10 de julio de 2024
San Felipe Smaldone
Muy estimados Amigos,
En 1868, un joven seminarista napolitano sale apesadumbrado del palacio episcopal; su arzobispo acaba de informarle de que no lo ordenará sacerdote, a causa de sus insuficientes resultados en los exámenes. Al reflexionar sobre ese revés que parece poner fin al sueño de su vida, el joven decide hacerse maestro para los sordomudos abandonados. La Providencia de Dios se servirá de ese fracaso para dar a la Iglesia una nueva familia religiosa.
Filippo (Felipe) Smaldone nace el 27 de julio de 1848 en Nápoles, primogénito de una familia de siete hijos. Sus padres, Antonio y María Concepción, pertenecen a la pequeña burguesía. Antonio dirige un comercio de materiales para la construcción en un barrio populoso de Nápoles. Los siete hijos reciben una intensa educación cristiana y se les inculca la práctica de obras de caridad. Felipe estudia en la «Capella Serotina» de Santa María de la Pureza, donde se aficiona por las cosas de Dios. En 1858 toma la primera Comunión. Las «Capillas Vespertinas», centros de catequesis y de formación espiritual destinados al pueblo, las había fundado en Nápoles san Alfonso María de Ligorio (1696-1787), doctor de la Iglesia; en tiempos de Felipe había setenta, y en ellas él se beneficia de un catecismo activo y accesible. Allí aprende a rezar el Rosario.
Italia es agitada desde hace varias décadas por el movimiento del Risorgimento. A un legítimo anhelo de independencia nacional se mezcla con frecuencia un sentimiento hostil hacia la Iglesia y el clero. En 1860, el condottiere Garibaldi desembarca en Sicilia a la cabeza de un millar de voluntarios; desde allí remonta hasta Nápoles, de la que se apodera como consecuencia de la traición de las tropas del rey Borbón Francisco II. El reino de las Dos Sicilias es pronto anexionado por Víctor Manuel II, autoproclamado rey de Italia. Por haber protestado contra ese golpe de estado, el cardenal Riario Sforza, arzobispo de Nápoles, es desterrado por las nuevas autoridades, a la vez que se detiene a un centenar de sacerdotes influyentes.
En ese difícil contexto, guiado por su confesor, Felipe Smaldone oye en su corazón la llamada de Jesús a seguirlo en el sacerdocio. En septiembre de 1863, a la edad de quince años, es admitido en el clero napolitano y toma la sotana, aunque sigue viviendo en su casa y continúa los estudios de humanidades en un colegio diocesano. Con motivo de la incautación de los bienes eclesiásticos por el gobierno, los seminaristas no pueden recibir las Órdenes si no disponen de una renta anual. El padre de Felipe no dispone de los medios para dársela, pero un amigo sacerdote se compromete a proporcionársela. En diciembre de 1866, el cardenal Riario Sforza, de regreso del exilio, otorga a Felipe las dos primeras órdenes menores, etapa inicial hacia el sacerdocio.
Sin embargo, ese prelado, aunque destacado ―BenedictoXVI promulgó en 2002 un decreto reconociendo sus virtudes heroicas―, es muy exigente en cuanto a las aptitudes intelectuales de los seminaristas. Después de haber examinado el expediente de Felipe Smaldone, el cardenal, a pesar de reconocer sus cualidades morales, lo desestima por insuficiencia intelectual; otros santos se encontraron con dificultades análogas, en particular san Juan María Vianney, el Cura de Ars. Pero en el corazón del joven persiste el sentimiento de que Dios lo quiere sacerdote, y su confesor, el padre Biagio Giustiniani, lo anima a buscar otro obispo que quiera aceptarlo en su diócesis, recomendándolo al arzobispo de Rossano (Calabria), monseñor Pietro Cilento. Este llama a Felipe en Navidad de 1868 y, edificado por el joven, pronto se declara dispuesto a incardinarlo, es decir, a incorporarlo a su clero diocesano. Para ello obtiene, en febrero de 1869, la autorización del Papa Pío IX.
Ese mismo año Felipe es contratado como maestro de niños sordomudos. Así pues, entra en «Pía Casa», que había sido fundada en Nápoles el 21 de junio de 1856 por un sacerdote, el padre Luigi Aiello, quien había concebido una congregación religiosa de dos ramas, masculina y femenina, dedicada a la educación de los niños sordomudos. En 1862, al no poder fundar ese instituto, el padre Aiello, que siente cómo le fallan las fuerzas (morirá en 1866), confía la educación de las niñas sordas a la congregación de las Hermanas Estigmatinas. Los niños estarán a cargo de los «Frati Bigi», Franciscanos de Casoria; es en ese convento napolitano donde Felipe Smaldone, bajo la dirección del padre Apicella, el sucesor del padre Aiello, comienza a enseñar el catecismo a los muchachos. Después de terminar sus estudios eclesiásticos, Felipe Smaldone es admitido al sacerdocio por monseñor Cilento, con la opinión favorable de su padre espiritual y del padre Apicella. Es ordenado en Nápoles el 23 de septiembre de 1871 por un obispo misionero. Monseñor Cilento permite que el joven sacerdote permanezca en Nápoles para estudiar y ocuparse de los sordos. Felipe vive en la casa paterna, ejerciendo en la ciudad un apostolado discreto. Sin embargo, la obra de la «Pía Casa» conoce graves dificultades de funcionamiento. En 1873, el padre Apicella la retira a los «Frati Bigi», que la descuidaban, y la transfiere a Santa María de los Montes, pero ese cambio no mejora realmente la situación. Eso afecta al padre Smaldone, quien siente crecer en su corazón el deseo de partir como misionero a un país lejano. Ese proyecto preocupa a sus padres, quienes le hacen ver que el apostolado de los sordos es una verdadera obra misionera, ya que se trata de niños totalmente abandonados, en especial desde el punto de vista espiritual. En esa época la Iglesia no se atreve a dar los sacramentos a los sordos de nacimiento (excepto el Bautismo), con motivo de su ignorancia religiosa causada por su discapacidad. Así pues, a falta de instrucción religiosa metódica y de vida sacramental, su salvación eterna está en peligro.
Un respeto especial
Asistida por el Espíritu Santo, la Iglesia reflexionó ante ese problema. El Directorio para la catequesis, publicado el 23 de marzo de 2020 por el Pontificio Consejo para la Nueva Evangelización, afirma: «Las personas con discapacidad están llamadas a la plenitud de la vida sacramental, incluso en presencia de trastornos graves. Los sacramentos son dones de Dios, y la liturgia, incluso antes de que se entienda racionalmente, pide ser vivida: por lo tanto, nadie puede negar los sacramentos a las personas con discapacidades», por el mero hecho de su discapacidad (núm. 272). Con el mismo espíritu, el Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida tan normal como sea posible» (núm. 2276).
Informado con exactitud de la situación y de los pensamientos de Felipe, su confesor, el padre Giustiniani, le asegura que su deseo de ser misionero procede de Dios, pero que la tierra a la que Dios le llama a evangelizar no está en un país lejano: «Tu China está aquí, en Nápoles; tus infieles son los sordomudos. ¡Dios te quiere aquí!». Felipe se rinde ante esa opinión; en 1876 se instala en Santa María de los Montes, donde ejercerá su apostolado a tiempo completo a partir de entonces. Muy pronto, el cardenal Riario Sforza, instruido sobre el asunto, lo reincorpora al clero napolitano. En 1880, el padre Smaldone es enviado como experto a un congreso internacional sobre la educación de los sordos que tiene lugar en Milán. Allí pone a punto su método educativo basado en la oralidad, que perfeccionará con el paso de los años. Ese método consiste en enseñar progresivamente a los sordos a leer en los labios de los demás (lo que se denomina lectura labial) y a pronunciar las sílabas. En la actualidad es superado por el método de la lengua de signos, que ha demostrado ser más eficaz.
Una súplica a la Virgen
El verano de 1884 es testigo del estallido en Nápoles de una epidemia de cólera. Se contabilizarán más de 12.000 casos y 5.500 muertos. Siguiendo a su nuevo arzobispo, el cardenal Sanfelice, quien socorrerá él mismo a pie de calle a los enfermos, el padre Smaldone se entrega en cuerpo y alma a ese apostolado. Acompañado de un grupo de fieles, se dirige al santuario de Pompeya, recientemente abierto por el laico Bartolo Longo, para suplicar a la Virgen que socorra a los napolitanos. Felipe ha redactado en estos términos una súplica depositada ante la estatua de María: «Los abajo firmantes, pecadores humillados y confundidos, recurren a la Reina del Rosario de Pompeya, Santa María de la Victoria, para rogarle que tenga a bien apaciguar la justicia de Dios ofendida por sus pecados, a fin de que los preserve primeramente de la muerte eterna del infierno, y después del cólera que asola terriblemente esta tierra. Se comprometen a presentar ofrenda en este santuario en cuanto la epidemia haya cesado, siempre y cuando ninguno de ellos muera».
Pero la «Piadosa unión», que había reunido desde 1875 a sacerdotes dedicados a la educación de los sordomudos, no consigue constituirse en congregación religiosa estable. El padre Smaldone se pregunta sobre la Voluntad de Dios, y cree discernir que prefiere la fundación de una congregación de religiosas dedicadas a la evangelización y a la educación de los sordos. Son tres las jóvenes dispuestas a realizar con él ese proyecto, que confía a Nuestra Señora del Rosario. Los notables de Lecce ―principal ciudad de la tierra de Otranto, a 400 km al este de Nápoles―, envían entonces a la obra napolitana una solicitud urgente para fundar una casa para niños sordos. Los padres Apicella y Smaldone llegan a Lecce en marzo de 1885, con las tres jóvenes recién revestidas con el hábito religioso, siendo acogidos con gozo por el arzobispo monseñor Luigi Zola.
No obstante, los comienzos de la obra son difíciles. El padre Apicella es un sacerdote entusiasta pero barullero, y abandona Lecce al cabo de unos meses llevándose los exiguos fondos reunidos para la fundación, dejando en la penuria al padre Smaldone y a las tres religiosas. Felipe informa de ello a monseñor Zola, que reacciona con firmeza, declarándose decepcionado y engañado por los fundadores. Los donantes de Lecce piden entonces a Felipe que les devuelva sus aportaciones. Pero este no se desanima y permanece en su sitio. En septiembre de 1885, una joven madre entrega a la obra naciente su bebé de diez meses, Serafina, que presenta síntomas de sordera. Poco a poco son acogidos otras internas. En octubre de 1887, tras inspeccionar la casa, el alcalde de Lecce redacta el siguiente informe: «Las pequeñas, actualmente ocho, duermen en camas separadas y son alimentadas y cuidadas de manera realmente digna de elogio… Este instituto es muy útil, pero el estado de su economía no le permite recibir a más de ocho internas; depende por completo de las donaciones de los ciudadanos de Lecce». Este informe favorable devuelve al padre Smaldone la simpatía de los habitantes, que retoman su apoyo económico, al que se añade el del ayuntamiento. Puede dar gracias a la Providencia, a la que se había abandonado por completo.
Bajo el emblema del Corazón traspasado
Felipe no quiere hacer nada sin el consentimiento de monseñor Zola, quien reniega de sus prevenciones iniciales y, en adelante, se toma muy en serio el instituto, que está creciendo. El 25 de marzo de 1886, el padre Apicella da plena autoridad al padre Smaldone sobre la fundación de Lecce. Al año siguiente, el arzobispo erige como piadosa asociación de derecho diocesano el instituto de las «Salesianas de los Sagrados Corazones», en referencia a san Francisco de Sales, santo venerado como patrono celestial de los sordos. El obispo de Ginebra, en efecto, tomó bajo su protección durante diecisiete años (de 1605 hasta su muerte) a un joven sordo de su diócesis llamado Martín, a quien él mismo enseñó y catequizó. Además, había elegido como emblema para la orden de la Visitación un corazón traspasado y ceñido de una corona de espinas, con las iniciales de Jesús y de María. El padre Smaldone recuperará ese emblema para su instituto religioso.
En 1895, el arzobispo de Lecce considera llegado el momento para erigir en congregación religiosa a las Hermanas Salesianas de los Sagrados Corazones. Monseñor Zola se atribuye en el decreto la iniciativa de la obra y el papel de fundador. Parece olvidar que el padre Smaldone, que ni siquiera es nombrado en el texto, fue el único iniciador del proyecto; a pesar de las amargas frases del prelado, la congregación jamás hubiera existido sin su perseverancia. Pero la humildad mueve a Felipe a no decir nada. Se alegra de ver cómo aumenta el número de religiosas y puede dar respuesta a numerosas solicitudes de fundación, en especial una en Roma en 1896, que más tarde se convertirá en la casa madre. Al año siguiente, a petición de las autoridades de Bari, el padre Smaldone comienza a acoger en esa ciudad a niños enfermos pobres, pero no necesariamente con dificultades auditivas. Después de haber mandado a unas Salesianas a Roma y a Florencia para formarse en ese tipo de educación, recibe en 1900 a niñas ciegas. En 1902, gracias a la ayuda del nuevo arzobispo de Lecce, puede adquirir un antiguo convento de carmelitas, las «Scalze» (Calzadas), provisto de una hermosa iglesia barroca.
Colgado el cartel de “Completo”
Sin embargo, en el trascurso del verano de 1907, el ayuntamiento de Lecce, en manos de los socialistas, suspende toda ayuda económica a las Hermanas Salesianas. Para aquellos ideólogos, todas las obras educativas deben estar en manos del Estado laico, y se orquesta una campaña de desprestigio por parte de los periódicos anticlericales. Una comisión municipal se aloja todo el mes de agosto en la «Pía Casa» para realizar una investigación minuciosa, con la esperanza de hallar motivos de censura, publicándose finalmente un informe hostil. Aunque algunos periódicos imparciales habían hecho frente a los errores y calumnias contenidos en ese texto, el padre Smaldone pasa unos días angustiado. Sufre sobre todo por las acusaciones pérfidas contra la pureza de las religiosas y contra su propio honor sacerdotal. Sin intentar justificarse, él y las Salesianas recurren a una oración más insistente. La Providencia no deja de ayudarlos, procurándoles suficientes bienhechores para compensar la retirada de la ayuda municipal. A partir de octubre de 1907, Felipe puede responder a la calumnia abriendo en Lecce un colegio superior para las jóvenes, donde pronto colgará el cartel de «completo».
El arzobispo de Lecce deseaba para el instituto salesiano un reconocimiento oficial del Papa, pero, después de la campaña denigrante de 1907, la Santa Sede quiere aclarar la situación y nombra un visitador apostólico, quien se dirige sucesivamente a todas las casas del instituto. El padre Smaldone acepta con gozo ese control romano. En 1912, la congregación se afilia a la orden franciscana. En 1915, la Santa Sede publica el «Decreto de alabanza», etapa previa a la aprobación definitiva de la Congregación, que tendrá lugar en 1925.
El padre Felipe obtiene su dinamismo apostólico de una profunda vida contemplativa; cada una de sus decisiones ha sido madurada prolongadamente en la oración. Sus dos principales devociones son el culto a la Sagrada Eucaristía y el amor a la Santísima Virgen María. Su devoción eucarística se manifiesta mediante ofrendas religiosas cuidadosamente preparadas y espléndidas que atraen a las multitudes a la iglesia de las Scalze. Funda una asociación eucarística de sacerdotes adoradores y otra de mujeres adoradoras. El padre Smaldone predica dos verdades fundamentales tomadas de los escritos de san Alfonso María de Ligorio: «Quien reza se salva, quien no reza se condena»; y: «El verdadero servidor de María no puede condenarse».
En 2007, el Papa Benedicto XVI afirmaba: «La verdadera oración consiste precisamente en unir nuestra voluntad a la de Dios. Por tanto, para un cristiano orar no equivale a evadirse de la realidad y de las responsabilidades que implica, sino asumirlas a fondo, confiando en el amor fiel e inagotable del Señor. Queridos hermanos y hermanas, la oración no es algo accesorio, algo opcional; es cuestión de vida o muerte. En efecto, sólo quien ora, es decir, quien se pone en manos de Dios con amor filial, puede entrar en la vida eterna, que es Dios mismo» (4 de marzo); y también: «No existe ningún fruto de la gracia, en nuestra historia de salvación, que no tenga como instrumento necesario la mediación de Nuestra Señora» (12 de mayo).
La devoción mariana se concreta en el instituto mediante numerosas prácticas. En 1889, el padre Smaldone podrá enviar a Bartolo Longo un detallado informe sobre la curación milagrosa de una niña, Marta. Esta padecía un tumor maligno en una rodilla, considerado inoperable, y debía ser trasladada al hospital de Molfetta para ser amputada, intervención muy arriesgada. Poco antes de partir, viéndola cómo intentaba levantarse apoyada en muletas, una religiosa recibe la inspiración de decirle: «Marta, levántate y anda; la Virgen de Pompeya te lo ordena»; entonces le quita las muletas y, ante la sorpresa de los presentes, la pequeña sube la escalera caminando normalmente; está totalmente curada. ¡Un regalo de María!
No hay educación sin amor
Felipe tiene como primera lema la siguiente: «No se puede educar si no se ama». La caridad hacia el alumno cuenta mucho más ante sus ojos que la técnica utilizada. En 1893 publica un reglamento interno donde expone sus métodos de enseñanza a los sordos. En conformidad con el espíritu de san Francisco de Sales, se recomienda dulzura, paciencia y comprensión a quien enseñe a esos niños frágiles y heridos por su discapacidad. Se proscriben los castigos corporales y las duras reprimendas. El padre Smaldone y sus Hermanas afrontan el desafío de enseñar con precisión a los sordos los grandes misterios de la fe cristiana, como es el de la Presencia real de Jesús en la Hostia consagrada. El fundador repite a sus religiosas que son responsables de la salvación eterna de las niñas que les son confiadas, ya que la apertura de estas a la fe, a la esperanza y al amor de Dios depende de la educación que les den. En compensación, promete el Cielo a quienes entreguen lo mejor de sí mismas a esa tarea educativa. Él mismo será, durante cincuenta años, ejemplo vivo de semejante entrega inspirada por un ferviente amor a Dios y al prójimo.
Poco después de su jubileo sacerdotal de oro, celebrado en septiembre de 1921 en presencia de todos los notables de Lecce, el padre Smaldone cae enfermo de diabetes y de trastornos cardíacos que le obligan pronto a interrumpir sus numerosos apostolados al exterior. Esa forzosa inacción le cuesta mucho. El intenso calor del verano de 1922 lo agota y apenas puede celebrar Misa. Al mismo tiempo que disminuyen sus fuerzas, su adhesión interior a la Voluntad de Dios se fortifica; a pesar de sufrir mucho, edifica a los presentes mediante su paciencia y espíritu sobrenatural. El 4 de junio de 1923 entrega apaciblemente su alma a Dios. Felipe Smaldone fue proclamado beato por san Juan PabloII en 1994, y canonizado por Benedicto XVI el 15 de octubre de 2006.
La congregación de las Salesianas de los Sagrados Corazones tiene actualmente unas 350 religiosas repartidas en cuarenta casas. Desde 1972 ejercen su apostolado, además de en Italia, en América Latina (siete casas en Brasil), en África (Benín, Ruanda, Tanzania), en Polonia y en Filipinas. Las Salesianas educan a los niños sordos y con dificultades auditivas de ambos sexos, y también se encargan de los niños que sufren otras discapacidades.
«San Felipe Smaldone veía reflejada en los sordomudos la imagen de Jesús, y solía repetir que, del mismo modo que nos arrodillamos ante el Santísimo, así también debemos arrodillarnos ante un sordomudo. Aceptemos, según su ejemplo, la invitación a considerar siempre indisolubles el amor a la Eucaristía y el amor al prójimo. Más aún, la verdadera capacidad de amar a los hermanos sólo puede venir del encuentro con el Señor en el sacramento de la Eucaristía» (Homilía de la canonización).