3 de Enero de 2018

San José Manyanet

Muy estimados Amigos:

La Sagrada Familia de Nazareth —escribía san Juan Pablo II— « es el prototipo y ejemplo de todas las familias cristianas. Aquella familia, única en el mundo, que vivió una existencia anónima y silenciosa en un pequeño pueblo de Palestina ; que fue probada por la pobreza, la persecución y el exilio ; que glorificó a Dios de manera incomparablemente alta y pura, no dejará de ayudar a las familias cristianas, más aún, a todas las familias del mundo » (Exhortación Familiaris consortio, 22 de noviembre de 1981, núm. 86). Unos años más tarde, el 16 de mayo de 2004, san Juan Pablo II canonizaba a José Manyanet, « apóstol verdadero de la familia », que consagró su vida para que cada familia fuera una “Sagrada Familia”. El mensaje que nos transmite el nuevo santo sigue siendo actual hoy en día.

San José Manyanet José Manyanet y Vives ve la luz el 7 de enero de 1833 en Tremp, pequeña localidad catalana de la diócesis de Urgell, en España. Es bautizado el mismo día en la colegiata de la Virgen de Valldeflors, que se alza majestuosa muy cerca de su casa. José es el noveno hijo de los esposos Antonio Manyanet y Buenaventura Vives, pequeños propietarios terratenientes de la comarca. Justo cuando el bebé tiene veinte meses, fallece su padre a la edad de cuarenta y cuatro años. En 1841, muere a su vez el primogénito de la familia. Al quedarse viuda y sin sostén de la familia, la señora de Manyanet debe afrontar la gestión de la modesta herencia vendiendo o arrendando las tierras familiares, al mismo tiempo que se consagra a la educación de sus hijos. Como mujer muy fervorosa que es, pone su confianza en la protección de Dios y de la Santísima Virgen. Cuando José alcanza la edad de cinco años, su madre lo lleva ante la imagen policromada de María, fechada en el siglo xv, para consagrarlo a la Virgen. Después de una ferviente plegaria, el niño ve a la Virgen abriéndole los brazos y apretándolo contra su corazón.

La Virgen de Valldeflors

Un día, el niño cae en agua helada y lo llevan a casa sin conocimiento. Todos lo consideran perdido, pero su madre se dirige a la Virgen y el niño recupera enseguida el sentido. Poco después, la casa familiar acoge a unos soldados. Deslumbrado por los uniformes, José se estremece de felicidad en medio de ellos. Por descuido, un soldado derrama sobre él aceite hirviendo, fruto de lo cual el cuerpo del niño es todo una llaga y pierden toda esperanza de recuperación. La Virgen de Valldeflors, solicitada de nuevo, concede al niño la curación completa y sin secuelas, con gran sorpresa por parte de los médicos.

El párroco, el padre Valentín Lledós, no tarda en fijarse en José, tomándolo bajo su protección, de tal suerte que, siguiendo el ejemplo de Samuel (1 S 2, 11), el muchacho ya no se aleja del templo de su querida Virgen de Valldeflors, aprendiendo a ayudar en la Misa. Su formación religiosa proviene de un excelente maestro, pero sobre todo de su madre, que le acondiciona como oratorio un pequeño cuarto. Cuando no encuentran al niño ni en la escuela ni en la iglesia con el padre Valentín, hay que buscarlo en su oratorio, donde devora con pasión vidas de santos. A la edad de siete años y medio, toma la primera Comunión. De todo su ser emana una gran delicadeza de conciencia.

Viendo que el niño da muestras de ser llamado al sacerdocio, el párroco hace todo lo posible para ayudarle a estudiar. Le orienta hacia el colegio de las Escuelas Pías, gestionado por el instituto que san José de Calasanz fundó en el siglo xvi. Con objeto de atender los gastos de su escolaridad, José trabaja al servicio de la comunidad y de los demás alumnos. En 1849, recibe el sacramento de la Confirmación. En una nota redactada poco después, escribe : « Ya estás confirmado y armado como un soldado de Cristo. Eso te obliga a combatir virilmente contra todas las astucias del enemigo y a hacerte cada vez más digno del amor de Dios y de la Santísima Virgen ».

El efecto del sacramento de la Confirmación es la efusión especial del Espíritu Santo en el alma. Por esto, la Confirmación confiere crecimiento y profundidad a la gracia bautismal, de manera que nos introduce más profundamente en la filiación divina que nos hace decir Abbá, Padre (Rm 8, 15) ; nos une más firmemente a Cristo ; aumenta en nosotros los dones del Espíritu Santo ; hace más perfecto nuestro vínculo con la Iglesia ; nos concede una fuerza especial para difundir y defender la fe mediante la palabra y las obras como verdaderos testigos de Cristo, para confesar valientemente el nombre de Cristo y para no sentir jamás vergüenza de la Cruz. « Recuerda, pues —dice san Ambrosio—, que has recibido el signo espiritual, el Espíritu de sabiduría e inteligencia, el Espíritu de consejo y de fortaleza, el Espíritu de conocimiento y de piedad, el Espíritu de temor santo, y guarda lo que has recibido. Dios Padre te ha marcado con su signo, Cristo Señor te ha confirmado y ha puesto en tu corazón la prenda del Espíritu » (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1302-1303).

Luchar con energía

En contacto con los religiosos de las Escuelas Pías, José concibe un primer deseo de vida religiosa, pero comprende rápidamente que el Señor no lo quiere con ellos. Después del primer ciclo escolar, su párroco lo envía a estudiar filosofía al seminario de Lérida, donde, para pagarse los estudios, el joven trabaja como preceptor en una familia de la ciudad. Consciente de los peligros que corre si permanece en la ciudad, desea poder ingresar algún día como interno en el seminario. De hecho, durante su estancia en Lérida, se mortificará y luchará con energía para vencer las solicitaciones de una mujer que se ha prendado de él.

Después de tres años de filosofía, José se dirige a La Seu d’Urgell, sede episcopal de su diócesis, para estudiar teología. Tiene la edad de ser enrolado en el ejército, pero un hermano del padre Valentín paga la suma que lo libera de esa obligación. Nada más llegar, José ofrece sus servicios para sufragar los gastos de los estudios. El obispo, Monseñor José Caixal y Estradé, lo toma a su servicio personal, y se convierte en su confesor y director espiritual. José Manyanet sirve de todo corazón al prelado, quien aportará el siguiente testimonio : « Nadie mejor que él sabía interpretar mis deseos ». A finales de 1854, agotado por el trabajo realizado, el obispo lo envía a un balneario para realizar una estancia de reposo. El 14 de mayo de 1855, fallece su querido párroco, el padre Valentín, y el 10 de noviembre de 1857, su madre deja este mundo por la eternidad.

José es ordenado sacerdote el 9 de abril de 1859. Monseñor Caixal pide que la primera Misa solemne de su hijo espiritual se celebre en su capilla privada. Lo nombra mayordomo del palacio episcopal, bibliotecario y secretario para las visitas pastorales. Desde la infancia, José se caracteriza por su dulzura, docilidad y agilidad en la obediencia. Se esmera en vivir en presencia de la Sagrada Familia, como Jesús entre María y José : « Pensemos —dice— que nos hallamos en la casa de Nazareth en compañía de nuestros queridos padres Jesús, María y José, escuchando sus palabras, mirando sus actos y oyéndolos decir a cada uno de nosotros : si quieres agradarnos, procura reproducir en ti lo que nosotros decimos y hacemos ». Siente el deseo de hacer descubrir a todas las familias la dulzura de amor y de obediencia de Jesús hacia sus padres. « Familias, he aquí vuestro modelo » —escribe en una imagen de la Sagrada Familia.

Construir una familia

El 14 de febrero de 2014, el Papa Francisco daba algunos consejos a unos novios para fundar una familia : « Queridos novios, vosotros os estáis preparando para crecer juntos, construir esta casa, vivir juntos para siempre. No queréis fundarla en la arena de los sentimientos que van y vienen, sino en la roca del amor auténtico, el amor que viene de Dios. La familia nace de este proyecto de amor que quiere crecer como se construye una casa, que sea espacio de afecto, de ayuda, de esperanza, de apoyo. Como el amor de Dios es estable y para siempre, así también el amor que construye la familia queremos que sea estable y para siempre. Por favor, no debemos dejarnos vencer por la “cultura de lo provisional”. Esta cultura que hoy nos invade a todos, esta cultura de lo provisional. ¡ Esto no funciona !

Estar juntos y saberse amar para siempre es el desafío de los esposos cristianos. En este camino es importante y necesaria la oración, siempre. Él para ella, ella para él y los dos juntos. Pedid a Jesús que multiplique vuestro amor. En la oración del Padrenuestro decimos : Danos hoy nuestro pan de cada día. Los esposos pueden aprender a rezar también así : “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”, porque el amor cotidiano de los esposos es el pan, el verdadero pan del alma, el que les sostiene para seguir adelante. “Señor, danos hoy nuestro amor de cada día”… La Biblia dice que el más justo peca siete veces al día… He aquí entonces la necesidad de usar esta sencilla palabra : “perdón”. En general, cada uno de nosotros es propenso a acusar al otro y a justificarse a sí mismo. Esto comenzó con nuestro padre Adán, cuando Dios le preguntó : “Adán ¿ tú has comido de aquel fruto ?”. “¿ Yo ? ¡ No ! Es ella quien me lo dio”. Acusar al otro para no decir “disculpa”, “perdón”, es un instinto que está en el origen de muchos desastres. Aprendamos a reconocer nuestros errores y a pedir perdón. “Perdona si hoy levanté la voz” ; “perdona si pasé sin saludar” ; “perdona si llegué tarde”, “si esta semana estuve muy silencioso”, “si hablé demasiado sin nunca escuchar” ; “perdona, estaba enfadado y me la tomé contigo”… Podemos decir muchos “perdón” al día. También así crece una familia cristiana. Jesús, que nos conoce bien, nos enseña un secreto : no acabar jamás una jornada sin pedirse perdón, sin hacer las paces ».

En una ocasión, el Padre Manyanet sugiere a Monseñor Caixal que sería deseable construir una iglesia en honor a la Sagrada Familia para pedir su protección a todos los hogares de la tierra. De hecho, ese proyecto verá la luz en Barcelona bajo el impulso del arquitecto Gaudí.

En el transcurso de las visitas pastorales, en las que sigue al obispo, a José le impacta ver a las familias pobres, a todos aquellos niños sin instrucción y abandonados a su suerte. Su corazón, inflamado por el deseo de acudir en su socorro, siente a menudo una fuerte atracción por la vida religiosa. El propio obispo ha fundado ya, con ese objetivo, una congregación diocesana femenina, las Hermanas de María Inmaculada y de la Enseñanza, pero se necesitan iniciativas más amplias. Fortalecido por él, el joven sacerdote renuncia a proseguir una carrera prometedora en cargos y honores, embarcándose con generosidad en la fundación de un nuevo instituto religioso dedicado a la educación. Su obispo, no obstante, le pide que no abandone sus cargos en el obispado.

Un instrumento esencial

«Conocéis bien —decía el Papa Juan Pablo II a unos profesores italianos— las estrechas relaciones que siempre han existido entre la Iglesia y el mundo de la escuela… Pero, ¿ por qué todo ese interés de la Iglesia por la escuela ? ¿ Por qué la Iglesia ha unido siempre su propia supervivencia de Iglesia a la realidad de la escuela ? La causa es evidente : para ser fiel al ejemplo de Cristo y cumplir su mandato de enseñar a todas las naciones… La escuela es un instrumento esencial para la difusión del cristianismo y del Reino de Dios. Por eso la escuela es una razón de vivir para la Iglesia » (28 de enero de 1984). Y, el 2 de febrero de 1989, el Papa afirmaba : « La escuela católica tiene un deber que cumplir también en nuestros días… La multiplicidad y la contradicción de los mensajes culturales y de los modelos de vida que impregnan el ambiente en el que vive hoy la juventud, amenazan con alejarla de los valores de la fe, incluso cuando crece en familias cristianas. La escuela católica, que no se limita a dar una formación puramente doctrinal, sino que se propone aquel ambiente educativo en el que es posible vivir la experiencia comunitaria de fe, de oración y de servicio, puede tener un papel importante y decisivo en asegurar a los jóvenes una orientación de vida inspirada en la sabiduría del Evangelio » (Mensaje para la Jornada de las Vocaciones).

El 8 de mayo de 1864, el Padre Manyanet funda en Tremp, junto con algunos sacerdotes, el Instituto de los Hijos de la Sagrada Familia, dedicado a la enseñanza gratuita de los niños pobres. Las vocaciones afluyen de manera sorprendente. El 2 de febrero de 1870, con sus primeros compañeros, profesa sus votos religiosos. En 1874, instituirá las Hijas Misioneras de la Sagrada Familia de Nazareth. Su objetivo es propagar el culto a la Sagrada Familia de Nazareth y velar por la formación cristiana de las familias, principalmente mediante la educación y la enseñanza de los niños a la luz de la fe. Pero de momento otras obligaciones acaban pesando sobre sus hombros : es nombrado administrador de la importante parroquia de su ciudad natal, director de las religiosas fundadas por el obispo y también director de un convento de las Hermanas Claretianas, fundadas por san Antonio María Claret. Sin embargo, aparecen disensiones en las casas de religiosas donde tiene cargo. La madre París (cuyo proceso de beatificación está en curso), la superiora claretiana, desea que su congregación se halle bajo la autoridad de una madre general claretiana, mientras que otras religiosas permanecen fuertemente unidas a Monseñor Caixal y al Padre Manyanet. Dificultades semejantes aparecen en el caso de las religiosas fundadas por el obispo y dirigidas por la Madre Janer (beatificada el 8 de octubre de 2011).

Dolorosa incomprensión

En 1868, una revolución instaura en el país un régimen anticlerical. El 11 de febrero de 1873, se proclama la primera república. Monseñor Caixal, que siempre ha apoyado la causa legitimista, debe exiliarse, siendo acogido en Roma por el beato Pío IX. Por ello, el Padre Manyanet se ve privado de la dirección de su Padre espiritual, quien, al partir, le ha confiado la total responsabilidad de los conventos femeninos. Sin separarse un ápice de sus directivas, el padre prosigue la difícil tarea de pacificación de los ánimos. Pero a sus espaldas, un sacerdote del Instituto de la Sagrada Familia escribe a Monseñor Caixal para comunicarle sus quejas contra el fundador. El prelado, debilitado por la prueba de su exilio forzoso, acoge esas quejas sin discernimiento, dirigiendo al padre Manyanet unas cartas muy amargas ; dichas cartas le hacen sufrir profundamente, pues no entiende el cambio brusco de opinión de ese padre al que tan tiernamente ama. Más tarde, el sacerdote que se había alzado contra el fundador dejará la congregación y hallará la vía que le conviene como párroco.

El 28 de abril de 1879, un nuevo obispo, Monseñor Cassaña, es entronizado en La Seu d’Urgell. Ese nuevo prelado llega cargado de prevenciones contra el padre Manyanet, destituyéndolo del cargo de director de las religiosas. Liberado de dicha responsabilidad, el fundador se instala definitivamente en Barcelona, desde donde, animado por diversos obispos de Cataluña, difunde su Instituto, para el que se presentan numerosas vocaciones. Para agradecer al Cielo la mejoría de su propia salud y una primera aprobación, por parte de la Iglesia, de su Instituto, se dirige a Lourdes y regala a la Virgen un corazón de plata maciza.

En 1886, se hace cargo, en la ciudad de Vilafranca del Penedès, próxima a Barcelona, de un colegio comprometido en inextricables dificultades. Se construyen también otros colegios, dotados con talleres para la formación técnica de los alumnos. San José será el guía y protector de todos esos centros. La devoción del padre Manyanet hacia ese gran santo, en quien ve “la sombra del Padre”, es muy profunda. En una resolución manuscrita, se compromete a « entregar, cada día, las llaves de la casa y de toda la Congregación a san José, puesto que él es su padre y su maestro después de Jesús y María ». En 1892, en Barcelona, con motivo de una sublevación popular, los insurgentes persiguen a sacerdotes y patronos, incendiando conventos e iglesias. El padre Manyanet y sus religiosos se encierran en su colegio y colocan una gran imagen de san José detrás de la puerta. La multitud se aproxima vociferando, pero el padre dice a sus religiosos : « No temáis nada ; san José nos librará de esa gente ». Grandes golpes resuenan en las puertas. El padre Manyanet abre sin temor lanzando esta frase a los asaltantes : « Este colegio está lleno de niños pobres protegidos por san José ». El cabecilla mira al padre a los ojos y dice : « Si son pobres, respetamos el colegio ». Y, a continuación, los sublevados abandonan el lugar en silencio.

Atraído especialmente por el misterio de la Sagrada Familia de Nazareth, el padre redacta varias obras y opúsculos para propagar su devoción. Escribe además muchas cartas, redacta libros y folletos para explicar su labor educativa basada en la confianza concedida a los jóvenes, y también para contribuir a la formación de los religiosos y religiosas, de las familias y de los niños. Expone igualmente sus opiniones sobre la dirección de las escuelas. Respetuoso por la libertad de las vocaciones, intenta dar a todos una formación equilibrada, a un tiempo cristiana y humana. En 1899, publica especialmente el libro Preciosa joya de familia, una guía para los esposos y las familias, a quienes recuerda la dignidad del matrimonio, subrayando el importante deber de la educación cristiana de los hijos.

Con una escoba

En 1888, el fundador parte de peregrinación a Roma, teniendo ocasión de visitar la santa Casa de Loreto. Desde el siglo xiii, la tradición es unánime a la hora de identificar dicha casa con la de la Sagrada Familia de Nazareth. Unas excavaciones arqueológicas, emprendidas entre 1962 y 1965, aportaron pruebas de unos grafitis de origen palestino. El padre Santelli, por entonces rector del santuario, extrae la siguiente conclusión : « No es fácil explicar la presencia de grafitis en Loreto, los cuales, una vez examinados, muestran un origen judeo-cristiano, a no ser que se admita que las piedras de la Santa Casa provengan de Nazareth, como asegura la tradición ». Estas palabras son más pertinentes si se tiene en cuenta que la región carece de canteras de piedras. Todas las construcciones de Recanati y de Loreto son, de hecho, de ladrillos. Cuando el padre Manyanet penetra en el recinto donde el Verbo se hizo carne y donde la Sagrada Familia vivió durante treinta años, su corazón se llena de un profundo arrebato místico y sus lágrimas se derraman abundantemente hasta el pavimento. Inmediatamente, pide una escoba y, de rodillas, barre el santuario.

De regreso a Cataluña, el padre José prosigue su infatigable tarea. Las peticiones de colegios de la Sagrada Familia se multiplican. El 22 de junio de 1901, el Papa León XIII aprueba definitivamente el Instituto masculino ; el Instituto femenino se había aprobado unos años antes a nivel diocesano. Afectado por diversas enfermedades, entre las cuales destacan, desde hace dieciséis años, cinco llagas profundas en el pecho que él denomina “las misericordias del Señor”, el fundador entrega apaciblemente su alma a Dios el 17 de diciembre de 1901. Sus últimas palabras son : « Jesús, María y José, en el momento de mi muerte, recibid mi alma », oración jaculatoria que había repetido infinidad de veces durante su vida.

En la actualidad, los Hijos de la Sagrada Familia de Jesús, María y José, así como las Hijas Misioneras de la Sagrada Familia de Nazareth, prosiguen su labor educativa en Europa, en las dos Américas y en África.

Con motivo de la canonización de José Manyanet, san Juan Pablo II designó a la Sagrada Familia como el manantial donde el santo tomó la fuerza para anunciar « el Evangelio de la familia ». Pidámosle su intercesión especial en favor de las familias, para que en cada hogar, a imitación de la Sagrada Familia, imagen de la Trinidad en la tierra, resplandezca el amor de Dios.

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