8 de Noviembre de 2007

Beata María de la Pasión (Helena de Chappotin)

Muy estimados Amigos:

Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes, bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y el Espíritu Santo« (Mt 28, 19). Esta llamada de Cristo ha suscitado en todas las épocas la respuesta de corazones generosos que se han comprometido en la vida misionera. De ese modo, «María de la Pasión se entregó en manos del Dios capaz de colmar la sed de verdad que habitaba en ella. Con la fundación de las Hermanas Franciscanas Misioneras de María, arde en deseos de comunicar las oleadas de amor que se agitan en ella y que quieren expandirse por el mundo. En el centro del compromiso misionero, ella sitúa la oración y la Eucaristía, pues adoración y misión se funden, para ella, en un mismo proceder» (Homilía de Juan Pablo II con motivo de la beatificación de la madre María de la Pasión, el 20 de octubre de 2002).

Beata María de la Pasión (Helena de Chappotin)La futura madre María de la Pasión, Helena de Chappotin, había nacido el 21 de mayo de 1839. Alrededor de la cuna se encuentran sus cuatro hermanos y hermanas, así como seis primos y primas, ya que un tío y una tía viven con los Chappotin en un pequeño apartamento cercano a la catedral de Nantes (Francia). Sin embargo, la mayor parte del año la pasan en una extensa propiedad de la familia, el Fort, a algunos kilómetros de la ciudad. Helena es una niña capaz y voluntariosa, turbulenta y líder, y vibra con las conversaciones que escucha a su alrededor, impregnadas de recuerdos de la Revolución y de la insurrección.

Su corazón se rompe de amor

Desde la más tierna infancia, Helena da muestras de una madurez sorprendente, aunque el conjunto de su carácter y las cualidades en las que destaca en su pequeño universo no dejan de inquietar a la señora de Chappotin, por lo que ésta se esmera más en la formación religiosa de la niña. Helena está obsesionada por la idea de la eternidad, hasta el punto de acongojarse por ello. Sólo encuentra la paz el día en que su corazón «se rompe de amor por Nuestro Señor», según sus propias palabras. Una de las características de su infancia es el amor por los pobres, por quienes realiza generosos sacrificios. Junto con unas amigas, funda «la Asociación Santa Ana», cuyo objetivo es procurarles ropa. No obstante, su temperamento extrovertido da libre curso a juegos ruidosos. En 1847, cuando Helena tiene ocho años, su padre es nombrado ingeniero jefe en Vannes, por lo que deben dejar la propiedad del Fort para ocupar un pequeño apartamento. Al verse privada de sus primos, Helena se refugia en la lectura. Toma la primera comunión el día del Corpus de 1850: «Me sentía tan bien con Dios después de la primera comunión« me encomendaba a Dios para que me llevara consigo antes de ser mala».

Pero, ese mismo año, empieza para Helena un período doloroso, marcado por varios duelos. «Ante mí –escribirá Helena– el vacío se hacía cada vez más grande. ¿Qué merecía la pena de ser amado? Ese enigma de mi infancia se hacía cada vez más aterrador». En abril de 1856, asiste al retiro anual de los Hijos de María, en Nantes. Nada más inaugurarlo, el predicador resulta profético: «En esta capilla hay un alma que el Señor busca, quiere y reclama. Rezaremos todos por ella durante la bendición del Santísimo Sacramento». Sin dudarlo, Helena se dice a sí misma: «Esa alma soy yo, van a rezar por mí». Sin embargo, añadirá: «Con esa convicción, fui más niña, más risueña que nunca, disipando a las demás. Nada para Dios hasta que llegó el último sermón, nada« Pero cuando empezó la última bendición del Santísimo Sacramento, me parece que debí recibir algo de la gracia de san Pablo en el camino de Damasco. Me arrodillé, todavía fría, con este pensamiento: «Soy el que te amará siempre más de lo que le amarás, el que posee la bondad sin mancha, sin desengaño, pues soy el infinito, Dios». No oí nada, era un pensamiento que duró un minuto, pero que hizo de mí otra criatura». La vida de Helena sufre una metamorfosis. Desaparece el tedio y la negligencia, y su vida, en adelante, es transformada por el amor de Dios. Y un día recibe una nueva luz: «¿Qué me debes, que hasta tal punto me he adueñado de ti? –le pregunta Jesús. La vida religiosa se presenta ante ella. «Sólo el don completo de mí misma puede pagar a quien se ha entregado por completo a mí» –responde ella. Y del mismo modo que la bondad de Dios se había impuesto a su amor, también la vida religiosa se impone a su conciencia, e incluso a sus deseos.

Helena profundiza en su vida espiritual: largas horas de oración, penitencias« Su familia se percata enseguida del cambio, pero la joven no habla de su vocación, pues sabe que su madre se opone ferozmente a ella. A finales de 1858, el padre Lavigne, su confesor, le pide que realice un retiro de discernimiento con las Damas del Cenáculo, en París. Helena informa de ello a sus padres, que aceptan. Pero, poco antes de marcharse, su madre sufre un ataque cerebral que la lleva a la muerte al cabo de ocho días. Helena se queda, pues, junto a su padre.

Un nombre nuevo

Un día, ante la sugerencia de una amiga, se dirige a las monjas clarisas de Nantes y decide hacerse religiosa. Su entrada en el claustro de las clarisas tiene lugar el 9 de diciembre de 1860. El 23 de enero siguiente, mientras se halla en el coro, recibe un nombre nuevo: «De repente, oí esta frase, distinta y positiva (no sé si procedía de los oídos del cuerpo): «¿Quieres ser crucificada en lugar del Santo Padre?»« Respondí que sí. Y entonces, cayó sobre mí, como si de una consagración se tratara, esta frase y este nombre: «María víctima de Jesús, y de Jesús crucificado». Creo que, desde entonces, ése es mi nombre del cielo, más allá de todas las voluntades humanas« El amor que sentí era tan violento que me parece que es imposible soportarlo en la tierra; o uno muere o ese amor disminuye». Ese nombre misterioso evoca las frases de san Juan: Jesucristo, el justo, es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero (1 Jn 2, 2). Jesús urge a Helena para que se una a su sacrificio, para que entre con Él en el misterio de la Redención del mundo, y ello en el contexto de la Iglesia de su época, en un momento en que el poder temporal del Papa sobre los Estados de la Iglesia se halla amenazado de desaparición. El choque producido por la revelación de ese nombre nuevo es tal, que Helena cae enferma y debe alejarse del convento. De regreso con la familia, ocupa su profunda soledad en la lectura de los autores de la escuela francesa del siglo xvii.

En 1864, se entera de la existencia de la Sociedad de María Reparadora, dedicada a la adoración del Santísimo Sacramento en reparación de los pecados del mundo, con María al pie de la cruz, y según las constituciones de san Ignacio. Se incorpora entonces al noviciado de las reparadoras de Toulouse. Al tomar el hábito, que tiene lugar el 15 de agosto siguiente, recibe el nombre de sor María de la Pasión. A principios de 1865, es designada para ir a la misión de Maduré, al sur de la India, donde, a partir de 1859, ante la petición de los padres jesuitas, la Sociedad de María Reparadora había enviado un primer grupo de hermanas para ocuparse de numerosas jóvenes viudas y solteras de la región. En un contexto geográfico, cultural y religioso que les resulta desconocido, deben adaptar sus formas de vida religiosa. El 3 de mayo de 1866, María de la Pasión profesa sus primeros votos religiosos y, casi enseguida, es nombrada superiora del convento de Tuticorin. Tras una actuación muy apreciada, en enero de 1867 es nombrada superiora provincial de los tres conventos de Maduré.

La madre María de la Pasión posee numerosas cualidades con que poder enfrentarse a la situación, pero su extrema sensibilidad le causa profundas aflicciones. Su frágil salud es puesta a prueba por el clima, padeciendo violentos dolores de estómago o de cabeza, enfermedad de corazón, etc. Pero ella debe responder a las necesidades materiales y espirituales de las familias, con catecismos, retiros, actividades escolares, dispensarios, refugios para las mujeres« Su acción se extiende al cuidado de la treintena de hermanas repartidas en tres comunidades, armonizando, con gran flexibilidad, la oración, la adoración eucarística y el apostolado. El clima de caridad que instaura en las comunidades provoca la admiración de los visitantes: «Cuando se entra en vuestro convento –afirma un obispo a las hermanas–, se siente cierta emoción, algo especial« es la caridad que reina en esta residencia».

Una decisión difícil

Sin embargo, las dificultades en el apostolado son tales que la superiora general considera la posibilidad de repatriar a todas las hermanas a Francia. La madre María de la Pasión responde que es necesario mucho tiempo para que esas mujeres se adapten a la vida misionera. En 1874, le piden que abra un orfanato y dos escuelas en Ootacamund, una gran localidad con una situación climática muy favorable, en el norte de Maduré. La madre María de la Pasión cumple con esa fundación en condiciones de extrema pobreza. Durante ese tiempo, en Maduré, la situación se degrada a causa de múltiples incomprensiones sobre las obras de la congregación y la disciplina, gran parte de ellas debidas a las dificultades de comunicación con Europa. La superiora general releva a la madre María de la Pasión de su cargo de provincial, pero le deja el priorato del convento de Ootacamund, enviando en su lugar a una de sus ayudantes. Ésta ofrece a las religiosas la posibilidad de aceptar un conjunto de medidas que les parecen arbitrarias e inaceptables, o bien la salida pura y simple de la congregación. Profundamente incómodas, las hermanas reflexionan, lo consultan y rezan, decidiéndose finalmente mayoritariamente por abandonar la congregación. La madre María de la Pasión, que sigue en Ootacamund, se calla. Las hermanas han elegido sin ella, pero unas veinte acuden a su lado. Monseñor Bardou, el obispo que había pedido la fundación de Ootacamund, acepta recibirlas. No obstante, envía a María de la Pasión y a dos de sus compañeras a Roma para exponer la situación y buscar una solución.

Mientras tienen lugar las gestiones en Roma, las hermanas, mal hospedadas, padecen hambre y frío, pero las autoridades se muestran enseguida favorables; a partir del 5 de febrero de 1877, se concede la autorización de fundar el Instituto de las Misioneras de María, consagrado exclusivamente a las misiones. María de la Pasión redacta un reglamento de vida y lo somete a Monseñor Bardou. Como base de todo, incluye el ofrecimiento de uno mismo sin reservas a la Iglesia y a la salvación del mundo, y luego la imitación de María, siguiendo a Jesús hasta el calvario. En su espíritu han tomado forma algunas convicciones: es necesaria una preparación específica para las misioneras y, además, un mejor conocimiento de los horizontes culturales del país donde se realice la misión.

La razón de la actividad misionera de la Iglesia «se basa en la voluntad de Dios, que quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al conocimiento de la verdad. Porque uno es Dios, uno también el mediador entre Dios y los hombres, el Hombre Cristo Jesús, que se entregó a sí mismo para redención de todos (1 Tm 2, 4-5), y en ningún otro hay salvación (Hch 4, 12). Es, pues, necesario que todos se conviertan a Él, una vez conocido por la predicación de la Iglesia, y por el bautismo se incorporen a Él y a la Iglesia, que es su Cuerpo« Pues aunque el Señor puede conducir a los hombres que ignoran el Evangelio inculpablemente, por caminos que Él sabe, a la fe, sin la cual es imposible agradarle (Hb 11, 6), la Iglesia tiene el deber (cf. 1 Co 9, 16), a la par que el derecho sagrado, de evangelizar, y, por tanto, la actividad misionera conserva íntegra hoy, como siempre, su eficacia y su necesidad» (Concilio Vaticano II, Decreto Ad Gentes, 7).

Una dicha y una gracia

La madre María de la Pasión se dirige inmediatamente a Francia para abrir un noviciado en Saint-Brieuc, donde es acogida calurosamente por el obispo. Son numerosas las vocaciones que se presentan, impulsadas por los párrocos de los alrededores. En 1878, tiene lugar una primera ceremonia de salida misionera de cinco novicias para la India. En el mes de junio de 1880, el noviciado es trasladado a la antigua propiedad de los obispos de Saint-Brieuc, no lejos de la ciudad, en Les Châtelets. En junio de 1882, María de la Pasión se desplaza de nuevo a Roma, donde coincide con el padre Rafael Delarbre, que ocupa un cargo importante en la orden franciscana. Ese sacerdote le pide que redacte las constituciones definitivas de su Instituto, y luego recomienda que se abra una casa en la propia Roma. Persuadida de que Dios la quiere franciscana, la madre María de la Pasión se dirige al ministro general de los franciscanos, el padre Bernardino, que concede su visto bueno: «Cuando descubrí su deseo de pertenecer a san Francisco –dirá más tarde–, sentí que, para nuestra orden, era una dicha y una gracia».

Todo parece ir perfectamente. Sin embargo, a partir de noviembre de 1882, el favor de que goza la nueva congregación en Roma despierta las sospechas que planean sobre su fundación desde la separación de las Hijas de María Reparadora. Ciertas voces malintencionadas imputan a una ambición personal los propósitos de la fundadora. El 16 de marzo de 1883, María de la Pasión es depuesta del cargo de superiora general y se le prohibe escribir a sus hijas. Poco después, la Congregación de la Propaganda zanja un litigio económico con la Sociedad de María Reparadora en perjuicio de las Misioneras de María, decisión humanamente desastrosa para éstas.

El gran misionero

A pesar de que los padres Bernardino y Rafael, así como el obispo de Saint-Brieuc, la apoyan en esa tribulación, María de la Pasión siente una gran humillación por no haber podido defenderse. Por lo demás, la decisión que acaba de condenarla está en contradicción con las garantías anteriormente recibidas. La vida espiritual de la madre se resiente, como ella misma explicará: «Unas veces mi fe se ensombrecía, y otras me parecía que también Dios me juzgaría sin escucharme y que me condenaría sin causa». Pero esa dura prueba la purifica, y sus oraciones ante el Sagrario le ayudan a profundizar en su unión con el misterio eucarístico. El gran misionero del Instituto –escribirá en 1888– es Jesús expuesto y adorado. No se ha entendido lo suficiente el poder de la Eucaristía y de la oración, unida a la acción, para la conversión de los pueblos». Finalmente, en febrero de 1884, León XIII nombra a un «encargado de negocios» para examinar la situación de las Misioneras de María. Para María de la Pasión, ese examen resulta una «larga serie de pequeñas agonías; sólo Dios sabe lo que he oído leer sobre mí«». Finalizada la inspección, el obispo de Saint-Brieuc escribe a las religiosas: «Habéis ganado la causa, y me regocijo con vosotras« La injusta exclusión con que se había golpeado a la madre María de la Pasión ha sido anulada por el propio Sumo Pontífice». A finales de julio de 1884, la madre María de la Pasión es reelegida por unanimidad en capítulo como superiora general. «Demasiadas angustias, demasiadas decepciones habían pasado por mi alma para que no sufriera una gran aprensión al retomar el peso de esa responsabilidad» –escribirá. Y esa angustia que la sumerge con frecuencia en una noche profunda seguirá siendo un rasgo permanente de su vida espiritual.

En agosto de 1885, el Instituto queda oficialmente bajo la dirección del ministro general de los franciscanos. Comienza entonces un magnífico auge misionero. En 1886, se realizan cuatro fundaciones: Ceilán (dos fundaciones), China y París. Las separaciones que exigen esos viajes producen gran sufrimiento a la madre María de la Pasión, que ama personalmente a cada una de sus hijas. Sin embargo, nunca se verá mermado el amor materno y fraterno que la inmensa correspondencia de la fundadora mantendrá constantemente con la congregación. A partir de 1886, las solicitudes de fundación no cesan de afluir, primero cada semana, y, después, casi diariamente. Las fundaciones realizadas en Europa no solamente se consideran como viveros de vocaciones para los países de misión, sino que responden igualmente a las necesidades evangelizadoras de los barrios pobres de las grandes ciudades. Para poder atender a las considerables necesidades materiales que ello conlleva, María de la Pasión recurre al trabajo: «Cueste lo que cueste, hay que trabajar, y encontrar suficiente labor para vivir». Así pues, las hermanas se dedican a tareas de dibujo, pintura, costura, litografía, tipografía, a tejer, etc. La madre María de la Pasión organiza también la formación misionera de sus hermanas; redacta un «Compendio de costumbres de la maestra de novicias», verdadero tratado de formación espiritual, así como otros escritos espirituales.

En 1890, el Instituto recibe su estatuto de derecho pontificio; en ese momento cuenta con 17 conventos y 495 hermanas. María de la Pasión lo atribuye todo a Dios. No obstante, en el fondo de su alma, prosigue una obra de purificación. Por una parte, necesita apasionadamente a Dios, su amor, su gloria, y se sumerge en el silencio de la adoración; por otra, no sabe lo que el Señor opina de ella, y duda incluso de su salvación eterna. El padre Bernardino, que también soporta parecidos sufrimientos espirituales, le dice: «Vamos, acabe ya de una vez por todas, haga ofrenda perpetua de abandono de su alma, de su ser y de su eternidad a Dios».

«¡Caminad siguiendo a Jesús!»

En noviembre de 1896, se inaugura un capítulo general, tras el cual la fundadora exclama: «Hoy, siento el ferviente deseo de trasladaros las palabras de san Pedro al cojo del Evangelio: No tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo te lo doy: ¡levántate y anda! Efectivamente, no tengo ni oro ni plata, pero lo que tengo os lo doy. Me entrego por entero a vosotras, a pesar de mis cruces, de mi mala salud y de mi miseria. Así pues, ¡levantaos y caminad! Os lo suplico, ¡caminad siguiendo a Jesús!». A partir de ese momento, las fundaciones se multiplican: Congo, Mozambique, Canadá, Austria, Mongolia, Birmania, Japón«

En el contacto con los pobres, especialmente en las grandes ciudades, María de la Pasión se preocupa por el tema social, y le interesa muy especialmente la suerte de la mujer. Por eso estimula la creación de escuelas profesionales y de talleres donde las mujeres puedan aprender un oficio y recibir un salario justo. «En el cristianismo –decía el Papa Pablo VI–, más que en cualquier otra religión, la mujer posee, desde los orígenes, una prerrogativa especial de dignidad, cuyos aspectos, numerosos y notables, quedan atestiguados en el Nuevo Testamento« Resulta evidente que la mujer está llamada a formar parte de la estructura viva y operante del cristianismo, de una manera tan importante que quizás no hayamos discernido todavía todas sus virtualidades» (6 de diciembre de 1976).

En 1900, las hermanas del Instituto reciben la gracia del martirio en China: en Tai-Yuan-Fu, la guerra de los boxers provoca la matanza de toda la misión, en especial la de las siete hermanas que habían llegado el año anterior. En medio de las lágrimas, la fundadora exclama: «Ahora ya puedo decir que tengo a siete auténticas franciscanas misioneras de María. Su martirio habla por sí mismo. Mediante su vocación, se han ofrecido por la Iglesia y por las almas, y han llegado hasta el final del holocausto«». Aquellas religiosas mártires fueron canonizadas el 1 de octubre de 2000.

Desgastada por las fatigas de sus incesantes viajes y por la tarea cotidiana, María de la Pasión muere en San Remo (Italia) el 15 de noviembre de 1904, dejando tres mil religiosas repartidas en ochenta y seis fundaciones por todos los continentes.

Con motivo de la beatificación de la madre María de la Pasión, el Papa Juan Pablo II decía: «El primer servicio por rendir en la misión es la búsqueda sincera y constante de la santidad. No podemos dar testimonio coherente del Evangelio si no lo vivimos antes fielmente». Estas palabras se hacen eco de la enseñanza del Concilio Vaticano II: «Porque todos los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de la palabra el hombre nuevo del que se revistieron por el bautismo y la virtud del Espíritu Santo, por quien fueron fortalecidos con la confirmación, de tal suerte que todos los demás, al contemplar sus buenas obras, glorifiquen al Padre (cf. Mt 5, 16) y perciban más plenamente el sentido auténtico de la vida humana y el vínculo universal de la unión de los hombres (Ad Gentes, 11).

Pidamos a la beata María de la Pasión que nos conceda la gracia de vivir conforme al Evangelio, con un ardiente celo por la salvación de las almas.

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