21 de Septiembre de 2017

Beato Mario Borzaga

Muy estimados Amigos:

En 1894, una joven carmelita de Lisieux (Francia) se presentaba voluntaria para incorporarse al convento de esa orden fundado en Saigón (Indochina). Le preguntaron lo que pretendía hacer en aquella lejana tierra de misión, y ella respondió : « ¿ Cree que me marcharía misionera para hacer algo ? Estoy segura de que no haré nada en absoluto ». Santa Teresita quería decir con ello que no son los resultados concretos lo que cuenta a los ojos de Dios, sino el amor que empleamos en nuestras empresas. La corta vida del beato Mario Borzaga, sacerdote misionero asesinado a la edad de veintiocho años en Laos, después de tres años de apostolado sin relevancia exterior, es un hermoso ejemplo de fe en medio de la oculta fecundidad del amor.

Beato Mario BorzagaNacido en 1932 en Trento, al pie de los Alpes italianos, y tras entrar en el seminario para hacerse sacerdote, Mario Borzaga se siente cautivado, a los veinte años, por el testimonio de un misionero. Por ello ingresa en el noviciado de los Oblatos de María Inmaculada, una congregación misionera fundada en Marsella en el siglo xix por san Eugenio de Mazenod. Justo antes de realizar su oblación perpetua, en 1956, Mario anota en su diario el “sueño de felicidad” que tiene para su vida : « He comprendido cuál es mi vocación : ser un hombre feliz, hasta en el esfuerzo para identificarme con Cristo crucificado. ¿ Cuántos sufrimientos quedan todavía, Señor ? Solamente tú lo sabes, y yo, en todos los momentos de mi vida, digo Fiat voluntas tua (Hágase tu voluntad). Quisiera ser, como la Eucaristía, un buen pan para ser comido por mis hermanos, para ser su alimento divino. Pero antes debo pasar por la muerte en la cruz. Primero el sacrificio, y luego el gozo de entregarme a los hermanos del mundo entero… Si me doy sin sublimarme antes mediante el sacrificio, solamente daré a mis hermanos hambrientos de Dios un harapo humano. Pero si acepto mi muerte en unión con la de Jesús, será al propio Jesús a quien podré dar a mis hermanos con mis propias manos. Así pues, no se trata tanto de renunciar a mí mismo, sino de reforzar todo lo que en mí es capaz de sufrir, de ser inmolado, de ser sacrificado en favor de las almas que Jesús me ha dado para que las ame » (Padre Mario Borzaga, o.m.i., Le Journal d’un homme heureux [Diario de un hombre feliz], 17 de noviembre de 1956).

Elegido para el martirio

Tras ser ordenado sacerdote en 1957, Mario anota en su diario : « Si Jesús me ha dado su amor, debo darle amor ; si me ha dado su sangre, debo darle mi sangre… Cristo que me ha elegido es el mismo que dio la vida y la fuerza a los mártires y a las vírgenes, que eran personas como yo, débiles y frágiles. También yo he sido elegido para el martirio ».

Un grupo de oblatos misioneros está a punto de ser enviado a Laos, y Mario se ofrece para esa peligrosa misión, con la perspectiva de encontrar una población pagana que evangelizar en un contexto de pobreza y sacrificio. Sabe que el país está en guerra y no ignora que el padre Juan Bautista Malo, sacerdote de las Misiones extranjeras de París desplazado a Laos, murió de agotamiento en 1954 en el camino que debía conducirlo a un campo de concentración vietnamita.

En la encíclica Redemptoris missio (7 de diciembre de 1990), san Juan Pablo II detecta una objeción que con frecuencia se suele oponer a la misión : « Debido a los cambios modernos y a la difusión de nuevas concepciones teológicas, algunos se preguntan : ¿ Es válida aún la misión entre los no cristianos ? ¿ No ha sido sustituida quizás por el diálogo interreligioso ? ¿ No es un objetivo suficiente la promoción humana ? El respeto de la conciencia y de la libertad ¿ no excluye toda propuesta de conversión ? ¿ No puede uno salvarse en cualquier religión ? ». El Papa responde citando a san Pedro : Porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos (Hch 4, 12). « Esta afirmación, dirigida al Sanedrín, asume un valor universal, ya que para todos —judíos y gentiles— la salvación no puede venir más que de Jesucristo… Cristo es el único mediador entre Dios y los hombres (cf. 1 Tim 2, 5)… Los hombres, pues, no pueden entrar en comunión con Dios, si no es por medio de Cristo y bajo la acción del Espíritu. Esta mediación suya única y universal, lejos de ser obstáculo en el camino hacia Dios, es la vía establecida por Dios mismo » (RM 4-5).

Mario Borzaga se dirige hacia Laos en otoño de 1957, país de Indochina enclavado entre Vietnam y Tailandia. En ese momento, su población es de siete millones de habitantes, en su mayoría budistas. Como reino montañoso sin acceso al mar, no ve llegar a los primeros misioneros católicos hasta 1884. En 1893, Francia extiende su protectorado sobre Laos, pero las anticlericales autoridades francesas no conceden ninguna ayuda a las misiones católicas, por lo que los misioneros se ven obligados a fundar con gran discreción pequeños puestos de evangelización. La mayor parte de los cristianos son extranjeros, sobre todo vietnamitas, y las conversiones de laosianos son pocas ; sin embargo, el Evangelio es recibido con satisfacción por algunas tribus de “montañeses”, hasta entonces de religión animista. En 1940, Japón invade Indochina y los sacerdotes franceses son expulsados. Tras la capitulación de Japón, el Pathet Lao, emanación del Viet Minh (el partido comunista vietnamita), desencadena una guerrilla contra el gobierno monárquico laosiano. En 1954, Francia abandona Indochina ; al ser ya un país independiente, Laos es devastado por la guerra de Vietnam, que se desarrolla en parte en su territorio.

Mi cruz

El padre Mario Borzaga debe enfrentarse pronto a duras dificultades. En la misión de Kengsadock, debe aprenderlo todo : primeramente la lengua laosiana, tarea ardua y condición previa a toda comunicación con quienes pretende evangelizar. Debe igualmente adquirir mil conocimientos prácticos que le permitan sobrevivir y socorrer a una población indigente, como la caza, la pesca, la construcción de chozas de madera, mecánica… todo ello en un clima cálido y húmedo y en un contexto de guerra civil. El joven misionero descubre, con el tiempo, que es « difícil aprender de todos, en silencio, difícil sobre todo creer, sufrir y amar ». Dios no le pide cumplir las proezas heroicas con las que soñaba, sino trabajar en la oscuridad, pacientemente y sin resultados aparentes. Conoce también, como Jesús en el huerto de los olivos, el miedo a sufrir y a morir (cf. Mc 14, 33). Un día de tribulación interior, anota lo siguiente : « Mi cruz es yo mismo ; mi cruz es la lengua que no consigo aprender ; mi cruz es mi timidez, que me impide pronunciar una sola palabra en laosiano ». Escribe entonces esta oración : « Todo te pertenece, Señor, incluso la inquietud, la angustia, el remordimiento, la oscuridad… Te amo porque eres Amor ».

A finales del año 1958, el padre Borzaga, de veintiséis años de edad, es enviado a Kiukatiam, su primer puesto misionero, a un pueblo de etnia hmong, cuya fundación había tenido lugar unas décadas antes. Enseguida, Mario se halla solo en medio de los indígenas que debe atender, tanto en lo espiritual como en lo temporal. Celebrar Misa, enseñar el catecismo, formar a catequistas, preparar a catecúmenos para el Bautismo, confesar, acoger y curar a enfermos en el dispensario de la misión, visitar los pueblos vecinos… son tareas que colman su vida diaria, sin tregua ni reposo. Desgraciadamente, los hmong no hablan laosiano, sino otra lengua desconocida para él. Pero Mario no se desanima, sino que, depositando toda su confianza en Dios, se pone manos a la obra. En su timidez, halla seguridad en la certeza de encontrarse donde el Señor Jesús quiere. Para compensar su forzado comportamiento taciturno, hace mil favores, ganándose así el corazón de los hmong, quienes, sintiéndose amados, le dan el sobrenombre de “corazón grave y sincero”. Tiene una paciencia a toda prueba, incluso en los momentos de desánimo y tristeza. Su afición por la música le mueve a enseñar cantos religiosos a sus fieles, componiendo incluso una hermosa Salve Regina en lengua hmong. No obstante, debe combatir una fuerte repugnancia hacia la comida laosiana, la falta de higiene de los habitantes y el clima extenuante. Al respecto, escribe en su diario : « En cualquier circunstancia yo sonrío, y no porque me sienta seguro de mí mismo, sino porque estoy seguro de que Jesús, en la batalla, emplea también las bayonetas usadas, los cañones oxidados y los adormecidos soldados de infantería ; por eso intento hacerle saber que formo parte de ellos, a fin de que me utilice para algo… ¿ Cómo no dar gracias infinitas a Dios por su Amor preferente hacia mí, mediante el cual me ha concedido la fe y me ha dado a conocer su Iglesia ? ¡ Oh, Dios mío, qué inmensamente bueno has sido conmigo ! ¿ Qué he hecho para merecer tanto amor ? ».

Una pequeña llama en la noche

En dos cartas de 1959, el joven misionero describe con realismo la situación de su misión : « La cosecha del Señor es inmensa, más allá de los matorrales y de las ciénagas surcadas por los búfalos, en las montañas habitadas por los hmong. Todo está por hacer, con la gracia de Dios : harían falta centenares de segadores, solamente en nuestra zona, pero no somos más que media docena. Rezad para que nuestra santidad brille como una pequeña llama en la noche… El misionero se ha convertido en vagabundo para quienes son desesperadamente vagabundos en las tinieblas ; se ha hecho ermitaño por el amor de quien, en medio de la soledad glacial del paganismo, busca una mano que le abra la puerta de la Ciudad celestial ».

El Papa Juan Pablo II no duda en afirmar con fuerza el carácter legítimo e indispensable de la misión : « El anuncio y el testimonio de Cristo, cuando se llevan a cabo respetando las conciencias, no violan la libertad. La fe exige la libre adhesión del hombre, pero debe ser propuesta, pues las multitudes tienen derecho a conocer la riqueza del misterio de Cristo, dentro del cual creemos que toda la humanidad puede encontrar, con insospechada plenitud, todo lo que busca a tientas acerca de Dios, del hombre y de su destino, de la vida y de la muerte, de la verdad… Por eso, la Iglesia mantiene vivo su empuje misionero e incluso desea intensificarlo en un momento histórico como el nuestro » (RM 8).

Cantar con el padre

Los jóvenes alumnos catequistas de Mario guardan un recuerdo impregnado de ternura hacia quien consideraban un verdadero padre. Uno de ellos escribe : « El padre Mario Borzaga era muy paciente y tenía buen corazón. Amaba a todo el mundo. Entendía un poco la lengua hmong ; era yo quien se la enseñaba ». Otro catequista aporta el siguiente testimonio : « Viví con el padre aproximadamente un año. Yo no tenía más que dieciséis años y no sabía construir una casa. Fuimos a hablar con el padre. Para una casa de seis metros por ocho, calculó en un papel que las planchas, las vigas, etc., costarían nueve barras de plata. Estuve de acuerdo ; luego fuimos a cortar árboles grandes y se los llevamos para que el padre los aserrara. Había venido también un hermano que ayudaba al padre Borzaga ; aserraron la madera para construir mi casa, y la montamos. Cada tarde, al final de la cena, íbamos a aprender las oraciones con el padre Borzaga. Tenía una voz potente y hermosa ». Un testigo afirma : « Era muy amable y guapo, y se mostraba sonriente y siempre disponible. Curaba bien a los enfermos y velaba atentamente por sus alumnos catequistas que habían venido de otros sectores para estudiar. Vivíamos en una pequeña casa situada detrás de la suya. Nos compró ropa y linternas. Era muy paciente, no se ponía nervioso y tenía mucha fuerza de voluntad. Cuidaba bien de nosotros. El responsable, que era el mayor de nosotros, era invitado a menudo a sentarse a su mesa ».

Los misioneros no se limitan a ejercer una acción humanitaria, pues, al ayudar a los campesinos a conseguir sustento y curándolos, intentan abrirles las almas al amor de Jesucristo. Un laosiano escribirá a los padres de un oblato asesinado en 1961 por los guerrilleros, el padre Vicente L’Héronet : « Su hijo nos enseñó muchas cosas ; nos ayudó a conocer a Dios ; nos hizo observar las virtudes ; siempre estaba allí para curarnos. Nos ayudó a evitar los pecados y nos aportaba la gracia de Dios ». Los misioneros combaten la costumbre, todavía viva entre aquellos cristianos, de ofrecer a los espíritus sacrificios de pollos para conseguir la curación de sus enfermos. Preocupados por conservar la fe de los jóvenes, les prohíben participar en las festividades budistas.

En 1959, la Santa Sede pide a los misioneros que trabajan en países en guerra que permanezcan en sus puestos, incluso si sus vidas corren peligro. Esa consigna es aceptada unánimemente por los sacerdotes presentes en Indochina, que son conscientes de exponerse al martirio. El domingo 24 de abril de 1960, después de la Misa, Mario se afana curando a los enfermos en el dispensario. Un pequeño grupo hmong se presenta y le pide que le acompañe a su pueblo, situado a tres días de marcha. Quieren instruirse en la religión cristiana ; también esperan cuidados médicos para sus enfermos. Hay que aprovechar la ocasión, porque, con motivo de las vacaciones de Pascua, hay otros dos misioneros oblatos con él que podrán velar por la misión. Mario promete a esas gentes que las seguirá al día siguiente. Su plan consiste en visitar varios pueblos y completar de ese modo una buena gira misionera antes de que empiece la temporada de lluvias. Invita al catequista Pablo Thoj Xyooj, de diecinueve años, a acompañarlo, y promete regresar al cabo de una o dos semanas. El lunes 25 de abril de 1960, festividad del evangelista san Marcos, emprenden la marcha, portadores de la Buena Nueva de Jesús y de su amor hacia los pobres y enfermos. Ven partir al padre con una mochila a la espalda, boina en la cabeza y completamente vestido de negro como un hmong ; desaparece con su compañero en el recodo del camino y penetra en la selva. Ambos llegan al pueblo previsto, Ban Phoua Xua, donde el padre cura a unos enfermos ; después, se marchan con la promesa de regresar unos meses después. Su periplo resulta especialmente peligroso, pues hay elementos de la guerrilla comunista infiltrados en esa zona y que circulan sin que nadie les moleste…

¿ Por qué habéis disparado ?

El 1 de mayo, en Muang Met, un pueblo de la etnia kmhmu, una patrulla del Pathet Lao se topa con el padre y su joven acompañante. Tras acusar a Mario de ser norteamericano, los guerrilleros comunistas le atan las manos y los antebrazos a la espalda y le hablan con gran dureza. El catequista Pablo exclama : « No lo matéis, no es norteamericano, sino italiano, y es un sacerdote muy bueno y muy amable con todo el mundo. Sólo hace cosas buenas ». Luego dice a los soldados, que le aconsejan huir : « Yo no me voy, me quedo con él ; si le matáis, matadme a mí también. Donde muera, yo moriré ; donde viva, yo viviré ». Los guerrilleros golpean salvajemente al catequista para hacerle callar y deciden eliminar a los dos hombres sin testigos, a cierta distancia del pueblo. Mientras tanto, Mario permanece tranquilo y silencioso, como Jesús ante sus acusadores. Varias décadas después de aquel hecho, el jefe del grupo relatará : « Les obligamos a cavar una fosa. Fui yo quien disparó sobre ellos. El hmong murió en el acto, pero el norteamericano, al caer en la fosa, gritó : “¿ Por qué habéis disparado a un sacerdote ?”. Sin esperar, los cubrimos de tierra y registramos la mochila del norteamericano. No había gran cosa : unos cordoncillos granulados con dos trozos de hierro cruzados, unas imágenes de una mujer resplandeciente, sola o con un niño, y las de un hombre con el corazón fuera… ». Rosarios, imágenes del Sagrado Corazón de Jesús y de la Virgen María eran el tesoro del misionero, sus únicas armas. Aquel 1 de mayo era domingo. Es probable que, en aquel pueblo no cristiano, Mario hubiera celebrado, solo con su catequista, una Misa muy matutina : fue su Viático.

Un alumno catequista aporta este testimonio : « En abril de 1960, el padre se dirigió a la muerte, y yo guardé su casa y cuidé de sus animales hasta julio. Entonces vinieron a matar a todos sus animales, pollos, cerdos… Se llevaron todo su vino de Misa, se apoderaron de sus ropas y destruyeron su casa. Tuve que abandonar la casa y huir al bosque. Le apreciaba y sigo pensando mucho en él ; tenía buen corazón y era muy paciente. Amaba a todo el mundo, me amaba y está muerto. He llorado y todavía me caen las lágrimas. Actualmente sigo pensando en él, porque era como si fuera mi padre. Creo y estoy seguro de que ruega a Dios para que me ayude cada día. Estoy seguro y confío en que Xyooj y él están con Dios, porque los dos tuvieron un camino muy duro. Seguramente, Xyooj y el padre son santos en el Cielo eternamente ». Otro de los antiguos alumnos del padre Borzaga declara : « Atestiguo firmemente que mataron al padre Mario porque se dirigía a ese pueblo para expulsar a los espíritus y permitir a la gente que abrazara el cristianismo. Todos estamos convencidos de ello : lo mataron porque había ido a anunciar la Buena Nueva de Jesús y a curar a los enfermos ». Los dirigentes de la guerrilla, adoctrinados en China y en Vietnam, querían detener la progresión del cristianismo en Laos. Estaban convencidos de que, una vez expulsados o muertos los misioneros, sería fácil sumar al pueblo a la ideología marxista-leninista.

El reto de las misiones católicas es la salvación eterna de las almas, una cuestión primordial que se plantea a todos los hombres. San Juan Pablo II escribía : « La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una “gradual secularización de la salvación”, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, reducido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abarca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina. ¿ Por qué la misión ? Porque a nosotros, como a san Pablo, se nos ha concedido la gracia de anunciar a los gentiles las inescrutables riquezas de Cristo » (cf. Ef 3, 8 ; RM 11).

Creer y amar

La vida del padre Mario Borzaga muestra que la vocación misionera que se vive en el amor es un verdadero camino de santidad : « Quiero que crezcan en mí una fe y un amor profundos y sólidos como la roca —escribía. Sin ellos no puedo ser mártir, pues la fe y el amor son indispensables. Lo único que hay que hacer es creer y amar ».

El 5 de junio de 2015, el Papa Francisco firmó el decreto de beatificación de diecisiete mártires muertos en Laos entre 1954 y 1970 ; entre ellos había diez franceses, seis indochinos y un italiano (Mario Borzaga). La ceremonia de beatificación tuvo lugar en Vientiane (Laos) el 11 de diciembre de 2016. Existe actualmente una relativa apatía por parte del régimen comunista que permite a los 50.000 católicos disfrutar de cierta tolerancia, a cambio de una gran discreción. Hoy en día, los sacerdotes católicos activos en Laos son mayoritariamente laosianos ; son el relevo del hermoso reto lanzado por los misioneros europeos que llegaron en auxilio de su pueblo abandonado. Sin embargo, según una religiosa laosiana, « en el norte del país la situación es especialmente difícil, ya que está prohibida toda manifestación externa de la fe, incluidos los lugares de culto, cruces, imágenes y libros sagrados, así como cualquier gesto o frase que pudieran interpretarse eventualmente como proselitismo » (testimonio de 2013).

La misión —subraya san Juan Pablo II— es asunto de todos los cristianos : « Los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso… No podemos permanecer tranquilos si pensamos en los millones de hermanos y hermanas nuestros, redimidos también por la Sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios. Para el creyente, en singular, lo mismo que para toda la Iglesia, la causa misionera debe ser la primera, porque concierne al destino eterno de los hombres y responde al designio misterioso y misericordioso de Dios » (RM 86).

« La sangre de los mártires es una simiente de cristianos » (Tertuliano). Pidamos a Jesús, por intercesión del beato Mario Borzaga y de sus compañeros, semillas caídas en la tierra de Laos, que hagan germinar una abundante cosecha para la vida eterna.

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