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22 de julio de 2005 Santa María Magdalena |
Miguel Rua nace en Turín el 9 de junio de 1837. Es el más pequeño de nueve hermanos. Su padre, Juan Bautista Rua, supervisor en la fábrica de armas de Turín, fallece el 2 de agosto de 1845. La viuda seguirá alojándose en el interior de la fábrica. Un domingo de otoño de 1845, Miguel traspasa el umbral de la puerta del famoso patronato de don Bosco. Éste se le acerca, le pone durante unos segundos la mano sobre la cabeza y le mira fijamente de manera extraña. Miguel queda prendado enseguida de la bondad del joven sacerdote, quien le acoge providencialmente en el patronato dos meses después de la muerte de su padre. No es un patronato corriente: como ningún propietario soporta a aquellos ruidosos chicos, se desplaza errante de un sitio a otro. Don Bosco es el blanco de numerosas críticas. Un día, el capellán de la fábrica de armas le dice a Miguel: «¿Cómo? ¿No te has enterado de que don Bosco está gravemente enfermo? No es posible; me crucé con él anteayer. Pues sí, como te lo digo; está aquejado de una enfermedad difícil de curar: ¡está mal de la cabeza!». Algún tiempo después, el director de la fábrica se lo exagera: «¡Pobre don Bosco! ¿No sabías que se le va la cabeza?». Cincuenta años después, don Miguel Rua confesará: «Si se hubieran referido a mi padre, no me habría sentido tan mal».
El 13 de abril de 1846, el patronato se instala definitivamente en Valdocco, en el extrarradio de Turín. Ante el desarrollo de su obra, don Bosco pone en marcha un método al que ya no renunciará: hacer surgir de la pandilla unos jefes capaces de instruirla y de mandarla. Un día de 1850, le pregunta a Miguel: «¿Qué piensas hacer el año que viene? Entrar en la fábrica para ayudar a mi madre, que tanto se ha sacrificado por nosotros. ¿Qué dirías si te propusieran proseguir tus estudios para ser sacerdote? Pues diría que sí, enseguida. Pero mi madre« ¿quién sabe? Intenta hablarle de ello; ya me dirás lo que opina». La respuesta de aquella madre cristiana es clara: «Si llegaras a ser sacerdote, sería la mayor alegría de mi vida« Dile a don Bosco que te dejo por este año, como prueba». El niño corre en busca del sacerdote para anunciarle la buena noticia. Don Bosco pone la mano en el hombro de Miguel; una inmensa esperanza brilla en su mirada, y en los ojos del niño puede leerse una alegría indecible.
Entrega total a los jeroglíficos
El 24 de septiembre de 1853, don Bosco acoge a Miguel en su casa y, el 3 de octubre, le entrega la sotana, a la vez que a otro discípulo, llamado Roccheti. Varios compañeros acuden pronto a unirse a los dos primeros. El 26 de enero de 1854, don Bosco los reúne en su cuarto y les propone una especie de noviciado, tras el cual podrán comprometerse mediante votos. Ese mismo día adoptan el nombre de Salesianos, en recuerdo de san Francisco de Sales, que tenía la gracia de convertir a las almas mediante la bondad y la persuasión. Esos primeros salesianos están al servicio de los jóvenes: jornadas agotadoras de patronato, cursos nocturnos, clases, vigilancias, ensayos de teatro, de gimnasia o de música, recreos accidentados, estudios solitarios, frecuentación de los sacramentos« Ante su mirada se encuentra el ejemplo iluminado de don Bosco: «Me resultaba más provechoso afirmará más tarde Miguel Rua observar a don Bosco, incluso en sus actos más sencillos, que leer y meditar un tratado de ascética».
Un año más tarde, Miguel pronuncia en privado sus primeros votos anuales. Sus actividades se multiplican: es nombrado profesor de aritmética, consejero de estudios, vigilante del refectorio, del patio y de la capilla. El hecho de mezclarse constantemente en las conversaciones de los chicos hace que preste atención a cada uno, deseoso como está de ayudar, de animar, de sacar a flote a esos jóvenes errantes en período de formación. También enseña religión y, por la noche, después de la cena, don Bosco le dicta una Historia de Italia destinada a sustituir en las clases ciertos manuales tendenciosos. El trabajo que concluye cada día no le impide seguir, de 1853 a 1860, estudios de filosofía y, después, de teología en el Seminario Mayor. Sus redacciones de clase son precisas y claras. En 1858, don Rua acompaña a don Bosco a Roma para presentar al Papa Pío IX las Reglas de los Salesianos. El 18 de diciembre de 1859, queda fundada oficialmente la Congregación Salesiana. Su fundador es reconocido como Superior General y don Miguel Rua es nombrado director espiritual de la Sociedad.
Contagio de santidad
Esos resultados se han conseguido gracias a la frecuentación de los sacramentos. Para don Bosco, la confesión semanal, realizada con el firme propósito de no volver a pecar, prepara la buena comunión: «El punto culminante, si se quiere conseguir la moralidad, es, sin duda alguna, la frecuente confesión y la frecuente comunión bien hechas». Y afirma además: «La comunión frecuente es la columna maestra que sostiene el mundo moral y material, a fin de que no se hunda en la ruina. Creedme y no exagero, la comunión frecuente es una columna sobre la cual reposa uno de los polos del mundo; el otro polo reposa sobre la devoción a la Virgen». Don Rua da testimonio de lo siguiente: «Nuestro santo fundador jamás perdía la ocasión de recomendar la frecuente comunión; era la base de su sistema educativo. Quienes no lo han entendido se ven obligados, en definitiva, a adoptar una rigurosa coerción».
La multiplicación del número de salesianos permite que don Bosco funde un Seminario Menor en Mirabello. El 20 de octubre de 1863, don Rua es nombrado su director. Entre los preciosos consejos que le da don Bosco, destaca la preocupación por evitarle al joven director de veintiséis años el escollo del activismo y de la falta de atención a los sufrimientos físicos y morales de quienes estarán a su cargo. La crónica de los Salesianos relatará lo que sigue: «Don Rua se comporta en Mirabello como don Bosco aquí. Se le ve continuamente rodeado de alumnos, conquistados por su amabilidad o por el deseo de oírle hablar acerca de mil temas interesantes. A comienzos de año, ha recomendado a su personal que no se muestre exigente en exceso, que no regañe a los alumnos a cada paso, que sepa cerrar los ojos a menudo. Después de la comida de mediodía, se le ve siempre mezclado con los jóvenes, jugando o cantando con ellos».
Que sepan que se les ama
Sin embargo, por muy sacrificado que sea el grupo de educadores salesianos, no es perfecto. Aunque se comete más de un error, los éxitos de la nueva fundación no se hacen esperar. Muy pronto, el Seminario Mayor de la diócesis rebosa de vocaciones procedentes del Seminario Menor. Don Rua es consciente de ello, asaltándole una violenta tentación de amor propio, que, por más que la aparte, regresa sin cesar e impetuosamente. Finalmente, le abre su corazón al maestro, quien le escribe: «Para curar ese mal de orgullo, te recomiendo la medicina de san Bernardo. Repite a menudo las famosas preguntas «¿De dónde vienes?, ¿Cuál es tu misión aquí en la tierra? ¿Dónde debes llegar?». Ese recuerdo bien meditado de las verdades esenciales, ayer como hoy, producirá santos».
En 1865, don Rua se ve en la necesidad de dejar la fundación para reunirse en Turín con don Bosco, que se halla enfermo y abrumado de trabajo. La enorme casa de Valdocco, patronato al cual se ha agregado un internado, cuenta con cerca de setecientos alumnos, y su espíritu se ha ablandado. Con notoria habilidad, don Rua consigue anular poco a poco las malas costumbres y restaurar una adecuada disciplina en el centro. Pero, en el mes de julio de 1868, la incesante actividad de don Rua acaba con sus fuerzas: una peritonitis fulminante le obliga a permanecer en cama. Los médicos no le dan más que unos días de vida. Al ver en una mesa los Santos Óleos para la administración de la Extremaunción, don Bosco afirma: «Escúchame bien, don Rua, aunque te tiraran tal cual por la ventana, te aseguro que no te morirías». De hecho, a los pocos días, a pesar de los pronósticos de la ciencia, el enfermo se encuentra fuera de peligro.
Aliviar a don Bosco
Poco a poco, sin embargo, el celo de don Rua por la observancia y la disciplina acaban enajenándole los corazones de los chicos. Es más temido que amado y, en la casa, se propaga un axioma: «Más vale un «no» de don Bosco que un «sí» de don Rua». Don Bosco le retira entonces la responsabilidad de consejero de disciplina, quedándose en exclusiva junto a él para velar por los intereses generales de la Congregación y para acompañarlo en sus viajes por Europa. En adelante, todo lo comparten, incluso el carisma de hacer milagros. Un día, en efecto, una madre de familia afligida le lleva a don Bosco a su hijo, desahuciado por los médicos y al que parecen quedarle sólo unos pocos días de vida. El santo, desbordado, le pide a don Rua que le dé él mismo al pequeño la bendición de María Auxiliadora. Al instante, el niño queda curado.
No obstante, por muy íntimos que sean ambos sacerdotes, cada uno conserva su propia personalidad. En la gestión de los asuntos, se enfrentan a veces con discusiones acaloradas; mientras don Bosco se muestra concentrado en la tarea del día, extremadamente audaz, don Rua es previsor y calculador, reduciendo al máximo posible el margen de lo imprevisto.
En 1884, el estado de salud de don Bosco es inquietante. El Papa León XIII le insta discretamente a que tenga prevista su sucesión. El 24 de septiembre de 1885, el fundador nombra a don Rua para sustituirlo. El que hasta ayer era hombre de disciplina y de severidad exterior proverbial, es hoy un nuevo Superior que se muestra más acogedor, con inflexiones de voz más suaves, con una amable sonrisa que le ilumina el rostro. El 31 de enero de 1888, don Bosco entrega su alma a Dios. Don Rua escribe: «Nuestra alma sólo puede consolarse con la idea de que Dios, infinitamente bueno, no hace nada que no sea justo y sensato». En la noche de aquel día, cuando todo el mundo se ha retirado de la pequeña iglesia donde se ha expuesto al difunto sentado en un sillón, don Rua permanece dos horas en oración ante él. Cuando se incorpora, su alma está llena de una fuerza nueva para asumir la dura tarea que le espera. Poco tiempo después, al ser recibido en audiencia por León XIII, le dice: «Parece que siga oyendo a don Bosco cuando nos decía unas horas antes de morir: «El Papa, el Papa, los Salesianos están a favor de la defensa de la autoridad del Papa, en todas partes y por siempre»». En la entrevista, el Santo Padre aconseja a don Rua que interrumpa la extensión de la Congregación para afianzar lo que ya existe. Durante dos años, la pausa impuesta permite la consolidación esperada y la amortización de las deudas más urgentes. Pero a partir de 1889, las fundaciones se reanudan y se multiplican por todo el mundo.
La finalidad de los patronatos
Su celo por la juventud le mueve a audacias inverosímiles en él. Para financiar sus obras, recuerda a las personas que nadan en la abundancia el deber que tienen de ayudar a los más desfavorecidos y el beneficio espiritual y temporal de la limosna. Entre 1889 y 1909, en la primavera de cada año, emprende un viaje de alrededor de tres meses, durante el cual recorre más de 100.000 km para visitar cada una de sus comunidades. Pero esos viajes le resultan penosos, ya que no puede acostumbrarse a las travesías marítimas, no soporta fácilmente las noches en ferrocarril y se adapta con dificultad a la alimentación y a las costumbres de los diferentes países. Con la edad, los achaques aumentan: las piernas se le hinchan a causa de las varices o están llenas de llagas, y tiene los párpados siempre inflamados y lacrimosos.
Son años marcados por grandes sufrimientos. En 1895, un sacerdote salesiano es asesinado por un alumno medio loco. Cinco meses después, Monseñor Lasagna, una de las grandes esperanzas de la Sociedad Salesiana, su secretario y cuatro religiosas de María Auxiliadora, son víctimas de un accidente ferroviario. Cuatro años más tarde, una inundación destruye, en Argentina, las realizaciones materiales de diez años de labor misionera. En Francia, con motivo de la denominada ley de Asociaciones (de 2 de junio de 1901), el gobierno exige el cierre y la venta de los centros salesianos. En 1907, se monta en un colegio un gran escándalo contra las buenas costumbres, levantando una violenta tormenta contra los Salesianos en toda Italia. Jamás don Rua estuvo tan triste como en aquellos días. A ciertas horas, se le puede ver con la cabeza entre las manos, hundido durante mucho tiempo en sus reflexiones y su plegaria. No pudiendo soportarlo, hace la promesa de realizar una peregrinación a Tierra Santa si el honor de su familia religiosa le es restituido por completo. Al serle concedido, cumple su promesa en 1908.
El corazón sensible de don Rua, que en una ocasión suplicaba «No me anunciéis malas noticias por la tarde, porque entonces no puedo dormir en toda la noche», conoce también, durante esos años, enormes alegrías. Su familia religiosa se multiplica prodigiosamente: si bien había recibido de don Bosco 700 religiosos a quienes dirigir en 64 casas diseminadas en 6 países, él dejará 4.000 a su sucesor, en 341 casas repartidas por 30 naciones. Además, tres de sus hijos son nombrados obispos por el Papa, dos de ellos para las misiones. El 24 de julio de 1907, don Bosco es declarado venerable; es la primera etapa oficial hacia la canonización. Una de las últimas grandes alegrías de don Rua es, a finales del año 1908, la terminación de la iglesia dedicada a santa María Liberadora, en Roma, que el Papa le había pedido que edificara. El pueblo, desorientado por el anticlericalismo entonces en el poder, es reafirmado en la fe y se apresura a acudir al nuevo santuario.
«Salvar el alma lo es todo, ¡lo es todo!»
Don Rua, beatificado por el Papa Pablo VI el 29 de octubre de 1972, es uno de los hermosos frutos de santidad suscitados por don Bosco. «En la Iglesia y en el mundo, la visión educadora integral que vemos encarnada en Juan Bosco es una pedagogía realista de la santidad escribe el Papa Juan Pablo II. Es urgente encontrar la noción real de la santidad como componente de la vida de todo creyente». El secreto de don Bosco, el maestro de la espiritualidad de la juventud, «consistió en no defraudar las profundas aspiraciones de los jóvenes (necesidad de vida, de amor, de expansión, de alegría, de libertad y de futuro), pero también en conducirlos poco a poco y de forma realista a realizar la experiencia de que solamente en la «vida de gracia», es decir, en la amistad de Cristo se realizan plenamente los ideales más auténticos» (31 de enero de 1988).
Pidamos al beato don Rua que nos enseñe a vivir en la amistad de Cristo a través de los actos más comunes de nuestra vida cotidiana.