29 de Abril de 2015

Beato Noel Pinot

Muy estimados Amigos:

El domingo 23 de enero de 1791, el padre Noël Pinot, párroco de Louroux-Béconnais en la diócesis francesa de Angers, celebra la Misa en su atestada iglesia; el vicario, el padre Mathurin Garanger, está presente en el coro y, en las primeras filas, se han sentado el alcalde y los miembros de la junta municipal. Al salir de Misa, estos últimos deben tomar juramento de fidelidad a ambos sacerdotes a la Constitución Civil del Clero. El párroco se dirige a la sacristía para depositar los ornamentos litúrgicos. Vienen a buscarlo, pero él declara que no puede, en conciencia, prestar ese juramento. Ante la orden expresa del alcalde que le prohíbe ejercer cualquier función eclesiástica, él afirma que, por los poderes que le confieren Dios y su Iglesia, sigue siendo el párroco legítimo de su parroquia y jamás se someterá a leyes injustas.

Beato Noel PinotEse sacerdote llegará hasta el martirio por permanecer fiel a Dios y a su conciencia. En 1926, será proclamado beato por el Papa Pío XI.

Noël Pinot viene al mundo en Angers, el 19 de diciembre de 1747, en el seno de una familia que ya cuenta con quince hijos. Alegrías y lágrimas se mezclan: ese mismo día, el más joven de sus hermanos, un bebé de veinte meses, expira en su cuna. El recién nacido es bautizado al día siguiente. Durante su primera infancia, Noël tiene ante sí el ejemplo de valentía y vida austera de su padre, maestro tejedor. Ese valiente cristiano dejará, radiante, el afecto de los suyos en 1756, agotado por su dura labor. Mientras su padre le inculca el gusto por el trabajo bien hecho, el joven aprende a rezar de su madre. En 1753, el primogénito de la familia, René, es ordenado sacerdote. Como hermano mayor, se decanta con predilección por el benjamín de la familia, y Noël le confía su deseo de estudiar para ser también sacerdote. En 1765, a los dieciocho años, entra en el seminario, siendo ordenado sacerdote el 22 de diciembre de 1770. Al día siguiente, celebra su primera Misa asistido por su hermano. ¡Cuánta alegría y emoción para la madre al contemplar, en el mismo altar, al más joven y al mayor de sus dieciséis hijos!

Los Incurables

A lo largo de los diez años siguientes, el padre Pinot ejerce el ministerio de vicario en distintas parroquias. Allá donde va, manifiesta una atenta caridad hacia los pobres y enfermos, de tal modo que, en 1781, su obispo le nombra capellán de los Incurables de Angers. Esa institución acoge a desdichados a los que, muy a menudo, sólo les queda esperar la muerte. Para el joven capellán es un auténtico consuelo celebrar la Misa y predicar en presencia de los enfermos. Aligerado de cualquier preocupación material gracias a unas caritativas cristianas, se entrega en cuerpo y alma a su nuevo ministerio: su gran preocupación es la santificación y la salvación de sus enfermos. El reglamento de los Incurables precisa que el capellán «conducirá con prudencia a los pobres, en el primer año de su ingreso en la institución, a realizar una confesión general, sobre todo a quienes nunca la hubiesen hecho, y pondrá toda su dedicación y caridad para facilitarles esa práctica». La ternura del padre Pinot para con esas pobres gentes es para ellas un consuelo desacostumbrado; a pesar de su juventud, lo quieren como a un padre.

Al encontrarse vacante la rectoría de Louroux-Béconnais, el obispo de Angers nombra a Noël Pinot, quien toma posesión el 14 de septiembre de 1788, en la festividad de la Exaltación de la Santa Cruz. Esa parroquia, la más extensa de todas las de la diócesis de Angers, está formada por pequeñas aldeas bastante alejadas unas de otras y unidas por intransitables caminos. Su población alcanza más de tres mil almas. Aunque es asistido por un vicario, el párroco debe cumplir una labor considerable, pero su dedicación lo remedia todo: tanto de día como de noche, está al servicio de sus feligreses para procurarles el auxilio de su ministerio o asistirlos materialmente, pues, en su amor por los pobres, se despoja de todo para el bien de ellos. El recuerdo de sus favores y dedicación permanecerá tan vivo en Louroux que, mucho tiempo después de su muerte, unos ancianos darán testimonio de ello: «¡Qué buen pastor era!».

Así transcurren dos años, pero, tras el estallido de la Revolución, la tempestad retumba en el cielo de la Iglesia de Francia, ya que la Asamblea Constituyente pretende dirigir los asuntos religiosos. El Comité Eclesiástico que ha erigido tiene el cometido de poner la vida eclesial al servicio del nuevo Estado. Después de nacionalizar los bienes del clero (2 de noviembre de 1789) y de abolir los votos solemnes de los religiosos (15 de febrero de 1790), acontece la votación de la Constitución Civil del Clero, sancionada el 24 de agosto de 1790 por un Luis XVI mal aconsejado. Mediante esa ley, el poder civil pretende imponer a la Iglesia de Francia una modificación de las circunscripciones de las diócesis y de la jurisdicción de los obispos, sin tener en cuenta la autoridad del Papa. Se suprimen de ese modo 52 obispados de los 135 existentes; en adelante, obispados y parroquias se dotarán mediante elección popular (cada departamento elegirá a su obispo, y cada distrito elegirá a los párrocos); todo el mundo podrá votar (esa disposición, que pretende ser un retorno a las prácticas de la Iglesia primitiva, es absurda, ya que concede el derecho al voto a los protestantes, a los judíos y a los ateos, pero no a los pobres). El obispo notificará su elección al Papa «como cabeza de la Iglesia universal, como testimonio de unidad en la fe y de la comunión que debe mantener con él»; en el ejercicio de su cargo, sólo podrá tomar decisiones tras el voto favorable de un «consejo habitual y permanente» constituido por diversos eclesiásticos de su diócesis. El vicio más grave de la Constitución Civil es la ausencia de sumisión a la Santa Sede, ya que, de una parte, solamente el Vicario de Cristo está facultado para reformar el mapa de las diócesis, y, de otra, nadie puede acceder a una sede episcopal sin que haya sido previamente instituida por el Papa.

Una Iglesia nacional

Durante las semanas siguientes, las protestas de los obispos, que no pueden aceptar en conciencia esa Constitución Civil, se hacen oír; sin embargo, suspenden su respuesta definitiva hasta el fallo del juicio del Papa. Con ese espíritu, el 30 de octubre de 1790, se publica una Exposición de los principios sobre la Constitución Civil del Clero, análisis al que se adhieren casi todos los obispos de Francia. La resistencia pasiva recomendada en ese texto exaspera a los diputados de la Constituyente, por lo que una ley del 27 de noviembre estipula que estarán obligados a prestar juramento de fidelidad a la Constitución Civil del Clero los obispos, párrocos, vicarios, superiores de seminarios y todos los demás eclesiásticos funcionarios públicos. El 26 de diciembre, Luis XVI se ve forzado a refrendar esa ley que instituye una Iglesia nacional cismática. Los sacerdotes que rechacen prestar dicho juramento serán privados del cargo y, si continúan ejerciendo su ministerio, serán perseguidos como «perturbadores del orden público». Aunque el Papa todavía no se ha pronunciado al respecto, el párroco de Louroux ya ha tomado su resolución: no prestará ese juramento. Visita con ese motivo a sus cofrades más allegados, y allí donde percibe la dolorosa sorpresa de no hallar más que irresolución se esfuerza por convencer: «Podéis estar seguros de ello –es dice–, el Papa condenará ese juramento. Creo que está perfectamente al tanto de que esa Constitución, en realidad, sólo pretende separarnos de la Iglesia Católica y crear aquí una supuesta Iglesia nacional». Pero su propio vicario no se deja convencer.

El domingo 23 de enero de 1791, tras haber sufrido un rechazo por parte del párroco, el alcalde de Louroux invita al vicario a prestar el juramento exigido por la ley. Tembloroso, el padre Garanger claudica en medio del silencio glacial de unos y de los murmullos de desaprobación de otros. Persuadido de que las instrucciones esperadas de Roma le abrirán los ojos, Noël Pinot deja que su vicario siga como antes con sus actividades en la parroquia. Muy pronto, mediante dos breves sucesivos del 10 de marzo y del 13 de abril de 1791, Pío VI condena la Constitución Civil del Clero, declarándola herética en diversos puntos y atentatoria contra los derechos de la Santa Sede. El padre Garanger se retractará efectivamente el 22 de mayo siguiente. Sin demora, el párroco sube al púlpito el domingo 27 de febrero, al término de la Misa; ha elegido expresamente ese día porque tiene lugar en Louroux una asamblea de parroquias vecinas. Sin proferir ninguna palabra ofensiva para nadie, en un discurso largamente meditado ante el sagrario, se pone a explicar el motivo por el que, en calidad de sacerdote católico unido por su obispo al sucesor de Pedro, cabeza única de toda la Iglesia de Jesucristo, se negó el 23 de enero a prestar el juramento constitucional, que atenta contra los derechos de Dios y de la Iglesia. La Asamblea Nacional no tiene derecho a exigir del clero un acto que, en sí mismo, lo aparta del centro de la Iglesia.

«Párroco incendiario»

El alcalde, presente en la primera fila entre los asistentes, interrumpe al sacerdote con voz crispada: «¡Baja de ese púlpito! Nos dices que es un púlpito de verdad y no sueltas más que mentiras!». Los fieles se levantan, sofocados por tal insolencia. Una voz fuerte domina sobre las demás: «¡Permanezca en el púlpito, señor párroco! ¡Habla usted bien y le apoyaremos!». A partir de esa tarde, los habitantes de las parroquias vecinas dan testimonio a su alrededor de lo sucedido. El ejemplo valiente de Noël Pinot lo convierte en un resistente que arrastra a la gente: su vehemente protesta resonará a través de Anjou, de Vendée e incluso de Bretaña. El ayuntamiento ha redactado, sobre la marcha, un informe dirigido al Tribunal Revolucionario de Angers en el que reclama la detención de ese «párroco incendiario» y «perturbador del orden público». El viernes siguiente, un destacamento de la guardia nacional llega a la localidad durante la noche, por temor a la población, para detener al párroco. Se lo llevan atado montado en su propio caballo; hacia mediodía, el cortejo penetra en Angers, donde la población le expresa su compasión y respeto. Los jueces le condenan a permanecer alejado de su parroquia durante dos años y a una distancia de al menos ocho leguas (treinta kilómetros). A los ojos del comisario público se trata de una condena demasiado suave, por lo que la recurre pero sin éxito. Noël Pinot se retira al hospicio de los Incurables, donde es acogido con gozo. Sin embargo, los revolucionarios sienten celos de su presencia, por lo que, en julio de 1791, el sacerdote se retira a la comarca de Mauges, cercana a Beaupréau, donde vive como proscrito consagrándose con celo a las almas. Suple lo mejor que puede la ausencia de los pastores que han tenido que exiliarse. En 1793, los acontecimientos de la guerra de Vendée le ofrecen la oportunidad de regresar a su parroquia.

El motivo del levantamiento de Vendée es religioso más que político. «No hicimos nada, a pesar de nuestra indignación –relatará más tarde un viejo vendeano– mientras nos dejaron a nuestros sacerdotes e iglesias; pero cuando vimos las maldades que se cometían contra Dios, nos levantamos para defenderlo». En marzo de 1793, el ejército de Vendée ha conquistado Saumur y Angers; al dominar ambas orillas del Loira, mantiene de momento en raya al ejército revolucionario. El regreso de Noël Pinot a Louroux es un triunfo, pues varios párrocos juramentados han pasado por allí sin conseguir asentarse. La fe del rebaño no ha flaqueado. ¡Qué alegría para el corazón del pastor, después de tantas tribulaciones! Sin embargo, no es más que un claro entre dos tempestades. El desastre del ejército vendeano bajo los muros de Nantes, en junio de 1793, reabre la era de la persecución. La Convención Nacional envía hacia el oeste a «representantes del pueblo en misión» con poderes ilimitados, que encarnan el Terror provincial, con frecuencia mucho más terrible que el Terror parisino. Así ocurre en Maine-et-Loire con Francastel, un emulador de Carrier, el “verdugo de Nantes”. La caza de sacerdotes refractarios se reanuda, por lo que Noël Pinot debe disfrazarse de nuevo y llevar una vida de proscrito. Podría huir al extranjero como numerosos eclesiásticos, pero prefiere permanecer junto a los que Dios le ha confiado, pensando que todavía puede serles útil. La inmensa mayoría de sus feligreses le son afectos; no obstante, él sabe que el país tiene también sus demagogos y que siempre es posible una traición. Considerando el buen pastor que ha llegado la hora de jugarse la vida por sus ovejas, decide quedarse.

La Iglesia de las catacumbas

La vasta extensión de su parroquia, atravesada por landas y bosques, permite que Noël Pinot pueda esconderse en granjas aisladas. El afecto vigilante y la discreción absoluta de los fieles hacen buena guardia alrededor de sus escondrijos; sin embargo, debe cambiar de ubicación frecuentemente, pues la guardia nacional sospecha de su presencia y los registros son frecuentes. Durante el día, permanece encerrado en graneros o establos, durmiendo más mal que bien, rezando, leyendo o escribiendo. Llegada la noche, sale para administrar los sacramentos a los enfermos hasta las parroquias vecinas, donde los sacerdotes están casi todos encarcelados, exiliados o ya ejecutados. Bautiza a los recién nacidos, instruye a los niños, recibe a los fieles, los confiesa y los reconforta. A medianoche, se prepara lo necesario para la celebración de la Misa, y los fieles –que se exponen así a la muerte con su pastor– pueden participar en el Santo Sacrificio y comulgar. La vida religiosa continúa, digna de la de las catacumbas.

El padre Noël Pinot mantenía la vida cristiana mediante la catequesis, la oración y los sacramentos, e insistía sobre la vida en familia. Sus opiniones siguen estando de actualidad: «La familia cristiana constituye el primer ámbito de educación a la oración. Hay que recomendar de manera particular la oración cotidiana en familia, pues es el primer testimonio de vida de oración de la Iglesia. La catequesis, los grupos de oración, la “dirección espiritual” son una escuela y una ayuda para la oración» (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, 565). El propio Catecismo precisa: «La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante hacer gustar su contenido» (CEC, 2688).

El año 1794 empieza con sangre y lágrimas. Robespierre se halla en el apogeo de su dictadura. Todo culto público cristiano es suprimido, incluso el que realiza la Iglesia cismática, llamada constitucional. Las iglesias desafectadas se transforman en depósitos de armas o en clubes revolucionarios. El Comité de Salvación Pública amplifica su obra de ruina de la Iglesia, aplicando despiadadamente el decreto del 21 de octubre de 1793 que castiga con la muerte a todo sacerdote refractario no expatriado en el plazo de diez días. Al ciudadano que denuncia a un sacerdote se le ofrecen cien libras de recompensa. Noël Pinot no tiene donde reposar la cabeza y toda su fortuna se halla en su saco de proscrito: algo de ropa y lo necesario para celebrar Misa. Los sufrimientos, las tribulaciones físicas y morales de esa existencia que lleva desde el verano de 1793 acaban resquebrajando los lazos que pueden unirlo a la tierra; el amor de Cristo, el celo por servir a las almas y su caridad hacia los feligreses son las únicas cosas que le dan fuerzas para continuar luchando.

Niquet, el traidor

El cerco se estrecha alrededor del proscrito. Le proponen que se retire a un lugar alejado más tranquilo, pero lo rechaza. Cada día se prepara para la muerte; si escapa, tendrá el consuelo de sentir que no ha sido traicionado por sus abnegados feligreses del campo. Por lo demás, siente admiración por ellos, pues lo sacrificarían todo, incluso su vida, por salvar a su párroco; para descubrir su escondite, los guardias nacionales los maltratan y saquean, devastando en vano sus moradas. Pero llega la hora del “poder de las tinieblas”. El 8 de febrero, el padre Pinot se encuentra en el poblado de Milandrerie, a pocos kilómetros de la ciudad, en casa de una piadosa viuda, la señora Peltier-Tallandier. Al caer la noche, mientras toma el aire en la huerta, un obrero llamado Niquet, a quien el párroco socorrió durante largo tiempo con sus limosnas, lo reconoce a pesar de la oscuridad. La expectativa de la recompensa de cien libras le hace olvidar todos los favores recibidos. Niquet corre a denunciar a Noël Pinot. Inmediatamente, la guardia nacional emprende el camino. Hacia las once, la casa se encuentra rodeada. En casa de la viuda no se ha sospechado nada y todo está dispuesto para la Misa cuando unos golpes retruenan en la puerta. Tienen el tiempo justo de esconder al sacerdote en un gran baúl y de hacer desaparecer los objetos litúrgicos. La señora Peltier abre, pero como la valiente viuda rehúsa hablar registran la casa sin encontrar nada. Uno de los guardias enrolado a la fuerza, al pasar junto al baúl, levanta la tapa con aspecto despistado y luego la deja caer mientras palidece. Acaba de descubrir al proscrito y duda en denunciarlo. Pero Niquet se ha percatado de todo: «Has encontrado al párroco –le grita furioso–, ¿y quieres esconderlo? Él mismo levanta la tapa y el sacerdote sale, con el rostro serio y tranquilo, fijando la mirada en la del traidor. Una única protesta sale de sus labios dirigida al ingrato, y resulta como un eco de Getsemaní: «¡Cómo! ¿Eres tú?» (cf. Lc 22, 48). Tras ser injuriado y golpeado, Noël Pinot deja que le aten sin oponer resistencia. También se llevan sus ornamentos sacerdotales. Es conducido a Louroux y luego a Angers, donde comparece ante el Comité Revolucionario. Tildado de “muy contrarrevolucionario”, el párroco es encerrado en un calabozo y condenado a pan y agua.

Tras diez días de detención, llevan al refractario ante el tribunal revolucionario, que se reúne en una capilla desafectada. Ese 21 de febrero, preside la comisión el ciudadano Roussel. Una coincidencia espantosa hace que ese oficial revolucionario sea un sacerdote apóstata, primero juramentado y después “desacerdotado”. En Anjou, sin embargo, nadie conoce su pasado. Dictada la sentencia, al tiempo que mira los ornamentos litúrgicos expuestos ante el tribunal, Roussel propone mofándose al condenado: «Te encontrarías cómodo yendo a la guillotina con tus hábitos sacerdotales? – Sí –asiente sin dudarlo el confesor de la fe–, será una gran satisfacción para mí. – Pues bien –replica el otro–, te revestirán con ellos y sufrirás la muerte con esa vestimenta».

Un viernes a las tres

La ejecución tiene lugar ese mismo día. El cortejo, con tambores a la cabeza, se pone en marcha, y los jueces acompañan a la víctima vestida con sus ornamentos. El cadalso se levanta en la nueva plaza, denominada de la Adhesión, en el lugar que ocupaba la colegiata de San Pedro, destruida por el ayuntamiento revolucionario. Según el testimonio del padre Gruget, sacerdote fiel al Papa y testigo ocular, «el mártir rezaba en profundo recogimiento. Mostraba un rostro tranquilo y la frente se le iluminaba con el gozo de los elegidos; se podían seguir por así decirlo en sus labios los cánticos de acción de gracias que se le escapaban del corazón». Ese viernes, a las tres de la tarde (la hora de la muerte del Señor en la cruz), Noël Pinot se halla al pie del cadalso. La siniestra plataforma se transfigura ante su mirada: se ve al pie del altar del sacrificio real, el altar ensangrentado donde, a imagen de Dios en el Calvario, será inmolada una verdadera víctima. Con toda naturalidad, le vienen a los labios las primeras frases de la Misa: Introibo ad altare Dei (Subiré al altar de Dios). Le retiran la casulla; con la estola cruzada en el pecho, se presenta ante el verdugo. De lejos, el padre Gruget le da la absolución. Un redoble de tambor… La cuchilla cae… Se ha consumado el sacrificio: el alma del buen pastor ha alcanzado el altar de Dios. De ese modo muere, el 21 de febrero de 1794, a la edad de 48 años, el padre Noël Pinot, párroco de Louroux-Béconnais.

Tras haber declarado, el 3 de junio de 1926, que Noël Pinot murió mártir, por odio a la fe, el Papa Pío XI lo beatificó el 31 de octubre siguiente, en la solemnidad de Cristo Rey. El ejemplo del beato recuerda el siguiente comentario de san Gregorio Magno: «Nosotros que celebramos los misterios de la Pasión del Señor, debemos imitar lo que hacemos. En verdad, una ofrenda será presentada ante Dios cuando nosotros mismos nos hagamos ofrenda» (citado por Pablo VI, 18 de noviembre de 1966). Que Jesucristo, Sumo Sacerdote, nos conceda, por intercesión del beato Noël Pinot, la gracia de serle fieles incluso en las circunstancias más difíciles.

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