medio del mundo».
La adoración del Santo Sacramento ocupa un lugar importante en la jornada de las Misioneras de la Caridad. Comulgan todos los días y reciben cada semana el sacramento de la penitencia. «La confesión es un acto magnífico, un acto de gran amor. Es el momento en que permito que Cristo saque de mí todo lo que divide y todo lo que destruye. La mayor parte de nosotros corremos el riesgo de olvidarnos de que somos pecadores y que debemos acercarnos como tales a la confesión».
Entre las discípulas de la Madre Teresa existe una devoción muy especial por la Santísima Virgen. «María es nuestra guía y la causa de nuestro gozo. Dirigid a ella vuestras oraciones. Rezad el Rosario, a fin de que la Virgen esté siempre con vosotros, de que os proteja y os ayude. Introducid la oración en vuestras familias, pues la familia que reza unida permanece unida».
El desarrollo de la obra
Durante el transcurso de los años 1960, la obra de la Madre Teresa se extiende a casi todas las diócesis de la India. En 1965, algunas religiosas parten hacia Venezuela. En marzo de 1968, Pablo VI pide a la Madre Teresa que abra una casa en Roma. Tras una visita a los suburbios de la ciudad y haber constatado que la miseria material y moral también existe en los países «desarrollados», ella acepta. Al mismo tiempo, las hermanas trabajan en Bangladesh, país devastado por una terrible guerra civil. Muchas mujeres han sido violadas por los soldados, y se aconseja a las embarazadas que aborten. La Madre Teresa se dirige entonces al gobierno comunicándole que ella y sus hermanas adoptarán a esos niños, pero que bajo ningún concepto «se obligue a esas mujeres, que no han hecho más que sufrir la violencia, que cometan en adelante una transgresión que les acompañaría durante toda su vida». La Madre Teresa luchó siempre con gran denuedo y valentía sin igual contra cualquier forma de aborto, pues estaba persuadida, y con toda razón, de que, desde el mismo instante de la concepción, el embrión es un hombre y posee el derecho inalienable a la vida. Ninguna persona, ninguna autoridad ni ninguna causa pueden disponer de la vida de los niños inocentes.
La Madre Teresa acepta enviar a un grupo de hermanas al Yemen, país musulmán donde ninguna influencia cristiana ha penetrado desde hace ochocientos años, pero con la condición de que pueda acompañarlas un sacerdote. Durante los años 1980, la orden llega a fundar una media de quince nuevas casas al año. A partir de 1986, se instala también en algunos países comunistas, hasta ese momento prohibidos a cualquier misionero: Etiopía, Yemen del Sur, la URSS, Albania y China.
En marzo de 1967, la obra de la Madre Teresa aumenta con una rama masculina: la «Congregación de los Hermanos Misioneros». En 1969 nace la Fraternidad de los colaboradores laicos de las Misioneras de la Caridad.
Un secreto bien sencillo
Cuando se le pregunta de dónde procede su fuerza moral, la Madre Teresa responde: «Mi secreto es infinitamente sencillo: rezo. Mediante la oración me uno en el amor con Cristo. Rezarle es amarle». El amor se halla indisolublemente unido al gozo. «El gozo es oración, por el hecho de alabar a Dios, pues el hombre ha sido creado para alabar. El gozo es la esperanza de una felicidad eterna. El gozo es una red de amor para atrapar a las almas. La verdadera santidad consiste en hacer la voluntad de Dios con una sonrisa».
Tras diversas hospitalizaciones, la Madre Teresa se apagó en la paz del Señor, en Calcuta, el 5 de septiembre de 1997. Al conocer la noticia de su muerte, el Papa Juan Pablo II resumía de este modo su vida: «Su misión comenzaba al alba ante la Eucaristía. En el silencio de la contemplación, la Madre Teresa oía resonar el grito de Jesús en la Cruz: Tengo sed. Ese grito, conservado en el fondo de su corazón, la empujaba por los caminos de Calcuta y de todos los suburbios del mundo, en busca de Jesús en el pobre, en el abandonado, en el moribundo… La Madre Teresa, la inolvidable madre de los pobres, es un ejemplo elocuente para todos» (Ángelus del 7 de septiembre de 1997).
En muchas ocasiones, a la demanda de jóvenes que querían ir a la India para ayudarla, la Madre Teresa les contestaba que se quedaran en sus países para practicar la caridad con los «pobres» de su medio habitual. Estas son algunas de sus sugerencias: «En Francia, como en Nueva York y en todas partes, cuántas personas sienten hambre de ser amadas; es una pobreza terrible que no tiene comparación con la pobreza de los africanos y de los indios… Lo que cuenta no es cuánto les damos, sino el amor con que les damos… Rezad para que eso comience en vuestra propia familia. Con frecuencia, los niños no tienen a nadie que les reciba cuando regresan del colegio y, cuando se hallan con sus padres es para sentarse ante el televisor, sin intercambiar palabra alguna. Es una pobreza muy profunda… Debéis trabajar para ganaros la vida de vuestra familia, pero debéis tener también el valor de compartir con quien no tiene -quizás simplemente una sonrisa o un vaso de agua-, de pedirle que se siente para hablar durante unos minutos; puede que baste con escribir una carta a un enfermo que se encuentre en el hospital… Y lo mejor es que nos acerquemos a Nazaret y que miremos cómo vive la Sagrada Familia: haced de vuestra familia otro Nazaret. ¡Amad a Jesús! Durante el transcurso de la jornada, debéis deciros a vosotros mismos: «Jesús está en mi corazón. Creo en tu amor tierno hacia mí y te amo, Jesús». Hay que decirlo y repetirlo constantemente, y comprobaréis de ese modo que la fuerza, el gozo y la paz estarán con vosotros, gracias a ese amor que sentís por Jesús. Y podréis amar a los demás del mismo modo que Jesús os ama».
Es posible para nosotros amar a los demás como Jesús, pues si vivimos en la gracia de Dios, el Espíritu Santo, que es el Amor, habita en nosotros (cf. Jn 14, 18). Los monjes le piden que difunda su Caridad en su corazón, para que dé testimonio de Él, a imitación de la Madre Teresa de Calcuta. Rezan por usted y por todos sus seres queridos, vivos y difuntos.
>