24 de Octubre de 2008

Eduardo Máximo Crawley-Boevey

Muy estimados Amigos:

El 24 de agosto de 1907, un joven sacerdote enfermo y agotado entra en la capilla de las Apariciones de Paray-le-Monial (Francia). «Allí, me puse a rezar, y sentí en mi interior una extraña sacudida. Acababa de recibir la llamada de la gracia, a la vez muy fuerte e infinitamente suave. Cuando me levanté, estaba completamente curado. Entonces, arrodillado en el santuario, absorto en la acción de gracias, comprendí lo que Nuestro Señor quería de mí. Aquella misma tarde, concebí el plan de conquistar el mundo para entregárselo al amor del Corazón de Jesús, casa por casa y familia por familia». Aquel sacerdote era el padre Mateo Crawley.

Eduardo Máximo Crawley-BoeveyEdward Maxim Crawley-Boevey, el futuro padre Mateo, había nacido el 18 de noviembre de 1875 en Arequipa, en Perú, de padre inglés protestante y de madre española muy piadosa, de Misa y comunión diaria, que reza el Rosario en familia por la tarde. Cuando Edward no tiene más que 18 meses, sus padres se trasladan a Inglaterra; por temor a que no soporte el viaje, lo dejan al cuidado de sus abuelos maternos. No regresarán a Perú hasta siete años después, con los dos hijos mayores y otros tres hijos nacidos en Inglaterra. Edward, que ha crecido como hijo único en un ambiente muy católico de lengua española, se encuentra de repente con cinco hermanos y hermanas, habiendo recibido los mayores una educación inglesa. Hacia finales de 1884, el señor Crawley decide trasladarse a Valparaíso, en Chile. El joven Edward abandona entonces su país natal, donde sólo regresará en contadas ocasiones. De su tierna infancia guardará el recuerdo de una familia llena del calor de Cristo, a pesar de la actitud de un padre receloso con respecto a la religión católica. Poco a poco, germinará en Edward la resolución de abrir el Reino de Jesucristo a las familias.

Edward manifiesta un celo precoz por la salvación de las almas. Siendo aún niño, le gusta «decir misa» y hacer un sermón a sus hermanas. Sobresale en el arte de hablar de la religión, hasta tal punto que es contratado como predicador de los Meses de María y del Sagrado Corazón en una familia vecina. Sus palabras impresionan al padre de familia, quien, moribundo, pide hacerse católico. Como quiera que no hay ningún sacerdote disponible, Edward siente el gozo de bautizar a ese hombre en su lecho de muerte. Esa conversión emociona grandemente a su propio padre, quien, más tarde, se convertirá y llegará a ser un católico fervoroso y practicante.

En 1885, el muchacho entra en el colegio de los Padres de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, conocidos también con el nombre de «picpusianos». Esa congregación había sido fundada en Francia, en plena etapa del Terror revolucionario, por el padre Pierre Coudrin y la madre Henriette Aymer de la Chevalerie, con el objetivo de hacer reparación a Nuestro Señor imitando su vida y adorando al Santísimo, fuente del impulso misionero de los religiosos. El deseo del sacerdocio crece en Edward, que quiere consagrarse a las almas. Así pues, el 4 de octubre de ese año, después de haber agasajado a su madre con motivo de una fiesta familiar, le presenta un papel en el que ha escrito: «Como regalo, prometo dejar que Edward entre en religión a la edad de 15 años». «¿Verdad que lo va a firmar, madre?», pregunta Edward. Con lágrimas en los ojos, la señora Crawley lee el papel y lo firma. Conseguir el consentimiento del padre resulta más difícil, pero éste, después de escuchar la opinión de sus maestros, dice a su hijo: «Vas a dejarnos para ser religioso. Te dejo partir voluntariamente, pero con una condición: si deseas ser sacerdote, quiero que seas un buen sacerdote».

Ser comedido

El 2 de febrero de 1891, en Santiago, Edward recibe el hábito religioso y el nombre de hermano José Estanislao. El noviciado se desarrolla en una antigua hacienda perdida en medio de una inmensa soledad, en Los Perales. Durante los cuatro primeros meses, el novicio sufre profundamente esa vida, a la cual no está acostumbrado. Después de entregarse a austeridades que van más allá de sus fuerzas, termina comprendiendo que debe moderar su celo y ser comedido en las mortificaciones. El 11 de septiembre de 1892, el hermano Estanislao profesa sus votos religiosos. Poco a poco, para evitar ser confundido con otro sacerdote que lleva el mismo nombre, toma el de hermano Mateo. Durante sus años de estudio, es llamado a ser secretario del padre provincial. Un día, el hermano Mateo descubre en los archivos un cuadro de Nuestro Señor que lleva en su mano izquierda un globo terráqueo, en el que hay unos rayos que salen de su Sagrado Corazón y que van hacia el Ecuador. Precisamente ante ese cuadro, pintado por encargo de García Moreno, entonces presidente, ese país había sido consagrado al Sagrado Corazón de Jesús. El cuadro ocupará un lugar importante en el apostolado del hermano Mateo. El 17 de diciembre de 1898, recibe la ordenación sacerdotal en la catedral de Santiago, poco después de haber sentido el dolor de la pérdida de su padre.

Con motivo de su primera misión en la ciudad de Valparaíso, el padre Mateo se halla conmovido por la miseria espiritual del pueblo. Así pues, abre un centro social donde los jóvenes, después de salir del colegio, puedan completar su formación cristiana y cívica, para llegar a ser la levadura de una sociedad espiritualmente regenerada. En aquella época, son muchos los que preconizan medios políticos para poner remedio a los problemas de la sociedad. Pero el padre Mateo comprende que el mal que roe la sociedad es el laicismo, «es decir, la exclusión absoluta y total de Dios y de la ley moral natural de todos los aspectos de la vida humana» (Juan Pablo II, 23 de febrero de 2002). «De ese modo, el laicismo se opone diametralmente al Reino de Cristo, que es la fuente no solamente de la felicidad del creyente, sino de la armonía de la propia vida pública» (Benedicto XVI, Discurso inaugural del CELAM, 13 de mayo de 2007). El padre Mateo se propone combatir ese mal mediante la creación de una Escuela de Derecho, donde las bases de la formación sean los principios de la ley moral y de la conciencia cristiana.

«¿Qué es lo real?»

La prioridad concedida a la fe de Cristo, que el padre Mateo pretende instaurar en su nueva institución, ¿significa abandonar la realidad urgente de los grandes problemas económicos, sociales y políticos? ¿No será una huida de la realidad? Ante esa objeción, podemos responder con las palabras del Papa Benedicto XVI: «¿Qué es lo real? ¿Son «realidad» sólo los bienes materiales, los problemas sociales, económicos y políticos? Aquí está precisamente el gran error de las tendencias dominantes en el último siglo, error destructivo, como demuestran los resultados tanto de los sistemas marxistas como incluso de los capitalistas. Falsifican el concepto de realidad con la amputación de la realidad fundante y por esto decisiva, que es Dios. Quien excluye a Dios de su horizonte falsifica el concepto de «realidad» y, en consecuencia, sólo puede terminar en caminos equivocados y con recetas destructivas. La primera afirmación fundamental es, pues, la siguiente: Sólo quien reconoce a Dios, conoce la realidad y puede responder a ella de modo adecuado y realmente humano. La verdad de esta tesis resulta evidente ante el fracaso de todos los sistemas que ponen a Dios entre paréntesis. Pero surge inmediatamente otra pregunta: ¿Quién conoce a Dios? ¿Cómo podemos conocerlo?« Para el cristiano el núcleo de la respuesta es simple: Sólo Dios conoce a Dios, sólo su Hijo que es Dios de Dios, Dios verdadero, lo conoce. Y Él, que está en el seno del Padre, lo ha dado a conocer (Jn 1, 18). De aquí la importancia única e insustituible de Cristo para nosotros, para la humanidad. Si no conocemos a Dios en Cristo y con Cristo, toda la realidad se convierte en un enigma indescifrable; no hay camino y, al no haber camino, no hay vida ni verdad. Dios es la realidad fundante, no un Dios sólo pensado o hipotético, sino el Dios de rostro humano; es el Dios-con-nosotros, el Dios del amor hasta la cruz. Cuando el discípulo llega a la comprensión de este amor de Cristo hasta el extremo, no puede dejar de responder a este amor si no es con un amor semejante: Te seguiré adondequiera que vayas (Lc 9, 57)» (ibídem).

En 1906, un violento terremoto reduce a escombros la ciudad de Valparaíso. El padre Mateo se dedica noche y día a atender a los innumerables indigentes que se han quedado sin hogar. Su salud no soporta el trauma, y su agotamiento llega hasta tal extremo que los médicos le prohíben todo tipo de trabajo durante un año. Entonces, su superior decide enviarlo a Europa, viaje que significa un giro en su vida. En efecto, pues en junio de 1907 recibe la gracia de ser recibido en audiencia privada por el Papa san Pío X. A los pies del Santo Padre, le expone el proyecto que está acariciando y le pide permiso para conquistar el mundo para el Sagrado Corazón mediante la consagración de las familias. Tras haberlo escuchado, el Papa santo responde: «No, hijo mío, no te lo permito, sino que te lo ordeno: consagrarás tu vida a esa obra de salvación».

La entronización del Sagrado Corazón

De regreso a Chile en octubre de 1908, procede a la «entronización del Sagrado Corazón» en la casa de una insigne bienhechora, con la ayuda del cuadro de García Moreno. Según el padre Mateo, la entronización del Sagrado Corazón (ceremonia mediante la cual se instala, en presencia del sacerdote, una imagen del Sagrado Corazón para presidir la vida de la familia) implica no solamente la devoción al Sagrado Corazón que lleva a la transformación de toda la vida familiar, gracias a la oración en común, sino también la visita a otras familias, para conquistarlas igualmente para Cristo. Los años posteriores serán testigos de la propagación de la obra mediante el establecimiento de secretariados en diversos países. En 1911, se estimaba que eran ya 120.000 el número de familias donde se había entronizado el Sagrado Corazón. Esas familias destacan por un poderoso espíritu de fe y de oración, así como por su celo en el apostolado.

Uno de los frutos de esa devoción es la conversión del almirante Latorre, héroe nacional de Chile tras una victoria naval contra Perú. El padre Mateo simpatiza con este hombre indiferente a la religión. Un día, se presenta en su casa: «Almirante, hoy vengo para darle la absolución. – Así que se trata de una declaración de guerra en nombre del Cielo», responde riendo el almirante. «Sí, almirante, en nombre del Cielo», responde el padre. Luego, girándose hacia la imagen del Sagrado Corazón, prosigue: «Mire esta imagen entronizada en su casa. Es su rey y el mío, el legislador supremo de los poderosos y de los débiles, de los almirantes y de los marinos. Es el rey de su esposa; todos los que habitan esta casa lo adoran de rodillas, viven su fe y respetan sus leyes; todos excepto usted. En nombre del Sagrado Corazón que le ama y que me envía aquí para ofrecerle su misericordia, ríndase a su Corazón». Latorre, que ya no ríe, pide un tiempo de reflexión. El padre continúa: «Y si la muerte llamara esta noche, ¿le diría que volviera más tarde porque necesita reflexionar? Pues en este momento no es la muerte quien llama, sino la Vida, el mismo Jesús». Puesto de rodillas, el almirante confiesa los pecados de su vida. Un año después, el padre Mateo le ayudará a tener una buena muerte.

En 1914, el padre Mateo se halla de nuevo en Europa, donde predica y establece secretariados. La obra se desarrolla, y las dificultades también; algunos obispos presentan objeciones contra el término «entronización», considerado contrario a las costumbres de la Iglesia y carente de la necesaria autorización. El 6 de abril de 1915, el padre Mateo es recibido en audiencia por el Papa Benedicto XV, quien, el 27 de abril siguiente, le dirige una carta de aprobación donde define la entronización: «La instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares católicos». Lo esencial de esta entronización no se reduce a una consagración pasajera, a una fiesta familiar sin continuación, sino que se trata de situar realmente a Jesús en un trono en el seno de la familia, a fin de que permanezca allí como su rey, y de que la familia se reúna cada día alrededor de su trono para ofrecerle su adoración y su amor.

La familia bajo la luz de la fe

La entronización es, pues, una espiritualidad conyugal y familiar basada en el sacramento del matrimonio considerado a la luz del Sagrado Corazón. Semejante devoción es especialmente necesaria en nuestro tiempo, con motivo de las amenazas cada vez más numerosas contra la familia. El Papa Juan Pablo II proclamaba el 19 de febrero de 1981: «Porque el Creador quiere que la vida tenga su origen en el amor entre un hombre y una mujer unidos en una alianza compartida en el matrimonio, y porque Cristo ha elevado esa unión de los esposos a la dignidad de sacramento, debemos considerar la familia, su naturaleza y su misión, a la luz resplandeciente de nuestra fe cristiana« La Iglesia Católica siempre ha enseñado que el matrimonio ha sido fundado por Dios; que el matrimonio es un pacto de amor entre un único hombre y una única mujer; que el vínculo que une al marido y a la esposa es, por voluntad de Dios, indisoluble; que el matrimonio entre cristianos es un sacramento que simboliza la unión de Cristo y de su Iglesia; que el matrimonio debe estar abierto a la transmisión de la vida humana« Es competencia de mi cargo apostólico reafirmar con toda la claridad y fuerza posible lo que la Iglesia de Cristo enseña al respecto, así como reiterar enérgicamente su condena de la anticoncepción y del aborto».

En su carta al padre Mateo, el Papa Benedicto XV consideraba tres plagas que destruyen la familia: «El divorcio, que quebranta la estabilidad; el monopolio de la enseñanza, que elimina la autoridad de los padres; la búsqueda del placer, que con frecuencia se opone a la observancia de la ley natural». Ante esos males, la entronización aporta el doble remedio de una fe radiante y de un amor efectivo. Esa entronización, sigue escribiendo Benedicto XV, «propaga ante todo el espíritu cristiano, estableciendo en cada hogar el reinado del amor de Jesucristo. Actuando de ese modo, no hacéis otra cosa que obedecer al mismo Nuestro Señor, que ha prometido sus bendiciones para las casas donde la imagen de su Sagrado Corazón sea expuesta y honrada con devoción. Y puesto que seguir a Cristo no consiste en el hecho de emocionarse con un sentimiento religioso superficial que conmueve los corazones débiles y tiernos pero que deja el vicio intacto, es necesario conocer a Cristo, su doctrina, su vida, su pasión y su gloria. Seguir a Cristo significa estar imbuido de una fe viva y firme que actúa no solamente en el espíritu y en el corazón, sino que también gobierna y dirige nuestra conducta« Nada se adapta mejor a las necesidades de nuestro tiempo» (ibídem). Benedicto XVI se hace eco de su antecesor: «La familia ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos» (13 de mayo de 2007).

Un mal todavía mayor

El padre Mateo, durante una gira de predicación por Francia, alude a los estragos provocados por la guerra, y añade: «No olvidéis nunca que la ruina de las familias cristianas es un mal todavía mayor. La familia es el templo de los templos. La familia es el manantial de la vida. Si el manantial de la vida nacional es envenenado, la nación perecerá. Ponemos todo el empeño en impregnar las familias de la ley de Dios y del amor del Sagrado Corazón de Jesús. Si Jesucristo está en la raíz, todo el árbol al completo será Jesucristo».

A pesar de ser aprobada por la Iglesia y confirmada por el prodigio de su rápida pujanza, la obra de la entronización recibe igualmente el sello de la cruz. Siempre en la brecha, el padre Crawley debe predicar en varios países y en diferentes lenguas; además del cansancio que va unido a los múltiples viajes y a los cambios de régimen, se ve afectado por la gota, enfermedad que no le abandonará jamás. En Italia, los secretariados de la obra son confiados a otro organismo: el Apostolado de la Oración; algunos presentan objeciones contra la entronización, y el padre se ve obligado a pedir una nueva intervención de Benedicto XV. En Francia, donde la guerra aún no ha terminado, el padre Mateo es denunciado por agitador, por lo que el gobierno le retira el pasaporte y le impide abandonar el país. No le devolverán el pasaporte hasta marzo de 1919.

En 1923, con motivo de una gira de predicación en Inglaterra, el padre Mateo anima del modo siguiente a los maestros católicos: «Nuestro Señor os ha confiado sus tesoros más preciados; no seáis solamente maestros, sino apóstoles, sembradores de vida y de amor. Muchos católicos creen que el apostolado es el monopolio de los sacerdotes, diciendo: «¿Qué puedo hacer yo?, ¡no es asunto mío!». Pero vosotros no podéis decir eso. No basta con que seáis católicos fervientes; para vosotros, el apostolado es un deber, no un lujo. Vuestro deber consiste en salvar las almas de los demás, y para conseguirlo debéis ser algo más que maestros. Debéis ayudar a Nuestro Señor a pescar almas para la eternidad. Los enemigos de Cristo se baten con energía y se sacrifican de muchas maneras para impedir que las almas vayan al Cielo« Los enemigos de nuestro divino rey ponen a menudo más empeño que sus amigos».

Durante esos años, el padre escribe un libro sobre los tres ultrajes infligidos a Nuestro Señor por las sociedades modernas: la crisis de autoridad y los desórdenes que acarrea constituyen una afrenta a la autoridad de Cristo rey; la inmoralidad, y en especial la impudicia en el vestir, ultrajan a Cristo; la crisis de las vocaciones sacerdotales y religiosas disminuye el honor debido a Cristo. En Bélgica, dirigiéndose a una multitud de mujeres y chicas jóvenes, el padre Mateo afirma: «No hay cristianismo sin castidad; no hay castidad sin modestia».

El 25 de enero de 1935, se embarca hacia Extremo Oriente. Durante esa gira, le llega la noticia del fallecimiento de su madre. Sobre su imagen mortuoria, inscribe las palabras que ella le había escrito: «¡Cuánto me gustaría verte antes de morir! Pero sacrifico con gusto ese deseo a fin de ser, contigo, apóstol del Corazón de Jesús. Sí, predica, predica siempre, y las lágrimas de tu madre regarán la semilla sembrada por su sacerdote». El padre recorre Oriente, multiplicando conferencias y retiros espirituales, invitando a sacerdotes, religiosos y fieles a volver al manantial de la vida cristiana: el amor del Corazón de Cristo. Para los sacerdotes en especial, llamados a convertirse en apóstoles del Sagrado Corazón, su consigna es: «Qualis Missa, talis Sacerdos», un sacerdote vale lo que vale su misa. En el mismo sentido, el Papa Juan Pablo II decía: «Un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril; Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdote en peligro de perderse» (16 de febrero de 1984).

«Morir antes de morir»

Los últimos años de la vida del padre Mateo son un calvario. Alcanzado por la enfermedad, se entrega totalmente al Señor. «Es sensato morir antes de morir –escribe. Es una penitencia que necesitaba. Es bueno para mí el haberme tú humillado (Sal 118, 71)». Había dicho, además: «Cuando ya no pueda predicar, escribiré; cuando ya no pueda escribir, rezaré; cuando ya no pueda rezar, siempre podré amar sufriendo y sufrir amando». En febrero de 1956, el padre Mateo regresa a Valparaíso, a Chile, cuna de su vida religiosa. Afectado por una leucemia, debe resignarse a que le amputen una pierna gangrenada. Durante la mañana del 4 de mayo de 1960, la arteria de la pierna amputada se rompe; arrebatado por la hemorragia, el padre Mateo se duerme apaciblemente después de haber recibido la Extremaunción.

En las letanías del Sagrado Corazón, la Iglesia invoca a Jesús como «Rey y centro de todos los corazones». Supliquémosle, siguiendo el ejemplo del padre Mateo, que conceda a todas las familias la facultad de permanecer unidas mediante la oración, la recepción de los sacramentos y la ayuda mutua. De ese modo, el mundo entero, sometido por fin a su suave yugo, conocerá un tiempo de paz, favorable a la salvación de las almas.

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Beato Padre Tansi

15 de Agosto de 2008

San Marcelino Champagnat

16 de Septiembre de 2008

Enrique Ghéon

1 de Enero de 2009