26 de Mayo de 2020
San José Sánchez del Río
Muy estimados Amigos:
Entre los años 1926 y 1929, una violenta persecución golpeó a los católicos de México, causando numerosos mártires, algunos de los cuales fueron elevados después al honor de los altares. El 20 de noviembre de 2005, el cardenal Saraiva Martins viajó a Guadalajara, gran ciudad de México, para beatificar, en nombre del Papa, a trece de ellos. « Esta solemnidad de Cristo Rey —decía en su homilía— tiene un significado muy especial para el pueblo mexicano. El Papa Pío XI, al finalizar el Año santo de 1925, proclamó esta fiesta para la Iglesia Universal. Pocos meses después, se iniciaría en estas tierras la persecución contra la fe católica, y bajo el grito de “¡ Viva Cristo Rey !” morirían muchos hijos de la Iglesia, reconocidos como mártires… Por su valentía y corta edad, merece una especial mención el adolescente José Sánchez del Río, quien a la edad de 14 años supo dar un testimonio valeroso de Jesucristo. Fue un ejemplar hijo de familia, que se distinguió por su obediencia, piedad y espíritu de servicio. Desde los comienzos de la persecución, en él se despertó el deseo de ser mártir de Cristo ».
José Sánchez del Río nace el 28 de marzo de 1913 en Sahuayo, población del Estado de Michoacán, en el centro-oeste de México. Su padre, Macario, desciende de una familia española afincada desde hace siglos en ese Estado. Su madre, María, procede de un antiguo linaje indio, los purhépechas. José tiene dos hermanos mayores, Macario y Miguel, así como una hermanita llamada María Luisa. La familia Sánchez del Río, profundamente católica, es adinerada y goza de una buena reputación, y posee un próspero rancho en el sur de la ciudad. Doña Mariquita, como llaman a María, destaca por su gran bondad de corazón y por una proverbial generosidad ; se dedica a las tareas domésticas y a la educación de sus hijos. A los cuatro años y medio, José recibe el sacramento de la Confirmación. Sus primeros años se asemejan a los de los demás niños, dedicado a los juegos infantiles de su edad. Tiene un carácter agradable, despierto y travieso, y da muestras de gran sencillez, obediencia y afectuosidad hacia sus padres. Acompaña con gusto a su madre a la iglesia y asiste al catecismo con asiduidad.
Con motivo de la revolución de 1910, México adopta una nueva Constitución en 1917, la cual contiene varios artículos hostiles a la Iglesia que se aplican en algunos Estados a partir de 1920. Para protegerse de los tumultos, la familia Sánchez del Río se instala en Guadalajara, capital del Estado de Jalisco. Allí toma José la primera Comunión a la edad de nueve años. Da muestras de gran devoción hacia la Virgen de Guadalupe, la patrona celestial de México, y reza a menudo el rosario.
¡ Viva Cristo Rey !
En 1924, Plutarco Calles, ateo y francmasón, es elegido presidente de México. Al año siguiente, con el apoyo del gobierno, un sacerdote funda una Iglesia mexicana cismática. Las vejaciones contra la Iglesia fiel a Roma se intensifican. Calles, que se inspira en el bolchevismo, declara que, a partir del 31 de julio de 1926, deberán aplicarse al pie de la letra los artículos anticlericales en todos los Estados del país. Como reacción, los obispos votan la suspensión del culto en todas las iglesias. Los sacerdotes se esconden. El gobierno les prohíbe celebrar la Misa e impartir los sacramentos bajo pena de cárcel o de muerte, y los fieles no pueden rezar públicamente. El ejército hace observar todas esas leyes por la fuerza. En unos meses, numerosos católicos son asesinados o encarcelados por haber infringido las prohibiciones. Fusilamientos, ahorcamientos, desplazamientos de población : nada se escatima a los fieles que se oponen a las leyes de Calles. Semejante violencia provoca indignación, y después el levantamiento de miles de personas en el país. Se organizan pequeños grupos de combatientes civiles, a quienes se denomina con el alias de cristeros (nombre que conservan con honor). Campesinos, artesanos o notables se incorporan a la resistencia. Y mientras que los oficiales del ejército federal conducen sus tropas al grito de « ¡ Viva nuestro padre Satanás ! », los cristeros se unen gritando « ¡ Viva Cristo Rey !, ¡ Viva la Virgen de Guadalupe ! ».
En Guadalajara, el joven abogado Anacleto González Flores enciende a la juventud cristiana con su vibrante palabra. Tras haber recibido una sólida formación humana y cristiana, se ha consagrado a la defensa de los más débiles. Como buen conocedor de la doctrina social de la Iglesia, intenta proteger, a la luz del Evangelio, los derechos fundamentales de los cristianos y funda la Unión Popular, con el objetivo de apoyar la lucha civil contra las leyes anticlericales. Será cruelmente asesinado el 1 de abril de 1927, a la edad de treinta y ocho años, pero caerá gritando : « ¡ Yo muero, pero Dios no muere ! ¡ Viva Cristo Rey ! ». El mismo día derraman también su sangre otros miembros de la Unión Popular : los hermanos Jorge y Ramón Vargas González, y Luis Padilla Gómez. Sus nombres constan en la lista de los trece mártires beatificados el 20 de noviembre de 2005. « Dentro de los derechos que más defendió Anacleto González y sus compañeros mártires —decía el cardenal Martins— se encontraba el de la libertad religiosa ; derecho que se desprende de la misma dignidad humana. Como señala el Concilio Vaticano II, “que, en materia religiosa, ni se obligue a nadie a obrar contra su conciencia, ni se le impida que actúe conforme a ella en privado y en público, solo o asociado con otros” (Dignitatis humanæ, 2). Movidos por un profundo amor a Jesucristo y al prójimo, estos nuevos beatos defendieron pacíficamente este derecho, aun con su propia sangre… Anacleto González y sus compañeros mártires buscaron ser, en la medida de sus posibilidades, agentes de perdón y factores de unidad en una época en que el pueblo se encontraba dividido ».
Ganar el Cielo
Después del asesinado de Anacleto, los dos hermanos mayores de José se unen al levantamiento de los cristeros, bajo el mando del general Ramírez, que actúa en la región de Sahuayo. Ese mismo año de 1927, la familia Sánchez del Río regresa a Sahuayo, donde la población apoya a los cristeros. Las familias acomodadas les ayudan económicamente y les suministran armas y víveres, y los sacerdotes se consagran, a riesgo de su vida, a aportarles el socorro de los sacramentos. También José manifiesta el deseo de dar su vida por esa buena causa. Con motivo de una peregrinación a la tumba de Anacleto, pide mediante su intercesión la gracia del martirio. Aunque no ha cumplido la edad requerida para seguir el camino de sus hermanos, solicita ser admitido en los cristeros, pero sus padres se oponen firmemente. Con el paso de los meses, la insistencia de José en comprometerse no desfallece. Su madre sigue rechazándolo, ya que lo considera demasiado joven, pero él responde con gran sencillez : « Mamá, nunca fue tan fácil ganar el Cielo como hoy ». No hay razón bastante fuerte para desviarlo de su proyecto. Escribe entonces a los cabecillas de los cristeros para solicitar su admisión. Los rechazos que recibe —solo tiene catorce años— no hacen más que aumentar su tenacidad, hasta que obtiene el consentimiento y la bendición de su padre.
Iluminado por la virtud de la fe, José desea ardientemente alcanzar el Cielo, único objetivo de toda vida humana. En su Regla, san Benito pide al monje « que desee la vida eterna con toda la avidez de su alma » (cap. 4). El Catecismo de la Iglesia Católica afirma : « Esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama “el cielo”. El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha. Vivir en el cielo es “estar con Cristo” (cf. Jn 14, 3). Los elegidos viven “en Él”, aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17) » (núm. 1024-1025).
Durante el verano de 1927, apoyado por sus tías María y Magdalena, y acompañado por Juan Flores Espinosa, un adolescente que comparte el mismo ideal, José se dirige al campo de Cotija. A pesar de los obstáculos, ambos muchachos se reúnen con el general Prudencio Mendoza, quien les expone el peligro de la guerra y la durísima vida de los campos de batalla. José responde que podrá ayudar a los soldados en diversas tareas en el campo, encargarse de los caballos o preparar las comidas. Constatando la firmeza y la sinceridad de su ofrecimiento, el general confía a los dos adolescentes al cabecilla cristero Rubén Guízar Morfín.
Abanderado y corneta
A partir de ese momento, José se pone al servicio de sus hermanos de armas, desempeñando su papel con profunda caridad y admirable disponibilidad. Su maravillosa disposición y sus cualidades humanas le valen el aprecio de todos, quienes reconocen su fervor religioso y su intrepidez. Sin embargo, José teme que los partidarios del presidente Calles ataquen a su familia si se enteran de que se ha alistado ; por eso, con la finalidad de ocultar su verdadera identidad, añade a su nombre el de Luis : José Luis. Así se le conocerá en la posteridad. La tarde del 12 de diciembre, festividad de la Virgen de Guadalupe, ante sus hombres, el general Guízar le dice : « Acércate, José Luis. En señal de confianza, te nombro oficialmente abanderado y corneta de la tropa. Como corneta me ayudarás a transmitir mis órdenes a los combatientes. Eso significa que saldrás con la tropa en nuestras misiones de observación de los federales ». El gozo de José Luis es inmenso.
Al principio de 1928, las emboscadas se multiplican en la región de Cotija. El 6 de febrero, durante un peligroso enfrentamiento con las tropas federales, el general Guízar corre un grave riesgo : su caballo acaba de ser derribado por una bala. En un acto heroico, José Luis le grita : « ¡ Mi general, tome mi caballo y sálvese. Usted es más necesario que yo para la causa ! ». Guízar escapa, pero el adolescente y uno de sus compañeros, Lázaro, son hechos prisioneros. Conducidos a Cotija, los presentan ante el general Guerrero, uno de los perseguidores más feroces de los cristeros. A pesar de los golpes, José no deja escapar ni una sola queja ; busca en la oración la fuerza de soportar las humillaciones y los tormentos. El general le reprocha duramente que combata contra el gobierno, y luego le invita a integrarse en sus tropas. Pero el adolescente le responde sin dudar : « ¿ Combatir en sus filas ? ¿ Está loco ? ¡ Soy su enemigo ! ¡ Antes morir ! ». Sorprendido por tanto ardor y humillado de verse contradicho, Guerrero manda encarcelarlo. En su calabozo, José comprende que es hora de prepararse para ofrecer su vida a Dios. Esa tarde consigue de sus carceleros con qué escribir una carta, que conseguirá hacer llegar a su madre : « Mi querida mamá : Fui hecho prisionero en combate este día. Creo en los momentos actuales que voy a morir, pero nada importa, mamá. Resígnate a la voluntad de Dios, yo muero muy contento, porque muero fiel a los mandamientos de nuestro Dios. No te apures por mi muerte… antes, diles a mis otros hermanos que sigan el ejemplo del más chico y tú haz la voluntad de Dios. Ten valor y mándame la bendición juntamente con la de mi padre. Salúdame a todos por la última vez y tú recibe por último el corazón de tu hijo que tanto te quiere y verte antes de morir deseaba ».
Al día siguiente, 7 de febrero, José Luis y Lázaro son trasladados de Cotija a Sahuayo, pues Guerrero acaba de descubrir la verdadera identidad del adolescente, que no es otro que el hijo del rico y respetado don Macario Sánchez ; su padrino de primera Comunión es el diputado Rafael Picazo, un cacique local partidario de Calles. Sin embargo, Picazo es conocido por su despiadada oposición a los cristeros. Ofrece a José varias posibilidades de huir al extranjero, y luego le propone ingresar en la escuela militar para seguir sus estudios, pero resulta en vano.
« ¡ No toquen a Lázaro ! »
Los condenados son conducidos entonces a la iglesia de Santiago, habilitada como prisión. Al entrar, José ve con horror que el templo ha sido profanado. Más allá de la conducta indebida de los soldados, la paja cubre el suelo, los caballos están atados en cualquier parte y una capilla sirve de corral. Pero sobre todo, el sagrario se ha convertido en un gallinero para los gallos de pelea del diputado, y el altar está manchado con sus excrementos. Tras caer la noche, cuando los guardias se han dormido, José logra desatarse, mata a los gallos y limpia el altar. Cuando Picazo se entera de ello, entra el cólera. Pregunta a José si es consciente de la gravedad de su acto, y el niño le responde con aplomo : « ¡ La casa de Dios está hecha para rezar, y no para encerrar animales ! ». El diputado lo amenaza entonces con represalias, pero José contesta : « Estoy dispuesto a todo. ¡ Fusíleme, para que enseguida esté ante Nuestro Señor y pueda pedirle que le confunda ! ». Despiadado, Picazo ordena : « Id a buscar al joven Lázaro y ahorcadlo de un árbol en la plaza mayor. Y José asistirá al ahorcamiento. —¡ No toquen a Lázaro ! ¡ Él no ha hecho nada ! » —exclama José. Por la tarde, conducen a los prisioneros a la plaza mayor de la ciudad, donde Lázaro es ahorcado de un árbol ante la vista de José. Éste grita a los verdugos : « ¡ Venga, ahora matadme ! ». Pero Lázaro no ha muerto : gracias a un buen samaritano, es curado y se unirá de nuevo a los cristeros.
José, al que han pretendido atemorizar, es reconducido a la iglesia cárcel. Encerrado en la capilla del baptisterio, trepa de vez en cuando a la pequeña ventana para ver pasar a la gente. Al reconocerlo, son varias las personas que pueden intercambiar algunas palabras con él ; afirmarán que José se encontraba en paz y que pasaba el tiempo orando, rezando el rosario y cantando alabanzas a Dios. Con motivo de su corta edad, pero también por la especial condición de su padre, las autoridades políticas y militares consideran que podrían liberarlo a cambio de una gran cantidad de dinero. Primero, Picazo parece inclinarse a favor de ese trato. Tras informar a don Macario de la detención de su hijo, le comunican que, si quiere volverlo a ver, deberá pagar cinco mil pesos de oro. Con gran aflicción, éste hace todo lo que puede : está dispuesto a vender todos sus bienes para salvar a su hijo. Cuando José se entera del proyecto, y que deberá además renegar públicamente de su fe, lo rechaza todo : « Por amor de Dios, digan a mi padre que no dé ni un céntimo a Picazo, pues ofrecí mi alma a Dios ». El diputado, que no puede consentir que sus amigos, los Sánchez del Río, hayan tomado posición contra el gobierno que él representa, se endurece contra el hijo de ellos, pidiendo finalmente su muerte.
La Comunión en viático
El viernes 10 de febrero, hacia las seis de la tarde, conducen a José a un albergue llamado del “Refugio” habilitado como prisión, donde le anuncian que esa misma noche será ejecutado. Enseguida, José pide papel y tinta para escribir a su tía María : « Querida tía : Estoy sentenciado a muerte. A las ocho y media de la noche llegará el momento que tanto he deseado. Te doy las gracias por todos los favores que me hiciste tú y Magdalena. No me encuentro capaz de escribir a mi mamá : tú me haces el favor de escribirle, así como a mi hermanita María Luisa. Dile a tía Magdalena que conseguí que me permitieran verla por última vez para traerme la Comunión en viático, y creo que no se negará a venir. Salúdame a todos y tú recibe como siempre y por último el corazón de tu sobrino que mucho te quiere y que querría verte. Cristo vive, Cristo reina, Cristo impera. Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. —José Sánchez del Río, que murió en defensa de la fe. ¡ Sobre todo, venid ! ¡ Adiós ! ».
Magdalena llega a tiempo de darle la Comunión, pero el martirio de José está lejos de acabar. Sabedores de que posee gran número de informaciones sobre los cristeros, sus carceleros le desollan las plantas de los pies para intentar arrancarle nombres, pero el Señor le da su fuerza y José no denuncia a nadie. A las veintitrés horas lo llevan al cementerio, obligándole a caminar descalzo. El niño llora de dolor. Los verdugos quieren hacerle apostatar y lo azotan, aunque en vano, con ramas de arbustos espinosos. José grita con todas sus fuerzas y sin interrupción : « ¡ Viva Cristo Rey y Santa María de Guadalupe ! ». Unos testigos escondidos asisten con profunda admiración a la escena y rezan por él. Le prometen dejarlo en libertad si consiente en decir : « ¡ Viva el gobierno ! ». A modo de respuesta, José se pone a cantar : « ¡ Al Cielo ! ¡ Al Cielo ! ¡ Quiero ir al Cielo ! ». Para hacerle callar, uno de los soldados le propina un culatazo con el fusil que le fractura la mandíbula. Sin embargo, al borde de la fosa José sigue gritando sin descanso : « ¡ Viva Cristo Rey ! ». Unos soldados lo apuñalan y, a cada golpe, con voz cada vez más débil, el niño continúa confesando su fe. El oficial le pregunta con tono cruel : « ¿ Quieres enviar un mensaje a tu padre ? —¡ Nos volveremos a ver en el Cielo ! —responde José sin aliento—. ¡ Viva Cristo Rey ! ¡ Viva Santa María de Guadalupe ! —¡ Ah, qué fanático ! » —exclama el militar mientras saca la pistola y le dispara una bala en la nuca. José, que todavía no ha cumplido quince años, recibe la palma del martirio ese viernes por la noche del 10 de febrero de 1928, a las once y media. Unos cristianos recogen su cuerpo, lo lavan, lo envuelven en una sábana y, tras rendirle un último homenaje, lo sepultan allí mismo.
« El joven beato José Sánchez del Río —decía el cardenal Martins el día de la beatificación— nos debe animar a todos, principalmente a ustedes jóvenes, para ser capaces de dar testimonio de Cristo en nuestra vida diaria. Queridos jóvenes, probablemente Cristo no les pida el derramamiento de su sangre, pero sí les pide, desde ahora, dar testimonio de la verdad en sus vidas, en medio de un ambiente de indiferencia a los valores trascendentales y de un materialismo y hedonismo que busca sofocar las conciencias ».
Cambiarse a sí mismo
Los mártires de México entregaron su vida para que Cristo reinara en el país. El Catecismo de la Iglesia Católica recuerda la existencia de « la realeza de Cristo sobre toda la creación y, en particular, sobre las sociedades humanas » (núm. 2105). En efecto, la razón humana puede descubrir que tanto las sociedades como los individuos son tributarios de Dios por todos los bienes de los que se benefician, lo que implica por su parte un deber público de alabanza, de solicitud, de reconocimiento, incluso de reparación. De hecho, en calidad de autoridades públicas dependen de Dios para sus bendiciones. El ejercicio de esa realeza empieza evidentemente por la acción sobre uno mismo, que es además una primera condición para una acción eficaz al servicio de una civilización cristiana, inspirada en el amor. Juan Pablo II decía : « No caigáis en el error de pensar que se puede cambiar la sociedad cambiando sólo las estructuras externas o buscando en primer lugar la satisfacción de las necesidades materiales. Hay que empezar por cambiarse a sí mismo, convirtiendo de verdad nuestros corazones al Dios vivo, renovándose moralmente, destruyendo las raíces del pecado y del egoísmo en nuestros corazones. Personas transformadas colaboran eficazmente a transformar la sociedad » (homilía del 10 de octubre de 1984, en Zaragoza, España).
En 1996, los restos mortales del joven mártir se trasladaron a la capilla del baptisterio donde había sido detenido. El beato José Sánchez del Río fue canonizado en Roma el 16 de octubre de 2016. Que los jóvenes mártires mexicanos, que se distinguieron por su intensa vida eucarística y por su devoción filial a la Santísima Virgen, bajo el título de Nuestra Señora de Guadalupe, nos concedan dar testimonio de nuestra fe en todas las circunstancias. Que Cristo Rey, el Buen Pastor, reine en las Naciones, en todos los pueblos y en todos los corazones. ¡ Viva Cristo Rey ! ¡ Viva la Virgen de Guadalupe !
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