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31 de mayo de 2006 María Reina |
Leonia Aviat ve la luz el 16 de septiembre de 1844 en Sézanne (departamento francés de Marne), y es bautizada el día siguiente. Su padre regenta una tienda con el siguiente rótulo: «Grano, cáñamo y lino, mercería, ultramarinos: al por mayor y detalle». Su buena clientela permite que la familia goce de cierto desahogo. Leonia tiene once años cuando sus padres la llevan al internado de la Visitación de Troyes para ponerla bajo la tutela de la superiora, a quien todos llaman «la buena madre», la madre María de Sales Chappuis, de la que un sacerdote escribe: «Dirige el monasterio de Troyes con admirable sabiduría y abundantes bendiciones del Cielo».
Nada más llegar, la joven comienza a prepararse para la primera Comunión y, sin demora alguna, se le propone el sacramento de la Penitencia. Realiza un serio examen de conciencia, pero cuando llega al confesionario, la emoción le embarga y se deshace en sollozos. El padre Brisson, que la conoce con motivo de una visita a la familia en Sézanne, le dice: «¿Cómo es posible que esta niña, a quien en otro tiempo di peladillas, me tenga miedo?». Eso basta para reconfortarla. A partir de ese momento, ese sacerdote será su guía. La primera Comunión, seguida muy pronto de la Confirmación, tiene lugar el 2 de julio de 1856.
Inteligente y activa, Leonia decide reformar su carácter orgulloso según los consejos de san Francisco de Sales en sus libros. La madre María Chappuis, verdadera «maestra de almas», enseña a las jóvenes a ejercitarse en las virtudes que deberán practicar en el mundo. Sabe cuál puede ser en la sociedad, en la Iglesia, la huella de una joven verdaderamente cristiana, con plena responsabilidad de esposa y de madre. Sensible a la situación social de las obreras de las fábricas de la región, Leonia escribe: «Soy más feliz reconfortando a quienes están agobiados por el dolor, subiendo una pequeña escalera tortuosa, que acudiendo a esas maravillosas fiestas», que se organizan para los pobres. En 1860, concluyen sus estudios en el internado de la Visitación. Antes de dejar el centro, confiesa a la madre María Chappuis su deseo de vida religiosa, pero ésta le aconseja que lo retrase.
Un revés que libera
Por aquella época, tiene ocasión de entrar, aunque algo cohibida, en el gran taller de la óptica de Sézanne, donde se afanan jóvenes operarias. Por un momento, le invade un sentimiento vago: se imagina en medio de esas adolescentes, como hermana mayor que aconseja, anima, corrige o consuela, como obrera en medio de las obreras, dando testimonio de Amor« El regreso de la empleada con las gafas ya reparadas de su madre la saca de esa visión, pero la emoción persiste. Poco tiempo después, el padre Brisson considera que ha llegado el momento de desvelarle lo que espera de ella. Troyes es una ciudad industrial, donde unas 30.000 obreras trabajan en talleres, hilanderías y fábricas. La mayoría de ellas están alejadas de la fe e incluso del respeto a la religión, ya que, cuando los sacerdotes reciben insultos por las calles, proceden de las obreras. En hogares de acogida, el sacerdote propone a las jóvenes cristianas, y principalmente a las que se han integrado prematuramente en el mundo laboral, los medios para escapar del riesgo de vivir sin Dios.
En los albores del tercer milenio, la situación sigue siendo la misma: ya no queda sitio para Cristo en la cultura de hoy. Lo que encontramos es el orgullo colectivo de la humanidad construyendo la torre de Babel y pretendiendo prescindir de Dios. El hombre contemporáneo «se siente tentado a organizarse la vida, aquí en la tierra, como si Dios no existiera. Como si Dios, en toda su realidad trascendente, no existiera. Como si su amor hacia el género humano no existiera» (Juan Pablo II, en Czestochowa, el 15 de agosto de 1991). En el mismo sentido, el Concilio Vaticano II afirmaba: «Muchos de nuestros contemporáneos parecen temer de esta vinculación un tanto estrecha entre la actividad humana y la religión un obstáculo a la autonomía del hombre, de las sociedades, de las ciencias« Pero si «autonomía de lo temporal» quiere decir que la realidad creada no depende de Dios y que el hombre puede disponer de todo sin relacionarlo con el Creador, no hay ni uno solo de los que admiten la existencia de Dios que no vea la falsedad envuelta en tales palabras. La criatura sin el Creador se esfuma« Más aún, el olvido de Dios hace opaca a la criatura» (Gaudium et spes, 36).
¡Sobre todo, ella no!
El 18 de abril de 1866, tras un retiro de ocho días dirigido por la madre María Chappuis, las dos fundadoras de la nueva congregación se instalan en la calle Terrasses, en la «Casita de la Galería», donde se encuentra la obra del padre Brisson. Las obreras más jóvenes son conquistadas enseguida por esas dos jóvenes distinguidas, pero sencillas como hermanas mayores. Las de más edad, primero con reservas, se van convenciendo cuando ven a las dos directoras contentas de compartir su pobreza y las tareas más humildes. El padre Brisson encarga a Leonia la organización general de la obra y de sus cuatro patronatos anejos.
La madre María de Sales Chappuis acoge a menudo a las dos pioneras en el locutorio de la Visitación, formándolas en la vida religiosa. «De momento, no habéis sido llamadas a cantar los oficios les dice; vuestra ocupación principal es el trabajo, al que debéis entregaros lo más suavemente posible« vuestro trabajo es para vosotras una oración continua». Cuando la mirada de fe hacia Dios se convierte en algo habitual, permite tenerlo presente en las labores del mundo. «El hombre adquiere entonces una conciencia permanente de que Dios está presente en todo lo que ocurre. Cuando, a lo largo de la jornada, el hombre piensa sin cesar en ese misterio silencioso, vivo, delicado y al mismo tiempo poderoso, o cuando nota que está presente, está realizando una verdadera oración, y solamente depende de él prolongarla y extenderla a todo. No necesita para rezar evadirse de la vida y de sus actividades diarias, antes al contrario, pues la oración se confundirá con ellas. En cada acontecimiento, ve un don de Dios, y orienta su vida de tal manera que se unifica con la acción de Dios. Es consciente de la santidad de esa colaboración y, de hora en hora, comprende mejor el sentido de la vida. Esos pensamientos le dan un sentimiento de seguridad que no por ello le impide actuar en el mundo. De ese modo, la propia vida se convierte en oración» (R. Guardini, Iniciación a la oración).
¿Para mí? ¿Por qué?
El 30 de octubre de 1868, las dos primeras hermanas de la «Congregación de las Oblatas de San Francisco de Sales» reciben el hábito religioso; Leonia se convierte en sor Francisca de Sales, y Lucía en Juana María. Los comienzos son turbados por la guerra entre Francia y Prusia, que estalla el 19 de julio de 1870. Las fábricas cesan en su actividad, y las obreras se quedan sin trabajo. Sor Francisca de Sales se las ingenia para encontrarles una ocupación. Después de la guerra, numerosos inmigrantes alsacianos que desean conservar la nacionalidad francesa afluyen a Troyes, y las hermanas se desviven por acogerlos. Sin embargo, el exceso de trabajo agota a sor Francisca de Sales, haciéndola entrar en una etapa penosa. Pero ella se encomienda a san Francisco de Sales, su santo patrón, que la reconforta. El retiro preparatorio a su profesión religiosa se desarrolla en medio de una gran paz. Su ideal es «Olvidarme por entero». El 11 de octubre, en compañía de sor Juana María, pronuncia sus votos ante Monseñor de Ségur, que les dice: «Hijas queridas: vuestra relación con Dios debe caracterizarse por una gran delicadeza, y vuestro amor hacia Él debe ser más delicado, más noble y más tierno que en cualquier otra orden religiosa«». A continuación, toman el hábito cuatro postulantas. El padre Brisson está radiante: el futuro de la congregación va por buen camino.
El 20 de septiembre de 1872, sor Francisca de Sales es elegida superiora general. Poco antes, catorce religiosas de Santa María de Loreto habían sido acogidas por la congregación naciente, ya que, antes de morir, su capellán había expresado el deseo de que se realizara esa unión, con objeto de sacar a sus hijas de una situación difícil. El padre Brisson había aceptado la fusión, a pesar del riesgo que suponía la aportación repentina de un número importante de religiosas ya formadas, así como de sus centros. Así pues, la nueva madre general se halla a la cabeza de un enjambre de 34 religiosas, y se hace cargo de dos centros suplementarios, en París y en Morangis.
Una unción misteriosa
La llegada de nuevas vocaciones hace prever nuevas fundaciones. Después de haberse dedicado a la juventud obrera, la obra de las Oblatas acaba proponiendo la misma educación de inspiración salesiana a las jóvenes más acomodadas, en internados. Por su parte el padre Brisson ha fundado la Congregación de los Padres Oblatos de San Francisco de Sales, dedicada a la enseñanza. A partir de entonces lo llamarán «padre». Las casas de los Padres Oblatos se multiplican también, y reclaman la presencia de las hermanas. En 1875, el padre Brisson obtiene permiso de Roma para los Oblatos de San Francisco de Sales. Ese mismo año, la madre María de Sales Chappuis, antes de morir, predice al padre Brisson que sufrirá mucho a causa de la incomprensión del nuevo obispo que la ciudad de Troyes acogerá pronto.
El 8 de octubre de 1879, el encargo de la fundadora ha sido cumplido, y la antigua superiora de las Hermanas de Loreto es elegida superiora general. Sor Francisca de Sales se halla muy feliz de ceder el puesto, pero, aunque sin malas intenciones, la nueva superiora trata sin consideración a quien la ha precedido. Las compañeras de sor Francisca de Sales se percatan de ello, pero ella, que sólo ambiciona situarse en el último puesto, no se queja y lo ofrece todo en silencio. No obstante, ante la magnitud de la carga, la superiora presenta la dimisión en 1881. Es elegida entonces sor Luisa Eugenia, que envía a sor Francisca de Sales a París para introducir las costumbres de las Oblatas en el internado de la calle Vaugirard, así como para liberar a ese centro de una situación financiera comprometida. Aunque le resulta difícil separarse de las misiones obreras a las que ha entregado quince años de su vida, obedece con generosidad por amor a Dios.
En París, la acogida es más bien fría. ¿A qué viene esa reformadora? Sacar a flote las finanzas obliga a restricciones que suscitan mucha oposición, y hasta las mismas alumnas se hallan a la defensiva. Sor Francisca de Sales echa mano de sus armas preferidas: la oración, la serenidad y la bondad« y enseguida se calma el ambiente; la madre da muestras de ser una educadora excepcional. Su influencia la ejerce en un principio sobre las hermanas, pues está convencida de que la fecundidad del apostolado nace de la armonía reinante en la comunidad. «La caridad debe ser como una esperanza activa de lo que los demás pueden llegar a ser, con la ayuda de nuestro apoyo fraterno», dirá el Papa Pablo VI (Evangelica testificatio, 29 de junio de 1971, 39). En relación con los niños, Sor Francisca de Sales aconseja lo siguiente: «Actuad con paciencia, con suave firmeza y con la oración. Cuando a una niña se le gana desde el corazón, entonces se le puede pedir cualquier cosa, y lo hará« No hacer nunca de las cosas, incluso importantes y serias, un asunto de Estado». Sin embargo, la fundadora sitúa en primer plano el estímulo de la fe y la preparación para la primera Comunión.
En Troyes, no obstante, las relaciones entre el padre Brisson y el obispo se deterioran. El prelado quisiera circunscribir las dos congregaciones dentro de los límites de la diócesis, y llega a someter a las hermanas a interrogatorios que quebrantan algunas vocaciones. El padre decide dirigirse a Roma para defender su causa. Habrá que esperar hasta 1888 para ver renacer una buena armonía entre el obispo y el sacerdote.
Mi pequeño truco
A finales del curso escolar 1889, sor Francisca de Sales es substituida en la dirección del internado de la calle Vaugirard. El cambio le resulta penoso, pues precipitan su partida, y ello le hace sufrir profundamente. De regreso a Troyes, recupera la dirección de las Obras, pero debe soportar actitudes de prevención, así como numerosos desdenes, de los que no se queja a nadie. Más tarde dirá: «¡Oh, si supierais cuánta felicidad le procura al alma sufrir solamente entre Dios y uno mismo!».
Una tarde de septiembre de 1893, mientras se halla en París para asistir al Capítulo General de la Congregación, sor Francisca de Sales oye con claridad cómo una voz le susurra al oído: «Serás superiora, porque quiero gobernarlo todo». Extrañada, se gira« pero se encuentra sola en la habitación« El día siguiente, las hermanas la eligen superiora general. Lo ha entendido: Jesús quiere gobernar por mediación de ella. En la congregación, se produce una explosión de júbilo. Las hermanas antiguas no escatiman elogios hacia la fundadora, engrandecida ante ellas mediante años de oscura entrega. Las que han hecho sufrir a la Madre reciben de ella atenciones, hasta tal punto que una hermana llega a exclamar: «Madre, ¡ya veo que basta con ofenderla para ser objeto después de su afecto y de sus especiales cuidados!».
«¡Atraedlas!»
Sin embargo, un viento de persecución está soplando por toda Francia, y las congregaciones son suprimidas. Entre 1901 y 1904, se cierran todas las casas de las Oblatas. La madre Francisca de Sales decide trasladar la casa madre a Perugia (Italia), exiliándose el 11 de abril de 1904. En Perugia todo es pobre y exiguo. Como desconoce el idioma italiano, la madre dedica mucho tiempo a la correspondencia, con objeto de mantener el contacto con el padre Brisson y animar a todas las hermanas. Intenta incluso que las casas de Francia sean adquiridas por amigos, para que puedan así conservarlas en espera de tiempos mejores. Aprovechando su estancia en Italia, realiza gestiones ante el Papa san Pío X para conseguir la aprobación definitiva de las Constituciones de su Instituto. Ello se conseguirá en abril de 1911. Mientras tanto, el 2 de febrero de 1908, el padre Brisson entrega plácidamente el alma a Dios; la madre Francisca de Sales ha sido avisada a tiempo y le ha acompañado en sus últimos momentos. De regreso a Perugia, un día le dice a una hermana: «¡Oh, cuánto me gustaría llegar a ser santa, cuánto lo deseo! Empezaré hoy mismo». El 26 de diciembre de 1913, la fiebre le obliga a guardar cama. Su estado de salud se agrava y, el 9 de enero, recibe la Extremaunción, y luego la Sagrada Comunión. El día 10, poco antes de las seis, se apaga dulcemente, rodeada de sus hijas.
En la actualidad, las Oblatas de San Francisco de Sales cumplen su misión de caridad en los centros escolares y en los hogares de acogida, así como en diversos servicios que responden a las expectativas de las diócesis y de las parroquias (catequesis, catecumenado, liturgia, misiones de evangelización«), en la ayuda a las personas mayores, a los enfermos y a los prisioneros, en el fomento de retiros espirituales, etc. Disponen de 25 casas en Europa, de 15 en África, de 3 en los Estados Unidos y de 11 en América del Sur.
Al canonizar a la madre Francisca de Sales, el Papa Juan Pablo II declaraba: «La resolución que tan perfectamente caracteriza a santa Francisca de Sales, «Olvidarme por entero», es también para nosotros una llamada a ir a contracorriente del egoísmo y de los placeres fáciles, y a abrirnos a las necesidades sociales y espirituales de nuestro tiempo». Es una gracia que pedimos a san José para todos nosotros.