5 de Marzo de 2014
Sor María del Sagrado Corazón Bernaud
Muy estimados Amigos:
Con motivo de su viaje a Francia, en 1986, el beato Juan Pablo II se dirigió en peregrinación a Paray-le-Monial, donde entregó a la Compañía de Jesús un mensaje en el cual escribía lo siguiente: «Junto al Corazón de Cristo, el corazón del hombre aprende a conocer el verdadero y único significado de su vida y destino, a comprender el valor de una vida auténticamente cristiana, a protegerse de ciertas perversiones del corazón humano, a unir el amor filial hacia Dios al amor al prójimo. De ese modo –y es esta la verdadera reparación que exige el Corazón del Salvador–, sobre las ruinas acumuladas por el odio y la violencia, podrá edificarse la civilización del amor, tan deseada, el Reino del Corazón de Cristo» (5 de octubre de 1986). Estas frases nos permiten entender mejor la importancia de la Guardia de honor del Sagrado Corazón, que es fruto de una inspiración que recibió una religiosa de la Visitación de Bourg-en-Bressse (Francia), sor María del Sagrado Corazón Bernaud, el 13 de marzo de 1863, cuyo objetivo era hacer compañía al Corazón de Cristo, honrarlo y consolarlo.
Anne-Marie Constance Bernaud ve la luz en el seno de una familia de comerciantes el 28 de octubre de 1825, en Besançon. Dicha familia, profundamente cristiana, estará compuesta por ocho hijos. Bautizada el día de Todos los Santos, más tarde ella misma dirá «que le era muy necesaria la ayuda de toda la corte celestial». Desde pequeña, Constanza es consagrada numerosas veces al Sagrado Corazón de Jesús por una tía que profesa un amoroso culto a ese Corazón, devoción todavía poco extendida en la época. Hacia la edad de cuatro años, una enfermedad de los ojos, que la hará sufrir durante varios años, la aleja de los juegos de sus hermanos y hermanas, pero la lleva a desarrollar una verdadera vida interior. Está como perdida en sus pensamientos y oraciones, le gusta la soledad y entonar cánticos. Pero no por ello Constanza deja de ser traviesa y jovial, cualidades que conservará toda la vida. Dotada de gran sensibilidad, la pequeña no duda en ofrecer sus meriendas a los pobres con los que se cruza, y vierte abundantes lágrimas cuando le cuentan alguna desgracia. A los cinco años, al enterarse de la muerte de una de sus tías, religiosa de la Caridad de Besançon, exclama: «¡Yo también seré religiosa!».
¡Arrodillémonos!
Cuando se está preparando para la primera Comunión, Constanza manifiesta ya un serio conocimiento de las realidades de la fe. Su hermano Eduardo y ella se disponen muy concienzudamente a recibir el sacramento de la Penitencia, deseando, por encima de todo, no omitir nada de los pecados que deben confesar, ni tampoco su número. El 20 de abril de 1836, en la iglesia de Nuestra Señora, ambos reciben con fervor el Cuerpo de Cristo. Esa misma noche, Constanza dice a Eduardo: «¡Arrodillémonos para pedir a Dios la gracia de no hacer nunca malas comuniones!».
Constanza estudia en un internado de Besançon, donde obtiene brillantes resultados. Ya adolescente, culmina sus estudios en el convento de las Damas de San Mauro de Langres, donde recibe la Confirmación el 19 de mayo de 1839. A espaldas de todos, la joven profundiza en la oración y se dedica a la plegaria continua; todas las mañanas, recorre el Vía crucis y, durante la jornada, reza en un decenario numerosas Avemarías. Una pequeña obra, el “Mes del Sagrado Corazón”, la inicia a la devoción hacia el Corazón de Jesús. «Nunca se podrá saber todo el bien que me hizo ese librito –dirá–; volvía a reanudar los ejercicios del mes en cuanto los había terminado». Su mayor gozo es ofrecer pequeños sacrificios a Jesús sin que nadie se dé cuenta. Después de la Comunión de cada domingo, dedica tres días a dar gracias y los tres siguientes a prepararse para recibir de nuevo a Jesús en la Eucaristía. No obstante, tras su regreso a Besançon en septiembre de 1840, participa en veladas mundanas a las que anima con su hermosa voz y su alegría, gustando del placer de mostrarse y de ser vista en las recepciones. Sin embargo, el deseo de la vida consagrada permanece confusamente en su alma; por eso, cuando la llamada del Señor se manifiesta de nuevo, se confiesa de sus devaneos y confía a un sacerdote su deseo de entrar en religión. Ante su juventud, el sacerdote duda y difiere su permiso de dejar que se haga religiosa tan pronto.
El 14 de octubre de 1841, poco antes de cumplir dieciséis años, sus padres casan a Constanza con un negociante de veintiocho años de apellido Thieulin. Por respeto a ellos, acepta la unión que han arreglado. Pero su marido, celoso de la rica personalidad de su joven esposa, no la hace feliz. Ella se refugia en el silencio y en la oración. A fuerza de perseverancia y de buen ejemplo, consigue que él se convierta, reanudando una práctica religiosa regular. Sin embargo, el 26 de julio de 1846, incluso antes de que Constanza cumpla los veintiún años, él muere, dejándola viuda y sin hijos. Uno de sus hermanos que reside en París, la llama para que viva en su casa. Nuevamente se deja embriagar por los éxitos mundanos, pero permanece fiel a la práctica religiosa. En febrero de 1848 acontecen las sangrientas jornadas revolucionarias que acarrean la caída de la Monarquía de Julio y el advenimiento de la IIa República. Al encontrarse en la calle en el momento en que estalla un tiroteo, escapa por poco al enfrentamiento mortal que le sucede. Llena de turbación, regresa entonces a Besançon.
Visitandina
Conocedora como es de las aspiraciones de Constanza por la vida religiosa, la señora Morel, prima suya, la invita a Belley y la pone en contacto con la madre Marie-Aimée Morel, superiora de la Visitación de Bourg-en-Bresse, quien le propone seguir el retiro preparatorio de la festividad del Sagrado Corazón (15 de junio de 1849). Constanza responde favorablemente como si se manifestara, finalmente, la llamada del Señor. Sin embargo, al salir del retiro se muestra dudosa: quizás haría mejor en ingresar en las Damas de San Mauro, a las que conoce desde la adolescencia. Confía sus dudas a monseñor Devie, obispo de Belley, amigo del santo Cura de Ars, quien le aconseja ingresar en la Visitación. Nada más es admitida en el convento, el 28 de julio de 1849, Constanza es presa de dolorosos combates interiores que supera refugiándose en la confianza en Dios. El 25 de noviembre siguiente, toma el hábito religioso y el nombre de sor María del Sagrado Corazón. El primer viernes de abril de 1851, formaliza su profesión religiosa. Al respecto, escribirá: «Sentía intensamente que mi Esposo quería que ese día fuese una víctima de amor (es decir, entregada por completo a su Amor) para resarcir su divino Corazón».
A pesar de su delicada salud, sor María del Sagrado Corazón lleva durante unos doce años una vida sencilla de visitandina, cumpliendo con su natural alegría las labores que se le encomiendan. Su inteligencia despierta y dotes musicales hacen que sea designada para enseñar en el internado adjunto al monasterio. Sus alumnas, impresionadas por su ingenio sobrenatural, la llaman “sor del Puro Amor”. Sin embargo, al resultarle esa carga demasiado pesada, se la retiran, confiándosele una misión de secretaria, sobre todo para responder a la correspondencia que mantiene el monasterio. «¡Oh!, cuán hermoso debe ser morir después de haber amado y servido constante y tiernamente al Esposo que debe juzgarnos –anota. Procurar en todas las cosas agradar a mi Esposo celestial, no desear más que su divina mirada, su único amor; eso es, y así lo noto, lo que Jesús me pide insistentemente para el transcurso de mi vida religiosa, pues será para mí un Esposo muy celoso. ¡Oh, Dios mío!, ¿acaso no sois suficiente para mí?… Solamente Jesús en nuestras hermanas, solamente Jesús en nuestros ejercicios, solamente Jesús en mis labores, en mis recreos, en los niños, y esforzarme no sólo en agradar a mi Esposo, sino además en aplicarme en todas las cosas a fin de regocijar su divino Corazón para el que estoy destinada a ser una amante fiel».
Una misteriosa esfera
En aquella época se estaba preparando la beatificación de la venerable Margarita María Alacoque, que dos siglos antes había recibido la gracia de numerosas apariciones del Sagrado Corazón en el monasterio de Paray-le-Monial. Ese acontecimiento impacta en la fervorosa alma de sor María del Sagrado Corazón, quien querría responder con toda la fuerza de su fe a las quejas del Señor a Margarita María: «Este es el Corazón que tanto ha amado a los hombres que no ha ahorrado nada hasta agotarse y consumirse para darles testimonio de su amor; y como reconocimiento sólo recibo de la mayoría de ellos ingratitudes y desprecios…». El 7 de junio de 1862, la comunidad de Bourg-en-Bresse se consagra solemnemente al Sagrado Corazón. Al final de ese año, buena parte de sus religiosas firman un acto de abandono al Corazón de Jesús; en la Epifanía de 1863, el Sagrado Corazón es elegido como “Rey del año”. Algunas semanas después, sor María del Sagrado Corazón percibe en la meditación una esfera de reloj con las diferentes horas del día y de la noche. Tras dibujar una reproducción, inscribe a su alrededor las palabras «gloria, amor, reparación»; además, observa que hay que añadir la mención «Guardia de honor del Sagrado Corazón». A continuación, coloca en el centro de la esfera la imagen del Sagrado Corazón. El 13 de marzo, tercer viernes de cuaresma, festividad de las Cinco llagas de Nuestro Señor, muestra esa primera esfera de la Guardia de honor a su superiora, quien la bendice y acepta de buen grado que se inscriban en ella los nombres de todas las hermanas de la comunidad.
Las personas que quieran asociarse a la obra de reparación así inaugurada podrán consagrar cada día una hora para realizar la “guardia de honor”; su nombre se inscribirá en una esfera de reloj en el sitio que corresponda a la hora elegida. Durante esa hora, sin cambiar en nada sus ocupaciones, se unirán en pensamiento al sacrificio de Cristo en la Cruz, Ofreciendo a Jesús lo que están haciendo: en la escuela, en el trabajo, mientras lean, preparen una comida, vayan de compras, viajen, estudien, ayuden a alguien, recen… Se esforzarán en pensar un poco más en Jesús y en hacer al menos un acto de amor, y eventualmente un pequeño sacrificio. Pero no se prescribe ninguna obra determinada, sino que sólo se requiere buena voluntad. Los “asociados” se sucederán de ese modo por todo el mundo para “entrar en guardia”, en compañía de la Virgen, de santa María Magdalena y de san Juan al pie de la Cruz; Jesús no será olvidado en ninguna hora del día.
La mañana del domingo de Ramos de 1863, durante la santa Misa, sor María del Sagrado Corazón se emociona con las palabras de la antífona del ofertorio: improperio y miseria aguardó mi corazón. Esperé si alguno se entristecía conmigo y no lo hubo; si alguno me consolaba y no lo hallé (Sal 68, 21). La Guardia de honor tiene precisamente como objetivo principal consolar al Corazón de Jesús. La tarde del Miércoles Santo, sor María del Sagrado Corazón sufre un ataque de hemoptisis (expectoración de sangre); a ella, que tanto le gusta cantar, se le prohíbe durante varios meses asistir al coro. Ofrece ese sacrificio «para que tenga éxito la Guardia de honor», y aprovecha esos días santos para perfeccionar la organización de la naciente obra. El Viernes Santo, compone la pequeña oración “Ofrenda de la hora de guardia”, que miles de almas adoptarán para consagrarse al Corazón de Jesús durante la hora elegida: «Señor Jesús, presente en el sagrario, os ofrezco esta hora con todos mis actos, mis alegrías y mis penas, para glorificar vuestro Corazón mediante este testimonio de amor y reparación. Que esta ofrenda sea de provecho a mis hermanos y hermanas y que haga de mí un instrumento de vuestro designio de amor. Con vos, por vos y en vos, por ellos me consagro a mí mismo, para que ellos también sean consagrados en la verdad (Jn 17, 19). ¡Corazón Sagrado de Jesús, que llegue vuestro reino!».
El costado traspasado
El 13 de junio siguiente, festividad del Sagrado Corazón, sor María del Sagrado Corazón escribe: «He experimentado, mejor que nunca, lo que es el Corazón de Jesús: un abismo de amor incomprendido, desalentado, reprimido hacia su fuente; ¡cuánto ha sufrido y sufre todos los días ese dulcísimo Corazón por nuestra inmensa ingratitud! Le conjuré que me concediera la gracia de darlo a conocer y amar». El culto del Sagrado Corazón «supone ante todo que rindamos amor por amor a ese divino Amor» –afirmará el Papa Pío XII (Haurietis aquas, 4). El domingo 15 de junio, las palabras “cuius latus perforatum” (“cuyo costado fue perforado”) del cántico eucarístico Ave verum Corpus (“Salve, verdadero Cuerpo”) quedan impresas profundamente en el alma de sor María del Sagrado Corazón. Entonces, la Guardia de honor le parece el medio providencial de rendir un culto especial a la herida que el Corazón de Jesús recibió en la Cruz. Sin embargo, habrá que esperar quince años para poder exponer en la esfera la lanza que traspasó el Corazón de Jesús, pues el obispo de Belley no era favorable a ello.
En la encíclica Haurietis aquas del 15 de mayo de 1956, el Papa Pío XII escribía: «Nada, por lo tanto, prohíbe que adoremos el Corazón Sacratísimo de Jesucristo como participación y símbolo natural, el más expresivo, de aquel amor inexhausto que nuestro Divino Redentor siente aún hoy hacia el género humano. Ya no está sometido a las perturbaciones de esta vida mortal; sin embargo, vive y palpita… Y porque el Corazón de Cristo se desborda en amor divino y humano, y porque está lleno de los tesoros de todas las gracias que nuestro Redentor adquirió por los méritos de su vida, padecimientos y muerte, es, sin duda, la fuente perenne de aquel amor que su Espíritu comunica a todos los miembros de su Cuerpo Místico… Los fieles deben regresar al culto del Corazón Sagrado de Jesús si desean penetrar en su intimidad y hallar en la meditación un alimento para mantener y aumentar su ardor religioso. Si ese culto se practica con asiduidad, con ánimo instruido y amplitud de miras, es imposible que un alma fiel no alcance ese dulce conocimiento del amor de Cristo» (42, 55).
Un éxito imprevisible
Muy pronto, se invita a otros monasterios a unirse a esa corriente espiritual, de tal manera que, de boca en boca, la devoción se propaga a los fieles que se sienten atraídos por ese programa espiritual. En el monasterio de Paray-le-Monial, es grande la sorpresa cuando reciben la esfera de la Guardia de honor, pues también allí se había concebido una esfera parecida. Un año más tarde, el 9 de marzo de 1864, el Papa Pío IX aprueba la Guardia de honor, que es erigida en Cofradía; más tarde, el 26 de noviembre de 1878, en tiempos de León XIII, se convertirá en Archicofradía. La rapidísima expansión de la Guardia de honor por todo el mundo no está exenta de dificultades y sufrimientos, con repercusiones en la frágil salud de la fundadora. Víctima de ese éxito providencial aunque imprevisible, sor María del Sagrado Corazón multiplica las gestiones ante las autoridades religiosas, sin por ello abandonar nunca su humilde celda, y mantiene una impresionante correspondencia. Su tiempo transcurre entre la enfermería, donde se encuentra a las puertas de la muerte en varias ocasiones, y su celda en los períodos más favorables, donde redobla de ardor en el trabajo, pues ve en todo ello la voluntad de Dios. Su humildad y voluntaria modestia van acompañadas de una extrema delicadeza que la hace acogedora para toda miseria. Entre las manos del Señor, se muestra con total docilidad al servicio de los demás y se siente especialmente responsable de cada “asociado”, como si todos fueran hijos suyos. En la oración perseverante, nace en ella una íntima convicción que le gusta comunicar: el Corazón misericordioso de Jesús colmará su petición de que ningún “guardián” se pierda para el Cielo, es decir, que todos los inscritos en la Guardia de honor sean igualmente inscritos en el gran Libro de la Vida (cf. Ap 21, 27). El 19 de marzo de 1865, escribe lo siguiente con respecto a los ministros de Dios: «He comprendido que el Sagrado Corazón ama apasionadamente a los sacerdotes, y guardaré de ello un recuerdo imperecedero».
Convencida de que otros conseguirían asegurar mejor la perennidad de la Guardia de honor, intenta, aunque sin éxito, confiarla a diversas comunidades. Se manifiesta entonces claramente que la obra debe permanecer en el seno de la Orden de la Visitación. Al igual que todas las iniciativas inspiradas por Dios, la historia de la Archicofradía de la Guardia de honor queda marcada por las lágrimas, los sacrificios, la humildad y una docilidad total por parte de la fundadora. No obstante, sor María del Sagrado Corazón no solamente halla obstáculos para su fundación, sino que también encuentra numerosos apoyos, sobre todo el de María Deluil-Martiny, fundadora de las «Hijas del Corazón de Jesús», que será beatificada por el Papa Juan Pablo II el 29 de octubre de 1989. «La Guardia prende como una mecha» –constata sor María del Sagrado Corazón. Con san Francisco de Sales, fundador de la Orden de la Visitación, puede decir: «Quisiera para el Sagrado Corazón, en vez de la corona de espinas, una corona formada por los corazones de todos los hombres».
«Primer Guardián de honor»
El propio Papa Pío IX solicitará su afiliación a la Guardia de honor el 25 de marzo de 1872, y, el 21 de julio de 1875, en el transcurso de una audiencia concedida a una importante delegación de la Archicofradía, recordará, como una de sus más estimables glorias, su título de “primer Guardián de honor del Sagrado Corazón de Jesús”. Muy pronto se inscriben más de treinta obispos franceses o extranjeros. Sor María del Sagrado Corazón tiene a bien transmitir a cada “asociado”, mediante sus escritos, el amor del Corazón de Jesús que consume su alma, y destila para ellos, con fuerza y sentido común, una verdadera catequesis del Corazón de Jesús para «que ninguno se pierda para el Cielo». Trabajando en lo recóndito de la clausura, escondida del mundo, ella deja a Dios el cuidado de gestionar la obra a su manera. Su correspondencia no cesa hasta su muerte, el 3 de agosto de 1903.
«El Corazón de Cristo –escribía el Papa Pío XII– presenta ante nuestros ojos todo el amor del que hemos sido y seguimos siendo todavía objeto. Es el motivo por el cual debemos apreciar tanto el culto del Sagrado Corazón, ya que su práctica es la perfecta expresión de la religión cristiana. No podemos llegar al Corazón de Dios si no es a través del Corazón de Cristo, quien dijo: Nadie va al Padre sino por mí (Jn 14, 6)» (Haurietis aquas, 60). El Papa advierte, no obstante, «que a veces deberían mantenerse como justas las acusaciones de excesivo amor y de demasiada solicitud por sí mismos, motivadas por quienes entienden mal esta devoción tan nobilísima. Todos, pues, tengan la firme persuasión de que lo más importante no consiste en las devotas prácticas externas de piedad, ni en la esperanza de la propia utilidad, sino en cumplir con mayor fervor los principales deberes de la religión católica, a saber, el deber de amor y el de la expiación» (Ibíd. 63). Al retomar esta enseñanza con motivo del 50 aniversario de la encíclica Haurietis aquas, el Papa Benedicto XVI declaraba: «El costado traspasado del Redentor es la fuente a la que debemos recurrir para alcanzar el verdadero conocimiento de Jesucristo y experimentar más a fondo su amor… En efecto, sólo se puede ser cristiano dirigiendo la mirada a la Cruz de nuestro Redentor, al que traspasaron (Jn 19, 37)… La herida del costado y las de los clavos han sido para innumerables almas los signos de un amor que ha transformado cada vez más eficazmente su vida».
Entre los millones de personas que se comprometieron en la obra se encuentran, además del beato Pío IX, León XIII, san Pío X, Benedicto XV y Pío XII, san Juan Bosco, san Eduardo Poppe, santa Magdalena Sofía Barat, san Daniel Comboni, el padre Ratisbonne, el beato Marcelo Callo, etc. En 2007, la Guardia de honor recibió un nuevo impulso cuando fue erigida en Paray-le-Monial, el 24 de enero, en la festividad de san Francisco de Sales. La Visitación de Santa María de esa ciudad alberga desde entonces su sede internacional. El 4 de octubre de 2011, Benedicto XVI concedía «de todo corazón la Bendición Apostólica a cada uno de los asociados y a su familia». En marzo de 2013, se celebró el 150 aniversario de la obra.
«¡Oh, dulce Jesús, atraedme cada vez más profundamente hacia vuestro Corazón, a fin de que vuestro amor me atrape y sea así sumergido en su dulzura!». Hagamos nuestra esta ardiente plegaria de san Francisco de Sales a fin de desagraviar al Corazón infinitamente amante del Salvador, con demasiada frecuencia olvidado, despreciado o herido por nuestros pecados.
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