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11 de julio de 2008 San Benito, Patrono de Europa |
Franz Stock nace el 21 de septiembre de 1904 en Neheim, en Westfalia (centro-oeste de Alemania), primogénito de una familia de nueve hijos. Su padre trabaja como obrero en esa región industrial del Ruhr. En su casa, el amor por el país natal y el de la Iglesia católica son todo uno. Desde la edad de doce años, el muchacho expresa sus deseos de ser sacerdote. La tragedia de la primera guerra mundial y la influencia de una asociación católica de la que es miembro, el Quickborn, desarrollan en él un gran amor por la paz; estudia con ese espíritu la encíclica del Papa Benedicto XV La Paz de Dios (1920). Sueña con una reconciliación entre Alemania y Francia sobre la base de la herencia cristiana que les es común. En agosto de 1926, ya seminarista, asiste con ochocientos alemanes al Congreso de la Paz que se desarrolla en Bierville, en la región de Île-de-France, donde escucha cómo Monseñor Julien, obispo de Arras (ciudad situada en una región muy afectada por la reciente guerra), propone ese ideal que será el de toda su vida: «Colaborar más allá de las fronteras sin suprimir las fronteras, sin nivelar las diferencias. Aprender a conocerse para aprender a amarse. Sentir horror por la guerra, aunque admirando la valentía de los soldados que dieron su vida para defender sus países y sus hogares».
Ministerio en París
No obstante, la situación del padre Stock en París se hace enseguida incómoda. Las autoridades alemanas le reprochan su tibieza con respecto al régimen nazi; por la misma época, un periódico francés publica un artículo calumnioso en el cual se insinúa que trabaja para la Gestapo denunciando a los emigrados. Pero la verdad es muy diferente, ya que Franz ayuda económicamente a alemanes fugitivos, entre los que se hallan judíos. Remando contra corriente, organiza una Misa solemne franco-alemana por la paz, celebrada en marzo de 1937 por el cardenal Verdier, en presencia del embajador católico von Welczek. En su condición de artesano de la paz, el padre Stock no es, sin embargo, un «ciudadano del mundo», indiferente a su patria. Así pues, favorece, en las almas que tiene a su cargo, el amor por su patria alemana, la práctica de la lengua materna y el gusto por la cultura nacional« al mismo tiempo que les enseña a conocer y amar a Francia.
El 26 de agosto de 1939, Franz se ve obligado a abandonar Francia precipitadamente a causa del estado de guerra. Sin embargo, a partir del otoño de 1940, por una misión canónica del arzobispo de Colonia, se vuelve a instalar en pleno París ocupado, con el título de Rector de la misión alemana. Ante el aparente triunfo del Tercer Reich, él permanece lúcido y confía a sus colaboradores más próximos que, en su opinión, «los estandartes de la cruz gamada que ondean en el Arco de Triunfo serán retirados algún día». Por su parte, se considera únicamente sacerdote, manteniendo hacia los humillados franceses respeto y estima.
En noviembre de 1940, el padre Stock acepta la capellanía de la prisión de Fresnes. A partir de abril de 1941, visita también las otras dos prisiones requisadas por los alemanes en París: la de Cherche-Midi y la de Santé. Ese ministerio se convierte enseguida en algo preponderante en su vida. Como el mando alemán no quería a ningún sacerdote francés para ese ministerio, el padre Stock pasaba a ser el mejor situado, por poseer un conocimiento perfecto de la lengua. De hecho, se encontrará casi completamente solo para ocuparse de miles de prisioneros. Se niega a llevar el uniforme (que, sin embargo, le habría facilitado la tarea con la tropa), pues entiende que un sacerdote vestido de soldado perdería todo crédito entre los detenidos. Su Diario, hallado después de su muerte, permite seguir su actividad. En él se encuentran consignados escrupulosamente todos sus actos de ministerio con los detenidos y todas las informaciones de que disponía, con objeto de procurar algún consuelo a sus familias.
La única persona amiga
Franz Stock ha localizado entre los carceleros a aquellos que son católicos o que simplemente están predispuestos, sirviéndose de su ayuda, por ejemplo para organizar una fiesta. Entre ellos, el sargento Ghiel, entregado en cuerpo y alma al capellán, será traicionado y finalmente eliminado por la Gestapo. Muchos prisioneros, una vez juzgados, parten hacia los campos de concentración, pero un buen número de ellos sólo abandonan la prisión para ser ejecutados. Junto a ellos, el padre Stock cumple con el más sagrado de los deberes: ayudarlos a morir cristianamente. El primer detenido que prepara para ello es Jacques Bonsergent, un ingeniero fusilado «como ejemplo» en diciembre de 1940, pues ha encubierto un acto de resistencia insignificante. El capellán lo acompaña hasta el último momento y regresa conmovido. Nunca se acostumbrará a esas lúgubres ceremonias, que se reproducirán sin embargo a lo largo de tres años y medio.
«Dios me abre los brazos»
Pero hay otros condenados, prisioneros a menudo de una ideología atea así como de la Wehrmacht, que rechazan toda ayuda religiosa. El 13 de abril de 1942, el padre Stock, con el corazón compungido, anota en su Diario después de una ejecución: «Nadie quería auxilio espiritual. Todos han muerto sin la fe». Confiando en el poder de la gracia, el sacerdote ha celebrado la Misa incluso para esos, en una celda vecina ocupada por un detenido católico. Albert P. debe ser ejecutado el 16 de marzo de 1942; como es ateo, rechaza los sacramentos, pero acepta que el capellán lo acompañe. De camino, Franz pide ardientemente por su conversión y le invita a pensar en su destino eterno. Nuevo rechazo. Sin embargo, en el último momento, Albert llama al sacerdote y pide un crucifijo. El capellán podrá anotar lo siguiente: «Ha rezado conmigo el acto de contrición con gran arrepentimiento. Le he dado la absolución».
Roger L., de 28 años, es bautizado el mismo día de su ejecución. El Diario menciona: «Había perdido todo el valor. Con mi ayuda, ha recuperado la confianza« Ha tomado su primera comunión con una seriedad conmovedora« Sus últimas palabras antes de morir: «Señor, ten piedad de mí»». La mayor parte de las ejecuciones tienen lugar en Mont-Valérien, antigua fortaleza al oeste de París. En ocasiones, el padre Stock pasa la última noche con los condenados. En aquel momento supremo, el sacerdote es la única presencia amiga, fraterna y cristiana. Franz ha prometido a los fusilados que rezará por ellos en el último momento, pero también les ha pedido que recen por él, y por todos, cuando se encuentren «en el otro lado». En octubre de 1945, escribirá: «Sigo siendo fiel, creo, a aquellos de quienes he sido capellán durante cuatro años« Cuando deseo una gracia especial, una luz espiritual, me dirijo a quienes sabían morir, que fueron directamente hasta Dios después de tantos sufrimientos y una hermosa preparación interior, y a los que pude acompañar en su último camino; estoy convencido de que su plegaria será atendida« los difuntos no nos olvidan».
«¡Dios existe!»
Franz Stock acoge a las familias con la mayor discreción, en la calle Lhomond. Cuando puede, entrega a los parientes más próximos un recuerdo del difunto. Las entrevistas con las madres o las esposas son a veces más penosas para él que la propia ejecución. Un testigo ocular comenta: «Creo que el padre Stock daba pruebas de una gran valentía, de una gran piedad, de mucho amor». En colaboración con Monseñor Rodhain, fundador del Socorro Católico, el capellán consigue crear una asociación de ayuda mutua para socorrer a las familias de los fusilados más necesitadas.
El Diario del padre Stock censa 863 ejecuciones a partir del 28 de enero de 1942, asistiendo a 701 de ellas. En total, entre 1.300 y 1.500 personas fueron asistidas por él en sus últimos momentos. En diciembre de 1941, escribe: «Solamente esta semana, he preparado para la muerte a setenta y dos hombres, los he asistido en el último momento y los he enterrado». En 1943, un sacerdote amigo le oye murmurar: «A veces me pregunto si podré continuar« Si por lo menos pudiera dormir«». Se le hace una revisión cardiaca que muestra ya una debilidad alarmante. El poeta Reinhold Schneider escribirá, después de conocer al padre Stock en 1943: «Se encontraba frente a un sufrimiento que sólo podía soportar fortificado por el Santísimo».
En su Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, el Papa Benedicto XVI se dirige del siguiente modo a los sacerdotes: «La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística« El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena« ha de dedicar tiempo a la vida espiritual« Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías» (22 de febrero de 2007). Todo cristiano puede inspirarse en estas recomendaciones.
Prisionero a su vez
En los últimos meses de la guerra, el ejército francés se hace cargo de numerosos prisioneros alemanes. El general Boisseau, comandante de los campos, decide agrupar a los seminaristas alemanes prisioneros para que puedan continuar sus estudios. Un sacerdote francés, el padre Le Meur, es el instrumento de esa fundación; elige como director del seminario al padre Stock, que había sido capellán suyo en la cárcel de la Santé durante su detención por actos de resistencia. El 20 de marzo de 1945, Franz acepta. Sus nuevas funciones le obligan a llevar una vida de prisionero, cuando podría regresar enseguida a Alemania. Al respecto, escribirá: «El cautiverio es una fase dolorosa en la vida de un hombre. Sin embargo, al enfrentarse al dolor, el hombre reconoce su verdadero destino cuando, llegado al límite de sus fuerzas físicas, levanta sus manos y su mirada hacia el Cielo. Eso lo libera. Y ese es el sentido profundo de la libertad humana: liberarse de lo terrenal y contar con quien es todo grandeza».
Más que un nombre, un programa
Con motivo de un viaje a Alemania, Franz Stock obtiene de la Universidad de Friburgo el reconocimiento de los estudios de teología culminados en Le Coudray. En el transcurso del verano de 1946, los profesores que todavía faltan llegan de Alemania, voluntarios también para el cautiverio. Radiante de vida interior y de caridad, Franz Stock debe sin embargo luchar contra la tristeza y los recuerdos que le atormentan. La pintura le sirve de gran ayuda: en la capilla del seminario realiza un fresco que representa a la Virgen de los Dolores y a san Juan. Diversos testigos estaban convencidos de que Jesucristo se le aparecía con frecuencia corporalmente al padre Stock cuando celebraba la Misa, después de la consagración; Franz aludía a ello a veces con palabras encubiertas. Entre mayo y junio de 1947, los prisioneros alemanes son liberados. El Seminario es entonces clausurado, y los estudiantes seguirán sus estudios en Alemania. El padre Stock regresa a París, a la calle Lhomond. Su deseo es continuar su apostolado junto a los trabajadores libres alemanes, pero las autoridades civiles no le conceden la autorización. A pesar del desánimo, Franz encuentra fuerzas para escribir a su familia: «Acepto de buen grado la situación en que me encuentro momentáneamente, y doy gracias a Dios por habernos colmado de tanto bien».
El 22 de febrero de 1948, Franz Stock sufre una crisis de ahogo provocada por un edema pulmonar. Trasladado al hospital, después de haber asistido tantas veces a los demás en sus últimos momentos, muere completamente solo, el día 24, a la edad de 43 años. Ante una asistencia poco concurrida, Monseñor Roncalli preside sus exequias, seguidas de su inhumación, en el cementerio de Thiais, en el sector de los prisioneros de guerra. En 1963, su cuerpo será trasladado solemnemente a la iglesia que engloba la primera capilla del Seminario de las Trincheras, en Rechèvres, cerca de Chartres. Son varias las asociaciones que preparan el proceso de beatificación de Franz Stock. El general de Cossé-Brissac da testimonio de haber encontrado en él «un ser habitado por la gracia« Le debo un agradecimiento infinito. Gracias a él, he olvidado a todos los que me persiguieron. Muchas veces me he prometido, por él, hacer lo imposible para contribuir a una sincera reconciliación entre ambos pueblos, el alemán y el francés, bajo el signo de Cristo». El padre Pihan, un sacerdote que habían detenido en Fresnes, escribe en 1989: «Cuando me preguntan en qué momento sentí más la fraternidad, la universalidad del catolicismo, yo respondo: en la prisión, con el padre Stock».
Que el padre Franz Stock nos ayude a llegar a ser, como él, artesanos de la paz, viviendo intensamente nuestra fe católica y haciendo que resplandezca a nuestro alrededor.