24 de Enero de 2019

San Vicente Ferrer

Muy estimados Amigos:

Enero de 1367. Vicente tiene diecisiete años cuando llama a la puerta del convento de los Dominicos de Valencia (España) para consagrar su vida a Cristo. No necesita recomendación, pues su padre, Guillermo Ferrer, notario real de la ciudad, es bien conocido en el convento. Él y su esposa, Constanza Miquel, son generosos con los religiosos. Todos recuerdan en Valencia el milagro que Dios hizo para señalar el destino especial del niño, cuando todavía se encontraba en el seno materno. Mientras la madre pedía a una ciega, a la que socorría personalmente, que rezara para que el parto se desarrollase sin problemas, la pobre mujer inclinó la cabeza hacia el seno de su benefactora para bendecir de todo corazón al niño ; en el acto, recuperó la vista y exclamó : « ¡ Dichosa madre ! ¡ Lleváis un ángel que acaba de devolverme la claridad del día ! ». Así, el 23 de enero de 1350, vino al mundo un niño al que sus padres hicieron bautizar ese mismo día, bajo el patronazgo de san Vicente, diácono de Zaragoza, martirizado hacia el año 303 en Valencia.

San Vicente FerrerEn su misericordia, el Señor otorga a Vicente no solamente un alma contemplativa para adorarlo en las iglesias y ante el sagrario donde reside, sino que lo hace también vibrar de admiración ante el espectáculo de sus obras en la naturaleza, en especial ante la inmensidad del mar. Espontáneamente, el niño se erige en predicador de sus compañeros, si bien no todos están igualmente dispuestos a escucharlo, y algunos intentan dejarlo en ridículo. Un día, al verlo acercarse, uno de ellos cae de súbito en el suelo mientras sus cómplices se ponen a dar gritos para pedir auxilio. Vicente se precipita hacia él ; entonces, los tunantes le suplican que haga un milagro en favor del moribundo. Sorprendido por un instante, el interpelado los mira fijamente y con calma, y luego, todo serio, les dice : « Ha simulado estar muerto para divertiros, pero ha errado, pues ha muerto de verdad ». Los demás se parten de risa y se burlan de Vicente, a la vez que agitan al compañero para que se levante. Sin embargo, resulta en vano, ya que el muchacho está efectivamente muerto. Presionado por las súplicas sinceras de otros compañeros bienintencionados, Vicente obtiene de Dios la resurrección del imprudente joven.

Después de sus estudios, Vicente ingresa en el noviciado de los Dominicos de Valencia. A pesar de la seriedad de su vocación, los primeros años le resultan difíciles, pues el convento conoce cierto relajamiento. No obstante, el padre Tomás Carnicer, maestro de novicios, trabaja para recuperar una mayor observancia de la regla de los dominicos. Bajo su dirección, Vicente profesa los votos en 1368. Después prosigue brillantemente los estudios de teología, desplazándose de “studium” (convento de estudios) en “studium” : Gerona, Lérida, Mallorca, hasta el “studium” general de Barcelona, y finalmente a Toulouse (Francia), que constituye para su Orden la coronación de la vida intelectual. Es ordenado sacerdote en 1378 por el cardenal Pedro de Luna, que desempeñará un papel importante en su vida.

« Lo he oído predicar »

De regreso a su país natal en 1383, Vicente lleva una vida ascética mientras ejerce el cargo de canónigo doctoral (miembro del capítulo de la catedral encargado de enseñar teología y de predicar en ciertas ocasiones). En 1388, se le otorga el título de “Maestro en teología” (grado de doctor). Muy pronto, su diligencia y el éxito de sus sermones suscitan envidias, hasta el punto de que hombres malintencionados utilizan una estratagema para ensuciar la reputación moral del predicador : envían a casa de una mujer de mala vida a un hombre mayor y depravado, al que Vicente ha reprendido con frecuencia por sus desórdenes, y que pide a la mujer que mantenga en secreto el encuentro, ya que se llama Vicente Ferrer. Pero la desgraciada se da prisa en revelar todo en su entorno, por lo que el escándalo estalla en la ciudad. Al religioso le resulta imposible disculparse. Sin embargo, con motivo de una asamblea pública solemne, un hermano del dominico señala a Vicente y pregunta a la mujer si lo reconoce. « No, no es él quien me ha dicho llamarse Vicente Ferrer —responde ella formalmente. A este lo conozco, lo he oído predicar varias veces. El otro era de bastante más edad, casi un anciano ».

El padre Vicente aporta a sus contemporáneos un oportuno mensaje de penitencia, que el Señor confirma mediante el don de los milagros ; de hecho, los actos de la canonización de san Vicente Ferrer mencionarán más de ochocientos, entre los cuales se dan numerosas resurrecciones.

En efecto, « para que el homenaje de nuestra fe fuese conforme a la razón —enseña el Catecismo de la Iglesia Católica—, Dios ha querido que los auxilios interiores del Espíritu Santo vayan acompañados de las pruebas exteriores de su revelación. Los milagros de Cristo y de los santos… son signos certísimos de la Revelación divina, adaptados a la inteligencia de todos, motivos de credibilidad que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu » (CEC, núm. 156).

No obstante, la popularidad de Vicente no favorece la paz en el interior del convento, por lo que el superior, excedido por la situación, le prohíbe obrar milagros. El dominico se muestra dócil y lo acata religiosamente. Un día, sin embargo, mientras camina desde el convento a la catedral, ve caer a un obrero de un andamio e invoca a Dios espontáneamente, deteniendo su caída a varios metros del suelo ; luego, regresa al convento a pedir permiso para salvar al desgraciado. Conmovido por ello, el superior se lo permite y retira la prohibición.

Dos obediencias

En aquel final del siglo xiv, la Iglesia vive una gravísima crisis. En 1378, el Papa Urbano VI es elegido en Roma, pero su política y comportamiento lo hacen odioso ante la mayor parte de los cardenales. Algunos de ellos, guiados por Pedro de Luna, defienden la invalidez de la elección, aludiendo a los disturbios que se habían producido durante el cónclave. Así pues, eligen para gobernarlos a otro papa, que toma el nombre de Clemente VII y que se instala en Aviñón. De ese modo empieza el Gran Cisma de Occidente que durará treintainueve años. La Iglesia se divide en dos : la obediencia romana, que reúne principalmente a los Estados Italianos, al Imperio Romano Germánico y a Inglaterra, frente a la obediencia aviñonesa, que agrupa a Francia, Castilla, Aragón y Escocia. Las investigaciones de los historiadores han permitido establecer, mucho más tarde y con certeza, que Urbano VI era el Papa legítimo. Junto a todos los de su país natal, el padre Vicente rechaza de buena fe la legitimidad de Urbano VI, confiando en el juicio de los cardenales de la oposición, y en Pedro de Luna en particular. El predicador valenciano sabe, sin embargo, que no puede haber simultáneamente dos Papas, porque solamente hay una única Iglesia fundada por Jesucristo. Considera que es necesario averiguar quién es el Papa legítimo y obedecerle, porque hay un solo Cuerpo y una sola fe (Ef 4, 4-5).

El 19 de junio de 2013, el Papa Francisco recordaba que « ser parte de la Iglesia quiere decir estar unidos a Cristo y recibir de Él la vida divina que nos hace vivir como cristianos, quiere decir permanecer unidos al Papa y a los obispos que son instrumentos de unidad y de comunión… ¿ Pero cómo tendremos la unidad entre los cristianos si no somos capaces de tenerla entre nosotros, católicos ; de tenerla en la familia ? ¡ Cuántas familias se pelean y se dividen ! Buscad la unidad, la unidad que hace la Iglesia. La unidad viene de Jesucristo. Él nos envía el Espíritu Santo para hacer la unidad ».

En 1394, tras la muerte del antipapa Clemente VII, Pedro de Luna es elegido para sucederle, con la condición de poner fin al cisma por todos los medios, incluida su propia dimisión si llegara el caso. Toma el nombre de Benedicto XIII y manda llamar junto a él, a Aviñón, a Vicente Ferrer. No contento con hacerlo su confesor, lo nombra gran penitenciario y Maestro del Santo Palacio. Aunque se ha convertido en uno de los hombres más importantes de la curia, el dominico rehúsa la púrpura cardenalicia, a pesar de la voluntad expresa del antipapa. Sin embargo, pronto desaprueba la política belicosa de Benedicto XIII y se retira del palacio pontificio al convento de los hermanos predicadores. Mantiene, sin embargo, su apoyo al Papa de Aviñón, todo el tiempo en que sigue convencido de su legitimidad.

La inminencia del Juicio

Con el corazón desgarrado por el cisma en la Iglesia, Vicente Ferrer ofrece continuamente, para que Dios ponga fin a ello, sus plegarias, ayunos y penitencias, mientras cumple fielmente con su misión de predicador. Consumido por la congoja, termina cayendo gravemente enfermo. El 3 de octubre de 1398, tercer día de su enfermedad, Nuestro Señor se le aparece, acompañado de san Francisco y de santo Domingo, y le confía la misión de predicar por el mundo, a imitación de aquellos dos grandes fundadores, dejándole entender que « esperaría misericordiosamente los resultados de esa predicación antes de la venida del anticristo » (carta de san Vicente a Benedicto XIII). Tocándolo con la mano, Jesús cura a Vicente milagrosamente, confirmando de ese modo la realidad de la visión. El dominico deduce —y siempre estará persuadido de ello, como otros grandes santos lo creyeron en su época, por ejemplo san Gregorio Magno (540-604)— que el Juicio final es inminente, y por ello lo anunciará con frecuencia al pueblo. El 22 de noviembre de 1399, habiendo obtenido permiso de Benedicto XIII, abandona Aviñón para realizar una peregrinación a través de Europa que durará hasta el final de sus días : recorrerá Francia, Italia, España y Suiza, con objeto de preparar a los pueblos ante el Juicio de Dios.

« Antes del advenimiento de Cristo —recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica—, la Iglesia deberá pasar por una prueba final que sacudirá la fe de numerosos creyentes. La persecución que acompaña a su peregrinación sobre la tierra desvelará el “misterio de iniquidad” bajo la forma de una impostura religiosa que proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad. La impostura religiosa suprema es la del Anticristo, es decir, la de un seudo-mesianismo en que el hombre se glorifica a sí mismo colocándose en el lugar de Dios y de su Mesías venido en la carne » (CEC, núm. 675).

Muchas personas convertidas por los sermones del padre Vicente siguen sus pasos de ciudad en ciudad. Esos peregrinos visten una especie de uniforme, un hábito negro y blanco, y entre ellos reina una gran caridad fraterna. El espectáculo que ofrecen sus procesiones y su modo de vida ejemplar completan poderosamente los sermones del misionero. En 1405, llega a Génova. Por entonces, la república ligur se halla devastada por la peste. Vicente Ferrer organiza el cuidado de los enfermos, pero también procesiones del Santísimo por las calles. En esa ciudad cosmopolita, donde no se puede prescindir del servicio de los intérpretes, sus oyentes constatan por primera vez un hecho singular : todos entienden al mismo tiempo en su lengua el sermón del orador, quien, sin embargo, en cualquier lugar donde se halle, únicamente se expresa en su valenciano natal, o en latín.

Seguir verdaderamente a Jesús

Los sermones del dominico tratan principalmente de la reconciliación de las almas con Dios en el sacramento de la Penitencia. De hecho, la observancia de la ley de Dios (los diez mandamientos) deja mucho que desear ; Vicente Ferrer sabe muy bien que « Seguir a Jesús implica cumplir los Mandamientos. La Ley no es abolida. Por el contrario, el hombre es invitado a encontrarla en la persona del divino Maestro, que la realiza perfectamente en sí mismo, revela su pleno significado y atestigua su perennidad » (Compendio del CEC, núm. 434). « Las “diez palabras” indican las condiciones de una vida liberada de la esclavitud del pecado. El Decálogo es un camino de vida » (CEC, núm. 2057). Si quieres entrar en la vida, guarda los mandamientos —responde Jesús al joven rico (Mt 19, 17). San Juan añade : Pues en esto consiste el amor a Dios : en que guardemos sus mandamientos. Y sus mandamientos no son pesados (1 Jn 5, 3). Jesús, en efecto, está con nosotros todos los días, y dijo : Venid a mí todos los que estás fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso… Porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11, 28-30). Además, el Catecismo afirma : « Dios hace posible por su gracia lo que manda » (CEC, núm. 2082).

Todos necesitamos que nos recuerden la perspectiva del Juicio universal : « El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía el tiempo favorable, el tiempo de salvación (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la bienaventurada esperanza (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído (2 Ts 1, 10) » (CEC, núm. 1041). « Siguiendo a los profetas y a Juan Bautista, Jesús anunció en su predicación el Juicio del último Día. Entonces, se pondrán a la luz la conducta de cada uno y el secreto de los corazones. Entonces será condenada la incredulidad culpable que ha tenido en nada la gracia ofrecida por Dios. La actitud con respecto al prójimo revelará la acogida o el rechazo de la gracia y del amor divino. Jesús dirá en el último día : Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40) » (CEC, núm. 678).

El lenguaje de Vicente Ferrer es sencillo y familiar, repleto de imágenes concretas ; sus oyentes no se sienten en absoluto aterrorizados por la severidad de sus palabras, sino que se convierten, conmovidos por la bondad y la dulzura del predicador, que recomendaba lo siguiente : « Hablad de tal suerte que vuestras palabras parezcan salir no de una boca orgullosa y hostil, sino más bien de las entrañas de la caridad y de una compasión paterna. Sed como un padre que se apiada de sus hijos culpables… Tened el corazón de una madre que acaricia a sus hijos ». En España, donde llega en 1409, trabaja además con ardor por la conversión de los judíos a la fe católica, totalmente convencido de que Nuestro Señor Jesucristo es el verdadero cumplimiento del Antiguo Testamento. Para el predicador, los judíos deben acudir ellos mismos al Bautismo, y siente horror de las violencias que sufren. La política favorable de los reyes de Castilla y de Aragón hacia los miembros de ese pueblo había suscitado la envidia de la aristocracia española, hasta el punto de provocar pogromos (tumultos populares antijudíos) en Valencia en 1391. El padre Vicente declara sin ambages a los responsables, en Cataluña, que « los tumultos que hacen contra los judíos, los hacen contra el mismo Dios ». En cuanto a él se refiere, aprovecha su conocimiento del hebreo y del Talmud para entablar, lleno de su bondad habitual y libre de cualquier pasión polémica, controversias con los rabinos.

Un alma sosegada

En Murcia, al sur de España, el infatigable predicador debe reposar, en 1411, su afónica voz : « Dios lo ha querido —comenta—, para que mis numerosos sermones no me inspiren ninguna vanagloria, y para que no olvide de ese modo que Él podría quitarme la voz para siempre ». Y se felicita por tener que prolongar su estancia en la ciudad « para ofrecer la ocasión de convertirse a muchas más almas ». Porque, a veces, « el mismo Dios —había explicado a almas fervorosas— pondrá un obstáculo a vuestros esfuerzos por su gloria enviándoos una enfermedad o haciendo que surja otro acontecimiento. No os entristezcáis. Recibidlo todo con alma sosegada y confiad en Aquel que sabe mejor que vosotros lo que os es útil, y que trabaja continuamente para elevaros hacia Él, quizás sin que os enteréis, con tal de que os abandonéis a Él sin reservas ».

No obstante, el cisma que divide a la Iglesia sigue desgarrando el corazón del dominico. En 1407, había ya organizado en Savona un encuentro entre Benedicto XIII, papa de Aviñón, y Gregorio XII, Papa de Roma. Pero ello no tuvo ninguna continuidad a causa de la obstinación de Pedro de Luna ; a partir de entonces, Vicente Ferrer concibió dudas sobre su legitimidad. En 1409, además, había desaprobado el concilio de Pisa, que proclamaba los concilios generales superiores al Papa y que había elegido a un nuevo antipapa, Alejandro V, estableciendo en tres el número de personas que se pretendían papas. Mientras se reúne en 1414 el concilio de Constanza para intentar resolver el cisma, Vicente Ferrer aporta su apoyo a los esfuerzos del emperador Segismundo y del rey de Aragón con el fin de obligar a Pedro de Luna a que renuncie. Sin embargo, ante la obstinación de Benedicto XIII, el dominico acaba reconociendo formalmente su ilegitimidad, de tal modo que, en 1416, proclama él mismo públicamente su declive. El concilio de Constanza desemboca finalmente, el 7 de noviembre de 1417, en la elección de Martín V para la Sede de Pedro, después de la dimisión o la deposición de los tres competidores, poniendo fin de esa manera al Gran Cisma.

Trabajar por la paz

En adelante, Vicente Ferrer nunca abandonará Francia ; sus sermones lo llevan desde las regiones de Languedoc, Auvernia y Borbonés hasta Lyon, Nevers, Bourges, Angers, Nantes y Vannes. Por entonces, el país se halla devastado por la guerra de los Cien Años. El predicador trabaja para devolver la paz, no solamente mediante sus sermones dirigidos al pueblo, sino también reuniéndose con los poderosos, especialmente los duques de Borgoña y de Bretaña, así como con el rey de Inglaterra. Sin embargo, su salud comienza a resentirse seriamente, de tal modo que sus compañeros valencianos le suplican que regrese a su país natal para terminar sus días. Tras dejarse convencer, se embarca hacia la península ibérica, pero los vientos en contra reconducen el barco hasta Vannes, donde el ilustre predicador termina su periplo en la tierra, menos de diez días después, el 5 de abril de 1419. El obispo manda inhumarlo en el coro de su catedral, pero los dominicos de Valencia reclaman enseguida los restos de su compañero. No obstante, por decisión del Papa Nicolás V, su cuerpo permanecerá en Vannes. Serán numerosos los milagros que se producirán en su tumba, y Vicente Ferrer será canonizado por el Papa Calixto III el 29 de junio de 1455.

En el Evangelio de san Juan —resalta el Papa Francisco— « se afirma explícitamente que Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por Él. El que cree en Él no será juzgado ; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios (Jn 3, 17-18). Entonces, esto significa que el juicio final ya está en acción, comienza ahora en el curso de nuestra existencia. Tal juicio se pronuncia en cada instante de la vida, como confirmación de nuestra acogida con fe de la salvación presente y operante en Cristo, o bien de nuestra incredulidad, con la consiguiente cerrazón en nosotros mismos. Pero si nos cerramos al amor de Jesús, somos nosotros mismos quienes nos condenamos. La salvación es abrirse a Jesús, y Él nos salva… Pero para ello debemos abrirnos al amor de Jesús, que es más fuerte que todas las demás cosas. El amor de Jesús es grande, el amor de Jesús es misericordioso, el amor de Jesús perdona. Pero tú debes abrirte, y abrirse significa arrepentirse, acusarse de las cosas que no son buenas y que hemos hecho » (Catequesis del 11 de diciembre de 2013).

Al elevar la mirada de una generación entera hacia la perspectiva del Juicio divino, san Vicente Ferrer, ayudado para esa urgente misión mediante dones excepcionales, atrajo hacia sus contemporáneos y hacia el universo entero la misericordia divina. La predicación de Jonás había salvado Nínive, y la de Vicente Ferrer, en cierto modo, salvó a la cristiandad. Haciéndose eco de ello, san Juan Pablo II subrayaba, al alba de su pontificado, las siguientes palabras de san Juan : Hijos míos, es la última hora (1 Jn 2, 18), y recordaba que « En la historia del hombre actúa no sólo Cristo, sino también el anticristo (cf. 2 Ts 2, 7). Sin embargo es necesario, sí, es cada vez más necesario que el hombre, cada uno de los hombres, que de algún modo se siente responsable de esta amenaza sobrehumana que pesa sobre la humanidad, se sitúe ante el juicio de la propia conciencia ; se coloque ante el juicio de Dios… En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres ; la luz luce en las tinieblas, pero las tinieblas no la abrazaron (Jn 1, 4-5) » (Homilía del 31 de diciembre de 1979).

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