3 de diciembre de 2019
Beato Lorenzo Salvi
Muy estimados Amigos:
«Tú, hombre de Dios, corriste al alcance de la justicia, de la piedad, de la fe, de la caridad, de la paciencia, de la dulzura. Combatiste el buen combate de la fe (cf. 1 Tm 6, 11-12). En este programa que san Pablo presenta a su discípulo Timoteo, podemos ver el anuncio del itinerario espiritual del beato Lorenzo Salvi, hombre de Dios no solamente por su intensa plegaria, sino también por su incansable dedicación al ministerio sacerdotal. Poseía plena conciencia de la misión que Cristo confía a todo apóstol, y se esforzó durante toda su vida por seguir los ejemplos del Hijo de Dios que quiso salvar al mundo mediante la humillación de la Cruz » (Homilía del Papa san Juan Pablo II con motivo de la beatificación, el 1 de octubre de 1989).
Lorenzo Salvi nace en Roma en 1782, y recibe el Bautismo al día siguiente. Su padre, Antonio Salvi es administrador de los bienes de una de las familias más importantes de Roma. La madre de Lorenzo fallece un mes después del nacimiento del niño. Antonio Salvi se vuelve a casar pronto con Ana María Costa ; tendrán otros hijos, de manera que Lorenzo sólo se enterará de quién era su verdadera madre al principio de la edad adulta. Su educación se realiza bajo la dirección de los preceptores del palacio Carpegna ; suele frecuentar la cercana iglesia de San Eustaquio, donde disfruta ayudando a Misa. Entre los eclesiásticos que frecuentan el palacio se encuentra el padre Mauro Capellari, monje camaldulense que llegará a ser Papa en 1831, con el nombre de Gregorio XVI. Lorenzo completa sus estudios en el Colegio Romano, dirigido entonces por sacerdotes seculares. Es condiscípulo de Gaspar del Bufalo, fundador de la Compañía de la Preciosa Sangre, que será canonizado por el Papa Pío XII en 1954. Lorenzo frecuenta también el oratorio de Caravita, fundado por los jesuitas, donde adquiere una profunda devoción mariana. Adquiere igualmente la costumbre de visitar, junto a varios amigos, los principales santuarios de la ciudad.
A la edad de dieciocho años, Lorenzo pide permiso a su padre para ingresar en los pasionistas, que ha conocido gracias a los ardorosos sermones de san Vicente María Strambi, por entonces famoso en Roma. Dicha congregación está en pleno auge ; muchos religiosos han conocido al fundador, san Pablo de la Cruz, fallecido en 1775, y varios de ellos serán elevados al honor de los altares. A pesar de su profunda fe cristiana, Antonio Salvi responde así a su hijo : « Durante un año, no quiero oír hablar de vocación religiosa ni tampoco sacerdotal ». La ciudad de Roma, de hecho, acaba de salir de varios años de ocupación por parte de las tropas francesas, y el Papa Pío VI, que ha sido deportado, acaba de morir en Francia, en Valence, el 29 de agosto de 1799 ; hacerse seminarista o religioso en esas condiciones no carece de peligros. Pasado justo un año desde aquella primera respuesta negativa, Lorenzo reitera su petición. Tras un momento de reflexión, su padre le dice : « Si tal es tu deseo, haz lo que te pida el Señor, y cualquier cosa que te pase, recuerda que esta casa será siempre la de tu padre. ¡ Que el Señor te bendiga ! ».
Todos los minutos
Lorenzo llega pues al convento de los pasionistas del Monte Argentario, en el sur de Toscana, donde debe cumplir el noviciado. En el momento de comenzar, Lorenzo se pone bajo la protección del Apóstol de las Indias, tomando el nombre religioso de fray Lorenzo María de San Francisco Javier, marcando así por adelantado el carácter resueltamente mariano y misionero de su apostolado. Sin embargo, muy pronto le asalta una grave tentación de desánimo respecto a su vocación religiosa. Su maestro de novicios le ayuda a superar la prueba, y, el 20 de noviembre de 1802, profesa los votos de pobreza, castidad y obediencia, a los que se añade el cuarto voto, propio de los pasionistas, de promover la devoción a la Pasión de Jesús. Con ocasión de ello, Lorenzo redacta la siguiente plegaria, que recitará con fervor en cada aniversario de su primera profesión :
« Haced, ¡ oh, Señor !, que os sirva fielmente en esta santa congregación, durante todos los días de mi vida. Verdaderamente, sois digno de ser servido de todas las maneras, digno de todos los honores y de la alabanza eterna. Sois verdaderamente mi Señor y mi Patrono, y yo soy vuestro humilde servidor, dispuesto a serviros con todas mis fuerzas. Eso es lo que quiero, eso es lo que deseo… ¡ Oh !, Santa entre los santos, océano de gracia, Santísima e Inmaculada Virgen, Madre de Dios, dadme la fuerza de cumplir perfectamente en el día de hoy lo que prometí a vuestro Hijo. Dirigidme y protegedme en cada hora y en cada minuto ».
San Pablo de la Cruz, fundador de los pasionistas, nace en 1694. En 1721, se retira en compañía de su hermano a un ermitorio, donde se entregan con fervor a la oración. En 1727, ambos se dirigen a Roma para curar a los enfermos, predicando fructíferas misiones parroquiales centradas en el misterio de la Pasión de Cristo. Inauguran de ese modo el paradigma de vida de los pasionistas, que conjuga la dimensión contemplativa estricta con la predicación. Mediante la fuerza que obtiene en una continua franqueza con Jesús, el fundador está dispuesto a inflamar los corazones de los hombres con ese amor que habita en él. En 1775, en la regla que entrega a sus religiosos, escribe : « Como quiera que uno de los principales objetivos de nuestra congregación es, no solamente entregarnos a la oración a fin de unirnos a Dios por la caridad, sino también conducir a nuestro prójimo a esa misma unión introduciéndolo mediante un método tan oportuno y accesible como sea posible, nuestros religiosos enseñarán a las almas a meditar sobre los misterios, los sufrimientos y la muerte de Cristo ».
Salvados por la Cruz
El 14 de septiembre de 2008, el Papa Benedicto XVI recordaba que Jesús nos salva por el misterio de su Pasión : « El Hijo de Dios se hizo vulnerable, tomando la condición de servidor, obedeciendo hasta la muerte, y muerte en una cruz. Nos salvó mediante su Cruz. El instrumento del suplicio que puso de manifiesto, el Viernes Santo, el juicio de Dios al mundo, se convirtió en fuente de vida, de perdón, de misericordia, y en señal de reconciliación y de paz. “Para ser curados del pecado, miremos a Cristo crucificado” —decía san Agustín. Al alzar la vista hacia el Crucificado, adoramos a quien vino para quitar el pecado del mundo y darnos la Vida Eterna. Y la Iglesia nos invita a levantar con orgullo esa Cruz, para que el mundo pueda ver hasta dónde llegó el amor del Crucificado para con los hombres… Jesús nos revela su soberana Majestad en ese madero, y nos revela que es exaltado en la gloria. Sí, ¡ venid a adorarlo ! ».
Después de sus estudios de filosofía y de teología, Lorenzo Salvi es enviado a Roma, al convento de los Santos Juan y Pablo, para prepararse al sacerdocio, que recibe el 29 de diciembre de 1805. En julio de 1809, el Papa Pío VII, que no ha querido aceptar el divorcio de Napoleón, es secuestrado por las tropas del general francés Radet. Al año siguiente, un decreto que suprime las órdenes religiosas, unido a la obligación por parte de los sacerdotes de prestar juramento cismático de fidelidad al emperador, obliga al padre Salvi a ejercer clandestinamente su ministerio pastoral en Roma. En 1811, al enterarse de que se ha reconstituido discretamente una comunidad de pasionistas en un antiguo convento de agustinos en Pieve Torina, pequeña población del centro de Italia, se dirige allí sin demora, sintiendo un gran gozo de poder retomar la vida en comunidad con sus hermanos de religión. Por su entrega a todos, y ante la demanda de los habitantes de la comarca, el padre Lorenzo se convierte incluso en maestro en una escuela primaria de la localidad, con gran éxito entre los niños. En 1812, una aparición del Niño Jesús lo cura de una grave enfermedad, otorgándole un conocimiento profundo e íntimo de los misterios de la infancia del Salvador. Por ello, su vida y apostolado sufrirán un profundo cambio, y profesará incluso el voto de propagar la devoción hacia el Niño Jesús.
Dios hecho niño
«En estos días navideños —decía el Papa Francisco en su audiencia del 30 de diciembre de 2015— nos encontramos ante el Niño Jesús. La devoción al Niño Jesús es muy difundida. Pienso en particular en santa Teresita de Lisieux, que como monja carmelita tomó el nombre de Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz. Ella supo vivir y dar testimonio de esa infancia espiritual que se asimila precisamente meditando, siguiendo la escuela de la Virgen María, la humildad de Dios que por nosotros se ha hecho pequeño. Dios fue un niño, y esto debe tomar un significado peculiar para nuestra fe. Claro, no conocemos nada de este período de su vida. Como se ve, sabemos poco del Niño Jesús, pero podemos aprender mucho sobre Él si miramos la vida de los niños. Descubrimos sobre todo que los niños quieren nuestra atención. Ellos tienen que estar en el centro porque necesitan sentirse protegidos. Es necesario también que nosotros pongamos en el centro de nuestra vida a Jesús y sepamos que, aunque parezca paradójico, tenemos la responsabilidad de protegerlo. Quiere estar en nuestros brazos, desea ser atendido y poder fijar su mirada en la nuestra. Estrechemos, por lo tanto, entre nuestros brazos al Niño Jesús y pongámonos a su servicio : Él es fuente de amor y serenidad. Ha venido entre nosotros para mostrarnos el rostro del Padre rico en amor y misericordia ».
En 1814, el imperio napoleónico se derrumba ; el Sumo Pontífice regresa a Roma, los decretos contra los religiosos se anulan y las comunidades religiosas se recomponen. Lorenzo se dirige entonces al convento de los Santos Juan y Pablo. Sin embargo, de los 243 miembros con los que contaba la congregación antes de la tormenta revolucionaria, solamente 151 retoman la vida regular. En adelante, el padre Salvi, aunque dejando que lo más importante de su vida sea la oración fortificada y profunda, se entrega a una intensa actividad de predicación de retiros espirituales y de misiones, a la correspondencia, a la dirección de las almas, a la edición de opúsculos devocionales, etc. Lejos de improvisar sus predicaciones, las prepara cuidadosamente, como lo atestiguan sus numerosos cuadernos de notas y de homilías.
La principal obra literaria de Lorenzo Salvi se titula “El alma, amorosa del Niño Jesús”. En ella escribe : « He aquí el lugar, pues, donde quisiéramos conducir a todo el pueblo cristiano, he aquí la dulce invitación que hacemos a todos los fieles católicos : amar a Jesús Niño. De ese modo, teniendo continuamente ante nuestra vista los ejemplos de las virtudes que, desde el nacimiento, nos enseña, que ellos le sigan para reconducir por el camino recto a las almas descarriadas y servir como modelo a las que progresan. Tanto unas como otras pueden estar seguras de que, siguiendo las huellas de ese celestial Niño, no podrán desviarse del sendero que conduce a la vida eterna. Adquirirán así ese preciado carácter de la infancia espiritual con el que Jesús Redentor desea que sean dotados quienes aspiran al Paraíso : Si no os hacéis como los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mt 18, 3). Esa invitación a poner todo el empeño en honrar asiduamente la infancia de Jesucristo no debe parecer extraña a nadie. En efecto, si bien el celo de tantos sacerdotes y religiosos fervientes por promover en el pueblo cristiano la memoria continua de la Pasión y de la Muerte de Jesús es muy loable, ¿ cómo no iba a ser igualmente destacable incitar a los fieles a recordar asiduamente su nacimiento en la cueva de Belén ? Allí precisamente, el Verbo hecho carne abrió la primera escuela pública de todas las virtudes. Allí precisamente, todo lo que rodea al santo Niño acostado en la paja grita a nuestros oídos, según lo que escribe san Bernardo : “Su lengua aún no habla, pero todo lo que le rodea grita. El establo grita, el pesebre grita, sus lágrimas gritan, sus pañales gritan. Incluso sus pequeños miembros no dejan de gritar, mientras que su infancia calla” ».
Un religioso demasiado activo
Sin embargo, a Lorenzo no le faltan tribulaciones. En su comunidad, no siempre entienden que sea tan activo, que se ausente con tanta frecuencia del convento, y se sorprenden de ver cómo un religioso dedicado a la contemplación de la Pasión orienta tanto su predicación hacia la devoción del Niño Jesús. « ¡ No se conforma con las prácticas comunes de la congregación ! » —afirman algunos. No obstante, los resultados de su apostolado son patentes y demuestran que no se trata de un activismo desenfrenado, sino más bien obra de Dios bajo el influjo del Espíritu Santo. En numerosos pueblos y aldeas del Lacio y de la Toscana, el recuerdo de sus predicaciones y de sus milagros permanece vivo. En la población de Vignanello, sus palabras consiguen terminar con varios escándalos, obtienen importantes restituciones y soluciones a antiguos conflictos en familias mediante perdones cristianos ; por añadidura, diecisiete jóvenes solicitan ingresar en los pasionistas. En Marina, en el sur de Roma, eran deplorables los odios ancestrales entre varias familias, sometidas a peleas e incluso a asesinatos ; la predicación de Lorenzo conduce a la reconciliación pública de 200 personas, lo que produce un efecto de apaciguamiento en el conjunto de la población. En un pueblo de 2.000 habitantes, después de una semana de misión, todos, excepto tres personas, se acercan con devoción a los sacramentos. En 1829 y 1830, el padre Salvi ejerce su apostolado principalmente en Roma. Allí predica una misión a los 209 detenidos en el castillo de Sant’Angelo, que por entonces es una prisión ; otro retiro espiritual se dedica a los capellanes, médicos y enfermeros del hospital de San Juan cerca de Letrán. Su entusiasmo alcanza incluso a que acepte preparar él mismo a los niños de Roma para la primera Comunión.
El admirable celo sacerdotal de Lorenzo Salvi ilustra de antemano las recomendaciones del Papa Benedicto XVI, realizadas el 10 de mayo de 2010 : « Queridos sacerdotes : Apacentad la grey de Dios que os está encomendada, vigilando, no forzados, sino voluntariamente… siendo modelos de la grey (1 P 5, 2-3). Así pues, no temáis guiar hacia Cristo a cada uno de los hermanos que Él os ha confiado, seguros de que cada palabra y cada comportamiento, si manan de la obediencia a la voluntad de Dios, aportarán fruto ; vivid apreciando las cualidades y reconociendo los límites de la cultura en la que vivimos, con la firme certeza de que el anuncio del Evangelio es el mayor servicio que pueda hacerse al hombre. Así es, pues no hay mayor bien en la vida terrenal que conducir a los hombres a Dios, despertar la fe, salvar al hombre de la inercia y de la desesperación, ofrecer la esperanza de que Dios está cerca y de que guía nuestra historia personal y la del mundo ; tal es, en definitiva, el significado profundo y último del deber de gobernar que Dios nos ha confiado. Se trata de integrar a Cristo en los creyentes, a través del proceso de santificación que es conversión de los criterios, de la escala de valores, de los comportamientos, para permitir que Cristo viva en cada uno de los fieles. San Pablo resume así su acción pastoral : ¡ Hijos míos !, por quienes sufro de nuevo dolores de parto, hasta ver a Cristo formado en vosotros (Ga 4, 19) ».
En el convento de los Santos Juan y Pablo, donde reside, Lorenzo entabla amistad con el beato Domingo Barberi, también pasionista, que se entregará a un importante apostolado en el norte de Europa. A Lorenzo le habría gustado acompañarlo en esas misiones, pero la obediencia a sus superiores lo retendrá en Italia. Mientras tanto, ambos contraen una estrecha relación de amistad con los miembros de la comunidad inglesa de Roma, donde se halla Patrick Wiseman, futuro cardenal de la Iglesia Romana.
¡ No es nada !
La espiritualidad de Lorenzo destaca, a la vez, por la fuerza y la dulzura. Sus palabras impresionan profundamente a los oyentes porque se basan en una experiencia personal de Dios y de la vida espiritual. Lorenzo es de corta estatura, muy dinámico, con talentos y gustos artísticos desarrollados, y enseguida destaca por su gran humildad, sencillez, dulzura y obediencia a los superiores y a la Regla, que se esfuerza en observar incluso en el transcurso de sus viajes. La tarde de Navidad de 1840, durante su etapa de superior de la casa de los Santos Juan y Pablo, Lorenzo decide realizar un pequeño nacimiento con la ayuda de dos hermanos. El trabajo está en curso cuando, sin explicación alguna, llega la orden del superior general de suspender toda decoración. Los hermanos tienen la tentación de murmurar, pero Lorenzo les dice con la dulzura espiritual que le caracteriza : « ¡ Hagámoslo así ; santa obediencia, santa obediencia ! ». Su intensa vida espiritual conlleva también fenómenos místicos. Al ser sorprendido en estado de levitación en la iglesia del convento del Santo Ángel, en Viterbe, responde a quienes le interrogan : « ¡ No es nada ! ¡ No digáis nada ! ». A veces, también recibe el don de leer en las conciencias y de conocer ciertos acontecimientos futuros o a distancia. Algunos testigos aseguran haber visto al Niño Jesús presente en su habitación. Cada vez con más frecuencia le llaman “el santo”. Un día, en Viterbe, se gira hacia una mujer y le dice : « ¡ Escuche a esa gente ! Soy un malvado y ellos dicen : « ¡ Aquí está el santo ! ».
Lorenzo realiza numerosos milagros presentando la imagen de Jesús Niño. Un cuaderno de archivos de los pasionistas relativo a las misiones entre 1828 y 1870 contiene el relato de cinco curaciones milagrosas obtenidas por su intercesión ante el Niño Jesús. En ellos se lee especialmente el caso de una monja que, tras un accidente vascular grave, había perdido la movilidad de una pierna, y que nuestro pasionista cura mediante el contacto de una imagen del Niño Jesús. Otro caso es el de una mujer de Viterbe que había padecido una grave enfermedad del corazón y que la había dejado inválida ; pues bien, al saber que Lorenzo había de pasar por una casa próxima, pide que la lleven allí. Una considerable multitud espera al padre ; cuando éste llega a su altura, se detiene, le desvela el mal que padece y añade : « ¡ Que el Niño Jesús la libre de esta terrible enfermedad ! », bendiciéndola a continuación. La mujer queda inmediata y definitivamente curada. En otra ocasión, una madre le presenta a su hijo deforme, sordo, mudo y ciego. El misionero lo acaricia largo rato, y luego dice a la madre que lo deje en el suelo, asegurándole que no le pasará nada malo. El niño exclama entonces : « ¡ Mamá, mamá, ya veo ! ». En 1885, obtiene que finalice una epidemia de cólera en Viterbe, gracias a un triduo solemne en honor al Niño Jesús. Las curaciones espirituales obradas por Lorenzo son todavía más numerosas, como atestigua su inmensa correspondencia.
Tirar del carro
Los años de 1842 a 1845 son motivo de un trabajo incesante : veinte retiros espirituales y siete misiones populares. En 1847, su apostolado exterior es tan intenso que solamente pasa veintisiete días en comunidad. Durante los últimos años de su vida, Lorenzo se ve aquejado de una enfermedad nerviosa que le produce grandes sufrimientos. Recuerda la precariedad de la vida y purifica sus intenciones, confesando lo siguiente : « A pesar del cansancio, sigo tirando del carro ; todo el mérito pertenece al Niño Jesús, que me sostiene con fuerza ». En febrero de 1854, un accidente cardiovascular lo deja en el suelo durante varias horas. Sin embargo, en el mes de mayo, se halla en condiciones de participar en el capítulo general de su congregación, donde es nombrado nuevamente consejero provincial. En abril de 1855, se libra por poco de un grave accidente que, no obstante, le deja una herida en el brazo. Dos meses más tarde, el 10 de junio, lo reclaman en Capranica, a unos kilómetros al sur de Viterbe, para bendecir a los enfermos y administrar los sacramentos a algunos desdichados. Al dejar su convento, afirma al hermano portero : « Me voy, pero no regresaré ; moriré en Capranica ». El día 12 por la mañana, celebra la Misa, escribe algunas cartas, visita a unos enfermos y luego se retira a su habitación. Al atardecer, la dueña de la casa, alertada por ruidos extraños, penetra en la habitación y lo halla de pie, en estado grave. El médico diagnostica un ictus cerebral ; Lorenzo recibe los últimos sacramentos. Por la noche, casi sin agonía, entrega su alma a Dios.
« Lorenzo Salvi combatió el buen combate de la fe, según el espíritu de la congregación religiosa, trabajando intensamente en la predicación de las misiones al pueblo, en los retiros espirituales y en el ministerio de la confesión. A todos a los que se acercaba, trataba de transmitirles el amor de Cristo pobre y humilde, por medio de la propagación de la devoción al Niño Jesús y a la Pasión de Nuestro Señor, momentos en los que se revelan al máximo la humildad y la dulzura del Salvador. Convencido de la infinita misericordia del Corazón de Cristo, no se cansaba de exhortar a las almas a la confianza, a ejemplo del niño pequeño que se entrega plenamente a los brazos fuertes y amorosos de su padre » (San Juan Pablo II, Homilía de la beatificación). ¡ Que el Niño Jesús sea también el gozo y el amor de nuestros corazones !
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