27 de Junio de 2018

Santa Alfonsa Muttathupadathu

Muy estimados Amigos:

«Él destruirá la muerte para siempre ; el Señor Dios enjugará las lágrimas de todos los rostros (Is 25, 8). Esta frase del profeta Isaías —decía el Papa Benedicto XVI con motivo de la canonización de santa Alfonsa de la Inmaculada Concepción— contiene la promesa que sostuvo a la hermana a lo largo de una vida de extremo sufrimiento físico y espiritual. Esta mujer excepcional, que hoy en día se ofrece al pueblo de la India como su primera santa canonizada, estaba convencida de que su cruz era el verdadero medio de alcanzar el banquete celestial, preparado para ella por el Padre. Al aceptar la invitación a esa fiesta de matrimonio, y al revestirse de la gracia de Dios a través de la oración y de la penitencia, conformó su vida a la de Cristo, por lo que participa ahora con gozo en el banquete de manjares suculentos y de vino añejo del Reino de los cielos (cf. Is 25, 6) » (12 de octubre de 2008).

Santa Alfonsa Muttathupadathu Anna Muttathupadathu nace el 19 de agosto de 1910 en Kudamaloor, en la provincia de Kerala, al suroeste de la India. Su familia pertenece al patriarcado católico de los siro-malabares, cuyo origen se remonta al apóstol santo Tomás. La niña es la quinta de una familia de viejo abolengo cristiano, pobre pero muy digna. Su padre es médico y practica una modalidad de medicina tradicional india no idólatra. Anna cuenta tan sólo con tres meses cuando pierde a su madre. Confiada a una tía que se encarga de su educación y a un tío abuelo sacerdote, vive en casa de sus abuelos. Recibe el sobrenombre familiar de Annakutti. La ausencia de la madre la marca profundamente, así como las graves disensiones que perturban la vida de la familia. Su abuela la lleva con frecuencia a Misa, incluso entre semana, enseñándole los rudimentos de la fe.

El Concilio Vaticano II subraya para nuestro tiempo la importancia de la educación que se imparte en el medio familiar : « Puesto que los padres han dado la vida a los hijos, están gravemente obligados a la educación de la prole y, por tanto, ellos son los primeros y principales educadores. Este deber de la educación familiar es de tanta trascendencia que, cuando falta, difícilmente puede suplirse. Es, pues, obligación de los padres formar un ambiente familiar animado por el amor, por la piedad hacia Dios y hacia los hombres, que favorezca la educación íntegra personal y social de los hijos. La familia es, por tanto, la primera escuela de las virtudes sociales, de las que todas las sociedades necesitan. Sobre todo, en la familia cristiana, enriquecida con la gracia del sacramento y los deberes del matrimonio, es necesario que los hijos aprendan desde sus primeros años a conocer la fe recibida en el bautismo. En ella sienten la primera experiencia de una sana sociedad humana y de la Iglesia. Por medio de la familia, por fin, se introducen fácilmente en la sociedad civil y en el Pueblo de Dios. Consideren, pues, atentamente los padres la importancia que tiene la familia verdaderamente cristiana para la vida y el progreso del Pueblo de Dios » (Gravissimun educationis, núm. 3).

Un camino seguro

Impresionada desde joven por la vida de santa Teresa de Lisieux, que, como ella, había sido huérfana de madre, Annakutti toma la resolución de llegar a ser también santa, por medio de la oración y de la penitencia. Su camino hacia la santidad será « el camino de la Cruz, el camino de la enfermedad y del sufrimiento » (san Juan Pablo II). Considerará ese camino como un camino seguro para asemejarse a Cristo. Para avanzar en él, le ayudará su devoción hacia el padre Chavara, sacerdote que actuó en Kerala durante el siglo anterior.

Ciriaco Elías Chavara nació el 10 de febrero de 1805 y llegó a ser sacerdote de la Iglesia siro-malabar y religioso carmelita ; participó en la creación de la congregación de los Carmelitas de María Inmaculada y de las Hermanas de la Virgen del Carmen. En 1861 fue nombrado vicario general de la Iglesia siro-malabar, y se reveló como un gran promotor de la unidad de la Iglesia, consagrándose a la renovación espiritual de la comunidad cristiana siro-malabar. Era hombre de oración que se distinguió por su amor a Jesús en el Santísimo, así como por su devoción especial a María, la Virgen Inmaculada. Entregó su alma a Dios en 1871 (cf. Carta de la Abadía del 28 de octubre de 1999). Fue canonizado en 2014.

El cristianismo se implantó muy pronto en la India, especialmente en el suroeste (actual Estado de Kerala). La Iglesia malabar quedó muy temprano bajo la jurisdicción del patriarca de Antioquía, de donde adoptó el rito siriaco oriental y sus usos. Sin embargo, en el siglo xvii, quedó bajo la jurisdicción directa de la Iglesia romana, de la que adoptó algunas prácticas. Una parte de los cristianos rechazaron ese cambio, situándose entonces bajo la dependencia de la Iglesia ortodoxa siriaca (no unida a Roma). La Iglesia católica siro-malabar es la rama que quedó bajo la jurisdicción romana.

Especialmente feliz

Desde su juventud, Annakutti conduce las oraciones diarias de la familia, en el cuarto que cada hogar siro-malabar de Kerala reserva para ese uso. El 11 de noviembre de 1917, a la edad de siete años, conforme a las directrices del Papa san Pío X, toma su primera Comunión. Posteriormente, y muy a menudo, repetirá a sus amigas : « ¿ Sabéis por qué estoy tan especialmente feliz hoy ? ¡ Porque he recibido a Jesús en mi corazón ! ». A partir de ese día, su conciencia de pertenecer enteramente a Dios se hace más intensa. Mucho más tarde, en 1943, en una carta a su director espiritual, escribirá : « Desde que tenía siete años, yo ya no me pertenecía. Me había entregado totalmente a mi divino Esposo. Bien lo sabe su Reverencia ». Annakutti cuenta con diez años cuando pasa a la tutela directa de su tía Annama, hacia la cual se muestra muy obediente. Tres años después, su tía decide casarla, según era costumbre en la India ; la joven es hermosa y, aunque carezca de dote, no le faltan pretendientes. Annakutti hace todo lo posible por rechazar esas propuestas de matrimonio. En último extremo decide, con más valentía que sensatez, quemarse un pie, pensando que nadie querrá casarse con ella si tiene el cuerpo dañado. De hecho, la quemadura es grave, a lo que podrá decir : « ¡ Oh, cuánto he sufrido ! ¡ Todo lo he ofrecido por mi máxima intención (de entregarse por completo a Dios) ! ». Harán falta varios años para que desaparezcan las secuelas, así como las molestias que, a partir de entonces, sufre al caminar. Sin embargo, esa herida no desanima a los pretendientes. Tras una segunda tentativa sin éxito, su tía abandona la idea de matrimonio, pero prohíbe a la joven que frecuente el oratorio de las carmelitas vecinas, además de sacarla de su escuela para ingresarla en otra institución. Annakutti se muestra amable, sencilla y modesta con sus compañeras, y aprovecha la simpatía que sienten por ella para llevarlas a escuchar homilías y piadosas conferencias. También les ayuda gustosamente en los estudios, pero sin perder de vista su vocación, pues sigue estando muy decidida a entregarse a Dios. Con motivo de la visita a una familia amiga, alguien apunta que sería una buena esposa para uno de los muchachos ; a partir de ese momento, decide no volver a poner nunca más los pies en aquella casa.

A pesar de su obediencia, a veces Annakutti se gana las iras de su tía Annama. Esta es muy practicante y asiste cada día a Misa, pero se muestra severa con todos. No obstante, siente hacia Annakutti un afecto especial que se manifiesta con su insistencia en hacer que lleve hermosa ropa y joyas para ir a la escuela ; la joven lo pasa muy mal cuando sus amigas se burlan de ella al respecto. En cuanto puede, se sumerge en una intensa comunión con el Señor y realiza, discretamente, muchos sacrificios : por ejemplo, ayuda a los sirvientes de la casa en la cocina y en las tareas del hogar, llegando incluso a darles una parte de su comida, pero sin que lo sepa su tía. Más tarde reconocerá que la severidad y las múltiples exigencias de aquella la habían preparado a los sacrificios que exige la vida en el noviciado.

Anotación importante

«Quisiera añadir aún una pequeña observación sobre los acontecimientos de cada día que no es del todo insignificante —escribía el Papa Benedicto XVI en la encíclica Spe salvi. La idea de poder “ofrecer” las pequeñas dificultades cotidianas, que nos aquejan una y otra vez como punzadas más o menos molestas, dándoles así un sentido, era parte de una forma de devoción todavía muy difundida hasta no hace mucho tiempo, aunque hoy tal vez menos practicada. En esta devoción había sin duda cosas exageradas y quizás hasta malsanas, pero conviene preguntarse si acaso no comportaba de algún modo algo esencial que pudiera sernos de ayuda. ¿ Qué quiere decir “ofrecer” ? Estas personas estaban convencidas de poder incluir sus pequeñas dificultades en el gran compadecer de Cristo, que así entraban a formar parte de algún modo del tesoro de compasión que necesita el género humano. De esta manera, las pequeñas contrariedades diarias podrían encontrar también un sentido y contribuir a fomentar el bien y el amor entre los hombres. Quizás debamos preguntarnos realmente si esto no podría volver a ser una perspectiva sensata también para nosotros » (30 de noviembre de 2007, núm. 40).

El día de Pentecostés de 1927, aconsejada por un tío sacerdote, capellán de la comunidad, Annakutti entra en las clarisas de Bharananganam ; tiene diecisiete años. Ese monasterio pertenece a una rama de la orden mayor de san Francisco fundada en Kerala en el siglo xix, y que cuenta entonces con veintitrés casas (en 2008, se contabilizarán setecientas cuarenta, la mayor parte de ellas establecidas en la India). Las religiosas se ocupan de huérfanos y de enfermos. Según la costumbre de la congregación, la joven aspirante sigue dos años de formación, primero como estudiante y después como postulante. Se adapta sin ningún problema a la disciplina de la casa, que le parece más suave que el rigor de su tía. El 2 de agosto de 1928, en el momento de convertirse en postulante, toma el nombre del santo del día, san Alfonso de Ligorio ; en adelante la llamarán sor Alfonsa de la Inmaculada Concepción. Tendrá que resistir, sin embargo, a la última tentativa por casarla de su tía, de su padre e incluso, durante un tiempo, de su maestra de novicias. En medio de esa tempestad, la joven religiosa da pruebas de una gran firmeza. « ¡ Oh, la vocación que he recibido ! —dirá ella. ¡ Un don de Dios !… Dios conoce el sufrimiento de mi alma en estos días, y ha apartado las dificultades situándome en la vida religiosa ».

La orden más pobre

En 1929, mandan a sor Alfonsa y a otra postulante a un convento de Adoratrices del Santísimo Sacramento para complementar su formación. Encantadas por el talento que demuestra, las adoratrices intentan que se quede con ellas. Sor Alfonsa responde con una amable sonrisa que su vocación se halla en la orden más pobre, la de santa Clara. Al año siguiente, recibe el hábito de las clarisas, pero su admisión al noviciado se retrasa. En efecto, la madre Úrsula, la superiora, se ha dejado impresionar por las críticas formuladas contra sor Alfonsa por parte de algunas hermanas envidiosas de sus cualidades naturales y sobrenaturales. Por añadidura, teme que su salud, aparentemente frágil, no soporte los rigores de la Regla. El obispo de la diócesis interviene en persona para sondear las disposiciones de la postulante. Durante ese período, sor Alfonsa padece, efectivamente, grandes problemas de salud. Sin embargo, se dedica a llevar una ferviente vida religiosa, anotando lo siguiente : « No actuaré ni hablaré según mis inclinaciones… Procuraré no rechazar nunca a nadie. Hablaré siempre a las demás con dulzura. Controlaré rigurosamente mi mirada. Pediré perdón al Señor por cada pequeña falta y me reconciliaré con Él haciendo penitencia. Cualesquiera que sean mis sufrimientos, no me quejaré, y si sufro una humillación me refugiaré en el Sagrado Corazón de Jesús ».

Las constituciones de las hermanas clarisas exigen de cada postulante, para que sea admitida al noviciado, una dote de 800 rupias. Las familias de las otras siete postulantes pueden aportar esa suma, pero el padre de sor Alfonsa carece de esos medios. Vendiendo el oro heredado de su madre, puede aportar justo 500 rupias. Un generoso donativo de la familia de la madre Úrsula y un préstamo concedido por un sacerdote, que jamás aceptará que se lo devuelvan, completan el montante de la dote. El 12 de agosto de 1935, sor Alfonsa se convierte finalmente en novicia y, un año más tarde, profesa sus votos : « Di a nuestro padre —escribe a su hermana— que me encuentro bien y en paz. El Señor me ha concedido la gracia de llegar a ser una verdadera religiosa. Me ha concedido la gracia especial de sufrir con Jesús. Este es el don más preciado que mi divino Esposo pudiera hacerme. Así pues, debes regocijarte conmigo ».

« La fe cristiana —enseña el Papa Benedicto XVI— nos ha enseñado que Dios –la Verdad y el Amor en persona– ha querido sufrir por nosotros y con nosotros… El hombre tiene un valor tan grande para Dios que se hizo hombre para poder compadecer Él mismo con el hombre, de modo muy real, en carne y sangre, como nos manifiesta el relato de la Pasión de Jesús. Por eso, en cada pena humana ha entrado uno que comparte el sufrir y el padecer ; de ahí se difunde en cada sufrimiento la consolatio, el consuelo del amor participado de Dios y así aparece la estrella de la esperanza » (Encíclica Spe salvi, núm. 39).

Una sonrisa permanente

Cuando cae gravemente enferma, sor Alfonsa hace una novena al padre Chavara y se restablece enseguida ; en otra ocasión, se cura tras una aparición de ese padre y, después, de santa Teresa. Cuando la salud se lo permite, sor Alfonsa enseña en la escuela que rige su congregación ; posee un don especial que la hace ser apreciada por las alumnas y que le ayuda a conducirlas al Señor. Su hermosa escritura le sirve para ostentar el cargo de secretaria a la hora de redactar las cartas oficiales. Su porte y actitud dan muestras de una serenidad extraordinaria ; conserva la sonrisa incluso en el sufrimiento, y aprovecha las ocasiones para hacer numerosos sacrificios. En 1939, una grave neumonía la deja debilitada. Dos años después, a causa de otra enfermedad, recibe la Extremaunción.

En julio de 1945, una gastroenteritis, complicada con trastornos hepáticos, le causa misteriosamente todos los viernes violentas convulsiones y vómitos. Un día, pide permiso a su superiora para implorar al Señor la gracia para que esos dolores y malestares del día pasen a la noche, explicándolo así : « Si sufro de noche, estoy sola y no molesto a nadie. Por el contrario, si sufro de día, las hermanas se percatan de ello y hacen lo posible para aliviarme, y molesto ». A pesar de todos esos sufrimientos, mantiene constantemente una sonrisa cándida en los labios y se muestra alegre como una niña. « No deja de dar gracias a Dios —dirá el Papa san Juan Pablo II— por el gozo y el privilegio de su vocación religiosa, por la gracia de sus votos de castidad, de pobreza y de obediencia… Llega incluso a amar el sufrimiento, por su amor a Cristo sufriente, y a la Cruz a través de su amor por Cristo crucificado » (Homilía de beatificación, 8 de febrero de 1986). Sor Alfonsa explica en una ocasión : « Los granos de trigo molidos en el molino se convierten en harina. Y con esa harina se hacen las formas para la Sagrada Eucaristía. Los racimos de uva machacados en el lagar aportan el mosto que se convertirá en vino. De igual modo, el sufrimiento nos aplasta y así somos mejores ». A los sufrimientos físicos se añaden otros causados por la incomprensión, la envidia y afirmaciones falsas sobre ella ; sin embargo, se dedica a redoblar en caridad hacia las personas que son tentadas contra ella, afirmando : « Incluso si me acusan sin culpa por mi parte, me contentaré con decir : “Lo siento. Perdonadme” ». En una carta de febrero de 1946, poco antes de su muerte, escribe : « Me he entregado completamente a Jesús. Que haga de mí lo que considere. Mi único deseo en este mundo es sufrir por amor a Dios y gozar haciéndolo ».

Frente a la evidencia del fin próximo de sor Alfonsa, totalmente imposibilitada, su director espiritual sugiere a la madre superiora que le mande redactar por escrito sus “experiencias espirituales”. La madre Úrsula transmite la petición, pero, con enorme sorpresa, la enferma no responde inmediatamente, como si tuviera que tomar una decisión importante ; luego, rompe a llorar : « ¿ Resulta estrictamente necesario que escriba sobre mí ? No hay nada en mi vida que merezca ser recordado. Sin embargo, es verdad que he escrito para mí misma algunas sucintas notas espirituales ; están ahí en el armario, y le pido que las destruya ». Ante el rechazo de la madre Úrsula, ella prosigue : « Madre, por el amor de Dios, nadie debe saber nada de mí… Soy una persona muy estúpida, un gusano. Pero si es la voluntad de Dios, hallará cómo hacerlo. Recuerde lo que hizo en el caso de María Egipciaca ».

Santa María Egipciaca era una famosa prostituta de Alejandría, en la época de los Padres del desierto (sigo v). Se convirtió y vivió en penitencia cuarenta y siete años en el desierto, sin que nadie llegara a saberlo. Fue descubierta finalmente por el abad de una comunidad de la región, quien, para poner remedio a su desnudez, le dio su capa. El Jueves Santo, le llevó la Comunión. Al año siguiente, regresó para repetir el gesto, pero la encontró muerta y la enterró. Después, espontáneamente, unos cristianos se dirigieron a su tumba, que se convirtió en lugar de peregrinación a la que acudían incluso desde Europa.

Cediendo a la voluntad de sor Alfonsa, la superiora desgarra las notas y la enferma recobra la paz. Sin embargo, según su previsión, su reputación de santidad se expandirá como un fuego tras su muerte. Podrá reconstruirse su vida y conocerse su espiritualidad gracias a los testimonios de personas que la frecuentaron, y a cartas de su puño y letra que han llegado hasta nosotros.

No los oímos

Sor Alfonsa se apaga poco a poco. Habla con frecuencia de su próxima muerte, apaciblemente y a veces en términos muy poéticos : « Los pajarillos suben al cielo con tal ligereza que no los oímos batir las alas. Yo haré lo mismo cuando el Señor y Maestro me llame a Él ». El 27 de julio de 1946, anuncia : « Mañana se producirá una gran batalla ». Pensaron que aludía a una nueva crisis de dolor, pues con frecuencia sentía la llegada de esas crisis y pedía con antelación a sus hermanas que rezaran por ella. Pero, después de ello, se dan cuenta de que nunca había empleado la palabra “batalla” en semejantes circunstancias. Al día siguiente, un domingo, sintiéndose mejor, se viste y se dirige a la capilla para asistir al oficio. Pero, afectada por unas repentinas náuseas, se retira a su celda. Los dolores se intensifican. Tras murmurar « Jesús, María, José », parece perder el conocimiento y expira. Quizás recitaba entonces en su corazón, por última vez, la plegaria que ella misma había compuesto : « ¡ Oh, Jesús, escondedme en la herida sagrada de vuestro corazón. Libradme del deseo desordenado de querer ser amada y apreciada. Salvadme de la miserable búsqueda del amor y de la fama. Hacedme lo suficientemente humilde como para convertirme en un cero completo, en una pequeña chispa del fuego de ese amor que inflama vuestro Sagrado Corazón. Concededme la gracia de olvidarme de mí misma y de las demás criaturas ». Tenía treinta y seis años de edad.

Con motivo de las exequias, una hermana que padecía fuertes y persistentes dolores en la espalda, se ofreció, a pesar de ello, a llevar el féretro desde el convento a la iglesia parroquial ; durante la procesión, fue instantánea y completamente curada. Sor Alfonsa de la Inmaculada Concepción fue beatificada por san Juan Pablo II, en el transcurso de su viaje apostólico a Kerala, en 1986, y canonizada en 2008 por Benedicto XVI en San Pedro de Roma.

« Había escrito —resaltaba Benedicto XVI en la canonización— lo siguiente : “Considero que un día sin sufrimiento es un día perdido”. Quiera Dios que podamos imitarla llevando nuestra Cruz a fin de encontrarnos con ella un día en el paraíso ».

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