15 de Agosto de 2008
Beato Padre Tansi
Muy estimados Amigos:
«Para evitar cualquier error grave en la vida, debemos guardarnos de toda acción precipitada». Esta regla la seguía y la recomendaba habitualmente el beato padre Tansi, que añadía: «Podemos mantener esa línea de conducta al presentarnos ante Dios, al organizar nuestra tarea con Él y al realizarla con Él. Entonces, ni el éxito ni el fracaso nos turbarán».
Iwene Tansi nace en 1903 en un pueblecito de Nigeria. Sus padres son paganos, pero profundamente religiosos. Todavía es muy joven cuando su padre fallece. Al nacer Iwene, su padre le había fabricado un gri-gri (amuleto) personal, al que se siente muy ligado. Sin embargo, un día que regresa de la escuela cristiana de San José de Aguleri, donde ha comenzado su escolaridad, Iwene, que tiene nueve años, destruye tembloroso su gri-gri. El padre Rubino, que prepara al niño para el bautismo, le ha pedido que destruya ese objeto de superstición antes de recibir el sacramento. Poco después, Iwene es bautizado con el nombre de Miguel. En el transcurso de su adolescencia, Miguel se percata de que sólo ve con un ojo, minusvalía que le durará toda la vida. A pesar de ello, trabaja mucho y tiene éxito en sus estudios. El último curso, cuando solamente tiene dieciséis años, le ofrecen la posibilidad de quedarse en la escuela como maestro. Podría establecerse en otro lugar y alcanzar una mejor situación, pero no se siente atraído por el dinero y prefiere aceptar. En 1922, Miguel pierde a su madre en unas circunstancias trágicas que lo conmocionan. En su pueblo, la mortalidad infantil había aumentado de repente. Se pidió al brujo que averiguara mediante la magia quién era el culpable de aquella mala suerte, y éste señaló a la madre de Miguel, a la que acusó de preservarse con magia de la muerte a costa de los niños de la región. Por ello tuvo que someterse a la sanción: beber veneno. El dolor que siente Miguel es inmenso, pero le mueve a trabajar por la conversión al cristianismo de sus tres hermanos. En efecto, estos se convierten; su hermana será bautizada justo antes de morir.
Una apertura que libera
A la edad de veintiún años, Miguel, que ha seguido sus estudios mientras enseñaba, llega a ser director de la escuela del pueblo de Aguleri. Sin embargo, recibe la llamada de Dios a la vida sacerdotal, ingresando muy pronto en el seminario menor de Igbarian para prepararse en su vocación. La familia se opone a esa decisión, al considerar que es anormal no casarse, pero el joven no se deja convencer. Después de seis años de estudios en el seminario menor, es enviado como misionero durante un año a Eke. Su humildad y bondad son apreciadas por todos. Al final de ese año, Miguel funda, con dos compañeros, el seminario mayor de Eke, del que es nombrado ecónomo. Al acercarse el día de su ordenación al subdiaconado, Miguel se muestra preocupado e inquieto. Le parece que no progresa lo suficientemente rápido en sus estudios, por lo que acude a contárselo a su superior. Éste le asegura que es totalmente libre de interrumpir su itinerario hacia el sacerdocio y que, en ese caso, podrá hacer mucho por anunciar a Cristo como laico, pero que, si decide continuar, el obispo lo ordenará el día convenido. Aquellas palabras aplacan al joven, devolviéndole el gozo y la seguridad en su vocación. Así pues, prosigue su formación en el seminario y, al finalizar ésta, recibe la ordenación sacerdotal, el 19 de diciembre de 1937.
El joven sacerdote es enviado primeramente a Nnewi, donde acude a ayudar al padre Juan Anyogu. Ambos se desplazan a menudo para reunirse con los cristianos de los pueblos alejados. Allí encuentran a cientos de fieles a los que administran los sacramentos de la Penitencia y de la Eucaristía. «El padre Tansi sabía que en todo ser humano hay algo del hijo pródigo –afirmaba el Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación del padre, en Nigeria. Sabía que todos los hombres y todas las mujeres soportan la tentación de separarse de Dios para llevar una existencia independiente y marcada por el egoísmo. Sabía que enseguida se verían defraudados por el vacío de la ilusión que los había fascinado y que, finalmente, encontrarían en lo más hondo de su corazón el camino que los reconduciría a la casa del Padre. Animo a las personas a confesar sus pecados y a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación. Les suplico que se perdonen recíprocamente como Dios nos perdona, que transmitan el don de la reconciliación concretándolo en todos los niveles de la vida nigeriana. El padre Tansi intentó imitar al padre de la parábola, pues siempre estaba disponible para quienes buscaban la reconciliación. Esparcía a su alrededor el gozo de la comunión recobrada con Dios. Exhortaba a las personas para que acogieran la paz de Cristo y las animaba a alimentar la vida de la gracia con la Palabra de Dios y con la sagrada Comunión» (22 de marzo de 1998).
Dos años más tarde, en 1940, el padre Miguel es designado para hacerse cargo de la parroquia de Dunukofia, donde desarrolla toda su inteligencia al servicio de su celo sacerdotal. Son muchos los proyectos que hormiguean en su alma. Está preocupado de que, conforme a la costumbre de la región, son pocas las jóvenes que llegan vírgenes al matrimonio. Para poner remedio a esa situación, promueve la construcción de internados donde puedan recibir una educación religiosa verdaderamente cristiana, así como una formación práctica para convertirse en buenas esposas y madres de familia. Hay que decir que eso provoca oposición por parte de numerosos jóvenes que consideran como un derecho las relaciones prematrimoniales. No obstante, el padre Tansi permanece firme, plenamente consciente de que «el acto sexual debe tener lugar exclusivamente en el matrimonio; fuera de éste constituye siempre un pecado grave y excluye de la comunión sacramental» (Catecismo de la Iglesia Católica, CEC 2390).
La belleza de una vida casta
En nuestros días encontramos una situación semejante a la que el padre Tansi conoció: «Muchos reclaman hoy una especie de «unión a prueba» cuando existe intención de casarse. Cualquiera que sea la firmeza del propósito de los que se comprometen en relaciones sexuales prematuras, éstas no garantizan que la sinceridad y la fidelidad de la relación interpersonal entre un hombre y una mujer queden aseguradas, y sobre todo protegidas, contra los vaivenes y las veleidades de las pasiones. La unión carnal sólo es moralmente legítima cuando se ha instaurado una comunidad de vida definitiva entre el hombre y la mujer. El amor humano no tolera la «prueba». Exige un don total y definitivo de las personas entre sí» (CEC 2391). Todo bautizado es llamado a llevar una vida casta, cada uno según su estado de vida. Debe luchar contra la concupiscencia de la carne y los apetitos desordenados. Con la gracia de Dios, puede conseguirlo mediante la virtud de la castidad, que comporta un aprendizaje del dominio de sí mismo, mediante la pureza de intención, que se afana por encontrar y realizar en todo la voluntad de Dios, mediante la pureza de la mirada exterior e interior, y mediante la oración: «Era tan necio que no entendía que nadie puede ser continente si tú no se lo das» –escribía san Agustín dirigiéndose a Dios (cf. CEC 2339, 2394, 2520). El Papa Benedicto XVI afirma: «El mundo necesita de vidas limpias, de almas claras, de inteligencias simples que rechacen ser consideradas criaturas objeto de placer. Es necesario decir no a aquellos medios de comunicación social que ridiculizan la santidad del matrimonio y la virginidad antes del casamiento. Es en este momento cuando tendremos en Nuestra Señora la mejor defensa contra los males que afligen la vida moderna; la devoción mariana es garantía cierta de protección maternal y de amparo en la hora de la tentación» (Homilía del 11 de mayo de 2007).
El padre Miguel atrae a numerosas voluntades para ayudarle en sus construcciones y trabajos diversos, pero él mismo se empeña en ello con todo su ser. Siempre atento a las necesidades de sus feligreces, se interesa por cada uno de ellos y aborda todos los problemas que se le presentan, grandes o pequeños. Desea sobre todo acercar a sus fieles a Dios. Pasa mucho tiempo rezando y se mortifica con frecuencia. Un joven seminarista, tentado de abandonar la vocación con motivo de duras pruebas, se dirige a la iglesia, donde encuentra al padre Tansi absorto en la oración, a una hora muy avanzada de la noche; aquella escena le emociona y toma de ese ejemplo la fuerza para perseverar en la vía del sacerdocio. Más tarde, llegará a ser obispo.
El descubrimiento de otra vía
En una ocasión, una religiosa presta al padre Miguel el libro del beato Dom Marmion: Cristo, ideal del monje. Con él descubre en la vida monástica otra manera de ofrecer su persona y de servir a Dios. Aunque se siente atraído por ese tipo de vida, emprende la fundación de una nueva parroquia llamada Akpu-Ajalli. Allí construye un centro de formación para la preparación al matrimonio, aplicándose a reconducir a las familias a Dios. La visita a los cincuenta puestos secundarios dependientes de la parroquia le obliga a recorrer largas distancias, a través de malezas y de ciénagas. La fuerza que necesita proviene de su gran amor a Dios.
En 1949, el padre Tansi es nombrado párroco de Aguleri. En menos de un año, salda los problemas económicos que había encontrado al llegar. Con su vicario, el padre Clemente, evangeliza a sus feligreces, llevando el mismo tipo de vida que en sus misiones anteriores. Su caridad le mueve, en una ocasión, a enterrar con sus propias manos a un parroquiano fallecido de cólera, al que nadie quiere tocar por miedo al contagio. Firme en su misión pastoral, no siente temor alguno en denunciar el mal ni en enfrentarse a todo el consejo parroquial si éste no se encamina por una buena vía. Algunos feligreces se quejan de él al obispo, reprochándole de ocuparse demasiado de las cosas de Dios y de no actuar complaciéndolos.
En aquella época, Monseñor Heery, obispo de Onitsha, diócesis del padre Tansi, acaricia la idea de introducir en Nigeria la vida monástica, enviando a sus candidatos a formarse en Europa. Tras contactar con diversas abadías, recibe una respuesta favorable de la abadía cisterciense del Monte San Bernardo, en Inglaterra. Al principio del año 1950, visita Aguleri y descubre que el padre Miguel y el padre Clemente desean hacerse monjes. A pesar de la falta de sacerdotes que hay en la diócesis, el prelado concede prioridad al establecimiento de la vida contemplativa, enviando primero al padre Miguel al Monte San Bernardo. Con su ingreso el 3 de julio de 1950 en la abadía, éste es acogido por una comunidad de setenta y un monjes, treinta de ellos sacerdotes. Allí recibe el nombre de padre Cipriano. Siete veces al día, los monjes se reúnen en la iglesia para entonar alabanzas a Dios. En la abadía del Monte San Bernardo, el primer oficio es el de vigilias, a las dos y cuarto de la madrugada. El resto de la jornada está jalonado por los diferentes oficios, en torno a la Misa conventual. Otros dos aspectos importantes de la vida monástica son la lectura espiritual y el trabajo manual. Éste va desde los rudos trabajos de la granja a la limpieza y al mantenimiento del monasterio. La hospitalidad, mediante la acogida en la hospedería, también tiene su lugar en la vida monástica según la Regla de san Benito. La lectura y el estudio, en una abadía de la Trapa, se realizan en una sala común llamada Scriptorium. Por la noche, cada monje duerme en uno de los compartimentos habilitados en un gran dormitorio. Los monjes del Monte San Bernardo nunca comen carne ni pescado. Los días transcurren en medio del silencio.
Otro clima
De una vida activa llena de responsabilidades, el padre Cipriano ha pasado a una vida escondida en la que es un principiante. A pesar de ser sacerdote, solicita ser tratado como un novicio normal, contentándose siempre con ser el último, dispuesto a todos los trabajos que se le encomiendan; sin embargo, conserva el sentido del humor. Durante los cinco primeros años, se le priva de la posibilidad de oír en confesión. Después se le otorgará, pero únicamente para confesar a los africanos que así lo demanden. Acostumbrado al sol de los trópicos, sufre el clima de Inglaterra, que encuentra «muy frío». Asimila poco a poco los principios fundamentales de la vida contemplativa, que explicará con persuasión a un grupo de estudiantes africanos de su país que han acudido a visitar la abadía.
El padre Clemente se reúne al fin con el padre Cipriano en el Monte San Bernardo, donde recibe a su vez el nombre de padre Marcos. Ambos sienten el deseo de regresar un día a su país para instaurar la vida contemplativa. Su obispo contempla la posibilidad de acometer una fundación en Nigeria, pero el proyecto fracasa. Los dos sacerdotes deciden entonces, con el acuerdo explícito de su obispo, permanecer en el Monte San Bernardo; allí profesan por primera vez el 8 de diciembre de 1953. A partir de ese momento, ingresan por tres años en el seminario de teología de la abadía, donde profundizan en el estudio de la teología.
La vida en comunidad no siempre resulta fácil para el padre Cipriano. Manifiesta un complejo de inferioridad del que no llegará a desprenderse por completo. Durante ocho años, en los que trabaja en el taller de encuadernación, su cometido consiste sobre todo en mantener en buen estado los libros del coro, mediante una tarea repetitiva y aburrida que consiste en pegar tiras adhesivas sobre las rasgaduras. La mayoría de las veces cumple con esa tarea en un cuarto minúsculo y frío, situado encima del hueco de la escalera. Él no refunfuña, pero reconoce que ese trabajo carece de todo atractivo para él. El monje encargado de controlar su labor se queja a veces de él, deshaciendo lo que ha hecho por considerarlo incorrecto. El padre Cipriano se siente profundamente dolido por la brusquedad y la desenvoltura de ese monje; sin embargo, ofrece de buen gusto a Dios todas esas dificultades.
«El sudor y la fatiga, que el trabajo necesariamente lleva en la condición actual de la humanidad, ofrecen al cristiano y a cada hombre, que ha sido llamado a seguir a Cristo, la posibilidad de participar en el amor a la obra que Cristo ha venido a realizar. Esta obra de salvación se ha realizado a través del sufrimiento y de la muerte de cruz. Soportando la fatiga del trabajo en unión con Cristo crucificado por nosotros, el hombre colabora en cierto modo con el Hijo de Dios en la redención de la humanidad. Se muestra verdadero discípulo de Jesús llevando a su vez la cruz de cada día en la actividad que ha sido llamado a realizar» (Juan Pablo II, Laborem exercens 26; 14 de septiembre de 1981).
Una vida de fe
El 8 de diciembre de 1956, el padre Cipriano y el padre Marcos realizan su profesión perpetua. Dejan el seminario de teología y reciben cada uno un sitio en el gran Scriptorium, donde podrán leer, estudiar y escribir. La mesa del padre Cipriano está situada en una molesta corriente de aire cuando se abre la puerta, pero él no solicita el cambio de lugar. Se esfuerza en vivir plenamente la vocación cisterciense, que consiste en seguir a Cristo en la vida oculta de Nazaret y en participar mediante la oración y la penitencia en la obra redentora de los hombres. Un sacerdote muy unido a él dirá que nunca supo lo que era el consuelo de la oración. En 1953, el padre Cipriano escribía ya a una religiosa africana: «La vida espiritual es una vida de fe y no de sentimiento. Durante la mayor parte de esa vida, puede que no exista ni consuelo ni signos externos que muestren que uno resulta agradable a Dios o que Dios está contento de uno».
La autoridad de Dios que revela y que no puede ni engañarse ni engañarnos es el motivo de nuestra fe. Esta fe es cierta, más cierta que todo conocimiento humano, porque se funda en la Palabra misma de Dios, que no puede mentir. En este mundo caminamos en la fe y no en la visión (2 Co 5, 7), y conocemos a Dios como en un espejo, de una manera confusa,… imperfecta (1 Co 13, 12). Luminosa por aquel en quien cree, la fe es vivida con frecuencia en la oscuridad. La fe puede ser puesta a prueba. El mundo en que vivimos parece con frecuencia muy lejos de lo que la fe nos asegura; las experiencias del mal y del sufrimiento, de las injusticias y de la muerte parecen contradecir la buena nueva, pueden hacer vacilar la fe y llegar a ser para ella una tentación. Entonces es cuando debemos volvernos hacia los testigos de la fe: Abraham, que creyó, esperando contra toda esperanza (Rm 4, 18); la Virgen María, que llegó hasta la noche de la fe participando en el sufrimiento de su Hijo y en la noche de su sepulcro (cf. CEC 156-157, 164-165).
El corazón del padre Cipriano anhela su tierra natal, de donde le llegan numerosas cartas. Acoge con mirada iluminada de gozo a los visitantes africanos, sobre todo a los que proceden de Nigeria. En julio de 1961, los monjes se plantean de nuevo el tema de una eventual fundación. Son muchas las discusiones que se entablan en reuniones de la comunidad sobre la oportunidad y el lugar de ese proyecto. El antiguo obispo de los padres Cipriano y Marcos habla a la comunidad de la posibilidad de acometer esa fundación al este de Nigeria. El padre Cipriano prefiere mantenerse en silencio durante las discusiones, aunque el proyecto le interesa enormemente, pero lo deja por completo en manos de Dios y se entrega con fervor a la oración. Finalmente, la intervención del obispo reúne casi todos los sufragios, por lo que comienzan los preparativos de la fundación.
En enero de 1962, se le descubre un tumor en el cuello y el padre Cipriano es operado sin demora. Se trata de una forma benigna de tuberculosis, pero eso no le impide dedicarse a la huerta. Incluso muestra un gran interés por los cultivos, alegrándose del resultado de su trabajo. Lejos de sustraerse de las fatigosas labores de desbrozar o de roturar, se dedica a ello con predilección. El 19 de diciembre de 1962, la comunidad organiza una fiesta con motivo del jubileo de plata sacerdotal del padre Cipriano; con ocasión de ello, recibe un gran número de cartas procedentes del mundo entero, así como una bendición del Papa.
¿África o el cielo?
Mientras tanto, continúan las gestiones para la fundación en Nigeria. Pero al final, en la primavera de 1963, se decide cambiar su destino e instalarla en Camerún, ante la petición de un obispo de ese país. El padre Cipriano es designado para formar parte de la fundación, con el título de maestro de novicios. A pesar de lamentar profundamente no ir a Nigeria, se prepara con denuedo para partir; no obstante, no formará parte del primer grupo de monjes que se dirige a Camerún en octubre de 1963. En enero de 1964, el padre Cipriano cae enfermo y debe permanecer en cama. Le proponen que ocupe una cama en la enfermería, pero él prefiere seguir en su jergón, hasta el día en que le diagnostican una trombosis en la pierna y un bulto anormal en el estómago. El médico decide hospitalizarlo. Antes de partir, el padre sufre un ataque que le causa un violento dolor, pero sin perder la consciencia. En su plegaria repite sin cesar: «¡Dios mío, Dios mío! ¡Hágase tu voluntad! ¡Quedo en tus manos, Dios mío!». Tras administrarle la Unción de los enfermos y la Eucaristía, es acostado en una camilla en la ambulancia que debe conducirlo al hospital; entonces, el sacerdote que debe conducir a Camerún el grupo del que forma parte le dice: «Ya tenemos su billete para África. ¡Tiene que regresar pronto con nosotros! – Iremos, seguro que sí» –responde el padre Cipriano. Pero, unas horas después de su llegada al hospital, una ruptura de aneurisma de la aorta le provoca la muerte.
Con motivo de la beatificación del padre Tansi, el 22 de marzo de 1998, el Papa Juan Pablo II decía de él: «Fue ante todo un hombre de Dios; las largas horas que pasaba ante el Santísimo llenaban su corazón de un amor generoso y valiente. Los que le conocieron dan testimonio de su gran amor por Dios. Los que le frecuentaron quedaron conmovidos por su bondad personal. Fue también un hombre del pueblo; siempre se situó detrás de los demás y estuvo especialmente atento a las necesidades pastorales de las familias. Hizo todo lo que estuvo en su mano para que las parejas estuvieran bien preparadas para el sacramento del Matrimonio, y predicó la importancia de la castidad. Se esforzó por todos los medios en promover la dignidad de las mujeres, y consideraba especialmente que la educación de la juventud era algo precioso».
Pidamos al beato padre Miguel Tansi que nos guíe en los caminos de la vida interior y del apostolado.
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