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25 de marzo de 1999
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En el transcurso de las Jornadas Mundiales de la Juventud, en agosto de 1997, el Papa Juan Pablo II decía: «Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. Quien no ama no ha conocido a Dios, porque Dios es Amor (1 Jn 4, 7-8). Esta frase del apóstol es verdaderamente el núcleo de la Revelación». Así pues, para dar un ejemplo tangible de amor a Dios y al prójimo, el Santo Padre procedía a la beatificación de Federico Ozanam en la catedral de Notre-Dame de París.
En la mirada de una madre...
A pesar de su pureza angelical, de su sinceridad sin artificios y de su tierna compasión hacia cualquier clase de sufrimiento, Federico no es de temperamento fácil. En una carta dirigida a un antiguo compañero de curso, se describe como sigue: «Nunca fui tan malo como cuando tenía ocho años. Me había vuelto obstinado, colérico y desobediente. Cuando me castigaban yo me sublevaba contra los castigos... Era perezoso a más no poder, y no había travesuras que no se me ocurrieran». A la edad de nueve años, su padre lo matricula en el colegio real de Lyón, para estudiar quinto curso. Gracias a la bondad de sus profesores, su carácter se vuelve más flexible.
Lo verdadero no contradice lo verdadero
Al padre Noirot le gusta tener a Federico como compañero de paseos, y entre maestro y discípulo discuten las cuestiones acerca de la armonía entre la ciencia y la fe. Así que, poco a poco, las dudas de Federico dejan paso a la certeza. «Hacía ya algún tiempo, escribirá más tarde, que sentía en mi interior que necesitaba algo sólido donde poder sujetarme y echar raíces, para resistir así al torrente de la duda. Y he aquí que mi alma se encuentra hoy colmada de gozo y de consuelo. De acuerdo con mi fe, mi razón ha recuperado en el presente aquel catolicismo que aprendí de labios de una madre maravillosa y a la que tanto quise en mi infancia».
Los asaltos de la falsa ciencia
Con motivo de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica, el Papa Juan Pablo II escribía: «Un catecismo debe presentar fiel y orgánicamente la enseñanza de la Sagrada Escritura, de la Tradición viva en la Iglesia y del Magisterio auténtico, así como la herencia espiritual de los Padres, de los santos y santas de la Iglesia, para permitir conocer mejor el misterio cristiano y reavivar la fe del Pueblo de Dios... Que la luz de la verdadera fe libre a la humanidad de la ignorancia y de la esclavitud del pecado, para conducirla a la única libertad digna de este nombre: la de la vida en Jesucristo bajo la guía del Espíritu Santo, aquí y en el Reino de los cielos, en la plenitud de la bienaventuranza de la visión de Dios cara a cara» (Juan Pablo II, 11 de octubre de 1992).
«¡El catolicismo está muerto!»
«Los cristianos, reconociendo en la fe su nueva dignidad, son llamados a llevar en adelante una vida digna del Evangelio de Cristo (Flp 1, 27). Por los sacramentos y la oración reciben la gracia de Dios y los dones de su Espíritu que les capacitan para ello. Siguiendo a Cristo y en unión con Él, los cristianos pueden ser imitadores de Dios, como hijos queridos y vivir en el amor (Ef 5, 1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con los sentimientos que tuvo Cristo Jesús (Flp 2, 5) y siguiendo sus ejemplos» (Catecismo, 1692, 1694). «Jesús fue enviado para anunciar la Buena Nueva a los pobres (Lc 4, 18). Jesús, desde el pesebre hasta la cruz comparte la vida de los pobres; conoce el hambre, la sed y la privación. Aún más: se identifica con los pobres de todas clases y hace del amor activo hacia ellos la condición para entrar en su Reino» (Catecismo, 544).
«Sois nuestros maestros»
A la limosna material, los nuevos "cofrades" añaden la misericordia espiritual: «Instruir, aconsejar, consolar, confortar, son obras de misericordia espirituales, como también lo son perdonar y sufrir con paciencia» (Catecismo, 2447). El Papa San Pío X decía: «Ciertamente, la piedad que demostramos a los pobres al aliviar sus miserias es muy apreciada por Dios; pero ¿quién podrá negar la superioridad del celo y de la labor mediante la cual cuidamos las almas, con nuestra enseñanza y nuestros consejos, y no los efímeros bienes del cuerpo sino los bienes eternos? No hay nada que pueda resultarle más deseable ni más agradable a Jesucristo, Salvador de las almas, quien dice de sí mismo a través de Isaías: me envió a predicar el Evangelio a los pobres (Lc 4, 18)» (Encíclica Acerbo nimis).
Egoísmo o sacrificio
El pensamiento y la acción de Federico Ozanam y de sus compañeros nos ofrecen un ejemplo a imitar teniendo en cuenta los nuevos condicionantes de la sociedad contemporánea. En efecto, cuando las injusticias sociales del pasado siglo todavía no han sido superadas, hay que añadir en nuestros días otros desórdenes no menos graves. El Papa Juan Pablo II nos invita a identificarlos para poderlos remediar: «Vivid como hijos de la luz... Examinad qué es lo que agrada al Señor, y no participéis en las obras infructuosas de las tinieblas (Ef 5, 8. 10-11). En el contexto social actual, marcado por una lucha dramática entre la "cultura de la vida" y la "cultura de la muerte", debe madurar un fuerte sentido crítico, capaz de discernir los verdaderos valores y las auténticas exigencias. Es urgente una movilización general de las conciencias y un común esfuerzo ético, para poner en práctica una gran estrategia en favor de la vida» (Encíclica Evangelium vitae, 15 de marzo de 1995, 95).
Los males de hoy
La toxicomanía o drogadicción también es un azote de la sociedad moderna, y alcanza a todas las capas y a todas las regiones del mundo. Ya desde la escuela, el uso de algunas drogas se banaliza, y la distinción entre drogas blandas y drogas duras favorece ese mal. Juan Pablo II resalta al respecto: «Una distinción semejante ignora y atenúa los riesgos inherentes a cualquier tipo de consumo de productos tóxicos, en particular "las conductas de dependencia", que descansan en las propias estructuras psíquicas, "la atenuación de la conciencia y la alienación de la voluntad y de la libertad personales", cualquiera que sea la droga». En una encuesta reciente queda demostrado que más del 90% de los heroinómanos (la heroína es una "droga dura") empezaron consumiendo drogas blandas como el cannabis. El fenómeno de la droga es un mal de especial gravedad. Muchos jóvenes y adultos han muerto o morirán, y otros se ven disminuidos en sus capacidades y en su ser íntimo, esclavos de una necesidad que los incita a buscar en la prostitución o en la delincuencia el medio con que pagar su dosis diaria. La falta de propuestas humanas y espirituales vigorosas lleva a los jóvenes a buscar en el consumo de drogas un placer inmediato que les confiere la ilusión de escapar de la realidad. Poco a poco llegan a la conclusión de que todos los comportamientos son equivalentes, sin alcanzar a distinguir entre el bien y el mal y sin captar el sentido de los límites morales. Por eso todos los educadores deben intensificar la labor de formación de las conciencias, proponiéndoles a los jóvenes la verdad sobre Dios, sobre la religión y sobre el hombre. La reforma de la civilización es ante todo una obra religiosa, pues «es una verdad demostrada y un hecho histórico que no hay verdadera civilización moral sin la verdadera religión» (San Pío X, Nuestra carga apostólica, 25 de agosto de 1910).
«La bondadosa hermana y el hermano feliz»
Poco a poco, al estar en contacto con algunos amigos que contraen matrimonio, sus ideas van evolucionando. A uno de ellos le escribe: «De la ternura de aquella que se unirá a usted sacará consuelo en los días adversos, en los ejemplos de esa compañera hallará valor para los días peligrosos, usted será su ángel de la guarda y ella será el suyo». Un día, al realizar una visita al rector del distrito universitario de Lyón, el señor Soulacroix, se percata por casualidad de la presencia de una joven que cuida con ternura a un hermano suyo paralítico. «La bondadosa hermana y el hermano feliz, piensa ¡Cuánto le quiere!». Acaba de ver en Amelia Soulacroix, la hija del rector, la viva imagen de la caridad. El recuerdo de aquella escena ya no le abandonará, pues aquella joven representa para él el ideal de la mujer cristiana. El matrimonio con Amelia tiene lugar el 23 de junio de 1841.
El nombramiento, en enero de 1841, de Federico Ozanam como profesor de historia de literaturas extranjeras en la Sorbona de París le proporciona los medios de responder a su vocación de apologista, aplicándose en destacar la religión católica a través de la historia. He aquí lo que escribe en 1846: «En Francia, toda la irreligión procede todavía de Voltaire y no creo que Voltaire tenga mayor enemigo que la historia. ¡Cómo no iban a tener miedo sus discípulos de ese pasado al que ultrajan, y que los aplastaría si osaran acercarse a él!... Arranquemos la costra que la calumnia dejó sobre las figuras de nuestros padres en la fe y, cuando aquellas imágenes brillen con todo su esplendor, ya veremos si la multitud se acerca o no a honrarlas». Para Ozanam, la influencia civilizadora de la Iglesia es una prueba apologética de peso, constatable por cualquier historiador imparcial. Por eso se dedica a enseñar y después a escribir la historia de la Edad Media, del siglo V al XIII, obra que su muerte dejó inacabada y en la que dice: «Todo el pensamiento de mi libro consiste en mostrar de qué modo el cristianismo supo extraer de las ruinas romanas y de las tribus acampadas sobre sus ruinas una nueva sociedad, capaz de poseer la verdad, de hacer el bien y de encontrar la belleza». La Iglesia no tiene miedo a la verdad de la historia, y sabe que sus miembros son pecadores y no siempre se comportan según su enseñanza. Pero también sabe que su doctrina espiritual y social es divina y que ha producido abundantes frutos.
«Ya voy»
« Con el sudor de nuestros rostros »
Durante la homilía pronunciada con motivo de la beatificación de Federico Ozanam, el Santo Padre decía de él: «Amaba a todos los menesterosos... Recuperaba la intuición de Vicente de Paúl: "Amemos a Dios, hermanos míos, amemos a Dios, pero que sea a expensas de nuestros brazos, que sea con el sudor de nuestros rostros"... Fue valiente y lúcido en aquel compromiso social y político de primer orden, en una época agitada de la vida de su país, pues ninguna sociedad puede aceptar la miseria como fatalidad sin que su honor se vea comprometido... La Iglesia confirma hoy la opción de vida cristiana que quiso seguir».
Rezemos al Beato Federico Ozanam que nos inspire una opción de vida cristiana conforme al Evangelio para aliviar las miserias que sufren los hombres de hoy, y para nuestra salvación eterna. Encomendamos a San José a todos sus seres queridos, vivos y difuntos.
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