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24 Outubro 2008 San Antonio María Claret |
Edward Maxim Crawley-Boevey, el futuro padre Mateo, había nacido el 18 de noviembre de 1875 en Arequipa, en Perú, de padre inglés protestante y de madre española muy piadosa, de Misa y comunión diaria, que reza el Rosario en familia por la tarde. Cuando Edward no tiene más que 18 meses, sus padres se trasladan a Inglaterra; por temor a que no soporte el viaje, lo dejan al cuidado de sus abuelos maternos. No regresarán a Perú hasta siete años después, con los dos hijos mayores y otros tres hijos nacidos en Inglaterra. Edward, que ha crecido como hijo único en un ambiente muy católico de lengua española, se encuentra de repente con cinco hermanos y hermanas, habiendo recibido los mayores una educación inglesa. Hacia finales de 1884, el señor Crawley decide trasladarse a Valparaíso, en Chile. El joven Edward abandona entonces su país natal, donde sólo regresará en contadas ocasiones. De su tierna infancia guardará el recuerdo de una familia llena del calor de Cristo, a pesar de la actitud de un padre receloso con respecto a la religión católica. Poco a poco, germinará en Edward la resolución de abrir el Reino de Jesucristo a las familias.
Edward manifiesta un celo precoz por la salvación de las almas. Siendo aún niño, le gusta «decir misa» y hacer un sermón a sus hermanas. Sobresale en el arte de hablar de la religión, hasta tal punto que es contratado como predicador de los Meses de María y del Sagrado Corazón en una familia vecina. Sus palabras impresionan al padre de familia, quien, moribundo, pide hacerse católico. Como quiera que no hay ningún sacerdote disponible, Edward siente el gozo de bautizar a ese hombre en su lecho de muerte. Esa conversión emociona grandemente a su propio padre, quien, más tarde, se convertirá y llegará a ser un católico fervoroso y practicante.
En 1885, el muchacho entra en el colegio de los Padres de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María, conocidos también con el nombre de «picpusianos». Esa congregación había sido fundada en Francia, en plena etapa del Terror revolucionario, por el padre Pierre Coudrin y la madre Henriette Aymer de la Chevalerie, con el objetivo de hacer reparación a Nuestro Señor imitando su vida y adorando al Santísimo, fuente del impulso misionero de los religiosos. El deseo del sacerdocio crece en Edward, que quiere consagrarse a las almas. Así pues, el 4 de octubre de ese año, después de haber agasajado a su madre con motivo de una fiesta familiar, le presenta un papel en el que ha escrito: «Como regalo, prometo dejar que Edward entre en religión a la edad de 15 años». «¿Verdad que lo va a firmar, madre?», pregunta Edward. Con lágrimas en los ojos, la señora Crawley lee el papel y lo firma. Conseguir el consentimiento del padre resulta más difícil, pero éste, después de escuchar la opinión de sus maestros, dice a su hijo: «Vas a dejarnos para ser religioso. Te dejo partir voluntariamente, pero con una condición: si deseas ser sacerdote, quiero que seas un buen sacerdote».
Ser comedido
Con motivo de su primera misión en la ciudad de Valparaíso, el padre Mateo se halla conmovido por la miseria espiritual del pueblo. Así pues, abre un centro social donde los jóvenes, después de salir del colegio, puedan completar su formación cristiana y cívica, para llegar a ser la levadura de una sociedad espiritualmente regenerada. En aquella época, son muchos los que preconizan medios políticos para poner remedio a los problemas de la sociedad. Pero el padre Mateo comprende que el mal que roe la sociedad es el laicismo, «es decir, la exclusión absoluta y total de Dios y de la ley moral natural de todos los aspectos de la vida humana» (Juan Pablo II, 23 de febrero de 2002). «De ese modo, el laicismo se opone diametralmente al Reino de Cristo, que es la fuente no solamente de la felicidad del creyente, sino de la armonía de la propia vida pública» (Benedicto XVI, Discurso inaugural del CELAM, 13 de mayo de 2007). El padre Mateo se propone combatir ese mal mediante la creación de una Escuela de Derecho, donde las bases de la formación sean los principios de la ley moral y de la conciencia cristiana.
«¿Qué es lo real?»
En 1906, un violento terremoto reduce a escombros la ciudad de Valparaíso. El padre Mateo se dedica noche y día a atender a los innumerables indigentes que se han quedado sin hogar. Su salud no soporta el trauma, y su agotamiento llega hasta tal extremo que los médicos le prohíben todo tipo de trabajo durante un año. Entonces, su superior decide enviarlo a Europa, viaje que significa un giro en su vida. En efecto, pues en junio de 1907 recibe la gracia de ser recibido en audiencia privada por el Papa san Pío X. A los pies del Santo Padre, le expone el proyecto que está acariciando y le pide permiso para conquistar el mundo para el Sagrado Corazón mediante la consagración de las familias. Tras haberlo escuchado, el Papa santo responde: «No, hijo mío, no te lo permito, sino que te lo ordeno: consagrarás tu vida a esa obra de salvación».
La entronización del Sagrado Corazón
Uno de los frutos de esa devoción es la conversión del almirante Latorre, héroe nacional de Chile tras una victoria naval contra Perú. El padre Mateo simpatiza con este hombre indiferente a la religión. Un día, se presenta en su casa: «Almirante, hoy vengo para darle la absolución. Así que se trata de una declaración de guerra en nombre del Cielo», responde riendo el almirante. «Sí, almirante, en nombre del Cielo», responde el padre. Luego, girándose hacia la imagen del Sagrado Corazón, prosigue: «Mire esta imagen entronizada en su casa. Es su rey y el mío, el legislador supremo de los poderosos y de los débiles, de los almirantes y de los marinos. Es el rey de su esposa; todos los que habitan esta casa lo adoran de rodillas, viven su fe y respetan sus leyes; todos excepto usted. En nombre del Sagrado Corazón que le ama y que me envía aquí para ofrecerle su misericordia, ríndase a su Corazón». Latorre, que ya no ríe, pide un tiempo de reflexión. El padre continúa: «Y si la muerte llamara esta noche, ¿le diría que volviera más tarde porque necesita reflexionar? Pues en este momento no es la muerte quien llama, sino la Vida, el mismo Jesús». Puesto de rodillas, el almirante confiesa los pecados de su vida. Un año después, el padre Mateo le ayudará a tener una buena muerte.
En 1914, el padre Mateo se halla de nuevo en Europa, donde predica y establece secretariados. La obra se desarrolla, y las dificultades también; algunos obispos presentan objeciones contra el término «entronización», considerado contrario a las costumbres de la Iglesia y carente de la necesaria autorización. El 6 de abril de 1915, el padre Mateo es recibido en audiencia por el Papa Benedicto XV, quien, el 27 de abril siguiente, le dirige una carta de aprobación donde define la entronización: «La instalación de la imagen del Sagrado Corazón, como en un trono, en el sitio más noble de la casa, de tal suerte que Jesucristo Nuestro Señor reine visiblemente en los hogares católicos». Lo esencial de esta entronización no se reduce a una consagración pasajera, a una fiesta familiar sin continuación, sino que se trata de situar realmente a Jesús en un trono en el seno de la familia, a fin de que permanezca allí como su rey, y de que la familia se reúna cada día alrededor de su trono para ofrecerle su adoración y su amor.
La familia bajo la luz de la fe
En su carta al padre Mateo, el Papa Benedicto XV consideraba tres plagas que destruyen la familia: «El divorcio, que quebranta la estabilidad; el monopolio de la enseñanza, que elimina la autoridad de los padres; la búsqueda del placer, que con frecuencia se opone a la observancia de la ley natural». Ante esos males, la entronización aporta el doble remedio de una fe radiante y de un amor efectivo. Esa entronización, sigue escribiendo Benedicto XV, «propaga ante todo el espíritu cristiano, estableciendo en cada hogar el reinado del amor de Jesucristo. Actuando de ese modo, no hacéis otra cosa que obedecer al mismo Nuestro Señor, que ha prometido sus bendiciones para las casas donde la imagen de su Sagrado Corazón sea expuesta y honrada con devoción. Y puesto que seguir a Cristo no consiste en el hecho de emocionarse con un sentimiento religioso superficial que conmueve los corazones débiles y tiernos pero que deja el vicio intacto, es necesario conocer a Cristo, su doctrina, su vida, su pasión y su gloria. Seguir a Cristo significa estar imbuido de una fe viva y firme que actúa no solamente en el espíritu y en el corazón, sino que también gobierna y dirige nuestra conducta« Nada se adapta mejor a las necesidades de nuestro tiempo» (ibídem). Benedicto XVI se hace eco de su antecesor: «La familia ha sido y es escuela de la fe, palestra de valores humanos y cívicos, hogar en el que la vida humana nace y se acoge generosa y responsablemente. Sin embargo, en la actualidad sufre situaciones adversas provocadas por el secularismo y el relativismo ético, por los diversos flujos migratorios internos y externos, por la pobreza, por la inestabilidad social y por legislaciones civiles contrarias al matrimonio que, al favorecer los anticonceptivos y el aborto, amenazan el futuro de los pueblos» (13 de mayo de 2007).
Un mal todavía mayor
A pesar de ser aprobada por la Iglesia y confirmada por el prodigio de su rápida pujanza, la obra de la entronización recibe igualmente el sello de la cruz. Siempre en la brecha, el padre Crawley debe predicar en varios países y en diferentes lenguas; además del cansancio que va unido a los múltiples viajes y a los cambios de régimen, se ve afectado por la gota, enfermedad que no le abandonará jamás. En Italia, los secretariados de la obra son confiados a otro organismo: el Apostolado de la Oración; algunos presentan objeciones contra la entronización, y el padre se ve obligado a pedir una nueva intervención de Benedicto XV. En Francia, donde la guerra aún no ha terminado, el padre Mateo es denunciado por agitador, por lo que el gobierno le retira el pasaporte y le impide abandonar el país. No le devolverán el pasaporte hasta marzo de 1919.
En 1923, con motivo de una gira de predicación en Inglaterra, el padre Mateo anima del modo siguiente a los maestros católicos: «Nuestro Señor os ha confiado sus tesoros más preciados; no seáis solamente maestros, sino apóstoles, sembradores de vida y de amor. Muchos católicos creen que el apostolado es el monopolio de los sacerdotes, diciendo: «¿Qué puedo hacer yo?, ¡no es asunto mío!». Pero vosotros no podéis decir eso. No basta con que seáis católicos fervientes; para vosotros, el apostolado es un deber, no un lujo. Vuestro deber consiste en salvar las almas de los demás, y para conseguirlo debéis ser algo más que maestros. Debéis ayudar a Nuestro Señor a pescar almas para la eternidad. Los enemigos de Cristo se baten con energía y se sacrifican de muchas maneras para impedir que las almas vayan al Cielo« Los enemigos de nuestro divino rey ponen a menudo más empeño que sus amigos».
Durante esos años, el padre escribe un libro sobre los tres ultrajes infligidos a Nuestro Señor por las sociedades modernas: la crisis de autoridad y los desórdenes que acarrea constituyen una afrenta a la autoridad de Cristo rey; la inmoralidad, y en especial la impudicia en el vestir, ultrajan a Cristo; la crisis de las vocaciones sacerdotales y religiosas disminuye el honor debido a Cristo. En Bélgica, dirigiéndose a una multitud de mujeres y chicas jóvenes, el padre Mateo afirma: «No hay cristianismo sin castidad; no hay castidad sin modestia».
El 25 de enero de 1935, se embarca hacia Extremo Oriente. Durante esa gira, le llega la noticia del fallecimiento de su madre. Sobre su imagen mortuoria, inscribe las palabras que ella le había escrito: «¡Cuánto me gustaría verte antes de morir! Pero sacrifico con gusto ese deseo a fin de ser, contigo, apóstol del Corazón de Jesús. Sí, predica, predica siempre, y las lágrimas de tu madre regarán la semilla sembrada por su sacerdote». El padre recorre Oriente, multiplicando conferencias y retiros espirituales, invitando a sacerdotes, religiosos y fieles a volver al manantial de la vida cristiana: el amor del Corazón de Cristo. Para los sacerdotes en especial, llamados a convertirse en apóstoles del Sagrado Corazón, su consigna es: «Qualis Missa, talis Sacerdos», un sacerdote vale lo que vale su misa. En el mismo sentido, el Papa Juan Pablo II decía: «Un sacerdote vale lo que vale su vida eucarística, sobre todo su Misa. Misa sin amor, sacerdote estéril; Misa fervorosa, sacerdote conquistador de almas. Devoción eucarística descuidada y sin amor, sacerdote en peligro de perderse» (16 de febrero de 1984).
«Morir antes de morir»
En las letanías del Sagrado Corazón, la Iglesia invoca a Jesús como «Rey y centro de todos los corazones». Supliquémosle, siguiendo el ejemplo del padre Mateo, que conceda a todas las familias la facultad de permanecer unidas mediante la oración, la recepción de los sacramentos y la ayuda mutua. De ese modo, el mundo entero, sometido por fin a su suave yugo, conocerá un tiempo de paz, favorable a la salvación de las almas.