19 de Mayo de 2016

Gilberto Keith Chesterton

Muy estimados Amigos:

«Se ha dicho a menudo, y con razón, que la religión es aquello por lo que el hombre ordinario se siente extraordinario?; pero es igualmente verdad que la religión es lo que hace que el hombre extraordinario se sienta ordinario?». Al escribir esto, Gilbert Keith Chesterton trazaba, sin saberlo, su propio retrato. Este escritor de poderoso genio literario llegó a la fe católica al final de una andadura humilde y leal que le hacía admirar en todo la bondad de Dios, así como la capacidad del hombre para conocerlo.

Gilberto Keith ChestertonG.K. Chesterton nace en Londres el 29 de mayo de 1874, recibiendo un mes más tarde el Bautismo en la Iglesia Anglicana. Durante sus años de escolaridad, da la impresión de ser un niño bastante mediocre, incluso algo retrasado y distraído, hasta el punto de que sus condiscípulos rivalizan a la hora de dejarlo en ridículo. Uno de sus compañeros de clase dirá más tarde?: «?Sentíamos que iba en busca de Dios?». Sin embargo, él mismo confesará?: «?Era pagano a la edad de doce años, y agnóstico total a la edad de dieciséis años?». Tras atravesar una crisis de escepticismo, llega incluso a sentirse fascinado por el satanismo, hasta considerar la posibilidad del suicidio. A pesar de todo ello, poco a poco crece en él un hondo sentido de la admiración, a la que se une una gratitud por el bien de la existencia?: «?Tenía cariño a la religión mediante el tenue hilo de la gratitud?».

Una fuerte atracción

Entre 1892 y 1895, Gilbert estudia arte en la universidad de Londres. Pero la fuerte atracción que siente por las letras le lanza con fogosidad al periodismo. A partir de 1900, publica una selección de poemas titulada The Wild Knight, donde se declara a favor de ideas que la modernidad, ya en su época, ridiculiza?: el patriotismo, la humildad, la veneración por la infancia… Chesterton cautiva al lector mediante su fértil imaginación, su estilo ágil, su insaciable interés por el mundo y, sobre todo, mediante su sorprendente capacidad para percibir el sentido profundo de las cosas y de las actitudes, que la costumbre corre el riesgo de banalizar. Lanza una mirada nueva sobre las realidades familiares, sacude el polvo de la rutina y considera todo lo antiguo en el esplendor de su novedad.

Gilbert es un hombre de físico imponente?: 130 kilos y 1,93 metros de altura. Lleva siempre un puro en la boca, viste con capa, se cala un sobrero arrugado y maneja un bastón-estoque. En 1901, contrae matrimonio con Frances Blogg?; no tendrán hijos. Siempre absorto en sus reflexiones, será un tanto despistado durante toda su vida. En una ocasión le envía el siguiente telegrama a su esposa?: «?Me encuentro en Market Harbourg. ¿?Dónde debería estar???». La respuesta que le llega es rotunda?: «?¡?En casa?!?». Seducido y apasionado por las bellezas de la creación, se da cuenta sin embargo de que no pueden satisfacer plenamente su corazón. En su espera de hallar la verdadera felicidad, intenta conjugar el afecto por las cosas buenas de este mundo con un desapego que lo mantiene libre. Solamente encontrará esa armonía en el cristianismo. Su andadura queda explicada en su libro Orthodoxy, publicado en 1908, aunque tres años antes había publicado Heretics, obra en la que resaltaba que, cada vez que un nuevo “profeta” presenta una nueva doctrina, ésta se revela, al ser examinada, como carente de toda novedad. La herejía consiste en aislar una verdad?; el hereje prefiere una verdad a su medida antes que la verdad entera. Pero, ya que solamente la verdad entera da la libertad, la herejía se revela como esclavitud, más que como liberación. En una homilía pronunciada el 5 de diciembre de 2013, el Papa Francisco evocó esta frase de Chesterton?: «?Una herejía es una verdad que se ha vuelto loca?». Y el Santo Padre realizó el siguiente comentario?: «?Cuando las frases cristianas se dan “sin Cristo”, comienzan a emprender el camino de la locura?» (cf. Osservatore Romano langue française, 12 de diciembre de 2013).

El genio nada convencional de Chesterton no le impide ser profundamente humilde. Un día, el director de un importante diario plantea la siguiente pregunta a varios hombres reputados?: «?¿?Qué es lo que no funciona en el mundo???». Tras haber vacilado largo rato, Gilbert responde?: «?Apreciado Señor?: Esta es mi respuesta a su pregunta?: ¡?Yo?! Atentamente, G. K. Chesterton?». En su opinión, en efecto, «?no hay que fiarse de nadie, especialmente de uno mismo?; pues nuestros peores enemigos están en nuestro interior?». Chesterton encuentra en la humildad la capacidad de ver la realidad con la mirada de un niño. Los inventos modernos no le hacen perder su sano juicio, ni su amor por las cosas sencillas?: «?Desde el principio, estaba estupefacto por la prodigiosa maravilla de la existencia?: por el milagro de la luz del sol al atravesar una ventana, por el milagro de la gente caminando con sus propias piernas por las calles, por el milagro de la gente hablándose?».

En 1914, Chesterton sufre un grave revés de salud que le obliga a permanecer en cama durante varios meses. Al final de la Primera Guerra Mundial, otro revés le afecta al corazón?: su hermano Cecil muere en un hospital militar, en Francia. Por fidelidad a su memoria, Gilbert seguirá editando el diario que su hermano bien amado había fundado. Después de la guerra, se convierte en el jefe del movimiento denominado “Distributismo”, que, enfrentado tanto al socialismo como al capitalismo salvaje, adelanta la idea de que la propiedad privada debería dividirse en entidades lo más pequeñas posible, y luego redistribuida en la sociedad.

Motivo de una conversión

En el ámbito religioso, Chesterton tiene cada vez más claro «?que sólo hay una Iglesia, exactamente de igual modo que sólo hay un universo?». En 1922, entra en el seno de la Iglesia Católica. Su esposa seguirá los mismos pasos cuatro años más tarde. Cuando le preguntan por qué se ha convertido, él responde lacónico?: «?Para librarme de mis pecados?». El padre Ignatius Rice, testigo de su abjuración, subraya también?: «?Se hizo católico a causa de la acción eficaz de la Iglesia sobre el pecado?». Ese deseo de recibir el perdón de los pecados implica el reconocimiento de la realidad del pecado, pero también la fe en la existencia del pecado original. Para Chesteron, la doctrina del pecado original, lejos de ser deprimente, es más bien la fuente de un gran consuelo?: «?Ese dogma afirma que hemos abusado de un mundo que es bueno, y no que estamos encerrados en un mundo malo. Atribuye el mal al mal uso de la voluntad, y declara de ese modo que podemos rectificar el mal mediante un buen uso de la voluntad. Cualquier otro credo es una especie de rendición ante la fatalidad?». Estas frases están en consonancia con la enseñanza del Catecismo de la Iglesia Católica (CEC)?:

«?Salida de la bondad divina, la creación participa en esa bondad (Y vio Dios que era bueno […]?: Gn 1, 4 y siguientes)… La Iglesia ha debido, en repetidas ocasiones, defender la bondad de la creación, incluída la del mundo material… Siguiendo a san Pablo, la Iglesia ha enseñado siempre que la inmensa miseria que oprime a los hombres y su inclinación al mal y a la muerte no son comprensibles sin su conexión con el pecado de Adán… La doctrina sobre el pecado original —vinculada a la de la Redención de Cristo— proporciona una mirada de discernimiento lúcido sobre la situación del hombre y de su obrar en el mundo. Por el pecado de los primeros padres, el diablo adquirió un cierto dominio sobre el hombre, aunque éste permanezca libre… Ignorar que el hombre posee una naturaleza herida, inclinada al mal, da lugar a graves errores en el ámbito de la educación, de la política, de la acción social y de las costumbres?» (CEC, núm. 299, 403, 407). En efecto, a causa del pecado original y de sus consecuencias, sobre todo la triple concupiscencia, el hombre está predispuesto al mal y necesita un redentor. Jesucristo, el Hijo de Dios, rescató a la humanidad pecadora mediante su muerte en la Cruz, pero la realización efectiva de la reconciliación de las almas con Dios se hace a través de los sacramentos. Si bien el Bautismo repara el pecado original y todos los demás pecados cometidos antes de recibir el Bautismo, es el sacramento de la Penitencia, o Confesión, el que repara los pecados cometidos después del Bautismo. La administración de ese sacramento se confía a los sacerdotes, que reciben el poder de reparar todos los pecados. La misericordia divina no conoce medida, y nadie debería nunca desanimarse ante la visión de sus pecados, por muy graves que sean. Si nos acercamos a ese sacramento con las predisposiciones que requieren (contrición, propósito de la enmienda y voluntad de hacer penitencia, junto con la confesión de los pecados), nos beneficiamos ciertamente del perdón de Dios. Es una señal de la insondable sabiduría de Dios, que quiso que los pecados fueran reparados por hombres, y que pudiéramos oír de labios de otro hombre, pecador como nosotros?: «?En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, te perdono tus pecados?».

Una religión privada

Si el famoso escritor abraza la fe cristiana tradicional es porque es verdadera. Según él, la principal razón por la que muchos no consiguen conocer plenamente la verdad es el orgullo, que define como «?la falsificación de los hechos mediante la introducción de sí mismo?». Chesterton no extrae su filosofía de un “sentimiento” interno personal, a semejanza de muchos autores modernos, sino que la construye a partir de una experiencia objetiva y universalmente válida?: «?Un hombre no puede tener una religión privada como tampoco puede tener un sol y una luna privados?». Gilbert sabe muy bien que se reprocha a la Iglesia Católica la intransigencia de su dogma. En realidad, todo el mundo tiene sus “dogmas”, es decir, sus elementos de juicio?; sin ellos la vida resultaría sencillamente imposible. «?Existen —escribe— dos tipos de personas?: las que aceptan conscientemente el dogma (revelado) y las que aceptan un dogma sin ser conscientes de ello?». Así pues, la cuestión fundamental es saber sobre qué dogma basamos nuestra vida. Algunos consideran que el cristianismo, después de haber tenido su tiempo de gloria, ha sido superado. Chesterton no comparte esa opinión. Según él, la verdad de los hechos «?no consiste en que hayamos probado el ideal cristiano y que lo hayamos considerado deficiente, sino más bien en que, habiéndolo considerado demasiado difícil, no lo hemos probado?».

Sacerdote detective

Gilbert encuentra en una ocasión a un sacerdote cargado de paquetes y que lleva bajo el brazo un enorme paraguas. Tiene la impresión de que ese hombre es un ser torpe e ingenuo. Sin embargo, con motivo de un paseo en su compañía, se da cuenta de que ese eclesiástico cándido, el padre O’Connor, simple párroco, conoce mejor, gracias a su experiencia con las almas, los secretos del vicio y del crimen que el mejor agente de Scotland Yard. Imagina entonces un personaje de novela, Father Brown, que se convierte en protagonista de una serie de historias policíacas. El sacerdote detective aparece en el escenario de un robo o de un asesinato y plantea preguntas aparentemente ridículas. En un principio, sus opiniones se consideran insignificantes, pero enseguida queda de manifiesto su sagacidad, ya que es el único que, iluminado por su intuición espiritual, descubre la mentira a través de las frases, los rostros o las actitudes, terminando por descubrir a los verdaderos culpables. De esa manera divertida, Chesterton transmite su convicción de que solamente la Iglesia católica conoce profundamente las almas, pues solamente ella tiene la misión divina de renovarlas, sobre todo gracias al ministerio sacerdotal. Así, en el episodio The Flying Stars, Father Brown suplica a Flambeau, un criminal, que cambie de vida?: «?Todavía le queda juventud, honor y humor?; no crea que, en ese oficio, van a durar. Los hombres pueden mantenerse en un cierto nivel de honestidad en el bien, pero ningún hombre ha podido jamás mantenerse en un nivel cualquiera en el mal. Ese camino siempre baja. Un hombre amable que empieza a beber acaba siendo cruel?; un hombre que no mentiría por nada del mundo pero que mata a alguien, cae en la mentira para ocultar su crimen. He conocido a muchos hombres que empezaron como usted a ser honestos fuera de la ley, alegres bandoleros de ricos, y que después acabaron tragados por el barro?». Esas intuiciones de Chesterton fueron corroboradas en cierto modo por san Juan Pablo II cuando afirmaba?: «?El hombre no es capaz de comprenderse a fondo a sí mismo sin Cristo. No puede entender quién es, ni cuál es su verdadera dignidad, ni cuál es su vocación, ni su destino final?» (2 de junio de 1979).

Los numerosos escritos de Chesterton (artículos, novelas, reseñas, libros históricos o críticos…) dan testimonio de un espíritu extremadamente fino y chispeante de humor. El autor domina el arte de la paradoja, hasta el punto de ser conocido como el “príncipe”. Utiliza ese modo de expresión en los campos más diversos y en los temas más serios?: los acontecimientos mundiales, políticos, económicos, la filosofía, la teología, etc. Se esmera en poner de manifiesto la verdad y en dejar amablemente en ridículo la incoherencia de quienes consienten en todo sin discernimiento. En algunas controversias, apela al “sentido no común”, haciendo resaltar maliciosamente que el sentido común ya no es compartido como en otras épocas, puesto que incluso pensadores reputados sostienen posiciones “a pesar del sentido común”.

Conocer lo real

Ese estimado sentido común, Chesterton lo encuentra en las grandes mentes que se unen a la fe. Preocupado por compartir su descubrimiento, en las postrimerías de su vida redacta una biografía de santo Tomás de Aquino, obra maestra que un experto conocedor del tomismo, Étienne Gilson, considera el mejor libro jamás escrito sobre el doctor angélico. Chesterton no tiene otra formación filosófica o teológica que sus lecturas personales, pero percibe profundamente que el hombre, creado a imagen de Dios, es capaz de conocer lo real. Está pues en condiciones de comprender y de escribir la vida de un hombre cuyo pensamiento está tan cerca de él. Al final de ese libro, el autor evoca, en contraposición, la figura de Martín Lutero, mostrando de qué modo éste consumó el divorcio entre el hombre y la razón. Para Lutero, en efecto, el hombre está tan corrompido por el pecado que sus capacidades naturales de inteligencia y de voluntad son incapaces de hacer nada útil, ya que el hombre caído no puede hacer otra cosa sino reclamar misericordia desde el fondo de su miseria. En contrapartida, santo Tomás, y con él la Iglesia Católica, creen que el hombre puede «?por sus fuerzas y su luz naturales, llegar a un conocimiento verdadero y cierto de un Dios personal, que protege y gobierna el mundo por su Providencia, así como de una ley natural puesta por el Creador en nuestras almas?» (CEC, núm. 37). Este tema de las relaciones entre la razón y la fe fue desarrollado por san Juan Pablo II?: «?La Iglesia, por su parte, aprecia el esfuerzo de la razón por alcanzar los objetivos que hagan cada vez más digna la existencia personal. Ella ve en la filosofía el camino para conocer verdades fundamentales relativas a la existencia del hombre. Al mismo tiempo, considera a la filosofía como una ayuda indispensable para profundizar la inteligencia de la fe y comunicar la verdad del Evangelio a cuantos aún no la conocen?» (Encíclica Fides et ratio, 14 de septiembre de 1998, núm. 5).

Además de defensor de la fe, Chesterton también lo es de las buenas costumbres. Uno de los aspectos de la degradación moral de una sociedad es la laxitud en la manera de vestir. Gilbert considera que esa tendencia a descubrir sin mesura el cuerpo no solamente es peligrosa para las buenas costumbres, sino incluso perjudicial para la razón. Impresionado por una frase del Evangelio, hace que el protagonista de El poeta y los lunáticos (Gabriel Gale) diga?: «?¿?No se ha fijado nunca de hasta qué punto es verdad la frase (aplicada por san Marcos al endemoniado curado por Jesús), vestido y en su sano juicio (Mc 5, 15)?? El hombre no está en su sano juicio cuando no viste los símbolos de su dignidad social. La humanidad ni siquiera es humana cuando está desnuda?». En este punto, como en otros muchos, ir a contracorriente exige valentía?; pero, precisamente, se trata de saber si queremos vivir, pues «?lo que sigue la corriente es lo que ha muerto, y solamente lo que está vivo puede resistirse?».

G.K. Chesterton ve en el respeto por la herencia de los antepasados un acto de deferencia hacia nuestros padres?: «?La tradición significa dar la palabra a la más oscura de las clases?: nuestros ancestros. Es una gran democracia de los muertos. La tradición rechaza someterse a la pequeña y arrogante oligarquía de quienes, por casualidad, se hallan actualmente en el escenario?». Pero el respeto a la tradición implica igualmente una lúcida mirada hacia nosotros mismos y nuestros intereses. «?No desmontéis jamás un cercado antes de haber comprendido por qué se montó?», referencia implícita a la frase inspirada?: No desplazarás los mojones de tu prójimo, puestos por los antepasados (Dt 19, 14). En realidad, el verdadero progreso sólo es posible a partir de lo que nos ha sido transmitido?: «?Para el verdadero progreso, no se trata de dejar cosas tras de sí como en una carretera, sino de sacar vida de ello, como de una raíz?».

Charlas populares

En 1931, Chesterton es invitado a producir una serie de emisiones de radio, aceptando y realizando cada año unas cuarenta, hasta su muerte. Sus charlas se hacen muy populares, hasta el punto de que, si la muerte no hubiera puesto fin a ellas, Chesterton habría llegado a ser la voz dominante en las ondas de la BBC. Al igual que su amigo Hilaire Belloc, no duda en pronunciarse acerca de las grandes cuestiones de la época. Desde un principio, manifiesta su oposición al régimen nazi?; se opone igualmente al eugenismo, a la vez que Gran Bretaña se dispone a aprobar el “Mental Deficiency Act” (1931), por el cual algunos grupos preconizan la esterilización de las personas “mentalmente deficientes”. Tales ideas —afirma— son insensatas, «?como si tuviéramos derecho a forzar y reducir a la esclavitud a los compatriotas para realizar en ellos experimentos químicos?». Rebelándose ante esa perspectiva, critica abiertamente la ley propuesta, la cual, mediante una vaga formulación, no deja a nadie al abrigo de sus inhumanas disposiciones?: «?Cualquier vagabundo malhumorado, cualquier trabajador tímido, cualquier rústico excéntrico podrá perfectamente ser incluido en la categoría de locos furiosos. Tal es la situación y he aquí el hecho… nos encontramos ya en un Estado eugenista, y no nos queda otro recurso que la rebelión?».

Firme en su fe en la imagen divina impresa en el hombre desde su creación (cf. Gn 1, 26-27), G.K. Chesterton se erige, durante toda su vida, en defensor apasionado del hombre. Por eso percibe con angustia la dirección que emprende la humanidad. Según él, si no se reconoce que la dignidad del hombre procede de la fuente intangible de Dios, nada podrá impedir las tentativas insensatas de modificar indefinidamente su naturaleza. ¿?Qué impedirá —pregunta— que las “nuevas maravillas” conduzcan a los “antiguos abusos” de la degradación y de la esclavitud?? Prevé de ese modo que el rechazo de Dios conducirá directamente al rechazo del hombre, que el rechazo de lo sobrenatural llevará al rechazo de la naturaleza?; porque «?si quitáis lo que es sobrenatural, solamente os queda lo que ni siquiera es natural?», es decir, una naturaleza herida y enferma. «?Los derechos humanos necesitan apoyarse absolutamente en un orden que los supera, pues de lo contrario existe el riesgo de que se desvanezcan en la abstracción o, peor aún, de que se hundan en cualquier ideología?» —?decía san Juan Pablo II el 19 de noviembre de 1983.

Extenuado por el trabajo, Chesterton entrega apaciblemente su alma a Dios el 14 de junio de 1936, en su casa de Beaconsfield, en el condado de Buckinghamshire. El obispo de Northampton ha abierto recientemente un procedimiento con visas a una eventual beatificación.

Los escritos de este hombre valiente perduran como una luz en las tinieblas de nuestro mundo. Frente a las fuerzas extraordinarias que rechazan la razón y la fe, y que envilecen en consecuencia al hombre, G.K. Chesterton no deja de animarnos a ponernos al frente dando testimonio de la verdad a tiempo y a destiempo (2 Tm 4, 2). Siguiendo su ejemplo, depositemos nuestra confianza en la gracia de Dios y en su amor que quiere salvar a los hombres enseñándoles a amar cristianamente, pues «?amar significa amar lo que no es amable. Perdonar significa perdonar lo imperdonable. Creer significa creer lo increíble. Esperar significa esperar cuando ya no hay nada que esperar?».

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