8 de Abril de 2012
Beata Restituta Kafka
Muy estimados Amigos:
«¡Retiren de inmediato esos crucifijos de las habitaciones!». El oficial de uniforme es categórico, ya que la ley del Reich alemán, todo- poderoso a comienzos de 1940, prohíbe ese signo religioso en los lugares públicos. Sin embargo, ninguna de las personas presentes ejecuta la orden. Unos días más tarde, con motivo de la inauguración de un nuevo edificio del hospital de Mödling, una hermana ha asumido la responsabilidad de colgar un crucifijo en cada habitación, lo que ninguna otra persona osaría hacer. Esa religiosa, Restituta Kafka, fue proclamada beata el 21 de junio de 1998 por el Papa Juan Pablo II, convirtiéndose en la primera mujer mártir de Austria.
Helena Kafka nace el 1 de mayo de 1894 en Brünn-Hussowitz, en Moravia (actualmente Brno, en la República Checa). Su padre, un modesto zapatero, se las ve y se las desea para alimentar a sus siete hijos. La familia se instala pronto en Viena. La infancia de Helena está marcada por la pobreza, pero recibe una intensa educación católica. Nada más terminar su escolaridad obligatoria, la joven se emplea como sirvienta doméstica, y luego en un comercio. En 1913, atraída por el servicio a los enfermos, Helena entra como auxiliar de enfermería en el hospital de Viena-Lainz. Allí coincide con religiosas, las Franciscanas de la Caridad Cristiana, llamadas más familiarmente «Hermanas de Hartmann» por el nombre de la calle donde se halla su casa madre. La joven decide ingresar en la congregación a fin de dedicarse por entero al servicio del prójimo mediante una vida consagrada a Dios. Helena permanece un año trabajando como postulante en Lainz; su candidatura es revisada después por tres hermanas. Le hace falta una dote, en principio obligatoria, que sus padres no están en disposición de ofrecer; no obstante, su devoción y entusiasmo hablan a su favor: la aceptan en el noviciado y recibe, junto con otras catorce jóvenes, el hábito de la Orden el 23 de octubre de 1915. Adopta el nombre religioso de sor Restituta; santa Restituta es una virgen mártir romana del siglo iii.
La maestra de novicias inculca a las jóvenes religiosas prácticas muy sencillas, pero que pueden llevarlas lejos en el camino de la perfección: Confesión regular, Comunión diaria, visita al Santísimo, devoción a la Virgen y Rosario. Sor Restituta permanecerá fiel a ello, obteniendo una gran fuerza de su devoción a Nuestra Señora de los Siete Dolores. En octubre de 1916, profesa sus primeros votos. Tras llegar en 1919 al hospital de Mödling, en el extrarradio de Viena, pronto es nombrada primera asistenta del quirófano. El médico jefe de esa clínica, el doctor Stöhr, es un hombre exigente, de un carácter difícil, que ha conseguido ya desanimar a varias hermanas. Enseguida se establece una armonía entre el cirujano y su asistenta. La difícil juventud de Helena le ha enseñado a ser paciente, a plegarse al carácter de los demás sin renunciar no obstante a afirmarse cuando resulta necesario. Ama su trabajo y a los enfermos; su espíritu imaginativo es fecundo en ideas para mejorar los cuidados que allí se prodigan.
Sor «Resoluta»
Enseguida se dan cuenta en Mödling de que las cosas de las que se encarga sor Restituta salen bien. Es de corta estatura y bastante corpulenta, y trabaja deprisa y bien. Su carácter resoluto hará que reciba el apodo de sor «Resoluta». En la comunidad de las hermanas, constituye un elemento de alegría contagiosa; durante el recreo, y especialmente en el período de carnaval, es irresistible. Sabe que las fiestas y los momentos de expansión en común ayudan a las hermanas a superar la fatiga y la tristeza. Además, representa un «puente» entre el doctor Stöhr y las personas que han podido sentirse heridas por el comportamiento a veces brusco de ese médico. Cuando se trata de ayudar a alguien, siempre encuentra una solución: «No hay ninguna cama disponible» –le dicen un día a una enferma que acaba de ingresar para operarse; enseguida, sor Restituta se las arregla para instalar una en una estancia que servirá provisionalmente de habitación.
Hay que reconocer que sor Restituta es una religiosa poco convencional. Visita con frecuencia a sus antiguos pacientes a domicilio; a veces, después de una jornada agotadora, va a distraerse a una cervecería próxima cuya propietaria le ofrece un «gulash», su plato preferido, y una jarra de cerveza. Es algo que no encaja con las costumbres de la congregación. El carácter decidido de sor Restituta tiene como contrapartida cierta brusquedad que pilla desprevenido: habla claro y tiene sus propias ideas. Algunas religiosas la temen un poco. Todos esos defectos –de los que se acusa cada mes en comunidad en el «capítulo de las culpas»– no le impiden ser amada y apreciada. Se han dado cuenta de que cada noche –aunque sea muy tarde– va a recuperar sus fuerzas espirituales en una larga entrevista con Jesús en el sagrario.
Durante sus muchos años de servicio en la sala de operaciones, sor Restituta adquiere una verdadera competencia, hasta el punto de que los médicos jóvenes tienen a veces la impresión de que ella es el facultativo; no necesitan pedirle un instrumento quirúrgico, ¡pues ella ya lo tiene en las manos! Se ha hecho más corpulenta y padece de los pies, pero no tiene más remedio que pasar el día de pie; no obstante, «reina» en el quirófano, y todo parece sencillo para ella. Esa situación influyente le permite ejercer un papel de apostolado sobre los pacientes y el personal médico. Es costumbre, en Mödling, consultar a sor Restituta en caso de dificultad: para obtener un consejo, una ayuda material, una frase de consuelo« Algunos religiosos de otros Institutos, que han sido pacientes suyos, le piden que acuda a ocuparse de ellos a su convento. Sin embargo, ese éxito profesional y humano provoca envidias. Por ejemplo, unos médicos jóvenes se toman a mal que les prohíba categóricamente fumar en la antesala del quirófano; consideran que abarca demasiado y que les hace sombra.
«Que Dios esté presente«»
A partir de la anexión de Austria por parte de Alemania, en marzo de 1938, el régimen se ha esforzado por extender su control en todos los sectores de la vida social, y especialmente en la Iglesia Católica. Los nazis intentan laicizar el sector hospitalario suprimiendo en lo posible toda presencia cristiana. Por desgracia, semejante política no es monopolio de los Estados totalitarios. En noviembre de 2009, una sentencia del Tribunal de Justicia Europea pretendió obligar a Italia a retirar los crucifijos de las escuelas públicas. En contra del laicismo agresivo, el Papa Benedicto XVI había dicho el 15 de agosto de 2005: «En la vida pública, es importante que Dios esté presente, por ejemplo, mediante la Cruz, en los edificios públicos; que Dios esté presente en nuestra vida en común; de otro modo, las diferencias llegan a ser irreconciliables, pues no existe reconocimiento de nuestra dignidad común». Además, el 17 de diciembre de 2010, el Papa agradecía en estos términos al embajador de Italia por la resistencia de su gobierno ante la sentencia contra los crucifijos: «No se puede imaginar que se persiga un auténtico progreso social perpetrando una discriminación, es decir, un rechazo explícito del factor religioso, como hay tendencia a hacerlo en la actualidad de diversas maneras. Una de ellas es, por ejemplo, la tentativa de eliminar de los lugares públicos la exposición de símbolos religiosos, el crucifijo en primer lugar, que es sin duda el símbolo por excelencia de la fe cristiana, pero que, al mismo tiempo, habla a todas las personas de buena voluntad, y que, como tal, no es un factor de discriminación».
Uno de los médicos de la clínica, el doctor Stumfohl, es un ambicioso y un nazi declarado, miembro además de la S.S. Su presencia se convierte muy pronto en una amenaza para las religiosas, y en especial para sor Restituta, a la que detesta. Por su parte, ella no disimula su oposición por convicción moral al nacional-socialismo, irreconciliable con la religión católica. Aterradas, algunas hermanas le dicen: «No hable tanto, modere la lengua». Stumfohl, que dispone de informadores, espía por toda la clínica. Prohíbe a las religiosas que llamen a un sacerdote a la cabecera de los moribundos, a menos que éstos lo hayan pedido expresamente; una de ellas tendrá que dejar la clínica por haber mandado llamar a un sacerdote una noche, para atender a un moribundo. Sor Restituta se opone a los métodos de ese médico incompetente, en especial un día en que se dispone a amputar sin motivos el pie de un paciente; ella se niega a cooperar, haciéndole ver con calma que ese acto, médicamente innecesario, condenará de por vida al paciente a ser un incapacitado. Rabioso, Stumfohl no tiene más remedio que consentir. En otra ocasión, tras impedir que un sacerdote administre la Extremaunción a un polaco, sor Restituta pone un crucifijo entre las manos del enfermo y reza por él hasta que muere apaciblemente. Entonces, el médico advierte a la religiosa que, si se vuelve a repetir, sufrirá las consecuencias.
Un papel carbón acusador
Una mañana de diciembre de 1941, sor Restituta entra en el despacho de una secretaria, en el servicio de radiología. Lleva en la mano el texto de un poema satírico contra Hitler que circula «bajo mano» entre los soldados austriacos enrolados en el ejército alemán. Le pide a la secretaria que copie con la máquina de escribir ese documento; pero, a causa de su impaciencia, la religiosa no ha tenido la indispensable precaución de cerrar la puerta; mientras dicta el poema, un oído indiscreto lo oye todo. El Dr. Stumfohl se regocija, pues encuentra incluso el papel carbón que ha servido para duplicar la copia. Aprovecha la ocasión para denunciar ante la GESTAPO a esa hermana que le exaspera. Durante dos meses, no sucede nada; las hermanas se tranquilizan, pero el 18 de febrero de 1942, miércoles de Ceniza, cuatro policías de la GESTAPO entran en el quirófano donde sor Restituta, en blusa blanca, se encuentra junto al doctor Stöhr. Éste les hace esperar. Cuando la operación en curso ha terminado, arrestan a la religiosa y se la llevan inmediatamente. Esa misma tarde, la superiora general exige a todas las religiosas el secreto absoluto, «en el propio interés de la detenida».
La GESTAPO intenta en vano, mediante tortura, que sor Restituta desvele el nombre de la persona que le ha pasado el texto incriminatorio. A principios de marzo, se enteran en el hospital de que sor Restituta ha sido trasladada a la casa de detención regional de Viena, lo que demuestra que el caso es serio. Permanecerá allí durante trece meses. Sufre de soledad, pues echa en falta la comunidad, sobre todo porque las visitas de las hermanas son escasas. En ciertos momentos de abatimiento, se pregunta con amargura: «¿Me han olvidado tan pronto, yo que tanto he trabajado para la congregación». Ignora que el correo y las visitas están limitados de manera drástica: una visita cada dos meses y una carta al mes. Sin embargo, la prisionera se une espiritualmente a la comunidad, y escribe a la superiora general: «Ahí, cerca del sagrario, estamos todas unidas y ningún abismo puede separarnos».
Sus compañeras de cárcel se dan cuenta de la dulzura y de la atención para con los demás de esa mujercita, a quien nombran con el diminutivo de «Restl». Esa religiosa que se halla en la oscuridad y en la sombra de la muerte se convierte muy pronto en una luz en medio de la noche para sus compañeras de cautividad. Se ocupa especialmente de una de ellas, encarcelada por infanticidio; esa desdichada padece una enfermedad en la piel, y ni siquiera puede tomar con las manos los alimentos. Las demás le gritan: «¡Has dejado que tu bebé muriera de hambre, y ahora te toca a ti!», pero sor Restituta la alimenta con sus propias manos. Sabe que Jesús vino a llamar no a los justos, sino a los pecadores.
«Esto acabará bien»
En esa cárcel nacional-socialista, la leche y la mante- quilla están reservadas a las personas de «sangre alemana»; las demás no tienen derecho a ello. Sor Restituta comparte su porción con mujeres no alemanas, judías u otras. A las que pasan el tiempo quejándose o profiriendo frases de desesperación, la religiosa les dice siempre: «Esto acabará bien, todo acabará bien; el mal no puede vencer». Cuando corre la voz de que va a ser juzgada, todas las compañeras repiten su estribillo: «Esto acabará bien; rezaremos por ti», incluso las que se dicen ateas. Pero ella les contesta tranquilamente: «No, no regresaré, voy a morir».
El 29 de octubre de 1942, sor Restituta es juzgada ante el «Tribunal del pueblo» de Viena. Es acusada de haber «compuesto un poema provocador» contra el Fürher y de haber «editado un panfleto de contenido hostil contra el Estado». En realidad, la acusada no era la autora del poema, y la edición en cuestión estaba formada por una sola copia de papel carbón. El régimen hitleriano buscaba un pretexto para golpear a la Iglesia Católica en la persona de una religiosa especialmente conocida por su resistencia. Se recordaba que era ella quien había puesto los crucifijos en las paredes del hospital. Al término de aquella parodia de juicio, la acusada es condenada a ser decapitada «por conspiración contra la patria y tentativa de alta traición». Ella asume con tranquilidad esa detención, que espanta a sus hermanas presentes en la audiencia. Cuando se entere de la sentencia, el doctor Stumfohl exclamará llorando: «¡Yo no quería eso!».
Los intentos por salvar la vida de la religiosa franciscana se multiplican. El doctor Stöhr reclama su perdón en razón de su competencia profesional; la hermana vicaria (primera asistenta) parte para Berlín; también interviene el arzobispo de Viena. A partir del 1 de enero de 1943, la congregación comienza con esa intención una novena perpetua al apóstol san Judas Tadeo, muy venerado en los países germánicos. Todos sus esfuerzos chocan con la voluntad inflexible de Martin Bormann, «la eminencia gris» del Fürher, quien considera esa ejecución –que será la única de ese tipo que se imponga a una religiosa de «raza alemana»– indispensable para intimidar al clero y a toda la Iglesia Católica.
A partir de ese momento, sor Restituta es encerrada en la celda de los condenados a muerte, donde permanecerá cinco meses. Sin embargo, sus compañeras de cárcel consiguen contactar con ella; Anna Haider, una comunista que escapó a la pena de muerte, relata: «Sor Restituta estaba sentada y rezaba el Rosario. Me arrodillé ante ella y vi que lloraba. Le dije: «¡Dios mío, Restl, ahora te toca a ti!». Ella me contestó: «No creas que lloro porque voy a morir; lloro de alegría, porque tú vivirás». Al final me dijo: «He vivido por Cristo, y por Cristo moriré« ¡sí, moriré!». Aquellas palabras han quedado grabadas para siempre en mi corazón».
El médico de las almas
Jesucristo, el médico de las almas, ha decidido curar Él mismo a esa curadora, convertida ahora en paciente. Esa ruda corteza, Él la quiebra como a una nuez, sirviéndose de la maldad del régimen nazi, para hacer aparecer el corazón ardiente de caridad sobrenatural que allí se esconde. En la clínica, sor Restituta trabajaba mucho, pero tenía poder de decisión, era –como se decía– «una institución». En la cárcel, no es más que una «enemiga del pueblo», humillada, hambrienta, destinada al cadalso. A esa religiosa de actividad desbordante, que se levantaba a las tres y media de la madrugada, Dios le impone la pasividad, pues el reglamento le prohíbe abandonar la litera antes de las seis y media. A ella le gustaba mandar, y ahora debe obedecer a sus carceleros y dejarse llevar «como cordero al matadero». Su riqueza consistía en poder prodigarse en el servicio de los enfermos; ahora ya no puede darles nada« a no ser su silencioso aniquilamiento ofrecido por ellos.
La religiosa franciscana se ha fijado en una detenida embarazada, que se arriesga a perder el bebé a causa de la infraalimentación; ella le entrega regularmente una parte de su parca ración de patatas. En noviembre de 1942, una pequeña ve la luz en prisión; su madre quiere bautizarla con el nombre de Restituta; por prudencia, «Restl» la disuade, por lo que la pequeña se llamará Helena, el nombre de bautismo de la que, mediante sus sacrificios, la ha salvado. La admiración crece entre las detenidas. Una de ellas declara: «Una fe semejante, una bondad semejante, un olvido semejante de uno mismo ¡es absolutamente único!». Por su parte, el capellán de la cárcel, monseñor Köck, confiará: «Fue para mí un gran apoyo en mi ministerio entre los prisioneros».
«¡Sí, Padre!»
Un mes antes de su muerte, la condenada escribe a su superiora general: «Espero cada día que mi vía crucis alcance el Monte Calvario« sea ahora o más tarde, que se cumpla la santa Voluntad de Dios. En esa santa Voluntad se halla todo mi consuelo; todos los días digo «¡sí, Padre!» y todo transcurre bien». Tres días después de su condena, había hecho llegar a las hermanas su «testamento», donde les pedía perdón por las molestias que les había causado y les daba las gracias por los favores recibidos; perdonaba a los que le habían hecho daño, especialmente al doctor Stumfohl; les pedía que no llorasen, sino que rezaran para que tuviera una buena muerte. Llegará a escribir, el 31 de enero de 1943: «He experimentado abundantemente el hecho de que el Salvador y su Madre no nos abandonan nunca. Sé que no habré de llevar mi cruz un segundo más de lo que Dios haya prescrito. No camino con tanta valentía por esta senda por mis méritos, sino gracias a las innumerables plegarias y sacrificios que cada día suben por mí hacia el Cielo».
El 30 de marzo de 1943, se comunica brutalmente a la condenada que ha llegado el momento de su ejecución. Temblando, renueva la oblación entera de sí misma que realizara el día de su profesión religiosa. Le retiran el anillo de profesión y toda la ropa, que es sustituida por una túnica de papel; morirá en la pobreza de san Francisco. Monseñor Köck y otro sacerdote, el padre Ivanek, la asisten: en el momento en que la conducen al cadalso, le pide a éste último que le haga el signo de la cruz sobre la frente. Poco después, los sacerdotes oyen caer el golpe seco de la cuchilla: «Entonces pensamos que el Cielo se había enriquecido con un alma que amaba a Dios». Una compañera superviviente ofrecerá el siguiente testimonio: «Algunas de nosotras, condenadas también a muerte, dijeron: quisiera morir como sor Restituta».
El 4 de diciembre de 1942, los nazis, temiendo que sor Restituta fuera venerada como mártir, habían prohibido que su cuerpo se entregara a la congregación, por lo que fue arrojado a una fosa común. Aterrorizadas, las religiosas ni siquiera osan hablar de ella. Sin embargo, el padre Ivanek no puede guardar silencio y les cuenta la tan edificante muerte de sor Restituta, citando sus últimas palabras: «Por Cristo he vivido, por Él voy a morir». El padre Shebesta, su confesor, declarará a su vez: «El carácter arisco y muy resuelto de sor Restituta siempre me sorprendió, pues en el fondo era un alma tierna« Estaba persuadido de que Dios la reservaba para una dura prueba« Para mí no hay duda alguna: en la cárcel se convirtió en una santa». La primera beneficiaria de la intercesión celestial de la mártir es Josefina Zimmerl, una mujer mayor y compañera de detención. Era la madre de un miembro de la resistencia que había sido ejecutado, y también ella era resistente, por lo que no podía esperar la clemencia de las autoridades. Sin embargo, un día, sor Restituta le había dicho: «La primera cosa que haré cuando esté cerca de Dios será pedirle que te liberen». El 1 de abril, dos días después de la ejecución de la religiosa, anuncian a Josefina su liberación.
Con motivo de la beatificación de sor Restituta, el beato Juan Pablo II subrayó: «Fue su confesión de la Cruz de Cristo lo que le costó la cabeza. Conservó en su corazón y renovó esa confesión justo antes de su ejecución, pidiéndole al capellán que le hiciera la señal de la cruz sobre la frente. Al mirar a la beata sor Restituta, podemos entrever qué grado de madurez espiritual puede alcanzar una persona si se abandona en las manos bienhechoras de Dios« Son muchas las cosas que como cristianos nos pueden quitar. Pero no nos quitarán la Cruz como signo de salvación. No permitiremos que sea excluida de la vida pública« ¡Gracias, beata sor Restituta Kafka, por haber nadado a contracorriente del espíritu del mundo!». Luego, dirigiéndose a los jóvenes, el Papa exclamaba: «¡Plantad en vuestra vida la Cruz de Cristo! ¡La Cruz es el verdadero árbol de vida!».
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