11 de Noviembre de 2009
Cardenal Nguyên Van Thuan
Muy estimados Amigos:
«Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios« Durante trece años en la cárcel, en una situación de desesperación aparentemente total, la escucha de Dios, el poder hablarle, fue para el Cardenal Nguyen Van Thuan una fuerza creciente de esperanza, que después de su liberación le permitió ser para los hombres de todo el mundo un testigo de la esperanza, esa gran esperanza que no se apaga ni siquiera en las noches de la soledad» (Encíclica Spe salvi, 30 de noviembre de 2007, n. 32). Con estas pocas palabras, el Papa Benedicto XVI describe la principal característica de la vida del cardenal.
Francisco Javier Nguyen Van Thuan nace el 17 de abril de 1928, cerca de Hué, antigua capital de Annam. La familia del padre y de la madre no pertenecen al mismo rango social: los primeros son empresarios y comerciantes, y los segundos eminentes mandarines. Pero tanto una familia como otra destacan, desde hace generaciones, por la fe católica y el amor por la patria, hasta el punto de haber tenido numerosos mártires. Durante más de dos siglos, en efecto, entre 1644 y 1888, oleadas de persecuciones habían producido un total de 150.000 mártires. Son recuerdos que se conservan muy vivos en la memoria de ambas familias y que afirman su fe.
Es sobre todo su linaje materno el que provoca la admiración de Thuan. Ngo Dinh Kha, su abuelo, había sido uno de los pocos católicos que había ocupado importantes cargos con el Emperador de Vietnam. Había tenido seis hijos y tres hijas, a quienes supo transmitir la pasión de su vida: «Dios quiere la independencia de Vietnam». Por influencia de su hija Hiep (Isabel, nacida en 1903, que será la madre de Thuan), la familia Ngo Dinh permanecerá unida en la fe, así como en la voluntad de promover la independencia del país; Diem, tercer hijo de Kha, llegará a ser en 1955 el primer presidente de la nueva República de Vietnam.
Nguyen Van Am y Hiep, su esposa, casados en 1924, ya han padecido antes tribulación a causa de la enfermedad y muerte de su hijo primogénito Xuan. Hiep da a su segundo hijo –al que seguirán otros siete– el nombre de Thuan («Voluntad de Dios»). La infancia de éste es feliz; recibe gran cariño de sus tíos Thuc y Diem, y él mismo les prodiga afecto y admiración. A la edad de 13 años, Thuan solicita a sus padres el privilegio de poder continuar sus estudios en el seminario menor de An Ninh, donde su tío Thuc, sacerdote y después obispo, había recibido instrucción. En An Ninh, lugar destacado de la resistencia de los católicos a las persecuciones, el retrato de Ngo Dinh Kha se expone con veneración. Dirigen el seminario los Padres de las Misiones Extranjeras de París, a quienes ayudan algunos sacerdotes vietnamitas. Esos profesores siembran en el alma de Thuan las semillas de una verdadera devoción por la Virgen María, ofreciéndole maestros seguros: el párroco de Ars, Teresa de Lisieux y san Francisco Javier, su patrón.
Los horrores de la guerra
Estalla entonces la Segunda Guerra Mundial, se produce la derrota de Francia y la victoria momentánea de Japón. A partir del verano de 1943 (tiene 15 años), Thuan es iniciado por su tío Diem en la estrategia política. Sin embargo, él lee con mayor avidez las vidas de los santos (en especial de Teófano Vénard) y medita el Ro–sa–rio; oye Misa y comulga todas las mañanas. De regreso al seminario, continúa sin problemas el estudio del latín y de las letras chinas, que han moldeado Vietnam.
En marzo de 1945 Japón se apodera de Vietnam, pero, unos días después de ese golpe de mano, los habitantes de Hué ven ondear unas banderas rojas en toda la población: es la primera manifestación del «Frente de Liberación» comunista« Ngo Dinh Khoi, el mayor de los tíos de Thuan, enemigo declarado de los comunistas, es arrestado el 31 de agosto, y luego ejecutado por ellos unas semanas después, junto a su único hijo, acusado de traicionar a su país« La furia se apodera de Thuan, que no concibe la posibilidad de perdonar. Sentirá la misma angustia en 1963-64, cuando los asesinatos y las ejecuciones acabarán liquidando a su familia; así como en 1975, durante la primera época de su detención. Aprender a dominar la ira le resultará largo y difícil. Al contemplar el ejemplo de Jesucristo, comprende que amar a quienes lo han ofendido cruelmente no es en absoluto facultativo, pero su corazón permanece cerrado a cualquier acto de perdón« La Providencia le presenta entonces el ejemplo del padre Pro, jesuita mejicano arrestado y ejecutado en noviembre de 1927 por el gobierno comunista de su país, que murió perdonando a sus verdugos« En otoño de 1947, Thuan ingresa en el seminario mayor de Phu Xuan. Su alimento espiritual es la Suma teológica de santo Tomás de Aquino, así como Las tres edades de la vida interior, obra maestra del padre Garrigou-Lagrange. De esa misma época data su familiaridad con la Imitación de Jesucristo y con el Pequeño Oficio de la Virgen, obras a las que permanecerá fiel durante toda su vida.
El pastor frente a los lobos
Thuan es ordenado sacerdote en Hué por Monseñor Urrutia, el 11 de junio de 1953. Tres meses después, la visita de un médico le descubre una tuberculosis avanzada, por lo que se le traslada de urgencia al hospital central de Hué. Los padres de Thuan pasan horas y horas junto a la cabecera de su cama, rezando el Rosario con él. Es trasladado después a Saigón, ingresando en el hospital militar francés en abril de 1954; allí, los médicos deciden la ablación de un pulmón. La misma mañana de la operación se realiza la última radiografía antes de la anestesia general: ¡quedan estupefactos; no hay huella alguna de la tuberculosis! «¡Es un milagro!» –exclama gozoso Thuan. Cuatro días más tarde, en perfecta salud, está de regreso en Hué. Al mismo tiempo, la radio anuncia la caída de Dien Pien Phu. En julio, a pesar de las protestas de Ngo Dinh Diem, jefe del nuevo gobierno, se firman los acuerdos de Ginebra y el país es dividido en dos. Los comunistas se adueñan del norte. En octubre de 1955, en el sur se proclama la república, con Diem como primer presidente. Casi un millón de vietnamitas del norte, muchos de ellos católicos, emigran al sur« En ese momento, el obispo de Thuan lo manda a Roma, donde pasará cuatro años como estudiante en el Colegio de la Propagación de la Fe. Durante las vacaciones, viaja por toda Europa; en agosto de 1957, ante la gruta de Lourdes, murmura lo siguiente, sin saber demasiado lo que está diciendo: «En nombre de vuestro Hijo y en el vuestro, oh María, acepto las tribulaciones y el sufrimiento»« Regresa a Vietnam en 1959.
El año siguiente, Juan XXIII instituye una jerarquía eclesiástica vietnamita; en el mismo momento, el consejo de profesores elige a Thuan para dirigir el seminario menor. Tres años después, el 1 de noviembre de 1963, un grupo de generales desencadena un golpe de Estado. Diem rechaza servirse de la guardia presidencial e intenta negociar, pero resulta un fracaso. El día siguiente, 2 de noviembre, cuando regresa de oír Misa y de confesarse, es asesinado junto a su hermano Nhu« Seis meses después, Can, hermano de Diem, cae en manos de los generales rebeldes, siendo ejecutado el 8 de mayo de 1964. Thuan está viviendo una pesadilla: cuatro tíos asesinados, otros dos exiliados, la salud de sus padres bajo mínimos, la independencia de Vietnam comprometida« Sin embargo, la Providencia acude en su ayuda, pues es elegido vicario general, cargo que le procura cierta distracción. En abril de 1967, Pablo VI lo nombra obispo de Nha Trang.
Situada en la costa, a unos 400 km de Saigón, la diócesis de Nha Trang cuenta entonces con 1.160.000 habitantes, 130.000 de los cuales son católicos. Thuan es consagrado obispo en Hué, el 24 de junio. En 1968, con motivo de la «ofensiva del Tet», organizada por el Vietcong, se considera previsible que los comunistas controlen Vietnam del Sur, y ello a pesar de la presencia norteamericana. Monseñor Thuan decide intensificar, además de la formación de los parroquianos laicos, la pastoral de las vocaciones. En un lapso de ocho años, el número de seminaristas mayores pasará, en su diócesis, de 42 a 147; el de seminaristas menores, de 200 a 500. En abril de 1975, el obispo procede a ordenar a la última promoción de seminaristas mayores, poco antes de que Nha Trang sea controlada por los comunistas. La diócesis puede afrontar las restricciones. Poco a poco, el Vietcong ocupa las ciudades más importantes. Miles de personas se dirigen hacia el Sur, con sus enfermos y ancianos. Monseñor Thuan fleta aviones para lanzar en paracaídas a aquellos desgraciados toneladas de medicamentos y víveres. Atrae hacia él la hostilidad de los comunistas y él lo sabe, pero cumple con su deber de obispo. El 23 de abril se entera de que Pablo VI lo ha nombrado coadjutor (auxiliar con derecho a sucesión) del arzobispado de Saigón. Sin pensar en las dramáticas consecuencias que supondrá para él esa decisión, Mons. Thuan se pone en camino, a principios de mayo, hacia la capital del Sur.
« ¡ Sólo Dios, y no sus obras ! »
Una vez allí, personalidades católicas influyentes pero relacionadas con los comunistas le incitan a regresar a Nha Trang; se trata de personas que no pueden aceptar que un miembro de la familia Ngo Dinh llegue a ser arzobispo de Saigón. El 13 de agosto, Mons. Thuan recibe la orden de dirigirse al antiguo palacio presidencial. Allí, le presionan para que confiese que es el agente de un complot del Vaticano. Como no confiesa nada, le suben a un automóvil que le conduce de noche hasta un pueblo próximo a Nha Trang, donde queda en vigilancia domiciliaria en casa del párroco, con la prohibición expresa de comunicarse con nadie, bajo pena de represalias contra la diócesis. Muy pronto, la imposibilidad de actuar por Dios y por las almas provoca sufrimiento en su corazón de obispo; durante sus noches de insomnio, le asaltan resentimientos contra sus enemigos, y la oración parece ineficaz.
Reflexionando sobre la cautividad de san Pablo en Roma, se le ocurre la idea de escribir cartas a los fieles. Es así como nace El camino de la esperanza. Impreso sin nombre de autor, la obra pasa enseguida por las manos de todos los fieles, incluso en Francia y en los Estados Unidos. Las autoridades, llenas de furia, trasladan a Mons. Thuan al campo de internamiento de Phu Khanh. Es el 19 de marzo de 1976, festividad de san José. Allí le encierran en una minúscula celda sin ventana, llena de moho y de hongos a causa de la humedad, donde permanece nueve meses, sin salir nunca y sin coincidir con ninguno de los detenidos con él. Progresivamente, el aislamiento produce sus efectos, según escribirá: «Son muchos los sentimientos confusos que me pasan por la cabeza: tristeza, miedo y tensión nerviosa. Mi corazón está desgarrado a causa de la lejanía de mi pueblo« No conseguía dormir, me atormentaba la idea de dejar en la ruina tantas obras que había comprometido por Dios, y todo mi ser se rebelaba. Una noche, una voz me dijo en lo profundo de mi corazón: «¿Por qué te atormentas de ese modo? Debes distinguir entre Dios y las obras de Dios. Todo lo que has emprendido y que deseas continuar haciendo es algo excelente: son las obras de Dios, pero no son Dios. Si Dios quiere que abandones todo eso, hazlo enseguida y deposita tu confianza en Él. Porque Él hará las cosas infinitamente mejor que tú« ¡Has elegido sólo a Dios, y no sus obras!» Esa luz me aportó una nueva paz, que me ayudó a superar momentos físicamente al límite de lo soportable».
Amar, incluso en prisión
Su manera de ver la prisión queda renovada. Mientras fija la mirada en Cristo crucificado, comprende que fue en el momento en que Él era más débil, despreciable y desecho de hombres (Is 53, 3), cuando dio cumplimiento a la mayor obra de su vida, la redención del mundo. En cuanto a él, Thuan, ya no puede actuar por Dios, pero no hay cárcel ni carcelero que puedan impedirle amar a Dios. El 29 de noviembre de 1976, le conducen a un campo de trabajo situado en las montañas de Vietnam del Norte, donde consigue que un cristiano le haga llegar un poco de vino, presentado como un «remedio contra el dolor de estómago», y unos pedacitos de pan disimulados en una linterna. De ese modo, empieza a celebrar la misa a escondidas, experimentando permanentemente desde ese momento el gozo cristiano. Da la comunión a los católicos detenidos con él y, gracias a su franqueza y dulzura, hace cómplices incluso a sus guardianes. Por eso, el 5 de febrero de 1977 lo trasladan a una prisión más pequeña cerca de Hanoi; y después, el 13 de mayo de 1978, al presbiterio en ruinas de un pueblo llamado Giang Xa, cuyos parroquianos ya no son practicantes y alimentan un sentimiento anticatólico. A Mons. Thuan se le autoriza a celebrar la Misa, pero solo, pues no debe hablar con nadie. Sin embargo, un encuentro fortuito le revela que algunos lugareños son parientes suyos por matrimonio. A partir de entonces, los parroquianos comprenden que les han engañado y cambian de actitud con respecto a él.
Los comunistas habían tardado muchos años en constituir una red de espías en el propio seno de las parroquias de Vietnam del Norte; Giang Xa también tenía los suyos: una pareja a la que los parroquianos denominaban «los santos». A base de dulzura y bondad, Mons. Thuan consigue rescatarlos, y ellos, con manifiesta sinceridad, piden que les confiese. Entonces, con la autorización del arzobispo de Hanoi, les levanta la excomunión. Aquel ejemplo contagioso provocará que varios confidentes de otros pueblos acudan a él para reconciliarse con Dios y con la Iglesia. Preocupado por la tranquilidad imperante en las parroquias del país, el gobierno se rinde ante la evidencia: la red ha sido neutralizada. El 5 de noviembre de 1982, al alba, Mons. Thuan desaparece trasportado en un furgón de policía« Lo conducen donde a nadie se le puede ocurrir buscarlo: en una residencia de agentes de la Seguridad pública. El obispo no debe salir de su habitación, no debe hablar con nadie ni debe mirar por la ventana. Ese será su régimen de vida durante los seis años siguientes. Pero él se ha abandonado a Dios y la soledad ya no le da miedo. A base de una amabilidad perseverante, consigue comunicarse con sus guardianes y que le traten con humanidad. Desarmados ante esa «corrupción de los inocentes», al cabo de unos meses las autoridades deciden trasladar a Mons. Thuan a una prisión de Hanoi. Allí podrá recuperar la celebración de la Misa, siendo la Eucaristía su fuerza.
Se entera, de parte de un oficial de la Seguridad, que Juan Pablo II ha recibido una súplica de los obispos de Vietnam a favor de la canonización de los mártires de su país; ese proceso hace imposible su liberación, que por un momento se había considerado. Algo más tarde, Mons. Thuan se entera de que el gobierno, impresionado por la determinación de Juan Pablo II de canonizar a 117 mártires de Vietnam en junio de 1988, permite que se organicen algunas manifestaciones. En su celda, entona el Te Deum; pensar que comparte la suerte de esos mártires le insufla valor y fuerza. Se ofrece a Dios para aguantar, si Él quiere, la cautividad hasta la muerte.
« Rompiste mis cadenas » (Sal 115, 7)
El 21 de noviembre de 1988, festividad de la Presentación de María en el Templo, suena un teléfono en el pasillo. Mons. Thuan eleva esta plegaria: «Madre, si mi presencia en esta prisión es útil a la Iglesia, concédeme la gracia de morir aquí. Pero si aún puedo servir a la Iglesia de cualquier otra manera, haz que sea liberado». Nada más terminar su modesta comida, la puerta de la celda se abre violentamente: «¡Prepárate!, ¡te llevamos ante un alto cargo del gobierno! – Estoy preparado». Durante el trayecto le dicen que le va a recibir el ministro del Interior, Mai Chi Tho. Éste le recibe en un lujoso salón y manda que le sirvan el té ceremoniosamente sin decir una palabra. Luego, inclinándose hacia Thuan, le dice: «¿Qué relación le une con Ngo Dinh Diem? – Soy su sobrino». Tras un momento de silencio: «¿Sabe usted, durante la guerra se identificaba a Diem con los Estados Unidos. Ahora ya no nos crea problemas« No deberíamos mirar al pasado; deberíamos buscar qué puede hacer cada uno de nosotros por el país». Mira a Thuan y le sonríe: «¿Qué es lo que desea hoy? – ¡Quiero ser libre! – Y ¿cuándo quisiera ser liberado». Thuan saca fuerzas de flaqueza: «¡Hoy!». Tho se pone rígido. «Hace demasiado tiempo que estoy en prisión –continúa Thuan–: tres pontificados, cuatro secretarios del PC soviético, ¡es demasiado!». Tho suelta una sonora carcajada: «¡Es verdad!». Da unas órdenes y luego se levanta y estrecha la mano de Thuan. Por el camino entre la prisión y el arzobispado de Hanoi, donde se le asigna la residencia, Mons. Thuan, loco de agradecimiento, da las gracias a su Madre celestial: «¡Santa María, me has devuelto la libertad! Dime lo que debo hacer ahora».
Unas semanas después, Mons. Thuan pide un visado para visitar a sus padres en Australia y para encontrarse con el Papa en Roma. Curiosamente, le conceden el visado. En el transcurso de la audiencia papal, el prelado se emociona al constatar que Juan Pablo II ha seguido de cerca sus años de cautiverio. Mientras recorre la ciudad, se pregunta: «¿Por qué estoy aquí? Dios me ha protegido la vida, ¿qué quiere ahora de mi?». De regreso a Vietnam, se le imponen las mismas condiciones de semilibertad. Teniendo en cuenta la avanzada edad del arzobispo de Saigón, de quien es adjutor titular, Mons. Thuan puede convertirse en cualquier momento en uno de los primeros prelados de la Iglesia de Vietnam. Es algo que el gobierno quiere impedir a toda costa; por otra parte, le repugna empañar la imagen de «renovación nacional» que se esfuerza en presentar ante el mundo« En diciembre de 1989, un mes después de la caída del muro de Berlín, el ministro del Interior notifica a los obispos reunidos que el gobierno no tolerará la elección de Mons. Thuan para ningún puesto de responsabilidad. Apurado por ese «caso», en 1991 el gobierno acaba sugiriendo la idea al prelado de que «se vaya durante un tiempo a Roma». Se trata claramente de un «billete de ida». Mons. Thuan sólo acepta tras recibir la autorización de la Santa Sede. Abandona Vietnam en diciembre; en marzo de 1992 sabrá que le será rechazada cualquier solicitud de regreso.
Una certeza tranquilizadora
Durante los dos primeros años de su exilio, Mons. Thuan dedica su tiempo a servir a la diáspora vietnamita. Sus libros, cada vez más leídos, se traducen a numerosas lenguas, y no tarda en ser invitado a tomar la palabra en los principales países europeos, con motivo de retiros espirituales o asambleas. En abril de 1994, Juan Pablo II le nombra vicepresidente del Consejo Pontificio Justicia y Paz, encargado principalmente de extender por el mundo entero la Doctrina social de la Iglesia, así como de promover el respeto de los derechos de la persona humana. El 2 de febrero de 1997, el prelado aporta el toque final a su libro Cinco panes y dos peces, en el cual publica por primera vez algunos de los recuerdos más desgarradores de sus años de cautiverio. En diciembre de 1999, el Papa elige a Mons. Thuan para dirigir, en el mes de marzo siguiente, los Ejercicios Espirituales de la Curia Romana, invitándole a recurrir ampliamente a su experiencia personal. Acabado el retiro, Juan Pablo II declara: «Ha reforzado en nosotros la certeza tranquilizadora de que, cuando todo se hunde a nuestro alrededor, y quizás incluso en nosotros, Cristo continúa siendo nuestro más firme apoyo». Un año más tarde, el 21 de febrero de 2001, el prelado es investido de la dignidad cardenalicia.
El nuevo cardenal celebra en Boston (Estados Unidos) el Triduo Pascual; unos días después es intervenido quirúrgicamente en esa ciudad. Afectado de una variedad rara de cáncer, vive «al día», sin preocuparse de dejar un legado bien definido. Una de sus últimas homilías, en memoria de un dirigente político italiano, termina del siguiente modo: «Bendito sea el dirigente que no teme ni a la verdad ni a los medios de comunicación, pues el día del Juicio final sólo responderá ante Dios, y no ante el pueblo o ante los medios de comunicación». El cardenal fallece el 16 de septiembre de 2002. «Durante los últimos días, cuando ya había perdido el habla –relatará el Papa Juan Pablo II– permanecía con la mirada fija en el crucifijo que tenía delante. Rezaba en silencio mientras realizaba su último sacrificio« Ahora podemos decir que su esperanza estaba llena de inmortalidad (Sb 3, 4), es decir, que estaba llena de Cristo, que es la vida y la resurrección de todos los que depositan su fe en Él».
Santa esperanza, sé el ancla de nuestra alma (Hb 6, 19).
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