5 de junio de 2024

San Manuel González García

Muy estimados Amigos,

«Pido ser enterrado junto a un Sagrario, para que mis huesos, después de muerto, como mi lengua y mi pluma en vida, estén siempre diciendo a los que pasen: ¡Ahí está Jesús! ¡Ahí está! ¡No lo dejéis abandonado!». Este epitafio fue redactado por monseñor Manuel González para que figurara en su tumba, en la capilla del Sagrario de la catedral de Palencia (España). El llamado “Obispo de la Eucaristía” ú “Obispo de los Sagrarios abandonados” fue canonizado por el Papa Francisco el 16 de octubre de 2016.

San Manuel González GarcíaManuel González García nace el 25 de febrero de 1877 en Sevilla (España), en el seno de una familia humilde y piadosa. Su padre, Martín González Lara, originario de Málaga, acaba de abrir un taller de carpintería y de ebanistería, mientras que su madre, Antonia García, se encarga del hogar y de los hijos. Manuel es el cuarto de cinco hermanos y hermanas. Recibe el Bautismo tres días después de nacer. Antonia cuida con esmero de sus hijos, inspirándoles especialmente una tierna devoción hacia la Virgen. Manuel recibe la enseñanza primaria en escuelas privadas. Después ingresa en el colegio San Miguel de Sevilla, donde se forman los niños de coro de la catedral. Antes de cumplir diez años se convierte en uno de los “seises” de la catedral de Sevilla, grupo de niños de coro que, según una tradición inmemorial propia de esa ciudad, bailan y cantan ante el Sagrario durante las celebraciones del Corpus y de la Inmaculada Concepción.

A los once años Manuel toma la primera Comunión, siendo en adelante fiel a la Comunión frecuente. Poco después recibe la Confirmación de manos del cardenal-arzobispo de Sevilla. A los doce años, estando en el seminario menor, desea ya ser sacerdote y escribe: «Si naciera mil veces, mil veces sería sacerdote». El joven se adapta rápidamente al internado y consigue excelentes resultados en todas las asignaturas. Alegre por naturaleza, Manuel anima los recreos y las salidas comunitarias. También debe hacer rondas nocturnas por los edificios como prevención contra las intrusiones y para verificar que puertas y ventanas están bien cerradas; se trata de recorrer aquellos grandes pasillos vacíos con un farolillo vacilante. Manuel reconocerá más tarde que aquel servicio le resultaba muy penoso, pero, por aquel entonces, nunca se quejó de ello. También frecuenta el oratorio de los Salesianos, y guardará un gran afecto hacia los hijos de Don Bosco y su devoción hacia la Virgen María Auxiliadora.

En 1894 Manuel acompaña la peregrinación nacional obrera a Roma con un grupo de Sevilla, con motivo del jubileo episcopal del Papa León XIII. Para preparar el viaje ha aprendido la lengua italiana, lo que le permite ser de gran utilidad. El Santo Padre, cuyo rostro demacrado impresiona mucho al joven seminarista, celebra la Misa para la peregrinación. De regreso a Sevilla, Manuel colabora, junto a su profesor de teología dogmática, en el periódico católico El correo de Andalucía, cuyo fundador y futuro cardenal, Marcelo Spínola, será beatificado en 1987 por el Papa san Juan Pablo II. Manuel firma sus artículos con el pseudónimo de “Gonzalo de Sevilla”. Al final de sus estudios obtiene el doctorado en teología y recibe la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1901, a la edad de veinticuatro años; se entrega a la intercesión de María Auxiliadora. Gracias a la generosidad de familias acomodadas de Sevilla, puede reunir la suma de dinero necesaria para librarse del servicio militar. Durante el primer año de sacerdocio, el joven presbítero estudia derecho canónico, licenciándose en ello, y ejerce el cargo de capellán en una casa para personas mayores regentada por religiosas. Es muy activo y, además de sus estudios, se dedica a dar sermones en las parroquias de Sevilla y en las zonas rurales. A principios del año 1902, el arzobispo de Sevilla le envía a predicar una misión a Palomares del Río, en la diócesis, donde encuentra una iglesia completamente abandonada: polvo y suciedad, telarañas hasta en el interior del sagrario y manteles de altar en mal estado. Al respecto relatará: «Fui directo al sagrario… y ¡qué sagrario, Dios mío! ¡Cuántos esfuerzos debieron hacer mi fe y mi ánimo para no huir hasta mi casa! Pero no huí. Allí, arrodillado… mi fe vio a un Jesús tan calmado, tan paciente, tan bueno, que me miraba… que me decía muchas cosas y me pedía más, una mirada en la que se reflejaba todo lo triste del Evangelio… La mirada de Jesucristo en esos sagrarios es una mirada que se clava en el alma y no se olvida nunca. Vino a ser para mí como punto de partida para ver, entender y sentir todo mi ministerio sacerdotal». La gracia que recibe entonces lo estimula y orienta hacia las obras eucarísticas.

Despertar la vida cristiana

En 1905 es nombrado párroco de la parroquia principal, San Pedro de Huelva, asumiendo el mismo año las funciones de arcipreste (responsable de un grupo de parroquias o arciprestazgo). Se enfrenta a una actitud general de indiferencia religiosa, pero su amor e ingenio le llevan a tomar iniciativas para reavivar la vida cristiana. Así pues, organiza novenas que son verdaderos retiros parroquiales. En 1906, durante una reunión del clero, de religiosas y de laicos, consigue que todos se comprometan a defender la Asunción de la Virgen María, anticipándose a la proclamación de ese dogma por Pío XII en 1950. Promueve también conferencias para que el dogma de la Inmaculada Concepción se comprenda mejor. Otras nuevas cofradías ven la luz, como las dedicadas a san José y a la Virgen. En 1906, inspirándose en su colaboración con El correo de Andalucía, funda la revista El Granito de Arena, destinada a contrarrestar la influencia de las asociaciones anticlericales locales. Por esa época publica el primero de sus numerosos libros: Lo que puede un cura hoy, que se convertirá en un referente.

Al constatar la presencia de numerosos niños que deambulan por las calles, en 1908 abre las escuelas del Sagrado Corazón de Jesús, para niños y niñas. Entre sus colaboradores, él se apoya en el abogado Manuel Siurot, que renuncia a una brillante carrera para enseñar en las aulas. Con objeto de organizar mejor la vida escolar, el párroco no duda en visitar obras parecidas en Granada y Sevilla. Ese mismo año instala en una barriada periférica de la ciudad una escuela y una capilla, con la ayuda de un grupo de mujeres jóvenes. El impacto de sus obras suscita una conferencia en el seno de las III Semanas Sociales de España realizadas en Sevilla en 1910.

El 4 de marzo de 1910, ante un grupo de fieles que colaboran en sus actividades apostólicas, expresa el gran deseo de su corazón: «Permitidme, a mí que invoco con frecuencia la solicitud de vuestra caridad en favor de los niños pobres y de todos los pobres abandonados, que dirija hoy vuestra atención y cooperación en favor del más abandonado de los pobres: el Santísimo Sacramento. Os pido una limosna de cariño para Jesucristo sacramentado… Os pido, por el amor de María Inmaculada y por el amor de ese Corazón tan mal correspondido, que os convirtáis en las Marías de esos sagrarios abandonados». Es así como nace la Obra de los Sagrarios-Calvarios, que comprende una rama femenina, las “Marías de los Sagrarios”, apelación que alude a las “tres Marías” que acompañaron a Jesús hasta el peñasco del Gólgota (Junto a la cruz de Jesús estaban su madre, la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena – Jn 19, 15), y también una rama masculina, los “Discípulos de san Juan”. Se trata de dar una respuesta de amor reparador al amor de Cristo en la Eucaristía. El primer objetivo de la obra es visitar y mantener los sagrarios, pero también los santuarios de las iglesias, con vistas al culto eucarístico. En 1912 Manuel lanza los “Juanitos” y “Juanitas” para la reparación eucarística realizada por niños.

Una presencia muy preciada

«El culto que se da a la Eucaristía fuera de la Misa ―afirmaba el Papa Juan Pablo II― es de un valor inestimable en la vida de la Iglesia. Dicho culto está estrechamente unido a la celebración del Sacrificio eucarístico. La presencia de Cristo bajo las sagradas especies que se conservan después de la Misa deriva de la celebración del Sacrificio y tiende a la comunión sacramental y espiritual. Corresponde a los pastores animar, incluso con el testimonio personal, el culto eucarístico, particularmente la exposición del Santísimo y la adoración de Cristo presente bajo las especies eucarísticas.

Es hermoso estar con Él y, reclinados sobre su pecho como el discípulo predilecto (cf. Jn 13, 25), palpar el amor infinito de su Corazón. Si el cristianismo ha de distinguirse en nuestro tiempo sobre todo por el “arte de la oración”, ¿cómo no sentir una renovada necesidad de estar largos ratos en conversación espiritual, en adoración silenciosa, en actitud de amor, ante Cristo presente en el Santísimo Sacramento? ¡Cuántas veces, mis queridos hermanos y hermanas, he hecho esta experiencia y en ella he encontrado fuerza, consuelo y apoyo!

Numerosos santos nos han dado ejemplo de esta práctica, alabada y recomendada repetidamente por el Magisterio» (Encíclica Ecclesia de Eucharistia, 17 de abril de 2003, núm. 25).

Nacida en Huelva, la Obra de los Sagrarios se extenderá a toda España, a Portugal y a Bélgica. Después franqueará el Atlántico: Cuba, en 1913, Argentina, Venezuela, México, etc. La rápida difusión de la Obra anima a Manuel González a solicitar al Papa su aprobación. Así pues, se dirige a Roma a finales de 1912, y el 28 de noviembre es recibido en audiencia por Su Santidad Pío X, a quien es presentado como “el apóstol de la Eucaristía”. San Pío X manifiesta un gran interés por toda su actividad apostólica y da su bendición a la Obra. En diciembre de 1915, el Papa Benedicto XV nombra a Manuel González obispo auxiliar de Málaga; el 16 de enero siguiente, este recibe la ordenación episcopal en la catedral de Sevilla de manos del cardenal Almaraz y Santos. Pronto emprende la visita apostólica de la diócesis de Málaga, algo que el viejo obispo no está en condiciones de realizar. Durante ocho meses se dedica concienzudamente a esa tarea. En enero de 1918 monseñor González funda las “Misioneras diocesanas eucarísticas”, como extensión de los “Discípulos de san Juan”, que se convertirán para ellos en un vivero de vocaciones. El 1 de febrero les envía una instrucción pastoral sobre sus objetivos, medios y acciones. Irán de parroquia en parroquia, para predicar y confesar.

El 22 de marzo de 1920, el Papa Benedicto XV nombra a monseñor González obispo titular de Málaga. El prelado decide celebrar ese acontecimiento ofreciendo un banquete a los niños pobres, en lugar de las autoridades. De ese modo, tres mil niños son recibidos y servidos por los sacerdotes y los seminaristas. Luego, como primer acto de su episcopado, organiza una procesión a la Virgen de la Victoria, patrona de Málaga. Se trata de una representación de la Virgen sentada con su Divino Hijo en las rodillas, realizada para conmemorar la liberación de la ciudad de la dominación musulmana, en el siglo XV. El obispo se dirigirá todos los sábados a su santuario. Pronto se dedica a reanimar las escuelas y el catecismo de las parroquias. La predicación por la calle, que practica hablando con todos los que encuentra, le hace tomar conciencia de que la necesidad más urgente es la de los sacerdotes.

La Eucaristía, piedra angular

Lleno de confianza ilimitada en el Sagrado Corazón de Jesús, entre 1920 y 1924 emprende la construcción de un nuevo seminario. Desea establecer «un seminario sustancialmente eucarístico, donde la Eucaristía fuera, en el orden pedagógico, el más eficaz estímulo; en el científico, el primer maestro y la primera asignatura; en el disciplinar, el más vigilante inspector; en el ascético, el modelo más vivo; en el económico, la gran providencia; y en el arquitectónico, la piedra angular». Dedicado al Corazón eucarístico de Jesús, el seminario tendrá como centro el sagrario. El obispo desea que sea concebido de manera clara y funcional, más como un pueblo que como un centro de formación. Para ello elige un hermoso lugar elevado detrás de la ciudad episcopal. No ha sido fácil conseguir los recursos económicos, pero la contribución popular para construir el seminario es notable y comprende donaciones en especie, como las piedras. Son muchos los voluntarios que se implican en las obras; entre ellos están los seminaristas que, durante las vacaciones, se convierten en albañiles y carpinteros. El prelado se ocupa de todo diligentemente, incluso del suministro de agua.

La perspectiva de auténticas vocaciones, en un contexto de descenso del número de seminaristas y de envejecimiento del clero, constituye una de sus prioridades. Desea formarlos en el plano humano, espiritual e intelectual, pero anhela sobre todo que lleguen a ser apóstoles. Los profesores son elegidos con esmero, según su devoción y ciencia. Enviarán a muchos jóvenes sacerdotes a completar su formación en las academias pontificias de Roma y de Comillas (en Castilla). A sus sacerdotes, así como a los miembros de sus diferentes fundaciones, el obispo les propone, como vía de santidad, «llegar a ser hostia en unión de la Hostia consagrada», que significa «dar y darse a Dios y en favor del prójimo del modo más absoluto e irrevocable». Para Monseñor González, el culto del Sagrado Corazón y el de la Eucaristía van unidos, y emplea todos los medios para desarrollarlo. Adopta la expresión “el Corazón de Jesús hace Sacramento”, que constituye el tema de su primera carta pastoral a su diócesis. Siguiendo a santa Teresa de Jesús, él dice: «Mi Jesús no es amado porque mi Jesús no es conocido», añadiendo «y no es recibido en la Eucaristía».

Evangelizar mediante la Eucaristía

E

l obispo ha constatado el estado de deterioro de muchas iglesias de su diócesis, pero también la pobreza de numerosos sacerdotes y la falta de solemnidad del culto.

La soberana excelencia de Dios, origen y fin del hombre y de toda la creación, exige ser celebrada mediante el culto. Por eso la Iglesia siempre ha prestado atención a la ornamentación de sus templos, a fin de magnificar al Señor que albergan, escondido en la Sagrada Eucaristía. Los primeros beneficiarios de esa belleza son los pobres.

Para poner remedio al mal que constata, monseñor González se dedica a reorientar las parroquias hacia el Amor divino, empezando por juntar a un pequeño grupo de almas consagradas que serán como la levadura en la masa. Algunas “Marías de los Sagrarios” desean consagrar por completo su vida al cuidado de Jesús en la Eucaristía, ya que, habiendo experimentado hasta qué punto son amadas por Dios, quieren dar testimonio de ello con sus vidas. En colaboración con su hermana María Antonia, monseñor González reúne a ese grupo de mujeres en comunidad el 3 de mayo de 1921; son las primeras “Marías Nazarenas”, que se convertirán en la congregación de las “Misioneras Eucarísticas de Nazaret”. Se las denomina mujeres eucarísticas, es decir, enviadas para evangelizar mediante la Eucaristía, al estilo de la Sagrada Familia de Nazaret: sencillas, fraternales, entregadas a la oración, alegres, agradecidas y devotas.

Gracias al ministerio de los sacerdotes de su diócesis y de las diócesis vecinas, son muchas las almas que recuperan la vida de gracia. Los movimientos fundados por monseñor González forman a un gran número de adoradores eucarísticos, que se dedican a visitar los sagrarios y a adoraciones con motivo de exposiciones del Santísimo. El prelado siente predilección por la adoración nocturna de los hombres y, un día, exclama: «¡Quiero la cooperación decidida de hombres valientes!». De hecho, en su ciudad episcopal, hay bastantes adoradores para organizar la adoración perpetua. El obispo desarrolla también la Obra de los Sagrarios y de los Calvarios, organizando reuniones por arciprestazgos y diócesis. El grano de mostaza plantado en la parroquia de San Pedro de Huelva se desarrolla en forma de árbol de altura considerable. En un congreso eucarístico reunido en Toledo pueden contarse miles de “Discípulos de san Juan”, así como tres mil “Marías de los Sagrarios”. Estas últimas cooperan de manera útil y activa en la organización de misiones.

Pero entonces se expande la revolución en España. En abril de 1931 se proclama la República. El 11 y el 12 de mayo, grupos anticlericales incendian numerosos edificios religiosos en Málaga. Durante la noche del 11, un grupo ataca e incendia el palacio episcopal. El obispo y las demás personas que lo habitan, tras haber consumido todas las hostias del sagrario, se escapan y se esconden en la casa de un sacerdote. El edificio del obispado es destruido, con los archivos y tesoros artísticos que contiene. El prelado se ve obligado a abandonar la ciudad; se dirige a Gibraltar, donde es acogido por el obispo inglés. «¡Señor Jesús, perdonadnos y perdonad a vuestro pueblo! ¡Tened piedad de nosotros, que hemos pecado, y aceptad el sacrificio de nuestra vida por vuestra Realeza en España, especialmente por la diócesis! ¡Madre Inmaculada, salvad nuestras almas y tomadnos de la mano!». Comienza entonces para él un período vagabundo, durante el cual realiza cortas estancias a la periferia de su diócesis, y se dirige a Roma para una visita ad limina, donde constata que el Papa sigue con interés lleno de inquietud la evolución de la situación en España. Con motivo de un encuentro con el nuncio, este último le informa sobre la situación en Málaga y le aconseja que no regrese, pero que dirija la diócesis desde Madrid. Allí el obispo es alojado por una familia noble, en cuyo domicilio existe una capilla con el Santísimo.

Como una resurrección

El 5 de agosto de 1935, Pio XI nombra a monseñor González obispo de Palencia, ciudad situada a más de doscientos kilómetros al norte de Madrid. Se despide entonces de Málaga mediante una carta dirigida al clero y otra al seminario, y después entra en Palencia el 12 de octubre, festividad de la Virgen del Pilar de Zaragoza. La acogida es calurosa. Tras su expulsión de Málaga y el víacrucis de exiliado, percibe la llegada a Palencia como una resurrección. Su primera visita la hace al seminario, consagrado a san José. Realiza también la visita a las parroquias de la diócesis, que recorre de punta a punta. Tiene especial cuidado en examinar el buen estado de las iglesias y, sobre todo, de los sagrarios. En todas partes recomienda desarrollar el culto eucarístico y el catecismo. Manda que vengan desde Madrid miembros de sus Obras eucarísticas para impulsar secciones en la diócesis.

El 1 de enero de 1937 lanza un último periódico, Reina, para niños; después, en 1939, funda la “Juventud Eucarística Reparadora”, al final de la Guerra Civil que había destacado por numerosas profanaciones del Santísimo Sacramento en la zona controlada por los republicanos, y en el contexto del estallido de la Segunda Guerra Mundial. Afirma claramente que las guerras son el castigo por los pecados. Ese nuevo movimiento se propone evitarle al país esa plaga, mediante plegarias y sacrificios voluntarios de los niños, siguiendo el ejemplo de los tres pastorcitos que vieron a la Virgen en Fátima en 1917.

Monseñor González siente que le llega la muerte. Su deseo del Cielo aumenta. Ha padecido dolores de cabeza durante toda la vida, pero ahora han empeorado. Tras regresar, muy enfermo, de una peregrinación a la Virgen del Pilar, el 31 de diciembre es ingresado en el sanatorio del Rosario de Madrid, donde sufre con calma y resignación. El 4 de enero siguiente, por la mañana temprano, recibe la Comunión por última vez. El nuncio lo visita, pero solo puede responderle con una sonrisa. Su hermano acude a verlo y pone entre sus manos la Virgen de la Alegría, de la parroquia de su Bautismo en Sevilla; la reconoce y, después, se duerme en la muerte.

«Manuel González es un modelo de fe eucarística, cuyo ejemplo sigue hablando a la Iglesia de hoy» ―decía el Papa san Juan Pablo II en la homilía de su beatificación (29 de abril de 2001). Imitemos a ese santo en su contacto asiduo con el Señor en el Santísimo, donde obtendremos todas las gracias que necesitamos para llegar allí donde los ángeles y los santos lo ven cara a cara (1 Co 13, 12).

Venerable Claire de Soria

Capitán Auguste Marceau

San Felipe Smaldone

Beata María Antonia de Paz y Figueroa