30 de diciembre de 2015
Santa Gertrudis
Muy estimados Amigos:
«¿Para qué sirve la vida consagrada ? ¿ Por qué abrazar este género de vida cuando hay tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma evangelización a las que se puede responder también sin asumir los compromisos peculiares de la vida consagrada ? » —se preguntaba san Juan Pablo II en su exhortación apostólica sobre la vida religiosa… « Pero interrogantes semejantes han existido siempre —continuaba el Papa—, como demuestra elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania : María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume (Jn 12, 3). A Judas, que con el pretexto de la necesidad de los pobres se lamentaba de tanto derroche, Jesús le responde : Déjala (Jn 12, 7)… El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración “utilitarista”, es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida “derramada” sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa » (Vita consecrata, 25 de marzo de 1996, 104). En el siglo xiii, santa Gertrudis dio un hermoso ejemplo de vida consagrada al Señor.
Gertrudis, llamada Magna con motivo de su proyección espiritual, es una de las glorias de Alemania. El perfume esparcido por la vida de esa humilde religiosa ha atravesado los siglos hasta el punto de hacer de ella una santa popular incluso en América del Sur. Nació el 6 de enero de 1256. La pequeña Trutta, como se la conoce afectuosamente, fue entregada al monasterio de Helfta a los cinco años de edad, según la costumbre extendida desde el siglo x de educar a las niñas en conventos de monjas. En aquella época, las familias nobles instituían con frecuencia conventos en sus tierras, a fin de beneficiarse de continuas plegarias. Así, en 1229, el conde Burchard de Mansfeld fundó cerca de su castillo un monasterio de religiosas que asentó bajo la regla de san Benito con los usos del Císter. Esas monjas, ricamente dotadas por el conde y su esposa, podían satisfacer con ello sus necesidades y las del personal bastante numeroso del que no podían prescindir. Después de mudarse en 1234 a Rodersdorf, el convento se trasladó en 1258 a Helfta, en Sajonia (norte de Alemania).
Gertrudis de Hackerborn (c. 1231-c. 1291), a la que no hay que confundir con nuestra santa, era entonces abadesa del monasterio de Helfta, que estuvo bajo su dirección durante cuarenta años. De fuerte personalidad, verdadera maestra y ejemplar en todo, la madre Gertrudis ofrece a las monjas una sólida instrucción intelectual, que les permite cultivar una espiritualidad basada en la Sagrada Escritura, la liturgia, la tradición patrística, la Regla y la espiritualidad cisterciense, con especial predilección por san Bernardo de Claraval y Guillermo de Saint-Thierry. Nombra maestra de novicias a su propia hermana, la futura santa Matilde, nueve años menor que ella, a quien confía igualmente las funciones de chantre y de directora de las escuelas. Matilde transmite a la pequeña Trutta el arte del canto litúrgico y le enseña a leer y a escribir ; la caligrafía de los manuscritos, que comprende la iluminación y la corrección de las eventuales faltas, es entonces muy valorada en Helfta. Ante los progresos de la pequeña, que destaca por la vivacidad de su inteligencia y por su exuberancia, Matilde aborda con ella las materias del trívium (gramática, retórica y dialéctica) y luego del quadrívium (aritmética, geometría, astronomía y música). Entre los autores espirituales, Gertrudis aprecia especialmente a san Agustín y a san Bernardo por su elocuencia llena de vigor. Dichos estudios son completados con lecciones de teología en las que colaboran los dominicos de Halle, quienes, instalados en la región desde hace más de treinta años, mantienen estrechos lazos con el monasterio de Helfta y garantizan la dirección espiritual de las monjas. Matilde aprecia grandemente a los ilustres doctores de la orden : san Alberto Magno y santo Tomás de Aquino.
En sus escritos, Gertrudis recuerda que el Señor la ha prevenido con paciencia compasiva e infinita misericordia, olvidando los años de infancia, de la adolescencia y de la juventud, que transcurrieron —escribirá ella dirigiéndose al Señor— « en una ceguera tal que si no me hubierais dado un horror natural por el mal, una atracción por el bien, con los sabios consejos de mi entorno, me parece que habría caído en todas las ocasiones de pecado, sin remordimientos de conciencia, absolutamente como si hubiera sido una pagana… Sin embargo, me elegisteis desde mi más tierna infancia, a fin de hacer que creciera en medio de las vírgenes consagradas, en el santuario bendito de la vida religiosa ». La joven monja posee un carácter fuerte, decidido e impulsivo ; reconoce a menudo su negligencia y pide humildemente perdón por ello. Siente pasión por las actividades del espíritu y busca en ellas, principalmente, su complacencia. Si bien es cierto que ama al Señor y que se muestra asidua al Oficio coral, se aplica sobre todo a satisfacer su sensibilidad artística.
La torre de gloria vana
Hacia la edad de veintiséis años, Gertrudis pasa por una etapa de tinieblas durante la cual sus queridos estudios no le aportan alivio alguno. Percibe claramente la naturaleza limitada de estos ; todo le desagrada y se siente sola. Ese tormento dura un mes. Gertrudis ve incluso en ello un don de Dios « para derribar la torre de gloria vana y de curiosidad levantada por mi orgullo, orgullo insensato por cuanto ni siquiera merecía llevar el nombre y el hábito de la vida religiosa. No obstante, era el camino que elegisteis, ¡ oh, Dios mío !, para revelarme vuestra salvación ». Pero el Señor calma finalmente, con delicadeza y dulzura, la confusión que la desasosiega. El 27 de enero de 1281, después del oficio de completas, es favorecida con una gracia singular, que describe así :
« Vi ante mí un joven lleno de encanto y belleza. Parecía tener dieciséis años, y era tan atractivo que mis ojos no habrían podido desear ver nada mejor. Con rostro colmado de bondad, me dirigió estas dulces frases : “¿ Por qué te consumes de pena ? ¿ Acaso no tienes consejero que te dejas abatir de ese modo por el dolor ?”. Mientras pronunciaba esas palabras, me pareció estar en el coro, en ese rincón donde habitualmente rezo esa oración tan tibia, y allí oí la continuación de las frases : “Salvabo te et liberabo te, noli timere (Te salvaré y te liberaré, no temas)”. Entonces, vi cómo su mano tomaba mi mano derecha como para ratificar solemnemente esas promesas. Luego añadió : “Has lamido la tierra con mis enemigos y chupado entre las espinas algunas gotas de miel. Vuelve a mí y te embriagaré en el torrente de mi voluptuosidad divina”. Mientras hablaba de ese modo, miré y vi entre él y yo un seto erizado de espinas que se extendía tan lejos que no distinguía su fin. No veía manera alguna de pasar hasta ese hermoso adolescente. Por lo que permanecía dubitativa, ardiente en deseos y a punto de desfallecer, cuando él mismo me tomó de repente y, levantándome sin dificultad alguna, me colocó a su lado. Reconocí entonces en esa mano que acababa de entregárseme en prenda, las joyas preciosas de las llagas sagradas que han anulado todos los títulos que podían oponérsenos (cf. Col 2, 14)… Desde ese instante, mi alma recobró la calma y la serenidad ; comencé a caminar siguiendo el aroma de vuestros perfumes (dice ella al Señor), y pronto probé la dulzura y la suavidad del yugo de vuestro amor, que anteriormente había considerado duro e insoportable ».
La presencia de un amigo
A partir de ese momento, la vida de comunión íntima de Gertrudis con el Señor se intensifica, especialmente en el transcurso de los tiempos litúrgicos más importantes —Adviento y Navidad, Cuaresma y Pascua, las fiestas de la Virgen—, incluso cuando, por hallarse enferma, no puede acudir al coro. Una mañana del tiempo pascual, entra en el patio y se sienta cerca del vivero. La belleza del lugar, regado por un agua límpida y rodeado de verdes árboles, la maravilla. Los pájaros, y en especial las palomas, abundan en ese profundo retiro donde se disfruta de un reposo delicioso. « Allí —confía ella— reflexionaba en lo que podría completar los encantos de ese lugar, y notaba que solamente faltaba la presencia de un amigo afectuoso, agradable y capaz de deleitar mi soledad con una palabra. Entonces vos, ¡ oh Dios mío !, me hicisteis comprender que si, mediante continua gratitud, hiciera remontar hacia vos las gracias que me colman, si me esforzara por crecer en virtudes, si además, despreciando todo lo que es terrenal, tomara como las palomas el vuelo libre hacia las cosas del Cielo, entonces mi corazón se convertiría para vos en una morada llena de encantos. Pasé todo el día meditando esos pensamientos y, por la noche, arrodillándome para rezar, el siguiente pasaje del Evangelio golpeó de súbito mi alma : Si alguno me ama guardará mi Palabra, y mi padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn 14, 23). Al instante, sentí que mi corazón de barro se había convertido en vuestra morada ».
Gertrudis comprende que ha permanecido durante mucho tiempo lejos del Señor por haberse dedicado con demasiado entusiasmo a los estudios liberales, a la sabiduría humana, descuidando la ciencia espiritual y privándose así del gusto por la verdadera sabiduría. El Señor, que la había elegido desde el claustro materno y la había hecho participar, desde la infancia, en el banquete de la vida monástica, la reconduce mediante su gracia « de las cosas exteriores a la contemplación interior, de las ocupaciones terrenales al cuidado de las cosas celestiales ». De ese modo, de gramática se convierte en teóloga, llenando su corazón de las más útiles y de las más dulces sentencias de la Sagrada Escritura. Por eso tiene siempre a su disposición la Palabra de Dios, a fin de satisfacer a quienes acuden a consultarle y de rechazar cualquier idea falsa mediante pasajes de la Sagrada Escritura, empleados tan a propósito que nada hay que objetar. Gertrudis se dedica, en efecto, a escribir y divulgar la verdad de la fe con claridad y sencillez, gracia y persuasión, sirviendo a la Iglesia con amor y fidelidad, hasta el punto de ser útil y apreciada por los propios teólogos. Pero su conversión se manifiesta igualmente en la observancia monástica, con el paso de una vida que ella califica de negligente a una vida de oración intensa, unida a un excepcional entusiasmo misionero.
La intimidad con Jesús predispone a Gertrudis a convertirse en apóstol de la comunión frecuente, en contra de la costumbre general en el siglo xiii. Un día recibe el siguiente consejo del Señor : « Me deleito estando con los hijos de los hombres, y en la abundancia de mi amor he instituido este sacrificio (la Misa) para que sea renovado con frecuencia en memoria mía. Me he comprometido a permanecer en ese misterio con los fieles hasta el final de los siglos. Quien se esfuerza en alejar de la comunión un alma que no se halla en pecado mortal se asemeja a un preceptor severo que impidiera que el hijo del rey jugase con los niños pobres de su edad, a pesar del placer que hallaría en ello el joven príncipe ». Gertrudis recibe así del Señor, sobre todo en el coro durante el Oficio divino, dones destacados que le inspirarán siempre profundos cantos de acción de gracias. Relatará más tarde su experiencia mística con un lenguaje vivo y rico en imágenes. « El progreso espiritual —explica el Catecismo de la Iglesia Católica— tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta unión se llama “mística”, porque participa del misterio de Cristo mediante los sacramentos —“los santos misterios”— y, en Él, del misterio de la Santísima Trinidad. Dios nos llama a todos a esta unión íntima con Él, aunque las gracias especiales o los signos extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para manifestar así el don gratuito hecho a todos » (CEC 2014).
Una preferencia sorprendente
Sin embargo, el Señor conduce a Gertrudis a la santidad por etapas ; incluso después de la caída de su “torre de gloria vana” aún le quedan defectos : sigue teniendo inclinación por la impaciencia, inclusive por la cólera, así como un cierto orgullo que favorecen su elocuencia y habilidad en el canto. También le ocurre que se deja llevar por el resentimiento. No obstante, a pesar de los momentos de abatimiento al ser consciente de su débil progreso, no transige con sus defectos y lucha con perseverancia. Las ocurrencias de su temperamento asombran a algunas personas que llegan hasta sorprenderse de la preferencia con que el Señor la gratifica. Pero Jesús le revela un día : « Algunos defectos que uno observa en sí mismo mantienen la humildad y la compunción, y hacen avanzar, en consecuencia, por los caminos de la salvación. A veces dejo que subsistan esos defectos en mis amigos más íntimos, con objeto de ejercitarlos en la virtud ». Profundamente impresionada por la dulzura de Cristo, Gertrudis se dirige a Él de esta manera : « Mi alma se ha emocionado con frecuencia y dulcemente a la vista de vuestro amor misericordioso ; jamás las amenazas y los castigos me habrían llevado por un camino tan seguro a temer el pecado y a corregir mis defectos ». El Señor la corrige, en efecto, con profunda delicadeza : « Al dar un rodeo tan hábil me mostrabais vuestra aversión por las imperfecciones de las personas que me rodeaban, y cuando dirigía la mirada hacia mí misma me veía enseguida mucho más culpable, pues vuestra dulce luz había iluminado mi conciencia, sin que ninguna señal por vuestra parte hubiera podido hacerme suponer que incluso habíais notado en mí un defecto capaz de afligiros ».
Jesús dijo : Cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis (Mt 25, 40). Gertrudis, que se considera a sí misma como la más pequeña y la última de las criaturas, ofrece a Cristo presente en ella todo lo que ella misma se concede en concepto de alimentación, de sueño o de uso de cualquier bien de todo tipo. El Señor le revela un día lo agradable que todo ello le resulta. Sin embargo, la monja siente todavía más gozo en dar cualquier cosa al prójimo.
Ese libro es mío
En la festividad de la Purificación, el 2 de febrero de 1288, Gertrudis se halla en cama por una enfermedad, que solamente la abandonará en ciertos momentos de respiro. Conminada por Nuestro Señor, relata por escrito los favores celestiales de los que ha sido beneficiaria, realizando plenamente su vocación de ser testigo, para la posteridad, de los tesoros del Corazón de Jesús. Ese libro que es mío —le dice un día Jesús— se titulará El heraldo del amor divino, porque en él se degustará por adelantado una parte de la sobreabundancia de mi amor divino ». También le explica el motivo de recibir tantas gracias diversas e inefables que ella se esfuerza de formular por escrito : « Si actúo de ese modo es porque te he asentado para que seas la luz de las naciones, para que ilumines a gran número de ellas, y es necesario que, en tu libro, todos encuentren según sus diversas necesidades lo que conviene para consolarlos e instruirlos ». En la actualidad, de su intensa actividad como escritora solo queda El heraldo del amor divino, Las revelaciones y los Ejercicios espirituales, verdaderas joyas de la literatura espiritual.
Dirigiéndose a Jesús, Gertrudis escribe : « Me habéis admitido en la incomparable familiaridad de vuestra ternura, ofreciéndome la muy noble arca de vuestra divinidad, es decir, vuestro sagrado Corazón, para que halle en él mis delicias ». Un día se lamenta de no poder evitar las imperfecciones que saturan su vida, y Jesús le responde : « Ofrezco a los ojos de tu alma mi Corazón sagrado, órgano de la adorable Trinidad, a fin de que le pidas que repare la imperfección de tu vida y que te haga perfectamente agradable a mis ojos ». Como quiera que Gertrudis permanece incrédula ante una oferta tan preciada, Jesús la anima en estos términos : « Si tuvieras una voz sonora y agradable, y si te gustara cantar, a la vez que cerca de ti se hallara una persona de voz discordante, ¿ acaso no te indignarías de que ella quisiera ejecutar una melodía que tú podrías producir con tanta facilidad y encanto ? Del mismo modo, mi Corazón sagrado espera y desea que le invites, bien mediante tus palabras, bien incluso mediante una señal, a cumplir y perfeccionar contigo los actos de la vida, y desea hacerte ese favor con gozo lleno de amor ».
El culto del Sagrado Corazón, que se ha desarrollado a través de los siglos, rinde homenaje de nuestra fe a la humanidad de Cristo. El Sagrado Corazón representa el centro más profundo y todo el amor de la persona de Cristo. « En la Biblia —explica el Papa Francisco— el corazón es el centro del hombre, donde se entrelazan todas sus dimensiones : el cuerpo y el espíritu, la interioridad de la persona y su apertura al mundo y a los otros, el entendimiento, la voluntad, la afectividad. Pues bien, si el corazón es capaz de mantener unidas estas dimensiones es porque en él es donde nos abrimos a la verdad y al amor, y dejamos que nos toquen y nos transformen en lo más hondo » (Encíclica Lumen fidei, 5 de julio de 2013, 26). En su Corazón, Jesús une íntimamente el amor y la verdad, que no deben estar separados, pues el amor, si bien atañe a nuestra afectividad, no va unido en principio al sentimiento, sino a la verdad : « El amor se concibe hoy como una experiencia que pertenece al mundo de los sentimientos volubles y no a la verdad —prosigue el Papa—. En realidad, el amor no se puede reducir a un sentimiento que va y viene. Tiene que ver ciertamente con nuestra afectividad, pero para abrirla a la persona amada e iniciar un camino, que consiste en salir del aislamiento del propio yo para encaminarse hacia la otra persona, para construir una relación duradera ; el amor tiende a la unión con la persona amada… Si el amor no tiene que ver con la verdad, está sujeto al vaivén de los sentimientos y no supera la prueba del tiempo. El amor verdadero, en cambio, unifica todos los elementos de la persona y se convierte en una luz nueva hacia una vida grande y plena. Sin verdad, el amor no puede ofrecer un vínculo sólido, no consigue llevar al “yo” más allá de su aislamiento, ni librarlo de la fugacidad del instante para edificar la vida y dar fruto… Amor y verdad no se pueden separar. Sin amor, la verdad se vuelve fría, impersonal, opresiva para la vida concreta de la persona. La verdad que buscamos, la que da sentido a nuestros pasos, nos ilumina cuando el amor nos toca » (Ibíd. 27).
Gertrudis termina justo su trabajo de redacción cuando muere la madre Gertrudis de Hackeborn. Sofía de Mansfeld, la propia hija del fundador, el conde de Mansfeld, es elegida entonces abadesa. En 1294, el convento es invadido por soldados a causa de un conflicto que devasta Turingia : la guerra que enfrenta a los hijos de Alberto de Sajonia con Adolfo de Nassau, el emperador recientemente elegido. Por ese motivo, Jesús invita a Gertrudis a rezar por sus enemigos y perseguidores, que se hallan en peligro de condenación, y a pedir para ellos su misericordia así como la gracia de la conversión, antes que denigrarlos.
La preparación más salutífera
La inagotable confianza en Dios de la que Gertrudis da muestras le inspira un deseo de la muerte moderado por la unión a la divina Voluntad, de tal suerte que le resulta indiferente vivir o morir : mediante la muerte, ella espera gozar de la beatitud, pero la vida le supone una ocasión para aumentar la gloria que da a su Señor. Un día, le preguntan si no teme morir sin los sacramentos de la Iglesia, y ella responde : « En verdad, deseo de todo corazón recibir los sacramentos, pero la voluntad y la orden de mi Dios serán para mí la mejor y la más salutífera preparación. Así pues, me dirigiré con gozo hacia Él, por una muerte súbita o prevista, sabiendo que la misericordia divina jamás podrá faltarme, y que sin ella no podríamos salvarnos, cualquiera que sea nuestra manera de morir ». Mientras espera, en su lecho de enferma, Gertrudis reza por los demás. Pronunciando simplemente su nombre, recomienda a cada persona a ese amor que hizo que el Hijo único de Dios Padre descendiera a la tierra para salvar a los hombres. Advertida de su próxima muerte, se prepara con ejercicios que ella misma ha redactado, entregando su espíritu el 17 de noviembre de 1301 (o 1302), abandonada plenamente a la divina bondad en la que había depositado toda su esperanza.
« La existencia de santa Gertrudis —decía el Papa Benedicto XVI el 6 de octubre de 2010— sigue siendo una escuela de vida cristiana, de camino recto, y nos muestra que el centro de una vida feliz, de una vida verdadera, es la amistad con Jesús, el Señor. Y esta amistad se aprende en el amor a la Sagrada Escritura, en el amor a la liturgia, en la fe profunda, en el amor a María, para conocer cada vez más realmente a Dios mismo y así la verdadera felicidad, la meta de nuestra vida ».
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