1 de Agosto de 2018

San Francisco de Laval

Muy estimados Amigos:

Monseñor Francisco de Laval, joven obispo en Nueva Francia (Canadá), se contenta con alimentarse humildemente y sin artificio ; rechaza cualquier comodidad en su mobiliario, acostándose en el suelo y no escatimando en su persona ni en sus bienes a la hora de ser pródigo con los pobres. No desdeña los más humildes ministerios, sintiéndose feliz, por ejemplo, cuando se dirige a administrar él mismo la Extremaunción a los indios. En 1659, cuando el navío San Andrés, procedente de Francia y donde la peste ha hecho estragos, atraca en Quebec, el prelado acude enseguida a la cabecera de los supervivientes. La superiora de las Ursulinas de la ciudad, la madre María de la Encarnación, comenta : « Hacemos lo que podemos para impedírselo y para que guarde su persona, pero no hay elocuencia que pueda desviarlo de esos actos de humildad ».

San Francisco de Laval Hugo de Laval, señor de Montigny-sur-Avre (diócesis de Chartres, Francia), y su esposa Micaela de Péricard, aunque procedentes de alta y antigua nobleza, no son ricos. El 30 de abril de 1623 nace Francisco, su tercer hijo, al que ponen bajo la protección de san Francisco Javier, canonizado el año anterior. Tendrán ocho hijos, tres de los cuales se consagrarán al Señor. Como es costumbre en las familias nobles de la época, los padres destinan a ese tercer hijo al estado eclesiástico, de modo que, a la edad de ocho años, Francisco es tonsurado y vestido con sotana, y su educación se confía a los jesuitas del colegio de La Flèche. Solamente tiene trece años cuando pierde a su padre, lo que causa que la situación económica de la familia se convierta en precaria. No obstante, a partir del año siguiente, 1637, su tío paterno Francisco de Péricard, obispo de Évreux, nombra a su joven sobrino canónigo de su catedral, lo que le aporta un beneficio (ingreso eclesiástico fijo) y, en consecuencia, recursos para los suyos. Así pues, puede seguir los estudios literarios y filosóficos. En La Flèche, se vincula a la congregación de la Santísima Virgen, dirigida por un profesor, el padre Bagot, que ejerce una profunda influencia en sus alumnos. En el seno de ese grupo fervoroso se confirma precisamente la vocación sacerdotal de Francisco. A los dieciocho años, parte a estudiar teología a París, al colegio de Clermont, regido igualmente por los jesuitas.

Al morir sus dos hijos mayores en 1644 y en 1645, en el ejército de Turenne y de Condé, la señora de Laval llama a Francisco a Montigny y le suplica que renuncie al sacerdocio para poder contraer matrimonio y asumir el papel de cabeza de familia, que le corresponde por derecho. Sin embargo, fiel a la llamada de Dios, Francisco lo rechaza. Animado por su tío obispo, pone en orden los asuntos de su casa y regresa para retomar sus estudios en París. Recibe la ordenación sacerdotal el 1 de mayo de 1647.

Fervor misionero

En la capital se reencuentra con el padre Bagot, que prosigue su obra de formación espiritual junto a antiguos alumnos de La Flèche, agrupados en una “Sociedad de Buenos Amigos”. Todos esos jóvenes están imbuidos del fervor misionero que, en esa primera mitad del siglo xvii, inflama a muchos fervorosos cristianos, hasta el punto de que en Roma existe, desde 1622, una Congregación para la propagación de la Fe (De Propaganda Fide), encargada por el Papa de organizar la evangelización de los países lejanos, independientemente de las potencias políticas europeas. También Francisco sueña con hacerse misionero, pero espera una señal de Dios. Después de su ordenación, permanece un año en París, instruyendo a los niños abandonados y curando a los enfermos. En 1648 renuncia a su cargo honorífico como canónigo de Évreux, al ser nombrado por su tío archidiácono de su diócesis. El joven sacerdote desempeña con esmero ese cargo durante casi seis años, visitando parroquias, restableciendo la disciplina y velando por aliviar a los pobres.

Sin embargo, continúa frecuentando la “Sociedad de Buenos Amigos” en París. En 1653, el grupo recibe la visita del padre Alejandro de Rhodes, misionero jesuita en Extremo Oriente, que se presenta en busca de voluntarios para evangelizar aquellas regiones. Son ya veinte los jesuitas que se han declarado dispuestos a seguirlo, pero el padre busca también sacerdotes seculares. Francisco de Laval y algunos amigos se presentan voluntarios para las misiones de Asia. Se prevé que el padre Pallu y él mismo se encarguen de las vicarías apostólicas de Cochinchina y de Tonkín (Vietnam), pero ese proyecto no llega a realizarse, sobre todo porque el gobierno portugués propugna la exclusividad de las misiones católicas en Asia y se opone firmemente al envío de franceses a Extremo Oriente.

Cristianizar el tejido social

En 1654, a fin de vivir libremente su sacerdocio, Francisco de Laval dimite de su función de archidiácono de Évreux y cede su derecho de primogenitura a su hermano menor. Con dicho objetivo, se pone bajo la dirección de Juan de Bernières, laico que ha fundado unos años antes el Ermitorio, una pequeña comunidad de sacerdotes y de laicos dedicados a la oración y a las obras de misericordia ; también es miembro activo de la Compañía del Santísimo, fundada y dirigida por su amigo Gastón de Renty. Esa sociedad de laicos se esfuerza por cristianizar el tejido social y por hacer avanzar en cualquier ocasión el reino de Cristo. Sus relaciones permitieron que Juan de Bernières contribuyera eficazmente, quince años antes, a la marcha de las primeras Ursulinas hacia Canadá ; entre ellas estaba la madre María de la Encarnación, una mujer mística y emprendedora que sería canonizada y que las Ursulinas habían elegido como superiora.

La actividad de los laicos, poco numerosos pero resueltos a servir a Cristo, transformaba la sociedad de su época y aportaba frutos hasta los confines del mundo. « Los cambios en el orden espiritual y, por ende, vital —subrayaba el Papa Francisco— no van ligados a los grandes números… No es necesario ser numerosos para cambiar nuestra vida : basta que la sal y la levadura no se desnaturalicen. La gran obra que hay que cumplir es intentar no perder el “principio activo” que los anima, ya que la sal no cumple su función en grandes cantidades —¡ al contrario, demasiada sal hace que las pastas sean demasiado saladas !—, sino salvando su “alma”, es decir, su cualidad » (a los Focolares, 4 de febrero de 2017).

En el Ermitorio, donde reza, confiesa y se ocupa de los enfermos, Francisco se convierte muy pronto en íntimo de su anfitrión, quien se esfuerza en conducirlo por las sendas de la pobreza espiritual y de la renuncia por donde el propio Cristo también caminó. Al enterarse de la elevación de Francisco al episcopado, Juan de Bernières le exhortará a imitar a los apóstoles, quienes predicaron a Jesús crucificado durante su vida ; a permanecer humilde y a contentarse con poco, y, finalmente, a protegerse de una mundanería demasiado preocupada por los honores, que le impedirían ser un perfecto cristiano.

Luis XIV deseaba, en efecto, dotar a Canadá de un prelado. En 1658, Roma decide erigir una vicaría apostólica, eligiendo como obispo a Francisco de Laval, en menoscabo del señor de Queylus, vicario general del arzobispo de Rouen, cuya jurisdicción se extendía hasta entonces a Nueva Francia. El descontento de este último suscita una oposición entre los obispos de Francia, quienes recusan ese nombramiento. No obstante, el nuncio procede a la consagración episcopal de Francisco de Laval el 8 de diciembre de 1658. Los Parlamentos de París y de Rouen reaccionan prohibiendo a todos que reconozcan al nuevo obispo como vicario apostólico, y prescribiendo a todos los oficiales del reino que le impidan ejercer cualquier función apostólica. En ese asunto, Francisco de Laval guarda silencio y se abandona en manos de Dios. Sin embargo, a partir del año siguiente, 1659, el gobernador de Nueva Francia recibe la orden, en nombre del rey, de reconocer la jurisdicción del vicario apostólico recientemente nombrado, por lo que éste puede embarcarse el 13 de abril. Su llegada a Quebec se produce el 16 de junio por la tarde. Allí puede constatar que su autoridad no es aceptada unánimemente. La desobediencia obstinada de Queylus le obliga a declararlo « suspendido del ejercicio del sacerdocio » ; poco después, el rey manda llamar a ese sacerdote a la metrópoli. No obstante, el vicario apostólico no guarda ningún rencor personal hacia monseñor de Queylus por sus intrigas ; de hecho, conseguirá reconciliarse con él, lo autorizará a regresar a Montreal en 1668 y lo nombrará su vicario general.

« En el Evangelio, Pedro pregunta al Señor : Si mi hermano me ofende, ¿ cuántas veces le tengo que perdonar ? ¿ Hasta siete veces ? Y el Señor le responde : No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete (Mt 18, 21-22). Estas palabras son centrales en el mensaje de reconciliación y de paz de Jesús. Obedientes a su mandamiento, pedimos cada día a nuestro Padre del cielo que nos perdone nuestros pecados como también nosotros perdonamos a quienes nos ofenden… Jesús nos pide que creamos que el perdón es la puerta que conduce a la reconciliación. Diciéndonos que perdonemos a nuestros hermanos sin reservas, nos pide algo totalmente radical, pero también nos da la gracia para hacerlo. Lo que desde un punto de vista humano parece imposible, irrealizable y, quizás, hasta inaceptable, Jesús lo hace posible y fructífero mediante la fuerza infinita de su Cruz. La Cruz de Cristo revela el poder de Dios que supera toda división, sana cualquier herida y restablece los lazos originarios del amor fraterno » (Seúl, 18 de agosto de 2014).

Visiones diferentes

Como superiora del convento de las Ursulinas, la madre María de la Encarnación acepta con dificultad los procedimientos del joven obispo ; en un principio, sus relaciones son bastante tensas. Sin embargo, la religiosa es experta en cuanto a almas, y admira de entrada la piedad y la virtud de Francisco de Laval, conociendo además quién lo había formado : « No es de extrañar que —escribe—, habiendo frecuentado esa escuela (la del señor de Bernières), haya alcanzado el sublime grado de oración en que lo vemos ». Deplora sin embargo su falta de diplomacia : « No es propenso a hacerse amigos para ascender o para acrecentar sus ingresos. Está muerto a todo ello. Quizás, si no lo estuviera tanto, todo iría mejor, pues nada se puede hacer aquí sin el auxilio temporal ». El proyecto del obispo es fundir las dos comunidades de religiosas hospitalarias en una sola, y de unir la congregación de Nuestra Señora a la de las Ursulinas no es del agrado de la monja. Pero la tensión alcanza su paroxismo en 1660, cuando, después de una visita canónica, emprende la remodelación de las constituciones de las Ursulinas. María de la Encarnación se opone ferozmente a ello, considerando que los reglamentos que intenta imponer el prelado convienen más a las carmelitas que a religiosas dedicadas a la educación. « No lo aceptaremos —declara—, a no ser que sea en extrema obediencia ». Sin obstinarse, el obispo opta por esperar « lo que una más larga experiencia podría hacernos ver al respecto para la gloria de Dios y el mayor bien de vuestra comunidad ». A continuación, no cesará de manifestar su benevolencia hacia las Ursulinas, visitando varias veces a María de la Encarnación, enferma, poniendo la primera piedra de su capilla y celebrando su consagración.

El desapego es esencial

A partir de 1660, Francisco de Laval culmina una primera visita pastoral de su vicaría. Fundado en 1608 por Champlain, el Canadá francés no cuenta entonces con más de 2.500 colonos, campesinos y también comerciantes ligados al comercio de las pieles, agrupados principalmente alrededor de Quebec, Trois-Rivières y Montreal. En cuanto a los indígenas, padecen una terrible mortandad debida al hambre, al escorbuto y a las guerras. El prelado funda en 1663 el seminario de Quebec, destinado a formar « a los jóvenes clérigos al servicio de Dios enseñándoles la manera de bien administrar los sacramentos, el método de catequizar y de predicar, las ceremonias y los cantos gregorianos ». Ese centro se convierte también en la casa del clero, cuyo cometido se hace tan importante que hay que renunciar de momento a establecer circunscripciones, a causa del hábitat disperso en vastas extensiones y de la falta de ingresos : son muchos los colonos que aún no están dispuestos a ayudar económicamente a la Iglesia. Así pues, todas las “parroquias” están unidas al seminario, que percibe los ingresos y atiende al mantenimiento de los párrocos. En contrapartida, los sacerdotes ponen sus bienes en común. Esa desapropiación es igualmente valorada desde el punto de vista espiritual : « El desapego es esencial —explica el obispo— ; en ello consiste el espíritu de gracia que sostiene el seminario ». Así, los sacerdotes que van a realizar una estancia más o menos larga a una parroquia reciben todo lo necesario. Y cuando estos regresan al seminario, agotados por el ministerio —que exige marchas forzadas y una penosa navegación por los ríos—, reciben los cuidados que requiere su estado de salud. Tras la erección de la vicaría de Quebec en diócesis, en 1674, Monseñor de Laval implantará circunscripciones fijas, provistas de párrocos residentes. En el momento de su dimisión, en 1688, el obispo habrá establecido 35 parroquias. Su mayor mérito, sin embargo, será haber preservado su joven Iglesia de los males que, a finales del siglo xvii y durante el xviii, gangrenarán la Iglesia de Francia : galicanismo, jansenismo, quietismo, influencia de la filosofía de la Ilustración… La fe inculcada por los pioneros de la evangelización en la fidelidad a la Iglesia de Roma se mantendrá recta y pura.

Una bebida que mata

Muy pronto, no obstante, el prelado entra en conflicto con el poder civil, pues Monseñor de Laval intenta defender a los más pobres, especialmente a los indios. Al contrario, el gobernador Davaugour favorece el tráfico del aguardiente, de tal modo que, para obtener de ellos pieles a buen precio, los comerciantes regalan a los indios bebidas alcohólicas, que no conocían antes de la llegada de los colonos. Esas bebidas —escribe María de la Encarnación— « son muy del gusto de los indígenas, pero les basta probarlas una vez para volverlos locos y furiosos. Esa bebida los mata ». El obispo no duda en excomulgar a quienes se dedican al « tráfico de aguardiente ». Informado del asunto, el rey hace llamar a Davagour a Francia, concertando con el obispo la elección de un nuevo gobernador. Se instaura igualmente un Consejo Soberano de Canadá, en el cual el prelado ocupa, por derecho propio, el segundo puesto. Sin embargo, en noviembre de 1668, ese Consejo Soberano, a la vez que prohíbe hipócritamente a los indios emborracharse, autoriza de nuevo el « tráfico de aguardiente ». Con valentía, el obispo reinicia la lucha, por lo que se le acusa entonces de inmiscuirse en los asuntos civiles y comerciales. Luis XIV adopta finalmente un compromiso : el 24 de mayo de 1678, prohíbe el tráfico de aguardiente fuera de las casas francesas.

En nuestros días, también el Papa denuncia ciertas actitudes económicas que esconden el rechazo de la ética y el rechazo de Dios. « La ética —dice— es considerada como contra-productiva, como demasiado humana, pues relativiza el dinero y el poder, y como una amenaza, pues rehúsa la manipulación y el sometimiento de la persona. Porque la ética conduce a Dios, quien se sitúa fuera de las categorías del mercado. Dios es considerado por los financieros, economistas y políticos, como peligroso, ya que llama al hombre a su realización plena y a la independencia de las esclavitudes de todo tipo » (16 de mayo de 2013). En realidad, recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica (núm. 1718-1721), « Solamente Dios satisface… Nos llama a su propia bienaventuranza… ¿ Y qué otro fin tenemos, sino llegar al Reino que no tendrá fin ? Porque Dios nos ha puesto en el mundo para conocerle, servirle y amarle, y así ir al cielo ».

En 1681, ya muy enfermo, Monseñor de Laval presenta su dimisión al rey. Luis XIV le pide que ocupe la sede hasta la llegada de su sucesor, pero habrá que esperar siete años, pues Monseñor de Saint-Vallier será ordenado obispo en enero de 1688. Se permite entonces a Francisco de Laval que acabe sus días en Canadá, bajo promesa de no causar molestia alguna al nuevo obispo. « Monseñor el Viejo », como se le llama a partir de entonces, se instala en el seminario, sin entrometerse en nada en los asuntos de la diócesis. Está muy ocupado en rezar y hacer penitencia en la soledad y en la privación, y distribuye a los pobres todo lo que posee, reservándoles incluso la mejor parte de las comidas. No obstante, sufre como consecuencia del gobierno de Monseñor de Saint-Vallier, ya que, por la presión de medios políticos franceses, el nuevo obispo de Quebec reestructura sin discernimiento la organización de las circunscripciones e intenta poner fin al sistema de financiación de las parroquias por parte del seminario. Se ha reservado la distribución de las gratificaciones reales y niega a algunos párrocos la parte que les corresponde ; además, deja a cargo del seminario el cuidado y el mantenimiento de los sacerdotes agotados y enfermos, sin compensación alguna, por lo que el clero está indignado.

Una mano más poderosa

A pesar de los servicios aportados a la ciudad por el seminario y del heroísmo del anciano obispo con motivo de los ataques de los ingleses en 1690, Monseñor de Saint-Vallier ordena a su predecesor que se retire a sus tierras de Saint-Joachim (en el Cabo Tormenta). Monseñor de Laval obedece en silencio, abandonándose una vez más a los designios de la Providencia. Su correspondencia, e incluso paquetes que le envían sus amigos le llegan abiertos… A fuerza de gestiones, el obispo de Quebec consigue de la Corte una orden que separa todas las circunscripciones de Nueva Francia del seminario ; la cruz resulta amarga para el obispo emérito. « Sin embargo —escribe a uno de sus amigos—, no debemos abatirnos. Si bien los hombres tienen poder para destruir, la mano de Nuestro Señor es infinitamente más poderosa para edificar. No tenemos más que serle fieles y dejarle hacer ». Y se esfuerza consolando a los sacerdotes, invitándolos a la sumisión y predicando la reconciliación y la paz.

A finales de septiembre de 1694, Monseñor de Saint-Vallier está peleado con todo el mundo. Monseñor el Viejo considera entonces que tiene el deber de escribirle una extensa carta, donde expresa sin rodeos todo lo que un padre herido puede decir a un hijo que ha sobrepasado ciertos límites. En contra de lo esperado, en el obispo de Quebec se produce un vuelco. Con motivo de una estancia en Francia, se da cuenta de toda la sabiduría del gobierno de Monseñor de Laval respecto a los proyectos económicos mezquinos de los oficiales de la Corte. En 1700, se ausenta de nuevo, pero regresará al cabo de trece años, tras una larga cautividad en Inglaterra y un exilio en Francia. En su ausencia, su predecesor lo substituye en las funciones litúrgicas. Monseñor el Viejo emprende una visita pastoral provechosa, a pesar de las difíciles condiciones de desplazamiento, ya que la forzada inmovilidad durante los largos viajes en canoa le ocasiona severos dolores en las piernas. No abandona en absoluto su modo de vida austera : una cama, una mesa, una butaca, un crucifijo, una imagen de la Santísima Virgen y de la Sagrada Familia son todo el ornamento de su habitación. Su fe, sus oraciones y su paciencia en las tribulaciones lo convierten en el consejero espiritual más solicitado de la diócesis ; todos salen de su casa consolados, iluminados y reconfortados. En 1701 y 1705, siente el dolor de ver cómo los edificios de su seminario, pilar de su obra, son consumidos por incendios ; no obstante, no por ello pierde la paz, la alegría ni la tranquilidad del alma, considerando con san Pablo que los sufrimientos del tiempo presente no son comparables con la gloria que se ha de manifestar en nosotros (Rm 8, 18), pues lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1 Co 2, 9).

A pesar del frío y de las enfermedades, él continúa asistiendo a todos los oficios de la catedral, haciendo que le lleven cuando lo necesita. Sin embargo, durante la Semana Santa de 1708, le sale un sabañón al talón que se infecta y acaba causándole la muerte el 6 de mayo. Tenía 85 años y vivía en Canadá desde hacía 49.

La vida de san Francisco de Laval da testimonio de la fidelidad de Dios hacia los que obran para extender su reino. Acojamos este testimonio con gozo, como nos exhortaba al respecto el Papa Francisco en la Misa de acción de gracias por la canonización de este santo y de santa María de la Encarnación, el 12 de octubre de 2014 : « Homenajear a quien sufrió para aportarnos el Evangelio significa para nosotros librar también la batalla de la fe, con humildad, dulzura y misericordia, en la vida de cada día. Y ello aporta frutos ».

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