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13 de junio de 2005 San Antonio de Padua |
El 28 de abril de 1876, nace en Beaune, diócesis de Dijon (Francia), una niña que recibe en el bautismo los nombres de Luisa Emma Emilia, aunque familiarmente la llaman Irma. En casa de sus padres, los esposos Grivot, reina la pobreza, ya que su padre es simple operario tonelero. Irma, afectada de pleuresía desde la infancia, mostrará toda la vida una apariencia enclenque. Su alma, sin embargo, se siente inclinada hacia Dios, y cuando le hacen alguna pregunta en el catecismo, ella responde con claridad y precisión. Con motivo de un retiro para preparar la Comunión, a los doce años, oye hablar del martirio de niños pequeños. Los suplicios le parecen espantosos, pero la idea de entrar en el Cielo, el gozo de ver a Dios y de amarlo sin temer a perderlo, la llenan de entusiasmo y la hacen desear el martirio. En el Carmelo de Beaune se venera una imagen milagrosa de Jesús niño al que llaman «el pequeño Rey de gloria y de gracia». En las grandes ocasiones, un sacerdote la presenta a los fieles para que la besen, obteniendo con ello a menudo gracias especiales. Pues bien, Irma confía al Niño Jesús su deseo de martirio.
Irma es sencilla, cabal, inteligente, de corazón afectuoso y aplicada, siguiendo con soltura sus estudios hasta 1893. Aspira a la vida religiosa, pero sus padres se oponen a ello categóricamente. Para poder mantener cierta independencia de su familia, imparte clases particulares. Más tarde, perseverando en su deseo de vida consagrada, una tarde de 1894, acaba llamando a la puerta de unas religiosas adoradoras del Santísimo Sacramento y dedicadas a las misiones lejanas, las Franciscanas Misioneras de María, en Vanves (cerca de París). Esa comunidad, fundada recientemente por Helena de Chapotin de Neuville, bretona intrépida que ha tomado como nombre religioso el de madre María de la Pasión, recibirá la aprobación definitiva, de parte del Papa León XIII, en 1896. En 1904, tras la muerte de la madre María de la Pasión, su comunidad, que ya ha conseguido llegar a los puntos más remotos del globo, cuenta con más de 3.000 religiosas, repartidas en 86 casas, hospitales, talleres y leproserías. La fundadora será declarada beata por el Papa Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002.
Las congregaciones dedicadas a las misiones lejanas anuncian que Jesús, verdadero Dios y verdadero hombre, es el único mediador entre Dios y los hombres. En nuestros días, algunos afirman que el Misterio de Dios «se manifestaría así a la humanidad en modos diversos y en diversas figuras históricas: Jesús de Nazaret sería una de ellas» (DJ, 9). Para poner remedio a esta mentalidad relativista, cada vez más difundida, «es necesario reiterar, ante todo, el carácter definitivo y completo de la revelación de Jesucristo. Debe ser, en efecto, firmemente creída la afirmación de que en el misterio de Jesucristo, el Hijo de Dios encarnado, se da la revelación de la plenitud de la verdad divina» (DJ, 5).
Los suyos no aceptan
Cuando una de las alumnas se muestra rebelde ante sus consejos, ella intenta con mil atenciones recuperar el corazón de la oveja extraviada. En ocasiones, su bondad es considerada excesiva, a lo que ella responde: «En esta niña veo a Dios. Hay que soportar algo para ganar el Cielo... Si algún día voy a la China, los chinos me harán sufrir de otro modo». Es la encargada del diario de la comunidad; allí quedarán reflejadas sus cualidades de precisión y de claridad, así como su amor por la belleza y su elevado pensamiento. El 22 de julio de 1894, Irma recibe el hábito religioso, con el nombre de sor María Herminia de Jesús. Ese nombre le es inspirado por el escudo de Bretaña, que lleva un armiño (del latín armenius y del francés hermine), animal que, según se dice, prefiere la muerte antes que perder su blancura, y de la divisa «Antes la muerte que la mancilla». Tal es también el programa de sor María Herminia de Jesús.
Para aceptar los mayores sacrificios ella empieza por pequeñas renuncias, en medio de una vida humilde y escondida. «¿Qué es la humildad?, se pregunta en su diario. El conocimiento íntimo y verdadero de uno mismo y nuestra vida regulada por él». Sor María Herminia sigue manteniendo su deseo de partir a un país de misiones. Sin embargo, nada más terminar el noviciado, es llamada a otro tipo de dedicación: llevar la contabilidad y gestionar los trabajos en la casa de Vanves. En ese lugar, las hermanas misioneras, pobres por vocación, sacan su subsistencia y desarrollo de diferentes labores: imprenta, imaginería, encuadernación, marroquinería, productos artísticos, etc. Ese trabajo absorbente apenas deja descansar a sor María Herminia, pero, cuando alguien llama a su puerta, es recibido invariablemente con amabilidad y dulzura, por muy inoportuna que resulte la interrupción del trabajo.
Una doble adhesión
Sor María Herminia no duda de que la Iglesia católica sea la Iglesia fundada por Jesucristo. En efecto, pues «el Señor Jesús, único salvador, no estableció una simple comunidad de discípulos, sino que constituyó a la Iglesia como misterio salvífico: Él mismo está en la Iglesia y la Iglesia está en Él... Así como hay un solo Cristo, uno solo es su cuerpo, una sola es su Esposa: una sola Iglesia católica y apostólica... Los fieles están obligados a profesar que existe una continuidad histórica radicada en la sucesión apostólica entre la Iglesia fundada por Cristo y la Iglesia católica... Por lo tanto, los fieles no pueden imaginarse la Iglesia de Cristo como la suma diferenciada y de alguna manera unitaria al mismo tiempo de las Iglesias y Comunidades eclesiales; ni tienen la facultad de pensar que la Iglesia de Cristo hoy no existe en ningún lugar y que, por lo tanto, deba ser objeto de búsqueda por parte de todas las Iglesias y comunidades» (DJ, 16, 17).
En 1898, el padre Fogolla, franciscano y vicario del obispo de la provincia de Shan-si (China), solicita a la madre general de las Franciscanas Misioneras de María una fundación en Tai-yuan-fu, capital de su diócesis. Sor María Herminia es propuesta por su superiora generala para esa nueva fundación: «Sin ninguna vacilación le escribe le respondo que sí, Madre bienamada... Entré en la institución para salvar almas curando cuerpos». Poco tiempo después, sor María Herminia se entera de su nombramiento como superiora de la fundación china. Su humildad se aterra por esa carga, pero acepta por obediencia.
Necesidad de la Iglesia
Esta verdad excluye radicalmente la mentalidad indiferentista «que lleva a pensar, que al fin y al cabo todas las relgiones son iguales... Los no cristianos se hallan en una situación gravemente deficitaria si se compara con la de aquellos que, en la Iglesia, tienen la plenitud de los medios salvíficos» (DJ, 21, 22). Ciertamente, las diferentes tradiciones religiosas contienen elementos de religiosidad. Por otro lado, no se puede ignorar que algunos ritos de otras religiones proceden de supersticiones y constituyen un obstáculo para la salvación (cf. DJ, 21). No obstante, «los que inculpablemente desconocen el Evangelio de Cristo y su Iglesia, y buscan con sinceridad a Dios, esforzándose bajo el influjo de la gracia en cumplir la voluntad de Dios, conocida por el dictamen de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. La divina Providencia no niega los auxilios necesarios para la salvación a los que sin culpa por su parte no llegaron todavía a un expreso reconocimiento de Dios y, sin embargo, se esfuerzan, ayudados por la gracia divina, en llevar una vida recta. La Iglesia aprecia todo lo bueno y verdadero, que entre ellos se da, como preparación evangélica, y dado por quien ilumina a todos los hombres, para que al fin tengan la vida eterna (Vaticano II, Lumen gentium, 16)».
El padre Fogolla, elevado a la dignidad episcopal por el Papa León XIII, anuncia a la Madre María Herminia: «Debe hacerse a la idea de que llevará numerosas cruces: sufrimientos durante la travesía, sufrimientos en tierra (debido a la absoluta falta de las cosas más necesarias), sufrimientos al fin en la propia misión, entre las chinas, acostumbradas a sus tradiciones y cuyo carácter, en ocasiones, deja mucho que desear». La prueba de la partida hacia la China resulta muy dolorosa, pues la madre de María Herminia sigue sin aceptar su vocación. La religiosa escribe lo siguiente a una amiga: «Espero contra toda esperanza. Quizás el Señor me deje aún esta cruz como incentivo a mi confianza. ¿Quién sabe si la salvación de los míos puede estar ligada a la fidelidad de su hija?».
Shan-si, provincia del norte de la China, es una meseta inmensa de clima riguroso y de cosechas tardías e insuficientes. Multitud de supersticiones se reparten el imperio chino, y numerosos mártires han derramado ya su sangre para evangelizarlo. Unos treinta años antes de la llegada de las Franciscanas de María, diez hermanas de la Caridad habían sido degolladas en Tien-tsin.
«¡Qué agradable...!»
Muy cerca del convento provisional de las Franciscanas Misioneras de María se encuentra el orfanato dirigido por religiosas autóctonas, establecimiento que adolece de organización: falta el orden, la higiene y el hábito de trabajo. Las religiosas chinas manifiestan cierta desconfianza hacia las nuevas costumbres que aportan las franciscanas. La tarea de la Madre María Herminia consiste en ayudarlas a progresar. Ella misma escribe: «Hay que obrar lentamente, pues ellas van a lo suyo y, como es normal, no pueden enseñar otra cosa más que las costumbres de la región». Las franciscanas enseñan a las huérfanas a hacer punto, a usar la máquina de coser y a confeccionar encaje. Pero las recién llegadas deben pagar tributo al clima de la región, padeciendo muy pronto enfermedades. «Ocurra lo que ocurra escribe la Madre María Herminia nos hemos resignado todas a la buena voluntad divina, nos hemos abandonado en las manos del Maestro; sólo Él dispone de nuestra vida... La cruz de la vida misionera debe sobrellevarse con gozo».
La mitad de mi vida
En medio de sus aflicciones, recibe un nuevo golpe: «Mi padre está gravemente enfermo escribe. ¡Ah! Mi pena tiene menos que ver con el cuerpo que con el alma. Hace ya mucho tiempo que no practica la religión. ¿Qué será de él? ¿Recibirá la gracia de los últimos sacramentos?... ¿Bastará con mi fidelidad para conmover el corazón del Juez Supremo? En medio de mi tormento, recurro a la Virgen de los Dolores, y confío plenamente en quien jamás se invoca en vano».
El siglo XX se inaugura, sin embargo, con las revueltas y la hambruna. El joven emperador de la China ha intentado introducir en el país los progresos técnicos de la civilización europea: escuelas, ferrocarriles, industria, etc. Pero esas transformaciones incomodan al pueblo, celoso de su tradición e independencia. A eso hay que añadir una pavorosa sequía que conlleva la penuria de alimentos. Las sociedades secretas del país se aprovechan del descontento, y entre ellas la secta de los bóxers (de la palabra inglesa «box», golpe), que recluta jóvenes, chicos y chicas de entre doce y quince años, fanatizados contra los europeos y los cristianos. Gran parte del imperio se halla en peligro de incendio, de pillaje y de asesinato.
En abril de 1900, con la ayuda de los bóxers, un nuevo gobernador (o virrey), Yu-Hsien, subleva a la población de Shan-si contra los cristianos, a quienes se acusa de ser responsables de la hambruna. El obispo propone a las religiosas que huyan, pero la Madre María Herminia responde en su nombre: «Por el amor de Dios, no nos impida morir con usted. Si nuestro coraje es demasiado débil para resistir a la crueldad de los verdugos, seguro que Dios, que nos envía la prueba, nos concederá también la fuerza de salir victoriosas. No tememos ni a la muerte ni a los tormentos con que nos amenaza la rabia del virrey. Hemos venido hasta aquí para ejercer la caridad y para derramar, si era necesario, nuestra sangre por amor a Jesucristo. Por tanto, con lágrimas en los ojos, le suplicamos que no nos arrebate la palma del martirio que la misericordia divina nos tiende desde lo alto del Cielo».
El 27 de junio, un ultimátum del gobernador prohíbe a los cristianos que se reúnan para rezar. El 5 de julio, el virrey promulga un edicto que arroja una luz decisiva sobre los móviles reales de la carnicería que está a punto de desencadenarse: «Como quiera que la religión cristiana es disoluta y cruel, como quiera que desprecia a los espíritus y tiraniza a los pueblos, los incendios y las matanzas de los bóxers son inminentes». La noche siguiente, Yu-Hsien manda trasladar a la casa de hospitalidad mandarinal al grupo de sus víctimas, compuesto de treinta y tres personas: Monseñor Grassi, vicario apostólico, Mons. Fogolla, coadjutor suyo, el padre Teodorico, el padre Elías, el hermano Andrés Bauer, cinco seminaristas chinos, las siete Franciscanas Misioneras de María, seis huérfanas, una viuda de sesenta y seis años y nueve sirvientes de la residencia. Las religiosas y sus huérfanas deben permanecer en un cuarto húmedo y sucio, demasiado pequeño para albergarlas a todas. La Madre María Herminia anima y entrena a las prisioneras, que se preparan para el martirio.
Lo más sorprendente
El uno de octubre de 2000, el Papa Juan Pablo II canonizó a 120 mártires de China, de entre los cuales había treinta y tres misioneros, hombres y mujeres, y en cuyo número figuraban sor María Herminia de Jesús y sus seis compañeras. «Esos mártires son un ejemplo de coraje y de coherencia para todos nosotros» resaltó el Papa. En efecto, pues si bien no todos somos llamados a evangelizar regiones remotas, todos tenemos la misión de dar testimonio a nuestro alrededor de la verdad de Cristo y de su Iglesia, mediante una vida de santidad y una verdadera caridad para con el prójimo, sea quien sea. Pidamos a san José que nos conceda a cada uno de nosotros ese espíritu misionero a través de los actos normales de la vida cotidiana, y que proteja a la Iglesia perseguida en China.