1 de Noviembre de 2005
La Saleta (La Salette)- Derreberg
Muy estimados Amigos:
Ha llovido durante toda la noche en un campo de prisioneros de guerra cerca de Stuttgart y, la mañana del 2 de octubre de 1940, algunas gotas de lluvia permanecen suspendidas aquí y allá en las alambradas. «¡Qué extraño rosario, capellán! Son nuestros sufrimientos, que cuelgan inmóviles, algo estúpidos y completamente grises« un rayo de sol y estallarán en medio de la luz. – Le veo muy piadoso hoy, le felicito». El capellán mira con sorpresa al teniente Darreberg, quien, tras un cambio de tono, añade: «No es más que poesía y literatura« una manera elegante de darle los buenos días».
El capellán conoce bien al teniente Darreberg. Ha desparramado a los cuatro vientos su primera educación cristiana, y se muestra orgulloso de ello. Cuando declara: «no tengo ningún deseo de convertirme en santo, en absoluto, sino todo lo contrario», uno queda impresionado de su extraña sinceridad. En el campo, se ha propuesto la tarea de distraer a sus compañeros presos; según dice, es su vocación. De hecho, es imposible aburrirse con él.
¿Una leyenda piadosa?
Pero esa mañana, Darreberg no muestra su aspecto habitual. «¿Pasa algo?» –pregunta el capellán. Después de preguntárselo dos veces, el teniente responde con cierta mala gana: «Se lo voy a decir. Al principio de estar presos, nos contó la historia de La Saleta. Está claro que es una leyenda piadosa, pero así y todo, consiguió conmover a un montón de gente en el campo. Resulta simpático imaginar trucos como ése para que los días pasen de forma más agradable. – No es una «leyenda piadosa», protesta el cura. – Tengo la intención de enterarme «in situ» de esa historieta. ¿Qué tengo que hacer exactamente para llegar a su montaña misteriosa?… – Habrá que esperar días mejores, porque aquí estamos «colgados» para muchos meses« – Pues yo, señor cura, me «descuelgo» hoy mismo. – ¿Qué me dice? – Me fugo esta noche». Esa misma noche, en efecto, el teniente Darreberg recupera la libertad, escondido convenientemente bajo la lona del camión que ha suministrado el pan. El capellán lanza una rápida bendición: «Virgen de La Saleta, tú que llevas cadenas como símbolo de nuestras almas cautivas bajo el poder del pecado, acompaña en su viaje a tu audaz peregrino». Llegada la noche, se comenta en cada dormitorio sobre esa locura. «Si la Virgen de La Saleta le espera en la montaña –piensa el capellán– no necesita mapa, ni avituallamiento, ni brújula, ni método racional alguno. Más bien lo contrario».
El 12 de noviembre, el capellán recibe una carta de Darreberg fechada en La Saleta el 20 de octubre: «Debo decirle ante todo que he tenido que realizar un largo viaje, sin demasiadas comodidades». Efectivamente, porque después de haber llegado a Stuttgart en el camión del pan, se dirigió a la estación de ferrocarril, consiguiendo colocarse sobre los topes exteriores de un vagón de tren que partía hacia Constanza. En cada parada se deslizaba bajo uno de los ejes del vagón para no ser descubierto. Viajó de la misma manera desde Constanza hasta Basilea. Ya en Suiza, era libre y pudo llegar hasta Lión y, luego, a la Saleta. La carta sigue diciendo: «Ahora puedo decirle que me sentía atraído irresistiblemente. Tenía que partir« Hace ya cinco días que me encuentro aquí, y vivo como en un sueño« ¡Que estúpido era cuando hablaba de «leyenda piadosa»! Bien es verdad que ya no lo creía. Durante el viaje, llegué a comprender ya tantas cosas« Aquí he conocido a un sacerdote que me ha explicado la historia de esta montaña».
He aquí, resumida, la historia. El 19 de septiembre de 1846, dos niños analfabetos, Maximino (de once años) y Melania (de casi quince años) se hallan cuidando el rebaño en la montaña, más arriba del pueblo de La Saleta, en la diócesis de Grenoble (Francia). Se les aparece un inmenso resplandor, en el cual distinguen, en actitud de profundo dolor, a la que llamarán «la Hermosa Dama», sentada, con el cabeza entre las manos y el pecho compungido en sollozos. En un primer momento, los dos pastorcitos sienten gran espanto, pero la Hermosa Dama se incorpora y los llama con dulce voz: «Acercaos, pequeños, no tengáis miedo». Sin dudarlo, se aproximan y se sitúan tan cerca de ella que casi llegan a tocarla. Lleva en los hombros y en el pecho dos cadenas de las que cuelga una cruz, en la cual sangra Jesucristo resplandeciente de luz.
Tiene los ojos llenos de una inmensa tristeza. Melania afirmará: «Ha estado llorando todo el rato que nos ha hablado; he visto cómo le caían las lágrimas». Ella les dice: «Si mi pueblo no quiere someterse, me veré en la obligación de soltar el brazo de mi Hijo; es tan fuerte y tan poderoso que ya no puedo retenerlo« Os he dado seis días para trabajar; me he reservado el séptimo y no quieren concedérmelo« Los que conducen las carretas no saben maldecir sin incluir el nombre de mi Hijo. Esas son las dos cosas que hacen tan pesado el brazo de mi Hijo». Después de hablar de cosechas desastrosas a causa de los pecados de los hombres, añade: «Si se convierten, las piedras y las rocas se tornarán montones de trigo«». Y acaba como sigue: «Id, hijos míos, anunciad este mensaje a todo mi pueblo». Finalmente, alejándose hacia lo alto del collado, se eleva por encima de la tierra y desaparece lentamente.
Como tantos otros, de rodillas
El relato de aquella aparición conmueve profundamente a Darreberg. La carta que dirige al capellán continúa en estos términos: «En el lugar exacto donde ocurrieron los hechos se concentra una página espléndidamente viva, una contraseña, una consigna sagrada, una invitación a ponerse de inmediato en guardia para escuchar órdenes que hay que ejecutar, que hay que cumplir hasta el final y con todas las consecuencias. Además, el joven payaso que usted conoce, pues bien« ha hecho como tantos otros, se ha puesto de rodillas y se ha confesado como un niño, salvo que tenía muchas más cosas que contar. El confesor no dejaba de marcar con unos «bien» y unos «muy bien» un montón de cosas que habría preferido confiar a un sordo, porque no era nada edificante. Llegó incluso a soltar un «perfecto» por algo que, se lo aseguro, no lo era en absoluto. Entonces protesté: «¡Ah, no, de perfecto nada!», y me contestó lo siguiente: «¡Claro que sí, hijo mío, es perfecto!… Es perfecto lo que la Santísima Virgen ha hecho por usted, y cómo lo está aceptando». En suma, hice limpieza total« Me sentía completamente ligero y un poco orgulloso».
«María, Madre llena de amor –escribía el Papa Juan Pablo II, el 6 de mayo de 1996–, mostró en La Saleta su tristeza ante el mal moral de la humanidad. Con sus lágrimas, ella nos ayuda a captar mejor la dolorosa gravedad del pecado y del rechazo a Dios, pero también la apasionada fidelidad que su Hijo guarda hacia sus hijos, Él, el Redentor, cuyo amor se encuentra herido a causa del olvido y de los rechazos».
«El pecado es una ofensa a Dios: Contra ti, contra ti sólo he pecado, lo malo a tus ojos cometí (Sal 51,6). El pecado se levanta contra el amor que Dios nos tiene y aparta de Él nuestros corazones. Como el primer pecado, es una desobediencia, una rebelión contra Dios por el deseo de hacerse como dioses, pretendiendo conocer y determinar el bien y el mal (Gn 3, 5). El pecado es así «amor de sí hasta el desprecio de Dios» (San Agustín). Por esta exaltación orgullosa de sí, el pecado está diametralmente opuesto a la obediencia de Jesús que realiza la salvación« La variedad de pecados es grande. La Escritura contiene varias listas. La carta a los Gálatas opone las obras de la carne al fruto del Espíritu: Las obras de la carne son conocidas: fornicación, impureza, libertinaje, idolatría, hechicería, odios, discordia, celos, iras, rencillas, divisiones, disensiones, envidias, embriagueces, orgías y cosas semejantes, sobre las cuales os prevengo como ya os previne, que quienes hacen tales cosas no heredarán el Reino de Dios (Ga 5, 19-21)» (Catecismo de la Iglesia Católica, CEC, 1850, 1852).
En La Saleta, la Virgen insiste especialmente en los pecados contra Dios por la falta de respeto hacia su nombre. El Catecismo de la Iglesia Católica enseña: «Entre todas las palabras de la revelación hay una, singular, que es la revelación de su nombre« El nombre del Señor es santo. Por eso el hombre no puede usar mal de él. Lo debe guardar en la memoria en un silencio de adoración amorosa. No lo empleará en sus propias palabras sino para bendecirlo, alabarlo y glorificarlo. La deferencia respecto a su Nombre expresa la que es debida al misterio de Dios mismo y a toda la realidad sagrada que evoca« La blasfemia consiste en proferir contra Dios –interior o exteriormente– palabras de odio, de reproche, de desafío; en injuriar a Dios, faltarle al respeto en las expresiones, en abusar del nombre de Dios« La prohibición de la blasfemia se extiende a las palabras contra la Iglesia de Cristo, los santos y las cosas sagradas. Es también blasfemo recurrir al nombre de Dios para justificar prácticas criminales, reducir pueblos a servidumbre, torturar o dar muerte« La blasfemia es de suyo un pecado grave« Las palabras malsonantes que emplean el nombre de Dios sin intención de blasfemar son una falta de respeto hacia el Señor» (cf. CEC 2143-2144, 2148-2149).
El séptimo
Por mediación de la Virgen, Dios dice a los niños de La Saleta: «Os he dado seis días para trabajar; me he reservado el séptimo y no quieren concedérmelo». Se nos recuerda de ese modo el deber de santificar el domingo. En 1998, el Papa Juan Pablo II publicó una Carta apostólica para recordar el sentido del domingo cristiano: «Quienes han recibido la gracia de creer en el Señor resucitado pueden descubrir el significado de este día semanal con la emoción vibrante que hacía decir a san Jerónimo: «El domingo es el día de la resurrección; es el día de los cristianos; es nuestro día»« Si desde el principio de mi Pontificado no me he cansado de repetir: «¡No temáis! ¡Abrid, más todavía, abrid de par en par las puertas a Cristo!», en esta misma línea quisiera hoy invitar a todos con fuerza a descubrir de nuevo el domingo: ¡No tengáis miedo de dar vuestro tiempo a Cristo! Sí, abramos nuestro tiempo a Cristo para que él lo pueda iluminar y dirigir». (Dies Domini, 31 de mayo de 1998, 2, 7).
La participación en la celebración común de la Eucaristía dominical es un testimonio de pertenencia y de fidelidad a Cristo: «La Misa es la viva actualización del sacrificio de la Cruz. Bajo las especies de pan y vino, sobre las que se ha invocado la efusión del Espíritu Santo, que actúa con una eficacia del todo singular en las palabras de la consagración, Cristo se ofrece al Padre con el mismo gesto de inmolación con que se ofreció en la cruz« A su sacrificio Cristo une el de la Iglesia: «En la Eucaristía, el sacrificio de Cristo es también el sacrificio de los miembros de su Cuerpo. La vida de los fieles, su alabanza, su sufrimiento, su oración y su trabajo se unen a los de Cristo y a su total ofrenda, y adquieren así un valor nuevo» (CEC 1368)» (Ibid. 43).
«Al ser la Eucaristía el verdadero centro del domingo, se comprende por qué, desde los primeros siglos, los Pastores no han dejado de recordar a sus fieles la necesidad de participar en la asamblea litúrgica« El Código de Derecho Canónigo confirma esta obligación diciendo que «el domingo y las demás fiestas de precepto los fieles tienen obligación de participar en la Misa» (canon 1247). Esta ley se ha entendido normalmente como una obligación grave« Si la participación en la Eucaristía es el centro del domingo, sin embargo sería reductivo limitar sólo a ella el deber de «santificarlo». En efecto, el día del Señor es bien vivido si todo él está marcado por el recuerdo agradecido y eficaz de las obras salvíficas de Dios. Todo ello lleva a cada discípulo de Cristo a dar también a los otros momentos de la jornada vividos fuera del contexto litúrgico –vida en familia, relaciones sociales, momentos de diversión– un estilo que ayude a manifestar la paz y la alegría del Resucitado en el ámbito ordinario de la vida» (Ibid. 46, 47, 52).
Un ronroneo sin valor
En el momento de su aparición a Melania y a Maximino, la Virgen había recordado la importancia de la oración: «¿Vosotros rezáis, hijos míos? – No mucho, señora. – ¡Ah! Hijos míos, pues hay que rezar por la noche y por la mañana, aunque sólo sea con un Padrenuestro y un Avemaría. Y cuando podáis, rezad más». El teniente Darreberg ha comprendido esa necesidad de rezar. Tras pasar a Inglaterra, donde es destinado en la aviación, escribe en su diario: «14 de octubre de 1941: He conocido al capellán católico« Me ha dicho que la victoria está fuera de toda duda. Y le he dicho: La guerra podría terminarse mañana, pero quedaría una cosa por hacer. – ¿Qué cosa? – Acatar, acatar la orden de Dios y rezar. Al menos tres veces, le he repetido con insistencia: ¡recurrir frecuentemente a la oración!». El propio Darreberg dedica un tiempo a la oración: «Comprendo mejor el rezo del rosario para suavizar el alma y enseñarle poco a poco a reaccionar adecuadamente. Me parecía que se trataba de una oración de beata y de ronroneo sin valor. ¡Qué tontería! Es un truco maravilloso. Decir cincuenta veces seguidas «Dios te salve, María«» acaba haciéndole a uno bajar la cabeza convenientemente« Cuando se ha repetido cincuenta veces «Ruega por nosotros, pecadores», uno termina creyéndose, un poco, que no vale demasiado«». Y escribirá además: «Más aún que la pipa del capellán, el rezo del rosario, aunque monótono y mecánico, es una armonía pacificadora».
«El centro de nuestra vida es Cristo, Redentor del hombre –recordaba el Papa Juan Pablo II el 16 de octubre de 2002. María no lo oscurece; no oscurece su obra salvífica. Al subir al cielo en cuerpo y alma, la Virgen, primera en probar los frutos de la Pasión y de la Resurrección de su Hijo, es quien, de la forma más segura, puede conducirnos a Cristo, fin último de nuestros actos y de toda nuestra existencia« ¿Acaso existe mejor instrumento para contemplar el rostro de Cristo con María que el rezo del rosario? Debemos redescubrir la profundidad mística que se encierra en la sencillez de esta plegaria, tan apreciada por la tradición popular. En su estructura, esta plegaria mariana es efectivamente, sobre todo, una meditación de los misterios de la vida y de la obra de Cristo. Al repetir la invocación del Avemaría, podemos profundizar en los acontecimientos esenciales de la misión del Hijo de Dios en la tierra, que nos han sido transmitidos mediante el Evangelio y la tradición» (Audiencia general).
La oración, y especialmente el rosario, nos abren a la esperanza. En relación con La Saleta, el Papa Juan Pablo II escribe: «La Virgen pide que su mensaje «se anuncie a todo su pueblo» mediante el testimonio de dos niños, y su voz se dejará oír rápidamente. Llegarán los peregrinos y tendrán lugar muchas conversiones. María se apareció en medio de una luz que evoca el esplendor de la humanidad transfigurada por la Resurrección de Cristo: La Saleta es un mensaje de esperanza, pues nuestra esperanza se sostiene por la intercesión de quien es Madre de los hombres. Las rupturas no son irremediables. La noche del pecado cede su lugar a la luz y a la misericordia divinas. El sufrimiento humano asumido puede contribuir a la purificación y a la salvación» (6 de mayo de 1996).
Seis peniques de multa
La historia de Darreberg relata varias conversiones. Además de la del propio teniente, cuenta también la de su mecánico: «5 de abril de 1942: Pascua. El mecánico me ha dicho: «Voy siempre a la iglesia por Pascua y por Navidad« Y usted también está; esa medalla (de la Virgen de La Saleta) da que pensar, esa historia que usted ha contado a los compañeros«». Se ha confesado, ha comulgado« Hacía veinte años« El capellán ha declarado: «Esta Virgen de La Saleta es fantástica». Unos días después, el mecánico acude a buscar a Darreberg: «Hay algo que debe ver». En su enorme taller hay una pancarta donde leo: «A partir de ahora está prohibido blasfemar durante el trabajo. Multa: seis peniques para el bote de las rondas de whisky»». Era su manera de poner en práctica la recomendación de la Santísima Virgen sobre las palabras malsonantes«
Más sorprendente aún resulta la conversión de otro piloto de caza, Norton. «Norton es el auténtico as del grupo –escribe Darreberg. Pero tiene un temperamento vulgar y escéptico. Me ha preguntado: «¿Qué significa esa fecha del 19 (aparición de La Saleta el 19 de septiembre)?». Quería rehuirlo, pero he pensado: «Lo anunciaréis a todo mi pueblo». Así que, brevemente, se lo he explicado. Él ha contestado con sorna: «Te creía menos necio». Ha sido duro de encajar. No he insistido« – 25 de diciembre de 1941: Navidad. ¡En qué se convierte ese día cuando se aparta al Niño Jesús!… Norton ha estado más odioso que nunca. He abandonado la mesa. Ha dicho: «Las cucarachas se van; el tiempo va a cambiar». Me he esforzado en cerrar la puerta sin hacer ruido».
El 14 de abril de 1942, aprovechando los azares de un combate aéreo, Norton dispara sobre Darreberg; un instante después, éste le salva la vida derribando al que le persigue. Por la tarde, ya en la base, «Norton se me acerca: «Darreberg, te he disparado. – ¿Por qué? – Te odiaba. – ¿Y ahora? – Me has salvado la vida. Perdóname». Nos hemos estrechado la mano« Gracias, Virgen de La Saleta». El 13 de junio, Norton es alcanzado por las balas enemigas. «14 de junio: Norton está perdido. Amputación de las dos piernas y del brazo derecho. Ha reunido sus últimas fuerzas para pedirme: «Dame su medalla« No para curarme« Para no morir como un perro». Su rostro estaba convulso a causa del sufrimiento. «¿Qué dijo la Virgen, Darreberg? Quiero saberlo ahora, antes de morir». Nunca es demasiado tarde«Nunca he rezado –confiesa Norton; ¿cómo se hace? Siempre me he burlado« – ¿Has sido bautizado? – No, pero quiero, quiero como tú« Darreberg, he querido matarte« Te pido perdón. Dime que me perdonas». Ha llegado el capellán católico. Norton ha recibido el sacramento del Bautismo. Después, la enfermera ha dicho: «Le voy a dar un poco de morfina, y así podrá dormir. – No, gracias« Déjeme sufrir hasta el final« Debo pagar, tengo que pagar». – Hasta mañana, querido Norton. «– Quizás« Diles a los compañeros« Pídeles perdón por mí». El sacerdote ha expresado esta reflexión: «La Virgen es una gran ladrona de almas. Ya lo habéis visto: ¡es más hábil que el diablo!». – 15 de junio: Norton ha muerto esta mañana. La enfermera me ha dicho: Le ha estado llamando toda la noche, y repetía: «Creo, como Darreberg« Quiero montañas de trigo». Así que le he dado morfina y se ha dormido. Luego, ha abierto los ojos y ha seguido murmurando: «Estoy viendo a la Señora de la Montaña. Sonríe. No está llorando. ¿Por qué decía Darreberg que lloraba?». Han sido sus últimas palabras. Acaba de morir».
«¡Espero una enorme alegría!»
En marzo de 1943, Darreberg es herido. Tras varios meses de convalecencia, recobra su actividad. El 19 de enero de 1944, no regresa a la base. Más tarde, el mecánico contará: «Antes de despegar, aquel día, me dijo: «¡Adiós, querido amigo!» – Hoy es su día 19! – le contesté, tendrá suerte. Su respuesta, la tendré siempre presente mientras viva: «Hoy, compañero, ¡espero una enorme alegría!». Tenía la mirada encendida, y sólo más tarde comprendí el significado de aquella llama« Sonrió de una forma muy hermosa« Durante un momento, escuché el ronroneo de los motores. Todo iba perfectamente« Normalmente, despegaba algo lento, como si dudara, pero aquel día partió como atrapado por el cielo« Parecía que tiraban de él desde lo alto con una cuerda». Nadie ha sabido jamás cómo murió Darreberg. Pero, ¿es tan importante la respuesta? Para él, la muerte ya no era la muerte, sino la alegría del hijo que va a encontrarse con su Madre del Cielo, la alegría del fiel servidor que va a recibir de la Reina de los Cielos la recompensa por sus desvelos: «Cuando se trabaja al servicio de la Virgen –había anotado en su diario una semana antes, el 10 de enero–, ella sabe pagar sus deudas con la magnificencia de una Reina y la delicadeza de una Madre».
«En La Saleta, María manifestó con toda claridad la constancia de su plegaria por el mundo. Ella nunca abandonará a los hombres, creados a imagen y semejanza de Dios y a quienes les ha sido dado convertirse en hijos de Dios (cf. Jn 1, 12)» (Juan Pablo II, 6 de mayo de 1996). La conversión de Darreberg pone de manifiesto el poder de la intercesión de nuestra Madre del Cielo. ¡Confiemos plenamente en ella!
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