23 de diciembre de 2020
San Carlos Borromeo
Muy estimados Amigos:
«¡San Carlos ! ¡ Cuántas veces me arrodillé ante sus reliquias en la catedral de Milán ! —confiaba el Papa san Juan Pablo II el 4 de noviembre de 1978, poco después de ser elegido a la Sede de Pedro. ¡ Cuántas veces medité sobre su vida, contemplando en mi mente la gigantesca figura de ese hombre de Dios y servidor de la Iglesia, Carlos Borromeo, cardenal, arzobispo de Milán y hombre del concilio ! Él es uno de los grandes protagonistas de la reforma de la Iglesia en el siglo xvi, efectuada en el concilio de Trento y que permanecerá por siempre unida a su nombre. Fue igualmente uno de los creadores de la institución de los seminarios eclesiásticos, reconfirmada en toda su substancia por el concilio Vaticano II. Fue, además, un servidor de las almas que no se dejaba dominar por el miedo ; servidor de los que sufrían, de los enfermos, de los condenados a muerte. ¡ Mi santo patrón ! »
Carlos Borromeo nace en el castillo de Arona, en el norte de Italia y provincia de Lombardía, el 2 de octubre de 1538. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, gobernador de la región del lago Mayor, se había desposado con Margarita de Médicis, hermana mayor del futuro Papa Pío IV. Carlos es el segundo de seis hijos. Su madre muere en 1547, cuando Carlos tiene nueve años, y su padre vuelve a casarse. Gracias a inversiones bancarias y comerciales favorables, la fortuna de la familia se ha acrecentado. A la edad de doce años, hijo pequeño entonces, Carlos es destinado al estado eclesiástico y recibe la tonsura. Su padre lo envía entonces a Milán para estudiar latín con un excelente maestro. En 1552 prosigue sus estudios en Pavía bajo la dirección de Francisco Alciato, que más tarde será cardenal. Su padre solamente le asigna una modesta mensualidad y a veces tiene dificultades para subvenir a sus necesidades, hasta el punto de que sus servidores no siempre visten correctamente. Carlos sufre mucho por esa humillante situación, pero no hay nada en sus cartas que indique impaciencia o recriminación.
En 1558, Carlos se dirige a Milán para reunirse con su tío, el cardenal de Médicis. Sin embargo, unas semanas después debe regresar a Arona para asistir al funeral de su padre. Carlos tiene diecinueve años y, aunque no es el mayor de los varones, todos los suyos le piden que se encargue de los asuntos comerciales de la familia. A pesar de numerosas interrupciones, y gracias a su aplicación y seriedad, consigue terminar sus estudios en 1559 con un doctorado in utroque jure, es decir, en ambos derechos, canónico y civil. Durante el verano de ese mismo año, el Papa Pablo IV (Juan Pedro Carafa) muere. El cónclave que entonces se abre dura cuatro meses y, en diciembre de 1559, el cardenal Juan Ángel de Médicis, tío de Carlos, es elegido Papa ; toma el nombre de Pío IV.
Guiado por el Buen Pastor
El 3 de enero de 1560, Pío IV pide a Carlos que acuda inmediatamente a Roma junto a él. Unos diez días después de su elección, el nuevo Papa había confiado ya a su sobrino el gobierno de los Estados Pontificios. El 31 de enero lo nombra cardenal. Carlos pide que no se organicen fiestas públicas en Milán para conmemorar su ascensión al cardenalato, sino que se celebren solamente diez Misas en Arona en honor al Espíritu Santo. Después es ascendido al arzobispado de Milán, primero como administrador apostólico y después como titular. Al no haber recibido ninguna de las Sagradas Órdenes, deberá confiar a un obispo de su elección la administración de la diócesis. « Cuando era joven —dirá san Juan Pablo II— Carlos Borromeo fue nombrado cardenal de la Santa Iglesia Romana y arzobispo de Milán ; fue llamado a convertirse en pastor de la Iglesia, porque él mismo se dejaba guiar por el Buen Pastor. De ese modo cuidaba a su Iglesia, participando en el misterio insondable de Cristo, eterno y único Pastor de las almas inmortales, que abraza los siglos y las generaciones, infundiendo en ellas la luz del “siglo futuro” » (4 de noviembre de 1984). A continuación, el cardenal Borromeo será nombrado también legado pontificio en diferentes regiones de Italia, así como protector ante la Santa Sede de varios países y órdenes religiosas. Además, en calidad de “cardenal sobrino”, asume el cargo de Secretario de Estado del Papa. El nepotismo de Pío IV (favoritismo hacia su sobrino) es flagrante, pero la Providencia hará que de ese mal surja un bien considerable : Carlos Borromeo, con solamente veintidós años de edad, se entregará a una ardua labor al servicio de la Iglesia.
Tenacidad y paciente diplomacia
Carlos continúa gestionando los negocios de su familia, aunque sin descuidar por ello el estudio. Encuentra también tiempo para entregarse a sanas diversiones : toca el laúd y el violoncelo, y practica un juego de pelota entonces de moda en Italia. Funda una academia literaria, la mayoría de cuyas obras se han conservado con el título de “Noches vaticanas”. En 1561 funda y dota un colegio en Pavía, siendo el primer establecimiento que sigue las recomendaciones del concilio de Trento relativas a los seminarios. Convocado en 1537 por Pablo III, e inaugurado en Trento en 1545, el concilio se interrumpió varias veces por motivos políticos. El Papa Pablo III se proponía la reforma general de la Iglesia, especialmente en el contexto de la Reforma protestante que atacaba los propios fundamentos de la fe y denunciaba abusos en la vida de la Iglesia. La desastrosa situación del mundo católico hacía urgente la reanudación del concilio, pero los obstáculos eran numerosos, en particular por parte de los soberanos Maximiliano de Austria, Felipe II de España y, sobre todo, del rey de Francia Carlos IX. Una de las primeras grandes obras del cardenal Borromeo es esmerarse en salvar esos obstáculos. Su entusiasmo por el bien de la cristiandad, su tenacidad y su paciente diplomacia acaban consiguiendo la reanudación de las sesiones del concilio, el 18 de enero de 1562. La correspondencia de Carlos Borromeo, desde Roma, con los legados del Papa al concilio es considerable : se trata casi de una dirección a distancia de los debates. A pesar de grandes dificultades, motivadas en parte por las exigencias irreconciliables de unos y otros, el concilio puede concluirse el 4 de diciembre de 1563, dieciocho años después de su inauguración en Trento, dejando a la Santa Sede el cuidado de realizar la reforma del Breviario y del Misal, la redacción de un catecismo para el uso de los pastores de almas y la revisión del texto latino de la Biblia.
El 26 de enero de 1564, Pío IV confirma solemnemente los decretos de la asamblea conciliar, con gran alivio de toda la cristiandad. El Sumo Pontífice nombra entonces una comisión de tres cardenales con el fin de velar por la aplicación de los decretos del concilio, bajo la vigilancia del cardenal sobrino. « El propio Papa atribuye el mérito de la feliz conclusión de ese concilio a san Carlos, sobre todo porque, antes de ser el primer artífice de su aplicación, fue su más activo sostén. Es cierto que, sin sus grandes esfuerzos y vigilancias, esa obra no habría concluido » —afirmará san Pío X en la encíclica Editæ sæpe del 26 de mayo de 1910. Al subrayar la vida interior de Carlos Borromeo, ese Papa añadirá que « las maravillosas obras de Dios maduran a la sombra, en el silencio del alma entregada a la oración y a la obediencia, y es en esa preparación donde yacen en germen los futuros frutos apostólicos, como la recolección del grano ».
Mientras tanto fallece el hermano mayor de Carlos, con sólo veintisiete años. Al convertirse en cabeza de familia, Carlos se halla en una situación paradójica : si bien es el miembro más influyente de la Curia Pontificia, aún no ha recibido ninguna Sagrada Orden ; por ello, podría regresar al mundo si renunciara al cardenalato, contraer matrimonio y llevar una vida de gran señor. Varias personas lo empujan a ello, por el bien de la familia y del ducado de Milán. Incluso el propio Papa, su tío, no ve con malos ojos esa eventualidad, por el poco tiempo que le quedará hasta la muerte, que calcula bastante próxima. Sin embargo, en contra de esos consejos, Carlos decide firmemente entregarse por entero al Señor y a la Iglesia. Se prepara para recibir las Sagradas Órdenes e intensifica su vida de oración. Cuando es ordenado sacerdote por el cardenal Federico Cesi, en la basílica de Santa María la Mayor, el 17 de julio de 1563, afirma al Santo Padre, un tanto contrariado por esa ceremonia : « No estéis apenado, pues he elegido la esposa que quería desde hace tiempo ». El 7 de diciembre es consagrado obispo en la capilla Sixtina.
Retirarse de los asuntos
A causa de su cargo, Carlos se ve obligado a permanecer junto al Papa, aunque procura no olvidar su diócesis de Milán, que confía sucesivamente a varios obispos para que la dirijan siguiendo sus instrucciones. En 1565 se dirige a Milán y convoca un concilio provincial que dirige personalmente (la provincia se compone entonces de dieciséis diócesis). Pero en aquella época concibe el deseo de retirarse de todos esos asuntos a fin de vivir en un monasterio. El venerable Bartolomé de Braga (dominico y arzobispo de Braga, Portugal), al que considera como un “amigo de Dios”, consigue disuadirlo y lo convence de que se halla en el lugar donde Dios lo quiere. Los años siguientes, en Roma, los ocupa sobre todo en la preparación de las reformas del Misal y del Breviario, así como en la redacción del catecismo exigido por los padres del concilio. Carlos es también miembro de una comisión encargada de la revisión de la música litúrgica.
Al conocer la noticia de que el Papa, su tío, está enfermo, se precipita a la cabecera de su cama ; pero el estado del Santo Padre es extremadamente grave. Con la ayuda de san Felipe Neri, Carlos se entrega a prepararlo para la muerte. Ésta acontece el 10 de diciembre de 1565. El 7 de enero de 1566, el cónclave elige al cardenal Miguel Ghislieri. El papel de Carlos en esa elección es preponderante, y es sugerencia suya que el nuevo Papa tome el nombre de Pío V. El nuevo Papa expresa su deseo de que Carlos permanezca junto a él, pero, tras tomar medidas para asegurar la continuidad del gobierno de la Curia Romana, el cardenal Borromeo obtiene finalmente permiso para residir en su diócesis y dirigirla en persona.
« Y así como permanece el oficio que Dios concedió personalmente a Pedro, príncipe de los Apóstoles, para que fuera transmitido a sus sucesores —recuerda el concilio Vaticano II—, así también perdura el oficio de los Apóstoles de apacentar la Iglesia, que debe ejercer de forma permanente el orden sagrado de los Obispos… La consagración episcopal, junto con el oficio de santificar, confiere también los oficios de enseñar y de regir, los cuales, sin embargo, por su misma naturaleza, no pueden ejercerse sino en comunión jerárquica con la Cabeza y los miembros del Colegio » (Constitución Lumen gentium, núm. 20 y 21).
« En efecto, por la imposición de las manos y por las palabras de la consagración —enseña el Catecismo de la Iglesia Católica— se confiere la gracia del Espíritu Santo (a los obispos) y se queda marcado con el carácter sagrado. En consecuencia, los obispos, de manera eminente y visible, hacen las veces del mismo Cristo, Maestro, Pastor y Sacerdote, y actúan en su nombre… Para el obispo, es en primer lugar una gracia de fortaleza : la de guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los necesitados. Esta gracia le impulsa a anunciar el Evangelio a todos, a ser el modelo de su rebaño, a precederlo en el camino de la santificación identificándose en la Eucaristía con Cristo Sacerdote y Víctima, sin miedo a dar la vida por sus ovejas » (CEC núm. 1558 y 1586).
La tutela de María
Carlos comienza con una peregrinación a Loreto para que su episcopado quede bajo la tutela de María ; después, entra en Milán el 5 de abril de 1566. Se consagra entonces a la reforma de su vasta diócesis, empezando por sí mismo y por su palacio episcopal : entrega gran parte de sus bienes personales a los pobres y procura vivir con sencillez. Carlos goza de una estatura muy superior a la mediana, además de ser bastante corpulento. No obstante, practica grandes mortificaciones, pidiendo perdón a Dios por sus pecados y por los de sus diocesanos. Los ayunos que se impone consisten en abstenerse de todo alimento fuera de la única comida, que según el uso eclesiástico antiguo se realizaba a final de la tarde y después de las vísperas ; siguiendo las recomendaciones de san Agustín y de san Ambrosio, destina a las necesidades de los pobres lo que ha ahorrado de su mesa. También cuida de los prisioneros.
El cardenal Borromeo elige con gran esmero a los sacerdotes que nombra para los diferentes cargos de la diócesis. Su vicario general es un hombre de gran sabiduría, en especial en derecho, y de vida ejemplar. La administración de la justicia es confiada a jueces adecuadamente remunerados a fin de evitar toda tentación de venalidad. Reforma el capítulo de la catedral y promueve la formación doctrinal de sus canónigos, de quienes espera que sean asiduos del confesionario. En 1577 los incitará a retomar la vida en comunidad y al rezo comunitario de todo el Oficio Divino. Su diplomacia y bondad consiguen que sus reformas sean bien acogidas. El Papa san Pío V lo felicitará por ello especialmente. En cuanto al seminario diocesano, consigue que sea un modelo de conformidad a los decretos del concilio de Trento.
Sus cuidados se dirigen igualmente a las cofradías de la Doctrina Cristiana, con objeto de que los niños sean bien catequizados. Su ejemplo alcanzará gran resonancia en otras muchas diócesis. Visita toda la diócesis en cinco ocasiones, dirigiéndose a veces a pie hasta las localidades de montaña casi inaccesibles. En octubre de 1567 emprende la visita de tres valles de Valtelina que dependen de su jurisdicción pero que se hallan muy aislados. Allí todo está por reformar. El clero lleva una vida mundana, incluso escandalosa, y descuida los deberes pastorales, y las costumbres del pueblo se ajustan a ese mal ejemplo. La visita episcopal produce grandes frutos y sopla nuevo espíritu, tanto entre el clero como entre los fieles. En otra parte de su diócesis, monseñor Borromeo sufre un ataque a mano armada por parte de los servidores de un capítulo de canónigos que se consideran exentos de su jurisdicción y, por consiguiente, de su visita pastoral ; la cruz que manda llevar ante él es alcanzada por las balas, pero él no sufre herida alguna.
Un disparo de pistola
Carlos Borromeo promueve la fundación de diversas cofradías para socorrer a los pobres y a los pecadores. Él mismo funda los Oblatos de San Ambrosio, una asociación de sacerdotes seculares para que lo asistan en su ministerio. En la actualidad, la idea se ha recuperado con el nombre de “Fraternidad Sacerdotal de los Misioneros de San Carlos”, establecida en 1995 por el padre Massimo Camisasca. A lo largo de su apostolado, el cardenal impulsa varios sínodos, tanto diocesanos como provinciales. Esas asambleas duran alrededor de tres días y en ellas Carlos inaugura y clausura cada jornada de trabajo con un discurso. Aprovecha esas jornadas para multiplicar los contactos con sus sacerdotes y con sus compañeros obispos. A partir de 1567 se aplica, a petición del Papa, a restaurar la disciplina regular de la Orden de los “Humillados”. Algunos hermanos aceptan las medidas que toma, pero otros se resisten, llegando incluso a preparar un atentado contra él. En octubre de 1569, mientras el arzobispo canta un oficio, un hermano le dispara con una pistola. Carlos cree haber sido alcanzado gravemente, pero hace una señal de que prosiga el oficio. Una vez terminado, descubren que la bala se ha detenido milagrosamente al contacto de su piel. A pesar de su intervención ante el gobernador de Milán, cuatro de los conspiradores son apresados, juzgados y ejecutados. En 1571 el Papa san Pio V suprimirá la Orden de los Humillados.
Las cosechas agrícolas de 1570 son desastrosas ; en el transcurso del invierno que sigue, la hambruna se deja sentir en la región. Carlos se esfuerza en alimentar a los pobres, hasta el punto de que, algunos días, mantiene las necesidades de tres mil de ellos. Su ejemplo es seguido por otras personas ricas y poderosas, entre ellas el gobernador de Milán, duque de Albuquerque. Ese mismo año Carlos aprovecha la « cruzada de la oración » que ha pedido el Papa san Pío V contra el peligro turco para animar a su pueblo a la conversión y la penitencia, y se exhorta a sí mismo y a sus sacerdotes : « Es la hora de despertar del sueño (Rm 13, 11). También a nosotros, sacerdotes de Jesucristo a quienes compete velar por los demás, va dirigida la exhortación del Apóstol. Somos los centinelas que Dios ha apostado para guardar a su pueblo, por lo que ¡ ay de nosotros si nos entregamos al sueño ! El señor nos advirtió : Si, por el contrario, el centinela ve venir la espada y no toca el cuerno, de suerte que el pueblo no es prevenido, y la espada sobreviene y mata a alguno de ellos, perecerá éste por su culpa, pero de su sangre yo pediré cuentas al centinela (Ez 33, 6) ». La victoria de Lepanto, obtenida por los cristianos sobre la flota invasora otomana y atribuida a la intercesión de la Virgen, se celebra en Milán en acción de gracias con grandes regocijos.
A pesar de sufrir, desde el verano de 1571, una fiebre y una tos continuas, el cardenal Borromeo se dirige a Roma al año siguiente para asistir al cónclave que sigue a la muerte de san Pío V. El nuevo Papa toma el nombre de Gregorio XIII. Carlos aprovecha la ocasión para descargarse de las funciones que todavía ejerce en el seno de la Curia Romana. Sin embargo, muy pronto el gobernador de Milán publica unas cartas falsificadas con la intención de probar que el arzobispo ha atentado contra las prerrogativas reales (por aquel entonces Lombardía estaba sometida al rey de España). Tras agotar los otros recursos, Carlos se ve obligado a declarar una excomunión explícita contra el canciller, medida que también alcanza al gobernador. El conflicto prosigue durante varios meses ; el gobernador, que ha tomado medidas contra la Iglesia de Milán y contra la familia Borromeo, debe finalmente retractarse y pedir la absolución de la excomunión. Carlos se la concede gustosamente.
Para el jubileo de 1575, el arzobispo de Milán se dirige a Roma. Al año siguiente, el jubileo se festeja en la diócesis de Milán y Carlos celebra el cuarto sínodo provincial. Pero, en esa misma época, se declara la peste. El arzobispo se entrega por completo, llegando incluso a visitar a los apestados a domicilio o en los hospitales. Desde el principio de la epidemia ha aceptado la eventualidad de su muerte al servicio de los enfermos, a fin de ser espiritualmente más libre para dedicarse a ello. Aunque con comprensible reticencia, pronto superada, su clero sigue valientemente su ejemplo. La epidemia cesa progresivamente durante los años 1577 y 1578.
« ¡ Ya voy ! »
En otoño de 1584, una erisipela en la pierna obliga al arzobispo a guardar cama. No obstante, convoca una asamblea de decanos de la región para tratar los asuntos de la diócesis, mientras apoya la fundación de un hospital para la convalecencia de enfermos pobres. El sentimiento de su próxima muerte le mueve a ingresar, el 15 de octubre, en un retiro personal en el santuario de Varallo, así como a confesar todos los pecados de su vida. A pesar de declarársele una fuerte fiebre, continúa celebrando la Misa cada día. Con motivo de su regreso a Milán, los médicos consideran que su estado es muy grave. Recibe la Extremaunción, y luego la Sagrada Comunión en viático. La multitud de los fieles reunidos en oración alrededor del palacio arzobispal es tan densa que el duque de Terra Nova, entonces gobernador de Milán, debe abrirse paso para penetrar en él. El 3 de noviembre de 1584, el cardenal, de cuarenta y seis años de edad, muere después de haber dicho : « Ecce venio ! — ¡ Ya voy ! » (cf. Ap 3, 11). Sus exequias se celebran el 7 de noviembre, presididas por el cardenal Nicolás Sfondrati, el futuro Gregorio XIV. La reputación de santidad del cardenal Borromeo se expande inmediatamente y no cesa de crecer y de difundirse. El Papa Pablo V lo canonizará el 1 de noviembre de 1610.
« ¡ Hermanos —decía san Carlos en un sermón sobre las bodas de Caná, en 1584—, que María sea nuestra patrona, nuestra abogada, nuestra madre ! Si ella asume nuestra causa, nada hay que temer, pues su ayuda es segura. “¡ Oh, Madre benignísima !, miradnos desde el cielo y ved nuestra indigencia ! Puesto que carecemos del vino de la caridad… ¡ María, implorad por nosotros la conversión del agua en vino !”. No obstante, la Virgen también nos pide que cooperemos con sus oraciones ejecutando sin demora lo que nos prescribe su divino Hijo, a fin de que podamos experimentar en nosotros los efectos de su poder ».
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