11 de Febrero de 2020
Venerable Bruno Lanteri
Muy estimados Amigos:
«No tengo ningún deseo libre y meditado más fuerte, ni incluso tan fuerte, como el de hacer reinar a Jesucristo en mi alma y en las de los demás hombres por la fe, la esperanza y la caridad » : tal es la disposición interior de los miembros de la “Amistad cristiana”. Esa asociación, que se extenderá por toda Europa, desempeñó un papel preponderante en la restauración de la religión después de la tormenta engendrada por la Revolución Francesa. Preparó por todas partes a católicos instruidos y entusiasmados cuya influencia fue muy importante. Bruno Lanteri fue su alma fundadora, antes de instituir una congregación mariana de sacerdotes.
Bruno Lanteri nace el 12 de mayo de 1759 en Coni, pequeña localidad del Piamonte (noroeste de Italia), siendo el séptimo hijo de una familia de diez. Su padre, que es médico, es conocido con el sobrenombre de “el padre de los pobres” a causa de su gran caridad. Bruno sólo tiene cuatro años cuando su madre fallece al dar a luz a su último hijo : « Casi no tuve otra madre —dirá— que la Santísima Virgen María, y ¡ solamente recibí caricias de una Madre tan buena ! ». En 1781 redactará un acto de consagración de toda su persona a la Virgen, considerándola como su verdadera y absoluta Maestra. Muy temprano, el niño da muestras de tener un gusto destacado por la lectura, así como una inteligencia siempre despierta, pues todo quiere saberlo y comprenderlo. Su padre satisface de buen grado sus deseos : « Con mi padre, ¡ estudiábamos incluso en la mesa ! » —dirá Bruno. A los diecisiete años, el joven decide ingresar en los cartujos, pero el prior se percata muy pronto de que no está hecho para la rigurosa vida de los monjes de su orden, devolviéndolo a casa.
Una gracia especial
Bruno se orienta entonces hacia la vida sacerdotal. En aquella época, los candidatos al sacerdocio empezaban a vestir la sotana con permiso del obispo, y luego se preparaban para recibir las Órdenes Sagradas realizando estudios de teología en una universidad o en un seminario. En septiembre de 1777, Bruno consigue ese permiso del obispo y asiste a clase en la Universidad de Turín. Se encuentra entonces sumergido en una atmósfera intelectual marcada por la influencia de la herejía jansenista : circulan libros que pretenden apartar a los fieles de la frecuentación de los sacramentos, con el pretexto de la indignidad, de disuadirlos incluso de celebrar la Pascua, y, ante la proximidad de la muerte, de recibir el Viático. Se exhorta a los cristianos a renunciar a las devociones hacia los santos y al rezo del Rosario. Se incita a los confesores a no perdonar los pecados sino raramente y tras largas pruebas impuestas a los penitentes. Bruno Lanteri empieza adoptando posiciones muy rígidas, pero algunos teólogos más sabios le ayudan a discernir mejor. El padre Loggero, que será su secretario durante mucho tiempo, escribirá : « En la Universidad de Turín, se relacionó con un eclesiástico que se esforzó mucho por acercarlo a las doctrinas jansenistas… El padre Lanteri atribuía a una gracia especial del Señor el haber sido iluminado sobre esas cuestiones, el haber reconocido la falsedad de esas doctrinas y el haber evitado relacionarse después con ese eclesiástico ». Un antiguo jesuita (la Compañía de Jesús había sido disuelta en 1773 por el Papa Clemente XIV), el padre de Diessbach, que conoce en Turín en 1779, ejerce sobre Bruno la mejor de las influencias. Mediante la palabra y la pluma, ese activísimo sacerdote combate la incredulidad, el jansenismo y el regalismo.
A principios del año 1782, el padre de Diessbach invita a Bruno a seguirlo a Viena, en Austria, para apoyar al Papa Pío VI, que se dirige allí en persona para negociar con el emperador José II, quien, desde hace dos años, no cesa de arrogarse un derecho exorbitante sobre la disciplina y la vida de la Iglesia, atentando contra su libertad, lo que se denominará josefismo o regalismo. En Viena, Bruno toma parte en congresos de derecho canónico y de teología, adquiriendo así una experiencia que le servirá durante toda su vida ; después, aconsejado por el padre de Diessbach, regresa a Turín. En 1776, ese padre había fundado en esa ciudad una asociación, la Amistad cristiana, cuyo objetivo era unir a los católicos piamonteses para la gloria de Dios, su santificación personal y la defensa de la moral y los dogmas contra los racionalistas, mediante la difusión de libros apropiados. Él cuenta con Bruno para encargarse de esa asociación.
Escuchar mucho
En mayo de 1782, Bruno es ordenado sacerdote y, en julio, obtiene un doctorado en teología. Durante sus estudios ha tenido que convivir con una miopía muy acusada, y se ha aplicado sobre todo en escuchar mucho a sus profesores de la universidad, de suerte que un día dirá que aprendió teología más « por los oídos que por los ojos ». De acuerdo con su obispo, renuncia en 1784 al ministerio parroquial, a fin de dedicarse al servicio de la Amistad cristiana. Al verse incapaz de realizar sermones ante grandes auditorios, a causa de una deficiencia respiratoria, predicará los Ejercicios de san Ignacio a grupos restringidos y se convertirá en un apreciado director espiritual. Al año siguiente, supera con éxito el examen que le permite recibir las licencias para confesar. El padre Bruno consagra cada día largas horas a los ejercicios de piedad : breviario, oración, Misa, Rosario, visita al Santísimo y lectura espiritual. Busca con gran cuidado los libros de buena doctrina para difundirlos, pues había constatado hasta qué punto eran nocivas las obras jansenistas. Está igualmente al corriente, día tras día, de los acontecimientos políticos, sociales y religiosos, especialmente del desarrollo de la Revolución Francesa, con objeto de oponer resistencia al mal que gangrena la sociedad. Las obras de caridad para con los pobres, los enfermos, los presos y todos los desheredados que busca por todas partes, en los cafés, en los tugurios, en las reuniones populares, ocupan igualmente un lugar de privilegio en su vida y en las de los cofrades de la Amistad cristiana.
Como consecuencia de la Revolución, el Piamonte, patria de Bruno, queda anexionado a Francia. El concordato entre Francia y la Santa Sede, firmado por el Papa Pío VII y aplicado por Napoleón en 1801, ha sido modificado unilateralmente por el emperador, de tal modo que los artículos orgánicos, añadidos subrepticiamente, le confieren un derecho de injerencia en los asuntos de la Iglesia. Para defender la libertad de ésta, el padre Lanteri redacta panfletos denunciando las usurpaciones del Estado, que son copiados y difundidos a escondidas por los miembros de la Amistad cristiana. Otros textos importantes, provenientes de los obispos, del Papa o de teólogos fiables, son también difundidos discretamente. En 1806, Napoleón impone en todo el Imperio un catecismo donde se enseña que todos deben obediencia sin límites al emperador. En un panfleto escrito y difundido profusamente, el padre Bruno aprovecha la ocasión para refutar esa pretensión. Paralelamente, se esmera en combatir el jansenismo, al que reprocha haber desfigurado a Jesucristo y su enseñanza, así como desconocer su misericordia divina y su amor a los pecadores. Por su parte, los jansenistas lo acusan de caer en el laxismo, de poner cojines bajo los codos de los pecadores (cf. Ez 13, 18) y de apoyarse en las obras de un santo obispo y fundador de una orden, fallecido en 1787 : Alfonso de Logorio. Éste recuerda, en contra de los jansenistas, que Jesucristo murió por todos los hombres sin excepción y que ganó para ellos un tesoro infinito de méritos para la salvación eterna. En ese tesoro, cualquier persona tiene la posibilidad de obtener, mediante la oración, el auxilio que necesita. Al haberse concedido a todos la gracia de la oración, Alfonso afirma : « Quien ora se salva ciertamente, quien no ora se condena ciertamente » (citado en el Catecismo de la Iglesia Católica, 2744), y anima a acercarse al Salvador con total confianza en su infinita misericordia. Enseña a los confesores a no diferir la absolución con el pretexto de la indignidad, sino a concederla ampliamente en cuanto el penitente muestre signos suficientes de contrición. La Iglesia canonizará a san Alfonso de Ligorio en 1839, concediéndole el título de Patrón de los moralistas y de los confesores. Así pues, Bruno pone en práctica sus enseñanzas, hasta el punto de que uno de sus amigos dirá de él : « Fue, en el Piamonte, el defensor de la sana teología y de la sana moral, y hay que reconocerle como el martillo más poderoso contra el jansenismo ».
La Grangia
Bruno Lanteri mantiene su vida espiritual con los Ejercicios de san Ignacio, que practica con frecuencia. Para él, el retiro espiritual es como « un instrumento poderosísimo de la gracia de Dios y un medio seguro, para cada uno, de llegar a ser santo e incluso un gran santo ». Los Ejercicios espirituales consisten, en efecto, en « diferentes maneras de preparar y de disponer el alma para quitar de sí todas las afecciones desordenadas, y, después de quitadas, para buscar y hallar la voluntad de Dios en la disposición de su vida para la salvación del alma » (Ejercicios espirituales de san Ignacio, núm. 1). Desde el principio de su vida sacerdotal, Bruno había redactado una serie de sermones para impartir los Ejercicios, y después no cesa de perfeccionar ese trabajo, que considera especialmente importante. Imparte los retiros en casas de acogida. Durante la ocupación francesa, al estar cerradas esas casas, Bruno acondiciona una residencia que posee en el campo, no lejos de Turín, La Grangia, como casa de retiro con capacidad para acoger a unas veinte personas. La duración habitual de los retiros es de ocho días. Bruno Lanteri tiene una manera especial de impartir esos Ejercicios : en su boca, las meditaciones de los Ejercicios adquieren un sabor especial. Esa originalidad procede de que comienza donde los demás acaban : mientras los otros acaban en la contemplación para obtener el amor divino, con él uno se encuentra sumergido en ese amor desde el principio del retiro.
En la contemplación para obtener el amor divino, san Ignacio escribe : « El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo que tiene y como consecuencia cómo el mismo Señor desea dárseme en cuanto puede según su ordenación divina. Y con esto volver en mí mismo, considerando con mucha razón y justicia lo que yo debo de mi parte ofrecer y dar a su divina majestad, a saber, todas mis cosas y a mí mismo con ellas, así como quien ofrece con mucho afecto : “Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer ; Vos me lo disteis, a Vos, Señor, lo devuelvo ; todo es vuestro, disponed de todo según vuestra voluntad ; dadme vuestro amor y gracia, que ésta me basta” » (Ejercicios, núm. 234).
Apoyo del Papa
En mayo de 1809, el emperador Napoleón anexiona los Estados de la Iglesia al Imperio Francés. Ante semejante injusticia, precedida de otras varias, el Papa declara contra el emperador la pena de excomunión. Entonces, Napoleón manda secuestrar al Papa, que es conducido cautivo a Savona. La primera preocupación de Bruno Lanteri es organizar una asociación para atender las necesidades materiales del Papa, que ha rechazado la irrisoria asignación prevista por el emperador. Gracias a la acción de la Amistad cristiana, consigue reunir importantes sumas de dinero y las hace llegar discretamente al Pontífice, a pesar de la vigilancia policial. Pero el Papa desea también estar al corriente de los acontecimientos y necesita ciertos documentos para elaborar textos que refuten las pretensiones del poder civil contra su autoridad espiritual. Gracias especialmente al padre Lanteri, se pone en marcha un sorprendente despliegue de dedicación y de tino, en Turín pero también en Francia, para satisfacer el deseo del Papa, hasta el punto de que el director general de la policía, al constatar que las noticias transmitidas por los católicos iban más rápido que los correos especiales del gobierno, escribirá : « ¡ Nunca supe cómo lo hacían los sacerdotes ! ». Pero esa actividad de Bruno tiene graves peligros, ya que la pena de muerte o la deportación amenazan a cualquiera que suministre al prisionero de Savona documentos no sometidos a la censura imperial. Sin temor al peligro, Bruno prosigue su actividad, aportando así al Papa el modo de redactar cartas que serán enviadas a cardenales o a obispos, e incluso difundidas entre el público. En 1811, el emperador manifiesta la pretensión de instituir obispos sin remitirse al Papa, por lo que reúne un concilio nacional a tal fin. En un escrito ampliamente difundido, el padre Bruno denuncia esa nueva injerencia en el gobierno de la Iglesia. Indignado, Napoleón ordena realizar registros por doquier para localizar a los responsables de esas resistencias. El padre Bruno, que era ya vigilado por la policía, es considerado sospechoso, aunque sin motivos concretos de queja contra él, por lo que queda en arresto domiciliario en su casa de La Grangia. Allí permanecerá desde el 25 de marzo de 1811 hasta la caída del Imperio, en 1814. Ese tiempo de soledad, de lectura, de reposo y de recogimiento lo aprovecha mucho. Recibe numerosas visitas, continuando su apostolado de los Ejercicios de san Ignacio, así como la redacción de panfletos a favor de la Iglesia y del Papa, que manda distribuir clandestinamente.
En abril de 1814, la abdicación de Napoleón permite regresar a Roma a Pío VII, y Bruno Lanteri retoma su actividad en Turín, con una energía y una salud renovadas. Se hace cargo de nuevo de la Amistad cristiana y de su rama destinada a los sacerdotes que han padecido persecución : la Amistad sacerdotal. Al haber cambiado las circunstancias, el método del secreto absoluto, que se había guardado con objeto de ocultar a los asociados ante los sarcasmos y las intrigas del mundo, ya no procede, por lo que llega el momento de trabajar a la luz del día. Eso permite diferenciarse de los grupos secretos sospechosos, tales como la masonería, que se expanden en la sociedad. Se cambia entonces el nombre de la asociación, pasando a denominarse Amistad católica, y se continúa con la difusión de libros adecuados. En 1825, el marqués César de Azeglio, ferviente discípulo del padre Lanteri y responsable de la Amistad, llegará a escribir : « En los ocho años de existencia de la Amistad católica se distribuyeron centenares de miles de volúmenes, y, de esa cantidad, más de diez mil se enviaron a América ». Carlos Félix, rey de Piamonte-Cerdeña, favorece a la Amistad católica y le concede generosos subsidios ; durante los primeros años se glorifica del título de Primer Amigo Católico. Sin embargo, los adversarios de la asociación que le rodean se dedican a arremeter continuamente contra ella. Se la describen como una secta peligrosa que tiende a someter a los gobiernos y a hacer que toda autoridad secular se pliegue ante la autoridad del Papa. Poco a poco, el monarca se deja influenciar y, en la primavera de 1827, llega incluso a disolver la Amistad católica.
Una congregación mariana
En 1815, tres fervorosos sacerdotes de Carignano, pequeña ciudad próxima a Turín, deciden reunirse para trabajar juntos en su santificación y por la salvación de las almas, mediante la predicación, el ministerio de la confesión, la apertura de una escuela para candidatos al sacerdocio y la práctica de la caridad para con los pobres. Muy pronto, se dirigen a Bruno para que dirija el grupo, quien acepta y redacta algunos reglamentos cortos y precisos. Se solicita y obtiene la autorización de fundar una nueva congregación en noviembre de 1816, por parte del vicario capitular de Turín, pues la sede episcopal se halla vacante. El nombre que se elige para el nuevo instituto es Congregación de los Oblatos de la Virgen María. Los nuevos oblatos comienzan enseguida a predicar los Ejercicios espirituales de san Ignacio, con un éxito inmediato de numerosas confesiones y conversiones, en ocasiones clamorosas, de pecadores empedernidos.
No obstante, el padre Lanteri no puede aún abandonar sus obras turinesas, sobre todo porque desea abrir un “albergue eclesiástico”, es decir, una casa donde los sacerdotes recién ordenados podrían residir durante el tiempo necesario hasta terminar sus estudios. El centro empieza su modesta andadura en otoño de 1817, bajo la dirección de un amigo íntimo de Bruno. Él mismo toma las riendas de la pequeña comunidad de oblatos, a la que asigna como primer maestro a santo Tomás de Aquino, y como segundo a Alfonso de Ligorio. Desea que los oblatos se especialicen en la predicación de misiones populares, en la forma de Ejercicios espirituales impartidos a toda una parroquia. Ese ministerio de los oblatos produce hermosos frutos, devuelve una sana libertad a los corazones ensombrecidos por el jansenismo y los abre al gozo de Cristo llevándolos a amar a Aquel que dijo : Mi yugo es suave y mi carga ligera (Mt 11, 30). En un solo año, más de 1400 personas regresan a la práctica religiosa, y numerosas vocaciones empiezan a afluir hacia el joven instituto.
Mucha humildad
Tras esos primeros éxitos, el padre Lanteri estima que ha llegado el momento de que la obra se establezca sobre bases canónicas. Sin embargo, se topa con la oposición del nuevo arzobispo de Turín. Como antiguo monje camaldulense, éste declara sin rodeos al padre Bruno que no puede aprobar las doctrinas morales de Alfonso de Ligorio, pues las considera demasiado favorables a la relajación general de las costumbres. Además, no halla interés alguno en la fundación de una nueva congregación. Transcurren dos años sin que se llegue a una conclusión favorable. Durante ese tiempo, otras personas fomentan todo tipo de dificultades contra los oblatos, hasta el punto de que su situación se torna insostenible. Fortificado por los Ejercicios de san Ignacio, el padre Lanteri recibe con paz las contradicciones y las humillaciones, siguiendo a Cristo humillado en la Pasión, y, con mucha humildad, toma la determinación de disolver el instituto, sin formular ninguna recriminación ni queja contra sus adversarios. En julio de 1820, los oblatos se dispersan sin causar ruido, y son varios los que intentan ingresar en los jesuitas. El propio padre Bruno emprende gestiones en el mismo sentido y, con el fin de madurar su decisión ante Dios, realiza los Ejercicios espirituales. La voluntad divina se le aparece entonces con claridad : nada de ingresar en el noviciado de la Compañía de Jesús, sino restaurar el instituto de los oblatos. Confiando en María, afirma : « La congregación es obra de la Virgen. Es ella quien pensará ». En septiembre de 1825, Monseñor Rey, nuevo obispo de Pignerol, entusiasmado por la obra de los oblatos, le manda una carta de aprobación del instituto con vistas a su restauración. En 1826, pide al padre Lanteri que organice una gran misión en su catedral de Pignerol. El impresionante éxito de esa misión decide al padre Bruno a aceptar la restauración de los oblatos en Pignerol. El 1 de septiembre de ese año, un Breve pontificio aprueba la congregación, y, en 1827, el rey Carlos Félix, convencido por el arzobispo, refrenda esa decisión.
Bruno Lanteri fija entonces su morada en Pignerol, donde se van agotando sus fuerzas. A principios de 1830, aquejado de toda suerte de enfermedades, sufre mucho, pero su vida transcurre en una oración continua, en una atención amorosa y apacible ante la presencia de Dios. A menudo repite : « ¡ Oh, buen Jesús, tengo sed de vos ! ». Ha mandado practicar una abertura en la pared de su habitación, adyacente a la capilla, para poder contemplar el sagrario. La devoción a María ocupa un lugar muy especial en su corazón. En sus últimos días, llega incluso a decir : « Veo una hermosa Dama con un hermoso Niño en sus brazos, y nunca me deja ». Mientras conserva sus fuerzas, celebra la Santa Misa. Sube hasta el altar por última vez el día de la festividad de san José, el 19 de marzo de 1830. El 5 de agosto, entra en agonía. « Amaos, amaos mucho los unos a los otros y permaneced siempre unidos de corazón, cueste lo que os cueste » —murmura a sus hijos. Tras escuchar las palabras de Jesús : Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno como nosotros (Jn 17, 11), entrega el último suspiro. Su proceso de beatificación está en curso.
Pidamos a la Santísima Virgen que nos conceda un gran entusiasmo en el servicio al Señor, cualesquiera que sean los obstáculos y las dificultades que puedan oponerse a ello.
>