20 de diciembre de 2018
Beata Luisa Teresa de Montaignac
Muy estimados Amigos:
«En este siglo xix en que la división está presente en tantas cosas, y es tan frecuente incluso en las familias, nuestra misión consiste en unir… Unir fuertemente a las almas mediante el lazo de una verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús ». Estas palabras, procedentes del corazón de la beata Luisa Teresa de Montaignac, caracterizan el espíritu de la fundadora de las Oblatas del Corazón de Jesús. « Como hija de la Iglesia y mujer en la Iglesia —decía san Juan Pablo II—, Luisa Teresa quiere servir al Señor, servir a la Iglesia, lo que es todo uno. Animada de un ardiente deseo apostólico y empujada por una fogosa devoción al Corazón de Jesús, emprende su obra en estrecha unión con su obispo, con los sacerdotes de su parroquia y con los fieles laicos. Y funda la congregación de las oblatas, quienes, mediante su unión entre ellas, son llamadas a convertirse en fermentos de unidad » (Homilía para la beatificación, 4 de noviembre de 1990).
Nacida en Le Havre (Francia) el 14 de mayo de 1820, Luisa Teresa pertenece a una familia profundamente cristiana, que le transmite la fe como una valiosa herencia. Es bautizada al día siguiente. Más tarde, se mostrará dichosa de ser hija de Dios y celebrará como una gran fiesta el aniversario de su Bautismo.
La vida eterna
El Papa Francisco recordaba, el 8 de enero de 2014, que el Bautismo « no es una formalidad. Es un acto que toca en profundidad nuestra existencia… Nosotros, con el Bautismo, somos inmersos en esa fuente inagotable de vida que es la muerte de Jesús, el más grande acto de amor de toda la historia ; y gracias a este amor podemos vivir una vida nueva, no ya en poder del mal, del pecado y de la muerte, sino en la comunión con Dios y con los hermanos… Conocer la fecha de nuestro Bautismo es conocer una fecha feliz. El riesgo de no conocerla es perder la memoria de lo que el Señor ha hecho con nosotros ; la memoria del don que hemos recibido. Entonces acabamos por considerarlo sólo como un acontecimiento que tuvo lugar en el pasado, por lo cual no tiene ya ninguna incidencia en el presente. Debemos despertar la memoria de nuestro Bautismo. Estamos llamados a vivir cada día nuestro Bautismo, como realidad actual en nuestra existencia ». En la versión clásica del rito de ese sacramento —resaltaba el Papa Benedicto XVI—, « El sacerdote pregunta ante todo a los padres qué nombre han elegido para el niño, y continua después con la pregunta : “¿ Qué pedís a la Iglesia ?”. Se responde : “La fe”. Y “¿ Qué te da la fe ?”. “La vida eterna”. Según este diálogo, los padres buscan para el niño la entrada en la fe, la comunión con los creyentes, porque ven en la fe la llave para “la vida eterna”. En efecto, ayer como hoy, en el Bautismo, cuando uno se convierte en cristiano, se trata de esto : no es sólo un acto de socialización dentro de la comunidad ni solamente de acogida en la Iglesia. Los padres esperan algo más para el bautizando : esperan que la fe le dé la vida, la vida eterna » (Encíclica Spe salvi, 30 de noviembre de 2007, núm. 10).
De sus padres, Raimundo de Montaignac de Chauvance, recaudador de impuestos, y Ana de Raffin, Luisa Teresa recibe el ejemplo de una vida abierta a todos. Con su hermana mayor, Ana, y con sus cuatro hermanos, le unen estrechos lazos, ingeniándoselas para que sean felices. De pequeña, Luisa es activa, espontánea, siempre en movimiento : « Estaba hecha para amar, por eso me encariñaba perdidamente con todo lo que era bueno o desgraciado ». Su carácter impulsivo le juega malas pasadas, acumulando despistes y tonterías, pero su confianza desarma cualquier severidad. A la pequeña le gusta tanto rezar que, un día, después de buscarla largo rato, la descubren acurrucada en un armario : « Estaba rezando mis oraciones » —dice— ; y cuando le preguntan el motivo de tal extraño comportamiento, explica : « Es para no lastimar a Dios ».
En 1827, Luisa entra interna, primero en Châteauroux, en el monasterio de las Fieles Compañeras de Jesús, y luego, los dos años siguientes, en París, en el convento de los Pájaros, regentado por las Hijas de Nuestra Señora. El régimen de internado no encaja con ella. De su primera estancia conserva el miedo a los castigos, si bien recibe una gracia en Navidad : descubre, al contemplar el nacimiento, el enternecedor misterio de un Dios niño, pobre y frágil, por lo que se deja llevar por Él y empieza a amarlo. En los Pájaros, se encuentra « tan aturdida que siempre está en penitencia y llorando ». En clase, « consiente en estudiar únicamente porque sus compañeras van más adelantadas que ella ». En la capilla, realiza esfuerzos meritorios para recogerse, pero sus buenos propósitos se quedan en nada. Sin embargo, Luisa guardará de aquellos años el recuerdo de los días felices en que su corazón se abría a Dios a través de sus confesiones de niña, sus confidencias a la madre superiora “Mamá Sofía” y sus primeras amistades. Hay que reconocer, no obstante, que sus estudios no avanzan en absoluto. Se impone un cambio, así que sus padres la confían a su tía, la señora de Raffin, que también es su madrina. El afecto que une a la joven mujer y a su ahijada se transformará, a lo largo de los años, en una profunda intimidad. Durante quince años, Luisa vive en casa de los Raffin, a veces en Nevers y otras en el campo, sin perder las relaciones con los suyos. « Fue —dirá ella— una de las mayores gracias de mi vida ».
Una niña “junco”
Su primera Comunión tiene lugar el 6 de junio de 1833. « Aquella niña, la más “junco” de todas » —dirá ella misma— se transforma en una adolescente seria : « Desde que tomé la primera Comunión, siempre permanecí bajo la acción divina ». La Eucaristía se convierte en el centro de su vida. La señora de Raffin es una mujer de fe a toda prueba, pero más enérgica que tierna. En la escuela, Luisa aprende a dominar su fogosidad natural sin por ello destruir el dinamismo. Recibe una educación sólida, cultiva sus dotes artísticas y se inicia en el papel de ama de casa. Bajo la dirección del padre Gaume (1802-1879), director del seminario menor y después vicario general de la diócesis de Nevers, se beneficia igualmente de una formación espiritual y doctrinal. Luisa se impregna de los Evangelios, de los Salmos, lee a los Padres de la Iglesia y a santa Teresa de Ávila, que se convierte en su patrona principal. En 1837, de regreso al convento de los Pájaros, halla el soplo de fe que caracteriza a esa casa, hogar resplandeciente de la devoción al Corazón de Jesús. Es recibida entre las Hijas de María. La Santísima Virgen, a quien « confiaba sus penas » cuando era niña, será en adelante « una institutriz de todos los instantes ».
En Navidad de 1836, Luisa Teresa sale de la Misa del gallo con su amiga Camila de Berthier, quien musita el versículo del Apocalipsis Éstos siguen al Cordero a dondequiera que vaya (Ap 14, 4). Luisa se conmociona… ¡ Seguir a Jesús dondequiera que vaya !… A partir de ese momento, la blanca luz del Cordero ilumina sus pasos, trazando el camino radiante donde ambiciona seguirlo. El 21 de noviembre de 1838, el padre Gaume la autoriza a profesar el voto de virginidad. Cuatro años más tarde, a la edad de veintidós años, Luisa Teresa queda inmovilizada durante diez meses con motivo de una enfermedad de los huesos : es una primera prueba de salud durante la cual se une más íntimamente a Dios. La señora de Raffin le da apoyo, le ayuda a vivir ese período de sufrimiento y a reconocer que, en todas las cosas, « la voluntad de Dios es solamente amor ». Como consecuencia de esa enfermedad, le plantea esta abrupta pregunta : « Si Nuestro Señor te preguntara : “¿ Quieres estar atada a la Cruz conmigo hasta la muerte ?”, ¿ aceptarías ? —¡ Sí —responde ella—, y con todo mi corazón ! ». Y vivirá plenamente esa « locura de amor que no calcula, que no razona, que corre sin descanso en pos del Salvador ».
Manantial benefactor
Después de la Revolución francesa, en un mundo contaminado por el escepticismo, la fe de muchos se ha quebrantado. Como reacción, fervorosos cristianos se consagran a Dios mediante un voto al Sagrado Corazón. La fórmula de ese voto, redactada por el padre Roothaan, general de los jesuitas, se expande por Francia. De ese manantial brota una verdadera renovación espiritual. La señora de Raffin ha recibido noticias de ello por intercesión del padre Ronsin, director espiritual en el convento de los Pájaros, de modo que, en 1841, profesa esa consagración. El 8 de septiembre de 1843, Luisa Teresa se consagra a su vez. Ese voto es una respuesta de amor al amor primero de Dios revelado por el Corazón de Jesús, una respuesta que compromete a toda persona al servicio del deseo del Padre. Es ya la Oblación que harán las futuras oblatas. Cuarenta años después, Luisa Teresa recordaba con profunda emoción el recuerdo de aquel bendito día : « El voto al Sagrado Corazón condicionó mi vida ; fue para mí el manantial de todas las gracias, de todas las alegrías ». Para reanimar la fe, la señora de Raffin concibe un vasto plan de unión de las mujeres cristianas a través de la devoción al Corazón de Jesús : « Unas pequeñas brasas esparcidas —dice— no pueden producir ni llama, ni calor ; reunidas, sin embargo, pueden prender un gran fuego capaz de iluminar y de caldear el mundo ». Primeramente Luisa Teresa se asocia al proyecto, pero se convierte en la heredera a la muerte de su tía en 1845. Ella misma recuerda la intuición que sentía a la luz del Evangelio : He venido a traer fuego sobre la tierra y ¡ cuánto desearía que ya estuviera encendido ! (Lc 12, 49). Soñaba con entrar en el Carmelo, pero renuncia por consejo del padre Gaume : « Su vocación —le dice— es llevar el Carmelo en medio del mundo ».
La revolución de 1848 socava Francia. El señor de Montaignac presenta su dimisión como recaudador de impuestos, y la familia abandona París para instalarse en Montluçon, en el Borbonés, donde se hallan sus verdaderas raíces. Luisa Teresa se pregunta cómo despertar la fe en esa ciudad en plena expansión pero muy marcada por la indiferencia religiosa. Cada día, pasa dos horas rezando en la desierta iglesia parroquial. No obstante, hay unos sólidos y activos grupos cristianos en Montluçon, impulsados por un sacerdote de ardiente corazón, el padre Guilhomet. Luisa Teresa se asocia a ellos y acepta animar la congregación de los Hijos de María. Funda el orfanato del Sagrado Corazón y recluta a unas amigas para que enseñen el catecismo a los más desatendidos. Como testigo que es del abandono de las iglesias rurales, establece la Obra de las iglesias pobres, contribuye a expandir la adoración reparadora del Santísimo, organiza retiros espirituales y se esfuerza en desarrollar el proyecto de su tía : la asociación de mujeres cristianas. Gracias al apoyo de su obispo, Monseñor de Dreux-Brézé, y de su párroco, esas obras se extienden a partir de 1854 por la diócesis de Moulins y más allá. En esa época, sin embargo, la enfermedad ósea de las piernas que aqueja a Luisa Teresa reincide, de manera que el sufrimiento se convierte, durante más de treinta años, en su « inseparable compañero ». Su discapacidad sólo le permite desplazarse con muletas, o bien transportada en un pequeño carro. Necesitará toda la energía del amor para permanecer incansablemente entregada a los demás y desplegar la desbordante actividad que caracteriza su vida.
El primero de los directores
En 1859, la señorita de Montaignac conoce al padre Gautrelet, jesuita y fundador, en 1844, del Apostolado de la Oración, quien, viendo la impaciencia de sus seminaristas por entrar en la vida misionera, les había dicho : « Sed apóstoles desde ahora mismo, ¡ apóstoles de la oración ! Ofreced lo que hacéis cada día en unión con el Corazón de Nuestro Señor Jesucristo, y por lo que Él desea : la expansión del Reino de Dios para la salvación de las almas ». La gran experiencia del padre Gautrelet hará que sea, durante más de veinticinco años, el consejero de Luisa Teresa. Con humildad, éste confiesa además : « Tengo gran confianza en la dirección del Espíritu Santo, el primero de todos los directores ». Ese mismo año, pone en contacto a su dirigida con su colega el padre Ramière, que acaba de asumir la dirección del Apostolado de la Oración. En su calidad de ardiente apóstol del Sagrado Corazón, el padre Ramière lanza a Luisa Teresa a toda vela en ese movimiento. Luisa Teresa ve en la espiritualidad de éste el « medio más universal de santificación de las almas », y halla en su organización « un excelente medio de penetrar en la sociedad ».
Al hablar de los amigos de Jesús, Marta, María y Lázaro, el Papa Francisco recordaba la necesidad de la oración : « Marta aprendió que el trabajo de la hospitalidad, incluso siendo importante, no lo es todo, sino que escuchar al Señor, como hacía María, era la cuestión verdaderamente esencial, la parte mejor del tiempo… ¿ Tenemos el Evangelio en casa ? ¿ Lo abrimos alguna vez para leerlo juntos ? ¿ Lo meditamos rezando el Rosario ? El Evangelio leído y meditado en familia es como un pan bueno que nutre el corazón de todos. Por la mañana y por la tarde, y cuando nos sentemos a la mesa, aprendamos a decir juntos una oración, con mucha sencillez : es Jesús quien viene entre nosotros, como iba a la familia de Marta, María y Lázaro » (26 de agosto de 2015).
A principios de los años 1860, Luisa Teresa emprende la construcción, en el centro de Montluçon, de una hermosa capilla a fin de « recordar sin cesar el amor del Corazón de Jesús ». Tras ser bendecida el 31 de mayo de 1864, se convertirá en la capilla de la casa madre de la Asociación de las mujeres cristianas. Ese mismo año, se intentó unir esa obra a las Misioneras del Sagrado Corazón de Issoudun, pero la Asociación se separa de ellas en 1874, convirtiéndose en la Piadosa Unión de las Oblatas del Corazón de Jesús, siguiendo una regla propia aprobada por el obispo de Moulins. Son años fecundos, ya que las mujeres cristianas consagradas por voto al Corazón de Jesús son cada vez más numerosas. En diciembre de 1875, Luisa Teresa es nombrada secretaria general del Apostolado de la Oración. Su correspondencia —de la que se conservan cerca de 1.800 cartas— da testimonio de la calidad de sus relaciones. Su carácter lleno de humanidad, le da acceso, junto con su innato sentido práctico, a los detalles más pequeños de la vida material, de la organización de las casas o de la salud ; y con toda naturalidad, con tacto y discreción, se convierte en una guía espiritual que enseña a vivir bajo la luz de la fe. Jalonan su vida sólidas amistades, procedentes de sus intercambios : « Santa Teresa de Ávila —dice— amó mucho a sus amigos, y ello siempre me animó a amar profundamente a los míos ».
De dos maneras diferentes
En Montluçon, Luisa Teresa se rodea de un pequeño equipo. Esas primeras compañeras llevan en común una vida de oración y de acogida, pues se recibe a mucha gente. La capilla es un centro de retiros y de encuentros espirituales. De ese modo, pues, surge una primera comunidad, pero enseguida se funda una casa en Paray-le-Monial, y luego otras en París. A principios de los años 1880, se dibuja ya el futuro rostro del instituto, proponiéndose la Oblación a mujeres destinadas a servir a Dios y al prójimo de dos maneras diferentes. Unas, casadas o no, permanecen en su entorno de vida, armonizando sus obligaciones familiares y formas de apostolado muy variadas ; forman “Reuniones”, en el verdadero sentido del término re-unir, ya que se reúnen en grupo, regularmente, para rezar juntas y practicar la caridad fraterna ; son las oblatas seculares. Otras, según la intuición de Luisa Teresa, profesan votos religiosos, como los de pobreza, castidad y obediencia ; estas oblatas profesas viven en comunidad en casas, que constituyen otros tantos hogares de oración, destinados prioritariamente a atraer oblatas seglares. Cada una de las casas se encarga de una o varias obras.
El 17 de mayo de 1880, Luisa Teresa es elegida superiora general. Su papel consiste en asegurar « la unidad en el espíritu y las tendencias, la libertad en las obras y la acción, ya sea colectiva, ya sea individual ». El capítulo de las oblatas define la misión del instituto : « Unir fuertemente a las almas mediante el lazo de una verdadera devoción al Sagrado Corazón de Jesús, atrayéndolas a rezar, a reparar, a consagrarse en unión con Él y a encontrar, en la práctica de las obras cuyo objetivo sea su gloria, la manifestación de su amor ». Para la fundadora, la devoción al Corazón de Jesús es una vida de unión y de conformidad a quien es vida eterna que estaba con el Padre (1 Jn 1, 2). « Nuestro código de ley por excelencia —dice ella— es la Oración sacerdotal de Jesús », que figura en el capítulo 17 de san Juan : Padre, que sean uno como nosotros. El 4 de octubre de 1881, esa misión es reconocida oficialmente por el Papa León XIII. Las comunidades se multiplican : Lyon, Montélimar…
En los últimos años de su vida, Luisa Teresa conoce una mayor intimidad con Nuestro Señor, y se multiplica al servicio de los demás. Pegada a su butaca o a su lecho de enferma, se inflama con un ardor más comunicativo que nunca. « Soy —dice alegremente— como un joven y fogoso caballo al que atan por las cuatro patas y al que azotan vigorosamente para que camine… Cuando veo todo el trabajo que Nuestro Señor me regala, querría hacerlo todo, emprenderlo todo ». En Montluçon, las recién llegadas reemplazan a las obreras de la primera remesa. Luisa Teresa da prioridad a la formación de sus hijas, pues deberán transmitir lo que reciben, como en una familia. San Juan Pablo II recordaba a los padres : « Vuestro primer deber y vuestro mayor privilegio como padres es el de transmitir a vuestros hijos la fe que vosotros recibisteis de vuestros padres. El hogar debería ser la primera escuela de religión, así como la primera escuela de oración » (Irlanda, 1 de octubre de 1979).
Sin barrera
Luisa Teresa invita a « una comunicación íntima, habitual, llena de amor con Dios, a una respetuosa y filial familiaridad… Dios debe ser la respiración de nuestra alma, y sólo en Él debemos movernos y actuar… La verdadera contemplación consiste en tener la mente y el corazón unidos a Jesús, en hablar, actuar, pensar como Él. ¿ Qué vida hay más activa que la suya y, sin embargo, más contemplativa ? Siempre unido a su Padre : ese es nuestro modelo, nuestro único guía. Las almas ardientes y activas son las llamadas a realizar los mayores progresos en la vida contemplativa. Son ellas las que mejor cumplen los designios de Nuestro Señor. ¿ De qué sirve contemplar un modelo si no se tiene la energía para reproducirlo ? El alma activa saca consecuencias de su oración, activa las luces que ha recibido. Trabaja rezando, humillándose, entregándose, sacrificándose ella misma ; es la verdadera puesta en práctica de la vida de Jesús ». Si una de sus cercanas está algo “estresada” por las ocupaciones exteriores, ella la modera : « Está usted trabajando para Dios, no cabe duda, pero hay que trabajar en Dios ». La formación que da está totalmente orientada hacia la libertad del amor : « Entre Jesús y la oblata no hay barrera. Cada alma acude donde el Espíritu la lleva, y el Amor es su única guía ». Por eso pide el respeto de cada una de ellas, la atención a lo que es, a lo que Dios quiere de ella. Al insistir en esa humildad que es acogida de Dios, que le concede todo el sitio, ella anota : « El amor muere donde no hay humildad ».
Navidad es, cada año, un gran momento para Luisa Teresa. Al acercarse esa fiesta, en 1882, invita a la más joven de las oblatas a seguir « a ese Niño que nos llama a su nacimiento para conducirnos al Calvario donde su Corazón está siempre abierto ». E insiste con vigor : « ¿ Acaso podemos resistirnos a Él ? Ya que se muestra siempre Salvador, seámoslo con Él como sus más humildes discípulos ». Ahí está toda la vida de Luisa Teresa. Atraída por la persona de Jesús en el misterio de su Encarnación, se entregó a Él para que viviera en ella, para que continuara en ella su misión. Soportando pacientemente su enfermedad, lacerante y dolorosa, y que le deja poco respiro, se une cada vez más estrechamente a la Pasión del Salvador. « Señor, si queréis que siga sufriendo, no me quejaré » —le dice en 1881. También tendrá que atravesar una noche espiritual : « No veo nada, no siento nada. Pero tengo fe en vos, y ello me basta ». En las postreras horas de su vida, confía en su Salvador : « Cuento con la misericordia divina, pues le diré : he amado ». El 27 de junio de 1885, muere respondiendo simplemente al nombre de Jesús que alguien pronuncia junto a ella : « ¡ Mi todo ! ». El instituto conoce pronto una rápida expansión. Debemos a las oblatas seglares las primeras fundaciones en el extranjero : Portugal (1887), El Salvador y Polonia (1894), Nicaragua (1903). En la actualidad, el instituto está implantado también en Bélgica, en Sudamérica y en África.
« Pidamos a la beata Luisa Teresa de Montaignac de Chauvance que nos ayude a reconocer el amor del Corazón de Jesús y a recordarlo sin cesar a los hombres, como ella supo hacerlo durante su vida » (san Juan Pablo II).
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