11 de Julio de 2008
Franz Stock
Muy estimados Amigos:
Durante la ocupación alemana de Francia, los vecinos de la calle Lhomond, en el distrito V de París, advierten la presencia de una silueta negra que, varias veces a la semana entre 1941 y 1944, pasa en bicicleta, al despuntar el día, por las desiertas avenidas de la capital. En el porta-maletas puede verse, sólidamente atada, una bolsa llena a rebosar. Al cabo de quince kilómetros, el ciclista llega a la prisión de Fresnes, la más grande de la región parisina, con sus 1.500 celdas donde se abarrotan hasta 5.000 prisioneros de los alemanes. Cada vez debe franquear el cuerpo de guardia, soportando eventualmente las burlas de los S.S., pero evitando sobre todo llamar la atención sobre la famosa bolsa, llena de una multitud heteróclita de objetos: libros, ropa, pan, chocolate, cepillos de dientes, papel, bolígrafos y muchas otras cosas« Ese ciclista en sotana es el padre Franz Stock, capellán alemán encargado de la visita a las cárceles; fue el ángel de la guarda de unos 11.000 prisioneros franceses.
Franz Stock nace el 21 de septiembre de 1904 en Neheim, en Westfalia (centro-oeste de Alemania), primogénito de una familia de nueve hijos. Su padre trabaja como obrero en esa región industrial del Ruhr. En su casa, el amor por el país natal y el de la Iglesia católica son todo uno. Desde la edad de doce años, el muchacho expresa sus deseos de ser sacerdote. La tragedia de la primera guerra mundial y la influencia de una asociación católica de la que es miembro, el Quickborn, desarrollan en él un gran amor por la paz; estudia con ese espíritu la encíclica del Papa Benedicto XV La Paz de Dios (1920). Sueña con una reconciliación entre Alemania y Francia sobre la base de la herencia cristiana que les es común. En agosto de 1926, ya seminarista, asiste con ochocientos alemanes al Congreso de la Paz que se desarrolla en Bierville, en la región de Île-de-France, donde escucha cómo Monseñor Julien, obispo de Arras (ciudad situada en una región muy afectada por la reciente guerra), propone ese ideal que será el de toda su vida: «Colaborar más allá de las fronteras sin suprimir las fronteras, sin nivelar las diferencias. Aprender a conocerse para aprender a amarse. Sentir horror por la guerra, aunque admirando la valentía de los soldados que dieron su vida para defender sus países y sus hogares».
Ministerio en París
En 1928, Franz, seminarista en Paderborn desde hace dos años, es autorizado a seguir sus estudios de teología en el Instituto Católico de París. Siente gran entusiasmo por la calidad de la enseñanza que recibe, y se alegra de alojarse en el «Seminario de los Carmelitas», lugar venerable de martirio de tantos sacerdotes en septiembre de 1792. Sin embargo, Franz encuentra ciertas incomprensiones por parte de algunos sacerdotes franceses, antiguos combatientes. Si bien al principio se siente algo dolido, demuestra una perfecta delicadeza y descubre el difícil camino del perdón mutuo. Después de su regreso a Alemania, Franz organiza cada año peregrinaciones y excursiones a Francia. El 12 de marzo de 1932, es ordenado sacerdote en Paderborn y nombrado vicario en Dortmund-Eving, en el Ruhr. Después de la ascensión al poder de Hitler, el padre Stock acepta encantado la propuesta que recibe, de parte del cardenal Verdier, arzobispo de París, su antiguo superior de los carmelitas, de hacerse cargo de la parroquia católica alemana de París. Nada más llegar, en septiembre de 1934, escribe a su familia: «No será nada fácil, pero lo primero será depositar nuestra confianza en Dios. Entonces podremos alcanzar nuestro objetivo». El edificio donde se instala, situado en la calle Lhomond, números 21-23, en el Barrio Latino, dispone de una capilla que Franz, muy buen pintor, decora él mismo con frescos.
No obstante, la situación del padre Stock en París se hace enseguida incómoda. Las autoridades alemanas le reprochan su tibieza con respecto al régimen nazi; por la misma época, un periódico francés publica un artículo calumnioso en el cual se insinúa que trabaja para la Gestapo denunciando a los emigrados. Pero la verdad es muy diferente, ya que Franz ayuda económicamente a alemanes fugitivos, entre los que se hallan judíos. Remando contra corriente, organiza una Misa solemne franco-alemana por la paz, celebrada en marzo de 1937 por el cardenal Verdier, en presencia del embajador católico von Welczek. En su condición de artesano de la paz, el padre Stock no es, sin embargo, un «ciudadano del mundo», indiferente a su patria. Así pues, favorece, en las almas que tiene a su cargo, el amor por su patria alemana, la práctica de la lengua materna y el gusto por la cultura nacional« al mismo tiempo que les enseña a conocer y amar a Francia.
El 26 de agosto de 1939, Franz se ve obligado a abandonar Francia precipitadamente a causa del estado de guerra. Sin embargo, a partir del otoño de 1940, por una misión canónica del arzobispo de Colonia, se vuelve a instalar en pleno París ocupado, con el título de Rector de la misión alemana. Ante el aparente triunfo del Tercer Reich, él permanece lúcido y confía a sus colaboradores más próximos que, en su opinión, «los estandartes de la cruz gamada que ondean en el Arco de Triunfo serán retirados algún día». Por su parte, se considera únicamente sacerdote, manteniendo hacia los humillados franceses respeto y estima.
En noviembre de 1940, el padre Stock acepta la capellanía de la prisión de Fresnes. A partir de abril de 1941, visita también las otras dos prisiones requisadas por los alemanes en París: la de Cherche-Midi y la de Santé. Ese ministerio se convierte enseguida en algo preponderante en su vida. Como el mando alemán no quería a ningún sacerdote francés para ese ministerio, el padre Stock pasaba a ser el mejor situado, por poseer un conocimiento perfecto de la lengua. De hecho, se encontrará casi completamente solo para ocuparse de miles de prisioneros. Se niega a llevar el uniforme (que, sin embargo, le habría facilitado la tarea con la tropa), pues entiende que un sacerdote vestido de soldado perdería todo crédito entre los detenidos. Su Diario, hallado después de su muerte, permite seguir su actividad. En él se encuentran consignados escrupulosamente todos sus actos de ministerio con los detenidos y todas las informaciones de que disponía, con objeto de procurar algún consuelo a sus familias.
La única persona amiga
Al ser alemán, el padre Stock es con frecuencia mal recibido, de entrada, por los prisioneros. Se le considera un agente del enemigo, e incluso se piensa si no será un falso sacerdote enviado por la Gestapo para sonsacar confesiones. Algunos lo tratan como «muñeco de los nazis», pero esa impresión se borra enseguida en la mayor parte de los casos, gracias a su exquisita caridad. Además, por los favores que hace a los detenidos, Franz aporta la prueba de que no juega a un doble juego. Conculca continuamente –poniendo en riesgo su vida– la ley de la «triple pena» que pesa sobre una gran parte de prisioneros: nada de contacto con las familias, nada de correo ni de lectura, nada de paquetes. Contrarresta de ese modo a la Gestapo, que intenta destruir la facultad de resistencia de los detenidos. Les consigue libros, especialmente libros religiosos. Los consuela y cura sus heridas físicas (cuando puede) o morales. El chocolate, tan escaso durante la guerra, es el artículo más apreciado, y el padre Stock distribuye decenas de kilos. Además, colabora pasando mensajes en ambos sentidos entre los detenidos y las familias, y, a favor de los detenidos judíos, elude los tratamientos discriminatorios. El capellán es, a menudo, la única persona amiga en ese universo hostil.
Franz Stock ha localizado entre los carceleros a aquellos que son católicos o que simplemente están predispuestos, sirviéndose de su ayuda, por ejemplo para organizar una fiesta. Entre ellos, el sargento Ghiel, entregado en cuerpo y alma al capellán, será traicionado y finalmente eliminado por la Gestapo. Muchos prisioneros, una vez juzgados, parten hacia los campos de concentración, pero un buen número de ellos sólo abandonan la prisión para ser ejecutados. Junto a ellos, el padre Stock cumple con el más sagrado de los deberes: ayudarlos a morir cristianamente. El primer detenido que prepara para ello es Jacques Bonsergent, un ingeniero fusilado «como ejemplo» en diciembre de 1940, pues ha encubierto un acto de resistencia insignificante. El capellán lo acompaña hasta el último momento y regresa conmovido. Nunca se acostumbrará a esas lúgubres ceremonias, que se reproducirán sin embargo a lo largo de tres años y medio.
«Dios me abre los brazos»
Capitán de fragata y padre de cinco hijos, Honoré d’Estienne d’Orves es oficial clandestino de la resistencia. Es traicionado por su oficial de radio, siendo arrestado en enero de 1941. En el calabozo, piensa en Dios y en la eternidad. El padre Stock le lleva la comunión cada ocho días, y le da a leer la Historia de un alma de santa Teresa de Lisieux. En mayo de 1941, Estienne d’Orves es condenado a muerte. El padre Stock asiste a su ascensión espiritual, anunciándole, el 28 de agosto, que será fusilado al día siguiente junto a otros dos condenados. Estienne d’Orves se lo agradece mediante una carta afectuosa, donde expresa sus últimos deseos: «Pido a Dios que conceda a Francia y a Alemania una paz en la justicia, que traiga consigo la grandeza de mi país, y también para que nuestros gobernantes permitan que Dios ocupe el lugar que le corresponde». Los tres condenados asisten fervorosamente por última vez a Misa y perdonan a sus verdugos. El capellán se esmera en disponer a los detenidos para que reciban los sacramentos con un corazón puro, del que quede desterrado todo odio contra los perseguidores. El 8 de agosto de 1943, asiste a Éric, un joven de dieciocho años. En una nota a su madre, el condenado ha escrito: «Acabo de ver al sacerdote. Hable con él después de mi muerte. Le hablará de mí y de mis últimos momentos« Dios me espera y me abre los brazos. Para mí será la vida eterna y el Amor infinito de Dios. Perdone de todo corazón a todos los que sean responsables de mi muerte. Dios les juzgará« Acabo de comulgar. Adiós».
Pero hay otros condenados, prisioneros a menudo de una ideología atea así como de la Wehrmacht, que rechazan toda ayuda religiosa. El 13 de abril de 1942, el padre Stock, con el corazón compungido, anota en su Diario después de una ejecución: «Nadie quería auxilio espiritual. Todos han muerto sin la fe». Confiando en el poder de la gracia, el sacerdote ha celebrado la Misa incluso para esos, en una celda vecina ocupada por un detenido católico. Albert P. debe ser ejecutado el 16 de marzo de 1942; como es ateo, rechaza los sacramentos, pero acepta que el capellán lo acompañe. De camino, Franz pide ardientemente por su conversión y le invita a pensar en su destino eterno. Nuevo rechazo. Sin embargo, en el último momento, Albert llama al sacerdote y pide un crucifijo. El capellán podrá anotar lo siguiente: «Ha rezado conmigo el acto de contrición con gran arrepentimiento. Le he dado la absolución».
Roger L., de 28 años, es bautizado el mismo día de su ejecución. El Diario menciona: «Había perdido todo el valor. Con mi ayuda, ha recuperado la confianza« Ha tomado su primera comunión con una seriedad conmovedora« Sus últimas palabras antes de morir: «Señor, ten piedad de mí»». La mayor parte de las ejecuciones tienen lugar en Mont-Valérien, antigua fortaleza al oeste de París. En ocasiones, el padre Stock pasa la última noche con los condenados. En aquel momento supremo, el sacerdote es la única presencia amiga, fraterna y cristiana. Franz ha prometido a los fusilados que rezará por ellos en el último momento, pero también les ha pedido que recen por él, y por todos, cuando se encuentren «en el otro lado». En octubre de 1945, escribirá: «Sigo siendo fiel, creo, a aquellos de quienes he sido capellán durante cuatro años« Cuando deseo una gracia especial, una luz espiritual, me dirijo a quienes sabían morir, que fueron directamente hasta Dios después de tantos sufrimientos y una hermosa preparación interior, y a los que pude acompañar en su último camino; estoy convencido de que su plegaria será atendida« los difuntos no nos olvidan».
«¡Dios existe!»
Los atentados al azar contra militares alemanes provocan, por decisión de Hitler, ejecuciones de rehenes como represalia. El padre Stock interviene a menudo para salvar a algún prisionero que se encuentra en las listas de los rehenes que van a fusilar. Un día, pelea durante toda una jornada para conseguir una comunicación telefónica con Berlín, salvando finalmente la vida de un detenido, que cae en sus brazos gritando: «¡Dios existe!». En otra ocasión, es un prisionero, de camino ya hacia Mont-Valérien, el que se salva in extremis gracias a la intervención del sacerdote; en ese caso, el capellán ha hecho valer que el hermano del condenado había sido ya fusilado.
Franz Stock acoge a las familias con la mayor discreción, en la calle Lhomond. Cuando puede, entrega a los parientes más próximos un recuerdo del difunto. Las entrevistas con las madres o las esposas son a veces más penosas para él que la propia ejecución. Un testigo ocular comenta: «Creo que el padre Stock daba pruebas de una gran valentía, de una gran piedad, de mucho amor». En colaboración con Monseñor Rodhain, fundador del Socorro Católico, el capellán consigue crear una asociación de ayuda mutua para socorrer a las familias de los fusilados más necesitadas.
El Diario del padre Stock censa 863 ejecuciones a partir del 28 de enero de 1942, asistiendo a 701 de ellas. En total, entre 1.300 y 1.500 personas fueron asistidas por él en sus últimos momentos. En diciembre de 1941, escribe: «Solamente esta semana, he preparado para la muerte a setenta y dos hombres, los he asistido en el último momento y los he enterrado». En 1943, un sacerdote amigo le oye murmurar: «A veces me pregunto si podré continuar« Si por lo menos pudiera dormir«». Se le hace una revisión cardiaca que muestra ya una debilidad alarmante. El poeta Reinhold Schneider escribirá, después de conocer al padre Stock en 1943: «Se encontraba frente a un sufrimiento que sólo podía soportar fortificado por el Santísimo».
En su Exhortación apostólica Sacramentum caritatis, el Papa Benedicto XVI se dirige del siguiente modo a los sacerdotes: «La espiritualidad sacerdotal es intrínsecamente eucarística« El sacerdote, para dar a su vida una forma eucarística cada vez más plena« ha de dedicar tiempo a la vida espiritual« Una vida espiritual intensa le permitirá entrar más profundamente en comunión con el Señor y le ayudará a dejarse ganar por el amor de Dios, siendo su testigo en todas las circunstancias, aunque sean difíciles y sombrías» (22 de febrero de 2007). Todo cristiano puede inspirarse en estas recomendaciones.
Prisionero a su vez
El 11 de agosto de 1944, Franz, que aún podría dejar París ante la proximidad de los aliados, decide quedarse para ocuparse de los seiscientos heridos alemanes que no pueden ser trasladados y que han sido reagrupados en el hospital de la Pitié, así como de otros heridos prisioneros de los alemanes. Con la autoridad de su presencia consigue evitar que esos hombres sean asesinados por los civiles. El 24, después de ocho jornadas agotadoras, es hecho prisionero por los norteamericanos. En adelante, el padre Stock se dedica a ayudar a sus compatriotas encarcelados con él, como antes lo había hecho con los cautivos franceses. El 25 de septiembre, es trasladado a un campo de prisioneros norteamericano, en Normandía. Como la improvisación es total, las condiciones de detención son muy duras. No obstante, el capellán católico se organiza con una tienda-capilla, gracias al ingenio de los detenidos y a la complicidad generosa de la Trapa de Bricquebec, que regala ornamentos y objetos de sacristía. Franz y los demás sacerdotes prisioneros se multiplican: Misas en los diferentes sectores de detención, catecismos, confesiones« Un sacerdote normando, el padre Cadel, manda imprimir 20.000 folletos de oraciones compuestas por el padre Stock para uso de los detenidos. Para muchos de ellos, la fiesta de Navidad de 1944, a pesar de su extrema miseria, es de una profundidad maravillosa.
En los últimos meses de la guerra, el ejército francés se hace cargo de numerosos prisioneros alemanes. El general Boisseau, comandante de los campos, decide agrupar a los seminaristas alemanes prisioneros para que puedan continuar sus estudios. Un sacerdote francés, el padre Le Meur, es el instrumento de esa fundación; elige como director del seminario al padre Stock, que había sido capellán suyo en la cárcel de la Santé durante su detención por actos de resistencia. El 20 de marzo de 1945, Franz acepta. Sus nuevas funciones le obligan a llevar una vida de prisionero, cuando podría regresar enseguida a Alemania. Al respecto, escribirá: «El cautiverio es una fase dolorosa en la vida de un hombre. Sin embargo, al enfrentarse al dolor, el hombre reconoce su verdadero destino cuando, llegado al límite de sus fuerzas físicas, levanta sus manos y su mirada hacia el Cielo. Eso lo libera. Y ese es el sentido profundo de la libertad humana: liberarse de lo terrenal y contar con quien es todo grandeza».
Más que un nombre, un programa
El «Seminario de las Trincheras» comienza a funcionar el 30 de abril de 1945 en un vetusto cuartel de Orleáns, en medio de grandes dificultades: hambre, promiscuidad y espíritu de venganza por parte de los guardias. Afortunadamente, las autoridades religiosas se movilizan a favor del seminario. El padre Stock, autorizado a salir con la vigilancia de un soldado, regresa cada vez completamente cargado de libros, de vituallas, etc. Muy pronto, comunidades religiosas francesas mandan paquetes a los seminaristas, permitiéndoles continuar su esfuerzo intelectual. En el mes de agosto siguiente, se trasladan para instalarse en Le Coudray, cerca de Chartres. El comandante Gourut acoge a profesores y a estudiantes con las siguientes palabras: «Confío a todos vosotros a la protección de Nuestra Señora de Chartres». Poco tiempo después, Monseñor Harscouët, obispo de Chartres, visita el campo y da la mano a cada uno de los seminaristas, gesto valiente en el contexto político de la época. 949 seminaristas, 630 de los cuales llegarán a ser sacerdotes, estudiarán en Le Coudray hasta mayo de 1947. El 18 de septiembre de 1945, el nuncio apostólico y futuro Papa Juan XXIII, Monseñor Angelo Roncalli, visita el Seminario de las Trincheras. Conoce al padre Stock y lo abraza; para él, «el padre Stock es más que un nombre, es un programa». El nuncio regresará en tres ocasiones, pero nunca con las manos vacías, y hará varias ordenaciones en Le Coudray.
Con motivo de un viaje a Alemania, Franz Stock obtiene de la Universidad de Friburgo el reconocimiento de los estudios de teología culminados en Le Coudray. En el transcurso del verano de 1946, los profesores que todavía faltan llegan de Alemania, voluntarios también para el cautiverio. Radiante de vida interior y de caridad, Franz Stock debe sin embargo luchar contra la tristeza y los recuerdos que le atormentan. La pintura le sirve de gran ayuda: en la capilla del seminario realiza un fresco que representa a la Virgen de los Dolores y a san Juan. Diversos testigos estaban convencidos de que Jesucristo se le aparecía con frecuencia corporalmente al padre Stock cuando celebraba la Misa, después de la consagración; Franz aludía a ello a veces con palabras encubiertas. Entre mayo y junio de 1947, los prisioneros alemanes son liberados. El Seminario es entonces clausurado, y los estudiantes seguirán sus estudios en Alemania. El padre Stock regresa a París, a la calle Lhomond. Su deseo es continuar su apostolado junto a los trabajadores libres alemanes, pero las autoridades civiles no le conceden la autorización. A pesar del desánimo, Franz encuentra fuerzas para escribir a su familia: «Acepto de buen grado la situación en que me encuentro momentáneamente, y doy gracias a Dios por habernos colmado de tanto bien».
El 22 de febrero de 1948, Franz Stock sufre una crisis de ahogo provocada por un edema pulmonar. Trasladado al hospital, después de haber asistido tantas veces a los demás en sus últimos momentos, muere completamente solo, el día 24, a la edad de 43 años. Ante una asistencia poco concurrida, Monseñor Roncalli preside sus exequias, seguidas de su inhumación, en el cementerio de Thiais, en el sector de los prisioneros de guerra. En 1963, su cuerpo será trasladado solemnemente a la iglesia que engloba la primera capilla del Seminario de las Trincheras, en Rechèvres, cerca de Chartres. Son varias las asociaciones que preparan el proceso de beatificación de Franz Stock. El general de Cossé-Brissac da testimonio de haber encontrado en él «un ser habitado por la gracia« Le debo un agradecimiento infinito. Gracias a él, he olvidado a todos los que me persiguieron. Muchas veces me he prometido, por él, hacer lo imposible para contribuir a una sincera reconciliación entre ambos pueblos, el alemán y el francés, bajo el signo de Cristo». El padre Pihan, un sacerdote que habían detenido en Fresnes, escribe en 1989: «Cuando me preguntan en qué momento sentí más la fraternidad, la universalidad del catolicismo, yo respondo: en la prisión, con el padre Stock».
Que el padre Franz Stock nos ayude a llegar a ser, como él, artesanos de la paz, viviendo intensamente nuestra fe católica y haciendo que resplandezca a nuestro alrededor.
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