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17 de mayo de 2000 San Pascual Bailón |
Por añadidura, el primer sábado de octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II lo beatificaba en el santuario nacional y mariano de Marija Bistrica (Croacia): «El cardenal y arzobispo de Zagreb, una de las más preclaras figuras de la Iglesia Católica, después de haber padecido en su cuerpo y en su alma las atrocidades del sistema comunista, queda confiado en adelante a la memoria de sus compatriotas, con las notorias divisas del martirio...
Mediante su trayectoria humana y espiritual, el beato Alois Stepinac ha proporcionado a su pueblo una especie de brújula con la que orientarse, cuyos puntos cardinales serían los siguientes: la fe en Dios, el respeto por el hombre, el amor a todos hasta el perdón y la unidad con la Iglesia bajo la dirección del sucesor de Pedro. Él sabía muy bien que no se puede regatear cuando se trata de la verdad, pues la verdad no es una mercancía que pueda intercambiarse. Por eso prefirió afrontar el sufrimiento antes que traicionar su conciencia y faltar a la palabra dada a Cristo y a su Iglesia» (Homilía de la beatificación, 3 de octubre de 1998).
El ejemplo de un santo
Durante su etapa de estudios en un colegio de Zagreb, Alois demuestra una férrea voluntad, a pesar de poseer un temperamento discreto y reservado. En 1917, es movilizado en el ejército austro-húngaro. De regreso a su país en junio de 1919, tras un breve cautiverio en Italia, aquel joven padece una crisis interna. Hastiado por la inmoralidad que había frecuentado en su etapa militar, emprende estudios de agricultura, pero los abandona enseguida. Tampoco tiene éxito un proyecto de matrimonio. En marzo de 1924, un sacerdote que le conoce bien publica en una revista un artículo sobre San Clemente María Hofbauer, enviándoselo junto a una extensa carta. Afectado por el ejemplo de aquel santo, el joven decide consagrar su vida a Dios, ingresando en el seminario «Germanicum» de Roma. Uno de sus condiscípulos dirá de él lo siguiente: «Ardía en amor por la Iglesia y estaba imbuido de fidelidad hacia el Santo Padre».
Alois Stepinac se doctora en filosofía, y luego en teología, en la Universidad Gregoriana de Roma, y recibe la ordenación sacerdotal el 26 de octubre de 1930. De regreso a Croacia, su país se le presenta destruido y explotado por Serbia. Aunque su deseo es convertirse en párroco rural, el arzobispo de Zagreb prefiere conservarlo como encargado de la liturgia, y luego como notario de la curia del arzobispado. Él acepta el cargo diciendo: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos los caminos que están al servicio de Dios llevan al Cielo». Le son confiadas importantes misiones, como apaciguar algunos conflictos acontecidos en algunas parroquias. También impulsa obras de caridad en los barrios pobres de Zagreb y organiza comidas para el pueblo.
En 1934, el arzobispo, Monseñor Bauer, cae gravemente enfermo y solicita de la Santa Sede un coadjutor, proponiendo a Alois Stepinac, quien intenta en vano eludir el cargo, tanto por su edad (36 años) como por su corta experiencia sacerdotal. Pero el 29 de mayo es nombrado coadjutor, desplazándose a continuación a pie al santuario mariano de Marija Bistrica, a 36 km de Zagreb, para confiar a María ese difícil ministerio. De hecho, los obispos croatas se ven en la necesidad de defender continuamente que se reconozcan los derechos de la Iglesia Católica (libertad de enseñanza, libertad de asociación, autoridad de la Iglesia sobre los matrimonios católicos, etc.).
El 7 de diciembre de 1937 fallece Monseñor Bauer, sucediéndole Mons. Stepinac como arzobispo de Zagreb. El nuevo prelado recomienda a sus sacerdotes que consagren lo mejor de sí mismos a su vida interior. Entre sus decisiones de gobierno de antes de la guerra, publica una carta abierta a todos los médicos para denunciar la «peste blanca»: el desarrollo de la anticoncepción y del aborto. Por otra parte, llega a fundar un periódico católico con el fin de luchar contra la prensa antirreligiosa.
El arzobispo estima profundamente la vida religiosa y considera que su desarrollo resulta indispensable. Los monasterios deben convertirse en «fortalezas de Cristo», y deben proteger a la diócesis con las armas espirituales de la oración, de la renuncia y del sacrificio.
«El fruto de un inmenso egoísmo»
El 10 de abril de 1941, después de la invasión de Yugoslavia por parte del ejército alemán, los nacionalistas croatas (también llamados ustachis) proclaman un Estado independiente en Zagreb. Junto a hechos positivos (plena libertad para la Iglesia Católica, protección de las buenas costumbres, etc.), el nuevo régimen queda deshonrado a causa de discriminaciones contra los ciudadanos de religión ortodoxa, los judíos y los gitanos. Sin condenar por completo al Estado croata, reconocido «de facto» por la Santa Sede, Monseñor Stepinac mantiene sus reservas. Se convierte en el portavoz de todos los oprimidos y perseguidos, denuncia los abusos de los ustachis y condena los postulados racistas, así como las persecuciones contra las minorías judía y serbia.
Además, el gobierno croata incita a los ortodoxos a pasarse a la religión católica. Monseñor Stepinac dirige una nota confidencial a sus clérigos: «Cuando acudan a vosotros personas de confesión judía u ortodoxa que se hallen en peligro de muerte, y por esa causa quieran convertirse al catolicismo, recibidlos (Esa «recepción» no era más que una simple acogida por parte de la Iglesia, sin ningún compromiso religioso) para que salven la vida. No les pidáis ningún conocimiento religioso especial, pues los ortodoxos son cristianos como nosotros, y la fe judía es la raíz del cristianismo. El papel y el deber de los cristianos debe consistir ante todo en salvar a la gente. Y cuando esta época de demencia y de salvajismo llegue a su término, los que se hayan convertido por convicción podrán permanecer en nuestra Iglesia, y los demás, una vez pasado el peligro, podrán regresar a la suya». La Iglesia enseña, en efecto, la libertad del acto de fe: «Es uno de los puntos principales de la doctrina católica que el hombre al creer tiene que dar una respuesta voluntaria a Dios, y que por tanto a nadie se puede forzar a abrazar la fe contra su voluntad» (Vaticano II, Dignitatis humanæ, 10).
A lo largo de toda la guerra, el arzobispo de Zagreb prodiga los favores de su caridad a los desdichados, cualesquiera que sean, distribuyendo vagones enteros de alimentos a los refugiados, cuidando personalmente de los huérfanos cuyos padres están encarcelados o han huido a las montañas, y salva del hambre y de la muerte a 6.700 niños, la mayor parte de padres ortodoxos.
El presidente de la comunidad judía de los Estados Unidos, Louis Breier, dirá de él lo siguiente el 13 de octubre de 1946: «Esa gran autoridad de la Iglesia ha sido acusada de colaborar con los nazis. Nosotros los judíos lo negamos. Sabemos, por la conducta que siguió desde 1934, que ha sido siempre un verdadero amigo de los judíos, que, en aquellos años, sufrían las persecuciones de Hitler y de sus adeptos. Alois Stepinac es uno de esos pocos hombres en Europa que se levantaron contra la tiranía nazi, justamente en los momentos en que resultaba más peligroso hacerlo... La ley sobre el «brazalete amarillo» se anuló gracias a él... Después de Su Santidad el Papa Pío XII, el arzobispo Stepinac fue el mayor de los defensores de los judíos perseguidos en Europa».
Cuando callan las campanas
El 17 de mayo de 1945, el arzobispo es encarcelado por sorpresa. El 3 de junio, los obispos croatas exigen su liberación como medida previa a toda negociación. Todas las campanas de Zagreb se callan y la procesión del Corpus Christi queda anulada. Ante aquel inesperado movimiento de resistencia, Tito da su brazo a torcer y manda liberar a Monseñor Stepinac. El 24 de junio, en una circular dirigida a todos los sacerdotes, el prelado recuerda a los padres su deber sagrado de reclamar la educación religiosa en las escuelas. Sus exhortaciones a todos los fieles van dirigidas a que hagan uso de la oración, en especial en esos tiempos difíciles, y muy concretamente a que recen el Rosario.
Sin embargo, la dictadura se instaura sin tomar en consideración la solemne declaración del gobierno federal de Yugoslavia según la cual se respetarían la libertad de conciencia y de confesión religiosa, así como la propiedad privada. En una carta pastoral fechada el 20 de septiembre de 1945, los obispos católicos de Yugoslavia advierten que 243 sacerdotes han sido asesinados desde el final de la guerra y que 258 han sido encarcelados o han desaparecido. A continuación, constatando la parálisis de los seminarios, los estragos ejercidos en la juventud por parte de la propaganda atea y la inmoralidad amparada por el Estado, condenan solemnemente «el espíritu materialista e impío que se extiende por nuestro país».
En octubre de 1945, con motivo de una visita pastoral, el automóvil de Monseñor Stepinac es asaltado por los comunistas y los cristales son rotos a pedradas. La víspera del atentado, la milicia había amenazado al prelado con represalias si llevaba a cabo aquella visita. «De todas formas, señala el arzobispo, solamente se muere una vez; pueden hacer lo que quieran, pero nunca dejaré de predicar la verdad; no temo a nadie más que a Dios, y mi deber sigue siendo el mismo: salvar almas».
«Tengo la conciencia limpia y en paz»
El 18 de septiembre de 1946, a las 5 de la madrugada, la milicia irrumpe en el arzobispado y se precipita hacia la capilla donde está rezando el prelado. Conminado a seguir a los policías, responde: «Si estáis sedientos de mi sangre, aquí me tenéis». El 30 de septiembre, comienza un proceso que el Papa Pío XII calificará de «tristissimo» (lamentable). Gracias a la fortaleza propia de una conciencia recta y pura, Monseñor Stepinac no desfallece ante los jueces. En medio de una gran tranquilidad, y seguro de la protección de «la abogada de Croacia, la más fiel de las madres», la Santísima Virgen María, el 11 de octubre escucha la injusta sentencia que se pronuncia contra él, que le condena a prisión y a trabajos forzados durante dieciséis años «por crímenes contra el pueblo y el Estado». «Las razones de la persecución que padeció y del simulacro de juicio que se organizó contra él, dirá el Papa Juan Pablo II el 7 de octubre de 1998, fueron su rechazo a las insistencias del régimen para que se separara del Papa y de la Sede Apostólica, y para que encabezara una «Iglesia nacional croata». Él prefirió seguir siendo fiel al sucesor de Pedro, y por eso fue calumniado y luego condenado».
Durante su encarcelamiento en Lepoglava, Monseñor Stepinac comparte la miserable suerte de cientos de miles de prisioneros políticos. Son numerosos los guardianes que lo humillan, entrando en cualquier momento en su celda e insultándole continuamente. Los paquetes de alimentos que recibe son expuestos durante varios días al calor o estropeados para que resulten incomestibles. El arzobispo guarda silencio, transformando la celda de la prisión en una celda monacal de oración, de trabajo y de santa penitencia. Se lo han quitado todo, «excepto una cosa: la posibilidad de alzar las manos al cielo, como Moisés» (cf. Ex 17, 11). Pero tiene la suerte de poder celebrar la Misa en un altar improvisado. En la última página de su agenda de 1946 escribe lo que sigue: «Todo sea para la mayor gloria de Dios; también la cárcel».
«Sufrir y trabajar por la Iglesia»
A unos visitantes desanimados por los perjuicios del comunismo, Monseñor Stepinac les responde: «No hay que desesperar, pues aunque el comunismo deje huellas en nuestro pueblo, y aunque nos encontremos con las manos atadas por esa pérfida ideología y aunque algunos flaqueen, estamos mejor que los pueblos del oeste, saturados de bienes materiales pero asfixiados en la inmoralidad y en el ateísmo práctico. Gracias a Dios mi pueblo ha permanecido fiel al Señor y al respeto hacia la Virgen».
Mientras tanto, el gobierno yugoslavo intenta a cualquier precio provocar una ruptura de los católicos croatas con Roma y fundar una iglesia nacional cismática, con objeto de incorporar a los croatas a la Iglesia ortodoxa serbia. A tal efecto, se llega a crear una «asociación de los santos Cirilo y Metodio» que agrupa a «sacerdotes patriotas» y devotos del régimen. El año 1953 destaca por las agresiones procedentes del gobierno. El recluido arzobispo da ánimos a los sacerdotes y a los fieles mediante una copiosa correspondencia, exhortando a los indecisos y recuperando a las ovejas descarriadas. Más de un sacerdote llega a confesar que «Si no hubiera estado allí, quién sabe lo que nos habría pasado». Uno de los principales peleles de Tito, Milovan Djilas, confesará más tarde: «Si Stepinac hubiera querido ceder y proclamar una Iglesia croata independiente de Roma, como nosotros queríamos, lo habríamos colmado de honores».
«Vencerá el espíritu, y no la materia...»
La generosidad del cardenal con respecto a los que son más pobres que él no tiene límites: «No posee más que lo estrictamente necesario para vestirse, explica el párroco de Krasic; todo lo da. Incluso acaba de dar a los pobres dos pares de zapatos». En su humildad, Monseñor Stepinac lamenta la publicidad que se ha montado alrededor de su persona. Al enterarse un día que una revista extranjera acaba de publicar una declaración del Papa en la que dice que «El cardenal de Croacia es el mayor prelado de la Iglesia Católica», él baja la vista murmurando: «¡Solamente Dios es grande!».
A finales de 1952 debe ser operado de una pierna y, al año siguiente, se le declara una grave enfermedad de la sangre, cuya causa se debe, según los médicos, a los malos tratos padecidos. Se le dispensan muchos cuidados médicos, pero él se niega a ser tratado en el extranjero, como habría sido necesario; como buen pastor, decide quedarse junto a su rebaño. Pero los métodos del régimen comunista no se flexibilizan. En noviembre de 1952, Tito decide romper las relaciones diplomáticas con el Vaticano, dando simultáneamente la orden a su policía de impedir cualquier visita a Krasic. Los guardianes del prelado (que eran más de treinta en 1954) le insultan y se burlan de él de todas las maneras posibles. El largo proceso seguido para su beatificación llegará a la conclusión, en 1994, de que su muerte fue la consecuencia de los catorce años de aislamiento injusto, de presiones físicas y morales constantes y de sufrimientos de todo tipo. Por eso «queda confiado en adelante a la memoria de sus compatriotas con las notorias divisas del martirio» (Juan Pablo II, 3 de octubre de 1998).
Vencer el mal con el bien
«Perdonar y reconciliarse, dirá el Papa Juan Pablo II con motivo de la beatificación del cardenal Stepinac, significa purificar la memoria del odio, de los rencores, del deseo de venganza; significa reconocer que quien nos ha hecho daño es también hermano nuestro; significa no dejarse vencer por el mal, antes bien vencer al mal con el bien (cf. Rm 12, 21)».
En 1958, los sufrimientos del cardenal se hacen casi intolerables, pero lo más penoso para él es carecer de fuerzas para poder celebrar la Misa. El 10 de febrero de 1960, expira en Krasic, pronunciando estas palabras: «Fiat voluntas tua» (¡Hágase tu voluntad!).
In te Domine speravi (En ti he esperado, Señor). Tal era su divisa. En uno de sus sermones nos confiaba el secreto de su esperanza: «Alguien podría preguntarse: «Y nuestra esperanza, ¿en qué se basa?». Y yo le respondo que en la fidelidad a Dios, pues Dios no miente; en la omnisciencia divina, para quien nada pasa desapercibido; en la omnipotencia de Dios, que es siempre dueño de todo». El 7 de octubre de 1998, el Papa Juan Pablo II dejaba constancia del triunfo de esa invencible esperanza: «En la beatificación del cardenal Stepinac reconocemos la victoria del Evangelio de Jesucristo sobre las ideologías totalitarias; la victoria de los derechos de Dios y de la conciencia sobre la violencia y las vejaciones; la victoria del perdón y de la reconciliación sobre el odio y la venganza». A la vez que nos sentimos colmados de un profundo agradecimiento hacia el Santo Padre por esa beatificación, le damos gracias sobre todo al Señor por haber hecho brillar ante nuestros ojos semejante luz y por habernos dado como ejemplo al beato Alois Stepinac.
Rezamos a la Santísima Virgen María y a San José por usted, por sus difuntos y por todas sus intenciones.