4 de Octubre de 2016
San Giuseppe Moscati
Muy estimados Amigos:
San Juan Pablo II consagró una parte importante de su ministerio de sucesor de Pedro a las personas que sufren, en especial a los enfermos. En varias ocasiones, se dirigió al mundo médico : « El personal que cura —decía en 1986— no solamente aporta una técnica, sino una dedicación entusiasta que procede del corazón y una atención a la dignidad de las personas. Continuad preocupándoos de no reducir al enfermo a un objeto de cuidados, sino a hacer de él el primer compañero en una lucha que es su lucha. Y, en cuanto a los graves problemas éticos que se plantean en vuestra profesión, os animo a encontrar respuestas exigentes que sean conformes a la dignidad de la vida del enfermo, a su condición de persona ». El 25 de octubre de 1987, ese mismo Papa canonizó a un médico, Giuseppe (José) Moscati, en quien vio « la realización concreta del ideal del laico cristiano ».
Giuseppe Moscati nace en Benevento (Campania, sur de Italia) el 25 de julio de 1880, y recibe el Bautismo el 31. Francesco Moscati, su padre, brillante magistrado, llegará a ser consejero en el Tribunal de Apelación, primero en Ancona y luego en Nápoles. Pertenece, al igual que su esposa Rosa de Luca, al linaje de los marqueses de Roseto. José es el séptimo de nueve hijos, pero solamente rodean su cuna tres de sus hermanos y hermanas que le preceden (Gennaro, Alberto y Anna), pues los Moscati habían conocido el dolor de haber perdido, en el año 1875, a dos gemelas de corta edad (Maria y Anna), y luego otro golpe aún más sensible : el fallecimiento de otra pequeña Maria, de cuatro años de edad. Después de José, nacen Eugenio y Domenico, que más tarde será alcalde de Nápoles. Francesco Moscati lleva todos los años a la familia a la región natal, para que pasen unas vacaciones en contacto con la naturaleza. Asisten todos juntos a Misa en la iglesia de las Clarisas del lugar, donde Francesco ayuda muy a menudo como monaguillo.
Un desasosiego beneficioso
El clima familiar favorece la eclosión en el joven Giuseppe de una fe profunda y real. Conoce al beato Bartolo Longo, fundador del santuario de la Virgen del Rosario en Pompeya, de quien llegará a ser médico de cabecera y al que asistirá en su lecho de muerte. Los Moscati lo habían conocido en casa de Caterina Volpicelli, fundadora de las Siervas del Sagrado Corazón, que será canonizada por el Papa Benedicto XVI el 29 de abril de 2009. Francesco y Rosa entablaron amistad con ella. Así pues, la familia Moscati frecuenta habitualmente, en Nápoles, la iglesia de las Siervas, donde Giuseppe toma la primera Comunión, en la solemnidad de la Inmaculada Concepción, el 8 de diciembre de 1888. Dos años más tarde, recibirá el sacramento de la Confirmación. En 1889, ingresa en el instituto clásico Vittorio Emanuelle, donde se consagra con aplicación a los estudios literarios. Sin embargo, en su alma se esboza ya un sentido agudo de la precariedad de la vida humana : « Miraba con interés —escribirá más tarde— el Hospital de los Incurables que mi padre me señalaba, lejos de mi casa, inspirándome sentimientos de compasión por el dolor sin nombre que allí se calmaba. Un desasosiego beneficioso se apoderaba de mí, y empezaba a pensar en la fragilidad de todas las cosas, y las ilusiones caían, como las flores de los naranjales a mi alrededor ». En aquel momento, ni siquiera podía imaginar que, más tarde, consagraría su vida a los enfermos y a la investigación médica.
En 1892, sucede un acontecimiento trágico que cambiará el curso de su existencia : como consecuencia de una caída del caballo en una parada militar en Turín, su hermano Alberto queda epiléptico. Giuseppe adquiere la costumbre de pasar largas horas junto a su cabecera para cuidarlo, y de ahí madura en él la decisión de hacerse médico. El caso, único en la familia, no deja de suscitar discusiones, pero él mantiene su resolución. En 1897, a la edad de 61 años, muere su padre como consecuencia de una hemorragia cerebral, pero no sin antes haber recibido los últimos sacramentos. Giuseppe, que acaba de pasar el bachillerato, se inscribe resueltamente en la facultad de medicina. Los motivos de su elección quedarán de manifiesto más tarde, al dirigirse a sus alumnos : « Recuerden que, al optar por la medicina, se han comprometido en una misión sublime. Con Dios en el corazón, perseveren practicando las buenas enseñanzas de sus padres, el amor y la compasión hacia los que sufren, con fe y entusiasmo, sordos a los halagos y a las críticas, dispuestos solamente al bien ».
La competencia y la fe
Sin embargo, un viento de revolución y de ateísmo sopla sobre la juventud estudiantil, y las facultades de filosofía y de medicina de Nápoles son sus principales focos. No obstante, mientras sus compañeros se manifiestan en las calles, Giuseppe, considerando que un estudio serio y profundo exige tranquilidad y serenidad de espíritu, evita distraerse durante el trabajo. De hecho, destacará en su profesión, no cediendo nada en el plano de sus convicciones religiosas a pesar del positivismo ateo dominante. El 4 de agosto de 1903, con sólo 23 años de edad, se gradúa en medicina con la nota más alta y las felicitaciones del jurado. Ese mismo año, aprueba el concurso-oposición de colaborador extraordinario en el Hospital de los Incurables —uno de los más prestigiosos de Europa en aquel momento—, y después, en 1908, la oposición de ayudante en el Instituto de Química Fisiológica. Sus competencias científicas suscitan admiración, hasta tal punto que podría aspirar a una brillante carrera universitaria, pero prefiere servir a los enfermos. Así pues, además de sus compromisos en laboratorio, sigue visitándolos y adquiere bastante pronto la extraordinaria capacidad de realizar un diagnóstico rápido y seguro. Su experiencia no basta para explicar ese don especial. Posee intuiciones más profundas y su compasión va más allá del mal físico : « Recuerden —dice a sus estudiantes— que vivir es una misión, un deber, un dolor. Cada uno de nosotros debe seguir su propia lucha. Recuerden que no solamente deben ocuparse de los cuerpos, sino también de las almas gimientes que acuden a ustedes ».
En el mismo sentido, san Juan Pablo II dirá al personal sanitario : « Vuestros enfermos necesitan un acompañamiento lo más humano posible ; necesitan un acompañamiento espiritual. En ello os sentís en el umbral de un misterio que es suyo » (5 de octubre de 1986).
Giuseppe pone en práctica las frases de Jesús sobre el amor al prójimo que se concreta en el servicio, hasta dar la vida. En efecto, pues tras haber lavado los pies de sus discípulos, Jesús les dice : ¿ Comprendéis lo que he hecho con vosotros ? Vosotros me llamáis ‘el Maestro’ y ‘el Señor’, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y Maestro, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros. Os he dado ejemplo, para que también vosotros hagáis como yo he hecho con vosotros. En verdad, en verdad os digo : no es más el siervo que su amo, ni el enviado más que el que le envía. Sabiendo esto, seréis dichosos si lo cumplís (Jn 13, 12-17). « El amor se sacrifica por los demás —decía el Papa Francisco a los jóvenes el 21 de junio de 2015—. Mirad el amor de los padres, de tantas mamás, de tantos papás que por la mañana llegan cansados al trabajo porque no han dormido bien por cuidar a su propio hijo enfermo, ¡ esto es amor ! Esto es respeto. Esto no es pasarlo bien. Esto es “servicio”. El amor es servicio. Es servir a los demás. Cuando Jesús, después del lavatorio de los pies, explicó el gesto a los Apóstoles, enseñó que hemos sido creados para servirnos unos a otros, y si digo que amo pero no sirvo al otro, no ayudo al otro, no le permito ir adelante, no me sacrifico por el otro, esto no es amor. Habéis llevado la cruz [la cruz de la Jornada mundial de la juventud] : allí está el signo del amor. La historia de amor de Dios comprometido en las obras y en el diálogo, con respeto, con perdón, con paciencia durante tantos siglos de historia con su pueblo, termina allí : su Hijo en la cruz, el servicio más grande, que es dar la vida, sacrificarse, ayudar a los demás ».
Con peligro de su vida
En abril de 1906, la erupción del Vesubio aterroriza a las poblaciones de alrededor. En Torre del Greco, pequeña localidad situada a 6 km del cráter, residen numerosos enfermos paralíticos o ancianos. El doctor Moscati los salva mandando evacuar el hospital con peligro de su propia vida, poco antes de derrumbarse el techo. Dos días más tarde, envía una carta al director general de los hospitales de Nápoles, proponiendo recompensar a las personas que le han ayudado, pero insiste en que no se le mencione a él : « Se lo ruego, no cite mi nombre, para evitar remover… las cenizas ». Cinco años después, en 1911, una epidemia de cólera enluta Nápoles. Los navíos que llegan del mundo entero a esa ciudad portuaria traen gérmenes de enfermedades, y la miseria reinante en barrios de sucias calles favorece el contagio. Si bien es verdad que los progresos de la medicina limitan ya el número de víctimas, la situación sigue siendo preocupante. El Ministerio de Salud Pública encarga al doctor Moscati que investigue cómo vencer la plaga : muchas de sus propuestas para el saneamiento de la ciudad son adoptadas.
Sin embargo, Giuseppe no abandona la investigación científica, pues será el autor de treinta y dos “ensayos” publicados en el mundo universitario. A los 31 años, aprueba el concurso-oposición de colaborador ordinario del consorcio de Hospitales. Uno de los miembros del tribunal, el profesor Cardarelli, deslumbrado por su presentación, confiesa que, en sesenta años de enseñanza, jamás ha visto a un facultativo tan bien preparado, y, a iniciativa suya, la Academia Real de Medicina Quirúrgica lo nombra miembro titular. También en 1911, el Ministerio de Instrucción Pública le concede el doctorado en química fisiológica y licencia para enseñar en ese ámbito.
El doctor Moscati se consagró por entero a Cristo en el ejercicio de su profesión. A fin de serlo todo para todos, eligió decididamente el celibato. Su devoción por la Virgen María —siempre lleva consigo el rosario y nunca falta a la oración del Ángelus— le concede la fuerza de ofrecer a Dios su castidad y de guardarla como un tesoro. No obstante, también sabe aconsejar el matrimonio a sus estudiantes, según lo que escribía san Pablo : Mi deseo sería que todos los hombres fueran como yo ; mas cada cual tiene de Dios su don particular : unos de una manera, otros de otra (1 Co 7, 7-9). Dirigiendo sin embargo una mirada lúcida y compasiva sobre la fragilidad humana, invita a la purificación del corazón : « ¡ Oh, si los jóvenes, con su exuberancia, supieran que las ilusiones de amor son pasajeras y fruto de la viva exaltación de los sentidos ! Si un ángel los previniera de que todo lo impuro debe morir porque está mal, mientras que juran tan fácilmente una fidelidad eterna en medio del delirio que los trastorna, quizás sufrirían mucho menos y serían mejores ».
A la pregunta « Cómo podemos experimentar el amor de Jesús », el Papa Francisco respondía lo siguiente el 21 de junio de 2015 : « Y ahora, sé que sois buenos y me permitiréis hablar con sinceridad. No quiero ser moralista, pero quiero decir una palabra que no gusta, una palabra impopular… El amor está en las obras, en la comunicación, pero el amor es muy respetuoso de las personas, no usa a las personas, es decir, el amor es casto. Y a vosotros, jóvenes en este mundo, en este mundo hedonista, en este mundo donde solamente se publicita el placer, pasarlo bien, darse la buena vida, os digo : sed castos, sed castos. Todos nosotros en la vida hemos pasado momentos en los que esta virtud era muy difícil, pero es precisamente el camino de un amor genuino, de un amor que sabe dar la vida, que no busca usar al otro para su propio placer. Es un amor que considera sagrada la vida de la otra persona : te respeto, no quiero usarte. No es fácil… Perdonadme si digo una cosa que no os esperabais, pero os pido : haced el esfuerzo de vivir castamente el amor ».
El mayor de los males
En noviembre de 1914, la señora Moscati se muere de diabetes, incurable en la época. Recibe con gran devoción los últimos sacramentos y exhorta a los suyos : « Hijos míos, muero contenta. Huid siempre del pecado, que es el mayor de los males de la vida ». El profesor Moscati escribirá unos años después : « Sé que mis padres siguen a mi lado ; puedo sentir su agradable compañía ». La diabetes estará entre sus preocupaciones ; será el primer médico en experimentar la insulina en Nápoles y enseñará a un grupo de colegas las modalidades de tratamiento de esa enfermedad.
Italia entra en guerra en mayo de 1915. Giuseppe Moscati se presenta voluntario para ir al frente, pero su solicitud es rechazada. El Hospital de los Incurables es requisado por el ejército, y las autoridades militares encargan al profesor el cuidado de los heridos ; para ellos, no solamente es el médico, sino también el consuelo atento y afectuoso. Además, se consagra a la formación de los jóvenes médicos, pues considera un deber transmitirles su experiencia profesional y espiritual. Uno de sus alumnos dará el siguiente testimonio : « Nos revelaba sus conocimientos y, día tras día, modelaba nuestras mentes y nuestras almas. Nos hablaba de Dios, de la divina Providencia y de la religión cristiana. Y el rostro se le iluminaba cuando le seguíamos a las iglesias de Nápoles para asistir a Misa ». El testimonio leal de su fe cristiana impone respeto alrededor de Giuseppe, a pesar del ateísmo declarado que prevalece en los ambientes científicos. Incluso manda instalar en la nueva sala de autopsias del Instituto de Anatomopatología, que dirige, un crucifijo acompañado de una inscripción sacada del profeta Oseas (13, 14) : Ero mors tua, o mors (Seré tu muerte, oh muerte). Con motivo de la inauguración, invita a sus colegas « a rendir homenaje a Cristo, que es la Vida, regresado después de un ausencia demasiado prolongada en ese lugar de muerte ». La audacia de dar testimonio público de la fe en Jesucristo la obtiene de recibir frecuentemente los sacramentos, y especialmente de asistir diariamente a Misa.
Víctima del éxito
Por otra parte, el profesor Moscati es víctima de su éxito entre los estudiantes, pues muchos de ellos prefieren seguir sus conferencias antes que asistir a las clases oficiales. Algunos colegas celosos intrigan para impedir su promoción en la carrera docente. Sin embargo, él no se deja deslumbrar por sus brillantes éxitos ; incluso sufre frecuentes luchas interiores, especialmente contra la tentación del desánimo : « Leí en la biografía de la beata Teresa de Lisieux una frase escrita para mí —escribe— : “Dios mío, el propio desánimo es un pecado”. Sí, es un pecado que procede del orgullo, y que muestra que he podido creer haber hecho grandes cosas por mí mismo. Al contrario : no somos más que siervos inútiles (Lc 17, 10) ». Aunque ajeno a toda perspectiva de carrera y de gloria humana, pero deseoso de seguir enseñando, en 1922 intenta obtener una nueva licencia. Pensando por un momento que ha fracasado, y no sabiendo cuál es su deber, siente un profundo desasosiego que confiesa a uno de sus antiguos maestros : « Me siento completamente agotado y deprimido, porque he trabajado sin cesar desde la guerra y he experimentado emociones muy fuertes… Paso las noches en blanco y he perdido la posibilidad de enseñar [la licencia que cree no haber obtenido] ».
« Ante esta realidad de fracaso —decía a los jóvenes el Papa Francisco—, justamente os preguntáis : ¿ qué podemos hacer ? Ciertamente una cosa que no se debe hacer es dejarse vencer por el pesimismo y por la desconfianza… ¡ Fíate de Jesús ! El Señor está siempre con nosotros. Viene a la orilla del mar de nuestra vida, se hace cercano a nuestros fracasos, a nuestra fragilidad, a nuestros pecados, para transformarlos… Las dificultades no deben asustaros, sino impulsaros a ir más allá. Sentid dirigidas a vosotros las palabras de Jesús : ¡ Remad mar adentro y echad las redes ! (Lc 5, 4) » (22 de septiembre de 2013).
De hecho, el profesor Moscati está agotado, pero no baja los brazos, como los Apóstoles que estaban atribulados en todo, mas no aplastados ; perplejos, mas no desesperados (2 Co 4, 8). Contra todo pronóstico, obtiene finalmente la licencia deseada, que le permite enseñar medicina clínica a título privado en universidades y otros institutos superiores. Unos días más tarde, expresa su estado de ánimo : « Ama la verdad —escribe en su diario íntimo—, muestra la persona que eres, sin amago y sin temor, sin miramiento alguno. Y si la verdad te cuesta la persecución, tú acéptala ; si te trae el tormento, tú sopórtalo. Y si por la verdad fuera necesario sacrificarte a ti mismo y a tu propia vida, sé fuerte en el sacrificio ». Su paciencia en medio de la adversidad resulta fecunda. Como quiera que él mismo había pasado por duros momentos de sequía y de desolación, puede animar verdaderamente a quienes pasan por angustias semejantes : « Pase lo que pase, recordad que Dios jamás abandona a nadie. Cuanto más solos os sintáis, olvidados, despreciados o incomprendidos, más cerca estaréis de renunciar bajo el peso de graves injusticias, más sentiréis una fuerza infinita y misteriosa, que os amparará y hará que seáis capaces de buenas y vigorosas intenciones, y os sorprenderán esas fuerzas cuando llegue la serenidad. ¡ Esa fuerza es Dios ! ». Gracias a esa fuerza de Dios que se despliega en la debilidad y en la humildad (cf. 2 Co 12, 9), Giuseppe Moscati no ahorra con los pobres ni su tiempo ni su dinero.
Lo han perdido todo
Moscati posee el don de ofrecer ayuda a los pobres sin herir su sensibilidad. En una ocasión, una mujer tuberculosa y sin recursos se da cuenta de que, junto a la prescripción médica, Giuseppe ha introducido en el sobre un billete de 50 liras. Quiere darle las gracias por su bondad, pero él protesta : « ¡ Por el amor de Dios, no diga nada a nadie ! ». Un día en que le reclaman a la cabecera de un ferroviario enfermo, encuentra allí numerosas personas, ferroviarios todos igual de pobres que el paciente que juntan dinero para pagar la consulta. El sacerdote que acompaña al médico se dispone a disuadirlos, sabiendo que es inútil. Pero el profesor interviene : « Ya que están recogiendo dinero privándose de una parte de su trabajo, tan duro, me uno a esa suscripción con mi parte, a fin de que el enfermo pueda disponer, junto a la suma recogida, de los medios necesarios para curarse ». Y entrega tres billetes de 10 liras. Realmente se le conoce como “el médico de los pobres”, porque él mismo vive pobremente para poder socorrer mejor a los pacientes más menesterosos. No tiene ni coche ni caballo, desplazándose siempre a pie. Cuando le preguntan sobre ello, él responde con vivacidad : « Soy pobre y no dispongo de medios, a causa de mis obligaciones profesionales, para afrontar esos gastos ; ¡ les ruego que me crean ! ». A su muerte, podrá leerse en el registro de condolencias la frase siguiente, que dice mucho de ello : « No quisiste ni flores ni lágrimas, pero nosotros lloramos igualmente, porque el mundo ha perdido un santo y Nápoles un ejemplo de virtud ; ¡ pero los enfermos pobres lo han perdido todo ! ».
El martes santo 12 de abril de 1927, muy temprano, el profesor Moscati acude a Misa y recibe la Comunión. Antes de dirigirse al Hospital de los Incurables, dice a su hermana : « El profesor Verdinois ha sido hospitalizado en la clínica del profesor Stanziale : hay que pensar en los sacramentos… ». Al final de la mañana, regresa a casa, donde le esperan muchos enfermos. A las 15 horas, se siente indispuesto, despide a las personas presentes y se retira a su habitación, diciendo a la sirvienta : « No me encuentro bien… ». Unos instantes después, estirado en el sillón, con los brazos cruzados en el pecho, inclina la cabeza y entrega apaciblemente su último suspiro. Tiene 47 años.
Hasta el final, dio la vida por sus pacientes y se entregó generosamente por el amor de Cristo. Es una luz para nuestro tiempo y sigue siendo un testimonio de esa “sabiduría del corazón” de la que hablaba el Papa Francisco en el mensaje del 3 de diciembre de 2014 : « Sabiduría del corazón es estar con el hermano. El tiempo que se pasa junto al enfermo es un tiempo santo. Es alabanza a Dios, que nos conforma a la imagen de su Hijo, el cual no ha venido para ser servido, sino para servir y a dar su vida como rescate por muchos (Mt 20, 28). Jesús mismo ha dicho : Yo estoy en medio de vosotros como el que sirve (Lc 22, 27) ».
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