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16 de noviembre de 2004 Santa Gertrudis |
Mediante ese acto de perdón, el Santo Padre seguía el ejemplo de Cristo al perdonar en la Cruz a sus verdugos. Con motivo del año jubilar, el 20 de mayo de 2000, Juan Pablo II proponía a los cristianos que tomaran como modelo a santa Rita, quien también supo perdonar en circunstancias heroicas. La enseñanza de la vida de santa Rita se caracteriza decía el Papa por «el ofrecimiento del perdón y la aceptación del sufrimiento... Cabe esperar que la vida de todos los fieles tenga el apoyo del amor apasionado por el Señor Jesús; que sea una existencia capaz de responder al sufrimiento y a las espinas con el perdón y el don total de sí mismo, a fin de difundir por todas partes el aroma de Cristo».
El nacimiento de Rita tiene lugar hacia 1381 en Roccaporena, en Umbría (Italia central), siendo bautizada en la iglesia de San Juan Bautista de Cascia. Cascia (a 5 km de Roccaporena) es una ciudad fortificada que pertenece a los Estados Pontificios y que se encuentra a unos 200 km al noroeste de Roma. Las autoridades locales aplican una política que se caracteriza por un sentido elevado de la justicia y del buen gobierno. Se aprueban leyes y medidas que favorecen la higiene pública, la protección de los huérfanos y de las viudas, la instrucción pública y las obras de misericordia. Además de un nutrido clero secular, aquella pequeña población de dos mil habitantes cuenta con once conventos y numerosas asociaciones piadosas. La región vive bastante pobremente de la agricultura, de la artesanía y, sobre todo, del comercio, pues se halla situada en una importante vía de comunicación entre Milán y Nápoles.
Cascia, como numerosas ciudades italianas de aquel tiempo, es una ciudad donde se aprecian y favorecen tanto los valores humanos y civiles como los religiosos. Los padres de Rita, honrados burgueses, son «pacieri», literalmente «hacedores de paz», es decir, conciliadores. La labor de los «pacieri» consistía en reconciliar a los adversarios, por amor de Dios. En todos los casos, la pacificación se hacía ante testigos y culminaba con un acto notarial. Su finalidad era evitar un proceso y romper con el ciclo infernal de la venganza. Podría también haber obligación de reparación material de los daños causados. La pacificación comprometía a las dos partes y a sus herederos para siempre.
«El milagro de las abejas»
Un día, en la iglesia del monasterio de Santa María Magdalena de las Agustinas de Cascia, Rita asiste a la Santa Misa y oye interiormente las palabras que Cristo le dice: Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida (Jn 14, 6). Esa voz interior parece ser el punto de partida de su vocación religiosa. Rita se las ingenia para intentar que sus padres le den permiso para consagrarse a Dios, pero no lo consigue. Antes al contrario, ya que desde la edad de doce años está prometida en matrimonio a Paolo di Fernando, joven de Roccaporena de costumbres rudas, pero que la amabilidad de Rita atemperará. Tras su casamiento, viven en buena armonía y les nacen dos hijos. Aunque casada y madre de familia, Rita prosigue su intensa vida espiritual. Sin embargo, trascurridos unos quince años, acontece un hecho dramático: el esposo de Rita es asesinado sin que pueda saberse con certeza la causa del crimen.
La «vendetta»
«¡El perdón! Cristo nos enseñó a perdonar decía el Papa poco después del atentado del 13 de mayo de 1981. Numerosas veces y de diferentes maneras, nos enseñó a perdonar. Cuando Pedro le pregunta cuántas veces debería perdonar al prójimo hasta siete veces, Jesús le responde que debe perdonar hasta setenta veces siete (Mt 18, 21-22)». En la práctica, ello quiere decir «siempre». Efectivamente, pues el número setenta multiplicado por siete es simbólico y significa, más allá de una cantidad determinada, una cantidad incalculable, infinita. En respuesta a la pregunta sobre la manera de orar, Cristo pronunció unas frases magníficas dirigidas al Padre: Padre Nuestro que estás en el cielo; tras las peticiones que componen esa oración, la última habla de perdón: Perdona nuestras ofensas como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden (a nuestros deudores). Además, el propio Cristo confirma la verdad de esas frases en la Cruz, cuando, al dirigirse al Padre, suplica: Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34). La palabra «perdón» ha sido pronunciada de labios de un hombre a quien se ha hecho daño. Es incluso una palabra del corazón humano. En esa palabra del corazón, cada uno de nosotros se esfuerza en sobrepasar la frontera de la enemistad que puede separarlo del otro, e intenta reconstruir el espacio interior de la comprensión, del contacto, del vínculo. Mediante el Evangelio y sobre todo con su ejemplo, Cristo nos enseñó que ese espacio no solamente se abre ante el otro hombre, sino, al mismo tiempo, ante el mismo Dios. El Padre, que es el Dios del perdón y de la misericordia, desea actuar precisamente en ese espacio del perdón humano. Desea perdonar a quienes son capaces de perdonar a los demás, a quienes intentan poner en práctica sus palabras: perdónanos... como nosotros perdonamos» (21 de octubre de 1981).
Difícil pero posible
Al quedarse viuda, Rita abandona el domicilio familiar de Roccaporena para instalarse en una casa más pequeña, donde se entrega a la oración y a las obras de caridad. De vez en cuando se dirige al cerro de Schioppo, cresta rocosa de unos 120 metros de altura que se yergue a la salida de Roccaporena. El lugar, de acceso difícil, ofrece una magnífica vista de los alrededores, y su soledad favorece la oración. El antiguo deseo de Rita de consagrarse a Dios renace en su interior, por lo que solicita su admisión en el monasterio de Santa María Magdalena de las Agustinas de Cascia. Sin embargo, a pesar de sus súplicas, es rechazada. Llena de aflicción, Rita redobla sus plegarias y, una noche, oye a san Juan Bautista que la invita a dirigirse al cerro de Schioppo. Una vez allí, una visión del Precursor acompañado de san Agustín y de san Nicolás de Tolentino (que todavía no había sido canonizado) la reconforta. Los tres santos la conducen misteriosamente al monasterio, donde su solicitud es finalmente aceptada. La comunidad está formada por diez religiosas dirigidas por una abadesa. Durante el noviciado, Rita lee las Sagradas Escrituras con avidez, se inicia en la salmodia del oficio divino y reza el rosario. Antes de profesar como religiosa, entrega todos sus bienes al monasterio.
La vida de santa Rita en el convento no está carente de tribulaciones. Por lo menos una vez, siente la tentación de regresar al mundo; por otra parte, son numerosas las tentaciones que la asaltan, sobre todo contra la virtud de la castidad. Ella las combate mediante la oración y la penitencia, pero el demonio continúa atormentándola de diferentes maneras. Para vencerlo, Rita contempla la Pasión de Cristo. Un relato muy antiguo de su vida, el Breve racconto, redactado con motivo de su beatificación en 1628, nos la muestra en esa actitud desde antes de su ingreso en el convento: «Para contribuir a que su imaginación estuviera siempre ocupada en los misterios celestiales sin dejarse distraer inútilmente por objetos menos dignos, se imaginaba las diferentes partes de su pobre casa como los diferentes lugares de la cruel Pasión del Salvador. Así, en un rincón reconocía el Monte Calvario, en otro el Santo Sepulcro, más allá la Columna de la flagelación, y ocurría lo mismo con los demás misterios. Aquella actitud le ayudó de tal manera que la renovó más tarde, ya en el convento, en el restringido espacio de su pequeña celda».
La vida espiritual de Rita se ve influenciada por los franciscanos, para quienes la devoción a la Pasión de Cristo ocupa un lugar de privilegio. San Buenaventura escribió a una religiosa: «Quien no quiera ver extinguirse en él la piedad, debe incluso contemplar a menudo con los ojos de su corazón a Cristo moribundo en la Cruz... Si os ocurre alguna cosa triste, penosa, desagradable y amarga, o bien si sentís repugnancia a la hora de hacer un bien, recurrid sin tardanza a Jesús crucificado y colgado en la Cruz; mirad la corona de espinas, los clavos de hierro, la señal de la lanza en el costado; contemplad las heridas de los pies, las heridas del costado, las heridas de todo el cuerpo, que os recuerdan hasta qué punto os ha amado quien ha sufrido de esa manera por vos y ha soportado por vos semejantes sufrimientos» (De perfectione vitæ).
Una espina en la frente
La estigmatización de Rita implica la prueba de la soledad, ya que la llaga que lleva en la frente resulta nauseabunda y la obliga a retirarse aparte con frecuencia de la comunidad para no incomodar a las hermanas. Al tener que dirigirse éstas a Roma, probablemente en 1446, para asistir a la canonización de Nicolás de Tolentino, exhortan a Rita, con extrema caridad, para que se quede en Cascia, ya que su estigma podría ser causa de escándalo en la Ciudad Eterna. Rita se pone en oración y consigue que el estigma desaparezca, pero, al regresar de Roma, la llaga reaparece, como así lo atestiguan todos los autores de la época.
Una rosa en la nieve
Rita fallece probablemente en 1447, el 22 de mayo. El Breve racconto nos dice que, al aproximarse su fin, goza de una aparición de Jesús y de María. Llena de alegría, pide entonces los últimos sacramentos y se apaga apaciblemente.En el mismo momento las campanas de la iglesia empiezan a tañer ellas solas. El cuerpo de Rita no se ha corrompido, y el hecho ha sido atestiguado en diferentes épocas, con varios siglos de distancia. La conservación de un cuerpo tras la muerte ha sido considerada siempre por los cristianos como una señal de santidad de la persona, así como una garantía de la resurrección futura. El 20 de mayo de 2000, ante el relicario que contiene el cuerpo de santa Rita, el Papa decía: «Los despojos mortales de santa Rita constituyen un testimonio significativo de la obra del Señor consumada en la historia, cuando encuentra corazones humildes y predispuestos a su amor... Profundamente arraigada en el amor de Cristo, Rita encontró en su inquebrantable fe la fuerza para ser en cada circunstancia una mujer de paz. En su ejemplo de total abandono a Dios, en su transparente sencillez y en su inquebrantable adhesión al Evangelio, también a nosotros nos es posible encontrar las indicaciones oportunas para llegar a ser cristianos auténticos en estos albores del tercer milenio... Siguiendo la espiritualidad de san Agustín, se convirtió en una discípula del Crucificado y, «experta en el sufrimiento», aprendió a entender las penas del corazón humano. Rita se convirtió también en la abogada de los pobres y de los que nada poseen, obteniendo para quienes la han invocado en las situaciones más diversas innumerables gracias de consuelo y de alivio».
«Si no estuviera tullido...»
En 1710, un religioso español de la Orden de los Agustinos fue el primero en calificar a santa Rita como «abogada de las causas imposibles»; también se la conoce como la «patrona de las causas desesperadas». A ella se le confían las dificultades más diversas: curaciones, trabajo, negocios, éxito en los exámenes... Todavía en nuestros días, su intercesión sigue siendo poderosa, como lo prueban los 595 exvotos depositados en el santuario de Cascia en el siglo xx.
No obstante, la primera intención que nos preocupa y por la cual la imploramos es la de nuestra santificación. «Esta es la voluntad de Dios: vuestra santificación (1 Ts 4, 3) recordaba el Papa con motivo del paso al tercer milenio. Todos los cristianos, de cualquier clase o condición, están llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección del amor... si el Bautismo es una verdadera entrada en la santidad de Dios por medio de la inserción en Cristo y la inhabitación de su Espíritu, sería un contrasentido contentarse con una vida mediocre, vivida según una ética minimalista y una religiosidad superficial. Preguntar a un catecúmeno, «¿quieres recibir el Bautismo?», significa al mismo tiempo preguntarle, «¿quieres ser santo?». Significa ponerle en el camino del Sermón de la Montaña: Sed perfectos como es perfecto vuestro Padre celestial (Mt 5, 48)... este ideal de perfección no ha de ser malentendido, como si implicase una especie de vida extraordinaria, practicable sólo por algunos «genios» de la santidad. Los caminos de la santidad son múltiples y adecuados a la vocación de cada uno» (Juan Pablo II, Novo millenio ineunte, 6 de enero de 2001).
Sin embargo, algunos pasajes del Evangelio son muy exigentes y parecen sobrepasar nuestras fuerzas: Pues yo os digo: Amad a vuestros enemigos y rogad por los que os persigan, para que seáis hijos de vuestro Padre celestial (Mt 5, 44). «Muchos comenta san Jerónimo, midiendo los preceptos de Dios con su propia debilidad, consideran imposible lo que aquí se prescribe, y dicen que a la virtud le basta con no odiar a los enemigos, pues amarlos significa pedir más de lo que puede aportar la naturaleza humana. Pero hay que saber que Cristo no ordena lo imposible, sino la perfección. Así lo realizó David respecto a Saúl y Absalón. Y también el mártir Esteban rezó por sus enemigos que lo estaban lapidando, y Pablo deseaba ser anatema por el bien de sus perseguidores. Es lo que Jesús enseñó y practicó...». Jesús practicó el amor a los enemigos para transmitirnos la fuerza de hacer lo mismo.
Pidamos a santa Rita que haga uso de su poder cerca de Dios para concedernos que lleguemos a ser misericordiosos como nuestro Padre celestial es misericordioso (Lc 6, 36).